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Alfa Caído
https://archiveofourown.org/works/66319387
El cielo estaba cubierto de cenizas, y una brisa suave arrastraba los restos de la batalla que acababa de terminar. Las ruinas humeantes del campo dejaban escapar un silencio que pesaba más que cualquier grito anterior. El equipo estaba agotado, heridos y manchados de sangre, pero se acercaban lentamente hacia el centro del cráter, donde Sentry yacía de rodillas, con la mirada perdida en el horizonte. Su cuerpo temblaba, no de debilidad, sino de miedo. Había vuelto a controlar al Vacío, pero a un precio devastador. El suelo bajo él estaba quebrado, como si la misma tierra hubiera sentido su lucha interna. No decía nada, solo respiraba con dificultad, sus ojos inundados de culpa.
Fue entonces cuando Bucky dio el primer paso. Se agachó a su lado, sin decir una palabra, y apoyó una mano firme sobre su hombro. Después lo hizo Yelena, con la mandíbula apretada y los ojos humedecidos, como si nunca hubiera esperado ver a Sentry así de humano. Uno a uno, los demás se acercaron: Ghost, con su forma desvaneciéndose suavemente; Taskmaster, bajando la cabeza en señal de respeto; Red Guardian, con un gesto casi paternal. Rodearon a Sentry, y sin necesidad de palabras, lo abrazaron. Sentry no respondió de inmediato. Parecía no entender por qué lo tocaban, por qué no lo rechazaban. Pero entonces cerró los ojos y dejó que sus brazos, lentos y pesados, envolvieran a quienes alguna vez lo temieron. Por primera vez en mucho tiempo, no se sentía un arma. Se sintió humano. Se sintió perdonado.
Y mientras el sol empezaba a asomarse entre las nubes grises, todos permanecieron allí, en silencio, abrazándolo, como si con ese gesto pudieran contener la oscuridad un poco más. De pronto se escuchó un ruido ensordecedor antes de sentir su cuerpo volar por el aire y todo se volviera negro
El pitido constante de las máquinas llenaba la habitación con un ritmo tenue, casi hipnótico. La luz del amanecer se filtraba por la persiana entreabierta, proyectando líneas doradas sobre las paredes blancas. Todo olía a desinfectante y a algo metálico, como si el aire estuviera impregnado de recuerdos que no terminaban de desvanecerse. Bucky respiraba con lentitud. Su rostro estaba cubierto de pequeños cortes y su ceja izquierda aún mostraba un rastro de sangre seca. Tenía el brazo metálico apoyado sobre la sábana, quieto, casi inerte, como si no formara parte de él.
De pronto, sus dedos se movieron. Apenas un leve espasmo. Luego frunció el ceño y entreabrió los ojos. La luz le molestó al principio, y su cuerpo entero protestó al intentar moverse. Despertó desorientado. No recordaba exactamente cómo había terminado allí, solo fragmentos confusos: fuego, gritos, una explosión, el impacto contra el suelo... y luego, nada.
Intentó incorporarse, pero el dolor lo obligó a quedarse quieto. Cada músculo ardía como si lo hubieran pasado por una tormenta. Giró la cabeza lentamente y reconoció a Yelena y a Walker hablando con alguien, un doctor, un poco más allá estaba Alexei
¡Eso es imposible! - dijo Ava – ¡es un alfa! ¡un maldito alfa! Todo mundo lo sabe
Y los alfas definitivamente no quedamos embarazados - gruño Yelena
Es por eso que es tan importante intervenir al sargento inmediatamente. Cada segundo que pasa su situación se agrava – dijo el medico
Esperen – dijo Walker – debe haber una respuesta lógica
¡Si, como no! – dijo Yelena – ¿un alfa embarazado, y tú quieres una respuesta lógica?
Tal vez no es alfa – dijo Bob – no se
¡Es la mejor máquina de matar que creo la madre Rusia! – grito Alexei – ¡por supuesto que es un Alfa!
¡Uno embarazado! – dijo Taskmaster
¿Qué paso? – dijo Bucky tomando más conciencia
Sargento Barnes – dijo el médico – necesitamos intervenirlo inmediatamente. Su vida corre peligro
Mi cabeza – dijo este cerrando los ojos
Bucky – dijo Yelena –, explícale al doctor que eres un alfa
¡El orgullo de la madre Rusia! – dijo Alexei
Soy americano – dijo el sargento frotándose la sien
¡Así que es imposible que estés embarazado! – concluyo Yelena ignorando el comentario de Bucky
¡¿Emba…?! – susurro Bucky sorprendido – ¡ay no! – dijo hundiendo los hombros – ¿está seguro? – preguntó con un hilo de voz
Si señor – dijo el médico mientras Bucky se pasaba las manos por la cabeza
No parece sorprendido – dijo Alexei sorprendido
¡Me va a matar! – susurro poniéndose de pie
¿Por qué pareciera que está confirmando esa estupidez? - dijo Walker sin dejar de ver a Bucky
¡Si antes estaba furioso – dijo Bucky –, ahora si me mata! ¡tengo que salir de aquí!
Entonces, del otro lado del pasillo, se escucharon las voces. Primero lejanas, luego más nítidas. “¡Capitán!” “¡Sam, una palabra!” “¿Cómo terminó la operación?” “¿Es cierto que Sentry se rindió?” “¿Qué pasó con el Vacío?” “¿Están los Thunderbolts disueltos?” El murmullo crecía como una ola, acompañado por el chasquido incesante de las cámaras. Bucky casi podía ver como los reporteros se agolpaban en los pasillos, se empujaban entre sí buscando una imagen, una reacción, un gesto. El ruido no tardó en llegar hasta la puerta de la habitación. Afuera era una tormenta de flashes. Dentro, todo seguía quieto. Nadie se movía. Nadie decía nada.
Y de pronto, la puerta se abrió con un golpe seco.
Sam Wilson entró, alto, imponente, con el traje del Capitán América cubierto de polvo y rasguños. Aún llevaba las alas plegadas a la espalda, y la estrella blanca brillaba apagada bajo la luz hospitalaria. No saludó. No sonrió. Solo lanzó una mirada rápida a Bucky y luego a los demás. Su rostro estaba tenso, su mandíbula apretada. Cerró la puerta detrás de él con fuerza, apagando el bullicio del pasillo de golpe.
El silencio que quedó fue brutal.
Sam se quedó de pie un momento, respirando hondo, como si necesitara contener algo que no quería decir aún. Cada milímetro de su cuerpo expulsaba letalidad, y en ese instante, todos supieron que las palabras que venían no iban a ser fáciles.
Capitán Wilson – dijo el médico – no es recomendable que este aquí en estos momentos
Sam – dijo Walker – entiendo tu preocupación, pero en estos...
¡Te dije que no fueras a esa misión! - gruño el moreno
¡Sam, escúchame por favor! - suplico Bucky con un hilo de voz y la mayor de las desesperaciones y todo su equipo volcó a verlo atónito ¿qué rayo pasaba allí?
Te repetí hasta el cansancio que no tenías nada que probar – dijo Sam con voz fría - pero nunca me escuchas
¡Sam, por favor! - suplico Bucky ¿con lágrimas en los ojos?
No contestabas mis mensajes para que no te rastreara – siseo el moreno
Escúchame – suplicaba Bucky empezando a sollozar abiertamente
Hermano deja que te explique – dijo una voz desde la puerta y su expresión era calmada, casi sonriente, transmitía confianza y cercanía. Parecía uno de esos soldados que mantenían la moral alta incluso en medio del peligro – debe haber una razón.
Perdón – suplico Bucky llorando por lo bajo mientras se cubría la boca
Bucky ¿qué hago si te pasa algo? - dijo Sam – ¿qué hago? Parece que yo no te importo
Sam – dijo su amigo y el moreno se pasó las manos por la cara dándole la espalda a Bucky
¿qué es ese olor? - dijo Sam encarándolo y olfateando a su alrededor - ¿por qué hueles?, ¡tú no hueles!
De hecho, huele a ti – dijo Taskmaster mientras todos olfateando el ambiente
¿por qué un alfa huele a otro como si... – dijo Yelena y todos miraron a Bucky que lloraba un poco más fuerte
Bucky – dijo Riley con la voz más calmada que pudo – hay otro olor en ti, a parte del de Sam. Es débil pero el olor esta allí - y la vista de Sam viajo hasta el vientre del sargento
¡yo no lo sabía! - decía llorando con desesperación – te juro que no lo sabía. Si no jamás hubiese aceptado la misión. Yo jamás pondría mi bebe en peligro. Tienes que creerme, alfa ¡yo no lo sabía!
Sam se pasó las manos por la cara mientras el llanto de Bucky se intensificaba. El moreno cerró los ojos y respiro profundo varias veces. Todos opinaban a la vez, el doctor solo repetía que la vida de Bucky estaba en peligro al ser un alfa. Riley hablaba de los medios afuera, Yelena y Alexei discutían sobre el cuarto rojo. Ava y Walker discutían lo irreal de la situación
La habitación olía a antiséptico y a sudor rancio. La luz del mediodía entraba tamizada por las persianas, proyectando líneas suaves sobre el rostro inmóvil de Bucky. Sus párpados apenas se movían, su respiración era constante, mecánica, como si su cuerpo se mantuviera despierto solo por costumbre. Alrededor de la cama, el ambiente se cargaba. Sam estaba de pie, con los brazos cruzados, el traje del Capitán América aún sucio de la pelea. Observaba fijamente a Bucky, sin moverse, pero sin hablar
El médico, con la bata arrugada y una tableta en la mano, acababa de terminar de hablar. Nadie dijo nada. Red Guardian fruncía el ceño, con las manos en la cintura, moviendo los pies con impaciencia. A su lado, Yelena alzaba una ceja, con la mandíbula rígida y los brazos apretados contra el pecho. Su mirada pasaba del médico a Bucky, como si buscara una respuesta que no llegaba.
Ghost, en un rincón, permanecía casi inmóvil, pero su respiración era más rápida. Cada tanto, flexionaba los dedos, como si estuviera conteniéndose. Taskmaster se apoyaba contra la pared, con los brazos cruzados, y ladeaba la cabeza en silencio, evaluando, juzgando. El doctor bajó la vista hacia la tableta, deslizó el dedo con lentitud y volvió a alzarla. Sam negó con la cabeza, apenas un movimiento. La tensión se hizo más evidente. Red Guardian dio un paso hacia el doctor, alzó una mano, y luego la bajó, con un gesto que era mitad frustración, mitad resignación. Yelena cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, caminó hacia la cabecera de la cama y observó a Bucky como si esperara que él pusiera orden, pero era más que evidente que seguía en shock
Ghost se acercó con pasos suaves. Se detuvo junto al monitor que marcaba el ritmo de los latidos. Los observó unos segundos, luego alzó la mirada hacia Sam, como si esperara que él decidiera por todos. Sam no se movía. Su rostro no mostraba nada, pero sus dedos se apretaban sobre su antebrazo. Finalmente, soltó los brazos y dio un paso hacia Bucky. La habitación se llenó de silencio denso, como si todos contuvieran el aire. Solo el pitido del monitor que se aceleró.
Si no dejas de llorar, te vas a arrugar completamente – dijo Sam suavemente limpiándole el rostro y sonrió cuando Bucky lo miro – y ese bebe te va a confundir con su tatarabuelo. Bueno, la edad la tienes – y ambos sonrieron –. Te voy a hacer una pregunta y necesito que la pienses muy bien. Ya habíamos hablado de tener hijos, y todos los cambios que eso traería. Ahora te pregunto ¿quieres...?
¡Es mi bebe y lo quiero! – dijo Bucky de manera tajante
No Buck, no es tu bebe – dijo Sam – es nuestro bebe y lo queremos – concluyo mientras sus labios se curvaban en una sonrisa – ¡los dos!
Es un alfa – repitió el medico por enésima vez –. Si el embarazo no se interrumpe podría...
Le agradecemos la atención, pero hoy mismo abandonaremos el hospital – dijo Sam abrazando a Bucky
Gracias – susurro el sargento
No puede – dijo el medico
¿Perdón? - dijo Taskmaster
Ese bebe ese un milagro – dijo el hombre – no pueden...
¿y este quien se cree para darnos ordenes? – dijo Ava
Hasta hace treinta segundos se quería deshacer de él – dijo Alexei
Ira a donde sea que deba ir, y traerá el alta de nuestro amigo en este momento – ordeno Walker
No dejare que se vaya – dijo el medico
Ahora vengo – dijo Riley y salió lo más deprisa que pudo
Va a firmar esa alta – siseo Gosth
No queremos problemas – dijo Sam –, solo haga de cuenta que nunca vinimos...
No puedo capitán Wilson – dijo el médico –, debo informar al gobierno
¡Querrán que le entregue a mi bebe! – dijo Bucky aterrado. En ese momento no era un soldado, solo una madre desesperada intentando salvar la vida de su hijo
¡Sargento, usted es un alfa! – dijo el médico – ellos le podrán ayu...
¡Mataran al niño! - dijo Gosth. Yelena se movió deprisa entre todos y tomo el control, mientras Walker protestaba diciendo que no era momento para ver televisión
¡nosotros hicimos eso! - dijo Yelena dándole volumen al noticiero donde hablaban sobre los estragos en la torre –¡pero será nada al lado de lo que le haremos a su hospital si no firma ese maldito alta en este momento! - Y todos los presentes lo miraron seriamente
Y yo les ayudare – dijo Sam
El helicóptero llegar en diez minutos – dijo Riley – ¿ya firmo? No queremos que llegue tarde a su cita con su novia Elisabeth Grant en el Riu y su esposa se entere que no tiene turno esta noche
No sé de qué... – dijo el médico atónito
¡Firme la maldita alta – grito Bob – o saldrá directo a la morgue! - y todos los presentes miraron al médico mortalmente serios
Veinte minutos después la pista del hospital estaba despejada, pero el zumbido del helicóptero rompía el aire con fuerza insistente. Las aspas giraban con violencia, levantando ráfagas de polvo, hojas y pequeñas piedras que azotaban las botas de los que esperaban junto a la camilla. Sam caminaba al lado de Bucky, una mano firme sobre la barandilla de la camilla mientras los paramédicos la empujaban hacia la rampa trasera. El traje de Capitán América ya no estaba, estaba en su bolsa de mano, nada era más importante en ese momento que el deber con su familia. Llevaba ropa civil, oscura, sencilla, pero sus pasos seguían sonando con autoridad.
Bucky tenía los ojos abiertos. Estaba pálido, más flaco de lo que recordaban, con el cabello desordenado y los labios agrietados. Respiraba con esfuerzo, pero se mantenía alerta, moviendo apenas la cabeza para seguir a Sam con la mirada. No hablaba. No hacía falta. A su alrededor, su equipo se mantenía cerca. Yelena caminaba en silencio, sin perder de vista a Bucky ni un solo segundo, sus dedos enredándose una y otra vez en el dobladillo de su chaqueta. Red Guardian se colocaba detrás de la camilla, vigilante, como si pudiera proteger a Bucky de todo lo que el mundo aún le debía. Ghost avanzaba en diagonal, ligera, casi flotando, mientras Taskmaster cerraba la formación desde atrás, con el paso lento y medido, observando todo.
Bob caminaba junto a los demás, con su traje colorido parcialmente cubierto por una chaqueta liviana. No decía mucho, pero su mirada era seria, contenida, muy distinta al tono habitual con el que enfrentaba el mundo. Su casco colgaba del cinturón, y con una mano sostenía una botella de agua que no había abierto. Solo observaba a Bucky, con la mandíbula tensa y los puños apretados, como si esa herida ajena también le doliera a él. Se subió al helicóptero después de los demás, dándole una última mirada al hospital que dejaban atrás. Y al cerrar la compuerta, lo hizo con una suavidad que contrastaba con la furia que se le intuía bajo la piel.
Sam no decía nada. Se colocó justo al lado de la camilla, dentro del helicóptero, sujetando una de las correas de seguridad. En un gesto automático, acomodó la manta sobre el pecho de Bucky, asegurándose de que no sintiera el frío que entraba por la puerta abierta. Bucky lo miró de reojo, cansado, pero presente, antes de compartir una media sonrisa. Alexei se sentó al fondo, cruzando los brazos. Yelena se colocó junto a la puerta, en posición lista para saltar si era necesario. Ghost no se sentó, se quedó de pie, cerca de la cabina. Taskmaster observaba desde un rincón, en silencio, como siempre. Bob se sentó cerca de Bucky
Las hélices rugieron con más fuerza. El helicóptero se elevó lentamente, alejándose del techo del hospital. Desde arriba, la ciudad parecía lejana, ajena a lo que ese pequeño grupo había vivido. Sam seguía sin soltar la baranda. Bucky lo miraba, sin necesidad de decir nada. En ese silencio, se entendían.
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La habitación era amplia, silenciosa, con ventanas grandes que dejaban entrar la luz gris del atardecer neoyorquino. Las paredes eran blancas, sin adornos, y el mobiliario tenía ese estilo pulcro y funcional que sólo los hospitales sabían mantener: una cama reclinable en el centro, una mesa móvil a un costado, un sillón rígido en la esquina. Bucky descansaba bajo sábanas livianas. Tenía la cabeza apoyada contra la almohada, con el cabello recogido hacia atrás y los ojos cerrados, aunque no dormía. La herida en su costado estaba cubierta, y una vía intravenosa bajaba desde una bolsa colgada al lado de la cama hasta su brazo derecho. El izquierdo, su brazo metálico, descansaba a un costado, cubierto parcialmente por la sábana. Monitores médicos emitían pitidos suaves y constantes. Un aparato registraba su ritmo cardíaco; otro, su presión. Todo se mantenía dentro de los márgenes esperados, pero el ambiente aún cargaba con la fragilidad del recién estabilizado.
Sam estaba sentado cerca de la cama, en una silla con respaldo bajo. Tenía los codos apoyados sobre las rodillas y las manos entrelazadas, como si llevara horas en esa posición. No hablaba. Cada tanto miraba a Bucky, otras veces al suelo, y a ratos cerraba los ojos como si intentara ordenar todo lo que había pasado en los últimos días. En una mesa lateral había una taza de café ya frío, un cuaderno doblado por la mitad y una chaqueta que Sam había dejado caer sin preocuparse por el orden. Un televisor colgaba apagado frente a la cama, ignorado por ambos.
Llamaron suavemente a la puerta y casi enseguida una cabeza rubia se asomó. Pidió permiso y termino abriendo completamente la puerta para dejar pasar a todo el grupo. Sam se puso de pie y les dio la bienvenida. Bucky se removió en la cama y abrió lentamente los ojos. Hacía tres días que estaba internado. Todo estaba bien con el bebe, pero querían estar completamente seguro antes de darlo de alta.
adelante – dijo Sam mientras los dejaba pasar
Solo vinimos a ver como... – dijo Yelena
Estamos bien, gracias – dijo Bucky mientras se sentaba acariciándose el vientre y todos sonrieron
¿Eres Bob, no? - pregunto Sam y el rubio asintió – Gracias, por llamarme para avisarme de su estado
De nada – dijo el chico
¿viste la conferencia con Valentina? - pregunto Walker
Nuevos Vengadores ¿eh? - dijo Bucky
Ya hablaremos sobre ese nombre – dijo Sam y Bucky bufo
La cosa es que estuvimos hablando – dijo Ava – y pensamos... que tal vez... podrías ser... el líder
¿yo? - dijo Bucky mirando a Sam sorprendido
Bueno después lo pensamos mejor – dijo Walker – y eres mentiroso. Un buen líder, pero demasiado mentiroso
Y necesitamos en quien confiar – dijo Alexei
Entiendo – dijo Bucky con un hilo de voz y concentrándose para que no se le escape una lagrima traicionera
Además, no creo que por ahora puedas ir a alguna... misión. Ya sabes, por... - dijo Walker señalándole el vientre
Ok – susuró Bucky
¿Tan fácil? - dijo Taskmaster
Tal vez – dijo Yelena – si hubieras sido sincero y decirnos quien eras realmente
Nunca es tarde para intentarlo, congresista Barnes, o debo decir, Wilson – dijo Sam y todos se miraron sorprendidos –. Si van a ser un equipo merecen saber quién eres
¿y si no lo entienden? - pregunto Bucky
Al menos fuiste tú - dijo Sam –, James Buchanan Wilson. Sera tú elección, no la de otros
Yo... – susurro Bucky – fui el soldado del invierno, pero también fui parte de un experimento más – y todos contuvieron la respiración –. Ustedes, las viudas negras, eran omegas y las convirtieron en alfas. Asesinas letales pero estériles. A mí, bueno a un grupo de alfas, nos hicieron algo similar, y a la vez al revés
¿Al revés? - pregunto Ava
En una habitación similar al cuarto rojo – dijo Bucky al sentir la mano de Sam de sobre su hombro – a nosotros... nos.… implantaron matriz. Nos modificaron genéticamente para ser... omegas. querían alcanzar al asesino genéticamente perfecto.
Y los omegas naturales no lo lograban – dijo Alexei casi en un susurro
Lo intentaron con ustedes – dijo Bucky mientras se les quebraba la voz –. Los alfas tampoco lo lograban. Muchos murieron durante el proceso. Los que sobrevivieron enloquecían al ser marcados durante celos largos y tortuosos. En cambio, yo... – sintió un leve apretón en su hombro y llevo su mano sobre la de Sam
Dos en uno – dijo Yelena mientras una lagrima se le escapaba – el soldado perfecto
El problema conmigo fue que ningún alfa... logro marcarme – dijo Bucky – ni mucho menos embarazarme
Y consideraron que el experimento fallo – dijo Ava con un hilo de voz temblorosa
No... tengo celos, ni... – dijo bajando el rostro – así que también creí...
¡No! – dijo Yelena moviendo la cabeza mientras se limpiaba las lagrimas – ¡No! ¡No! ¡No! Eso es mentira, porque tú sabias que podías estar... la noticia no te sorprendió. Así que...
De hecho – dijo Sam suavemente – veníamos intentándolo hacia un tiempo
¿Cómo? - dijo Walker – sin marca ¿como sabrían que funcionaria?
Si... tengo marca – dijo Bucky bajando el rostro – solo que no es visible – y todos lo miraron mas estupefactos aun, si eso era posible
¿Como? - dijo Taskmaster
¡Maldita sea, Bucky, habla! - exigió Yelena golpeando una mesita con rueda, destinada para que el enfermo tome sus alimentos
¡No lo se! - grito Bucky llorando
Llevamos tres años saliendo – dijo Sam y respiro hondo y se sentó al lado de Bucky, quien se abrazo a el – empezamos a salir cuando Walker tenia el escudo. Una cosa llevo a otra y cuando nos dimos cuenta estábamos completamente enamorados. Hace un año lo hablamos y Bucky acepto que lo marcara durante uno de mis celos
Pero ya lo habían intentado y no lo habían marcado - pregunto Walker a Sam – ¿por que ahora funcionaria? ¿por que contigo si?
En realidad no buscaba marcarlo – dijo Sam –, solo... hacer mas placentero el momento para ambos. La marca en su cuello quedo unos días y luego desapareció. Yo sali en una misión, Bucky se deprimió y yo lo sentí. Así nos dimos cuenta que aunque la marca externa se va, el lazo no
Funciona como para cualquier pareja – dijo Bucky – pero no es visible para los demás
¡Esto es una locura! – dijo Gosth pasándose las manos por el rostro
La ciudad ya había encendido sus luces cuando el reloj marcó las ocho. Desde la ventana del hospital, la vista se extendía amplia y luminosa, como un mapa palpitante de vida. Los edificios formaban una silueta densa contra el cielo oscuro, salpicado apenas por las últimas trazas azuladas del atardecer. Los ventanales de las torres más altas brillaban como faros dispersos, reflejando los tonos cálidos del alumbrado urbano. Algunos rascacielos aún tenían oficinas encendidas, rectángulos dorados flotando sobre la inmensidad de concreto y acero.
En la calle, los autos se deslizaban como insectos de luz, dejando rastros efímeros de rojo y blanco entre los cruces. Las bocinas llegaban como ecos suaves, filtradas por el vidrio grueso de la habitación. Más allá, el Hudson se extendía como una franja oscura con reflejos temblorosos. Los barcos pequeños se movían despacio, dejando ondas apenas perceptibles bajo el cielo ya completamente nocturno.
La ciudad parecía viva, despierta, pero distante. Desde esa altura, desde esa ventana, Nueva York no gritaba: murmuraba. Se sentía lejana, indiferente al dolor o la calma que pudiera haber al otro lado del vidrio. Dentro de la habitación, el silencio era completo. Solo los destellos cambiantes de la ciudad se reflejaban sobre la superficie pulida de la mesa, sobre las sábanas, sobre el rostro tranquilo de Yelena, quien observaba, quieta, con los ojos fijos en un mundo que seguía moviéndose sin pausa, mientras discutían cual era el mejor camino para el futuro de Bucky. Si bien nadie había hablado abiertamente sobre su salida del grupo, para él era más que obvio. ¿quién querría trabajar con semejante fenómeno?
Bueno – dijo Yelena encarándolos a todos –, creo que es más que evidente lo que debemos hacer
Voto por Yelena para que sea nuestra nueva líder – dijo Alexei levantando la mano
A mi no me interesa el puesto – dijo Bob levantando la mano - Yelena
Yelena – dijo Taskmaster levantando la mano
Yelena – dijo Sentry
Paso. Es demasiado trabajo – dijo Ghost – Yelena – y levanto la mano
Ya que – dijo Walker levantando la mano – Yelena
¡Que honor! - dijo la rubia irónicamente
Si, si, si – dijo Tasmasker– solo quiero irme a casa. Me duele todo
Mañana Walker te traerá la computadora para que hagas los informes – dijo Yelena le dijo a Bucky
¿por que yo? - protesto el rubio – Alexei vive mas cerca
Pero el hospital queda camino a la casa de tu ex – dijo este aburrido – y mañana tienes visita con tu hijo.
Además ahora mando yo – dijo Yelena –, así que tú la traerás. Solo no te malpases trabajando – le dijo a Bucky – el doctor dijo que debes descansar
¿sigo en el equipo? - dijo Bucky sorprendido limpiándose las lagrimas sin volcar a ver a Sam, quien no se esforzó en disimular su risa
Es un holgazán – dijo Taskmaster
Estas relevado del trabajo de campo hasta que el bebe nazca – dijo Yelena monótonamente -, bueno, hasta que tenga dos años
Tres – corrigió Walker con un tono cansino sin mirar a nadie en particular
Cierto, tres – dijo Yelena cerrando los ojos –, no queremos que ese niño se quede sin madre tan pequeño
Nuevo embarazo – dijo Alexei bostezando
Si te vuelves a embarazar dentro de ese tiempo, el plazo se amplia – dijo Yelena intentando mantener abierto los ojos
Solo mantén al sexi cap lejos de tus pantalones los días del..., lo que tengas por celo, y todo estará perfecto – dijo Taskmaster
¿gracias? - dijo Bucky frunciendo las cejas
Bueno, ahora adiós – dijo Yelena deteniéndose y evitando que el resto se detenga en medio de protestas - ¡Maldición! Casi lo olvido. Desde mañana te empezaremos a mandar posibles nombres para el bebe. Ve organizándolos en una lista por separado. Niñas, niños
¿ustedes elegirán el nombre de mi hijo? - dijo Sam sorprendido
Tu omega demostró ineptitud al tomar decisiones por estos días – dijo Ava
Y tú que no lo puedes controlar - dijo Walker
Así que si, nosotros elegiremos el nombre – dijo Alexei
Ya habíamos pensado nombres – dijo Bucky con un puchero – Joaquín si es niño, y Karli si es niña - y el equipo se miro entre si entre murmullos
Anótalos – dijo Yelena – pero no prometemos nada. Ahora poka – y fueron saliendo
Poka – dijo Bucky
Si, adiós. ¡Son un completo desastre! - dijo Sam con la vista fija en la puerta
Pero ahora son mi desastre – dijo Bucky con una media sonrisa también mirando hacia la puerta
Te amo, mi lindo omega – dijo Sam mirándolo
Y yo a ti, mi sexi alfa – respondió Bucky también mirándolo antes de compartir un dulce beso
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Desde afuera, la casa tenía ese aire clásico de Brooklyn que resistía el paso del tiempo. Era una brownstone de tres niveles, con fachada de ladrillo rojo oscuro, ventanas altas con marcos blancos y una pequeña escalinata de hierro forjado que llevaba hasta la puerta principal. Las jardineras al frente siempre tenían algo verde, aunque nunca estaba del todo claro si las cuidaba Sam, Bucky o simplemente sobrevivían por su cuenta.
Dentro, los techos eran altos y los pisos crujían con cada paso. El primer piso se abría a una sala amplia, iluminada por las ventanas frontales y decorada con una mezcla improbable: libros de historia militar sobre la repisa, plantas en macetas de cerámica, y una manta tejida del Smithsonian doblada sobre el sofá. El sillón principal era grande, de cuero oscuro, gastado en los bordes. Lo había elegido Bucky, según Sam, "porque parecía que ya tenía 80 años, como él".
