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2istoliver · 8 months
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Conferencia violencia y migración
Hola a todxs, les hacemos llegar el flyer con la información de la próxima conferencia MiPRes de Cecilia Menjívar (UCLA) sobre "El continuum de violencias en la vida de migrantes centroamericanas en busca de asilo en Estados Unidos".
Fecha: 3 de noviembre de 2023
Hora: 15:00 (Argentina), 19:00 (Madrid). Agradecemos nos ayuden a difundir.
Unirse a la reunión Zoom: https://us06web.zoom.us/j/85828009955?pwd=SEpwbVJzNFUyWk9sNVhqYlUvYTZKQT09 ID de reunión: 858 2800 9955 Código de acceso: 220694   Cecilia Menjívar tiene un Ph.D. y un M.A. en Sociología por la Universidad de California, Davis; además de un M.S. en Educación internacional y un B.A. en Psicología y Sociología por la Universidad del Sur de California. Actualmente es profesora de Sociología en la UCLA, donde está al frente de la Cátedra Dorothy L. Meier sobre Equidad Social. Ha sido presidenta de la *American Sociological Association*. Sus intereses de investigación son migración, género, desigualdades, burocracias, regímenes legales y violencias —entre otros— en contextos de Centroamérica y Estados Unidos. Recientemente, ha sido editora de los libros: “*Undocumented and Unaccompanied: Children of Migration in the European Union and the United States” *(junto con Krista Perreira)*,* publicado en 2022 por Routledge; y “*The Oxford Handbook of Immigration Crises” *(junto con Marie Ruiz e Immanuel Ness), publicado en 2019 por Oxford University Press.    Abrazos!!
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2istoliver · 1 year
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Los antropólogos que desmontaron “la ficción poética y peligrosa” del racismo
Muchas de las ideas que hoy damos por descontadas sobre raza, sexo y género provienen del trabajo de un grupo de antropólogos reunidos en EEUU en torno a un emigrante alemán, Franz Boas
[Texto extraído de la sección Ideas de El País]
Por  CHARLES KING
Gran parte de lo que hoy consideramos una forma moderna y abierta de ver el mundo —la identidad multirracial como algo normal, el género más allá de lo binario, las numerosas variantes de la sexualidad humana, el hecho de que las normas sociales influyan en nuestro sentido del bien y del mal— no es una cuestión moral ni de opinión. Esta visión del mundo es consecuencia de una serie de descubrimientos científicos llevados a cabo por un pequeño grupo de investigadores a contracorriente que se propusieron demostrar la unidad esencial de la humanidad. Y el resultado no fue la transformación de nuestra idea del bien y del mal, sino un cambio fundamental de nuestra concepción del sentido común.
En el centro de este grupo estuvo un contestatario profesor norteamericano llamado Franz Boas. Con el pelo alborotado y un acento muy marcado, Papa Franz, como le llamaban sus alumnos, era la viva imagen del científico loco. Había llegado a Estados Unidos procedente de Alemania en la década de 1880, después de pasar más de un año haciendo trabajo de campo como aficionado en el Ártico canadiense. Su propósito era conseguir trabajo como geógrafo o explorador profesional, quizá en la Smithsonian Institution. Pero la mayoría de sus solicitudes de empleo se encontraron con el rechazo. Cuando el siglo estaba a punto de terminar, consiguió, por fin, una plaza de profesor de Antropología en la institución que iba a ser su casa, la Universidad de Columbia.
En 1911 Boas concluyó un importante estudio en el que examinaba las consecuencias de la inmigración en la población de Estados Unidos. Después de tomar las medidas físicas de miles de neoyorquinos, Boas llegó a la conclusión de que “la capacidad de adaptación del inmigrante parece ser mucho mayor de lo que podíamos atrevernos a suponer antes de comenzar nuestras investigaciones”. Los “tipos” naturales en los que se solía clasificar a las personas —por ejemplo, sus razas o grupos étnicos— eran intrínsecamente inestables. Los niños nacidos en EE UU tenían más cosas en común con otros niños también nacidos en EE UU que con el grupo nacional al que pertenecían sus padres. Boas llegó a la conclusión de que, si unas categorías sociales básicas como la raza y la etnia podían cambiar solo con irse a vivir a otro país, entonces no podían utilizarse para explicar diferencias supuestamente permanentes de inteligencia, criminalidad u otros rasgos.
