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VA DE BEMBA
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De cosecha propia.
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vadebemba · 4 months ago
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Estaba en la sala de espera, observando a través del reflejo del ventanal cómo la chica de al lado subrayaba en su libreto. Me sobrevinieron las veces que esperaba turno en el médico de cabecera, intentando entender por qué la sala nunca estaba vacía en un pueblo tan pequeño. También recordé el miedo al diagnóstico y lo agradecida que estoy al cirujano que me salvó la vida.
La mayoría estábamos sentadas, formando una hilera junto a la pared. Ese día, llevaba un moño que estiraba mi frente y me arqueaba las cejas. Bajo mi hombro lucía una pegatina con el número 204, a dos turnos de mi primer casting tras cinco años.
Una camioneta frenó frente al cristal. Vibraba al ritmo del hilo musical que irrumpió en la sala. Dos jóvenes cantaban en la parte trasera mientras el conductor esperaba encontrar a alguien con la mirada.
La chica con el número 186, que había estado llorando desde que la observé, se levantó y corrió hacia ellos. Se montó, tratando de disimular su reciente decepción. Me acerqué al ventanal para observar cómo se alejaban. Frotaban cariñosamente la cabeza de aquella joven. Intuí su sonrisa. Cantaban gritando una canción que no supe distinguir.
—Habrá otra oportunidad —me sonreí.
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vadebemba · 4 months ago
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Me volví hacia la nevera y lo dejé en el pasillo con el collar y la correa puestos. Hubiera sido mejor pararme a beber agua y luego ponerle primero el collar y después la correa. No es mi perro, pero mi mujer y yo solemos quitarle la correa cada vez que está en casa. Alguna vez he pensado que podría escaparse por la puerta, bajar las escaleras y salir por el portal sin el collar. Entonces, podría correr y perderse o pasarle cualquier cosa. El collar es una tira de piel sintética con seis ranuras y una chapa en la que aparece el número de teléfono del dueño, que es amigo mío de toda la vida. Cada vez que se va de viaje, me lo deja a mi cargo. Sé que solo en mi casa se le quita el collar y nunca me han dado permiso ni lo he contado, por eso, cuando vuelvo a poner todo en su sitio, me aseguro de enhebrar la hebilla en la tercera ranura.
Acabo de terminar el trago. Bajamos las escaleras y salimos al exterior para dar tres o cuatro vueltas a la manzana. Cada día cambio el paseo, dejándome llevar por los tirones. También le dejo que se pare a olfatear, siempre pendiente de que no coma algo que pueda sentarle mal. Repaso si llevo el móvil y las llaves; por un momento, temí haberlas olvidado. Tampoco importaría porque mi mujer se ha quedado en casa. Espero que no le dé por bajar ahora, cuando ha tenido todo el día para hacerlo. No importa porque tengo el móvil. Si sólo baja un rato no creo que avise. La correa se me enreda, apretando mi mano contra el bolsillo, y ni siquiera intento sacarla. Intento acompasar el movimiento girándome al mismo tiempo para que la correa no acabe estrangulándome por las rodillas, haciéndome caer al suelo. Mi vecino está enfrente. Qué vergüenza. Sonrío para saludar, y él le encasqueta una patada al perro en la cabeza que lo hace revolcarse. Si fuera un coche, daría vuelta y media de campana.
—¡Me ha mordido! —grita.
Ya está. Nos vamos y no pasa nada. No lo he visto, pero seguro le ha mordido el pantalón; un susto que pasará si pido disculpas. ¡Le ha pegado una patada! Me tranquiliza que no iba con el niño y que no le haya mordido a él. No tengo nada en las manos. La correa está a medio metro, y mi vecino está en el suelo con la mandíbula del mastín presionando su brazo, a punto de desgarrarlo. Agarro al animal del cuello y hago palanca. Un coche pasa despacio, y desde dentro nos miran. Tengo el paquete de tabaco en el bolsillo y estoy deseando llegar a casa para fumar; de hecho, fumaría aquí mismo, pero todavía no me puedo ir, supongo que en cuanto se suelte. ¡Vamos, chico, suéltate! Mi amigo me va a matar o tendré que irme de casa. Por lo general, no debería pasar nada; me denunciarán y ya está. A lo mejor la carta llega a mi amigo. Se lo debería contar antes. Van a ver el número del collar o va a llegar la policía antes.
Mi mujer gritaba desde el balcón con tal intensidad que me costaba reconocer su voz. ¿Por qué no baja y ayuda? Podría bajar un rato y yo subir para pensar cómo solucionar esto.
El perro se terminó quitando de encima porque otra persona, que no era ni yo ni mi vecino, levantó al perro a pulso con fuerza, junto con medio cuerpo de mi vecino, que era un hombre corpulento, y estrelló su cabeza repetidamente contra el suelo hasta dejarlo inconsciente. Después, mi vecino golpeó de nuevo al pobre perro al menos una docena de veces en el costado, hasta rematarlo por completo. No fue suficiente, porque mi vecino se levantó y me empujó al suelo. El mismo que había dejado al perro como un trapo se acercó y me preguntó si estaba bien. Todos nos preocupamos más por el perro que por mi vecino, incluso él, que iba a denunciarme tras estar de baja casi un mes después de aquello. El perro se incorporó con miedo, mirándome con el collar y la correa puestos. Todos me pidieron perdón. Mi mujer dio las explicaciones. Mi amigo sigue sin saber que quitábamos la correa al perro cuando estaba en casa. Yo no hice nada, solo giraba un cigarro entre mis dedos hasta que las manchas en mis manos dejaron de estar pegajosas y subí a casa sin sangre.