En la cocina, los gabinetes eran blancos y el mesón de mármol mostraba marcas de cuchillos y quemaduras pequeñas: signos de cenas improvisadas, intentos de recetas fallidas y alguna que otra visita inesperada del resto del equipo. Sam solía cocinar con música suave de fondo; Bucky prefería el silencio, pero rara vez se quejaba. Había siempre café recién hecho, casi como una norma tácita entre ambos. En el segundo piso estaban las habitaciones. Bucky y Sam dormían en la del fondo, donde apenas colgaban un par de fotos antiguas —una de los Comandos Aulladores, otra de los Thunderbolts — y un reloj de pared que nunca marcaba la hora correcta. La cama estaba siempre hecha, pero con un orden casi mecánico. Era luminosa, con una estantería llena de recortes, carpetas de misiones y recuerdos personales. En el escritorio había un portarretrato ambos, Sam cargando a un niño de cinco años y Bucky cargando a una bebe de unos ocho meses, y una libreta abierta donde solía escribir sin decirle a nadie qué.
El tercer nivel lo habían acondicionado como un espacio compartido: una mezcla de gimnasio, taller y sala de lectura. Ahí estaban guardadas cosas que no solían mostrar: una caja con restos del traje antiguo de Falcón, piezas del brazo anterior de Bucky, carpetas marcadas como "clasificado", y una pelota de béisbol que ninguno sabía de dónde había salido, pero que siempre estaba ahí. En el patio trasero, pequeño pero acogedor, había una mesa de madera, dos sillas, y un asador oxidado. Cuando el clima lo permitía, Sam se sentaba afuera al final del día, con los pies sobre otra silla y una cerveza en la mano. Bucky lo acompañaba a veces, en silencio, como si el ruido del mundo se apagara por un rato entre esas paredes de ladrillo, entre esas vidas que aprendían, poco a poco, a compartirse.
El timbre sonó y Bucky se limpio las manos y cargo a la niña que estaba en el corralito para salir hacia la puerta. Le faltaban tres pasos para llegar cuando bólido de poco mas de un metro paso por su lado gritando “Llegaron los tíos, llegaron los tíos”. Sam bajaba las escaleras justo cuando su hijo abrió la puerta
¡Tíos! - grito el niño lanzándose a los brazos de Alexei
¡May malen’kiy soldat! – dijo el hombre cargándolo
Bienvenidos – dijo Bucky abrazando a Yelena
Hola Karli – dijo Ava tomando a la pequeña que reía
Pasen – dijo Sam saludando a Walker y a su esposa
Cole vamos a mi cuarto – dijo Joaquín
Trajimos prianiki – dijo Yelena
Que rico – dijo Bucky – gracias. Ven acá, dame un abrazo
También te extrañe - dijo Bob abrazándolo
Estas mas guapo – dijo Bucky – las misiones te sientan de maravilla
Ni lo intentes – dijo Ava haciendo reír a Bucky – aun te faltan dos años de reclusión
¡Y no son negociables! - dijo Yelena dirigiéndose al patio con los niños y el resto del equipo
Te amo – le susurro Sam abrazándolo por la espalda – mi bello omega Wilson – y le beso el cuello sobre la marca tatuada que llevaba en la parte izquierda del cuello haciendo sonreír a Bucky. Tras el nacimiento de Joaquín, Bucky se había tatuado la marca del moreno, y no dudaba en lucirla con orgullo, en especial en los días calurosos
No había sido nada fácil, pero habían logrado equilibrar su vida familiar y laboral. Hacia el quinto mes del primer embarazo de Bucky, la prensa se había enterado y lo habían acosado sin tregua por semanas, hasta que Sam había hecho una conferencia para confirmar que él era el alfa de Bucky y no iba a permitir que el acoso continuara. No los habían dejado en paz completamente, pero al menos Bucky estaba más tranquilo. Riley, Sarah y los niños llegarían en un rato.
Eran felices y era todo lo que importaba
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Seducción oscura (15)
https://archiveofourown.org/works/62158204/chapters/163285399
Las Cadenas del Lobo
Abrió lentamente los ojos. Se encontraba acurrucado en un rincón de algo con paredes metálicas. Al principio, todo era confuso; los barrotes de metal frío lo rodeaban, reflejando la luz tenue del lugar. Su respiración era entrecortada mientras intentaba orientarse, sin entender qué había pasado. Al moverse, sus manos y rodillas temblaban ligeramente, acostumbrándose al suelo duro y extraño bajo ellas. Miraba a su alrededor con un miedo creciente, buscando algún rastro conocido, pero solo había silencio y soledad. Olfateó el aire, esperando captar algún aroma familiar, pero solo percibía un olor metálico y desconocido.
Intentó aullar, un sonido débil y quebrado que apenas llenó el espacio. Después, se echó nuevamente, con el cuerpo encogido, mientras un sentimiento de pérdida y confusión lo envolvía. Permaneció quieto por un momento, observando con ojos llenos de temor y curiosidad aquel entorno extraño. Los sonidos lejanos de pasos resonaban de vez en cuando, haciendo que sus orejas se alzaran con rapidez, aunque luego volvían a caer al no encontrar nada familiar. Poco a poco, el hambre empezó a reclamarle. Se levantó con dificultad, sus rodillas y brazos aun tambaleándose, y se acercó al borde de la jaula, donde olfateó entre los barrotes. Allí, una pequeña bandeja contenía algo que parecía comida, pero no olía como lo que estaba acostumbrado. Dudó, dando un paso hacia atrás, pero el vacío en su estómago lo hizo regresar. Dio un mordisco pequeño, inseguro, y frunció la boca. Era insípido y extraño, pero lo suficiente para calmar su necesidad.
A medida que avanzaban los minutos, el cachorro comenzó a explorar el reducido espacio. Sus pasos eran cortos, y de vez en cuando giraba la cabeza, como esperando encontrar algo más allá de los barrotes, o algo más. También le dolía el lomo. Rasguñó el suelo, buscando tierra o hierba, pero solo encontró un material áspero y frío que no reconocía. Su cola se mantenía baja, reflejando su estado de ánimo. Finalmente, el cansancio volvió a dominarlo. Se echó cerca de una esquina, tratando de hacerse pequeño, mientras sus ojos observaban cada sombra y cada movimiento a su alrededor. Aunque el sueño lo vencía, el miedo permanecía, y sus pequeños suspiros llenaban el aire, como si aún esperara que todo aquello fuera solo un mal sueño.
Despertó cuando escucho voces y pasos acercándose. Intento hacerse una especie de bolita en su rincón, pero la puerta se abrió y vio a cuatro hombres acercándose mientras conversaban. Uno de ellos, un hombre de mediana edad, con una figura robusta y una elegancia salvaje que parecía innata. Su cabello, que alguna vez fue completamente oscuro, ahora mostraba mechones plateados que le daban un aire aún más intimidante, como si el tiempo hubiera sido incapaz de domarlo del todo. Sus ojos, de un gris acerado, eran fríos y calculadores. Había escuchado su voz, pero no sabía dónde. Su voz le daba miedo, pero a la vez le infundía obediencia. Uno de sus acompañantes era delgado y pálida, con cabello negro y lacio que enmarcaba un rostro anguloso de expresión severa. Sus ojos oscuros y penetrantes parecían escudriñar el alma de quienes lo miraban. El otro era alto y esbelto, con una piel pálida cabello largo y rubio, casi plateado. Sus ojos eran grises y fríos. Ambos tenían movimientos precisos y elegantes, cargados de una seguridad que rozaba la arrogancia. El ultimo se sentía como el más peligroso. Era alto y delgado. Su piel, pálida como el mármol, contrastaba con su cabello oscuro y perfectamente peinado, que enmarcaba un rostro anguloso de una belleza fría y calculada. Sus ojos, de un intenso tono oscuro, parecían perforar la mente de quienes se atrevían a sostenerle la mirada. Cada uno de sus movimientos era deliberado Su expresión, casi siempre serena parecía una figura salida de un retrato antiguo, imponente y enigmático, con un magnetismo peligroso que lo volvía imposible de ignorar.
Ven aquí preciosa – dijo el más alto tomándolo en brazos y sacándolo de su jaula. Su olor era conocido. Su amo.
Es increíble lo lejos que has llegado con el Imperius – dijo el rubio – si tan solo Remus hubiese sobrevivido
Sin mi cachorra, nada de esto fuese posible – dijo su amo dejándolo en el piso – ven bonita – lo llamo desde una sesta a los pies de la cama – ven Bill, esta es la tuya – inseguro el pelirrojo se acercó a olfatear el lugar – es tu cama – sin embargo, después de oler se acostó – entiende las palabras humanas. Se puede decir casi todas, después de todo, alguna vez fue humano. Y todo gracias a ti, Severus ¡eres el verdadero mago! – dijo Fenrir mirando a Bill explorar todo a su alrededor
Ahora que ya es segura – dijo un rubio más joven desde la entrada – ¿Cuándo empezaremos a ver los frutos?
Draco – dijo Fenrir girándose para ver al joven rubio que acababa de llegar, copia fiel de su padre – la distribución empezara en unas semanas en Europa, y supongo que hasta fin de año estaremos a nivel mundial.
¡Salud por eso! – dijo el recién llegado bebiendo de su copa
Tengo una curiosidad – dijo Lucius – ¿para qué son estos especies de tornillos en su cabeza?
Para sus orejas – dijo Fenrir tomando una caja y al abrirla saco algo parecido a las orejas de un lobo cobrizo – solo hay que atornillarlas. Lo mismo para la cola. Así queda completamente libre para ser usado – dijo enseñándole el trasero del chico – a estas alturas ya no necesita de los arneses para ser sometido, porque las drogas ya han hecho su trabajo desterrando cualquier recuerdo consciente de humanidad
¿y cómo cambiaria de personalidad? – pregunto Lucius
Por hipnosis – dijo Fenrir – el Imperius altera su cerebro y las grabaciones que se colocan vuelve la personalidad deseada la dominante. Para volver a la predominante, por así llamarlo, solo basta levantar el uso de las drogas
Fascinante – dijo Tom Riddle – ¡yo apostaré por esto! – dijo haciendo sonreír a Fenrir mientras los demás se miraban entre si asintiendo
La Turbie se alzaba majestuosa sobre las colinas que dominaban Mónaco, bañada por una luz dorada que acentuaba la piedra envejecida de sus casas. Las estrechas calles empedradas serpenteaban entre edificios de fachadas antiguas, donde el tiempo parecía haberse detenido. Los vecinos, envueltos en el silencio apacible del lugar, solían congregarse en pequeñas plazas sombreadas por olivos centenarios, intercambiando historias bajo el suave murmullo de las fuentes.
En el centro del pueblo, el Tropaeum Alpium se erguía como un testigo inmutable de siglos de historia. Este monumento romano, con sus columnas desgastadas por el viento y la lluvia, reflejaba la gloria de un pasado remoto que nunca se había desvanecido del todo. Desde allí, la vista se desplegaba hacia el mar Mediterráneo, donde las olas resplandecían como si estuvieran hechas de plata bajo la luz del atardecer. Por las noches, cuando el sol desaparecía detrás de las montañas, La Turbie adquiría un aire casi etéreo. Las farolas de hierro forjado iluminaban tenuemente las calles, proyectando sombras alargadas que bailaban al ritmo del viento. En los restaurantes escondidos entre las callejuelas, se servían platos exquisitos, mientras el aroma de hierbas provenzales flotaba en el aire, recordando a todos que, aunque el tiempo avanzara, el encanto de La Turbie permanecía intacto.
La villa de Fenrir en La Turbie se alzaba imponente, como reflejo de poder y elegancia que dominaba las colinas, y quizás el suyo propio. Construida en piedra caliza blanca, su fachada combinaba el estilo clásico con un toque contemporáneo, fusionando grandes ventanales de cristal oscuro con detalles arquitectónicos tradicionales, como arcos y columnas. Desde la distancia, parecía una fortaleza moderna, perfectamente camuflada en el entorno natural del lugar.
El acceso principal se encontraba tras un largo camino privado flanqueado por cipreses perfectamente alineados. Las puertas de hierro forjado, decoradas con intrincados detalles en forma de lobos, se abrían hacia un patio central con una fuente de mármol negro, cuya agua fluía con un sonido hipnótico. Alrededor, jardines impecablemente cuidados exhibían rosales, setos geométricos y esculturas clásicas, todo cuidadosamente diseñado para transmitir una sensación de control absoluto.
El interior de la villa era una mezcla de lujo discreto y funcionalidad. El vestíbulo de entrada, con su suelo de mármol gris oscuro, estaba iluminado por un candelabro de cristal que colgaba desde un techo abovedado. A la derecha, una sala de estar amplia ofrecía vistas panorámicas del Mediterráneo a través de ventanales que iban del suelo al techo. Los muebles eran de cuero negro y madera oscura, reflejando sobriedad y elegancia, mientras que las paredes estaban decoradas con obras de arte contemporáneo de tonos apagados.
En el ala este de la villa, un estudio privado servía como centro de operaciones para sus negocios. Equipado con tecnología de última generación, el espacio contrastaba con la biblioteca adyacente, donde estanterías de madera antigua albergaban libros encuadernados en cuero y ediciones raras. Más allá, un salón formal se preparaba para recibir a sus invitados, con una larga mesa de ébano y sillas tapizadas en terciopelo gris.
La habitación principal, situada en el último piso, ofrecía privacidad total. Decorada con una paleta de colores oscuros y cálidos, tenía una cama con dosel en madera tallada, un vestidor amplio y un baño privado con una bañera de piedra que parecía esculpida directamente en la roca. Desde el balcón privado, podía observar las luces titilantes de Mónaco en la distancia, un recordatorio constante de su dominio. En el nivel inferior, una terraza conectaba con una piscina infinita que parecía fundirse con el horizonte del Mediterráneo. Este espacio, rodeado de muros altos cubiertos de vegetación, era ideal para reuniones discretas o simplemente para disfrutar de la calma aparente que ofrecía La Turbie, mientras en el trasfondo se orquestaban los secretos de su poder.
Esa noche la villa cobró vida con un aire sofisticado y calculadamente opulento al caer la noche. A las ocho en punto, la entrada principal se iluminó con una cálida luz dorada que destacaba los detalles de las puertas de hierro forjado. Invitados cuidadosamente seleccionados llegaron en autos de lujo, siendo recibidos por empleados impecablemente vestidos, quienes los guiaban hacia el patio central, donde la fuente de mármol negro relucía bajo los destellos de luces estratégicamente colocadas.
Al entrar en la villa, los invitados eran recibidos en el vestíbulo, donde una suave melodía de piano llenaba el ambiente. Los suelos de mármol reflejaban la luz de las velas que adornaban las mesas de entrada, y el aire estaba impregnado con un delicado aroma a jazmín. Desde el vestíbulo, los asistentes eran conducidos a la sala de estar, transformada en un espacio elegante y funcional para la velada. Sofás de cuero negro y mesas de madera oscura se habían dispuesto en círculos, creando rincones íntimos donde las conversaciones murmuraban entre copas de vino tinto y champán.
La terraza exterior era el epicentro de la fiesta. Bajo un cielo estrellado, la piscina infinita reflejaba las luces de las antorchas que rodeaban el espacio. Allí se había dispuesto una barra de cócteles donde mixólogos servían bebidas personalizadas. Las mesas altas estaban decoradas con arreglos florales minimalistas, y los camareros pasaban discretamente entre los grupos ofreciendo bandejas con canapés de alta cocina.
En el comedor formal, una larga mesa de ébano se había preparado para la cena principal, aunque muchos preferían quedarse en los espacios más relajados. La música había evolucionado a un suave jazz en vivo, interpretado por una pequeña banda situada en un rincón del salón principal. Las conversaciones se mezclaban con el tintineo de las copas y el eco de las risas contenidas.
En todo momento, Fenrir se movía entre los asistentes como un maestro de ceremonias, impecablemente vestido con un traje negro, irradiando carisma y autoridad. A su lado, orgulloso, Bill permanecía caminaba altivo luciendo el tatuaje de una mordedura sobre su clavícula, llamando y recibiendo gustoso las atenciones de los invitados. Llevaba puestas su cola y orejas a fuego Habían pasado dos años desde que había llegado a esa casa por primera vez, aunque a esas alturas él ya ni era consciente de ello. Aunque no era el único
A medida que avanzaba la noche, los grupos comenzaban a dispersarse por la villa. Algunos se retiraban a la biblioteca para discusiones más privadas, mientras otros permanecían en la terraza, disfrutando del aire fresco y la vista de las luces de Mónaco en la distancia. La fiesta continuaba con un equilibrio perfecto entre el lujo, la exclusividad y un tenue aire de misterio que solo Fenrir podía imprimir en cada detalle. A lo largo de la noche saludo a Tom Riddle que iba acompañado de su “esclavo personal” Albus, Alto y delgado, con una larga barba plateada que caía hasta su pecho y ojos azules. Solo llevaba taparrabo y estaba descalzo. Grueso grilletes unía su cuello, manos y pies. Aunque permanecía erguido, no se le permitía levantar el rostro. Riddle conversaba amenamente con Lucius Malfoy, quien abrazaba a su “muñequita” Neville. Malfoy amaba vestirlo de niña de la corte de Luis XV
A medida que la fiesta alcanzaba su punto álgido, el murmullo de las conversaciones y el tintineo de las copas llenaban el aire de la villa. Fenrir, siempre atento a sus propios planes, se inclinó hacia su mascota, que permanecía a su lado obedientemente, y con un leve gesto de la mano le indicó que lo siguiera, después de lamerle la cara un par de veces. Bill, con la mirada baja pero alerta, obedeció de inmediato, dejando atrás la vibrante escena de la fiesta. Se dirigieron por uno de los largos pasillos de la villa, iluminado tenuemente por apliques de bronce que proyectaban sombras danzantes en las paredes de piedra pulida. Fenrir caminaba con paso firme, su figura proyectando autoridad y dominio, mientras Bill, aún con su collar y una correa lo seguía en silencio.
El despacho se encontraba en un ala más privada de la villa, lejos del bullicio. Era un espacio imponente, con paredes revestidas de madera oscura y una gran chimenea que ardía suavemente, llenando la habitación con un calor reconfortante. Frente al escritorio de madera de nogal, una silla de cuero aguardaba a Fenrir, mientras al otro lado del despacho estaba Fleur, elegantemente sentada en un sofá de terciopelo gris, con una expresión serena pero cargada de expectación. Fenrir entró primero, su presencia llenando la habitación al instante. Se acercó al escritorio, dejando que Bill se acostara a su lado, sin dirigirle una palabra, pero dejando claro su control absoluto sobre la situación. Fleur levantó la vista, esbozando una sonrisa ligera, como si estuviera esperando este momento.
¿Cómo estas Bill? �� pregunto Fleur con un tono pausado pero burlesco – ¿o debo decir… cachorrita? – y sonrió con malicia mientras Bill la miraba con desconfianza – si no supiera el efecto del Imperius, creería que me reconoce
Disculpa que te haya desviado de la fiesta – dijo Fenrir – pero eres mi mejor reclutadora, así que solo a ti puedo pedirte esto
¿Qué paso? – dijo la mujer recibiendo un sobre que se le ofrecía
Es Viktor Krum – dijo Fenrir – fue mi mejor recluta masculino hasta hace un mes
Es guapo ¿Qué hizo? – dijo Fleur con autentica curiosidad
Se fugo con Cedric Diggory, el futuro juguete de Igor Karkarov.
¿El jefe de la mafia rusa? – pregunto la francesa sorprendida
No solo eso – dijo Fenrir – Karkarov es uno de mis socios más importantes y mi lazo entre Europa y Asia. No me conviene tenerlo molesto. ¡Necesito que se lo devuelva ya!
No se le va a pasar la rabieta mientras Diggory no este jugando a la casita con él en el Kremlin ¿me equivoco? – pregunto Fleur
Me encantaría decir que si – respondió Fenrir – pero… sé que acaba de terminar un reclutamiento y seguro querrás unas vacaciones, pero…
Angelina fueron mis vacaciones – dijo Fleur – solo debí decir “Estoy confundida. No sé porque Bill me hizo esto” – dijo mientras fingía llorar – y ya estaba en mi cama, muy complaciente – Fenrir no pudo lanzar una carcajada
¡Eres insuperable! – dijo el hombre mientras Bill se levantó y apoyo su cabeza en las piernas sus muslos en busca de una caricia – por eso te necesito a ti
Se ha adaptado bien a los cambios – dijo Fleur con una sonrisa mirando lo sumiso que Bill se cómo cerraba los ojos y sonreía disfrutando los cambios – ¿aún recuerda como hablar?
No lo necesita. Su lengua tiene ya el uso justo y suficiente – dijo Fenrir mientras Bill intentaba llegar a su entrepierna a través de la ropa del millonario
¡Ya lo veo! – dijo Fleur lanzando una carcajada – no te preocupes por Diggory. Yo me encargare
Hoy mismo te hare el desembolso – dijo Fenrir
Gracias, pero… sobre eso te quería hablar – dijo ella
¿pasa algo? – dijo Fenrir sintiendo el cambio en el ambiente
Esta vez no quiero efectivo – dijo Fleur deslizando sobre el escritorio un papel hacia él – este es mi precio por Bill, Angelina y Diggory.
Veamos – dijo Fenrir tomando el papel y leyéndolo – ¿estas loca? ¡Hermione Greanger es la actual primer ministro británica! ¡Su popularidad es…!
Pero yo no seré egoísta – dijo Fleur – y te daré videos exclusivos. No me interesa tenerla en mi casa. Solo es un juguete. ¡Un juguete que a ti te conviene que yo tenga!
Consígueme a Diggory – dijo Fenrir mirándola fijamente mientras se acariciaba la barbilla – ¡…y tendrás tu paga!
Siempre es un placer hacer negocios contigo – dijo ella dirigiéndose a la puerta – y Bill, ¡te ves hermosa en tu estado natural! – añadió antes de salir mientras lanzaba una carcajada
¿Qué te parece Caperucita? – dijo Fenrir – acabamos de entrar a las grandes ligas ¿Celebramos?
Se acomodo en su sillón. su figura imponente en el mueble de cuero negro con respaldo alto que parecía un trono. Abrió el cierre de su pantalón, y sin necesidad de palabras o movimientos, Bill supo lo que debía hacer. Con gula tomo entre sus labios aquel pedazo de carne que su amo le ofrecía. Se concentro en lamer y chupar mientras su cola, colocada sobre una terminación nerviosa se movía en todas direcciones, como muestra inequívoca de alegría
La luz tenue de la habitación creaba un contraste dramático con el resplandor frío y constante de la pared frente a él, donde una matriz de pequeños monitores cubría casi toda la superficie. Cada pantalla mostraba diferentes imágenes: algunas en blanco y negro, otras a color, pero todas proyectaban un mundo bajo su vigilancia, cada una con un pequeño nombre, entre las que estaban al medio se leía “Cho Chang” y en la pantalla se veía a la diseñadora de interiores especializada en espacios minimalistas y exclusivos, Astoria Greengrass, quien trabajaba sobre el cuerpo desnudo de una chica acostada sobre un mesón. En el extremo superior estaba el nombre Arthur Weasley y se veía claramente al diseñador de moda Blaise Zabini jugando al lobo y Caperucita Roja con el padre de Will, quien vestía solamente una capa con capucha. No muy lejos de esa pantalla se veía al magnate farmacéutico Severus Snape, vestido de policía castigando al “peligroso a de Icriminal” Sirius Black
Con una mano descansando sobre la cabeza de Bill y la otra sosteniendo un vaso de whisky añejo, Fenrir observaba los monitores con una calma calculadora, mientras empujaba las caderas hacia adelante. Su mirada se movía de una pantalla a otra, captando detalles que para otros pasarían desapercibidos justo antes que su mundo estallara en mil sensaciones.
Se recostó ligeramente en su silla, tomó un sorbo del whisky y dejó escapar un murmullo apenas audible, como si hablara consigo mismo, satisfecho con el control absoluto que esa pared de monitores le otorgaba sobre su mundo.
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Espero les hubiese gustado. los leo en los comentarios
Hasta la proxima
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Seducción Oscura (14)
https://archiveofourown.org/works/62158204/chapters/163076245
Rastro de Sangre
Esa mañana Londres vestía con un aire melancólico y tranquilo, típico de los últimos días del invierno. Las calles, envueltas en una niebla ligera durante las primeras horas de la mañana, parecían salir de un cuadro impresionista. El cielo, de un gris pálido casi constante, reflejaba la estación fría, mientras el sol apenas asomaba entre las nubes, dejando la ciudad en una penumbra suave y fría.
El aire era húmedo, con un frío penetrante que obligaba a los londinenses a abrigarse con bufandas, abrigos gruesos y guantes. Los charcos que quedaban de las lluvias ocasionales brillaban bajo la tenue luz del día, reflejando las siluetas de los icónicos edificios de la ciudad, como el Big Ben o el Puente de la Torre. Los paseos a lo largo del río Támesis tenían un encanto especial en febrero: el agua corría tranquila, y los embarcaderos estaban más silenciosos que de costumbre, con pocos turistas recorriendo la zona.
Los parques, como Hyde Park y St. James's Park, aunque despojados del verdor exuberante del verano, mantenían su propia belleza invernal. Los árboles desnudos dejaban ver sus ramas entrelazadas, mientras que la hierba, aunque empapada por el rocío o la llovizna, se mantenía de un verde oscuro y profundo. Las ardillas correteaban de un lado a otro, y algunos patos y cisnes se deslizaban sobre las superficies de los lagos. El ambiente era sereno, casi introspectivo.
En los barrios más concurridos, como Soho y Covent Garden, las luces de las tiendas y restaurantes contrastaban con el gris del cielo, creando una atmósfera acogedora. Las cafeterías estaban llenas de personas buscando refugio del frío, calentándose con tazas de té o café humeante. El aroma de las bebidas calientes y los pasteles recién horneados llenaba el aire, invitando a hacer una pausa en el día.
Amanecía en la calle de atrás del bar Admiral Duncan, en pleno corazón de Soho, tenía un aire silencioso y melancólico, típico de las primeras mañanas de febrero en Londres. El sol apenas comenzaba a despuntar, y una tenue luz anaranjada se filtraba entre los edificios estrechos, proyectando sombras alargadas sobre el adoquinado húmedo de la calle. La lluvia de la noche anterior había dejado el suelo brillante, reflejando los tonos cálidos del amanecer y las luces aún parpadeantes de los faroles que no se habían apagado del todo.
El aire era frío y húmedo, con una niebla ligera que parecía flotar entre las esquinas, suavizando los contornos de los edificios y dándole un aspecto casi etéreo a la escena. Los escaparates de los pequeños negocios y las vitrinas del bar reflejaban los primeros destellos del día, mientras las puertas cerradas y las sillas apiladas en algunas terrazas recordaban las últimas horas de actividad nocturna. Un par de aves, quizás cuervos o palomas, revoloteaban entre los tejados bajos y las esquinas, mientras el cielo, aun parcialmente nublado, comenzaba a aclararse con matices rosados y grises
El silencio que normalmente dominaba la calle, interrumpido ocasionalmente por el eco de un auto lejano o el paso apresurado de algún madrugador, ahora era perturbado por las luces de las patrullas y la ambulancia y el murmullo grave de policías y técnicos forenses. El aroma de la humedad se mezclaba con un leve rastro de tabaco y alcohol que aún parecía impregnado en el aire, vestigios de la animada noche anterior. De vez en cuando, el sonido de una campana de bicicleta o el crujido de un carro de limpieza se mesclaba con los pasos de los oficiales. Las luces intermitentes de los coches policiales teñían de rojo y azul las paredes estrechas y desgastadas de los edificios, creando un contraste surrealista con la calma del amanecer. Un cordón policial delimitaba el área, y detrás de él, un par de curiosos se asomaban tímidamente, sus rostros reflejando tanto morbo como incomodidad.
Theodore Nott bajó del auto con una calma calculada. Llevaba un abrigo largo gris oscuro que caía hasta sus rodillas, el cual parecía atrapar las gotas de humedad que la niebla matutina había dejado en el aire. Su cabello oscuro, cortado con precisión, estaba algo revuelto, como si la prisa lo hubiera sorprendido al salir de casa, pero sus ojos, fríos y analíticos, no dejaban escapar detalle alguno mientras recorrían la escena. llegó a la escena con pasos firmes pero silenciosos.
Cruzó el cordón policial sin necesidad de palabras; su sola presencia proyectaba autoridad. Saludó con un leve movimiento de cabeza al oficial que lo esperaba y se dirigió directamente al cuerpo mientras se ajustaba los guantes negros con una precisión casi quirúrgica antes de agacharse. Sus ojos, oscuros y analíticos, recorrieron el cuerpo con minuciosidad. rodeado de charcos que reflejaban las luces intermitentes de los coches policiales. Lo único que destacaba, como un faro macabro en la penumbra, era el cabello rojo, largo y revuelto, que se extendía en un desordenado halo alrededor de lo que alguna vez fue una cabeza reconocible. El resto del rostro era irreconocible, devastado por golpes o cortes que borraron cualquier traza de identidad.
La chaqueta de cuero de la víctima estaba rasgada y empapada, teñida de rojo oscuro en el torso, donde una herida profunda indicaba la causa probable de la muerte. El resto del cuerpo mostraba signos de una lucha violenta: las manos estaban magulladas, y la posición retorcida del brazo derecho sugerencia que había intentado defenderse.
