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𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 𝑨𝒍𝒄𝒎𝒂́𝒏
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  𝑸𝒖𝒆 𝒂𝒑𝒓𝒐𝒗𝒆𝒄𝒉𝒆𝒔 𝒎𝒊𝒔 𝒍𝒖𝒏𝒂𝒓𝒆𝒔 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒑𝒖𝒏𝒕𝒐𝒔 𝒔𝒖𝒔𝒑𝒆𝒏𝒔𝒊𝒗𝒐𝒔... ⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐃𝐄𝐋𝐈𝐑𝐈𝐔𝐌 𝐓𝐑𝐄𝐌𝐄𝐍𝐒.⠀⠀⠀⠀⠀⠀📩 𝒖𝒏𝒅𝒊𝒗𝒂𝒈𝒐𝒂𝒍𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆@𝒈𝒎𝒂𝒊𝒍.𝒄𝒐𝒎   
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undivagoalgente · 4 years ago
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𝑪𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰. 𝑼𝒏𝒅𝒊́𝒗𝒂𝒈𝒐 𝑨𝒍𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆.
Habían pasado varios meses desde que 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 había llegado a la ciudad y su búsqueda de empleo se había convertido en una desesperación que había agotado prácticamente la paciencia y la fe de la muchacha. Había visto como poco a poco, día tras día el dinero de su cuenta mermaba con más rapidez y las soluciones para que aquello frenara no habían dado sus frutos. Sin embargo, aquel día su suerte había cambiado drásticamente. Había optado por obviar en las entrevistas de trabajo de donde venía y donde se había criado. Había creado una vida paralela repleta de mentiras entretejidas de la mejor manera que pudo para conseguir un trabajo de una vez por todas. Y vaya si había servido. Antes siquiera de darse cuenta había recibido la llamada de uno de los establecimientos de comida rápida de la ciudad. No era un trabajazo, pero por lo menos le mantendría a flote para poder tener un techo y alimentarse adecuadamente.
Tras haber realizado la prueba pertinente para demostrar sus aptitudes, había sido contratada en ese mismo instante. La sonrisa que delataba la alegría de la muchacha había estado expuesta en su camino de vuelta a casa y durante el resto del día. Había avisado a todas las personas con las que mantenía contacto para darles la noticia y después pasó el resto del día preparándose para el día siguiente, su primer día oficial de trabajo.
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El cansancio era palpable en las marcadas ojeras que adornaban su rostro, pero pese a ello, se mantenía con la sonrisa en el rostro y un buen humor para complacer a los clientes que acudían allí. No estaba acostumbrada al ritmo ni a estar de pie tantas horas seguida y aunque sabía que costaría unos días acostumbrarse a ello, se repetía constantemente que aquello era el primer paso para iniciar la vida que siempre había querido.
Eran ya las dos de la madrugada y habían comenzado a limpiar las mesas y recoger todo para dar por concluido aquel duro día de trabajo. 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 se encontraba tras la barra, limpiándola mientras miraba de vez en cuanto hacia la trastienda, donde su compañera recogía los alimentos en la cámara frigorífica. La puerta del establecimiento se abrió mientras un grupo de dos chicos y tres chicas entraban. Los gritos se escucharon por todo el lugar mientras ellos reían y entraban hacia ella sin importarles que las luces estuvieran apagadas y el suelo estuviera fregado. La pelirroja soltó el trapo que sostenía y carraspeó para hacerse escuchar mientras ensanchaba la sonrisa.
— Lo siento chicos, hemos cerrado. Pero mañana a las doce volveremos a estar abiertos.
El grupo se calló de golpe y la miraron, como si aún no se hubieran percatado de su presencia. Hubo un silencio de varios segundos en los que la sonrisa de 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 tembló, sin saber muy bien que esperar de aquella tardía visita.
— Me importa una mierda. Hazme una hamburguesa. — dijo uno de los chicos, mientras se sentaba encima de una mesas a la par que sus compañeros se reían de la respuesta de su amigo.