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vadebemba · 5 years ago
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Eujo.
Extractos de una historia seleccionada para InfamesRP.
Primero: Cabeza.
Eugenio Jones Sánchez nació el 7 de marzo de 1977 en Almería, una ciudad al sur de España. Hijo de Margarita Sánchez y de Alexander Jones, es andaluz de nacimiento pero no conserva su acento. Nació bastante cabezón. Sus padres estaban preocupados cuando le vieron salir. El médico dijo que era algo normal pero que le hiciesen pruebas por si acaso. Para cuando iban a hacerle las pruebas ya habían pasado cuatro meses y su cabeza no había crecido nada así que le hicieron las pruebas teniendo en cuenta que tenía la cabeza demasiado pequeña para su edad. Paradojas de la vida. Por fortuna no fue nada importante. Por desgracia, una semana después la casa de los vecinos de abajo se quemó provocando un incendio en la casa de sus padres. Esto hizo que aunque en un principio pensasen en irse a Los Santos; ciudad natal de su padre, al final se fuesen a Madrid dónde vivía toda su familia materna.
La acogida en la ciudad durante los primeros años en Madrid fueron como cabría esperar. Se habían mudado a Aluche, un barrio humilde y obrero de Madrid. Vivían de alquiler en una zona tranquila aunque conocida por su mala fama. Eugenio tenía una familia normal, un colegio normal, unos amigos normales. Todo iba bien. La única excepción a todo esto era el hecho de que su madre cada mañana antes de ir al colegio le ponía un gorro rojo, después se lo quitaba de nuevo y le peinaba con laca para darle volumen al pelo. Eugenio en ese momento no sabía a qué se debía aquel ritual matutino. Lo descubrió pasado el verano de 1986. Eugenio tenía una cabeza normal. Hasta la fecha ninguno de sus compañeros de clase le había dicho nada al respecto pero al inicio de curso de ese mismo año su madre le volvió a poner aquel gorro. No tenía ningún sentido. Fuera hacían 38º y él ya se consideraba lo suficientemente maduro como para vestirse sólo. Eugenio aquel día se negó a probarse aquel gorro. Su madre logró encajárselo a presión en la cabeza. Casi le estalla. Desde aquel día en adelante Eugenio tenía restringidas sus visitas a la peluquería. Según su madre, Eugenio parecía un bolo al trasluz.
El pelo de Eugenio era recio e intolerante al peine. Cada semana su “afro” iba cogiendo consistencia. Mientras tanto las cosas en casa se iban complicando. Alexander y Margarita se conocieron por casualidad como cualquier pareja en época de guerra. Realmente ella nunca estuvo enamorada de él, pero la necesidad y la dependencia económica hizo que acabasen criando juntos a Eugenio. La relación a estas alturas era fría entre ellos. Eugenio tenía casi diez años y notaba esa distancia en sus padres. Sin lugar a dudas prefería a su padre que a su madre. Su padre era mucho más interesante. Jugaban con un muñeco hecho de alambres al que Alexander llamaba "Miguelito". Para Eugenio, su padre era también como un hermano mayor. Le molestaba cuando en clase decían su nombre completo. "Eugenio Jones Sanchez" sonaba mucho peor que "Eugenio Jones". Ojalá hubiesen nacido en Los Santos y sólo tuviese un apellido, pensaba. Ojalá no tuviese madre.
La preadolescencia fue una montaña rusa. Su pelo oscuro y frondoso como la espuma de un micrófono contrastaba con un cuerpo escuálido y una cara pálida, delicada y ojerosa. En su colegio le llamaban "pelusas" y le tiraban bolitas de papel a los rizos que se le formaban en aquel matojo. Sin embargo no se sentía demasiado preocupado por ese tema. Ni siquiera era el mayor de sus problemas. Eugenio era preocupantemente torpe e inepto. Su madre no hacía más que recordarle que tenía la cabeza pequeña y que era especial. En realidad ya no hacía demasiado caso a su madre. Por desgracia su madre había caído enferma y varios familiares cercanos habían perdido la vida recientemente, todos por parte materna. Había estado odiando a su madre durante años, echándole la culpa de que le insultasen, de aquel pelo asqueroso que había heredado de ella, de su segundo apellido, de todo lo malo. Pero cuando la vio llorar por primera vez todo eso cambió. Fue la noche en la que Miguel, tío de Eugenio y hermano de Margarita, murió de un infarto. Entonces pensó en todas las veces que él y su padre se habían reído de su tío, aquel muñeco con el que jugaban en su infancia y al que su padre había llamado "Miguelito". Una caricatura absurda de su pobre tío. Entendió entonces que la vida expone varias caras y que no debía escuchar ni a los malos ni a los buenos. Aquella noche Eugenio cogió la foto que tenía junto a su madre en la entrada del zoo, cuando aún era un crío. Miró bien la foto, su madre parecía feliz junto a él. Besó aquella foto mientras se le escapaban algunas lágrimas, prometiéndose a sí mismo que jamás la dejaría sola, que no la dejaría llorar. Deseando que siempre fuese feliz, que viviese para siempre. Segundo: Sangre.