En el suelo, junto a la entrada del callejón, un sobre de cuero con documentación personal había sido cuidadosamente etiquetado por la policía: el nombre William Weasley resaltaba en el carnet que se encontraba dentro.
¿Hora estimada de la muerte? —preguntó Theodore sin apartar la vista del cuerpo.
El forense, un hombre joven y visiblemente incómodo, respondió con un tono vacilante:
Entre la una y las tres de la madrugada, señor. Hay múltiples lesiones, pero la herida en el abdomen fue la fatal. Sin embargo... —hizo una pausa y tragó saliva—, el estado del rostro sugiere que el asesino intentó deliberadamente dificultar la identificación.
Theodore se acercó en silencio, sus ojos deteniéndose en el cabello rojo que destacaba como una marca de identidad que el asesino no había podido borrar. Luego, su mirada se desplazó al entorno inmediato: las paredes desgastadas del callejón, los charcos, y el sobre de cuero en la entrada.
¿Los del bar saben algo? —murmuró para sí mismo, sus palabras apenas audibles sobre el murmullo de los agentes. Se incorporó lentamente y ajustó el cuello de su abrigo, sin apartar los ojos de la escena.
Vino un par de veces antes. Siempre solo. Parece robo
El detective giró la vista una última vez hacia el cuerpo antes de apartarse. Había reconocido al chico guapo que hacía unos meses había llevado a su casa
Se donde vivía – dijo el detective Nott – Shad Thames
Algo lejos de casa – dijo su compañero silbando mientras examinaba a su alrededor
Si – susurro Nott mirando detenidamente
Fleur estaba sentada en el alféizar de la ventana de su pequeño departamento, envuelta en una manta de lana que había tejido su abuela años atrás. Afuera, Londres despertaba con su habitual melancolía invernal. Las calles estaban cubiertas por una ligera capa de escarcha, y el aire era tan frío que su aliento empañaba el vidrio mientras miraba el lento ir y venir de los transeúntes abrigados hasta las orejas.
La mañana avanzaba perezosamente, y el aroma del café recién hecho llenaba la habitación, mezclándose con el olor de las velas de vainilla que siempre tenía encendidas. La luz grisácea del día apenas iluminaba el espacio, donde los muebles antiguos y la decoración bohemia creaban un refugio cálido en contraste con el frío exterior.
Entonces sonó el teléfono. El sonido era estridente, rompiendo la calma como un cuchillo. Fleur lo miró por un momento antes de responder.
¿Diga? —respondió con voz aún somnolienta, sujetando la taza caliente entre las manos para mantenerlas templadas.
Del otro lado de la línea, la voz era baja, cargada de una gravedad que hizo que sus dedos se tensaran alrededor de la cerámica. La persona, un hombre que se identificó como el agente de policía Theodore Nott, le informó con cuidado, pero las palabras "fallecido", "atrás del Admiral Duncan" y "aparente ataque" quedaron grabadas como un eco ensordecedor en su mente.
Por un momento, Fleur no pudo responder. Su pecho se apretó como si el aire se hubiera vuelto espeso, imposible de inhalar. La tasa se le resbaló de las manos y se estrelló contra el suelo de madera, el sonido del impacto rompiendo el silencio que había caído en la habitación.
¿Qué...? — balbuceó finalmente, con la voz rota—. No... no puede ser...
El resto de la conversación pasó como en un sueño distante. Apenas escuchaba las explicaciones, los detalles. Su mente estaba fija en Bill, en su risa nerviosa, en las veces que habían compartido charlas interminables sobre nada y todo, en cómo siempre parecía un poco perdido pero lleno de una dulzura única. Ahora, imaginarlo muerto, solo, en un callejón helado... era un golpe que no podía procesar.
Cuando finalmente colgó, sus piernas la llevaron tambaleándose hacia la silla más cercana, donde se dejó caer con los ojos fijos en el suelo, sin ver realmente. La manta aún colgaba de sus hombros, pero no sentía el calor. Un temblor involuntario se apoderó de ella mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas, silenciosamente.
Se quedó en la silla durante lo que parecieron horas, aunque el reloj apenas marcaba unos minutos desde que había recibido la llamada. Su cuerpo estaba inmóvil, como si el peso de la noticia la hubiera anclado al suelo. Su mente, en cambio, era un caos de imágenes, recuerdos y preguntas sin respuesta.
La luz de la mañana comenzó a cambiar, pasando de un gris helado a un tono más blanquecino que reflejaba la escarcha del exterior. Pero Fleur no se movió. Sus ojos estaban clavados en el charco de café derramado que ahora se extendía por el suelo, mezclándose con los pequeños fragmentos de cerámica rota. Era una metáfora cruel, pensó en un momento de lucidez: algo cálido, familiar, destrozado en un instante.
Finalmente, su cuerpo reaccionó antes que su mente. Se levantó lentamente, sus movimientos torpes y mecánicos, y fue a buscar un trapo para limpiar el desastre.
Mientras limpiaba, sus manos temblaban tanto que tuvo que detenerse varias veces. Las lágrimas seguían cayendo, silenciosas pero incesantes, empañando su visión. La imagen de Bill seguía apareciendo en su mente, tan vivo, tan lleno de pequeñas manías y gestos que ahora parecían insustituibles. Recordó cómo solía pasarse la mano por el cabello cuando estaba nervioso, o cómo siempre pedía té, aunque nunca lo terminaba. Esos detalles, tan insignificantes en su momento, ahora la asfixiaban con su ausencia.
Cuando terminó de limpiar, se quedó de pie en la cocina, mirando la ventana empañada. Afuera, el mundo seguía moviéndose. La gente caminaba rápidamente, ajena a su dolor. Los coches pasaban, dejando rastros de vapor en el aire gélido. La vida no se detenía
De repente, miró alrededor, buscando su abrigo, sus botas. Apenas era consciente de lo que hacía mientras se preparaba para salir. Cuando abrió la puerta y salió al pasillo, el frío invernal la golpeó como una bofetada, pero no retrocedió. Bajó las escaleras rápidamente, sus pasos resonando en la vieja madera, y salió a la calle, donde el aire helado mordía su piel. No sabía dónde iba, pero sus pies la llevaron en dirección al Admiral Duncan, como si necesitara ver el lugar donde Bill había pasado sus últimos momentos, aunque la idea le aterrorizara.
Mientras caminaba, los recuerdos la seguían como un espectro. Cada esquina, cada calle parecía tener algo de Bill: la cafetería donde solían reunirse, el parque donde una vez habían pasado una tarde riendo. Fleur tenía que llegar, aunque no sabía qué encontraría ni cómo enfrentarlo.
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Fleur llegó a la estación policial con pasos pesados, como si cada movimiento requiriera un esfuerzo monumental. Parecía que el aire frío del invierno londinense se había infiltrado en su abrigo, pero el hielo que sentía no venía del clima, sino de la noticia que la había llevado allí. Apenas podía sentir sus dedos cuando empujó la pesada puerta de vidrio y entró al edificio.
El interior de la estación era austero y funcional, con paredes grises y un mostrador de madera desgastada. El ruido de los teléfonos sonando y las conversaciones bajas de los oficiales creaba un zumbido constante que apenas registraba. El detective Nott la vio entrar y se levantó para recibirla, con una expresión de solemne comprensión que hizo que su estómago se encogiera.
¿Señorita Delacour? —preguntó, y ella asintió con un movimiento casi imperceptible.
Sí... estoy aquí por... por Bill. —Su voz temblaba, y tuvo que aclararse la garganta para terminar la frase.
El oficial le pidió que lo siguiera por un pasillo estrecho y mal iluminado. Cada paso resonaba, haciendo que el ambiente pareciera más opresivo. Fleur intentó concentrarse en los detalles insignificantes, como el crujido de sus botas en el suelo o el parpadeo de un tubo fluorescente, pero nada lograba distraerla del nudo en su pecho. La llevaron a una sala pequeña y fría, donde una mesa metálica esperaba en el centro. Sobre ella, un par de bolsas de plástico transparente contenían las pertenencias de Bill: su billetera, un reloj barato que siempre llevaba, y un pequeño cuaderno negro que Fleur reconoció de inmediato.
Estas son las pertenencias que encontramos con él —dijo el oficial, colocándolas frente a ella con cuidado. Su voz era medida, profesional, pero no podía ocultar del todo la incomodidad.
Fleur miró las bolsas con una mezcla de incredulidad y dolor. Sus manos temblaban cuando recogió la billetera, notando las manchas oscuras que ya sabía que eran sangre. La abrió despacio, como si fuera un objeto sagrado, y encontró su identificación, esa tarjeta de plástico con la fotografía de Bill, su nombre, y esos pequeños detalles que ahora parecían absurdamente importantes.
Pero cuando vio el cuaderno, su corazón se detuvo. Lo abrió con cuidado, pasando las páginas llenas de notas caóticas, dibujos y garabatos que Bill siempre hacía para calmar su mente inquieta. Era como si estuviera viendo un pedazo de él, algo tan íntimo que la abrumó.
¿Y él...? ¿Puedo verlo? —preguntó finalmente, sin levantar la mirada.
Le advierto que... no está en buenas condiciones – dijo el oficial tras un momento de duda –. El resto del rostro era irreconocible, devastado por golpes o cortes que borraron cualquier traza de identidad. Solo pudimos confirmar quién era por su identificación.
Las palabras cayeron sobre ella como un golpe físico, haciéndola tambalearse ligeramente. Fleur se apoyó en la mesa, respirando profundamente para no derrumbarse.
Solo... necesito estar segura —dijo, más para sí misma que para el oficial.
La llevaron a otra habitación, más fría y oscura que la anterior. Había una camilla metálica en el centro, cubierta por una sábana blanca. El oficial levantó la tela solo lo suficiente para revelar la identificación y las partes menos dañadas del cuerpo de Bill. Fleur no pudo evitar soltar un jadeo ahogado al verlo. Aunque el rostro estaba destruido, el tatuaje en su muñeca , el arete con forma de lobo, los detalles de su complexión, eran inconfundibles.
Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, pero no se permitió sollozar. Permaneció inmóvil, sintiendo que debía soportar ese momento por él, como un último acto de lealtad.
Es él... —murmuró con un hilo de voz, casi inaudible.
Cuando finalmente salió de la estación, el frío del exterior la golpeó de lleno, pero esta vez no lo sintió. Caminó sin rumbo durante un rato, con las bolsas de plástico apretadas contra su pecho, como si fueran lo único que le quedara de Bill. La ciudad seguía su ritmo, ajena a su pérdida, mientras Fleur avanzaba con pasos vacilantes, intentando entender cómo enfrentaría un mundo sin él.
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Seducción Oscura (13)
https://archiveofourown.org/works/62158204/chapters/162766663
Fiesta de Ilusiones
Sevenoaks tenía un aire tranquilo, lejos del bullicio de Londres, aunque se encentraba a tan solo treinta minutos en tren de la capital. Ubicado en el condado de Kent, al sureste de Londres, era un lugar que combina a la perfección la tranquilidad rural con un toque de sofisticación y tradición inglesa. Rodeado por colinas, bosques y vastas extensiones de terreno, era conocido por su encanto pintoresco y su atmósfera exclusiva. En su corazón tenía calles adoquinadas y estrechas, flanqueadas por edificios históricos de ladrillo rojo y piedra, muchos de los cuales albergan pequeñas tiendas, cafés acogedores y pubs tradicionales. Entre ellos, destacaban boutiques de lujo y panaderías artesanales, lo que añade un aire refinado al ambiente del pueblo. Las farolas antiguas y los jardines bien cuidados realzan el atractivo visual de la zona central.
A las afueras del pueblo, se encontraban majestuosas propiedades y mansiones que datan de siglos pasados, muchas de ellas rodeadas de grandes extensiones de tierra y altos setos que ofrecen privacidad. Era común ver largas avenidas bordeadas de árboles que conducen a residencias escondidas, algunas de las cuales incluso tienen un aire de castillos o propiedades señoriales.
Por la noche, Sevenoaks adoptaba una atmósfera de tranquilidad casi palpable, como si el tiempo se detuviera en sus calles serenas y rodeadas de naturaleza. Las luces de las farolas antiguas, con su tenue resplandor anaranjado, iluminaban las estrechas aceras del centro del pueblo, creando sombras alargadas que danzaban sobre las fachadas de los edificios históricos. Las tiendas, con sus escaparates cerrados, reflejaban las luces, y los pubs aún abiertos dejaban escapar murmullos y risas apagadas que se perdían rápidamente en el aire frío. En los alrededores, las mansiones y propiedades señoriales permanecían sumidas en la penumbra, algunas apenas visibles detrás de altos setos y portones de hierro forjado. Los caminos rurales, bordeados de árboles que se alzaban como figuras fantasmales, estaban casi desiertos, salvo por algún coche ocasional que pasaba proyectando sus luces sobre las colinas y campos.
El área más famosa de Sevenoaks por el misterio y el secretismo era sin lugar a duda Wolfshade Hall, una vasta reserva natural que rodea Wolfshade House, una histórica casa señorial que refleja el esplendor de la Inglaterra antigua. El parque, con sus colinas ondulantes y su población de ciervos en libertad, es un lugar popular tanto para los locales como para los visitantes.
Wolfshade Hall, en particular, adquiría un aire misterioso por la noche. Sus vastos terrenos, apenas iluminados por la luz de la luna, parecían un mar de sombras en movimiento. Los ciervos se desplazaban silenciosamente entre los árboles, y el crujir de las hojas bajo sus patas era el único sonido que rompía el silencio absoluto. El cielo, despejado y oscuro, permitía ver un manto de estrellas que parecía más brillante en contraste con la penumbra del pueblo.
Un movimiento suave puso a Bill en alerta que se había dormido a los pies de Fenrir. El hombre lo esperaba de pie fuera de la movilidad sosteniendo su correa. Con un suave movimiento le Indicó que bajara. Bill descendió del auto, pero no de pie, sino apoyado sobre sus manos y rodillas, obligado por el arnés que Fenrir había ajustado previamente. Cada movimiento que daba era lento, casi torpe, mientras intentaba avanzar bajo las restricciones del dispositivo. Las barras de metal en el arnés lo forzaban a mantener una postura baja, caminando como una mascota obediente, con la cabeza gacha y el rostro parcialmente oculto por la sombra.
Fenrir, sin voltear siquiera a mirarlo, comenzó a caminar hacia la entrada de la casa. Su mano sostenía una correa de cuero negro que se extendía hacia Bill, quien lo seguía con pasos pequeños y temblorosos, el cuero del arnés crujía con cada movimiento. Cada vez que Bill titubeaba, Fenrir tiraba ligeramente de la correa, sin perder su ritmo ni su postura altiva, como si aquello fuera un ritual cotidiano que no merecía mayor atención.
Bienvenido señor — dijo un hombre mayor, de cabello gris y desordenado, con una expresión perpetuamente malhumorada y ojos pequeños llenos de suspicacia. Se veía amargado y resentido, bastante celoso y desconfiado, aunque eficiente
Filch, ¿está todo arreglado para mi reunión de hoy? — pregunto Fenrir
Tal como mi señor lo dispuso — respondió el hombre dijo con una ligera venia
Lavender, asegúrate que coloquen en mii habitación un... espacio adecuado para Bill — y miro al pelirrojo
Entiendo señor — dijo la chica de cabello castaño claro, ojos grandes
Katie ¿llego el menú de hoy?
Si señor — respondió una chica delgada y de apariencia sencilla, con cabello castaño oscuro recogido en una coleta y ojos expresivos que delatan su cansancio
Mundungus, ¿le entregaste a Cedric la lista de invitados? — pregunto mirando a su asistente personal
Si señor — dijo un hombre bajo que movía las manos nerviosamente
Perfecto. Vamos cachorrita, debemos prepararnos para una gran noche — dijo entando a la casa mientras jalaba ligeramente la cadena de Bill haciendo caminar al pelirrojo, quien lo hacía cautelosamente
La entrada principal de Wolfshade Hall era imponente. Solo así la podía calificar. Elegante y robusta, con una puerta de madera de nogal tallada a mano, decorada con detalles geométricos y un herraje en forma de lobo estilizado. Al cruzarla, se accedía a un vestíbulo amplio y luminoso, donde el suelo de piedra pulida reflejaba la luz de un candelabro moderno de hierro forjado que colgaba del techo alto. Las paredes estaban revestidas con paneles de madera clara, combinados con detalles en mármol beige que aportaban un aire sofisticado. Un conjunto de sillones de cuero en tonos camel y una mesa central de cristal formaban un pequeño espacio de espera junto a la entrada. Desde allí, una gran escalera de madera de roble, con barandillas sencillas, pero bien acabadas, ascendía a los pisos superiores. A los lados del vestíbulo, se encontraban puertas dobles que llevaban al salón principal y al comedor, ambos decorados con un estilo sobrio pero refinado.
El salón principal destacaba por su amplitud y funcionalidad. Una chimenea de líneas limpias se erguía en el centro de la pared principal, rodeada de estanterías con libros, objetos de arte moderno y fotografías en blanco y negro. Los sofás grises y las mesas auxiliares de madera oscura creaban un ambiente acogedor, iluminado por grandes ventanales cubiertos con cortinas ligeras en tonos arena. El espacio parecía diseñado tanto para impresionar como para ofrecer comodidad.
El comedor, por su parte, era más formal. Una mesa larga de madera clara ocupaba el centro de la habitación, acompañada de sillas tapizadas en cuero marrón oscuro. Sobre la mesa, un conjunto de lámparas colgantes proyectaba una luz cálida y uniforme. Las paredes estaban decoradas con cuadros abstractos y espejos estratégicamente colocados para amplificar la luz.
Subiendo las escaleras, los pasillos eran amplios y estaban alfombrados en tonos neutros. Las puertas, hechas de madera natural, daban acceso a las habitaciones. Al final del corredor se encontraba la suite principal, la habitación de Fenrir.
Su dormitorio combinaba lujo y practicidad. Una cama de diseño moderno con cabecero acolchado en tono gris oscuro se situaba en el centro, vestida con ropa de cama en tonos tierra. Las paredes estaban pintadas en un tono cálido, decoradas con fotografías enmarcadas de paisajes en el cual predominaba un lobo. Una alfombra grande cubría el suelo, aportando textura y comodidad. En una esquina, un escritorio minimalista y bien organizado se enfrentaba a un ventanal con vistas al bosque cercano. Un armario empotrado con puertas de vidrio esmerilado completaba el espacio, mientras que un sillón de cuero junto a una mesa auxiliar sugería un lugar perfecto para relajarse con un libro o una copa de vino.
Bill miraba el lugar con desconfianza. Sentía que el mayor lo iba a atacar en cualquier momento. Por su parte, Fenrir soltó la correa del pelirrojo permitiéndole moverse libremente por la habitación. Su gesto era mecánico, como si la acción careciera de importancia para él, y en cuanto lo hizo, comenzó a desvestirse sin dedicarle una sola mirada más. Su chaqueta de cuero y camisa cayeron al suelo con un movimiento rápido y decidido, mientras cruzaba el espacioso dormitorio hacia el guardarropa.
Abrió las puertas de madera oscura, revelando una colección impecable de trajes, todos organizados por color y estilo. Sus dedos recorrieron las perchas, rozando telas finas de lana y seda, hasta detenerse en un smoking negro clásico. Lo sacó con cuidado y lo colocó sobre la cama perfectamente hecha, alisando el tejido con un gesto automático. Se movía con precisión y calma, como un ritual ensayado cientos de veces. Desató los cordones de sus zapatos, dejándolos junto a la puerta, y después se quitó los pantalones, quedando un momento en ropa interior antes de acercarse a un espejo de cuerpo entero. Sus ojos evaluaron su reflejo antes de despojarse de su última prenda.
Ven aquí hermosa — dijo indicándole que suba a la cama y Bill obedeció al instante — muy buena niña. Nos vamos a bañar y luego bajaremos — le quito el arnés y la cola — eres perfecta. Esta noche seré la envidia de todos mis amigos — dijo acariciándolo como se hace con un perro —. Ven — y se dirigió al baño
En cuanto Bill entró en el baño principal de Wolfshade Hall sintió ganas de silbar. la habitación era una mezcla de lujo contemporáneo y diseño funcional, pensado para transmitir elegancia sin ostentación. Al entrar, lo primero que destacaba era la amplitud del espacio. El suelo estaba revestido de mármol gris claro con vetas blancas, mientras que las paredes alternaban entre baldosas de cerámica mate en un tono arena y paneles de vidrio esmerilado que aportaban privacidad. En el centro, una bañera exenta de diseño ovalado, hecha de piedra blanca pulida, descansaba sobre una plataforma ligeramente elevada. Justo encima, un candelabro moderno de vidrio soplado proyectaba una luz tenue y relajante. Al fondo, un ventanal de piso a techo con cortinas translúcidas permitía la entrada de luz natural durante el día, ofreciendo una vista del bosque cercano.
A un lado de la bañera, una ducha de lluvia amplia ocupaba su propio rincón, separada por mamparas de cristal transparente. Los controles eran digitales, integrados en la pared, permitiendo ajustar la temperatura y la presión del agua con precisión. El lavabo, doble y de líneas minimalistas, estaba montado sobre un mueble de madera clara con acabados mate. Encima, espejos rectangulares con iluminación integrada se extendían a lo largo de la pared. Los accesorios de metal cepillado en tono dorado suave complementaban el diseño. En una esquina, el área del sanitario estaba discretamente separada por un panel de vidrio opaco, manteniendo la privacidad. Cerca de la entrada, un banco de madera con cojines neutros y un perchero cromado ofrecían un lugar cómodo para dejar ropa o toallas.
El ambiente estaba cuidadosamente aromatizado con un ligero toque a eucalipto, y toallas blancas gruesas estaban dobladas sobre un calentador de toallas en la pared. Cada detalle, desde los materiales hasta los acabados, había sido elegido para crear un espacio relajante, funcional y en perfecta sintonía con la sofisticación de la mansión.
Caminó detrás de su ¿amo? hacia la bañera exenta, su superficie blanca relucía bajo la luz. El hombre giró los mandos de la grifería de acero pulido, ajustando la temperatura del agua hasta que el vapor empezó a elevarse lentamente. Vertió unas gotas de un aceite aromático en el agua, impregnando el ambiente de un tenue aroma a sándalo y bergamota. ambos entraron y el mayor se sumergió en el agua caliente con un suspiro contenido, inclinando la cabeza hacia atrás mientras cerraba los ojos. Los músculos tensos de su espalda y hombros parecían relajarse al contacto con el calor. Permaneció inmóvil por un momento, dejando que el agua lo envolviera, antes de tomar una esponja de textura áspera que descansaba sobre el borde de la tina. Con movimientos pausados, frotó su piel, eliminando el cansancio y las marcas del día con cada pasada.
Con un gesto de cabeza le ordeno a su “mascota” que se acercase. Bill obedeció tímidamente antes de sentir una suave caricia que se inició en su cabello y bajo por su cuello. Acariciando sus hombros y brazos siguió por espalda hasta llegar al nacimiento de sus glúteos. Bill no pudo evitar estremecerse al sentir el dedo que buscaba explorarlo.
Como dije antes — comenzó Fenrir — es especial para mi tengo una reunión de negocios muy especial — Bill cerro los ojos estremeciéndose — y necesito que adoptes el rol completamente. sin importar lo que pase, no saldrás del papel. Es posible que le gustes a mis amigos, y quieran acariciarte. Bajo ningún motivo tienes permitido salirte del rol, ni impedir que te toquen. ¿está claro? — y Bill le lamio el rostro — eres tan hermosa — y Bill sintió como los dedos, que ahora ya eran tres, eran remplazado por algo más grueso, tibio y palpitante. — Billy apretó los ojos ¡lo estaba...! Mejor no pensar en eso ¡Solo una noche y todo acabara! Se dijo a si mismo
Llevaban casi diez minutos en el agua, y varias veces que su amo lo había hecho suyo, cuando se enjuagó con cuidado, hundiendo el rostro bajo el agua antes de levantarse, dejando que las gotas resbalaran por su piel. Fenrir cerró los mandos de la grifería y salió de la bañera con un solo movimiento fluido, y Bill lo siguió. Tomó una toalla grande y suave del calentador cercano, secándose con precisión, empezando por el rostro y continuando hacia abajo, sin dejar rastro de humedad en su piel. Su reflejo en el espejo le devolvía una mirada neutral, casi desapasionada, mientras se envolvía la cintura con la toalla. Tomo otra toalla y seco al pelirrojo que tenía el rostro rojo de tanto llorar.
Ya seco, le coloco los arneses a Bill, el plug con forma de cola y una vincha sobre su cabeza que le daba el aspecto de tener orejas de perro. Una vez listo, volvió a cruzar la puerta, dejando el baño tal como lo había encontrado, impecable y con el aroma tenue que había dejado su ritual de aseo.
Alzó el smoking y comenzó a vestirse con movimientos fluidos. Primero, la camisa blanca de corte perfecto, ajustándola con un botón tras otro, seguida por los pantalones negros que le caían como si hubieran sido hechos específicamente para él, porque lo eran. Luego, se ajustó el chaleco, cuyo tejido contrastaba sutilmente con el de la chaqueta, y finalmente, se abotonó el esmoquin, alisando las solapas con las palmas de las manos. Caminó hacia la cómoda para elegir una corbata de lazo y unos gemelos de plata. Los colocó con precisión, asegurándose de que brillaran justo lo suficiente bajo la luz tenue del dormitorio. Al girarse hacia la puerta, su mirada se detuvo brevemente en el cachorro, que observaba desde su posición en el suelo.
Con un último ajuste al cuello de su camisa, Fenrir tomó una bocanada de aire, miró su reflejo una vez más, y se dirigió a la puerta, con pasos firmes, listo para enfrentar lo que la noche le deparara. Tomo la correa de su mascota
no lo olvides, te pueden acariciar, cualquiera, y tú lo tienes que disfrutar. Solo piensa en lo libre que serás mañana. Ahora, andando cachorrita. hora de divertirnos — dijo saliendo de la habitación
Esa noche, la sala de Wolfshade Hall combinaba elegancia clásica con un aire de exclusividad moderna, diseñada para impresionar a cualquiera que pusiera un pie en ella. El espacio estaba iluminado por un candelabro de cristal que colgaba del techo alto, proyectando una luz cálida que acentuaba los detalles de la decoración. Las paredes, revestidas con paneles de madera oscura pulida, estaban adornadas con discretas piezas de arte contemporáneo en tonos neutros, que equilibraban la sobriedad del lugar.
Un gran sofá en forma de "U" de terciopelo gris oscuro dominaba el centro de la habitación, rodeando una mesa de café de vidrio con patas de bronce, sobre la cual descansaban copas de cristal y una botella de whisky escocés de edición limitada. Las bandejas de aperitivos, cuidadosamente seleccionados, incluían quesos finos, frutos secos y canapés elaborados, presentados en vajilla de porcelana blanca con detalles dorados.
A un lado, una chimenea moderna con marco de mármol blanco irradiaba un calor tenue, mientras una hilera de sillas de respaldo alto tapizadas en cuero negro ofrecía un lugar adicional para sentarse. Los detalles de la sala, como los candelabros de pared en bronce envejecido y las alfombras persas en tonos cálidos, reforzaban la atmósfera de lujo sin exceso. En una esquina, un carrito de bar de diseño art déco exhibía botellas de licor Premium, vasos grabados y una cubitera de plata reluciente. Los asistentes, vestidos de manera impecable con trajes hechos a medida, se movían con cautela, sus conversaciones bajas y medidas contribuyendo a la sensación de exclusividad.
La atmósfera era refinada y calculada, un lugar donde cada detalle hablaba del poder y la influencia del anfitrión, pero también de su habilidad para crear un ambiente cómodo y funcional para el cierre de tratos. Wolfshade Hall, en ese momento, no era solo una casa; era el centro de un imperio envuelto en un aura de respetabilidad.
Billy apenas podía bajar las escaleras bajo ese arnés, pero en cuanto se percato de la cantidad de ojos que se clavaron en él, sintió que podría correr escalera arriba, pero ”su amo” sostenía fuertemente su cadena. Por un instante todos los murmullos pararon, para luego comenzar nuevamente. Era claro que él era el centro de atención
!Lucius! — dijo su amo — bienvenido — y le estrecho la mano a un rubio que cargaba un bastón como si viviese a finales del siglo XVIII
Veo que encontraste un remplazo para Lunático — dijo el hombre examinando a Bill con la mirada
Reemplazo... no creo — dijo Fenrir mirando a Bill de una manera que el pelirrojo deseo poder empequeñecerse hasta desaparecer — pero es un verdadero diamante en bruto, que encantado puliré si se queda con nosotros — añadió ante la mirada de Bill — Severus, para mí, el hombre del momento — dijo estrechándole la mano a un hombre de figura delgada y pálida, con cabello negro y lacio que enmarcaba un rostro anguloso de expresión severa. Sus ojos oscuros y penetrantes parecían escudriñar el alma de quienes lo miraban.
Así que este es el nuevo juguete que te conseguiste — dijo Severus inclinándose para verlo más de cerca, lo que hizo que instintivamente Bill se acercara más a la pierna de Fenrir — ¿ya empezó o...?