Durante las tres décadas siguientes, Boas repitió sus conclusiones siempre que pudo. La idea de que una característica, ya fuera positiva o negativa, era inherente a una raza concreta constituía, “en el mejor de los casos, una ficción poética y peligrosa”, dijo en una conferencia de eugenistas en 1937. Cuando los nazis se adueñaron de las instituciones educativas alemanas, el centro en el que se había doctorado le retiró el título. Las bibliotecas alemanas retiraron sus obras y las quemaron junto a las de Marx y Freud.
Boas vivió para ver cómo triunfaba por completo el racismo científico en su patria de origen y cómo se reivindicaban sus propias ideas en su nueva patria. Murió en 1942, durante un almuerzo en el club de profesores de Columbia. The New York Times escribió que a partir de ese momento era responsabilidad de sus alumnos proseguir “la esclarecedora labor en la que él fue un audaz pionero”.
De ese grupo de alumnos saldrían algunas de las mayores figuras intelectuales del siglo XX: Margaret Mead, una de las grandes y más conocidas científicas de Estados Unidos, que separó los conceptos de sexo y género; Ruth Benedict, cuyas investigaciones sobre la cultura japonesa ayudaron a diseñar la ocupación de posguerra; Zora Neale Hurston, la escritora del Renacimiento de Harlem cuyos estudios etnográficos con Boas influyeron directamente en su clásica novela Sus ojos miraban a Dios, y otras figuras académicas que crearon algunos de los departamentos de antropología más importantes del mundo, como Yale, Chicago y Berkeley.
Los alumnos de Boas viajaron por todo el mundo —Mead, a Samoa y Papúa Nueva Guinea; Hurston, a la costa del Golfo y el Caribe; otros, incluso más lejos— para demostrar una tesis fundamental. Creían que la ciencia humana más profunda no era la que nos enseñaba lo que era inmutable en su naturaleza, sino la que revelaba las enormes diferencias de las sociedades humanas, el variado vocabulario del decoro, las costumbres y la idea del bien. Nuestras tradiciones más preciadas, insistían, no son más que una pequeña fracción de los numerosos métodos que han creado los humanos para resolver problemas básicos, desde cómo ordenar la sociedad hasta cómo marcar el paso de la niñez a la edad adulta.
Llamaron relativismo cultural a esa teoría esencial a la que, desde hace casi un siglo, sus detractores han acusado de todo, desde justificar la inmoralidad hasta fomentar la disparatada idea de que quizá EE UU no sea el mejor país de la historia. Pero su mensaje fundamental era que para vivir de manera inteligente en el mundo debemos aplazar nuestra opinión sobre otras formas de ver la realidad social hasta que las comprendamos de verdad.
El relativismo cultural era una teoría sobre la sociedad humana, pero también un manual de instrucciones para la vida. Su intención era azuzar nuestra sensibilidad moral, no extinguirla. Boas pensaba que es muy posible que exista un código moral universal, pero ninguna sociedad —ni siquiera la nuestra— puede conocer con seguridad su contenido. “La cortesía, la modestia, los buenos modales y el cumplimiento de unas normas éticas concretas son universales”, escribió Boas en una ocasión, “pero lo que no es universal es qué constituye cortesía, modestia, buenos modales y normas éticas”. El progreso moral, si es que existe, reside en nuestra capacidad de construir una visión cada vez más amplia de la propia humanidad.
Estos son la conclusión científica y el talante moral que Boas y sus alumnos querían dar a conocer al mundo. Que averigüemos qué comportamiento es el que nuestra sociedad considera mejor y lo practiquemos con el destinatario más impensable de nuestra buena voluntad. Que nos esforcemos por apartarnos de toda teoría que fomente la idea de que somos especiales. Que prestemos menos atención a las normas de comportamiento correcto —­come esto, no toques aquello, cásate con aquel— y más al círculo de humanidad para el que creemos que tienen valor esas normas.
