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En esta vida llena de descubrimientos, hay momentos que nos definen y nos transforman de manera irremediable. En mi caso, dos eventos recientes marcaron el inicio de un viaje hacia la autenticidad y la autoaceptación.

El primer momento fue mi mayor acto de valentía hacia mí misma y una expresión de mi identidad: raparme la cabeza. Más que un simple cambio de apariencia, para mí, fue un símbolo de renovación y libertad. Por cada mechón que caía, me desprendía de expectativas ajenas y de las absurdas normas sociales, abrazando una nueva versión de mí misma, más libre y auténtica.

El segundo momento clave fue aún más profundo: aceptar mi identidad como persona grisromántica y asexual. Comprendí que no hay nada de malo en mí y dejé de obligarme a experimentar cosas que no me gustan ni me hacen sentir cómoda, solo por querer encajar. Dejé de imponerme sentimientos que no existían, simplemente para contentar a terceros.En un mundo que a menudo impone etiquetas y normas rígidas sobre cómo debemos amar y vivir, encontré la paz y la felicidad al ser quien realmente soy, sin la necesidad de ajustarme a las expectativas de los demás. Esta revelación no solo me liberó, sino que también me llenó de un nuevo sentido de orgullo y propósito.

Para finalizar, quiero compartir algo muy ligado a mi forma de ver las cosas: mis pasiones. La lectura y la escritura me proporcionan un refugio y una ventana a innumerables mundos, reflexiones y posibilidades. La naturaleza me recuerda la belleza de lo simple y lo esencial, y el arte me permite expresarme y conectarme con los demás de maneras profundas y significativas.

Por tanto, mi sueño, que podrá parecer simple pero es muy poderoso, es vivir plenamente, encontrar el equilibrio y existir de tal manera que la muerte sea vista como un regalo tras una vida colmada de experiencias y aprendizaje. Este sueño lo reflejo en mi lema personal: "Viviré tanto, que la muerte solo será un regalo después de tanto."

Cada día, me esfuerzo por vivir fiel a mí misma, buscando la belleza y el significado en los pequeños momentos. Mi viaje es un testimonio de la importancia de la autoaceptación y la valentía de ser auténtico, un recordatorio de que la verdadera felicidad se encuentra en vivir sin miedo y en abrazar cada momento como si fuera el último.