Mañana grabara los promocionales — dijo su amo acariciándole el cabello — ya está todo listo
¿Y se puede como nos va a sorprender tu genialidad? — pregunto Bellatrix sonriendo
Si te lo digo ya no será sorpresa — replicó Fenrir haciendo reír a todos a su alrededor, mientras él le guiñaba el ojo a Bill
Siguió caminando. Su mirada serena y dominante recorrió el salón, donde ya esperaban sus invitados, distribuidos en pequeños grupos alrededor del sofá y las sillas de la sala. Los asistentes, hombres y mujeres vestidos con atuendos de alta costura, interrumpieron sus conversaciones al notar su presencia. Fenrir no necesitó elevar la voz; un simple asentimiento bastó para que todos entendieran que era momento de comenzar. Aunque a quien realmente miraban era a su mascota. Se acercó al carrito de bar donde uno de sus empleados le ofreció una copa de whisky. La tomó con un gesto firme, pero no bebió de inmediato. En lugar de eso, pronunció unas palabras de bienvenida, breves y cargadas de autoridad, que establecieron el tono de la velada. Los presentes respondieron con murmullos de aprobación y asentimientos corteses.
Un mayordomo apareció discretamente junto a la puerta del comedor, anunciando con voz neutra que la cena estaba lista. Fenrir hizo un leve movimiento con una mano, invitando a sus invitados a dirigirse hacia la mesa, mientras con la otra sostenía firmemente la correa de Bill. Uno a uno, abandonaron la sala y entraron en el comedor, guiados por el personal que los conducía con precisión hacia sus lugares asignados. La transición entre la sala y el comedor fue fluida, casi coreografiada. El ambiente seguía siendo relajado pero formal, con una música instrumental suave de fondo que añadía un toque de sofisticación. Fenrir se colocó al frente de la mesa principal, ocupando el asiento central, mientras observaba cómo todos tomaban sus lugares. Su gesto satisfecho y la manera en que se acomodó la solapa de su traje indicaban que la noche estaba desarrollándose exactamente como lo había planeado.
La cena transcurrió en un ambiente cargado de formalidad y exclusividad. La larga mesa de madera oscura estaba impecablemente preparada, con candelabros de plata que arrojaban una luz cálida sobre la vajilla de porcelana blanca y los cubiertos de oro. El murmullo de las conversaciones era bajo, como si cada palabra estuviera medida para no romper el equilibrio del momento. A los pies de Fenrir, Bill descansaba obedientemente, envuelto en un silencio absoluto. Vestía un arnés de cuero oscuro que parecía fusionarse con su cuerpo, con correas que delineaban su postura sumisa. Se mantenía con las manos y las rodillas en el suelo, una imagen deliberadamente humillante que contrastaba con el refinamiento de los comensales, quienes no dejaban de alabar su sumisión.
Cada cierto tiempo, uno de los empleados de Fenrir, vestido con discreción, se acercaba al lugar donde se encontraba Bill para depositar en un pequeño plato algunos restos cuidadosamente seleccionados de los mismos platillos que se servían en la mesa. Estos eran colocados directamente frente a él, que comía con movimientos silenciosos y contenidos, cumpliendo perfectamente con el papel que le habían asignado. Fenrir, mientras tanto, mantenía una conversación animada con sus invitados, aparentemente ignorando la presencia de la figura a sus pies, aunque ocasionalmente su mano descendía de forma casi casual para dar una caricia breve y posesiva sobre la cabeza del pelirrojo. Ese gesto, aunque sutil, no pasaba desapercibido entre los asistentes, quienes intercambiaban miradas maravilladas y alabando el aire de autoridad que Fenrir imponía.
La velada continuó con platos exquisitos que llegaban en una sincronización impecable, desde una entrada ligera hasta un plato principal elaborado. Los comensales brindaron varias veces con vinos cuidadosamente seleccionados, mientras el personal mantenía cada detalle bajo control. Todo, desde las conversaciones hasta la música suave que resonaba en el fondo, parecía diseñado para resaltar el poder de Fenrir sobre aquel espacio, y, sobre todo, sobre las personas que lo rodeaban. Era humillante, pero si llegaba al final de la noche, podría liberarse de ese infierno
La cena terminó con un postre delicado servido en copas de cristal, acompañado por una selección de licores dulces que los invitados degustaron mientras la conversación se tornaba más relajada. Fenrir permanecía en el centro de todo, liderando las interacciones con una mezcla de carisma y control. Su voz, grave y precisa, marcaba el ritmo de la velada, atrayendo la atención con cada palabra.
Cuando los platos fueron retirados, los invitados se movieron nuevamente al salón principal, donde el carrito de bar fue reabastecido con bebidas más fuertes servidas en copas de cristal cortado. Algunos se acomodaron en los sofás mientras otros exploraban la habitación con curiosidad, admirando los detalles decorativos. Fenrir, siempre atento, mantenía una sonrisa contenida mientras observaba cómo los demás se desenvolvían en su territorio.
Fenrir, siempre en control, se movía entre los presentes con la naturalidad de un anfitrión experimentado. Su presencia dominaba el espacio, y aunque sus palabras eran escasas, cada mirada y cada gesto parecían orquestar el ritmo de la reunión. Billy permanecía cerca, siempre a una distancia prudente pero visible, siguiendo las instrucciones silenciosas de su dueño. Cuando Fenrir se detenía a conversar, él permanecía inmóvil a su lado, observando en silencio desde su posición inferior. Las miradas de los invitados se posaban sobre ella, una mezcla de incomodidad y fascinación contenida que nadie osaba expresar en voz alta.
Un pianista, ubicado en un rincón del salón, comenzó a tocar una melodía suave y envolvente, añadiendo una capa más de sofisticación a la atmósfera. Algunos invitados se dedicaron a conversaciones privadas, otros tomaron copas de vino junto a la chimenea, mientras Fenrir vigilaba todo desde el centro, como un depredador en su territorio.
En algún momento, Fenrir se sentó en uno de los sofás, y a sus pies lo hizo Bill siempre cumpliendo con su papel, ahora recostado junto a su sillón en una postura sumisa pero relajada. Un gesto casi imperceptible de Fenrir era suficiente para que uno de los empleados trajera un pequeño cuenco con agua, que fue colocado frente a la mascota, reforzando la imagen cuidadosamente diseñada.
La noche avanzó, y los invitados comenzaron a despedirse uno por uno, inclinándose ligeramente ante Fenrir en señal de respeto. Algunos intercambiaron apretones de manos formales; otros simplemente ofrecieron una mirada de asentimiento antes de cruzar las puertas del vestíbulo. Fenrir respondía con cortesías calculadas, observando cómo sus empleados los acompañaban hasta los autos estacionados en la entrada.
La noche se alargó en un ritmo pausado, hasta que poco a poco los asistentes comenzaron a retirarse. Uno a uno se acercaban a Fenrir para estrechar su mano o intercambiar palabras de despedida, expresando su gratitud por una velada impecable. Él respondía con una sonrisa mínima y un asentimiento que cerraba cualquier interacción con su aire de superioridad natural. Finalmente, el último invitado cruzó las grandes puertas de Wolfshade Hall , y el eco de sus pasos se desvaneció en la noche. Fenrir, ahora solo con su mascota y algunos empleados que comenzaban a recoger discretamente, soltó un suspiro breve, más de satisfacción que de cansancio.
extendiendo una mano hacia la correa que descansaba sobre un mueble cercano y la enganchada al arnés. Con un tirón suave pero firme, indicó el camino hacia las escaleras.
Vamos, bonita — dijo es hora d relajarnos — ordenó, su voz firme y sin necesidad de elevarse.
Bill obedeció de inmediato, colocándose en posición detrás de Fenrir mientras este ascendía las escaleras hacia su habitación. Los pasos de ambos resonaban en el silencio de la mansión, ahora vacía de la presencia de extraños. Subieron juntos por el amplio y silencioso corredor que conducía a su habitación. Los empleados, ya acostumbrados a aquella rutina, desaparecieron como sombras, dejando el espacio completamente libre para su amo. Al llegar, Fenrir abrió las puertas de su dormitorio, soltó la correa y la cerró con un clic seco, marcando el final de la noche. Cerró la puerta tras de sí, dejando fuera el mundo exterior. Sin palabras, le quito el arnés y caminó hacia el armario para despojarse del traje que había llevado durante la noche, mientras Bill aguardaba en silencio, expectante ante lo que él pudiera decidir para lo que quedaba de la noche.
Volvió completamente desnudo y le hizo una seña a Bill para que subiese a la cama mientras él se acostaba. El pelirrojo obedeció en completo silencio, colocando su cabeza sobre el pecho de su amo
Hoy hiciste un trabajo extraordinario – dijo Fenrir acariciando su pelo perezosamente – y como lo prometí, vamos a hablar d tu libración – Bill lo miraba expectante. ¡Por fin saldría de ese infierno! - cómo te habrás dado cuenta, manejo la red de prostitución más grande dl mundo. Y desde hace unos meses, tú eres la estrella principal. Tus videos son los más... ¡Todos te aman! Así que la propuesta es la siguiente. durante cinco días, en locaciones especiales grabaremos cinco videos con diferentes temáticas. Una por día. Tendrás escenografía, vestuario, maquillaje ¡todo! - Y Bill dio unos pasos hacia atrás – solo piénsalo. Cinco días, cinco personajes diferentes – Bill intenta ponerse de pie cuando la pantalla del televisor se activa – no salgas del personaje, ¡o ellas entraran en él! - cuando Bill miro hacia el aparato, un terror sin precedente ¡Eran Molly y Geny! Conversando con quienes las grababan, y se las veía bastante animada – solo cinco días y todos serán libres ¿cuál es tu respuesta? – Bill solo cerró los ojos. Su destino estaba sellado
Despertó cuando los primeros rayos de sol iluminaban la habitación donde estaba. El cuarto tenía paredes pintadas en tonos pastel, con pegatinas de nubes y estrellas. Intento levantarse, pero no pudo, sus movientes eran torpes. No coordinados. Miró hacia un lado. Y solo vio ¿barrotes? Y ¿Qué era ese aroma? Estaba en una esquina, se encontraba su cuna blanca, decorada con sábanas suaves con estampados de princesas. Cerca de la ventana, un pequeño mueble contenía juguetes de colores vivos, como un mordedor en forma de jirafa, cubos apilables y un peluche de conejo que parecía ser su favorito.
Intento hablar, pero solo podía dar balbuceos mientras agitaba sus manos descoordinadamente. Se miro a sí mismo y vestía un body de algodón rosado con estampados de flores, y calcetines blancos con puntitos. ¿Qué rayos pasaba? La puerta se abrió y Fenrir entro por ella sonriendo. Vestía imponente con una camisa blanca de lino, desabotonada en la parte superior, dejando entrever el inicio de su clavícula y dando un aire de comodidad. Los puños de las mangas estaban ligeramente arremangados, mostrando sus antebrazos fuertes y tatuados, una especie de contraste entre lo pulcro y lo salvaje. Sus pantalones eran de un tejido suave, probablemente lana fina o algodón de alta calidad, en un tono gris oscuro. Le quedaban perfectamente ajustados, lo suficiente para marcar su porte elegante, pero con un corte que le permitía moverse con libertad. Iba descalzo, dejando ver sus pies bien cuidados, lo que aportaba un toque terrenal a su imagen.
En sobre su muñeca derecha, llevaba un reloj sencillo con correa de cuero negro, una pieza que hablaba de su buen gusto sin ser ostentosa. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás de manera casual, como si lo hubiera hecho con las manos, y su barba corta estaba bien delineada, manteniendo ese equilibrio entre lo desenfadado y lo impecable. A Bill le asusto la manera en la que se movía, con una naturalidad que denotaba dominio del espacio. En una mano sostenía un biberón, mientras que en la se acomodaba el cabello. Se inclino sobre la cuna y lo tomo en brazos. Bill quiso protestar, pero solo podía lanzar gorjeos
Lo saco de la cuna y colocándolo sobre el cambiador le abrió su body, luego le quito un ¿Pañal? que por cierto estaba completamente sucio. ¿Por qué no había ido al baño? Quiso protestar, pero Fenrir le mostro un mordedor con forma de lobo que ¿lo emociono? Completamente ¿Qué rayos pasaba allí? A medida que le ponía talco para las rozaduras, lo acariciaba en sus partes íntimas y él lanzaba pequeños gritos, que aumentaban cuando un dedo rozaba su entrada. Fenrir le hablaba como un bebe, y él no podía reaccionar de manera entusiasta al estimulo. Después que estuvo vestido, lo levantó y lo coloco sobre su cadera mientras con una mano lo sostenía por los glúteos, con la otra lo tomaba suave de la parte de atrás de la cabeza y lo besaba apasionadamente
Al bajar al comedor, se sentó en la cabecera de la mesa y acomodó a sobre sus piernas. Se abrió los primeros botones d su camisa y acerco su tetilla a los labios de Bill, quien entendió rápidamente y tomo con los labios. Fenrir sonrió y poniendo toda su atención en la mesa, comenzó a degustar su café. ¿Por qué se sintió bien? ¿Y por qué realmente se sentía protegido? ¡Él no quería estar allí! Bill no pudo evitar sonrojarse cuando Fenrir lo miro y sonrió. En un determinado momento se abotono la camisa y le acerco a los labios una cuchara con papilla. Tímidamente el pelirrojo abrió los labios y la tomo. Era de plátano, sintió el impulso de tomarla con las manos, y termino con su cara cubierta de comida. Fenrir lo limpio con una servilleta húmeda después de cada bocado. Terminada lo coloco en un cochecito y lo llevo a su despacho, donde lo colocó sobre una manta de juegos que tenía juguetes coloridos: un sonajero, bloques apilables y su peluche favorito en forma de dragón. Por alguna razón, Bill sintió el impulso de jugar, aunque sus movimientos no fueran coordinados, incluso intento llevárselo a la boca. Estuvo un rato solo, lo cual le dio un cierto sentimiento de tristeza, cosa que no entendía el porqué. La hora del almuerzo no fue muy diferente del desayuno. Fenrir lo tomo en brazos y le dio un biberón con un licuado extraño
Durante la tarde, el Bill tomó una siesta en su cochecito en la oficina de Fenrir. Estaba cubierto con una manta suave que olía a lavanda, mientras la luz del día entraba tenuemente por la ventana. Cuando despertó, emitió pequeños grititos de entusiasmo. Fenrir lo levantó y lo llevó al sofá, donde ambos jugaron mientras el bebé reía a carcajadas, mientras le cambiaban el pañal, recibiendo múltiples estimulaciones en sus partes íntimas.
Si tan solo supieras lo hermoso y perfecto que eres – dijo Fenrir viendo el manojo que Bill era gracias a sus caricias
Al llegar la noche, el baño formaba parte de su rutina. Bill chapoteó en el agua tibia mientras Fenrir le lavaba suavemente el cabello. Después del baño, lo vistió con un pijama azul decorado con el rostro de un lobo y lo acunó hasta que sus ojos empezaron a cerrarse. Finalmente, lo dejaron en su cuna, donde el suave resplandor de una lámpara en forma de lobo lo acompañaba hasta quedarse dormido profundamente.
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Esa mañana, la niña se despertó lentamente, frotándose los ojos con sus pequeñas manos. Miró a su alrededor. La habitación estaba decorada con colores pastel y adornos de flores y mariposas. Su cama pequeña, cubierta con una colcha rosada con estampados de unicornios, estaba rodeada de muñecos de peluches. Saltó de la cama con entusiasmo y corrió hacia el cuarto de baño. Fenrir entro y, después de quitarse la ropa, entraron a la tina. Bill jugaba con las burbujas mientras el otro hombre lo acariciaba dejando besos en su espalda. Bill obedeció cuando se le ordenó colocarse boca abajo sin dejar de jugar con las burbujas
Papi, me hashees coquillas – dijo removiéndose mientras un dedo entraba por sus glúteos
¿Y a la niña linda de papi, le gustan estas cosquillas? – preguntó Fenrir
Muto – dijo Bill cerrando los ojos ¿Por qué se sentía tan bien? ¿Y por qué hablaba como retrasado mental?
Date la vuelta, princesa y siéntate en las piernas de papi
Ti – dijo Bill obedeciendo
¿Cómo se siente? – pregunto el mayor empujando un poco las caderas hacia adelante
Boñito – dijo Bill, aunque no era esa la palabra en la que había pensado y lanzo una carcajada infantil, aunque lo que quería en realidad era llorar
Saliendo del baño, la vistió con un vestido amarillo con volantes y zapatillas blancas. Bajaron al comedor , donde ya le había servido un plato de cereal con leche y frutas cortadas.
Al terminar de comer, Fenrir la llevó al jardín. Allí jugó con su triciclo, pedaleando de un lado a otro mientras el viento despeinaba su cabello. También recogió flores del césped, las cuales guardaba en un pequeño balde para "hacer pociones mágicas".
Por la tarde, después de almorzar, Billy sintió mucho sueño y no pudo evitar tomar una siesta ligera en el sofá, abrazando a su lobo de peluche favorito. Cuando despertó, sacó su caja de juguetes y organizo un desfile de muñecas en el suelo, inventando historias mientras las movía de un lado a otro, mientras Fenrir trabajaba en su portátil
Al caer la noche, Fenrir se bañó con él en una tina llena de espuma. Después del baño, el hombre le ayudó a ponerse un pijama celeste con dibujos de estrellas. Cenaron juntos en la mesa, y luego, antes de dormir, la niña se sentó en su cama para dibujar en su cuaderno, llenando las páginas con figuras de colores.
Finalmente, se acostó bajo su colcha de unicornios mientras Fenrir le daba un beso en la frente. Poco a poco, cerró los ojos y se quedó dormida, mientras la luz tenue de una lámpara de noche proyectaba suaves sombras en las paredes.
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Billy despertó con el murmullo de voces. Miro a su alrededor y se cuenta que estaba en un dormitorio compartido. Alrededor de su cama había cortinas pesadas de terciopelo burdeos. se levantó de su cama con sábanas blancas impecablemente almidonadas, aunque las de su lado estaban revueltas. Salió de detrás de las cortinas y vio que había otras cuatro camas, y cuatro chicas
Bill, date prisa – dijo un moreno – el profesor Fenrir ya va empezar su clase – vestía un uniforme de colegio bastante diminuto – yo estoy retrasada para mi clase con el profesor Malfoy – y salió lo más deprisa que pudo
La habitación estaba decorada con muebles de madera oscura. Billy escucho el sonido insistente de una campana que resonaba por los pasillos de piedra antigua. Fue al baño y tomo una ducha. Al salir busco ropa y todo lo que encontró fue una falda gris tableada que le llegaba justo por encima de las rodillas, una camisa blanca con el cuello almidonado, un suéter negro con detalles en dorado y un lazo rojo que debía ir perfectamente atado. Ni loco se pondría eso.
Señorita Weasley – dijo una voz detrás de la puerta – está muy retrasada. Felicidades acaba de ganar una detención con el director Greyback – y se alejó ¿acaso no fue él quien hablo?
Al salir al pasillo vio varios hombres vestidos también de colegiala, por lo que decidió imitar su peinado. recogido Su cabello pelirrojo en una coleta alta, aunque algunos mechones rebeldes caían sobre su rostro. En el comedor, durante el desayuno, Billy fue sorprendida leyendo una nota que le había deslizado su compañera de mesa, lo que hizo que la profesora de etiqueta, el señor ¿Greyback?, la llamara inmediatamente para reprenderla por "conducta poco decorosa". Billy bajó la cabeza con una expresión de miedo cundo el hombree se paró detrás de su silla y coloco sus manos sobre los hombros del pelirrojo mientras los acariciaba haciendo que Bill se estremeciera.
En clase de historia, Billy fue llamada nuevamente a la oficina del profesor Greyback, después de haber hecho comentarios sarcásticos sobre la "relevancia" de aprender las genealogías de familias nobles. El profesor, visiblemente molesto, la envió directamente al director adjunta, que también era él, quien le dio un discurso largo sobre el respeto y la disciplina. Billy se quedó sentado en la silla de cuero del despacho, temblando de miedo mientras Fenrir le acariciaba los muslos.
A la hora del almuerzo, Billy fue vista organizando un juego clandestino de cartas en un rincón del jardín, lo que provocó que la profesora de deportes la reprendiera. "Weasley, ¿es que nunca puedes comportarte como una joven digna de este internado?", le dijo con severidad.
La cúspide de su día llegó cuando fue llamada al despacho del director. Aparentemente, una carta anónima lo había informado de que Billy había ayudado a colocar una rana en el armario de la sala de música, causando un caos cuando las alumnas gritaron al encontrarla. El director Greyback suspiró mientras Billy mantenía un semblante de total inocencia.
Señorita Weasley, si no mejora su conducta, me veré obligado a informar a sus padres – Billy asintió con una expresión solemne, mientras tomaban su barbilla para besarlo haciéndolo temblar – aunque creo que eso no bastara. Póngase de pie y apoye las manos en mi escritorio
¿Qué va hacer? – dijo Bill nervioso
Mi trabajo, educarla – dijo Fenrir – de pie y apoye las manos en mi escritorio. Billy obedeció y al instante sintió una mano bajo su falda – ¡que piel tan suave tiene!
Por favor no – gimió Bill sintiendo el dedo que se abría paso en él
Fue muy mala y debe ser reprendida – escucho mientras sus dedos eran remplazados por algo más grueso
¡Profesor! – gimió Bill echando la cabeza hacia atrás
Niña mala – dijo Fenrir con voz entrecortada y dos gritos al unisonó resonaron en la oficina
La luna ya estaba en lo alto cuando Billy se quitó los zapatos negros brillantes que habían acumulado polvo después de correr por el jardín. Mientras se sentaba en su cama, repasaba mentalmente cada reprimenda recibida. Para Billy, un día en el internado no era interesante si no incluía al menos una visita al despacho de algún profesor. Se quito la ropa, y se metido a la cama usando únicamente sus bragas rosadas. Escucho un clic en la puerta y su pulso se aceleró.
Señorita Weasley – dijo el director Fenrir – supe que no fue a su clase de gimnasia. Lo lamento, pero eso amerita un nuevo castigo – y Bill sonrió mordiéndose el labio
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Despertó con los primeros rayos de luz atravesaban las ventanas altas y llenaban de sombras los muros de piedra gris. Miro a su alrededor, y vio el uniforme colgado tras la puerta. consistía en un sencillo vestido negro ajustado a la cintura, con un delantal blanco que contrastaba con la sobriedad del atuendo. Llevaba zapatos taco alto. Fue al baño se ducho y se vistió como todos los días ¿o no hacia esto todos los días? Fue a la cocina, donde preparo el té de la mañana y se aseguró de que todo estuviera en orden antes de que Fenrir se levantara. Después, tomo un balde de agua con jabón y un cepillo para comenzar la limpieza del salón principal. Allí, arrodillado en el suelo de madera oscura, restregaba las manchas con movimientos firmes, sus manos rojizas por el contacto constante con el agua fría. Rato después, Fenrir paso por el lugar, y aunque sus pasos eran silenciosos, Billy sintió la intensidad de su mirada, lo que la hizo trabajar aún más rápido.
Te vez linda así – dijo Fenrir
Gracias amo – contesto Bill sonrojado
Mañana es un día importante para mí – continuo el dueño de casa – llega alguien a quien quiero mucho, y necesitó que todo este perfecto
Le prometo que me encargare personalmente – dijo Bill sonriendo
Y yo prometo que te lo sabre compensar – dijo Fenrir acariciándole los muslos por debajo de la falda – tal como te gusta – subiendo hasta su entrepierna
¿Y falta mucho? – preguntó Bill y algo dentro de él lucho para abrirse paso a través de su mente para recriminarle esa pregunta
Solo un par de días y serás libre – dijo el mayor – ahora arrodíllate. Hora de desayunar
Más tarde, Bill se dirigía al gran ventanal del estudio, donde debía limpiar los cristales que se alzaban a varios metros del suelo. Subido en una escalera alta, equilibraba un trapo húmedo en una mano y un cubo colgado del otro lado del peldaño. Desde ahí, podía ver el vasto jardín que rodeaba la casa, aunque no tenía tiempo para admirarlo demasiado. En una ocasión, al intentar alcanzar la esquina superior del vidrio, casi perdió el equilibrio, pero logró sostenerse justo a tiempo, dejando caer el trapo al suelo.
A mitad del día, Fenrir lo llamó para limpiar las estanterías de su biblioteca personal. El lugar estaba lleno de libros antiguos, algunos demasiado pesados para que Billy los moviera con facilidad. Se subió de nuevo a una escalera para alcanzar los estantes más altos, soplando suavemente el polvo acumulado antes de pasar el trapo. Desde abajo, Fenrir la observaba en silencio, sus ojos fríos siguiéndolo mientras trabajaba.
Excelente trabajo cachorrita – dijo mirando bajo su falda
Por la tarde, Bill regresó al salón, donde se encargó de encerar el suelo. Permaneció otra vez de rodillas, pasando un paño con movimientos circulares hasta que la madera brilló como un espejo. Cuando terminó, sus manos estaban ásperas, y un leve cansancio pesaba en su cuerpo, pero no se permitió detenerse. Al anochecer, después de preparar la cena, se retiró a su pequeña habitación en la parte trasera de la casa. Aunque estaba agotado, se sentó junto a la ventana y mirar la luna antes de acostarse, preguntándose qué le depararía el día siguiente en esa casa y hasta cuando duraría ese calvario
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Acercándonos peligrosamente al final
¿logrará escapar Bill?
¿Cuál el verdadero juego de Fenrir?
Nos leemos la próxima semana
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Seducción Oscura (11)
https://archiveofourown.org/works/62158204/chapters/162197914
El Ascenso Del Lobo
Corría el año en 1973, en un pequeño apartamento de un barrio marginal en el este de Londres nacía Fenrir Greyback. Su familia vivía en condiciones precarias, rodeada de pobreza y violencia cotidiana. Su padre, un hombre alcohólico y violento, trabajaba como estibador en el puerto, mientras que su madre hacía pequeños trabajos de limpieza para mantener a él y a sus dos hermanos menores, Ewan y Callum. Desde muy joven, Fenrir aprendió que el mundo no era un lugar justo. Su hogar era un sitio frío y hostil, donde los gritos y los golpes eran parte de la rutina. A los cinco años, Fenrir ya pasaba gran parte del día en la calle. En el barrio, era común que los niños formarán pequeños grupos para sobrevivir y defenderse de otras pandillas o de los adultos que los explotaban. Fenrir, sin embargo, no tardó en destacarse por su agresividad y su capacidad para imponerse. Su complexión física, más robusta que la de otros niños de su edad, lo convirtió en un líder natural, aunque su liderazgo se basaba más en el miedo que en el respeto.
Una vez con apenas cinco años, un vecino anciano llamado Mr. Higgins, quien solía regañar a los niños del barrio por jugar cerca de su puerta, salió enfurecido, gritando y amenazando con llamar a la policía. Mientras los otros niños huyeron, Fenrir se quedó inmóvil, observándolo con una mezcla de desafío y rabia. Cuando Mr. Higgins intentó empujarlo fuera de su camino, Fenrir agarró la lata y, sin pensarlo dos veces, la lanzó con fuerza contra la pierna del anciano. El golpe fue contundente, y el hombre cayó al suelo con un grito de dolor. En lugar de huir o disculparse, Fenrir se quedó allí, mirándolo fijamente, como si estuviera midiendo el impacto de su acción. Finalmente, uno de los adultos del edificio intervino, separándolo y llevándolo a rastras de vuelta a su apartamento. Esa noche, su padre lo golpeó como castigo, pero Fenrir no mostró lágrimas ni arrepentimiento. En su mente infantil, ya había entendido que la violencia podía convertir el miedo en poder.
Cuando comenzó la escuela, se encontró con un entorno que no entendía ni quería entenderlo. Era un niño problemático, propenso a meterse en peleas y a desafiar la autoridad. Los profesores lo etiquetaron como "un caso perdido", y para los diez años ya había sido expulsado de varias escuelas locales. Sin embargo, aunque carecía de educación formal, era astuto y tenía un instinto natural para leer a las personas, una habilidad que más tarde se convertiría en una de sus mayores fortalezas.
Los primeros encuentros reales de Fenrir con la violencia organizada comenzaron a los doce años. Un hombre llamado Gellert Grindelwald, un delincuente local que controlaba parte del barrio, notó al joven Greyback y lo reclutó para pequeños trabajos. Al principio, hacía encargos simples: entregar paquetes, vigilar esquinas o intimidar a otros niños para que trabajaran para Grindelwald. Pero no pasó mucho tiempo antes de que Grindelwald se diera cuenta de que Fenrir tenía un talento innato para la intimidación.
A los trece años, Fenrir ya se había ganado una reputación dentro del pequeño círculo criminal de Gellert Grindelwald. Un día, Grindelwald lo llamó a su guarida, un oscuro almacén en el corazón del barrio. Le encomendó una tarea que, según él, determinaría si Fenrir estaba listo para asumir trabajos más serios. Un comerciante local, el señor Crawley, había estado retrasando los pagos de "protección" durante semanas. Grindelwald quería que Fenrir le diera una lección. Fenrir, aún joven pero ya acostumbrado a la intimidación, tomó la tarea con una mezcla de entusiasmo y frialdad. Se presentó en la tienda de Crawley al anochecer, cuando sabía que no habría clientes. Al entrar, el hombre detrás del mostrador lo miró con desconfianza, reconocía la cara del muchacho como alguien vinculado a Grindelwald.
