"No los perdones. Pero no porque no merezcan perdón, sino porque no merecen la paz." [Indie | Alchemist | RP]
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Las voces del resto de la clase se habían convertido en un murmullo casi silencioso a sus oídos. El ocasional chirrido de un pupitre siendo arrastrado alcanzaba a perturbar su concentración, pero nada lo suficientemente molesto para llamar su atención. Aún quedaba la mitad del día llena de clases, la Academia tenía un horario de mierda cuyo único objetivo era chuparte la vida.
Tal vez la única excepción del lugar era su hermana. A veces. Cuando no se volvía una parlanchina insoportable.
—Me gustaría hacerlo, ¿sabes? Pero el abuelo dijo que fuéramos cautelosas por los otros clanes y los compromisos de lealtad…—Llevaba cerca de diez minutos hablando lo mismo y luego de cinco había dejado de prestar atención, por lo que sus respuestas eran prácticamente automáticas. Ausentes. Estudiadas luego de años de escuchar el mismo parloteo constante—. De todos modos, no encuentro el momento adecuado, porque claramente no sé si debería.
—Ya.
—Y probablemente le dijeron que tuviera el doble de cautela.
—Es de esperarse considerando dónde estamos.
Saj suspiró.
—Supongo que tienes razón…—echó un vistazo a su hermana y resopló—. ¿Siquiera sabes de quién estoy hablando? ¡Ugh, por supuesto que no! A esta altura respondes por instinto, mírala nada más… con la nariz metida en ese libro.
—Uhm.
—Oye, oye, ¿Me has oído?
—No particularmente —murmuró Ipherium sin apartar los ojos de lo que hacía, sin embargo, la constante y fulminante mirada de su hermana la hizo suspirar, logrando que cerrara su libro—. ¿Qué sucede? ¿Es tan importante?
—Sucede que tú existes y no prestas atención a lo que digo. ¡Y por supuesto que es importante! No estaría aquí si no lo fuera.
—Graciosa. No es como que pudieras estar en ningún otro lugar de todas formas. Mi punto es… ¿me incumbe? —cuestionó con una expresión recelosa y procedió a sacudir la cabeza—. No lo creo. Además, estoy estudiando.
—¡Algo que sabes de memoria!
Ipherium le frunció el ceño.
—La teoría y la práctica son importantes, tienes que compensar el talento.
—¿Como si no fuera suficiente? —Saj la miró incrédula, casi mofándose por la tontería que había dicho—. No tengo que repetir una y mil veces que eres la estudiante más joven en esta clase, y que prácticamente te saltaste todas las anteriores cuando yo tuve que sudar sangre para siquiera alcanzarlas a tiempo.
—Bueno, eso es porque no estudiaste —le recordó entonces, dedicándole una mirada burlona—, no necesariamente debido a que no pudieras.
—Ha, patrañas. —Saj hizo un gesto despectivo con la mano, inmediatamente descartando el tema. Por supuesto, ser una desvergonzada era un trabajo de tiempo completo que ella realizaba con excelencia, y si la forma en la que se inclinó segundos después sobre el pupitre con una expresión de quien cuenta una travesura no fuera muestra suficiente, sus palabras sentenciaban el gesto—. Enfoquémonos en lo importante, el centro del problema, las entrañas del obstáculo presentado por el Destino, el desafío final de esta aventura que resolverá las mil y una interrogantes de la existencia misma.
—Dioses, dame un respiro…—Ipherium se dejó caer sobre el respaldo de la silla, medio fastidiada y medio entretenida, porque presentía que si no colaboraba, no iba terminar de escuchar quejas sobre el asunto.
—Así es, tú lo has dicho. La más grande y dificultosa tarea de autorrealización: acercarme, crear contacto y lograr una mutación interactiva entre ambas manas tan opuestas, pero… no sé cómo hacerlo.
Ipherium se le quedó viendo con una expresión casi horrorizada, lo peor es que mostraba tal convicción en su cháchara que por un momento estuvo a punto de creer que cada palabra que balbuceaba eran de suma importancia, incluso si no entendía qué diablos hablaba o el conflicto que sufría. Se masajeó las sienes con una mano, era increíble como una simple conversación de receso estaba drenando toda su energía, probablemente la expresión en su rostro dejaba en claro que usaba el último retazo de su poca paciencia para prestarle la debida atención y no perder una neurona de paso.
Saj siempre lograba que terminara reconsiderando el curso de su vida como una maldición por los malos caminos de sus antepasados. Lo cual no sería extraño, de hecho, era algo que esperaría. No se lamentaba tampoco.
Pero en momentos como esos… terminaba pensando que la tortura era mejor opción a aquello.