A finales del año 2005 conoció a María por internet. Todo empezó con un "Hola" y se fue desarrollando con naturalidad. Euge se había comprado un Nokia con el que se solían hacer llamadas, mensajearse y darse toques a cualquier hora. Eso le hacía sonreír muy a menudo y su madre a veces le miraba de reojo, celosa. De pajearse, beber y drogarse, Euge pasó a fantasear de nuevo con una vida junto a María. La consideraba el amor de su vida. Estaba seguro que podía cuidar de ella igual que hacía de su madre. Estaba predestinado a cuidar de ella y formar una familia. Una noche que podría haber sido una noche cualquiera se convirtió en la semilla del infierno que vendría a continuación. No podía evitar seguir sin ver al amor de su vida, su mirada, su cara, su sonrisa... Así que le pidió una fotografía. María jamás le pidió una fotografía a su "Genio". A él le encantaba ese mote, le resultaba encantador y le halagaba el hecho de que le considerase un genio. Cuando ella le pasó la foto el mundo se le echó encima, pero en el mejor de los sentidos. Ni en el mejor de los casos hubiese sospechado que sus expectativas iban a verse superadas por tanto. Era preciosa, estaba rematadamente enamorado, ahora más que nunca. Acto seguido ella le mando una petición de videollamada por Skype. No podía ser. No podía aceptar esa llamada. Había estado demasiado tiempo descuidándose. Corrió al espejo y se vio aquél pelo de estropajo, su cara demacrada sin afeitar. Se olió el sudor y miró sus manos grasientas. Se acercó al espejo aún más para quitarse los restos de la última raya que había consumido. Entonces volvió a su pc y buscó la foto de un chico al azar y sin pensarlo demasiado lo pasó al chat que tenía con María. La llamada ya había caducado y Genio se excusó en que no podía debido a las horas. No pasó demasiado rato hasta que se despidieron hasta el día siguiente. Genio no pudo dormir. Se tiró comiendo techo toda la noche, pensando en que había mentido al amor de su vida y que jamás podría tenerla porque él no era aquél chico de la foto. Estuvo un buen rato mirándose en el espejo. Cogió la maquinilla de afeitar que conservaba de su padre y empezó a afeitarse el pelo de la barba y siguió con el de la cabeza. Se metió las últimas dos rayas que tenía sobre la mesa y se acostó. Despertó a las cinco de la tarde del día siguiente. Cuando fue a ver cómo estaba su madre, esta estaba en el sillón mirando la tele apagada y llena de heces y orín. Genio fue corriendo a atenderla. Se quedó un rato mirándola con los ojos empañados y la abrazó. Ella también empezó a llorar. Lloraban juntos mientras Margarita tocaba la cabeza pelada de su hijo. Él tabiém se percató. Se percató de que necesitaba ayuda.
A mediados del año 2006 empezó a compaginar sus visitas a Alcohólicos Anónimos con el cuidado de su madre. Había perdido el contacto con María desde aquél día, le daba demasiada vergüenza tener que ser sincero en algún momento con ella y quería centrarse en curarse a él mismo. Ojalá un día pudiese olvidarla, pensaba. Las terapias iban bien por lo general aunque hubiese momentos en los que perdiese las ganas y le apeteciese volver a beber. La droga no le costó demasiado dejarla pero sufrió varios episodios de ansiedad y síndrome de abstinencia muy acusados los primeros días sin consumir alcohol. En el grupo conoció gente noble y gente no tan noble, gente que se dejaba llevar y gente que realmente quería superar el problema. Él no tenía muy claro a qué bando pertenecía y durante esos meses quizá se dejó llevar a ratos. César iba a terapia con él y se podría decir que se parecían demasiado. Las primeras semanas ya eran uña y carne, se contaron toda su vida y aunque Eujo, que así es como le llamaban en el grupo, considerase que César había hecho muchas cosas mal en la vida, le respetaba tal como era. También conoció a Gloria. Eran de la misma edad y para nada parecía que aquella chica hubiese tenido problemas con el alcohol. Estuvieron una semana medio saliendo aunque para Eujo ya no era lo mismo, quizá por que veía las relaciones a corta distancia menos intensas que por internet o quizá porque Gloria no era María. Durante un tiempo Eujo tuvo dudas de si Gloria se merecía mas atención, ya que nunca nadie le había tratado como le estaba tratando ella hasta ahora, sin embargo al poco tiempo se percató de que ella trataba a todos igual. No llegó mucho más lejos aunque siguieron teniendo relación hasta tiempo después.