Sin mediar muchas palabras, Fenrir empezó a tirar al suelo los frascos y cajas de mercancía con una calma inquietante. Cuando Crawley intentó detenerlo, Fenrir lo empujó con fuerza, haciendo que tropezara contra una de las estanterías. Aprovechando el momento, el joven sacó un cuchillo oxidado que había llevado escondido y lo clavó en el mostrador, justo frente al hombre.
Grindelwald dice que, si no pagas esta semana, la próxima vez no será el mostrador el que reciba el cuchillo — , dijo con un tono que sonaba adulto, casi burlón.
Crawley, temblando, le aseguró que tendría el dinero listo al día siguiente. Fenrir salió del local sin mirar atrás, dejando un desastre como advertencia. Esa noche, cuando regresó al almacén, Grindelwald lo felicitó con una sonrisa torcida.
A los catorce años, Fenrir ya era conocido como el “perro de Grindelwald”. Cierto día, cuando lo enviaron a amenazar a Ollivander, un tendero que se había negado a pagar el dinero de protección hizo tanta gala de su brutalidad, que sorprendió incluso a los hombres de Grindelwald. Rompió las ventanas del local, destruyó las estanterías y golpeó a Ollivander con tal violencia que quedó inconsciente. Ya estaba consciente que, en su mundo, la violencia no solo era una herramienta, sino también un medio para obtener poder. ¡Y él conseguiría todo el poder!
A los 15 años, Fenrir ya había dejado completamente atrás cualquier apariencia de infancia. Había abandonado su hogar, harto de los abusos de su padre y del silencio de su madre, y vivía en un apartamento compartido con otros jóvenes delincuentes. En ese mismo año, Grindelwald le encargó su primera tarea de "verdadero peso": eliminar a Peter Pettigrew, un joven que había traicionado a la organización. Aunque Fenrir dudó inicialmente, el miedo a decepcionar a Grindelwald, y la promesa de ganar más dinero del que jamás había visto, lo empujaron a hacerlo. Fenrir cumplió la tarea con una mezcla de nervios y adrenalina que, al terminar, lo dejó sintiéndose invencible. Había estudiado por unos días la rutina de Pettigrew, y una noche entró al bar donde estaba el otro chico, y le dio un tiro en la cabeza mientras Pettigrew bebía una cerveza en la barra. El trabajo no fue limpio ni profesional, pero fue efectivo. Ese día marcó un punto de no retorno en su vida. Había cruzado la línea que separaba a un simple delincuente de alguien dispuesto a todo por el poder.
Esos años formativos moldearon a Fenrir Greyback en lo que llegaría a ser. La pobreza lo hizo ambicioso, el abuso lo volvió insensible, y la violencia temprana le enseñó que la fuerza bruta podía abrir cualquier puerta. A los dieciséis años, ya no era un simple chico de barrio; se había convertido en una herramienta letal al servicio del crimen, con un instinto feroz y una ambición que lo impulsaría a conquistar el bajo mundo del Reino Unido.
A los veinticinco años era un hombre cuya presencia imponía respeto y temor en partes iguales. Ya no era el chico de Grindelwald, ahora era conocido por ser un individuo despiadado, con un sentido del poder que iba más allá de la mera ambición. Ya estaba en las ligas mayores y rápidamente comenzó a ascender en la jerarquía criminal del Reino Unido. Aprovechando su astucia y su habilidad para manipular a las personas, consolidó alianzas con varias familias criminales como los Riddle, los Black o los Malfoy, eliminando sin piedad a cualquiera que se interpusiera en su camino. Para el año 2000, Greyback ya controlaba un vasto imperio delictivo que incluía tráfico de drogas, armas y trata de personas. Aunque la joya de la corona era la prostitución
Pero todo rey, necesita una reina, y Greyback conoció la suya a los catorce años, en una de las esquinas del barrio donde solía pasar el rato con su pandilla. Remus Lupin, un chico tímido y reservado, que vivía en un edificio cercano y solía pasar por ahí de camino a la biblioteca. Era evidente que no pertenecía a ese entorno, con su ropa limpia y libros bajo el brazo, pero eso fue precisamente lo que llamó la atención de Fenrir. Al principio, lo abordó con una mezcla de curiosidad y burla. Se interponía en su camino, le hacía zancadillas, lo empujaba. una tarde, observándose con una sonrisa torcida mientras los demás chicos reían.
¿Qué haces siempre cargando esos libros? — preguntó Fenrir, fingiendo interés — ¿Crees que te harán mejor que nosotros?
Remus, nervioso pero educado, respondió con una voz temblorosa que leía porque quería aprender y aspiraba a algo más allá del barrio. Fenrir no dijo nada más, pero algo en Remus le intrigó. Lo veía como un desafío, alguien que podía moldear a su antojo. Con el tiempo, Fenrir comenzó a buscarlo de forma "amistosa". Lo interceptaba después de la escuela y lo acompañaba a casa, ganándose su confianza a base de comentarios ingeniosos y fingido interés por los libros que leía. Sin que Remus se diera cuenta, Fenrir empezó a aislarlo de otros compañeros, insinuando que no eran lo suficientemente buenos para él, o que solo se burlaban de su intelecto.
Un día, Fenrir le propuso que lo acompañara a uno de los trabajos que hacía para Grindelwald. Remus, incómodo pero temeroso de perder la amistad de Fenrir, aceptó. Durante años, Fenrir lo manipuló para que lo siguiera en sus actividades, asegurándose de que Remus dependiera emocionalmente de él. Usaba palabras sutiles para hacerle sentir que no encajaba en ningún otro lugar, que solo Fenrir lo entendía y protegía.
Aunque Remus era consciente de que las actividades de Fenrir eran peligrosas e inmorales, sentía que no podía alejarse. Fenrir era carismático, y cada vez que Remus intentaba distanciarse, Fenrir lo convencía de quedarse, usando una mezcla de halagos y amenazas veladas. Aunque compartían una conexión que, desde el principio, había sido desequilibrada y peligrosa, Remus, un adolescente tímido con una vida familiar llena de expectativas sofocantes, encontró en Fenrir algo que confundió con camaradería. Fenrir, con su carisma oscuro y su actitud desafiante, le ofrecía una salida al mundo controlado y estructurado en el que había crecido. Sin embargo, esa relación no tardó en volverse un pozo de manipulación emocional.
Fenrir, siempre calculador, usaba las inseguridades de Remus como una herramienta. Cuando notaba su miedo a no ser aceptado, lo consolaba con palabras que eran tanto un halago como una trampa.
Nadie más te entiende como yo, Remus. Todos los demás te ven como un debilucho, pero yo sé lo que puedes llegar a ser — , le decía, mientras lo abrazaba por la cintura.
Remus quería creerle. Quería pensar que Fenrir veía algo en él que nadie más había visto. Pero con cada "lección", Fenrir iba moldeando su carácter a su favor. Lo llevaba a situaciones cada vez más comprometedoras: intimidar a los vecinos, participar como su "guardián" en reuniones con Gellert Grindelwald, o quedarse en silencio mientras Fenrir resolvía sus problemas con violencia.
Una noche, Fenrir lo llevó a un callejón donde planeaba asustar a un cobrador que había desobedecido a Grindelwald. Fenrir le ordenó a Remus que se quedara a un lado, pero cuando el cobrador intentó defenderse, Fenrir lo empujó hacia Remus.
¡Defiéndete! — le gritó. Remus, paralizado, no supo qué hacer. Cuando el hombre huyó, Fenrir lo miró con desprecio — Sabía que no podías manejarlo — , le espetó, antes de suavizar su tono. — Pero está bien, para eso me tienes a mí. Solo recuerda que, si yo no estoy, no vas a sobrevivir.
Este patrón se repetía constantemente. Fenrir alternaba momentos de desprecio con muestras de "afecto" que mantenían a Remus atrapado en un ciclo de culpa y dependencia. Físicamente, Fenrir también imponía su presencia, sujetándolo del brazo con fuerza cuando se mostraba renuente o acercándose demasiado, invadiendo su espacio personal como una forma de intimidación sutil.
Para Remus, esa relación era un constante vaivén entre el miedo y la esperanza de pertenecer a algo. Pero lo que no entendía del todo era que Fenrir no veía en él a un amigo, sino a una extensión de su propio poder, alguien a quien podía usar y descartar cuando dejara de ser útil.
Esta relación no solo marcó la juventud de Remus, sino que dejó cicatrices profundas en su carácter, de las cuales toda su vida luchó por escapar con todas sus fuerzas. Fenrir, por su parte, veía en ello una victoria más en su camino hacia el dominio total de quienes lo rodeaban. Para Remus, esos años fueron una prisión emocional disfrazada de lealtad. Para Fenrir, en cambio, era otra forma de ejercer control, una habilidad que perfeccionaba con cada persona que entraba en su órbita.
Para el 2005, Fenrir entendió que, para mantener su poder, necesitaba expandir su alcance más allá de las fronteras. A través de contactos en Europa del Este y América Latina, estableció rutas seguras para el contrabando de productos ilícitos. En Italia, trabajó de cerca con los Zabini, mientras que en Rusia se asoció con Igor Karkarov, consolidando su posición como un jugador clave en el crimen organizado global.
Para ello, y con el control absoluto del bajo mundo criminal del Reino Unido diseñó una visión clara para su nuevo imperio: no conformarse con dominar un solo territorio. Su ambición lo llevó a diversificar sus actividades y a expandir su influencia más allá de las islas británicas, estableciendo un dominio que tocaba cada rincón del mundo.
Ciudades como Manchester, Birmingham y Liverpool eran sus centros de operaciones dentro de las fronteras europeas para el tráfico de drogas, para lo cual utilizó las redes locales de pequeños distribuidores para formar una cadena altamente eficiente. Desde cocaína proveniente de América Latina hasta anfetaminas fabricadas en laboratorios clandestinos del norte de Inglaterra. Perfeccionó el sistema de "protección" en barrios y comunidades vulnerables. Propietarios de negocios locales eran obligados a pagar una tarifa semanal para evitar ataques o saqueos organizados por los mismos hombres de Fenrir.
Con el incremento de la violencia en las calles, vio la oportunidad de lucrar vendiendo armas ilegales a bandas rivales. Estas armas, muchas de las cuales provenían de la Europa poscomunista, fluían a través de rutas cuidadosamente establecidas por su red de contactos.
Utilizando su reputación y conexiones más que consolidada, estableció alianzas con otras organizaciones criminales que le permitieron operar a escala global. En Italia, trabajó de la mano con la Camorra, facilitando el intercambio de armas y drogas a través del Mediterráneo. En Rusia, sus tratos con Karkarov les dieron acceso a mercados de tráfico humano y contrabando de materiales peligrosos como uranio. Eso lo llevaría a establecer vínculos con cárteles de Colombia y México, asegurando una provisión constante de cocaína de alta calidad para su distribución en Europa. Los acuerdos se manejaban a través de intermediarios, pero Fenrir no dudaba en viajar personalmente si las negociaciones lo requerían. En Asia, sus operaciones se centraron en el tráfico de heroína desde el Triángulo de Oro (Myanmar, Tailandia y Laos). Fenrir también aprovechó el crecimiento del mercado de drogas sintéticas en países como China, donde adquiría grandes cantidades de precursores químicos.
En África, se involucró en el contrabando de diamantes y marfil, utilizando rutas en países como Sierra Leona y la República Democrática del Congo. También financiaba grupos armados a cambio de acceso a recursos naturales valiosos. Sin embargo, aunque nunca buscó una presencia dominante en Estados Unidos, sí estableció relaciones con mafias locales y pandillas como los Latín Kings y la Mafia italoamericana, actuando como proveedor y enlace para negocios más grandes.
A medida que su poder crecía, Fenrir comenzó a invertir en negocios legales como fachada para lavar dinero y ocultar sus actividades ilícitas. Estos incluían restaurantes, empresas de transporte y compañías de construcción que servían como una cobertura perfecta. No solo era un jefe del crimen: era un estratega global. Su capacidad para conectar redes criminales de diferentes partes del mundo, diversificar sus operaciones y mantener el control a través del miedo y la manipulación lo convirtieron en una figura imparable en el bajo mundo.
Sin embargo, la joya de su corona siempre fue la trata de personas. Con contactos en Europa del Este, mientras su competencia captaba principalmente mujeres jóvenes que eran traídas al Reino Unido con falsas promesas de empleo y luego explotadas en clubes nocturnos y burdeles clandestinos, Fenrir estableció una red de tráfico de personas diferente. Aprovechando el auge de las redes sociales del nuevo siglo, hackeaba cuentas y usaba la información para espiar a sus víctimas y luego obligarlas a hacer videos eróticos desde la privacidad de sus hogares, que colgaba en la Dark Web. Su organización había perfeccionado un sistema metódico y despiadado que combinaba espionaje, manipulación psicológica y explotación tecnológica.
El éxito de la operación dependía de elegir víctimas con perfiles específicos. Su equipo de hackers escaneaba las redes sociales buscando personas que cumplieran con ciertos criterios, como apariencia atractiva, cosa que lograban mediante algoritmos que analizan automáticamente imágenes públicas para identificar a personas con características físicas que tuvieran alta demanda en la Dark Web. De ellas seleccionaba perfiles que mostraran publicaciones de tristeza, conflictos personales, problemas económicos o aislamiento social eran marcados como objetivos prioritarios. Se evitaba a víctimas con conexiones influyentes o acceso fácil a apoyo legal, prefiriendo a quienes estuvieran más desprotegidos. A continuación, se les enviaba enlaces maliciosos disfrazados de mensajes amistosos, ofertas de empleo o promociones de productos. Al hacer clic en estos enlaces, las víctimas permitían la instalación de spyware en sus dispositivos, lo que otorgaba a la organización acceso completo a cámaras y micrófonos en tiempo real, grabando contenido privado sin su conocimiento. Galerías de fotos y videos. Mensajes y redes sociales para identificar miedos, secretos y relaciones que pudieran usarse como puntos de presión.
Con suficiente material recopilado, se ponían en contacto con la víctima. Este acercamiento era calculado y progresivo: al principio las víctimas recibían un mensaje anónimo acompañado de fotos o videos privados que habían sido grabados sin su conocimiento. El mensaje dejaba claro que, si no cooperaban, el contenido sería enviado a sus amigos, familiares o empleadores. Como primeras exigencias se les pedía cosas menores, como grabar un video de prueba, asegurándose de que la víctima comenzará a cumplir con sus demandas. Este pequeño paso buscaba quebrar la resistencia psicológica. Se les advertía que hablar con alguien o buscar ayuda tendría consecuencias inmediatas, aumentando así su sensación de desamparo.
Una vez que la víctima estaba completamente bajo el control de la organización, comenzaba la explotación directa. Las víctimas eran obligadas a convertir sus propios hogares en escenarios para grabar videos eróticos. Las instrucciones eran detalladas, indicando qué ropa usar, qué hacer y cómo comportarse frente a la cámara. Monitoreaban las grabaciones en tiempo real, asegurándose de que las víctimas siguieran las órdenes al pie de la letra. Si no cumplían, las amenazaban con publicar el contenido ya grabado o dañar a sus seres queridos. Para evitar que las víctimas fueran reconocidas, los hackers usaban software de edición para alterar parcialmente los videos, cambiando rasgos faciales o distorsionando voces. Esto no solo protegía a la red, sino que también hacía que las víctimas sintieran que escapar era inútil.
Los videos eran subidos a sitios en la Dark Web controlados por Fenrir. Estas plataformas funcionaban como mercados clandestinos donde los usuarios pagaban grandes sumas en criptomonedas para acceder al contenido. Membresías exclusivas, subastas en vivo de víctimas que eran forzadas a participar en transmisiones en vivo, donde los usuarios pagaban por solicitar actos específicos denigrantes. Fenrir supervisaba personalmente estas subastas, asegurándose de maximizar las ganancias. Para evitar que las víctimas intentaran liberarse, Fenrir implementaba un sistema continuo de chantaje, como recordatorios constantes sobre su vulnerabilidad en el acceso a sus dispositivos y que podía reactivar las cámaras o micrófonos en cualquier momento.
Esta operación no sólo lo convirtió en un titán del crimen digital, sino que también lo hizo prácticamente intocable. Las víctimas, sumidas en el miedo y la vergüenza, rara vez denunciaban, y el anonimato de la Dark Web hacía que rastrear su red fuera casi imposible. Para Fenrir, este sistema era una evolución de su filosofía: no necesitaba cadenas ni cárceles físicas, porque había encontrado la forma de esclavizar a las personas desde sus propias mentes.
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A los 54 años, Remus Lupin ya no era más que una sombra de la persona que había sido en su juventud. Durante casi cuatro décadas, había sido manipulado, controlado y humillado por Fenrir, quien lo había reducido a una existencia de completa sumisión. Aunque Fenrir lo usaba como una posesión privada, su "Cachorrita", esa posición solo intensificaba la tortura psicológica y física. Para Remus, cada día era un recordatorio de su impotencia y de todo lo que había perdido.
Recluido en la casa principal de Fenrir, ubicada en un bosque remoto al norte de Inglaterra. La casa, que alguna vez había sido una finca elegante, se había convertido en una prisión para él. No tenía acceso al mundo exterior: no había teléfono, internet ni posibilidad de escapar. Cada ventana estaba enrejada, y las puertas permanecían bajo llave, vigiladas por matones leales a Fenrir.
En los últimos meses, Fenrir había intensificado su control, imponiendo castigos más crueles por la más mínima resistencia. Remus, quien ya se encontraba física y emocionalmente desgastado, comenzó a mostrar signos evidentes de desesperación: pasaba días sin comer, apenas hablaba y se refugiaba en la poca privacidad que encontraba en su habitación, cuando no estaba en un “live” para los canales de su señor.
En los últimos años de su vida, Remus Lupin había perdido todo rastro de su antigua identidad. Fenrir Greyback, quien lo mantenía bajo un control absoluto, había utilizado sus fábricas para desarrollar una droga experimental con efectos devastadores, y Remus había sido forzado a convertirse en el conejillo de indias. Los efectos de la sustancia no sólo alteraban su percepción del tiempo, sino que también fragmentaban su mente, sumiéndolo en un limbo entre la realidad y un estado animalizado que Fenrir manipulaba para su propio entretenimiento.
Cada vez que Remus despertaba de uno de esos trances, se encontraba en situaciones humillantes: desnudo, reducido a una parodia de una mascota, con una cola falsa insertada como un símbolo grotesco de su total sumisión. Fenrir, con una crueldad calculada, siempre respondía a sus cuestionamientos con la misma frase:
Tú lo aceptaste, Remus. Es tu problema si quieres fingir que no lo recuerdas.
Estas palabras, acompañadas por la imposibilidad de distinguir la verdad de las lagunas mentales inducidas por la droga, quebraban cada vez más su espíritu. Remus se sentía atrapado en un ciclo interminable de degradación, donde incluso su propio cuerpo ya no le pertenecía. Una noche, tras otro episodio de trance, Remus despertó en el suelo del dormitorio de Fenrir. Su cuerpo estaba cubierto de marcas que no recordaba haber permitido, y al mirarse en el espejo, apenas reconoció al hombre que veía reflejado. La combinación de humillación, confusión y las palabras burlonas de Fenrir lo llevaron al borde de la desesperación.
Esa noche, mientras Fenrir celebraba en otra parte de la casa con su círculo cercano, Remus tomó una decisión. Sabía que nunca podría recuperar lo que había perdido, ni escapar de las garras de Fenrir. Lo único que le quedaba era recuperar algo de control, aunque fuera a través de un acto final.
En la habitación donde lo mantenían, había un cajón con varias de las herramientas que Fenrir usaba para sus "juegos". Entre ellas, Remus encontró una cuerda gruesa. La observó por un momento, sintiendo una extraña calma al pensar que, por primera vez en años, iba a hacer algo que nadie le impondría. Se asomo al balcón y ató la cuerda al marco de la rejilla. Con movimientos lentos pero decididos, hizo un nudo en uno de los extremos y lo ajustó alrededor de la baranda. Volvió a la habitación y busco lápiz y papel en las gavetas del escritorio y escribió:
"Fenrir, no soy tu mascota. No soy tuyo. Pero tampoco soy nada de lo que quería ser. Sin embargo, esto es mío. Mi decisión. Mi fin. Hoy escapó para siempre de ti y de eso que tú llamas amor"
Con la nota colocada en el escritorio, volvió al balcón, pasó la soga por su cuello y saltó hacia su libertad con una sonrisa radiante en los labios. Cerca de veinte minutos después, uno de los hombres de Fenrir subió para llevarlo a la sala, ya que “el señor” quería presumir a su “cachorra”, pero solo encontró el cuerpo sin vida. La noticia llegó rápidamente a oídos de Fenrir, quien se presentó en la habitación, leyendo la nota con una expresión impenetrable. Para sus hombres, Fenrir parecía indiferente, como si la muerte de Remus no tuviera importancia.
— Déjenlo. Incineren el cuerpo y limpien el lugar — ordenó con frialdad.
Sin embargo, horas después, cuando estuvo solo, Fenrir rompió la nota en pedazos, incapaz de admitir que, en ese último acto, Remus había recuperado algo que él nunca podría quitarle: su libre albedrío. En el fondo, esa muerte marcó un punto de inflexión en la vida de Fenrir. Aunque nunca lo admitiría, el acto final de Remus fue un recordatorio de que incluso el más sometido podía recuperar su agencia, aunque fuera en la forma más trágica, y lo tenía que remediar
Tras la muerte de Remus Lupin, Fenrir Greyback se sumió en un espiral de luto que se reflejó en sus negocios. Si bien su visión y control sobre la organización no disminuyó, su comportamiento se endureció, se volvió más sádico, más implacable, ordenando que se secuestren a hombres y mujeres captados en las redes sociales para llevarlos a casa de entrenamientos, donde según él eran categorizadas según sus “cualidades artísticas” y se les inyectaba la droga mejorada, la cual no solo bloqueaba su capacidad de razonamiento, sino reducía sus órganos sexuales al grado de volverse inútiles sin dejar de tenerlos. Las víctimas eran entrenadas para cumplir fantasías exóticas, su nueva consigna era “si no tenemos tu juguete favorito, te lo creamos” A pesar de todo, él no tomaba a ninguno para su disfrute personal. Sentía que ninguno estaría a la altura para reemplazar a Remus. Sus socios se lo insinuaban, pero a él no le interesaba
Fue durante una tarde cualquiera el verano anterior, mientras se encontraba en un café del centro de Londres, que Fenrir vio a Bill por primera vez. No era un lugar al que soliera acudir, pero aquel día había decidido observar a la gente común, algo que ocasionalmente hacía para relajarse. Estaba sentado junto a una ventana, sorbiendo un expreso, cuando Bill entró en el local. El chico destacaba en la multitud. Su cabello largo y rojizo, su postura relajada pero segura, y la manera en que se movía con naturalidad llamaron de inmediato la atención de Fenrir. Parecía el tipo de persona que atraía miradas sin siquiera intentarlo, y eso lo intrigó. Fenrir observó cómo Bill pidió su café y se sentó en una mesa cercana. Sacó un libro de su mochila y comenzó a leer, ajeno al resto del mundo. Esa combinación de confianza y tranquilidad fascinó a Fenrir, quien, acostumbrado a identificar a las personas rápidamente, percibió en él un equilibrio entre fuerza y sensibilidad que le resultó irresistible. Fue en ese momento cuando decidió. No importaba cuánto tiempo le llevará o qué medios tuviera que emplear ese chico sería de su propiedad; había algo en Bill que le decía que era la persona adecuada para ocupar el lugar que Remus había dejado.
Sin que Bill lo supiera, Fenrir puso en marcha su red de vigilancia. Utilizó a sus hombres para seguirlo discretamente y obtener información básica: dónde vivía, qué hacía, quiénes eran sus contactos. Al principio, el hecho de que Bill fuera restaurador no tuvo relevancia para Fenrir; lo que le interesaba era la vida que llevaba fuera de su trabajo, los pequeños detalles que lo definían. Los informes que recibió confirmaron sus primeras impresiones. Bill no solo era atractivo y carismático, sino también independiente y con un fuerte sentido de sí mismo. No parecía el tipo de persona que se dejara manipular fácilmente. sería todo un reto. ¡Justo lo que él merecía!
Tras semanas de observación, Fenrir decidió dar el siguiente paso. Organizó un encuentro "casual" en un cine del barrio que Bill solía frecuentar. Fenrir se aseguró de sentarse cerca de él, simulando ser un espectador cualquiera. Vio en silencio como una mujer rubia se sentaba junto a él e iniciaba una conversación casual. Bill, con su carácter afable, respondía con la misma naturalidad. Durante esa vigilancia, Fenrir reforzó su decisión. Había algo en la forma en que Bill hablaba y gesticulaba, en su mezcla de confianza y calidez, que lo hacía aún más interesante.
Esa noche, Fenrir no pudo dejar de pensar en el pelirrojo. Era diferente a Remus, pero eso era precisamente lo que lo hacía perfecto. No buscaba un reemplazo idéntico, sino un nuevo proyecto, alguien que representara un desafío fresco y emocionante. Desde ese momento, Fenrir centró toda su atención en Bill. Aunque sabía que tomaría tiempo acercarme a él de forma significativa, estaba dispuesto a esperar. Con paciencia y determinación, comenzó a trazar un plan que lo llevaría a incluir a Bill en su vida, moldeando poco a poco hasta convertirlo en suyo.
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Seducción Oscura (10)
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Bajo Ataque
Sus pasos eran firmes, casi desesperados, mientras cruzaba la sala en dirección a su dormitorio. La luz cálida de la lámpara apenas alcanzaba a iluminar el pasillo estrecho, y la madera bajo sus pies crujía ligeramente en el silencio del departamento. Al entrar en su habitación, encendió la luz. Era un espacio pequeño, dominado por una cama sencilla y una ventana cubierta con cortinas opacas. Se dirigió directamente al armario empotrado, cuyas puertas de madera se abrieron con un tirón abrupto. Con las manos temblorosas, comenzó a rebuscar entre las estanterías y los cajones interiores, sacando camisas dobladas, cajas de zapatos y carpetas polvorientas, que arrojaba al suelo sin cuidado. Su respiración se volvió más rápida, y una expresión de frustración cruzó su rostro cuando un par de objetos golpearon el suelo con un ruido sordo.
Finalmente, sus dedos encontraron una caja vieja y desgastada, escondida detrás de una pila de ropa. Una caja que jamás había visto en su vida. Se agachó y la sacó con cuidado, como si fuera un objeto frágil. La colocó en la cama y levantó la tapa con un movimiento decidido. Dentro, el tiempo parecía haberse detenido. Había montones de fotos desordenadas: instantáneas de él denudo en varios lugares de la casa. A veces solo, otras posando con un vibrador. Pero las que más le impactaron eran las que compartía cama con varios hombres. ¡Hombres que no había visto jamás en su vida! A veces solo con uno a la vez, otras...
Bill se quedó en silencio, mirando una de las imágenes que sostenía entre los dedos. La luz del dormitorio se reflejaba en sus ojos. Había fotos de él usando vibradores o vestido de mujer. ¿Cómo podía...? Miró a su alrededor, y efectivamente había maquillaje, accesorios femeninos, y... muy poca ropa masculina
¡Esto no es mío! — dijo tajantemente
Es tu casa, Bill — susurró Fleur
¡Tienes que creerme! — suplicó — ¡No soy gay!
¡Eres tú el de las fotos! — dijo ella con voz quebrada
Amor, arreglare esto — dijo Bill tomándole las manos
Solo quiero que seas feliz — dijo Fleur
¡Tú eres mi felicidad! — dijo Bill alzando la voz — ¡amor! — suplicó. Una vez la había dejado ir sin pelear por ella, no cometería dos veces el mismo error — ok. ¿Quieres la verdad? Alguien me chantajea, me obliga a hacer cosas y me graba... Dice que va lastimar a mi familia. Él me citó en el callejón. ¡Tienes que creerme! ¡Mi vida! ¡Podemos comenzar de...!
Conocí a alguien más — dijo Fleur y Bill se quedó inmóvil — es lindo conmigo. Sabe de... esto...
¿Y yo? — susurró Bill — ¿y... lo... nuestro?
Perdóname — respondió ella zafándose lentamente — podrás contar siempre conmigo... como amigas
¡¿Amigas?! — repitió Bill — quieres que sea tu amiga. ¿acaso soy una mujer, para ser tu amiga? — y Fleur miro hacia el armario — ¡Vete de mi casa!
¡Bill!
¡Largo! ¡Fuera! — dijo tomándola del brazo y sacándola a empujones — ¡fuera de aquí! — y con un golpe cerró la puerta antes de llorar abiertamente
Bill estaba sentado en el suelo de su departamento, con la espalda apoyada contra la fría pared de ladrillos. Las luces de la calle se colaban a través de las cortinas entreabiertas, dibujando líneas amarillas en el suelo de madera desgastada. Eran las once de la noche, apenas podía respirar. Sus manos temblaban al presionar sus rodillas contra el pecho, mientras sus ojos, hinchados y enrojecidos, derramaban lágrimas que caían en su camiseta gris. Intentaba calmarse, repetir que todo estaba bien, pero las palabras no llegaban. Cada crujido del edificio, cada sombra moviéndose con el viento, le parecía una amenaza. Miraba a la puerta una y otra vez, convencido de que alguien lo estaba observando. De que ese hombre estaba a punto de entrar.