No podía engañarse tampoco, porque aunque le irritara, sabía que jamás podría enfadarse con su hermana. Cosa que también ella debía tener claro, de otra forma no haría tal espectáculo para pedir su ayuda.
Habla de amor filial, ¿huh?
—Honestamente, ni siquiera sé de quién hablamos. Y no me interesa, la verdad, pero…
—¡Ah, lo sabía! ¿Ves lo que te digo? Criminal y una aguafiestas.
Saj le dedicó un gesto indignado que no tenía ni siquiera un poco de intención de ser aquello. Le alzó una ceja. Ella difícilmente podría tener hueso rencoroso en su cuerpo, así que su enojo desapareció rápidamente para priorizar el tema en cuestión, por lo que procedió a juntar sus manos frente a su rostro para susurrar en toda la confidencialidad que su propia lengua podía proveer:
—Es Adora.
Ipherium parpadeó y asintió una vez.
¿Adora? Por alguna razón le sonaba ese nombre. ¿Dónde podría siquiera haberlo escuchado antes? O tal vez la pregunta más importante era si tenía que recordarlo.
Sea como sea, si no lo recordaba significaba que no era importante incluso si su hermana pensara diferente, más aún al ver su nula reacción.
—¿Adora? ¿Adora Ihriam? —su hermana gesticuló exageradamente con una expresión incrédula, y era tal su indignación que Ipherium no pudo evitar pensar que definitivamente era su deber saber quién era—. ¡Oh, vamos! ¿Es en serio? ¡Es la nieta de Eday! ¿El anciano que sale casi todas las semanas de la oficina del abuelo?
—Oh.
¿Tenían una nieta? No lo sabría de todas formas, no le interesaba. Creía que con saber la cantidad de miembros activos en los clanes era suficiente para que su presencia en los banquetes del Conclave le evitara tal disgusto como el de conocerlos en persona. Claro, no era una estrategia inteligente si tenía que cuidarte de tus enemigos, pero no podía siquiera molestarse en ello. Si debía matar a alguien, no le preguntaría de dónde provenía.
Pero, ¿Adora?
—Sí. “Oh”—se burló Saj—. Como sea, lo importante es que ahora discutiremos la mejor estrategia para crear amistades eternas.
Hizo una mueca.
—Vale. ¿Y me preguntas a mi porque…?
—¡Pooorque eres mi hermana! —le canturreó con una sonrisa que prometía embaucarla en sus tonterías, pero su rostro poco impresionado le hizo suspirar resignada, así que se desplomó dramáticamente sobre su libro y fingió un quejido—. Vamos, apóyame un segundo aquí. Quiero alguien más con quien charlar, estoy harta de balbucear con una pared e imaginar que me responde.
—Vaya, gracias.
Saj se carcajeó.
—¿Ves? Una pared con gran sentido del humor, sí. Tú me entiendes, por eso eres mi favorita. —Se mantuvo un momento en silencio, tamborileando los dedos pensativa. Ipherium observó su rostro con semblante impasible y esperando que expresara aquello que parecía perturbarla a tal punto de verse ansiosa. Al cabo de unos segundos, continuó—: Supongo que estoy algo obsesionada porque quiero una amiga y ella luce como alguien con quien podría llevarme bien. Quizás muy muy muy bien. No me preguntes por qué, tengo un presentimiento. Y ugh, no me mires así, ya sabes como soy. A lo que voy es que… quiero ir. Entonces el único problema del caso, aparte de lo obvio…
—Es que eres una Aëla —completó Ipherium, posando sus codos en la mesa y tratando de comprender con gran dificultad el dilema de Saj. ¿Era absolutamente necesario deprimirse por aquello? ¿Algo tan innecesario y molesto?
Sí, en definitiva, salía completamente de sus capacidades empatizar con ella sobre eso.
—Ugh, me mata cómo lo dices. Suena mucho a “atravesad el camino de perdición hasta encontrar la muerte” …
—Bastante acertado.
—… ¡y lo odio! Soy más que mis tendencias y antepasados asesinos, ¿vale? Es decir, sí, tengo eso, pero no soy solo eso. No tooodo el tiempo, a veces cuando…
—Estás divagando.
—Sí, cierto. Como decía, quiero una amiga. Y no es que no me divierta conversar contigo, a pesar de tu aparente inhabilidad para sostener un diálogo por dos minutos y que resulta en mí parloteando como loca…
—Estás divagando de nuevo —suspiró Ipherium con una nota impaciente abrazando su voz que sacó un puchero a Saj.