Habían pasado dos años desde que Eujo iba a terapia. Su relación con César se había intensificado. La mayoría de las veces era sana y otras veces se volvía tóxica. Un día César se presentó en casa de Eujo para hacerle una visita. Estuvieron un buen rato hablando. César estaba bastante extraño aquél día y no paraba de despotricar contra la terapia. Estaba convencido de que todo aquello era una secta y que les estaban lavando el cerebro, que su vida no había hecho nada más que ir a peor. Eujo le dio la razón por evitar el conflicto aunque lo cierto es que su vida sí había mejorado en los últimos años gracias a la terapia. Llevaba limpio bastante tiempo y estaba más o menos satisfecho aunque no era capaz de encontrar un trabajo debido a su falta de estudios y la situación económica que estaba viviendo el mundo en ese momento. Hubo un momento en el que César se levantó y se dirigió al frigorífico de Eujo, que no se movió y se quedó esperando en el salón al lado de su madre. Al poco rato César volvió un poco decepcionado con el hecho de que no hubiese cerveza en el frigorífico. Se sentó en el sofá al lado de Eujo y Margarita y sacó un pollo de coca, echó unos polvos sobre la mesa y empezó a pintarse una raya. Eujo permaneció en shock unos segundos mirando la escena y a su madre, un tanto ajena a lo que allí estaba pasando. La rabia empezó a adueñarse de Eujo, que apretó los puños mientras César se metía la primera raya. Después fue a meterse la segunda cuando Eujo agarró a César del pelo y le empezó a apretar contra la mesa. El turulo fue introduciéndose cada vez más y más debido a la presión. César gritaba. Margarita empezó a gemir de terror. Eujo empezó a gritar palabras sin sentido mientras golpeaba una y otra vez la cabeza de César contra la mesa de madera aún con el turulo dentro de la nariz que borboteaba sangre que caía sobre la pasta roja en la que se había convertido el pollo de coca. Arrastró del pelo a César hasta la puerta y le arrojó de un golpe al suelo. Cerró la puerta y se puso a limpiar el destrozo mientras su madre le miraba aterrada y los gritos de dolor de César se escuchaban en todo el bloque. Eujo se restregó el brazo por su boca para secarse lo que él pensaba que era sudor pero era sangre. Se revisó la cara palpando con las manos por si era suya. Miró sus manos llenas de sangre. Miró en el espejo su cara también llena de sangre y sin dejar de mirarse se relamió el labio superior que le sabía a metal y sangre seca. Aún no le preocupaba haber perdido el control de nuevo pero sí pensó en el miedo que le daría hacerse adicto a aquél sabor. Tercero: @andre_yf45.
El 17 de noviembre de 2018 falleció Margarita, la madre de Eujo. Fue un velatorio y funeral casi desierto al que sólo acudieron Eujo, su padre y por sorpresa también apareció Ana, la hermana menor de Margarita. Aunque la comunicación entre los tres fue nula en todo momento. El año iba a acabar mal pero acabó siendo peor ya que su padre, Alexander, falleció el 12 de diciembre. Eujo entró en estado de shock por la noticia y no pudo gestionar aquel funeral. Todo sucedió de golpe. Alexander murió repentinamente de un infarto, como "Miguelito". Paradojas de la vida. Las autoridades organizaron el velatorio y el entierro debido a la ineptitud de Eujo para gestionar la situación. Ni siquiera Eujo se llegó a dar cuenta de que su padre le había dejado una herencia millonaria que finalmente adquirió la familia de Alexander en Los Santos. Durante aquel duro año Eujo visitaba asiduamente a sus padres, los cuales habían sido enterrados juntos. Las redes sociales le hicieron mantenerse más o menos animado a ratos durante aquella temporada. Había logrado llegar a los cuatrocientos seguidores en su cuenta vegetariana "@vegeujo". Sin embargo el dolor le atormentaba cada vez que tenía que ir a visitar la tumba de sus padres. 2019 fue un año complicado para Eujo. Le costó sobreponerse a la pérdida tanto que nunca fue consciente de que quería llevarles a sus padres a la tumba. A su padre le llevó el muñeco de "Miguelito" para ponerlo sobre su tumba e hizo lo propio en la tumba de su madre con la foto que tenían los dos juntos en el zoo. Aquél día Eujo, sin poder contener la emoción, subió una foto con la tumba de sus padres a la cuenta "@vegeujo". Los pésames se mezclaron con un buen puñado de unfollows que dejó su marcador de seguidores por debajo de los cincuenta. Borró la foto.