En su mente, los pensamientos corrían desbocados, un torbellino de miedos y recuerdos que no podía detener. Su corazón latía tan rápido que parecía que iba a salir de su pecho. Quería gritar, pero el miedo a que alguien lo oyera lo paralizaba aún más. Solo podía llorar en silencio, mientras el mundo parecía continuar sin que le importaba lo que estaba viviendo.
A un lado, el vaso que había dejado en la mesa más temprano estaba volcado, y una pequeña mancha de agua se extendía lentamente sobre la madera. Todo en el departamento parecía inmóvil, congelado en el tiempo, salvo por Bill, roto en medio de su propia tormenta.
Cada crujido del edificio lo hacía encogerse un poco más sobre sí mismo, como si su propio cuerpo pudiera convertirse en un refugio. El sonido del frigorífico arrancando en la cocina le hizo dar un respingo, pero no gritó, solo apretó los brazos alrededor de sus piernas, hundiendo la cabeza entre las rodillas, como si con suficiente fuerza pudiera desaparecer. El tic — tac del reloj sobre la repisa del pequeño salón sonaba interminable, marcando cada segundo con una precisión que parecía burlarse de su desesperación. Bill cerraba los ojos con fuerza cada vez que el viento agitaba las ventanas, imaginando figuras oscuras observándolo desde afuera. Tal vez no había nadie, lo sabía en el fondo, pero el miedo no razonaba.
Sus dedos se clavaban en sus pantorrillas, y el roce de la tela de su pantalón le daba un mínimo consuelo, algo tangible para aferrarse mientras todo lo demás parecía amenazar con devorarlo. Escuchó un clic lejano, tal vez una tubería, y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Instintivamente, se inclinó más, acurrucándose como un niño pequeño, intentando fundirse con el suelo, hacerse tan pequeño que el mundo lo olvidara.
Cuando los ruidos se apagaban, quedaba solo el eco de su respiración entrecortada, casi inaudible, mezclada con sus sollozos. Era como si el silencio también lo persiguiera, opresivo y constante. A pesar de sus esfuerzos por calmarse, la paranoia seguía latiendo en su pecho, inmóvil pero omnipresente, como un peso invisible que no podía quitarse de encima.
Mirando hacia todos lados se deslizó hacia su cama y se cubrió con las mantas. Tania sueño. Estaba exhausto pero su miedo lo mantenía alerta. Llevaba ya varias horas en esas condiciones, y el cansancio le estaba pasando factura. Apenas había parpadeado, cuando noto que sus brazos estaban hacia arriba. Quiso bajarlos, pero algo frío alrededor de sus muñecas se lo impedía. Lo que lo desespero
No hagas eso, bomboncito — dijo una voz desde la penumbra congelándolo en su lugar — te puedes lastimar
El hombre estaba de pie a los pies de la cama de Bill, inmóvil, con su figura oscura apenas iluminada por el tenue resplandor de las luces de la calle que se filtraban por las cortinas. Su silueta parecía descomunal en la penumbra, con los hombros tensos y el cuello ligeramente inclinado hacia un lado, como si analizara cada detalle del hombre que acababa de despertar frente a él. Sus ojos brillaban con un destello opaco, un reflejo frío que parecía observarlo todo y nada al mismo tiempo. El aire a su alrededor se sentía denso, cargado de una presencia que no necesitaba palabras para imponerse. No hacía ruido, ni siquiera su respiración era perceptible, como si su existencia misma fuera un susurro en la habitación. Sus manos, grandes y callosas, descansaban a los costados, relajadas pero cargadas de una fuerza latente, como si pudieran quebrar el espacio que los separaba en un instante si lo deseara.
Pensé en enviarte tu regalo como hice con el anterior... — susurro
¡Aléjese! — suplico Bill — ¡aléjese! — quiso en gritar, pero la voz no le salía
...Pero en vista que no supiste como usarlo, decidí venir a ayudarte personalmente — dijo subiendo a la cama — y así lo vamos disfrutando juntos
Por favor, no — suplicaba llorando — ¡No! ¡No!
Primero veamos qué tan sensible esta tu piel — susurró él antes de deslizar su lengua sobre el pecho del pelirrojo, lamiendo sus tetillas y arrancándole un gemido involuntario — ¡música para mis oídos!
¡Ayuda, por favor! — decía Bill retorciéndose bajo esas manos que se deslizaban hacia el sur de su cuerpo — ¡que alguien me ayude! — pedía mientras le abrían las piernas para situarse en medio, oprimiéndole las piernas contra el pecho — ¡ayuda, por favor!
La única ayuda que recibirás esta noche es la mía — dijo el hombre acariciándole sus glúteos desnudos — y será para subir al cielo
Ya había vivido eso, sabía lo que venía, así que luchó con todas sus fuerzas, pero literalmente lo estaban aplastando. Y su traicionero cuerpo que seguía ese juego cruel, a pesar de sus intentos por protegerse. Sus ojos se cerraban contra su voluntad, de sus labios salían gemidos descontrolados. Era mucho más de lo que había sentido jamás en la cama con cualquier mujer, solo que, en ese momento, él era esa mujer ¡Y no quería serlo!
Dedos salían y entraban de su cuerpo como si solo fuese un túnel y nada más. Labios y dientes que antes chupaban y mordían su cuello y pecho, ahora devoraban su boca con gula desmedida en sincronía perfecta. Solo era una muñeca inflable saciando los deseos de un monstruo. Y para horror suyo, entre esos brazos, el clímax lo golpeó como un tsunami a un pobre mortal, mientras su atacante llegaba al cielo enterrado muy dentro suyo
Demuéstrale a tu macho cuando disfrutas estar en sus brazos — dijo su atacante y su grito de placer se confundieron con los petardos que encendían el cielo de la noche londinense
Estaba agotado. Había olvidado el número de veces que su garganta se había desgarrado en gritos de placer desmedido, aunque no lo quisiera. Tumbado en la cama, con las piernas ligeramente abiertas, sentía como su cuello era mordisqueado hasta que a sus fosas nasales llegó el inconfundible olor a sangre. Los dientes bajaron por su espalda y la marcaron por donde pasare. Sabía cuál era su destino, pero no había nada que él pudiese hacer para impedírselo
Londres despertaba el día de Navidad con una tenue luz grisácea que se colaba por las rendijas de las cortinas, iluminando las habitaciones con un resplandor pálido y mortecino. En la calle, se escuchaban los sonidos apagados de algunos coches pasando, el eco de pasos en los adoquines y, ocasionalmente, el canto lejano de algún villancico que resonaba desde un radio o una ventana abierta. Sin embargo, la quietud predominaba, como si la ciudad aún estuviera contenida por el peso de la celebración de la noche anterior.
En su habitación, Bill despertó lentamente, con una sensación punzante que recorría su cuerpo como si hubiera estado en una pelea que apenas recordaba. Estaba boca abajo, su rostro parcialmente hundido en la almohada, y el frío del suelo de madera tocaba el costado de su mano que colgaba inerte del borde de la cama. El cuarto olía a algo metálico y tenue, y aunque no podía verlo de inmediato, sentía el peso del dolor irradiando en sus partes íntimas.
Intentó moverse, pero un dolor agudo lo obligó a detenerse. Al alzar la mano el lugar, ya desatada, sintió algo húmedo y seco al mismo tiempo. Sangre. Entonces lo recordó. Tan solo había parpadeado, y ese hombre había entrado y lo había... sus lágrimas caían cuando sus manos temblorosas exploraron más. Él... ni siquiera lo podía decir en voz alta. No sabía cuánto tiempo había pasado desde entonces.
El reloj de la mesita de noche marcaba las cinco de la mañana, pero para Bill el tiempo parecía suspendido. La manta estaba arrugada y tirada en el suelo, y las marcas de botas sucias en el suelo le decían que no había sido un sueño. Giró la cabeza con esfuerzo, observando las paredes de su habitación: la pintura blanca tenía ahora una pequeña mancha oscura en el rincón, como si alguien hubiera apoyado algo allí, y la puerta del armario estaba entreabierta, cuando él recordaba haberla cerrado. Afuera, las campanas de una iglesia cercana comenzaron a sonar, rompiendo el silencio de la mañana. Era Navidad, pero para Bill, solo era un día más en su infierno personal.
Qué bueno que ya despertaste — dijo una voz que le erizo la piel junto a un ligero temblor — anoche nos divertimos tanto que te dormiste antes de que estrenes tu regalo — lo giró boca arriba
No por favor — suplico Bill — ya basta
Yo sé que te mueres por usarlo — susurro mientras se inclinaba para lamerle el cuello — y mostrarles a todas tus amiguitas lo que te Papa Noel te trajo
Suélteme — suplicó Bill mientras sus lágrimas caían
Relájate y disfruta — susurro al oído el extraño acomodándose entre sus piernas, las que abrió y admiro antes de lamerle la mejilla mientras le colocaba una bola de trapo en la boca — . Ya no hay fuegos artificiales y no queremos asustar a los vecinos. Te prometo que lo vas a disfrutar. No te preocupes, amo ver tu cara de placer
Manos, uñas y dientes a partes iguales volvieron a recorrer su cuerpo de norte a sur, de este a oeste. Sus lágrimas no dejaban de brotar, aunque ya no sabía si eran de miedo, impotencia o placer. Él no era homosexual, y de eso estaba completamente seguro, pero su piel parecía haberlo olvidado completamente. De su boca solo salían gemidos ahogados por su mordaza, que se intensificaron cuando entre sus piernas algo grueso, tibio y palpitante se abría paso con una clara intención.
Prometo enviarte el video para que veas con tus propios ojos lo sexi que eres cuando tu alfa te hace suya — le susurro al oído mientras empujaba más — ¡Dios, eres simplemente sublime!
Cuando estuvo dentro completamente, escuchó un Vmmm que provenía de él y que se movía en su interior. Era diferente, más constante, pero igual de emocionante. Era... sintió un movimiento en la cama y alcanzó a ver las piernas del hombre a la altura de las rodillas. Segundos después lo vio sentarse completamente desnudo, cruzar las piernas y presionar un botón un pequeño control que intensificó el movimiento ¿acaso le había puesto un maldito vibrador? Quería pararse. Quitárselo. Quería golpear a ese maldito hasta que solo fuese un montón de carne y sangre que ensuciaba su alfombra, pero no podía. Su cuerpo solo quería disfrutar al máximo ese objeto que lo denigraba como hombre.
Se mordía los labios y aplastaba el rostro contra la almohada. No gemiría. no le daría esa satisfacción ¡Claro que no!
No te cohíbas por mí, preciosa — dijo — . sé que lo estás disfrutando y no tiene nada de malo. Exprésalo abiertamente. Nadie te va a juzgar — Bill sintió como la velocidad del vibrador aumentaba, y por instinto levantó más las caderas — . Vamos sé tú misma. Sin miedo
No pudo más y se entregó por completo al placer y la lujuria. Gritaba y gemía suplicando por más a pesar de la mordaza. cerraba y abría las piernas, luego las volvía a cerrar apretándolas a más no poder, en un acto desesperado de sentir el objeto más adentro. Era enloquecedoramente placentero.
Despertó nuevamente al sonido de su contestador desde la sala. Era su madre deseándole feliz navidad. No se quería mover. Si bien le dolía el trasero, ya no tenía puesto el vibrador, pero si algo más. Movió las sábanas y lo vio. ¡Llevaba puesta lencería de mujer! El conjunto era simple, combinaba bragas tipo bóxer y un sujetador deportivo diseñado con un enfoque moderno, cómodo y estéticamente atractivo, debía reconocerlo. El bóxer era de corte ajustado, corto, que seguía la línea del cuerpo sin ser restrictivo. El material era una mezcla de algodón suave y elastano para garantizar elasticidad, transpirabilidad y comodidad durante el día. El tejido tenía un acabado mate con detalles sutiles en costuras planas para evitar irritaciones. De color rosa , con un cinturón elástico ancho decorado con un pequeño logotipo discreto o un patrón geométrico minimalista. En los laterales tenía paneles de malla.
El sujetador, también rosa, estaba inspirado en los crop tops ajustados, con tirantes anchos y espalda en estilo cruzado o en forma de "Y" para ofrecer comodidad. Al igual que los bóxers, el tejido sería una mezcla de algodón y elastano, suave al tacto y con propiedades de absorción de humedad para evitar incomodidades durante el uso prolongado. Era liso en su mayoría, con algún detalle que hacía juego con los bóxer, como un pequeño ribete en el borde inferior del mismo color que el cinturón de los bóxer.
Su celular sonó, era un SMS. Con mano temblorosa tomó el aparato y lo desbloqueo. Fue al WhatsApp y abrió el chat. “Buenos días mi Cobrecito Apasionado. Perdón que me fui sin despedirme, pero te veías tan exhausta y feliz. Espero que tu otro regalo te haya gustado tanto como el primero. Mira el rostro de alguien que disfruta mucho tener un hombre dentro suyo”. Había un link más abajo. Le dio clic y lo llevó a la página de “La Cámara de los Deseos” Fue hasta la sección dedicada a su nombre dio clic. Sus lágrimas cayeron. Había un nuevo video. El de la noche anterior y fotos suyas vestido con la lencería. No soportó más y lanzó un grito desesperado lanzando lejos el celular.
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Seducción Oscura (9)
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Admiral Duncan
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Seducción Oscura (8)
Ausencias Que Duelen
Bill tomó la caja con los objetos y metiéndolos en una bolsa, lo tiró en el basurero. Se sentó en su silla mirándolo fijo mientras tamborileaba con sus dedos sobre la mesa y respiraba agitadamente. Su celular sonó. ¡Era él! No iba a hacerlo. No se iba a colocar esa… Llegó otro SMS y lo abrió “Colócate el vibrador y bríndame un espectáculo, preciosa. O entraré en este momento…”
¡Hazlo! ¡hazlo, maldito cobarde! — grito fuera de sí — ¡hazlo! ¡entra y da la cara! ¡Te mataré con mis propias manos! ¡Vamos! ¿Qué esperas? Eso imagine. ¡Tu juego terminó hoy!
Se puso de pie y tomando la bolsa salió lo más deprisa que pudo. Esas paredes tan familiares, ahora se erguían imponente y atemorizantes. Las luces parpadeaban débilmente, proyectando sombras inquietantes en las paredes antiguas. Bill corrió por los pasillos desesperado mientras su celular sonaba. Salió del museo, corrió por las escaleras de piedra, su respiración era agitada y su corazón latía con fuerza. El viento frío de la noche le golpeaba la cara mientras miraba a su alrededor, sus ojos se llenaban de pánico. Las puertas del museo se cerraron con un estruendo detrás de él, como si quisieran atraparlo en su interior para siempre. “¡Es solo el viento!” se dijo a sí mismo
Subió a su auto y corrió por las calles desiertas. Los faroles parpadeaban, intensificando la sensación de urgencia. Los pensamientos volaban en su mente, intentando pensar en su siguiente paso. Debía renunciar e irse de esa maldita ciudad. Sabía que Fleur lo entendería y lo apoyaría. Empezarían de cero. Muy lejos
Condujo su auto por las estrechas y serpenteantes carreteras de Cornualles. El aire estaba lleno de una humedad que se pegaba a su piel. Los faros apenas penetraban la densa niebla que envolvía todo a su alrededor. Sentía cómo el miedo se apoderaba de él con cada kilómetro recorrido. Los pensamientos giraban en su mente, creando un remolino de angustia que no podía detener. Finalmente, llegó a un oscuro y solitario callejón.
Detuvo el auto lentamente, sus manos temblaban ligeramente sobre el volante. Miró a su alrededor, las sombras de los edificios antiguos se alzaban, proyectando una sensación de desolación. Apagó el motor y se quedó en silencio por un momento, intentando calmar su respiración acelerada. Cada ruido nocturno, el crujido de una rama o el susurro del viento, parecía amplificarse en la quietud del lugar. Bill bajó del coche con la bolsa, el peso de su ansiedad casi palpable en el aire frío de la noche. Miro hacia todos lados. Sacó su celular y lo tiró al piso antes de pisarlo. ¡Esa noche, esa pesadilla se terminaba definitivamente!
____________________
En noviembre, Cornualles tenía un encanto único. Los días eran cortos y las noches largas, creando una atmósfera de tranquilidad y aislamiento. El viento soplaba con fuerza desde el océano, trayendo consigo un aire fresco y salino. Los acantilados se alzaban imponentes contra el cielo gris, y las olas rompían con furia contra las rocas. Por las mañanas, el paisaje amanecía cubierto por una fina capa de escarcha. Las aldeas pequeñas, con sus casas de piedra, parecían sacadas de un cuento de invierno. La gente caminaba envuelta en abrigos gruesos, y el humo de las chimeneas ascendía lentamente hacia el cielo. Los mercados navideños se llenaban de luces y colores, y el olor a vino caliente y especias impregnaba el aire.
Al caer el sol, se transformaba en un paisaje aún más mágico. El cielo se oscurecía temprano, y las estrellas brillaban intensamente en el firmamento despejado, lejos de la contaminación lumínica de las grandes ciudades. La luna iluminaba suavemente los acantilados y las olas que golpeaban con furia las rocas, creando reflejos plateados en el agua. Las aldeas eran tranquilas y casi desiertas. Las luces navideñas adornan las casas de piedra, parpadeando cálidamente en contraste con el frío nocturno. El viento soplaba con más intensidad, haciendo que las ramas de los árboles crujieran y susurraran entre las sombras. El aire estaba impregnado del aroma de chimeneas encendidas, que lanzaban su humo hacia el cielo estrellado.
En el puerto, los barcos anclados se mecían suavemente en las aguas oscuras, y el sonido de las olas llenaba el silencio. Los callejones estrechos y adoquinados se sumían en una penumbra misteriosa, con la niebla que serpenteaba alrededor de las esquinas y callejones.
Sin embargo, en Shell Cottage las cosas eran abismalmente diferentes. La casa que en otra época estaba repleta de felicidad, ahora reflejaba tristeza y melancolía. Las risas que antes llenaban las habitaciones se habían desvanecido, y en su lugar, el silencio reinaba. Las paredes, que una vez presenciaron momentos de alegría y amor, ahora parecían oprimir a quienes se encontraban dentro. El jardín, que antes florecía con vida y colores vibrantes, ahora estaba desatendido, con plantas marchitas y hojas secas cubriendo el suelo. El sonido constante del mar, que solía ser una melodía reconfortante, ahora sonaba como un lamento. Shell Cottage, con sus ventanas empañadas y su fachada desgastada, se había convertido en un reflejo del dolor y la angustia que sus habitantes llevaban en el corazón.
Cada día en Shell Cottage comenzaba con una sensación de lejanía y melancolía entre Bill y Fleur. Bill se levantaba temprano, pero ya no disfrutaba de su café mirando el mar; en su lugar, se sumergía rápidamente en su trabajo de restauración, buscando una distracción en la minuciosa labor de devolver vida a muebles olvidados. El taller, que antes era un espacio de creatividad y calma, ahora parecía un refugio del dolor que sentía. Fleur, por su parte, despertaba con una pesada sensación de soledad. Sus mañanas se llenaban de bocetos y proyectos de diseño, pero la pasión que antes la movía se había desvanecido. Pasaba horas en su estudio, pero sin el entusiasmo que solía caracterizarla. Las visitas a sus clientes eran mecánicas, sin la chispa de creatividad que solía encender sus ideas.
Al mediodía, ya no compartían la comida juntos, porque las conversaciones eran escasas y tensas, llenas de silencios incómodos. Bill vivía prácticamente en su taller del museo, refugiándose en su trabajo para evitar enfrentar sus problemas. Cuando caía la noche, la casa se sumía en un silencio aún más profundo. La cena era un trámite más que un momento de conexión. Bill y Fleur compartían la misma mesa, pero sus miradas apenas se encontraban. Las palabras eran pocas y medidas, como si temieran despertar el dolor escondido. Después de la cena, en lugar de pasear juntos por la playa, se retiraban cada uno a sus propios rincones de la casa, buscando consuelo en la soledad. Si bien ya no era acosado, ni su relación, ni él habían vuelto a ser los mismos
Una tarde de invierno, mientras la oscuridad ya comenzaba a envolver Shell Cottage, Bill trabajaba en el taller con una concentración intensa. Estaba restaurando una antigua silla de madera y, en un descuido, dejó una lata de barniz abierta sobre una mesa cercana. Fleur, quien estaba absorta en sus propios pensamientos y planes de diseño, decidió bajar al taller en busca de inspiración para un nuevo proyecto. Al entrar al taller, la atmósfera llena de productos químicos y herramientas por doquier la hacía sentir un poco mareada. Al no percatarse de la lata de barniz abierta, tropezó con una de las patas de una mesa y cayó, derramando el barniz por todo el piso. El líquido, resbaladizo, hizo que perdiera completamente el equilibrio. Fleur cayó de espaldas, golpeándose la cabeza contra el borde de una mesa.
El sonido de la caída resonó por todo el taller. Bill, alarmado, corrió hacia ella. Al ver a Fleur inconsciente en el suelo, con una pequeña herida en la cabeza que comenzaba a sangrar, sintió una profunda culpa y desesperación. Llamó a emergencias, y los minutos que siguieron parecieron eternos. La ambulancia llegó rápidamente y Fleur fue trasladada al hospital. Durante la espera en la sala de emergencias, Bill no podía dejar de culparse por el accidente. Sabía que su descuido había provocado una situación peligrosa para Fleur, y el peso de la responsabilidad lo agobiaba. Las horas pasaron lentamente, y finalmente un médico salió para informar que Fleur estaba estable, pero que necesitaría tiempo para recuperarse de la conmoción y el golpe. Aunque eso no era lo peor. ¡Fleur estaba embarazada y había perdido al bebe!
Los días posteriores a que Fleur salió del hospital estuvieron impregnados de una melancolía densa, casi palpable. En la casa se sentía un enorme y vacío, como si cada rincón se hubiera llenado de ecos de lo que pudo haber sido. Fleur apenas hablaba. Pasaba horas sentada junto a la ventana del salón, mirando el jardín cubierto de hojas secas, con una taza de té en las manos que casi siempre dejaba enfriarse sin tomar un sorbo. Bill intentaba llenar el silencio con palabras de consuelo, pero no podía. Había en él una mezcla de culpa y desesperación, pero también una creciente distancia que no sabía cómo salvar. Se quedaba mucho tiempo en el taller, trabajando con las herramientas que ahora parecían cómplices de la tragedia. Cada vez que regresaba a casa, encontraba a Fleur más lejos, no físicamente, pero sí emocionalmente, como si cada día que pasaba ella construyera un muro invisible entre ambos.
Una noche, cuando él intentó hablar del futuro, de cómo podrían superar esto juntos, Fleur simplemente negó con la cabeza. Él sintió cómo su silencio caía como una piedra en su pecho. Intentó tomar su mano, pero ella la retiró suavemente, sin brusquedad, pero con una firmeza que dolió más que cualquier grito. Fleur estaba perdida en su propio duelo, y Bill, a pesar de su amor, no sabía cómo alcanzarla y pedirle ayuda para solucionar todo.
Las semanas siguientes siguieron un patrón similar. Fleur empezó a dormir en el cuarto de invitados, alegando que necesitaba espacio. Bill aceptó sin discutir, aunque eso le rompía el corazón. En el taller, donde todo había comenzado, él sentía una punzada cada vez que encendía las luces o tocaba las herramientas. Por las noches, miraba las fotos en la repisa: recuerdos de su tiempo juntos, momentos felices en Shell Cottage, y se preguntaba si alguna vez podrían volver a ser esas personas. A veces, en los silencios de la madrugada, podía oír el llanto ahogado de Fleur en la habitación contigua. Quería ir, abrazarla, prometerle que todo estaría bien, pero algo en su interior sabía que esas promesas ahora sonaban vacías. No sabía si realmente había escapado de ese hombre y recuperado su vida
La respuesta le llegó unas semanas después, una mañana gris en Shell Cottage, mientras el mar rugía con más fuerza de lo habitual, como si el océano supiera que algo importante estaba por suceder. Fleur se movía por la casa en silencio, recogiendo las pocas pertenencias que había decidido llevarse. Sus movimientos eran metódicos, casi automáticos, pero había una pesadez en cada gesto, como si cada objeto que guardaba en su maleta le recordara lo que estaba dejando atrás. Bill estaba en la cocina, de pie junto a la mesa, mirando una taza de café que no había tocado. Sabía que Fleur se iba, lo había sabido desde hacía días, quizá semanas. No había palabras que pudiera decir para detenerla, ni argumentos que ella quisiera escuchar. La casa, que alguna vez había sido un refugio, se había convertido en un recordatorio constante del vacío entre ambos.
Cuando Fleur bajó las escaleras con la maleta en la mano, Bill sintió un nudo en la garganta. Quiso moverse, ayudarla, hacer algo, pero sus pies parecían clavados al suelo. Se limitó a observar mientras ella se detenía un momento en la puerta, como si estuviera despidiéndose de algo más grande que la casa misma. El sonido de la puerta al cerrarse resonó como un eco que tardó en desvanecerse. Bill se quedó inmóvil, mirando el lugar donde ella había estado momentos antes. Fuera, el viento se llevaba el último rastro de su perfume, y él sintió que, con cada paso que Fleur daba alejándose de Shell Cottage, se llevaba también una parte de él que nunca volvería.
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La oficina era sorprendentemente luminosa, con amplias ventanas que dejaban entrar la claridad del mediodía y un ligero olor a café recién hecho que flotaba en el aire. Una gran mesa de madera clara ocupaba el centro de la habitación, cubierta con pantallas que mostraban diversas vistas de Shell Cottage. Cada ángulo estaba cuidadosamente escogido: el jardín delantero con su cerca blanca, el taller donde las herramientas descansaban en aparente desorden, la sala de estar con sus muebles acogedores.
El sonido de un ventilador de computadora zumbaba suavemente en el fondo mientras las imágenes parpadeaban en los monitores. La cámara principal seguía cada movimiento en la casa, mostrando a Bill cuando se inclinaba sobre su banco de trabajo o cuando cruzaba la sala con una expresión pensativa. Sus gestos parecían impregnados de cansancio, como si algo invisible lo cargara de un peso constante.
Sobre la mesa, junto a un cuaderno lleno de notas rápidas y esquemas indescifrables, había una taza de cerámica, con marcas de café seco en el borde, que se había enfriado hacía tiempo. En un rincón de la oficina, un perchero sostenía una chaqueta oscura. Todo estaba cuidadosamente organizado. A pesar de la claridad de la habitación, había una inquietante precisión en la forma en que las cámaras capturaban cada detalle de Shell Cottage. Las imágenes se sucedían una tras otra, implacables, mientras el reloj en la pared marcaba el paso del tiempo con un tic — tac constante, casi imperceptible.
Llamaron a la puerta, y una mujer de edad media entró cuando fue autorizada. Sus tacones resonaban contra el suelo a cada paso, se sentó frente al hombre y respiro hondo cruzando las piernas. Era de piel pálida, con un rostro afilado que irradiaba una mezcla de belleza oscura y locura inquietante. Sus ojos grandes y hundidos brillaban con un toque de crueldad, siempre atentos, como si buscaran su próxima presa. Su cabello negro era largo, enmarañado y desordenado, cayendo en rizos aparentemente descontrolados que parecían reflejar su personalidad.
Llevaba un vestido negro ceñido al cuerpo y adornados con detalles góticos, como encajes y corsés, que le daban un aire elegante pero amenazante. Su voz era aguda y sarcástica, capaz de oscilar entre una risa histérica y un tono frío, cargado de crueldad.
¿Explícame por qué siendo quién eres, no vas a esa casa, te quitas las ganas y después vuelves y te concentras en lo importante? — siseó la mujer
Qué más quisiera — dijo él — pero aún no está lista
Solo es una perra más que debe ladrar cada vez que truene los dedos ¿o me equivoco? — preguntó con voz afilada mientras el hombre la miraba con rabia contenida
Di lo que quieres Lestrange y lárgate — siseó el hombre
Necesito — recalcó ella — que mueves tu maldito culo de esa silla y examines a los nuevos candidatos
¿andas tan estresada porque aún no llega tu nuevo juguete? — preguntó con una sonrisa macabra
Serás el amo de este lugar, pero de mi cama no vas hablar nunca, imbécil — siseó la mujer antes de salir azotando la puerta maldiciendo
El hombre volvió a ver la pantalla donde se proyectaba la imagen de Bill. Tomó su celular y marcó. Espero mientras abría un cajón del cual saco un collar de perro que en la placa decía “Bill”. La llamada fue al buzón. Volvió a marcar, pero seguían sin contestar. Envió un SMS y miro por la pantalla al Bill abrir el mensaje. Volvió a marcar y segundos después contestó Bill con voz temblorosa
Tengo ganas de ver como juegas con tu hermoso clítoris, mi chica caldera — dijo y al instante Bill colgó lanzando lejos el aparato. Abrió una gaveta de su escritorio y de él sacó un collar de perro con una identificación que decía “Bill”. Lo dejó sobre su escritorio y sonrió acariciando su entrepierna “Pronto hermosa. Muy pronto” cerró su laptop y poniéndose de pie salió del lugar, mientras Bill quebraba cosas en su taller
*alguien noto mi ausencia o soy invisible?