—…y quiero a alguien más que no entienda lo que quiero decir con solo mirarme. Hablar de cosas que no tengan que ver con legado familiar, muerte, sangre y porquería que sé de memoria, Dioses. Hablar de cosas normales…—Saj le dedicó una mirada a su hermana que era casi suplicante, como si le fuera imperante que entendiera esto. Y aunque no era probable que sucediera -sobre todo porque ambas eran muy distintas en cuanto preocupaciones mundanas-, ella sería por siempre la única persona con la que compartiría ese tipo de confidencialidades. Ipherium desvió la vista cuando notó una expresión que sabía podría lograr que hiciera lo que fuera por ella—. ¿Es muy terrible que lo quiera? A veces me siento extraña al desear hacer cosas que aparentemente no deberían ir conmigo porque, tú sabes, somos asesinos crónicos.
—No tiene nada de malo.
—Lo sé. Pero aún así, crea esta barrera impenetrable y…
Ipherium lo consideró un momento, golpeteando un dedo sobre la mesa con el ceño fruncido. Se preguntó si había algo más que solo un par de estúpidas preocupaciones sin sentido, porque conocía a su hermana y sabía muy bien también que tendía a pensar demasiadas cosas innecesarias al punto que terminaba ahogándose en un charco de agua.
—¿Y qué es exactamente lo que te impide hacer amistades, Saj? Es claro para todos que no eres tal como debieras ser. Y dudo que nadie pueda o quiera decir nada al respecto. Así que me pregunto… ¿El problema es Adora, porque es una Ihriam, o el que no te atrevas a dejar tu propio prejuicio sobre ti misma, como Aëla?
Saj se quedó sin palabras, boqueando varias veces porque verdaderamente no sabía qué decir. Estaba acostumbrada a tontear y fastidiar hasta el cansancio a su hermana pequeña para conseguir una reacción de su parte, y era su culpa, por supuesto, cuando luego de tanto picar a una bestia salvaje que ésta se hartara y le mordiera de vuelta. Era imposible esperar otra cosa y cualquiera pensaría que estaba acostumbrada, después de todo Ipherium solía seguirle el juego en sus travesuras si eso lograba que la dejara en paz.
Eran pocas ocasiones en que la tomaba en serio. Y en ese momento recordó por qué no insistía tanto.
¿Pero podría ser cierto aquello? Nunca pensó que el problema pudiera ser ella misma. Y aunque lo pensara de esa forma, le era extraño aceptarlo como posibilidad..
—Creo que tienes excesivas expectativas para ti misma, cosa que ni nuestra madre tiene o el abuelo. No porque no puedas cumplirlas, todo lo contrario, ellos solo han decidido no forzarte a nada porque saben lo que quieres, quizás más que tú misma. Lo que me lleva a pensar que eres tú quien está extremadamente más consciente de lo que eres que de quien eres. Me pregunto si tal vez es vergüenza, o tal vez no, y es mas bien un complejo de inferioridad al resto, de lo cual no entiendo la razón, no eres la clase de persona que carece de confianza. Entonces, dime Saj.... ¿Hay algo que haga a Adora un espíritu de luz magnífico de la que debas esconderte porque no puedes estar ante su presencia? ¿Y al resto, en consecuencia?
—…No.
—¿Qué hay de Etira? ¿O la otra que se sienta a tu lado? ¿Podrías hacerlo?
—No sé —respondió luego de un rato, dubitativa.
—Vale pues, no entiendo el drama con la chica Ihriam. Me hace pensar que es una excusa para justificar lo que sea que estés pensando. Y lo único que puedo decir es que dejes de hacerlo. Es molesto. Solo haz lo que quieras —encogió los hombros y suspiró de alivio cuando vio al profesor entrar, porque finalmente podía librarse de esa conversación sin sentido. Saj la observaba contrariada, casi ofendida, la clase de expresión que decía “Ojalá fuera tan fácil hacerlo como es decirlo” y por primera vez en el día vio un esbozo de sonrisa en Ipherium cuando se inclinó hacia ella—. Si alguien se opone a tu decisión incluso dentro de nuestra familia, querida hermana, siempre te puede desafiar y luchar contigo a muerte. Es lo justo por la molestia, ¿no crees? Ahora, ¿qué tal si me dejas en paz de una buena vez con tus niñerías?
—¡Grosera!
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⭑ ㅤ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ꧂⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀ ⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ✾ ╰ “ 𝘍𝘰𝘳𝘨𝘦𝘵 𝘮𝘦 𝙣𝙤𝙩 "⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ ╰ ✾ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ꧁⭑ ㅤㅤ —Mira, mira, es ella. —¡Hombre, es linda! —Te dije que este viaje no era inútil. La chica se detuvo y miró por sobre su hombro, sorprendida por los gritos que intentaban llamar su atención. Eran cuatro chicos, vestidos de pies a cabeza con trajes formales y distintivos colores que dejaban ver de qué reino provenían. Uno de ellos traía colgando de su chaquetilla un montón de cadenas y emblemas que le dejaban ver su posición como militar, quizás de alto rango. Les echó una rápida mirada y le bastó para decidir que eran molestos
.¿𝘌𝘴𝘵𝘢𝘳á𝘯 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘪𝘥𝘰𝘴?, se preguntó por un momento antes de seguir su marcha.