“No hay evolución de las ideas morales”, escribió Boas en 1928. Lo único que cambia es a qué personas creemos que debemos tratar como seres humanos plenos, dignos y determinados. Si ahora es normal que una pareja gay se dé un beso de despedida en el aeropuerto, que un estudiante universitario lea el Bhagavad Gita en una clase sobre grandes libros, que se rechace el racismo por considerarlo un rasgo de decadencia moral y una estupidez evidente; si todas estas cosas no son novedades, sino la forma normal de organizar una sociedad, debemos agradecérselo a las ideas defendidas por el círculo de Boas. El hecho de que aún nos quede trabajo por hacer, la continua lucha que supone vivir en una sociedad y al mismo tiempo ser críticos con ella, era precisamente la tesis que querían transmitir.
Este es un ensayo escrito por Charles King (Arkansas, 1967), profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown, adaptado a partir de un capítulo de su reciente libro Escuela de rebeledes. Cómo un grupo de espíritus libres revolucionó las ideas de raza, sexo y género, editado por Taurus.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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2istoliver · 3 years
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The Era of Misinformation Is Here To Stay
[Article extrated from THE INTERPRETER - THE NEW YORK TIMES]
By Max Fisher & Amanda Taub
This week alone, there’s a decent chance you’ve had at least one of these rumors, all false, relayed to you as fact: that President Biden plans to force Americans to eat less meat, that Virginia is eliminating advanced math in schools as part of a scheme to advance racial equality, and that border officials have been mass-purchasing copies of Vice President Kamala Harris’s book to hand out to refugee children.
All were amplified by partisan actors. But you’re just as likely, if not more so, to have heard it relayed from someone you know. And you may have noticed that these cycles of falsehood-fueled outrage keep recurring.
We are in an era of endemic misinformation — and outright disinformation. Plenty of bad actors are helping the trend along. But the real drivers, some experts believe, are social and psychological forces that make people prone to sharing and believing misinformation in the first place — and those forces are only on the rise.
“Why are misperceptions about contentious issues in politics and science seemingly so persistent and difficult to correct?” Brendan Nyhan, a Dartmouth College political scientist, poses in a new paper in the Proceedings of the National Academy of Sciences.
It’s not for want of good information, which is ubiquitous. Exposure to good information does not reliably instill accurate beliefs anyway. Rather, Dr. Nyhan writes, a growing body of evidence suggests that the ultimate culprits are “cognitive and memory limitations, directional motivations to defend or support some group identity or existing belief, and messages from other people and political elites.”
Put more simply, people become more prone to misinformation when three things happen. First, and perhaps most important, when conditions in society make people feel a greater need for what social scientists call ingrouping: a belief that their social identity is a source of strength and superiority, and that other groups can be blamed for their problems.
As much as we like to think of ourselves as rational beings who put truth-seeking above all else, we are social animals wired for survival. In times of perceived conflict or social change, we seek security in groups. And that makes us eager to consume information, true or not, that lets us see the world as a conflict putting our righteous ingroup against a nefarious outgroup.
This need can emerge especially out of a sense of social destabilization. As a result, misinformation is often prevalent among communities that feel destabilized by unwanted change or, in the case of some minorities, powerless in the face of dominant forces.
If you are, say, a conservative American who feels a sense of lost control amid the pandemic and Mr. Trump’s election loss, then misinformation reframing it all as a grand conflict between patriotic true Americans and scheming social justice warriors can feel enormously reassuring.
It’s why perhaps the greatest culprit of our era of misinformation may be, more than any one particular misinformer, the era-defining rise in social polarization.
“At the mass level, greater partisan divisions in social identity are generating intense hostility toward opposition partisans,” which has “seemingly increased the political system’s vulnerability to partisan misinformation,” Dr. Nyhan wrote in an earlier paper.