¿Los cosas sin Fleur empezaran a complicarse para nuestro bello pelirrojo? ¿o tendrá mas libertad para defenderse?
Díganme si voy bien o cambio algo
Nos leemos
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Seducción Oscura (6)
Cazado En La Noche
El gran salón del castillo brillaba con un resplandor casi mágico. Las paredes, altas y majestuosas, estaban cubiertas por tapices de tonos cálidos y dorados, reflejando la luz de un gigantesco candelabro que colgaba en el centro del techo abovedado. Los rayos de cientos de velas titilaban suavemente, llenando el aire con una calidez acogedora. El suelo de mármol negro, pulido hasta parecer un espejo, reflejaba a los dos bailarines en el centro de la estancia. Se miró a sí mismo y llevaba un… ¿vestido dorado? que se movía como un río de luz con cada giro. Su cabello, recogido en un peinado elegante, enmarcaba su rostro iluminado por una mezcla de emoción y ternura. Frente a él, la Bestia, con su gran figura envuelta en un traje azul oscuro adornado con detalles dorados, movía sus patas torpemente al inicio, pero con un creciente aplomo mientras el baile continuaba. La música, suave y envolvente, parecía llenar cada rincón del salón. Un vals que hablaba de historias compartidas, de cambios y redenciones. Miró a la Bestia con una mezcla de curiosidad y comprensión, mientras él lo observaba con un deseo desbordado, como si lo quisiera devorar.
A medida que avanzaba la melodía, sus movimientos se tornaban más seguros, más fluidos. Era como si ambos hubieran olvidado las diferencias que los separaban, sumergidos en la armonía del momento. La Bestia deslizó la mano hasta su muslo derecho, pero a él no le molestó, todo lo contrario ¡sonrió! El candelabro parecía brillar más intensamente, bañándose en una luz dorada que hacía que sus figuras destacasen aún más contra el fondo de la sala. Él río suavemente en un momento en que la Bestia dio un pequeño traspié, y esa risa, clara y sincera, resonó en el aire como el canto de un pájaro en la mañana. La Bestia lo acercó más y él no pudo contener un suspiro. ¿Por qué?
La música llegó a un clímax, y Bill giró elegantemente, su vestido extendiéndose como un halo a su alrededor. Cuando volvió a mirar a la Bestia, sus ojos se encontraron, y en ese instante, todo el tiempo y espacio parecieron detenerse. En su mirada, ya no había temor ni duda, solo deseo mientras sus bocas se acercaban lentamente. Por un momento, el silencio fue absoluto, roto únicamente por el suave crepitar del fuego en la chimenea. La Bestia inclinó ligeramente la cabeza, y él, con una sonrisa nerviosa, asintió. Pero antes de que sus labios se unieran sintió un dedo que se colaba entre sus glúteos pequeños y firmes, arrancándole un gemido de placer. Más manos lo tocaban, dedos que se colaban en él. Sentimientos que luchaba por no tener. Dientes que lo torturaban. Deseo confusos que le pedían más de eso, y a la vez ganas de escapar. ¡se ahogaba!
Se sentó de golpe en la cama en medio de un grito, cubierto de sudor. Fleur también había despertado y lo miraba expectante. La chica intentó acariciarle el cabello, pero la esquivó poniéndose de pie. Fue directo al baño y de una gaveta tomó una pastilla. Se la llevó a la boca y bebió agua. Se lavó el rostro antes de mirarse en el espejo. Había sido tan real. Lentamente y mirándose fijamente en el espejo, bajo su mano hasta su entrepierna. Estaba húmedo, pero flácido ¿Que le pasaba? Escucho vibrar su celular, por lo que regresó a la habitación
¿estás bien? — pregunto Fleur sentada en la cama
Solo fue una pesadilla — respondió Bill metiéndose en la cama y abrazándola después — soñé que dejaste de quererme
Jamás — prometió ella acomodándose sobre su pecho
Descansa — le susurró Bill acariciándole el cabello
Fleur estaba nuevamente dormida cuando Bill tomó su celular de su mesita de noche. Lo desbloqueo y dio clic en WhatsApp. Había un SMS nuevo de un número desconocido. “Dulce sueños princesa Bella” ¿cómo sabía que había soñado...? Borró el chat, bloqueó el celular y lo dejó nuevamente en su mesita de noche. Tenía miedo de dormir, pero lo necesitaba
________________
A principios de junio, París lucía como una obra maestra al borde de completarse. Las primeras luces del amanecer teñían de dorado los tejados de pizarra, mientras el cielo, de un azul suave, se extendía sobre la ciudad con promesas de días cálidos. Las calles adoquinadas del Morais permanecían tranquilas a esas horas, aunque de vez en cuando se escuchaba el crujido de una bicicleta que pasaba despacio, o el lejano sonido de una campana desde alguna iglesia cercana.
Los jardines de las Tullerías ya empezaban a llenarse de vida. Las flores, en pleno florecimiento, ofrecían un espectáculo de colores que contrastaba con el verde profundo del césped recién cortado. Los bancos se encontraban ocupados por lectores, y algunos niños corrían por los senderos de grava mientras sus risas llenaban el aire. Una ligera brisa movía las hojas de los árboles, que parecían susurrar secretos de tiempos pasados.
En Montmartre, los pintores montaban sus caballetes junto a la Place du Tertre, donde el sol proyectaba sombras largas y plegadas sobre los adoquines. Los cafés ya habían desplegado sus mesas y sillas al aire libre, y el aroma a café recién hecho se mezclaba con el dulce olor de los croissants que salían de las panaderías. El río Sena fluía con serenidad, reflejando las nubes esponjosas que se deslizaban por el cielo. Las embarcaciones turísticas navegaban lentamente, y los turistas, emocionados, señalaban los monumentos que desfilaban a su paso. Las parejas caminaban tomadas de la mano por las orillas, deteniéndose de vez en cuando para admirar los puentes cubiertos de historia. Al caer la tarde, París se transformaba en un mosaico dorado. Las luces comenzaban a encenderse, y la Torre Eiffel, majestuosa como siempre, parecía acariciar el cielo. En los barrios más animados, como Saint — Germain — des — Prés, las terrazas de los cafés se llenaban de conversaciones en varios idiomas, mientras los músicos callejeros tocaban melodías que se fundían con el bullicio de la ciudad.
La casa de los padres de Fleur, donde se encontraban de visita por unos días, estaba en un tranquilo rincón del distrito VII de París, no lejos del Sena. Era un edificio de piedra clara, elegante y sobrio, con un estilo clásico que reflejaba la arquitectura haussmaniana típica de la ciudad. Las ventanas altas, enmarcadas por persianas de madera azul pálido, dejaban entrever cortinas blancas de encaje que se movían suavemente con la brisa. El portal de entrada, de madera oscura y con un acabado pulido, lucía un tirador de bronce que Fleur recordaba haber tocado con manos pequeñas cuando era niña. Sobre la puerta, un pequeño balcón con una barandilla de hierro forjado se llenaba cada primavera de geranios en tonos rojos y rosas que su madre cuidaba con esmero. Desde la calle, aquel balcón parecía un toque de vida vibrante en la serena fachada del edificio.
A Bill le había fascinado el interior. El recibidor, con un suelo de parquet que crujía bajo los pies, se iluminaba con la luz que entraba a través de un ventanal adornado con vitrales de colores. Las paredes estaban decoradas con retratos familiares y paisajes bucólicos enmarcados en madera dorada, recuerdos de viajes y generaciones pasadas. El salón principal, amplio y luminoso, contaba con un gran espejo sobre la chimenea de mármol blanco, que siempre reflejaba el cálido resplandor del fuego en invierno. Los muebles, de líneas elegantes y tapizados en tonos pastel, habían sido elegidos con cuidado por la madre de Fleur, quien tenía un gusto impecable para los detalles. En una esquina, un piano de cola negro descansaba bajo un jarrón de porcelana con flores frescas, llenando el espacio de un aroma dulce y ligero. La cocina, aunque más pequeña, era el corazón de la casa. Allí, su padre solía preparar café por las mañanas, mientras su madre cocinaba recetas tradicionales que llenaban el aire con aromas reconfortantes. La ventana de la cocina daba a un pequeño patio interior, donde crecían algunas hierbas aromáticas y un limonero que había sido plantado años atrás. Cada rincón hablaba de días pasados, de risas y conversaciones alrededor de la mesa del comedor, de tardes tranquilas con un libro en el sillón junto a la ventana.
Esa tarde, la pareja salió de la mano para visitar a unos tíos de la francesa que los habían invitado a cenar en su casa. Bill estaba relajado. Alejarse de Cornualles le estaba sirviendo bastante al grado de plantearse la idea de sugerir a Fleur mudarse un tiempo a esa ciudad. No le preocupaba la opinión de su familia, ya que en el último año se habían alejado bastante, en parte su mudanza a Cornualles y en parte porque no aceptaban su relación con la rubia.
Habían decidido recorrer la ciudad sin prisa, dejando que las calles los guiarán. Fleur, con su encanto natural, señalaba edificios históricos y le contaba historias de su infancia en la ciudad, mientras Bill escuchaba con fascinación, encantado no solo por las anécdotas sino también por la chispa en sus ojos cuando hablaba.
En un momento, Fleur propuso detenerse en una pequeña librería que solía visitar de niña. Bill, siempre curioso, se ofreció a buscar un café cercano mientras ella exploraba. "No tardo," le aseguró con una sonrisa antes de desaparecer entre la multitud que llenaba las calles. Al principio, todo parecía sencillo. Bill caminaba con confianza, admirando los escaparates y la arquitectura de los edificios, pero poco a poco comenzó a sentirse desorientado, y lo que más le preocupaba era que pronto sería de noche. Las calles, que en un inicio parecían tan encantadoras, se tornaron un laberinto de giros y pasajes. Tomó un desvío pensando que era un atajo, pero se encontró en una callejuela más estrecha. El bullicio de la ciudad había quedado atrás, reemplazado por un inquietante silencio.
Miró a su alrededor, esperando encontrar alguna señal conocida, pero todo lo que vio fueron muros de piedra oscura y ventanas cerradas. La luz de las farolas apenas llegaba hasta allí, y las sombras se alargaban, cubriendo el suelo adoquinado con un velo sombrío. Una farola parpadeaba débilmente al final del callejón, proyectando un brillo tenue y errático. Se dio cuenta de que no podía escuchar ni los pasos de peatones ni el sonido de los coches. Había algo extraño en aquel lugar, como si perteneciera a una versión diferente de París, una menos amable y más olvidada. Intentó regresar por donde había venido, pero las calles parecían haber cambiado detrás de él, formando un camino que no reconocía.
El aire, que antes era fresco y agradable, se sentía más pesado allí. Una leve brisa movía papeles abandonados en el suelo, mientras el eco de sus propios pasos resonaba con una fuerza desproporcionada. Bill se detuvo, intentó calmarse y pensar con claridad, pero no podía evitar sentir que lo observaban desde las sombras. ¿Quizás algún gato callejero, o simplemente su imaginación? Avanzo un poco más, pero la calle solo parecía estrecharse a cada paso. Se detuvo y giró cuando le faltaban unos quince metros para llegar al final. Alguien avanzaba lentamente hacia él
conozco lo suficiente
Si gustas... — dijo el hombre con voz áspera, con un tono grave ¿esa voz? — puedo enseñarte la entera... cachorrita — y con cada palabra que escuchaba, Billy daba un paso hacia atrás
La figura de un hombre emergió de entre las sombras como un espectro, caminando con pasos firmes pero deliberados. La luna, oculta tras nubarrones, apenas dejaba filtrar suficiente luz para dibujar su silueta contra los muros de piedra. No era un hombre de este mundo. Algo de su esencia parecía salvaje. Vestía un abrigo largo y gastado, que parecía haber resistido innumerables inviernos. Sus botas resonaban suavemente contra los adoquines húmedos, marcando un ritmo que parecía sincronizarse con el latir del peligro en el ambiente. Su rostro, de rasgos duros y barbilla prominente, estaba enmarcado por una barba desordenada y unos ojos grises que parecían perforar la oscuridad. Había algo animal en su mirada, no sobrenatural, sino humano: una mezcla de rabia contenida y una astucia que mantenía a raya a cualquiera que osara cruzarse en su camino.
El callejón olía a humedad y a desechos acumulados, pero él parecía indiferente. En su mano derecha sostenía un bastón de madera oscura, cuyo extremo metálico golpeaba ocasionalmente el suelo, más como advertencia que como apoyo. No era un hombre cualquiera; había algo en su porte que revelaba que vivía al margen de las normas. Mientras avanzaba, las luces temblorosas de las farolas de gas parecían evitar iluminarlo del todo, como si incluso la tecnología retrocediera ante su presencia. Irónicamente, Bill ya no podía retroceder más. La única salida estaba a las espaldas del desconocido, pero se sentía incapaz de sobrepasarlo y correr fuera de su alcance.
Palpaba la pared con su mano, como buscando desesperadamente la manija de una puerta secreta que lo llevará de vuelta al Cornualles de hacía un par de meses, en los cuales su vida era perfecta, pero solo había ladrillos desgastados con los siglos, que impedían su fuga
No se acerque por favor — suplico Bill casi llorando
Tranquila — dijo él con una sonrisa cruel bailándole en los labios — . sé que mueres porque un hombre te toque — susurro acariciándole el rostro, y su aliento putrefacto golpeó su rostro
Por favor, no
Eres perfecta — dijo lamiéndole el cuello — . Toda una hembra, como un macho merece — continuó mientras le abría el pantalón y se los bajaba por debajo de los glúteos junto con su ropa íntima sin que Bill lograse reaccionar — lame bien, si es que te conviene — ordenó introduciendo los dedos en la boca — . Eres el juguete que merezco — dijo con una sonrisa cruel al ver cómo era obedecido — sujétate — susurro colocando los brazos de Bill alrededor de su cuello, para luego hacer que las piernas del pelirrojo rodearan su cintura, mientras apoyaba su espalda en la pared — haz lo que mejor debe hacer un hembra frente a su macho.
Bill no pudo evitar gemir mientras sentía como algo grueso y tosco se abría paso en él. Su cuerpo entero hormigueaba. No podía mantener los ojos abiertos mientras se aferraba al cuello musculoso del desconocido. Sus gemidos eran incontrolables. Nunca había sentido nada parecido. Era tan nuevo. Tan excitante. Dientes rasguñando sus tetillas. Su oreja. Sus labios. Su cuello. El dedo moviéndose descontroladamente dentro suyo y él sin saber si debía pelear porque se detuviera o gemir por más. Le marcaban un ritmo el cual su cuerpo parecía conocer de otras vidas
¡Ladra para tu amo, cachorra! — ordenó al hombre, pero él no lograba entender, solo sentir. Sentir como nunca lo había hecho en su vida — ¡ladra! — y el dedo se hundió aún más arrancándole un grito de placer que se confundía con un ladrido. Una boca tomó por asalto la suya con dientes filosos que desgarraban todo a su paso — deliciosa — escucho que susurraban en su oído mientras algo grande, duro y palpitante rozaba su entrada — ladra para que tu amo te atienda — ordenó el ser y Bill obedeció con desesperación antes que la invasión entre sus piernas fuese aún mayor — Dios, ya muero por verte de espaldas en mi colchón, con las piernas bien abiertas delirando de placer — Estaba al borde del clímax. Ya no podía más. Se sentía mojado. Lleno. ¡Vivo!
¿Qué pasa ahí? — dijo una voz a lo lejos y algo en la mente de Bill despertó
¡Ayuda! — dijo con un grito que más parecía un susurro — ¡ayuda! — intentando mirar quien lo había salvado mientras su captor lo dejaba caer sin contemplaciones antes de perder el conocimiento
Fleur Delacour esperaba en el pasillo del hospital, sentada en una de las incómodas sillas de madera junto a una ventana que daba a un patio interior. La luz de la mañana se colaba a través del vidrio empañado, iluminando su perfil delicado pero tenso. Su vestido azul claro, ligeramente arrugado, parecía haber soportado demasiadas horas sin descanso, igual que ella. Jugaba con los anillos en sus dedos, girándolos una y otra vez, mientras mantenía la mirada fija en el suelo, como si cada segundo que pasaba fuese más difícil que el anterior. Los médicos pasaban a su lado sin detenerse, y cada paso resonaba con un eco que le arañaba los nervios. Había llegado al hospital horas atrás, cuando le avisaron que Bill había sufrido un asalto. Habían intentado abusar de él y lo habían abandonado en un callejón completamente golpeado. Desde entonces, su mundo se había reducido a ese pasillo, al reloj de pared que marcaba las horas con una lentitud desesperante y a las imágenes de él que llenaban su mente.
Finalmente, una enfermera se acercó y le informó que podía verlo. Fleur se levantó de inmediato, aunque sus piernas parecían de plomo. Caminó por el corredor siguiendo a la enfermera, con el corazón golpeándole el pecho como un tambor desbocado. Las paredes blancas del hospital parecían cerrarse sobre ella, pero se obligó a mantener la compostura. Al entrar en la habitación, el aire se volvió más pesado. Bill yacía en la cama, dormido, con vendajes envolviendo su torso y un brazo. Su rostro, aunque sereno, mostraba pequeñas mordidas y un moretón que se asomaba bajo la barba pelirroja. El sonido rítmico de las máquinas era lo único que rompía el silencio. Fleur se acercó despacio, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper algo más que la calma de la habitación.
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Seducción Oscura (5)
https://archiveofourown.org/works/62158204/chapters/159971485
Un Lobo En El Oído
Cuando finalmente subieron al dormitorio, la habitación estaba envuelta en penumbra, con solo la luz de la luna filtrándose a través de las cortinas, creando sombras suaves en las paredes. Bill caminó detrás de Fleur, su figura alta y ligeramente encorvada mientras se quitaba la camisa y la dejaba caer sobre una silla cercana. Fleur, ya envuelta en su camisón de algodón, se metió en la cama, girándose hacia él con una mirada que mezclaba cansancio y ternura. Bill se deslizó bajo las mantas, el colchón hundiendo un poco más de su lado. Por un momento, parecieron dos extraños compartiendo el mismo espacio, cada uno atrapado en su propio silencio. Fleur suspiró suavemente y, armándose de valor, se acercó a él, apoyando una mano ligera sobre su pecho desnudo.
“Bill…” murmuró, su voz apenas audible, como si temiera romper la frágil quietud de la noche. Él giró la cabeza para mirarla, sus ojos cansados pero sinceros. En lugar de responder, cubrió su mano con la suya, entrelazando los dedos con delicadeza. Se movió de lado, y ella lo imitó, hasta quedar frente a frente. Fleur llevó la mano del hombre y la colocó sobre su cintura, mientras ella se acercó lentamente hasta besarla. Bill continuó tímidamente mientras Fleur le acarició el pecho, arrancándole un gemido. Deslizó suavemente su mano hacia el sur del cuerpo de su novio. De pronto, Bill saltó como resorte hacia atrás
¡No puedo! — dijo apartándose — ¡No puedo! Perdóname — susurro con la voz quebrada mientras se levantaba para salir de la habitación
Las lágrimas salían sin control. Deseaba tanto hacerle el amor, pero no podía, simplemente no podía. Cada vez que cerraba los ojos, lo único que lograba era alguien detrás de él susurrándome que la mujer era él. Y lo peor de todo era que solo así su cuerpo lograba reaccionar.
______________________
La feria de Cornualles no era solo un evento, sino una celebración del carácter acogedor y la rica tradición de la región, donde cada detalle, desde los sabores hasta las sonrisas, evocaba una calidez que los visitantes atesoraban mucho después de que las luces se apagaran. Era un espectáculo vibrante que parecía arrancado de una postal de ensueño, llevándose a cabo en un amplio prado verde rodeado de colinas ondulantes y salpicado de coloridas carpas y puestos decorados con banderas ondeando al viento. El aroma dulce del algodón de azúcar se mezclaba con el de las empanadas de Cornualles recién horneadas, mientras las risas de los niños resonaban entre los carruseles y las ruedas de la fortuna.
En el corazón de la feria, un escenario improvisado albergaba actuaciones de música folclórica y bailes tradicionales; los músicos, ataviados con trajes típicos, tocaban melodías que invitaban a los visitantes a unirse al espíritu festivo. Más allá, los artesanos locales ofrecían sus creaciones: joyería hecha a mano, cerámica delicada y tejidos que contaban historias de la región. Un rincón especial estaba dedicado a los animales, con pequeños corrales que albergaba ponis, ovejas y gallinas de razas autóctonas, mientras un concurso de perros pastor atraía a una multitud que vitoreaba cada movimiento ágil de los canes.
Bill y Fleur paseaban de la mano por la feria cuando una amiga saludó a la rubia. Bill se alejó para darle su espacio a las mujeres. Miraba un puesto de artesanías cuando su celular sonó. Era ¿su número? ¿cómo podía estar llamándose él mismo?
¿Hola? — dijo inseguro
¿ves la carpa que hay en el extremo sur? — dijo una voz varonil — hay un regalo para ti en ella
Gracias, pero no me interesa — dijo Bill y colgó. Cinco segundos después le llegó una foto de él masturbándose analmente, junto a un texto que decía “Quizás a Fleur le interese saber porque ya no llegas al clímax con ella. Dile que te quieres ver tal como eres”
Miro hacia todos lados y divisó a la rubia a lo lejos. Se veía animada. Respiro hondo y se dirigió hacia la carpa. Miró nuevamente en todas direcciones y entró. El interior era un espacio encantador y misterioso, como un refugio arrancado de un sueño antiguo. El aire estaba impregnado de una fragancia embriagadora: una mezcla de incienso de sándalo, hierbas secas y un leve toque cítrico. Un gramófono en un rincón emitía una melodía suave, algo entre lo melancólico y lo festivo, que parecía envolver todo en un aura hipnótica. Las paredes de tela gruesa estaban adornadas con patrones vibrantes en rojo, dorado, morado y azul profundo, formando arabescos que parecían contar historias de tiempos pasados. El techo ascendía en una curva elegante, desde donde colgaban racimos de pequeñas lámparas de aceite, tiras de cuentas tintineantes y cintas de colores que danzaban suavemente al ritmo de la brisa.
En el centro, sobre una alfombra desgastada pero bellamente bordada, había un hombre robusto y de aspecto huraño, Su cabello, desordenado y entrecano, caía en mechones irregulares alrededor de un rostro curtido, mientras que una barba espesa, también salpicada de gris, le daba un aire descuidado, casi salvaje. Vestía con una camisa blanca de lino y un chaleco bordado, mientras trabajaba con movimientos tranquilos pero precisos. Frente a él se encontraba una mesa baja cubierta con herramientas y pequeños frascos. Había pinzas, hilos metálicos brillantes, aceites perfumados, piedras semipreciosas y un pequeño martillo de madera, cada objeto dispuesto con precisión casi ritual. A un lado de la mesa, una caja abierta mostraba los aros que creaba y colocaba. Algunos eran sencillos, de metal pulido que reflejaba la luz cálida de las lámparas; otros, verdaderas obras de arte, estaban grabados con intrincados patrones o incrustados con piedras que parecían contener un destello de luna o la intensidad de un amanecer. Cada pieza parecía llevar consigo un fragmento de historia, como si hubieran sido diseñadas para capturar un momento único en el tiempo.
Bienvenido — dijo el hombre sin mirarlo — ¿en qué lo puedo ayudar?
Me quiero ver... tal como soy — dijo Bill con voz nerviosa
Oh... — dijo él levantando su rostro para mirarlo con unos ojos azules intensos — ya veo — dijo poniéndose de pie — toma asiento. Voy por tu regalo
¿Sabe quién es? — dijo Bill sentándose — la persona que me da el regalo
No me dio su nombre — dijo volviendo con una caja — pero era una mujer muy hermosa.
¿Una Mujer? — dijo Bill
Me dijo que era el regalo de un amigo para “su mujer” — respondió acomodándose el cabello detrás de la oreja delicadamente
No soy mujer de nadie — dijo Bill poniéndose de pie — dígale a su amigo... — su celular sonó, ¡era él! miró al hombre que tenía enfrente y contestó
¡cállate y siéntate para que te pongan mi regalo! — ordenaron — y no te levantes sin importar que pase o si no... Imagina que soy yo — y colgó
Bill se sentó nuevamente y el hombre se acercó más. Acomodo el cabello al lado derecho y acarició el lóbulo de la oreja izquierda. Cerró los ojos mientras sentía que algo frío adormecía la zona. Una caricia sutil en su cuello lo hizo dar un respingo, pero se mantuvo en su lugar. Sentía al hombre trabajar, pero no quiso abrir los ojos, ni siquiera cuando varias cosas cayeron sobre su regazo y el desconocido las recogió, acariciando sutilmente su entrepierna despierta.
Eres muy guapo — dijo él — Tu novio debe amarte mucho
No es mi... — gimió Bill
¿Te gusta? — pregunto
No — respondió Bill
Lo que tu digas amigo — dijo el hombre — , pero tu amiguito dice otra cosa. Terminamos. toma — y le entregó un espejo
Era un arete pequeño de colgar con la silueta estilizada de un lobo. Tenía un rostro feroz pero elegante, esculpido en un metal negro mate o acero inoxidable. Las líneas del pelaje eran detalladas, creando una textura visualmente atractiva, pero con un acabado suave para no perder la comodidad al llevar. Tenía un tono contrastante platinado, para resaltar ciertas áreas del rostro, como los ojos o la nariz. Por ojos, llevaba pequeños zafiros azules , dándole un toque de lujo sin perder el estilo rudo. Era de un tamaño medio, ni demasiado grande ni demasiado pequeño, para resaltar, pero de forma discreta. Tenía un cierre seguro, pensado para comodidad diaria, que le permitiría llevarlo tanto en ocasiones formales como informales, añadiendo un toque de distinción a su estilo personal. Le gustaría mucho, de no ser que lo estaban obligando a llevarlo
Ya está todo pagado — dijo el hombre — vuelve cuando gustes. Aunque no me molestaría verte en otro lado — añadió — como ser en mi cama — dijo sonriendo mientras lo miraba de forma lasciva antes que Bill saliera lo más rápido posible de la carpa
Cuando Fleur vio el arete del pelirrojo, le encantó, y dijo que era lo único que le faltaba para completar su look masculino. Bill solo pudo sonreír ante la ironía. El resto de la noche, no conseguía dejar de pensar en las manos de aquel hombre, sus roces, su aliento en su oído mientras le contaba cosas de su pueblo ¿Porque lo excitaba tanto un completo desconocido? Desgraciadamente Fleur vio su entrepierna cuando entraba a tomarse un baño, y decidió que sería buena idea acompañarlo. Cerró los ojos e hizo un esfuerzo sobrehumano por no apartarse mientras la chica le tallaba la espalda ¿Que le pasaba? ¡Era su mujer! ¡La que él había elegido para compartir el resto de su vida! Sin embargo, su hombría parecía dormir el sueño de los justos
Las manos de Fleur vagaron por el cuerpo del hombre. Lamia y besaba su boca y cuello, bajaba por su pecho ancho. Subía sus manos por sus muslos, pasó por su entrepierna hasta llegar a su trasero, que masajeó a gusto . Bill sintió algo deslizándose ligeramente hacia el interior y no pudo evitar gemir. La rubia tomó su miembro con una mano y lo estímulo suavemente. Bill giró sobre ella dejándola debajo suyo, se acomodó entre sus piernas y sin pensarlo se hundió en la chica. Era la gloria. Por fin la podía complacer de nuevo, mientras se movía al ritmo que se imaginaba que le marcaría el dedo si se quedaba más tiempo en su interior. Dos gritos al unísono rompieron la noche, mientras se despreciaba por haber logrado complacer a Fleur solo cuando imagino que un hombre lo complacía a él
El sol comenzaba a asomarse por el horizonte esa fresca mañana, ti��endo el cielo de colores suaves. Los pájaros cantaban alegremente, y el aroma a sal del océano llenaba el aire. En la costa, las olas rompían suavemente contra las rocas, creando una melodía tranquila.
Las flores silvestres empezaban a florecer, y los campos verdes brillaban bajo la luz del sol. En los pequeños pueblos, los pescadores se preparaban para salir al mar, mientras las cafeterías abrían sus puertas y el aroma del café recién hecho llenaba las calles.
Caminando por un sendero costero, muchas personas disfrutaban de la belleza del paisaje. Algunos se detenían a tomar fotos del mar y los acantilados, mientras otros simplemente respiraban el aire fresco. Aquella mañana, el ambiente se sentía revitalizante y lleno de promesas de un nuevo día.
Después de un rato, muchos decidieron entrar en un café acogedor donde degustaron un delicioso desayuno. El sol seguía brillando y la temperatura iba aumentando lentamente, indicando que el día se transformaría en una jornada espléndida para explorar la belleza de Cornualles.
Bill estaba parado en su ventana mirando el vaivén de las olas. Su noche había sido un infierno. Se sentía el ser más despreciable del mundo, porque de cierta manera le estaba siendo infiel a Fleur. Cedía ante amenazas de un desconocido que lo grababa en circunstancias que atentaban a su hombría, pero a la vez le daban placer.