—¡Ah! Espera, espera. —Uno de ellos se adelantó, alzando una mano para sostenerle el brazo y detenerla, pero ella se giró antes de que pudiera hacerlo y dio un paso atrás, con expresión cautelosa—. Tranquila, solo quiero hablar. Eres Adora, ¿no? ¿Del Clan Ihriam?
No debía estar sorprendida que la conocieran, así que cuestionar 𝘱𝘰𝘳 𝘲𝘶é sabían su nombre era inútil, después de todo su familia era 𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘪𝘥𝘢 , y a veces pensaba que demasiado. Por esto, asintió escuetamente y optó por observar su rostro sin decir nada.
Notó que su acento era marcado -tal vez bastante norteño- y los gestos un poco rústicos, sin embargo, había confianza en ellos, como si le fuera usual comportarse de forma impertinente porque aun así conseguía lo que quería.
Y aquello le causó desconfianza.
El resto del grupo llegó a su lado, vestían amplias sonrisas en el rostro y un brillo algo siniestro en sus ojos, Adora sintió que se le formaba un nudo en el estómago cuando notó la situación en la que se encontraba. El jardín estaba completamente iluminado, sabía que habría guardias de la Orden haciendo rondas cerca del perímetro donde la fiesta se desarrollaba a un par de metros en el hall de banquetes del Conclave, pero aun así donde estaba no había nadie más que ellos.
—Oye, ¿es cierto lo que dicen? ¿Qué puedes manipular a las personas? —inquirió uno de ellos, provocando que frunciera las cejas.
¿Esa era la clase de rumores que corrían por ahí? ¿Y la clase que les interesaba a ellos?
—Sí, yo escuché eso también. Aunque creo que tenía que ver más con la biología…—cuando terminó por decir aquello, le dedicó una mirada interesada y ella pudo comprender inmediatamente el verdadero motivo detrás de sus palabras—. ¿Es cierto? ¿Qué con solo un toque puedes hacer que alguien sienta lo que quieras? Las piernas le comenzaron a temblar de nerviosismo, porque, aunque no era la primera vez que las personas hacían ese tipo de comentarios sugerentes, era la primera en la que no tenía una excusa para huir de ellos.
—Oye, oye, la pones incomoda. Mira tus modales, hombre, ¿no ves que ésta dama es una delicada flor de la Gran Nación de Mondstad? —el chico a su derecha sonrió un poco y se inclinó hacia ella, tomando un mechón de pelo entre sus dedos, aunque parecía un gesto amistoso, la expresión en sus ojos distaban mucho de ser solo eso y Adora deseaba tener la fuerza para poder apartarlo—. No dejas que se explique, pero… ¿tal vez quiere que la ayudemos...?
El resto de ellos resoplaron y se codearon entre ellos, como si aquel desplante de “asqueroso psicópata” fuera algo de que enorgullecerse.
—Yo creo que es tímida, si vamos a un lugar más alejado, ella podría…—su voz se perdió ante el pitido que escuchaba en sus oídos.
Se odiaba tanto en ese momento, porque, aunque quería huir y gritar, no podía. Estaba clavada en su sitio, sin poder replicar, sin poder reaccionar. Su nerviosismo se había transformado completamente en pánico. Sus pulmones trabajaban para hacer llegar el oxígeno a su cerebro, pero el cuerpo no quería cooperar con ella, sentía que su garganta se cerraba aún más cuando hacía el esfuerzo.
Dioses, ¿por qué siempre le pasaba lo mismo? ¿Por qué simplemente no podía maldecirlos y hacer un escándalo? Odiaba los banquetes, los odiaba tanto, porque eran una de las tantas razones de por qué se veía envuelta en situaciones como esas. Jamás había detestado sus habilidades, pero en ese instante, donde se sentía tan vulnerable, débil y 𝘱𝘢𝘵é𝘵𝘪𝘤𝘢 le era imposible no desear ser normal.
—Adora.