Parecía que 2020 estaba siendo un año malo para todo el mundo, pero contra todo pronóstico Eujo consiguió su primer trabajo como repartidor de comida a domicilio. Desde luego un año diferente para todos, incluso para él. Poco a poco Eujo fue superando la pérdida de sus padres. El trabajo le mantenía distraído. Los ratos libres los aprovechaba para actualizar sus redes sociales. Incluso se permitía el lujo de ligar con alguna mujer de la zona por Instragram. Tenía todo bajo control. Por primera vez en su vida se sentía seguro. No le daba miedo caer en el alcohol, ni en la violencia, ni en el amor. Se apuntó a un gimnasio y empezó a hacer de su vida algo que siempre había deseado. Ahí estaba con un trabajo estable y un puñado de seguidores que le daban "me gusta" a todas sus fotos de ensaladas de lechuga y tomate. Le hacían especial ilusión los "me gusta" de "@andre_yf45", una chica con novio que se dedicaba a hacerse fotos por todos los lugares del mundo que visitaba con él. Una noche repasando su perfil, Eujo reparó en un detalle: una foto de 2019 tomada en Los Santos. Eujo bloqueó su móvil y se recostó en la cama. Parece que su mundo interior, el que llevaba callado años, estaba llamando de nuevo a la puerta. Aquellos sueños que tuvo de pequeño, las discusiones con su padre para poder ir a Estados Unidos a construir su futuro, todo lo que aquel niño nunca pudo ser. La ambición y la impulsividad se apoderaron de él aquella noche. Quería aspirar al éxito, al éxito absoluto. No pensó ni un segundo más. Tenía claro que debía empezar de cero. Borró todas sus redes sociales tras dedicarle un "Dile a tu novio que es un pagafantas." a "@andre_yf45". Después se sentó frente al pc y gastó todo el dinero que había ganado como repartidor en el primer billete que había con destino Los Santos.
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vadebemba · 5 years ago
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vadebemba · 5 years ago
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vadebemba · 7 years ago
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Muerte: Descomprimir.
Bajé tan rápido como pude. Tuve suerte. Al menos me dio tiempo a lavarme la cara con uno de esos geles para quitar el acné. No olía a nada en concreto pero me proporcionaba una sensación a limpio tras frotarme con ello un buen rato.
Bajé y allí estaba ella: muerta. Jodidamente muerta.
Silvia y Andrea no habían reaccionado aún.
Sin duda querrían haber salido corriendo pero lo cierto es que bajé rápido, como consciente de que ese maldito ritual de lavarse la cara algún día se convertiría en el ridículo sin sentido que era en ese preciso momento. Demasiado absurdo pensar en eso justo cuando ves a la persona con la que has compartido media vida totalmente inerte en manos de dos mujeres que conoces bastante. De golpe poco. Seguidamente desconocidas. 
Lo supe porque me miraban y eso me incomodó.
Era obvio que ellas no querían estar allí. No por sostener un cadáver con sus manos, sino por tener que darme aliento en un momento en el que yo no quería que hubiese nadie.
La televisión estaba puesta. Siempre me molestaba el hecho de estar preocupado por algo y que no saliese en las noticias. Era cuando me daba cuenta de lo lejana que es la compasión. Pero en ese momento, sin saber por qué, la dejé puesta. Quería respetar el momento, el silencio y dejar morir cualquier decisión que ella hubiese tomado.
Para cuando quise quitarme de encima todo ese bucle de condiciones Silvia ya se dirigía hacia la puerta. Andrea me agarraba del brazo.
-¿Tienes tabaco? - Eso dije.
Ella lloraba, Silvia también. Me di cuenta justo entonces.
Yo no había llegado aún a ese punto, y la verdad que no lo veía cerca. Quizá al acabar el cigarro, más tranquilo, acabaría esa negación.
Silvia me ofreció fuego. Lo encendí rápido y empecé a andar por nuestra casa hasta que dejase de ser nuestra.
Se llamaba Lidia.
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vadebemba · 7 years ago
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Muerte: YouTube.
-Un día estaba preparando un artículo. Bueno, cada martes debía preparar un artículo. Así que lo que hacía era poner un montón de fotos sobre la mesa. Fotos de todo tipo. Política, deporte, gatitos, famosos, paisajes y demás. Siempre era así.
Un día entre todas esas fotos hubo una que me llamó especialmente la atención. Era una chica joven, muy joven. Su sonrisa. No sé, tenía algo, ¿sabes?
Entonces leí la noticia. ¿Alguna vez te has enamorado a primera vista? Me enamoré. Quiero decir: antes de mirar la foto, me enamoré. Es algo que me ha pasado más veces, me enamoro fácilmente; es un defecto. Lo que nunca me había pasado es lo que pasó después.
-¿Qué pasó?
-Leí el articulo. La chica había fallecido en un accidente de tráfico unos días antes. Tenía 20 años. No sé explicarlo. No sé. Es como si la hubiese conocido y me hubiese despedido de ella en ese mismo instante. El amor de mi vida había muerto en un accidente de tráfico antes de conocerla. En ese momento lo pensaba así. Estaba seguro.
Bueno. La chica cantaba .Tenía un montón de vídeos en su cuenta. Los busqué en cuanto me enteré de que hacía versiones de otras canciones. Fue entonces cuando empecé a escribir. La inspiración me vino de golpe y me puse a escribir y a escribir. A escribir sin parar, llorando y pensando en ella. Pensando en lo que me hubiese gustado pasar con ella. Pero no hablaba de nosotros, hablaba sólo de ella.
-¿Y por eso estás aquí?
-Terminé de escribir y me acosté. Al despertar sólo quería leer lo que había escrito la noche anterior. Recuerdo algunas frases: “Los 20 años no son edad para morir, son la edad de correr por la playa, de no pensar, de hacer lo que quieras, de amar y ser amado, de creer que todo es posible y soñar. Soñar y seguir soñando aunque no sea posible. Pero ella ya no puede”.