Growing hostility between the two halves of America feeds social distrust, which makes people more prone to rumor and falsehood. It also makes people cling much more tightly to their partisan identities. And once our brains switch into “identity-based conflict” mode, we become desperately hungry for information that will affirm that sense of us versus them, and much less concerned about things like truth or accuracy.
(In an email, Dr. Nyhan stressed that it can be methodologically difficult to nail down the precise relationship between the overall level of polarization in society and the overall level of misinformation, but that there is abundant evidence that an individual with more polarized views becomes more prone to believing falsehoods.)
The second driver of our misinformation era is also upgraded by polarization: high-profile political figures who encourage their followers to go ahead and indulge their desire for identity-affirming misinformation. After all, an atmosphere of all-out political conflict often benefits those leaders, at least in the short term, by rallying people behind them.
And then there is the third factor: a shift to social media, which is a powerful outlet for composers of disinformation, a pervasive vector for misinformation itself, and a multiplier of the other risk factors.
“Media has changed, the environment has changed, and that has a potentially big impact on our natural behavior,” William J. Brady, a Yale University social psychologist, said.
“When you post things, you’re highly aware of the feedback that you get, the social feedback in terms of likes and shares,” Dr. Brady said. So when misinformation appeals to social impulses more than the truth does, it gets more attention online, which means people feel rewarded and encouraged for spreading it.
“Depending on the platform, especially, humans are very sensitive to social reward,” he said. Research demonstrates that people who get positive feedback for posting inflammatory or false statements become much likelier to do so again in the future. “You are affected by that.”
In 2016, the media scholars Jieun Shin and Kjerstin Thorson analyzed a data set of 300 million tweets from the 2012 election. Twitter users, they found, “selectively share fact-checking messages that cheerlead their own candidate and denigrate the opposing party’s candidate.” And when users encountered a fact-check that revealed their candidate had gotten something wrong, their response wasn’t to get mad at the politician for lying to them. It was to attack the fact checkers.
“We have found that Twitter users tend to retweet to show approval, argue, gain attention and entertain,” researcher Jon-Patrick Allem wrote last year, summarizing a study he’d co-authored. “Truthfulness of a post or accuracy of a claim was not an identified motivation for retweeting.”
In another study, published last month in Nature, a team of psychologists tracked thousands of users interacting with false information. Republican test subjects who were shown a false headline about migrants trying to enter the United States (“Over 500 ‘Migrant Caravaners’ Arrested With Suicide Vests”) mostly identified it as false; only 16 percent called it accurate. But if the experimenters instead asked the subjects to decide whether to share the headline, 51 percent said they would.
“Most people do not want to spread misinformation,” the study’s authors wrote. “But the social media context focuses their attention on factors other than truth and accuracy.”
In a highly polarized society like today’s United States — or, for that matter, India or parts of Europe — those incentives pull heavily toward ingroup solidarity and outgroup derogation. They do not much favor consensus reality or abstract ideals of accuracy.
As people get more prone to misinformation, opportunists and charlatans are also getting better at exploiting this. That can mean tear-it-all-down populists who rise on promises to smash the establishment and control minorities. It can also mean government agencies or freelance hacker groups stirring up social divisions abroad for their benefit. But the roots of the crisis go deeper than them.
“The problem is that when we encounter opposing views in the age and context of social media, it’s not like reading them in a newspaper while sitting alone,” the sociologist Zeynep Tufekci wrote in a much-circulated MIT Technology Review article. “It’s like hearing them from the opposing team while sitting with our fellow fans in a football stadium. Online, we’re connected with our communities, and we seek approval from our like-minded peers. We bond with our team by yelling at the fans of the other one.”
In an ecosystem where that sense of identity conflict is all-consuming, she wrote, “belonging is stronger than facts.”
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2istoliver · 4 years
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Tiranosaurio TERF
Todxs los que nos interesamos por temas relacionados con el género conocemos muy bien el terreno blando en el que nos metemos cuando intentamos debatir temas que, desde hace ya un buen rato, ha logrado crear cierto sentimiento de recelo entre feministas de todos los tipos posibles. Intentamos no pisar fuerte en dicho terreno blando para no hacer que, de tan fuerte que pisemos, nos vayamos todxs al fondo del pantano, porque sabemos que no conviene y que es mejor buscar el entendimiento y las mejores formas de comunicar nuestra forma de ver y concebir el mundo y recordar la lucha que nos une contra el patriarcado heteronormativo.