El ruido se detuvo. Las voces se silenciaron. Los puntos negros que parecían nublar su mente, se disiparon al escuchar su nombre. Parpadeó, notando apenas el flujo de aire entrar violentamente por su nariz. Alcanzó a notar el perfil de los chicos mirando en otra dirección con una expresión seria y preocupada apoderándose de sus rasgos, quiso reír, pero estaba más curiosa de quien la había salvado de aquello. Decir que estaba aliviada, era una obviedad, porque… ¿Qué tan afortunada podía ser para que llegara 𝘫𝘶𝘴𝘵𝘰 en ese momento?
Le costó encontrar sus ojos en la oscuridad, pero cuando lo hizo la falta de aliento no tenía nada que ver con sus acosadores, en cambio todo que ver con la fiereza de dos ojos bicolores claramente fastidiados. Solo en ese momento se dio cuenta que había un balcón a su izquierda y las puertas dobles estaban ligeramente abiertas, dejando escapar el murmullo de las conversaciones dentro del hall al exterior, la luz de las lámparas bañaba su silueta en un cálido color anaranjado.
Era imposible no reconocerla, porque era 𝘦𝘭𝘭𝘢.
—Adora —la volvió a llamar, esta vez con una mueca impaciente—. El ministro llamó una reunión, y mi hermana te busca.
—S-sí, sí.
Luego de largos segundos, su cuerpo reaccionó y logró moverse, retrocedió con torpeza, trastrabillando un poco cuando se acercó a donde estaba ella, se sentía tonta y demasiado avergonzada como para volver a mirarla. Tampoco sabía dónde ir, porque lo cierto era que Adora no conocía a su hermana, jamás habían hablado. Así que no era difícil entender que la estaba ayudando a escapar de ahí.
—¿Hay algún problema? —Adora se sobresaltó, el tono agresivo en su voz le hizo pensar que había hecho algo estúpido, sin embargo, sus filosos ojos estaban dirigidos al grupo detrás de ella. Se sorprendió aún más cuando comenzó hablar la lengua de ellos—: 𝘛𝘢𝘭 𝘷𝘦𝘻 𝘴𝘦𝘢 𝘤𝘰𝘮ú𝘯 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘴𝘵𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘵𝘪𝘦𝘳𝘳𝘢, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘪𝘯𝘤𝘭𝘶𝘴𝘰 𝘴𝘪 𝘦𝘴 𝘦𝘷𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘢𝘮𝘪𝘴𝘵𝘰𝘴𝘰, 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘳𝘰𝘴 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘭𝘦 𝘦𝘹𝘪𝘮𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦.
Estaba segura que con aquella simple advertencia, no volvería a preocuparse.⭑ ㅤ⠀⠀⠀⠀
Caminar por los pasillos jamás había sido tan incomodo, más aún porque no había logrado sacar palabras para agradecerle. ¿Quién diría que le debería un favor a Ipherium Aëla? Sobre todo, luego de que se hubiera dado la molestia de transmutar la gruesa piedra que conformaba el balcón en unas escaleras, todo para que no necesitara dar la vuelta por el jardín para entrar nuevamente al recinto. Luego de eso, su interacción se resumió a seguirla en silencio sin saber que decir.
Jamás había visto tan de cerca a uno de los hijos de los Aëla, no solo porque eran esquivos, sino que no se les veía demasiado en general. Siempre prefiriendo permanecer en el territorio que les correspondía, la única cara visible de ellos era el viejo Myatt Aëla y antes que él, años atrás, su hijo. Kryptos Aëla, el más grande y sanguinario guerrero de la Nación.
Por eso era inevitable mirarle cautelosamente, sin dejar que la curiosidad y fascinación le ganara. No quería hacer sentir incomoda a la persona que la había salvado de algo horrible. Por supuesto, no todo era perfecto, mucho menos cuando el primer cruce de palabras era tan…brusco.
—¿Eres tonta?
Se quedó boquiabierta y rápidamente frunció el ceño, deteniendo sus pasos.
—Pero qué…
—¿Acaso no sabes defenderte? —Ipherium la miró de pies a cabeza con una expresión despectiva.
—¡Por supuesto que sé! —exclamó ofendida. Su rostro entero se calentó y no pudo sostener mucho tiempo su mirada—. Es solo que yo…
El ceño fruncido en Ipherium no le abandonó el rostro, parecía esperar la respuesta, pero tampoco lucía demasiado comprometida a escucharlo. Porque verdaderamente, ¿qué quería decir? ¿Podría confesarle su miedo?
—¿Te enviaron a algo? ¿Qué trama Eradi con todo esto?
Adora alzó el rostro sorprendido ante sus cuestionamientos, pero negó rápidamente con la cabeza. ¿𝘌𝘯𝘷𝘪𝘢𝘳? ¿𝘈 𝘲𝘶é 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘧𝘦𝘳í𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘴𝘰 𝘺 𝘱𝘰𝘳 𝘲𝘶é 𝘴𝘶 𝘢𝘣𝘶𝘦𝘭𝘰, 𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘭𝘢𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘰𝘯𝘢𝘴, 𝘦𝘳𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭𝘭𝘰?