-La vida es injusta.
-La vida es una mierda. Yo entonces tenía 26 años y no había vivido nada de eso. Nada de lo que yo mismo había escrito. No había tenido esos veinte años. No había vivido esa edad. Ella tampoco.
-¿Cómo se llamaba?
-Paula. Ella vivía aquí. En esta calle. Así que supongo que sabes de quién te hablo.
-Lo siento. No tenía ni idea, en serio.
-No importa.
-¿La echas de menos?
-No exactamente.
-¿Entonces?
-No sé, quiero conocer a su familia. Verles y darles un abrazo.
-¿Por qué quieres hacer eso?
-No lo sé.
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vadebemba · 7 years ago
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Muerte: Familia.
El cenicero llevaba abierto todo el viaje. Lo dejé así nada más montarme y se me había olvidado hasta ahora la posibilidad de fumarme un buen cigarro con la música a todo volumen. Lo cierto es que llevaba callado y pensativo todo el camino. El brazo me dolía cada vez más y necesitaba llegar lo antes posible al hospital. Frené en seco.
Pensé que la nube de polvo se había disipado cuando salí del coche pero una bocanada de aire y arenilla me saludaron nada más bajar. Hacía un calor infernal. Busqué en la guantera mis gafas de Sol. La herida de mi brazo estaba mugrienta y morada. Saqué también un paño para limpiarla un poco. No sé en que momento se torcieron las cosas.
Me senté sobre el capó del coche e intenté relajarme. Desde lejos debía parecer un chico interesante y atractivo, sudado y apoyado sobre su coche polvoriento tras un mal día. Respirando, pensando mal. No estaba pensando, es más, no me gusta llevar gafas de Sol.
Tiré el cigarro al suelo y abrí la puerta. Puse mi brazo entre medias y me lo machaqué con la puerta, una y otra vez hasta que dejó de dolerme. Tiré las gafas en el asiento de copiloto y me puse a conducir de nuevo dirección a urgencias. Desde lejos debía parecer un chulo conduciendo a toda velocidad y dando volantazos con una sola mano.
No tardé mucho en llegar, atajando desde el camino del pueblo hasta la autovía que conectaba con la ciudad. Treintaicinco kilometros. Veinte minutos en los que sólo escuchaba el sonido martilleante del aire acondicionado. Mi coche es una tartana.
En la sala de espera había un niño zampándose un sandwich de Nutella a dos manos, le delataban sus carrillos manchados. Entonces deduje que ya debía ser la hora de merendar. Se me haría de noche antes de salir de allí. No intenté pensar en nada más, pero el sentimiento de soledad ganaba por mucho al dolor de mi brazo. El niño se fue como casi el resto de la gente que estaban allí cuando llegué, aunque el número de personas era prácticamente el mismo. Es curioso que la oferta y demanda de pacientes se mantenga tan estable, como si hubiesemos dosificado nuestras enfermedades y accidentes sin conocernos de nada.
Esa reflexión me llevó a perder el tiempo pensando en el tráfico en horas puntas, en la estadística y en intentar recordar un puñado de ecuaciones complejas que aprendí en mi etapa universitaria, pero en mi cabeza no había ni rastro de lo que había sucedido apenas unas horas atrás.
-¿Te lo has roto? - Irrumpió una voz preocupada.
Era la voz de una mujer bastante canosa que estaba sentada detrás de mí. Parecía cansada y asustada, dado el contexto era obvio que estaría dolorida aunque no lo noté a simple vista. La ignoré y volvió a darse la vuelta bastante decepcionada por mi falta de educación.
Sé que si hablase con un psicólogo ahora mismo cuestionaría mis acciones para preguntarme el por qué de cada una de ellas, trazaría un perfil sobre mi conducta para ayudarme a mejorar, pero eso me llevaría a otro tipo de conductas; como cuestionarme qué le lleva a una mujer enferma a preocuparse por la salud de un desconocido.
-Perdone – dije dándome media vuelta.
-Sí, dime – contestó descompuesta.
-¿Le daría asco lamer el cristal de la mesa de mi salón si estuviese limpia?
Su voz inmediatamente emitió un tono que sonaba como sonarían un montón de puntos suspensivos con letras al azar entre medias.
-Sí, es una guarrería.
Supuse de inmediato que ella estaba imaginando algún tipo de juego sexual y obviamente tenía razón. Sugestión.
-Entonces es que no confía en mí – respondí con media sonrisa. – Podría limpiarlo sólo con agua, no notaría el sabor a Cristasol.
Aquella pobre mujer debió arrepentirse de haberme dirigido la palabra y eso me tranquilizó bastante. No estaba dispuesto a que nadie me salvase de aquella situación.
Me levanté intentando escapar de aquello y salí a fumar. No debería quedar mucho para que me llamasen. Ahora sí empezaba a dolerme de verdad. Efectivamente el brazo estaba roto. La herida no era tan profunda como pensé en un principio, al menos ya no sangraba. El brazo estaba hinchado desde la muñeca al codo y cada vez el morado era más intenso. Probé a tocármelo y estuve a punto de soltar un grito. Sólo me retorcí un poco. Volví a tocarmelo. Empecé a llorar y seguí apretando hasta que se hizo insoportable. Fui desvaneciendome en el suelo hasta acabar hecho un trapo. Quise llorar de dolor pero empecé a llorar de impotencia y tristeza, y cuando empecé a llorar de esa forma no quería que acabase esa sensación. Era una necesidad.