Su celular sonó y no pudo evitar cerrar los ojos. Ya se imaginaba que era. Fleur salió del baño y le dio un beso feliz, antes de ir a la cocina. Su celular volvió a sonar. Era un SMS de WhatsApp. Lo abrió, aunque ya imaginaba que era. Dio clic y lo llevó nuevamente a la página que ya había visitado. En la sección con su nombre había un pequeño anuncio de un nuevo video. Le dio clic y se confirmaron sus suposiciones. Era un video suyo de la noche anterior teniendo sexo con Fleur. La inscripción decía “dos chicas hermosas teniendo sexo” Bajo a la galería, y la fotografía con más like era la de su rostro complacido mientras la rubia introducía la punta de su dedo entre sus glúteos. Borró la conversación, luego borró el caché de su historial y guardó su celular. ¿Hasta cuándo seguiría viviendo ese infierno?
*Parece que las cosas se le están saliendo de control a Bill
¿Ustedes que creen?
Hasta el miércoles sino me derrito con la calor
Besos
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Seducción Oscura (4)
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Peligrosa Imaginación
La noche caía lentamente sobre Cornualles, extendiendo un manto de sombras que envolvía cada rincón. Las estrellas comenzaron a aparecer una a una, titilando tímidamente en el cielo oscuro. El viento susurraba entre los árboles, moviendo las hojas con un ritmo casi hipnótico, mientras el aire fresco llenaba los pulmones con una calma indescriptible. En la distancia, un búho rompió el silencio con su canto profundo, y las luces de las casas parpadearon , como pequeñas islas de calor en medio de la penumbra. La luna, alta y brillante, iluminó el sendero solitario, mientras todo lo demás parecía detenerse, inmerso en la quietud de la noche.
El restaurante El Faro de la Costa se ubicaba en una esquina tranquila de la ciudad, donde los adoquines del suelo crujían bajo los pasos de los comensales. Desde fuera, las luces cálidas que se filtraban por los ventanales prometían un refugio acogedor del bullicio exterior. Al entrar, el aire se llenaba de aromas que mezclaban hierbas frescas, salsas especiadas y pan recién horneado. Las mesas, de madera oscura, mostraban pequeñas imperfecciones que contaban historias de largas cenas y conversaciones. Cada una estaba decorada con un florero diminuto que sostenía una sola flor de temporada, simple pero cuidadosamente elegido. En un rincón, una chimenea de ladrillos crepitaba, lanzando destellos de luz que bailaban en las paredes decoradas con cuadros en tonos cálidos.
El personal, vestido con delantales de lino, se movía con agilidad y una sonrisa tranquila, llevando platos que parecían pequeñas obras de arte. La música suave, una mezcla de jazz y guitarras acústicas, llenaba el espacio, envolviendo a los clientes en una atmósfera íntima y relajada. En la cocina abierta, los chefs trabajaban concentrados, mientras el sonido de cuchillos sobre tablas y el chisporroteo de las sartenes acompañaba la velada. El restaurante lograba algo especial: no solo alimentaba, sino que ofrecía un momento para detenerse y disfrutar de la sencillez elevada a algo extraordinario.
Hacía unos días Fleur se había encontrado con su amiga Angelina Johnson y habían acordado verse ese viernes para cenar. La morena había llegado del brazo de su novio Lee Jordan. Era una pareja agradable, y a Bill le caía bien Lee, ya que le recordaba a los bromistas de sus hermanos gemelos. Rieron recordando anécdotas divertidas de hacia algún tiempo. Por fin, después de semanas de tensión, Bill se estaba relajando, y Fleur le hizo notar su alegría por ello apretándole suavemente la mano
Después del plato principal, Bill se excusó para ir al baño. Estaba feliz hacía casi dos meses que vivía libre de su acosador. Ya no le llamaba. No mandaba email. Era libre. Había disminuido su dosis contra sus dolores de espalda. Volvía a ser el mismo en el trabajo y en casa. ¡Su vida volvía a ser perfecta! Al entrar noto que solamente había un hombre en el lugar. Era un hombre de figura intimidante y alto. Su rostro, marcado por cicatrices finas que cruzaban una piel pálida, parecía siempre tenso, con ojos oscuros y hundidos que miraban con una mezcla de cálculo y desprecio. Su cabello, negro y ralo, caía desordenado sobre su frente, dándole un aspecto desaliñado que contrastaba con el lugar donde estaban. Se paró en el urinario y desabrocho el pantalón y saco su miembro cuidando de darle la espalda al hombre para que no lo viera
¡El baño de chicas está al lado! — dijo el hombre con una voz profunda — ¡Pero no me quejo de la vista! — añadió en medio de una sonrisa
¿cómo dijo? — preguntó Bill sorprendido girando un poco la cabeza para encarar al hombre
¡Creo que me escuchaste perfectamente, preciosa! — contestó el hombre que ya estaba parado tras él. Pasó sus brazos entre los de Bill y tomó su hombría, mientras le besaba el cuello suavemente — ¡Dios, que lindo clítoris! — y eso bastó para que el cuerpo y la mente del pelirrojo asociará algo.
¡Suéltame, desgraciado! — empezó a revolverse intentando zafarse del abrazo, pero en el proceso sus glúteos no dejaban de restregarse en el miembro contrario, despertando el propio.
¿te gusta cómo se siente? — preguntó el hombre mordiéndole el lóbulo de la oreja — imagínalo dentro tuyo — susurro mientras lo acariciaba en su entrepierna —
¡Suéltame! — exigió Bill con menos intensidad
¡más grueso! — continuó el hombre — ¡Más palpitante! ¡más dentro tuyo!
¡No! — gimió Bill echando la cabeza hacia atrás — ¡No quiero! ¡Ah...!
¡Dímelo más alto! — dijo el hombre mientras su otra mano se encargaba de sus testículos! — ¡Apenas te escuchó Cornualles! — ¿Por qué su cuerpo estaba al borde del clímax? — vamos, mi lavita ardiente. Vente para tu dueño — y con esas palabras se liberó en la mano del desconocido que se llevó primero la mano su boca y luego la acercó a la de Bill, quien no se resistió y limpio con su lengua la sustancia blanquecina — ¡hey, amigo! ¿estás bien? — pregunto haciéndolo volver en sí ¡¿cuándo se había girado para mirar fijamente el miembro del hombre?! — si quieres... no me molesta — dijo señalando su entrepierna — se ve que tienes una linda boca, además de otras cosas hermosas — y sonrió como si le estuviese mirando el trasero
¡No soy un marica! — dijo Bill nervioso
Un marica no sé, pero una diosa... — dijo relamiéndose los labios mientras lo miraba de pies a cabeza justo cuando alguien más entraba, por lo que Bill salió lo más aprisa que pudo
Volvió a su mesa cuando Fleur y sus amigos se reían. Se sentó y bebió su copa de golpe ¿Qué rayos le había pasado? Disimuladamente miró a su entrepierna y... ¡estaba completamente manchado! ¡Maldición!
La luz de las velas parpadeando en las mesas mientras el sonido de las olas lejanas se filtraba por las ventanas abiertas. Bill se mantenía más callado esa noche, apoyando un brazo sobre el respaldo de su silla mientras escuchaba, aunque sus ojos parecían distraídos, perdiéndose ocasionalmente en los reflejos dorados que el fuego proyectaba en el vaso de cerveza frente a él. Fleur, al notar su silencio, puso una mano sobre la suya, pero Bill solo respondió con una sonrisa breve antes de volver a mirar hacia la ventana, esquivando su mano.
Los platos, llenos de mariscos frescos, llegaron en grandes fuentes compartidas, decoradas con hierbas y limones que destacaban su frescura. Lee se lanzó de inmediato sobre una langosta, haciendo reír a las mujeres, mientras Angelina bromeaba sobre su habilidad para comer con estilo. Fleur, siempre elegante, cortaba con delicadeza una porción de pescado, aunque parecía más interesada en intentar incluir a Bill en la conversación. La velada continuó con altibajos de risas y silencios incómodos para Bill y Fleur, un aire sutil de distancia permanecía entre ellos. Cuando el camarero trajo el postre, un crumble de manzana con helado, Lee propuso un brindis por la amistad, levantando su copa con entusiasmo. Todos se unieron, pero el brillo en los ojos de Bill no coincidía con la calidez del gesto.
Al salir del local, un par de horas más tarde, la brisa nocturna golpeó suavemente sus rostros, y mientras Lee y Angelina seguían bromeando en voz alta, Fleur se detuvo un momento junto a Bill.
¿Estás bien? — preguntó en un susurro, pero él solo asintió, guardando sus pensamientos detrás de una sonrisa cansada. No, no estaba nada bien. Acaba de venirse en un baño público, mirando descaradamente orinar a un completo extraño
Lee y Angelina se despidieron rato después, dejando a la pareja sola. La brisa marina se colaba entre ellos, trayendo consigo el aroma salado del océano y el eco distante de las olas rompiendo contra los acantilados. Bill caminaba un paso por delante, con las manos hundidas en los bolsillos de su chaqueta, mientras Fleur intentaba mantener el ritmo junto a él, abrazándose a sí misma para combatir el frío. El camino de regreso a casa estaba envuelto en un silencio pesado. Los faroles de la calle iluminaban apenas el sendero de piedra, dejando sombras alargadas que se movían con cada paso. Fleur, con la mirada fija en el suelo, esperaba que Bill rompiera el silencio, pero él permanecía ensimismado. Se negaba a mirarla a los ojos.
Aun no entiendo porque no fuiste al baño a limpiarte el vino del pantalón — dijo ella
No te preocupes, yo lo lavare — dijo sin mirarla
Al llegar a Shell Cottage, Bill sacó las llaves y abrió la puerta sin decir una palabra. Fleur entró detrás de él, dejando caer suavemente su abrigo sobre una silla antes de dirigirse a la cocina. Le preguntó con un murmullo si quería té, Bill negó con la cabeza, murmurando un "no, gracias" antes de sentarse en el sillón frente a la chimenea apagada. Fleur, sintiendo el peso de la distancia entre ellos, se quedó de pie un momento, observando. Su figura, encorvada y quieta, parecía más un reflejo que la persona con la que había compartido tantas risas y aventuras. Suspirando, ella se dirigió al dormitorio, donde se cambió.
Se metió en la cama, pero, incapaz de dormir, se levantó de la cama. Sus pies descalzos rozaron el suelo frío mientras descendía las escaleras, guiada por la tenue luz que se filtraba desde la sala. Al llegar, lo vio: Bill, sentado en el sillón, encorvado hacia adelante con la mirada perdida en el suelo, sus pensamientos claramente lejos de allí. Sin decir nada, Fleur se acercó despacio, como temiendo romper ese delicado momento. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió la mano y, con suavidad, acarició su pecho desde atrás. Bill dio un leve respingo, sobresaltado por el contacto inesperado, pero no se movió, permitiéndole continuar.
“Shh… soy yo,” — murmuró Fleur, inclinándose para apoyar su barbilla sobre su hombro, mientras sus dedos dibujaban círculos lentos sobre su pecho.
Él giró apenas la cabeza para mirarla, pero no dijo nada, dejando que el calor de su mano calmará la tensión acumulada en su cuerpo. Con movimientos delicados, Fleur rodeó el sillón y, con una sonrisa tenue, se sentó en sus piernas, acomodándose de manera que pudiera mirarlo directamente.
No me gusta verte así — dijo, su voz apenas un susurro. Sus manos, ligeras pero firmes, subieron hasta enmarcar el rostro de Bill, obligándolo a encontrarse con su mirada. Bill suspiró, dejando que sus hombros, antes rígidos, se relajaran un poco bajo el peso del momento.
Lo siento — murmuró, aunque sus ojos seguían cargados de algo que no podía expresar del todo. Fleur, con la paciencia que había aprendido a cultivar a su lado, rozó su frente con la suya, ofreciéndole un consuelo silencioso en lugar de palabras.
La noche, aunque todavía llena de tensiones, se suavizó en ese pequeño instante compartido, donde las distancias que los separaban parecieron achicarse, aunque solo fuera por un momento.
***Hello Mundo
Ando con bloqueo y no me salen mis ideas para nuestro trio favorito T’Challa/Sam/Bucky
Pero la mejor manera de convatirlo es Anthony Mackie en Netflix “Altered Carbon”.
Nuestro moreno sexi sale recién en la T2 pero la T1 vale la pena
Cuéntenme como va la historia
Besos
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Seducción Oscura (2)
https://archiveofourown.org/works/62158204/chapters/159277683
Voces Desde La Oscuridad
A principios de otoño, Londres había comenzado a transformarse lentamente. Las hojas de los árboles en Hyde Park y Kensington Gardens ya habían cambiado de color, tiñendo los caminos de tonos dorados y rojizos. Los mercados al aire libre habían ofrecido sus primeras cosechas de calabazas y manzanas, mientras los cafés habían introducido bebidas especiadas en sus menús. Las temperaturas habían bajado lo suficiente como para que la gente empezara a usar bufandas ligeras y abrigos más gruesos por las mañanas. Los días todavía habían sido lo suficientemente largos como para disfrutar de paseos al atardecer, cuando el sol poniente había bañado la ciudad con una luz cálida que contrastaba con el fresco del aire.
En el Támesis, los barcos turísticos habían seguido navegando, aunque con menos pasajeros que en verano. Las luces de la ciudad ya se habían encendido temprano, reflejándose en el agua y creando una atmósfera mágica. En los mercados de flores, los ramos de girasoles y crisantemos habían sustituido a los colores brillantes del verano. El ambiente había empezado a llenarse de una mezcla de nostalgia por el verano que terminaba y la anticipación de los días acogedores que estaban por venir. Londres había abrazado el otoño con su habitual elegancia, mostrando la transición con una belleza discreta pero inconfundible.
Bill avanzaba con pasos inseguros hacia la comisaría, sus botas resonaban ligeramente sobre el pavimento húmedo de Cornualles. El edificio, una estructura modesta de ladrillos grises con ventanas altas y estrechas, se erguía bajo un cielo encapotado que prometía más lluvia. Una farola parpadeante proyectaba sombras inestables sobre la entrada, dándole al lugar un aire aún más desolado.
Al cruzar la puerta, el leve olor a café viejo y papeles húmedos le golpeó la nariz. El mostrador de madera desgastada, con marcas de uso y un brillo apagado, dominaba el espacio. Tras él, un oficial de mediana edad lo miraba con una mezcla de curiosidad y cautela. La luz fluorescente de la sala acentuaba el cansancio en el rostro de Bill, marcando las sombras bajo sus ojos y el rastro de humedad en el borde de su abrigo oscuro.
Yo… – dijo nervioso
Sus dedos temblaban ligeramente al sacar un papel doblado de su bolsillo. No hacía frío, pero un escalofrío recorría su espalda. Cada movimiento parecía cargado de duda, como si cada paso hacia el interior de la comisaría fuera una lucha consigo mismo. La mirada de los pocos policías presentes se posaba brevemente sobre él, sin reconocimiento, pero con el interés que suele despertar alguien que parece fuera de lugar.
Bill se detuvo frente al mostrador, su voz apenas un susurro al pedir hablar con el inspector. Por un momento, el ruido de teléfonos y tecleos se desvaneció en su mente. Todo parecía girar en torno a ese instante, a volver ser libre
Buen día – dijo la oficial – ¿en que lo puedo ayudar?
Quiero denunciar… – empezó a decir – pero su celular sonó de repente – un minuto – era un SMS de Rey Desde La Sombra. No caería. ¡No mas! Canceló la llamada, guardo el celular y respiró hondo.
Dígame – dijo el oficial pero justo le entró una llamada – parece importante
No lo es – dijo Bill y sacando su celular para apagarlo
Mejor conteste – dijo el oficial –, aunque… si lo prefiere lo puede hacer desde el mío – y para sorpresa del pelirrojo el celular del oficial sonó – creo que es para usted… señor Weasley – y con la mirada lo insto a contestar
Hola – dijo Bill sin dejar de ver al oficial
¿Alguien te lastimó cachorrita? – dijo la voz al otro lado del teléfono – dímelo y te demostrare que eres intocable, hermosa, excepto por mí, claro – y Bill se asustó tirando el teléfono inconscientemente
¿se siente bien? – pregunto el oficial, pero Bill ya estaba saliendo lo mas deprisa posible del lugar sin importarle cuando choco con un oficial que llevaba una placa con el nombre “Theodore Nott”
Había sido un verano tibio en Cornualles, y la brisa que había acariciado la costa durante semanas traía aún el rastro salino del Atlántico. Los prados habían florecido en una alfombra vibrante de flores silvestres, que se mecían con el ritmo del viento como si hubieran bailado toda la primavera. En las aldeas, los lugareños ya habían pintado sus ventanas con un blanco reluciente, y las calles empedradas, que se habían mojado con las lluvias de junio, relucían bajo el sol tenue de julio. Las gaviotas, que siempre habían planeado sobre los acantilados con sus graznidos, habían encontrado refugio en las grietas más altas, mientras que los pescadores, que hacía días habían lanzado sus redes al mar, ahora descansaban junto a sus barcas, las manos curtidas por el salitre. Los jardines de las antiguas mansiones se habían llenado de geranios y lavandas, cuyas fragancias se mezclaban con el aroma del pan recién horneado que se escapaba de las cocinas.
Bill despertó con suaves caricias sobre su pecho, junto con una cascada de besos que lo hizo sonreír. Unos labios se abrieron paso a través de los suyos. Se abrazó a una cintura delgada mientras giraba para acostarse sobre ella. recorrió sus muslos a medida que sentía las uñas clavándose suavemente en su espalda. Sintió como Fleur abría sus muslos y no dudo en acomodarse entre ellos
Buenos días — dijo ella sonriendo tomándole el miembro con su mano derecha mientras lo despertaba con suaves masajes — perdón si te desperté — le susurro al oído mientras le mordía el lóbulo de la oreja
Justo como me gusta despertar — dijo Bill colando su mano entre los muslos de la chica haciéndola lanzar una risa boba
¿me lo juras? — susurro Fleur
Ven acá — dijo Bill y ella lanzó grito en medio de su risa
La mesa del desayuno había sido preparada con una delicadeza que hablaba de una rutina cuidadosamente cultivada. Fleur había colocado un mantel de lino claro, sus bordes suavemente desgastados por el uso, mientras que los platos de cerámica azul se habían dispuesto con una precisión casi artística. La cafetera había dejado escapar su último suspiro de vapor hacía unos minutos, y el aroma robusto del café recién hecho aún flotaba en el aire, mezclándose con la fragancia cálida del pan que Bill había tostado con esmero.
Los rayos del sol, que apenas habían cruzado el horizonte, se habían filtrado por las ventanas, tiñendo de oro las paredes encaladas de Shell Cottage. Un cuenco de fresas, que Fleur había recogido del jardín, reposaba en el centro de la mesa, junto a un tarro de miel que había comprado días atrás en el mercado local. Las tazas de porcelana, que se habían calentado al contacto con el café, permanecían entre sus manos mientras la conversación, pausada y llena de sonrisas, había comenzado a llenar el espacio con la cadencia de la vida compartida.
Desde fuera, el sonido de las gaviotas había llegado en oleadas, como si hubieran estado debatiendo sobre la marea. Mientras tanto, el suave crujido del pan al ser cortado y el tintineo de las cucharas contra los bordes de las tazas habían compuesto una banda sonora sencilla pero perfecta, como si la mañana misma hubiese estado esperando a ser vivida en ese rincón tranquilo del mundo.
Fleur y Bill se sentaron frente a frente, en los extremos opuestos de la mesa, aunque la distancia apenas existía entre ellos. Bill le ofreció una sonrisa tenue mientras untaba la miel en una rebanada de pan con movimientos meticulosos, el cuchillo trazando círculos perfectos. Fleur, por su parte, había estado observándola con una calidez inconfundible en la mirada, como si aquel pequeño gesto cotidiano fuera un milagro que nunca había dejado de maravillarle.
Habías dicho que ibas a cortar más fresas — le había recordado ella con un tono ligero, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y suave reproche.
Y lo iba a hacer, pero entonces el café... — Bill se había inclinado hacia atrás en su silla, levantando las manos en un gesto de rendición — bueno, pensé que necesitábamos café antes que más fresas. ¿No crees? — Su sonrisa pícara había iluminado su rostro, y Fleur había exhalado una risa breve, como si aquel tipo de excusa fuera tan predecible como entrañable.
Siempre encuentras una excusa para hacer menos de lo que prometes — había respondido ella, dejando el cuchillo a un lado para mirarlo con fingida seriedad.
No es verdad. Habrías hecho lo mismo si hubieras olido ese café. Admítelo, estaba irresistible.
Ella había sacudido la cabeza suavemente, pero sus labios se habían curvado en una sonrisa que no había podido ocultar. Había extendido la mano hacia el cuenco de fresas a medio llenar y, con una lentitud calculada, había tomado una de las más grandes y brillantes.
Bueno, ya que no las has cortado, te la comerás entera — le había dicho antes de lanzarle la fresa con un gesto juguetón. Bill la había atrapado al vuelo con un movimiento torpe pero efectivo, riéndose mientras hacía una exagerada reverencia con la cabeza.
Eres implacable, Delacour.
Y tú encantadoramente inútil, Weasley — había replicado ella, riendo suavemente mientras volvía a concentrarse en su tostada.
Había sido una conversación sencilla, pero llena de las pequeñas bromas y complicidades que solo se construyen con el tiempo, como si cada palabra y cada gesto hubieran reforzado el hilo invisible que los unía. Afuera, el mar había seguido rugiendo en la distancia, pero dentro de Shell Cottage, el mundo entero parecía haberse reducido al sonido de sus voces y las risas que habían compartido.
Cerca de las 7:30 la pareja salió de la casa e iban a subir a su vehículo, cuando el teléfono de Bill
Buenos días — dijo él cerrando la puerta trasera del auto
Discúlpate con ella y dile que se lleve la camioneta — dijo una voz áspera, con un tono grave que parecía provenir de lo más profundo de su pecho, como si cada palabra fuera un gruñido apenas contenido.
No puedo — dijo Bill nervioso en voz baja
¿Todo bien amor? — pregunto Fleur
Revisa tu correo — dijo en voz baja, su tono tenía un arrastre gutural, como si las palabras fueran arrastradas por un eco oscuro y primitivo. Bill lo hizo y su sangre se le heló ¡eran casi veinte fotografías de los diferentes miembros de su familia en sus rutinas diarias!
Ok, ok, ok — dijo Bill nervioso — ya entendí
Discúlpate con ella y dile que se lleve la camioneta. Entra a la casa en cuanto se vaya, ve a tu cuarto y desnúdate
Está bien, no te preocupes — dijo Bill cerrando los ojos y colgó — debo revisar algo de última hora. Llévate la camioneta — y le entregó las llaves
¿Está todo bien, amor? — dijo ella
Si — dijo Bill abrazándola — te amo como no tienes idea
Te amo — dijo la rubia antes de subir a su movilidad e irse
Bill miro como se alejaba el vehículo antes de mirar hacia todas partes y correr a la cocina para tomar un cuchillo. Apuntó con él en todas direcciones blandiendo al viento, si alguien se acercaba lo mataría. Estaba atento solo se escuchaba el viento que había soplado toda la noche y aún susurraba alrededor de la casa, deslizándose por las rendijas de las ventanas y haciendo vibrar levemente las contraventanas de madera. Desde la cocina, donde la ventana siempre se quedaba ligeramente entreabierta, llegaba el sonido rítmico de las olas rompiendo contra las rocas, un eco profundo que llenaba las habitaciones vacías. El reloj en la pared del salón había marcaba el paso del tiempo con un casi inaudible tic — tac pausado cuando llamada entró a su celular sobresaltados
Diga — respondió nervioso
Tranquila mi niña — dijo la voz y casi podía ver su sonrisa macabra — solo quiero que actives los auriculares inalámbricos. Los que guardaste el viernes en el mueble donde están los cargadores. Y suelta ese cuchillo te puedes lastimar
¿Qué quiere de mí? — pregunto desesperado — le daré dinero. No tengo mucho, pero...
Quiero que sueltes el cuchillo antes de que te lastimes — dijo la voz — busques los auriculares y los actives. Hazlo bonita — sin soltar el cuchillo Billy busco los aparatos y se los coloco para después conectarlos a su bluetooh — Ahora sube a tu cuarto quitándote la ropa — ordenó la voz
¿Para qué? — dijo Bill encontrando su valor
Para llevarte al cielo como te prometí — dijo la voz
No lo haré — dijo desafiante
Yo creo que sí — dijo la voz y como por arte de magia la televisión se prendió mostrando un video en tiempo real de su madre, lo sabía porque mostraban un periódico en primer plano y era la fecha de ese día
Por favor no — suplicó Bill — a ella déjela fuera de esto
Entonces sube a tu cuarto quitándote la ropa, ahora — ordenó la voz
Empezó lentamente mientras cruzaba la estancia hacia las escaleras, se quitó la camisa de lino, tirándola por encima del respaldo de una silla con un gesto casual. Su torso, bronceado por el sol, reflejaba las sombras alargadas de las vigas del techo. Subió nervioso los primeros escalones, y el roce de sus pantalones de algodón contra la madera resonó suave en la quietud de la casa, pero no bastó para ahogar su sollozo.
Al llegar al descansillo, se desabrochó el cinturón y dejó caer los pantalones, que quedaron amontonados junto a la puerta de su habitación. Su paso, ahora solo acompañado por el eco de sus movimientos y el susurro del viento entrando por las rendijas, con sus nervios tropezó y casi cae.
Entró a la recámara mientras se quitaba los bóxer, junto con los zapatos y los calcetines, quedando completamente desnudo
Acuéstate en mitad de la cama y flexiona las rodillas — dijo la voz y la tele se activó mostrando su habitación y a un hombre con una textura parecida a la suya en la misma posición que se encontraba — lentamente recorre tu cuerpo. Así pequeña. Cierra los ojos. Empieza en tus labios. Baja por tu cuello. Sigue por tus pequeños pechos. Despacio, sin prisa. Llega hasta tu vientre plano. Recórrelos. Ve hasta tu pequeño clítoris. Eres una diosa, disfrutándolo — y aunque Billy lucho contra ello no pudo evitar cuando sus manos siguieron solas hacia más al sur de su cuerpo. Sus dedos buscaban algo, aunque no sabía que. Con una mano sigue acariciando tu clítoris y con la otra señálame el camino a tu paraíso
Algo dentro de la mente de Bill despertó, pero no tenía la fuerza necesaria para detener al resto. Su entrada estaba húmeda. Palpitante. A la espera de ser invadida. Un dedo encontró el camino secreto y se adentró en las profundidades de su cuerpo. Su boca gemía, su vientre se contraía sobre sí mismo. Necesitaba que entrará un poco más. Apretaba más con cada milímetro que entraba, a la par que su otra mano se entretenía paseando entre sus órganos viriles. ¿Pero acaso su cuerpo se estaba comportando con virilidad? Virilidad. Él era un hombre heterosexual haciéndose una exploración anal en la cama donde dormía y le hacia el amor a la mujer de su vida. Iba sacar los dedos lo más deprisa posible cuando una voz ya olvidada cobró vida en su oído
¡No se te ocurra detenerte! — dijo la voz demandante — ¡sigue o te juro que en este momento entro en esa habitación y será algo mucho más grande y palpitante lo que entre en ti! ¡Sigue!
¡Por favor no! — Bill suplicaba llorando — ¡ya no más!
¡sigue! — gritó la voz en medio de un gruñido — ¡obedece cachorrita! ¡Llega al maldito orgasmo!
Con un grito que le desgarró la garganta el mundo de Billy Weasley estalló en millones de colores antes de caer sobre la cama otra vez deshecha. Con el pasar de los minutos su respiración se reguló. Sentía asco de solo ver sus manos llenas de sus fluidos. No supo cuando, pero se había hecho un ovillo sobre la cama. Escucho jadeos desde el televisor, y sin moverse de su posición miro hacia el aparato justo cuando el chico del video que se parecía a él llegaba al orgasmo en la misma posición que él estaba hasta hacía unos minutos antes mientras dentro suyo estaba un hombre alto y corpulento, cubierto de músculos tensos y marcados, como si su fuerza hubiera sido esculpida por años. su cabello largo y desgreñado caía en mechones opacos sobre sus hombros, mezclándose con su barba
Si tu mano te hizo gritar de esa manera mientras pensabas en mi — dijo la voz mientras en la pantalla el hombre del video sentado en la cama le hacia el sexo oral al que lo acaba de penetrar mientras miraba de manera lasciva a la cámara antes de guiñarle el ojo — ¿te imaginas como vas a disfrutar cuando sea yo el que este así dentro de ti y seamos nosotros los protagonistas del video? ¿Qué personaje te gustaría interpretar ese día? ¿una colegiala? ¿una niña pequeña? ¿una sirvienta? ¿Quizás una bebe? Con su pequeño pañal siendo alimentada por papi. O tal vez una sirvienta muy eficaz — Bill solo podía llorar en silencio — aunque si me lo preguntas eres la perra ideal. Apoyada sobre piernas y rodillas, con una cadena que une la mano de su amo al collar que adorna su cuello, esperando impaciente la autorización para devorar el pedazo de carne que su amo le muestra mientras está parado desnudo delante de ella
¡Basta por favor! — suplicaba llorando — ¡no quiero más! — colgaron al otro lado de la línea — ¡ya no más!
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