—¿Por qué lo preguntas? —dijo, sintiéndose cautelosa. No entendía su insinuación, pero tampoco le gustaba. La desconfianza brillaba como dos enormes soles en los orbes bicolores y Adora seguía preguntándose 𝘱𝘰𝘳 𝘲𝘶é.
—Olvídalo, es una perdida de tiempo —murmuró, alejándose de ella. Sin embargo, al cabo de unos pasos se detuvo y la miró por sobre su hombro—. La próxima vez no tendrás tanta suerte, así que defiéndete. En pos de tu seguridad, nadie te culpara por permitirte ser un poco egoísta.
Adora frunció los labios.
—Hay muchas cosas que pueden salir mal si lo hago.
—¿Acaso importa? —le replicó contrariada, esta vez un atisbo de extrañeza torciendo su gesto. Era como si dijera; “¿En serio piensas eso?”—. Si sucediera algo, tu Clan exigiría un juicio y no habría nada que pudiera impedirlo. No unos extranjeros, ni mucho menos las mentiras que puedan decir para protegerse. Todo está a tu favor, ¿a que le temes? Es estúpido.
Sin más que decir, se marchó.
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𝘌𝘴 𝘶𝘯 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘢𝘣𝘢𝘯𝘥𝘰𝘯𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘳𝘪𝘯𝘤𝘰́𝘯 𝘮𝘢́𝘴 𝘰𝘴𝘤𝘶𝘳𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘱𝘪𝘵𝘦 𝘢𝘭 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰, 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘢 𝘴𝘦𝘤𝘶𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘰𝘳𝘥𝘦𝘯, 𝘴𝘪𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘢𝘯𝘴𝘰, 𝘴𝘪𝘯 𝘵𝘳𝘰𝘱𝘪𝘦𝘻𝘰. 𝘜𝘯𝘢 𝘺 𝘰𝘵𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘻. 𝘔𝘰𝘴𝘵𝘳𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘧𝘶𝘦 𝘺 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘫𝘢𝘮𝘢́𝘴 𝘭𝘰𝘨𝘳𝘰́ 𝘴𝘦𝘳. 𝘌𝘯 𝘶𝘯 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘰 𝘵𝘢𝘯 𝘧𝘢́𝘤𝘪𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘭 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘴𝘦 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘪𝘨𝘰 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪́ 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘦́ 𝘴𝘪 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘪́ 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘰. 𝘖 𝘥𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰. 𝘋𝘦 ����𝘪. 𝘔𝘦 𝘢𝘧𝘦𝘳𝘳𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘴 𝘮𝘦𝘮𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘭𝘢𝘴 𝘴𝘶𝘦𝘭𝘵𝘰 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘵𝘢𝘵𝘶́𝘦 𝘱𝘰𝘳 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘭𝘦𝘵𝘰 𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘢𝘷𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘧𝘶𝘮𝘦 𝘦𝘯 𝘮𝘪𝘴 𝘱𝘰𝘳𝘰𝘴, 𝘦𝘭 𝘴𝘢𝘣𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘣𝘪𝘰𝘴 𝘳𝘰𝘴𝘢 𝘦𝘯 𝘮𝘪 𝘭𝘦𝘯𝘨𝘶𝘢, 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘭𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘱𝘪𝘦𝘭 𝘵𝘦𝘳𝘴𝘢, 𝘪𝘯𝘮𝘢𝘤𝘶𝘭𝘢𝘥𝘢 y s𝘪𝘯 𝘮𝘢𝘯𝘤𝘩a 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘦𝘥𝘪𝘰́ 𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘭𝘤𝘶𝘭𝘢𝘥𝘢 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘪𝘰́𝘯 𝘥𝘦 𝘮𝘪𝘴 𝘥𝘦𝘥𝘰𝘴, 𝘥𝘦𝘴𝘩𝘢𝘤𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘭𝘢 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘴𝘪𝘯𝘧𝘪́𝘯 𝘥𝘦 𝘴𝘶𝘴𝘱𝘪𝘳𝘰𝘴 𝘴𝘢𝘵𝘪𝘴𝘧𝘦𝘤𝘩𝘰𝘴. 𝘌𝘴𝘢 𝘱𝘪𝘦𝘭, 𝘵𝘶 𝘱𝘪𝘦𝘭, 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘰𝘴𝘵𝘶𝘷𝘦 𝘵𝘢𝘯 𝘣𝘳𝘦𝘷𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘺 𝘴𝘪𝘯 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘳𝘭𝘰 𝘥𝘦𝘮𝘢𝘴𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘱𝘢𝘳𝘱𝘢𝘥𝘦𝘰, 𝘥𝘦𝘴𝘢𝘱𝘢𝘳𝘦𝘤𝘪𝘰́ 𝘴𝘪𝘯 𝘢𝘷𝘪𝘴𝘰𝘺 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘥𝘰𝘴 𝘮𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘧𝘳𝘪́𝘢𝘴 𝘺 𝘷𝘢𝘤𝘪́𝘢𝘴. 