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Un Paseo Neoyorquino: Entre Hot Dogs, Ramones y Conexiones Globales

Una mañana espléndida en Brooklyn, perfecta para pasear, me impulsó a tomar el metro directo al centro de Manhattan. Tras un largo viaje, emerg�� en Central Park, donde un hot dog con mostaza y una Coca-Cola se convirtieron en mi desayuno neoyorquino por excelencia. Llevaba conmigo todo mi arsenal: móvil, iPod, cámara, pasaporte y un puñado de dólares, listo para la aventura.

Comencé a caminar sin rumbo fijo, sabiendo que cada detalle en esta ciudad es una experiencia en sí misma. Recorría grandes avenidas repletas de gente, con los Ramones sonando en mis auriculares y el anuncio de conciertos de The Libertines vibrando en el ambiente. Con mis zapatillas nuevas me sentía en el lugar indicado. Observaba a las estilosas neoyorquinas, maravillado por la belleza y diversidad cultural que converge en esta capital mundial. Hacía fotos de los edificios, la mayoría de dudosa calidad, pero cada imagen capturaba un momento.

Calles con Aroma a Hierba y Recuerdo Cinematográfico

Callejeando y agudizando los sentidos, me di cuenta de un detalle sorprendente: un inconfundible aroma a hierba flotaba en casi todos los callejones. Pensé que quizás este era el gran cambio de una ciudad tan turística y amable, pero a la vez pacífica, limpia y educada, incluso con un gusto exquisito por las flores.

Seguí andando durante horas, haciendo paradas ocasionales en las terrazas de las plazas para disfrutar de un capuchino y un buen cigarrillo americano. Era como estar dentro de una película; cada calle, edificio, puente y parque me traía a la memoria escenas cinematográficas. Este viaje por la ciudad de las luces me transportó a mi pueblo y me emocioné al recordar a las amigas con las que he visto tan buenas pelis.

El Vínculo Inesperado con la Tecnología Global

Mi deambular me llevó a toparme con un edificio conocido, sin entrar en detalles, ya sabía que allí se estaba moviendo toda la tecnología mundial. Me quedé parado unos minutos en ese lugar tan concurrido, agradecido de no escuchar a la típica "vieja de Madrid" protestando por el turista que estorba.

Mientras pensaba qué hacer, me acerqué a un hombre y le pedí que me tomara una foto. Él sonrió y accedió amablemente. Cuando terminó, se acercó a mí y me dijo: "¿You? ¿Game Development? ¡Stay Here!". No recuerdo más de esa conversación, pero desde ese instante, mi vínculo con Nueva York se hizo permanente. Ahora me siento conectado sin límites físicos a millones de personas, y lo mejor de todo, teniendo ideas sin parar.

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Cuando me hago demonio

Es en ese preciso instante cuando cojo el móvil. Empiezo a mirar las cartas de los diferentes restaurantes de Órgiva para elegir dónde cenar. Tras un rápido vistazo, me decanto por un italiano. Pido un entrante de ensalada con queso de cabra, seguido de una lasaña de ternera gratinada al horno y de tercero, una pizza mediterránea bien aliñada con aceite. Después del atracón, un buen flan de huevo casero no puede faltar antes de un capuchino y el correspondiente chupito. Es entonces cuando caigo en la cuenta de que ya me he bebido tres jarras de cerveza artesanal.

Con la barriga llena, voy andando al pub de moda mientras pienso si estarán las chicas para echar unas risas. Comienzo la noche con cinco gin-tonics y un meteorito mientras me desabrocho los botones de mi camisa vaquera americana a juego con las zapatillas de lona. En ese preciso momento, vi entrar por la puerta a la chica de mis sueños y ahí supe que la noche acababa de empezar.

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La música a dos pantallas.

Cuando estoy en el punto, enciendo el portátil que reposa en el escritorio y está conectado a unos excelentes altavoces Hi-Fi, así puedo ver las novedades en mi plataforma de streaming favorita que aparecen entremezcladas con mis discos de rock clásicos más escuchados. Después de seleccionar un álbum y comenzar la reproducción, me siento plácidamente en mi sofá Chester de cuero marrón para degustar un vaso de café importado de México. Busco un cigarrillo y comienzo el ritual con el encendedor metálico, no sin antes desabrochar un botón de mi camisa denim americana. En ese momento, me doy cuenta de que no hacen falta tonterías de barbas, tatuajes ni peinados, ni ponerse cosas ya que todo reside en el buen gusto. Entonces, desbloqueo el móvil para acceder a una de las miles de páginas con las letras de toda la historia de la música y así seguir sintiendo y aprendiendo en varios idiomas con esas maravillosas palabras que al estar mezcladas con sonidos superan cualquier experiencia.

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