— Es que… están las planchas apagadas, lo siento. Hemos cerrado ya. — la pelirroja echó una mirada hacia la trastienda, esperando oír los pasos de su compañera, por si acudía a echarle una mano. Pese a los nervios que estaban comenzando a florecer, ella no dejó que la sonrisa y la amabilidad denotaran el sentimiento que intentaba esconder.
— Pues la enciendes. Te ha dicho que quiere una hamburguesa. — ahora fue una de las chicas la que respondió, escupiendo en el suelo para tirar el chicle que hasta ese momento llevaba en la boca.
— Os ha dicho que hemos cerrado. — la voz tras de ella la hizo girarse para comprobar a su compañera tras ella, con la fregona en la mano. 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 suspiró aliviada y pudo ver que su compañera no traía ninguna sonrisa y el tono de su voz había sido cortante y amenazante.
— Pues entonces seguid fregando, pringadas. — el chico se levantó de la mesa donde estaba sentado y se encaminó hacia la puerta, saliendo del lugar a la vez que sus compañeros le seguían como si fueran un rebaño de ovejas.
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Había pasado ya una hora desde aquel desagradable acontecimiento y 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 aún no había podido quitarse el gusto amargo en la boca que le había causado aquel encontronazo. Su compañera le había explicado que aquellas situaciones eran el pan de cada fin de semana y aquello no hizo que se sintiera mejor, si no todo lo contrario. Pensar que tendría que lidiar con gente como aquella cada noche le parecía un suplicio, pero necesitaba el trabajo y no podía rajarse ahora.
Su compañera se había ido hacía unos minutos y 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 había quedado a cargo del cierre de la tienda. Simplemente sacar la basura y cerrar con llave. Repitió los pasos varias veces en su cabeza con miedo de que alguno se le olvidara, por obvios que fueran. Había terminado de hacerle el nudo a la enorme bolsa que contenía todos los desperdicios, apagó todas las luces y salió por la puerta de la trastienda, la cual cerró con llave. Ahora estaba en medio de uno de los callejones de la calle de atrás donde varios cubos de basura se mantenían en hilera. Apenas quedaba sitio para una bolsa más así que 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 tiró de su bolsa para que cayera encima del resto. La montaña de bolsas tembló y se desparramaron en el suelo antes de que pudiera hacer nada.
— ¿Ni siquiera sirves para tirar la basura? Que pena. —
Los músculos de 𝑼𝒏𝒏𝒂𝒎𝒆𝒅 se tensaron y giró hacia el origen de la voz. Y allí estaban. El grupo de cinco la miraba desde las sombras mientras se acercaban hacia ella cada vez más. Las sonrisas en los rostro de ellos les hacía parecer depredadores observando a su próxima presa. La pelirroja bajó la cabeza e ignoró el comentario. Tenía que pasar al lado de ellos para salir de allí así que se armó de valor y comenzó a andar hacia la salida del callejón. Ellos seguían sonriendo y notaba la mirada de cada uno de ellos en su misma frente. Solo unos metros más y los dejaría atrás. Seis, cinco metros. Cuatro metros. Dos metros… Un relámpago de dolor recorrió su cabeza y echó la mano hacia el origen del dolor obligada a cerrar los ojos mientras sentía como su cuero cabelludo gritaba. Intentó soltarse antes de impactar contra el suelo. Su cabeza golpeó con la gravilla y sus ojos se nublaron. Después, el dolor pasó hacia las costillas. Miró hacia arriba y vio como se encontraba rodeada por ellos. Las patadas volaban en todas direcciones, costillas, brazos, piernas… rostro. El sabor a metal inundó su boca y pese a que intentaba gritar, no podía. La bilis subió por su garganta y vomitó ante la patada asentada en la boca del estomago. Sus oídos pitaban mientras escuchaba de fondo las risas y los golpes secos contra su cuerpo. Una lágrima descendió por su rostro antes de perder el conocimiento.  
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