𝘌𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰𝘴, 𝘭𝘰𝘴 𝘵𝘶𝘺𝘰𝘴. 𝘘𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢́𝘯 𝘵𝘢𝘯 𝘭𝘭𝘦𝘯𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘥𝘰𝘭𝘰𝘳 𝘺 𝘧𝘦𝘭𝘪𝘤𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘲𝘶𝘦 s𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘦𝘮𝘦𝘻𝘤𝘭𝘢𝘯, 𝘢𝘮𝘢𝘳𝘨𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘮𝘪 𝘨𝘢𝘳𝘨𝘢𝘯𝘵𝘢, 𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢𝘯𝘨𝘶𝘭𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘮𝘪𝘴 𝘱𝘶𝘭𝘮𝘰𝘯𝘦𝘴, 𝘺 𝘴𝘰𝘯 𝘵𝘢𝘯 𝘥𝘪𝘧𝘪́𝘤𝘪𝘭 𝘥𝘦 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢𝘳 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘰𝘵𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘺𝘢 𝘯𝘰 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘴𝘪 𝘩𝘶𝘣𝘰 𝘢𝘣𝘴𝘰𝘭𝘶𝘵𝘢 𝘧𝘦𝘭𝘪𝘤𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘯 𝘤𝘶𝘢𝘭𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘰𝘴, 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘰𝘳𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘯 𝘢𝘭𝘪𝘷𝘪𝘰, 𝘭𝘢 𝘢𝘯𝘨𝘶𝘴𝘵𝘪𝘢 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘭𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘴𝘪𝘥𝘦. 𝘠 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘱𝘦𝘴𝘢𝘥𝘦𝘻 𝘦𝘯 𝘮𝘪 𝘱𝘦𝘤𝘩𝘰 𝘮𝘦 𝘢𝘳𝘳𝘦𝘣𝘢𝘵a 𝘦𝘭 𝘢𝘭𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰, 𝘮𝘪𝘴 𝘰𝘫𝘰𝘴 𝘪𝘯𝘤𝘢𝘯𝘴𝘢𝘣𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘤𝘢𝘴𝘪 𝘤𝘰𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰, 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘯 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘳𝘰𝘴𝘵𝘳𝘰𝘴 𝘺 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳𝘦𝘴 𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭𝘭𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘪𝘰́ 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰. 𝘠 𝘢𝘶𝘯𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦́ 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘪𝘯 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘳 𝘴𝘪 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘯𝘰𝘻𝘤𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘢́𝘴, 𝘢𝘶𝘯 𝘮𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘤𝘶𝘦𝘴𝘵𝘪𝘰𝘯𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘪 𝘭𝘢 𝘢𝘶𝘴𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 tiene 𝘶𝘯 𝘴𝘪𝘨𝘯𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘪𝘧𝘦𝘳𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘯𝘰 𝘭𝘰 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰 𝘺 𝘭𝘢 𝘝𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥 𝘯𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘢𝘴𝘪𝘰́𝘯 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘦𝘳 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴, 𝘯𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘷𝘦𝘳𝘨𝘶̈𝘦𝘯𝘻𝘢, 𝘯𝘪 𝘮𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢 𝘴𝘪𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘶𝘯 𝘨𝘦𝘴𝘵𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘥𝘦𝘴𝘤𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢 𝘶𝘯 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻𝘰́𝘯 𝘳𝘰𝘵𝘰. 