Nos quedamos perplejos cuando surgen como llamas descontroladas los ímpetus de personas incendiarias que no hacen más que minar un largo camino recorrido y cuidado por discusiones y años de estudio y reivindicaciones. Los comentarios transfóbicos de la señora Paula Fraga en relación al premio Ondas a la actriz revelación de 2020 no han sido otra cosa que un escopetazo gratuito en un momento que consideramos festivo por el reconocimiento que la industria de los medios y el público han dado tres personas que encarnaron el personaje de Cristina Ortiz en la serie dirigida por Los Javis para Atresmedia. Los que vimos la serie de la Veneno no podemos mas que reconocer el gran trabajo de un gran equipo, un relato que logró conmovernos y que llegó a nuestros corazones y consciencias y que ha sido muy bien interpretado. Ese momento del anuncio de las ganadoras a actrices reveladoras del año recayó sobre tres mujeres trans y lo celebramos. La “genialidad” estratégica de Fraga al dinamitar de manera muy temeraria tal ambiente festivo nos recuerda mucho a las cayetanadas de la condesa argentina del PP, que no hacia otra cosa que echar fuego innecesario para encender, como matona de colegio, el debate y crispar los pelos de todos en el Congreso de los Diputados. Dudo mucho que a todas las personas feministas les parezca que tres hombres con falda fueron los que recibieron el premio Ondas de este año, tampoco creo que la señora Fraga entienda su ofensa a tres mujeres trans ni que haya vivido nunca en la piel que le den una paliza, o que haya estado al borde de la muerte por ser golpeada debido a que se comporta como el heteropatriarcado dice que no hay que comportarse. Entiendo que como mujer la señora Fraga ha sufrido la opresión sistemática y estructural de vivir en un mundo andronormativo y sabemos que como hombres cis, como mujeres trans y como cualquier otra persona no mujer cis, nunca viviremos en carne propia el dolor y la opresión sufridas por el hecho de ser mujeres; pero eso no justifica el desconocimiento y la violencia, material y simbólica, que sufren las mujeres trans en su vida cotidiana. No se trata de quién sufre más o menos, sino de que todos sufrimos por esa opresión estructural. Es en este sentido que no se entienden las maneras de la señora Fraga. Si quisiéramos complacerle, ¿qué querría usted hacer con las mujeres trans señora Fraga? Parece que lo que sale de su opinión proviene del odio, proviene de las ganas de ver a un colectivo ardiendo en una pira en una plaza pública para limpiar la pureza de un feminismo que no trasciende lo histórico. Sepa usted señora Fraga que las nuestras y los nuestros somos muchos y somos más que su reducto colectivo TERF y que si hay que cerrar filas las cerraremos al lado de las nuestras y los nuestros y que iremos a la caza del tiranosaurio que pensábamos extinto y que ahora quiere expulsarnos de un pretendido reino universal TERF.
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2istoliver · 8 years
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Guardian of the Dharma by Ashley Christudason, Motion Effects by David Letelier
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2istoliver · 8 years
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Nirvana MR BAD GUY / Gio Black Peter exhibition jan30 Curated by Yann Perol. Galerie L'axolotl. Toulon France
new interview on i-D https://i-d.vice.com/en_gb/article/venture-to-the-stars-with-artist-gio-black-peter
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2istoliver · 8 years
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2istoliver · 8 years
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Niebla de Poble Sec #BCN
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2istoliver · 9 years
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2istoliver · 9 years
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Tijuanense fuera de Tijuana: Guanajuato
Entre tanto viaje si me he topado con un poco de arte urbano, eh!
Pero si tienen curiosidad de como se va mi viaje, chequen aquí: https://www.facebook.com/PostcardsFromMexico o http://alienandvampire.tumblr.com/
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