Hubiese deseado que el mundo se acabase pero no iba a pasar. Recordé la primera vez que sentí que eso era posible. Fue en un ascensor. Estaba trabajando, mi vida era tranquila y por todo lo demás podía considerarme una persona feliz. Como cada día, me disponía a subir a la planta cuatro del edificio dónde trabajaba como administrativo a jornada completa. En aquella ocasión iba yo solo en el ascensor y subí hasta aquella planta con normalidad. Estuve delante de la puerta esperando a que esta se abriese durante unos segundos pero eso nunca ocurrió. El indicador pasó de mostrar aquella planta a dibujarse en dos rayas horizontales. La nada.
Entonces aquel trasto empezó a bajar más rápido de lo normal. Sentí la aceleración a través del calambreo de mis pies. No sé cuantos segundos estuve bajando, probablemente llegó al medio minuto. Mucho más de lo que yo recordaba que se tardaba en bajar las cuatro plantas de golpe. Ese fué el preciso momento. Yo en una caja negra venciendo las leyes de la física sin saber a qué dimensión me llevaría aquel ascensor. Tan sólo llegué hasta el sótano y volví a intentar subir a mi planta. Esta vez no hubo problemas, sólo la sensación de no saber si estaba subiendo o seguía bajando. Sugestión.
Un par de manos me agarraron casi a la vez. Era un enfermero y la mujer de pelo canoso. Ella iba acompañada de un hombre unos quince años mayor que ella y de aspecto saludable. Recuerdo que me dió dos palmadas en la espalda justo antes de entrar por la puerta trasera de urgencias, por las que entran las ambulancias y los pacientes malheridos como yo.
Lo primero que me preguntaron nada más entrar fue si tenía familia. Así que les di el número de casa para que llamasen a mi mujer. La pareja de señores aguardó amablemente hasta que terminasen de curarme y ponerme la escayola. Las bromas sobre caidas y accidentes se sucedían si el silencio se prolongaba. Deseaba que me preguntasen si me hice yo aquello. Que se fijasen en la puta raja de mi brazo. Quería contarlo todo, desahogarme e irme a casa a dormir con mi familia. Pero nada de eso pasó.
Llevaba diez horas fuera de casa. Me extrañaba que la policia no estuviera buscándome. Que nadie hubiese llamado al hospital para saber de mí. Eso sí me preocupó. Para mí ahora ellos eran los desaparecidos.
Por primera vez en todo el día sentí ansiedad. Pregunté una y otra vez al médico si sabían algo de mi mujer hasta que tuve respuesta. Al parecer mi mujer estaba con mis dos hijos en casa, todo estaba como siempre, correcto. Le contaron lo que yo les conté, que me había caido sobre mi brazo al salir del coche y tropezar. Pero obviamente nadie sabía la verdad.
Esa mañana desperté dispuesto a matarme. Estaba extremadamente convencido y no tenía motivos para estarlo. Estaba igual de vacío que cuando estaba solo pero cuando estaba solo pensaba que esa sensación cambiaría al tener una familia, que la rutina absorbería la preocupación. Así fué durante años hasta aquel día.
Salí de casa con la idea romántica y egoista de morir. Cogí el coche, me fui al pueblo de al lado, me senté en un banco y esperé a que pasase el suficiente tiempo para que mi ausencia en el trabajo fuese irreversible. No pretendía ninguna excusa para echarme atrás y en ningún momento sentí que fuese a arrepentirme de mi decisión. Estuve un buen tiempo con los cascos puestos ignorando cualquier señal que pudiese hacerme cambiar de opinión, muriendo de tristeza. Al rato empecé a andar y quise tener un detalle con mi familia así que entré en una tienda de tatuajes para tatuarme mi último mensaje. Un absurdo gesto de amor, el cual también tenía muy claro en ese momento.
Quería tatuarme el nombre de cada uno de ellos con una caligrafía perfectamente legible, sin adornos. Tampoco me importaba mucho como luciese, así que di unas instrucciones muy básicas al chico que iba a encargarse del asunto. Sentí un pequeño dolor en el brazo cuando la aguja empezó a dibujar pero rápidamente se transformó en un calor desagradable. Ya no había retorno.
Cerré los ojos apenas un minuto y dejé de pensar. De fondo sonaba una música de percusión infernal, apenas pude diferenciar el género músical. Era una bazofia.
Iba a reincorporarme de mala hostia hasta que sentí un pinchazo, lo que me hizo levantarme de golpe y de muy mala hostia.
Empujé al chaval contra el suelo y le di un par de patadas en la boca. Me arrepentí de inmediato.
Miré mi brazo. Podía diferenciar una 'O' una pequeña línea difusa. Lo primero que pensé fue en proponerle al tatuador que me retocase el tatuaje, pero creo que sus balbuceos ensangrentados estaban dirigiendose a mí o a mi madre así que salí de allí a toda prisa. Fui al coche y me desgarré aquel feo estampado con lo primero que pillé en la caja de herramientas. Esa era la historia que necesitaba contar y a la que nadie dio pie.
Al fin salimos del hospital y la pareja de ancianos seguía allí conmigo. Ahora me arrepiento de no haberles preguntado por qué motivo habían acabado en urgencias. Supongo que no lo hice porque les vi bastante enteros, bastante más que yo. Como había previsto, se nos hizo de noche. Yo tenía el coche cerca y como ellos vivían en la ciudad me ofrecí a acercarles a su casa. No había caído en mi brazo maltrecho. Al final decidí dejar allí el coche e ir a casa en autobús.
Estuve un buen rato caminando con ellos. En los momentos que no hablábamos me venía a la cabeza la imagen de mi padre, al que sólo vi una vez en un parque. Recuerdo su sonrisa cuando se acercó a mí diciendo mi nombre y cómo cambió su cara al darse cuenta de que yo no le reconocía.
No me siento culpable, estoy seguro de que él no me reconocería si me viese ahora mismo, pero lo cierto es que le echo de menos. El brazo aún me dolía. La escayola cumplía su función. Hasta que pasasen unos meses y pudiese prescindir de ella no iba a ser consciente de aquella herida, ni de la posible cicatriz, ni de si supe deshacerme bien de aquel tatuaje. Las calles del centro estaban vacías y nosotros andábamos despacio. Me paré a pensar en por qué sólo había cuatro plantas en aquellos bloques de edificios y deduje que era la única forma de escuchar si te gritan desde abajo. También pensé que desde arriba, a lo lejos, deberíamos parecer una familia.
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vadebemba · 12 years ago
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vadebemba · 12 years ago
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LA MATRIOSKA.
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vadebemba · 12 years ago
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FORZÓ LA PUERTA.
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vadebemba · 12 years ago
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QUE TE FOLLE UN PEZ ESPADA.
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vadebemba · 12 years ago
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Elvis sigue vivo, es Vilvaldi muerto.
LOS ZOMBIES NO EXISTEN.
SE REENCARNÓ EN UN MUERTO.
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vadebemba · 12 years ago
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Sexo: Sandy.
Con delicadeza, casi con mucho cuidado, separo los cupones de descuento, entrego uno y aguardo distante. Oferta descuento, menú más Sandy en Burger King.
-¿Para tomar aquí o para llevar?- me pregunta el gorras.
-Lo tomo aquí.
-Vamos a cerrar en cinco minutos.
-Ah, pues para llevar entonces.
Un Sandy, para que os hagáis una idea, es uno de esos helados que te los rellenan como si fuese un Fresissuis del Badulaque de Apu, pero sin palique.
Iban a cerrar en cinco minutos pero, siendo generoso, cerraron en cuatro. Tuvo que venir un vigilante a abrirme la puerta. Le di las gracias y él asintió con la cabeza. Al menos no dijo “de nada”.
Me sitúo en la fuente de Sol buscando el punto más ciego dentro de mi panorámica para no ser observado por yonquis, mujeres embarazadas, turcos o algún gourmet de las burguers. Examino la bolsa: Big King, tres bolsas de ketchup, pajita, Pepsi mediana, patatas templadas y el Sandy. Abro el Sandy, lo miro y reculo. Vale, me falta una cuchara. Examino la bolsa. Lo vuelvo a hacer. Nada, no hay cuchara.
Rápidamente comprendí que no fue un despiste del gorras, que no fueron las prisas, simplemente la oferta no incluía la cuchara. A tomar por culo, como un Fresissuis pero sin palito.
Así estoy, pensando en que el Burger ha cerrado y no voy a poder comerme el helado a no ser que rebañe con el dedo. Rebañar un helado con el dedo en un lugar público, sin sitio al que escapar, sin frío que aportar al Sandy ante una huída.
Me sentía tan ansioso como estafado.
Mi vergüenza es respeto a la vergüenza ajena. Podría probar tímidamente a meter dos dedos dentro del mejunje y lo hago casi a la vez que descarto la idea de volver a repetirlo, después me chupo los dedos mientras apunto con mi coronilla al horizonte. Por suerte no he comido nada en un día entero y tengo el suficiente hambre como para convertirlo en inspiración.
Rompo la tapa que cubre el Sandy en cuatro cuartos y con uno de ellos rebaño el helado, desde lejos nadie va a notar la diferencia. Con mucho cuidado me lo meto en la boca sin rasgarme las comisuras, sin sangre, todo está bien. Siento como si estuviese rebañando un coño con sus respectivas bragas y eso me gusta. Rebañar con la cubierta del producto, comerse un coño introduciendo las bragas hasta la humedad.
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vadebemba · 12 years ago
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Manual para invocar OVNIs.
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vadebemba · 12 years ago
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IBA BIEN DE TRAYECTORIA.
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NO ES UNA FOTO, ES EN DIRECTO.
Mucho apoyo a los familiares.
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vadebemba · 12 years ago
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Un avión intenta aterrizar sobre otro avión y acaba violándolo.
FOLLAR EN VOLANDAS,
FOLLAR EN MULETAS.
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