𝘋𝘦 𝘦𝘴𝘢 𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢, 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘤𝘦𝘱𝘵𝘢𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘭 𝘢𝘥𝘪𝘰́𝘴 𝘥𝘦𝘣𝘦 𝘴𝘦𝘳 𝘦𝘵𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘥𝘪𝘴𝘵𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘺, 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴, 𝘥𝘦𝘮𝘢𝘴𝘪𝘢𝘥𝘰 𝘧𝘳𝘪́𝘷𝘰𝘭𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘯𝘩𝘦𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘱𝘭𝘦𝘵𝘦 𝘴𝘶 𝘷𝘢𝘤𝘪́𝘰. 𝘈𝘴𝘪́ 𝘲𝘶𝘦 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘧𝘶́𝘵𝘪𝘭 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘪𝘦𝘻𝘢 𝘳𝘰𝘵𝘢, 𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭 𝘱𝘦𝘥𝘢𝘻𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘮𝘰́ 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘳𝘶𝘪𝘯𝘢𝘴, 𝘱𝘰𝘭𝘷𝘰. 𝘠 𝘩𝘰𝘺 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘮𝘶𝘵𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦𝘣𝘳𝘢𝘳, 𝘷𝘦𝘰 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘳𝘶𝘣𝘪𝘰𝘴 𝘣𝘶𝘤𝘭𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘴𝘦𝘥𝘢 𝘺 𝘱𝘢́𝘭𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘷𝘦𝘴𝘵𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘢𝘫𝘦 𝘴𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘷𝘪𝘦𝘳𝘵𝘦𝘯 𝘦𝘯 𝘴𝘪𝘯𝘰́𝘯𝘪𝘮𝘰 𝘥𝘦 𝘵𝘳𝘪𝘴𝘵𝘦𝘻𝘢, 𝘢𝘴𝘪́ 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘴𝘶𝘢𝘷𝘦 𝘵𝘪𝘯𝘵𝘪𝘯𝘦𝘰 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘴𝘤𝘢𝘣𝘦𝘭𝘦𝘴 𝘭𝘢 𝘵𝘦𝘳𝘯𝘶𝘳𝘢 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘳𝘪𝘴𝘢 𝘫𝘶𝘨𝘶𝘦𝘵𝘰𝘯𝘢. 𝘌𝘭 𝘣𝘳𝘪𝘭𝘭𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘴𝘰𝘭 𝘮𝘢𝘵𝘶𝘵𝘪𝘯𝘰 𝘦𝘭 ��𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰 𝘥𝘦 𝘥𝘰𝘴 𝘰𝘳𝘣𝘦𝘴 𝘢𝘻𝘶𝘭𝘦𝘴 𝘲𝘶𝘦, 𝘢𝘶𝘯𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢𝘯 𝘭𝘭𝘦𝘯𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘢𝘭𝘪𝘤𝘪𝘢, 𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘵𝘢𝘯 𝘤𝘢́𝘭𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘺 𝘴𝘶𝘢𝘷𝘦𝘴, 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘰𝘥𝘪́𝘢𝘯 𝘢𝘤𝘶𝘯𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘴𝘶 𝘱𝘦𝘤𝘩𝘰 𝘺 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘶́𝘱𝘪𝘥𝘰 𝘮𝘶𝘴𝘤𝘶𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘳𝘦𝘱𝘰𝘴𝘢 𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘮𝘪𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘵𝘪𝘭𝘭𝘢𝘴 𝘵𝘢𝘳𝘵𝘢𝘮𝘶𝘥𝘦𝘦 𝘦𝘴𝘵𝘳𝘦𝘱𝘪𝘵𝘰𝘴𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘢𝘭𝘤𝘢𝘯𝘻𝘢𝘳𝘭𝘢 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘨𝘢𝘭𝘰𝘱𝘦𝘰. 𝘗𝘰𝘳 𝘦𝘴𝘰, 𝘮𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘥𝘰 𝘢𝘲𝘶𝘪́. 𝘈 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴. 𝘐𝘮𝘢𝘨𝘪𝘯𝘢́𝘯𝘥𝘰𝘵𝘦 𝘢 𝘮𝘪 𝘭𝘢𝘥𝘰 𝘺 𝘢 𝘶𝘯 𝘮𝘦𝘵𝘳𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪́, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘴𝘶𝘢𝘭. 𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘴𝘵𝘶𝘮𝘣𝘳𝘦. 𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘦𝘮𝘱𝘭𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘢 𝘶𝘯 𝘣𝘳𝘢𝘻𝘰 𝘥𝘦 𝘥𝘪𝘴𝘵𝘢𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘢𝘯𝘴𝘪𝘢 𝘺 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘱𝘶𝘭𝘴𝘪𝘰́𝘯 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘶𝘯𝘰 𝘴𝘰𝘭𝘢. 𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘵𝘶́, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘺𝘰. 𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘳𝘦𝘤𝘶𝘦𝘳𝘥𝘰.
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“ 𝖨𝗍 𝗂𝗌 𝖺 𝗌𝗍𝗋𝖺𝗇𝗀𝖾 𝗍𝗁𝗂𝗇𝗀; 𝗍𝗈 𝗄𝗇𝗈𝗐 𝗍𝗁𝖺𝗍 𝖨 𝒍𝒐𝒗𝒆𝒅 𝒚𝒐𝒖, 𝒔𝒐 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒍𝒆𝒕𝒆𝒍𝒚, 𝒔𝒐 𝒂𝒃𝒔𝒐𝒍𝒖𝒕𝒆𝒍𝒚.⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ 𝖳𝗁𝖺𝗍 𝖨 𝖼𝖺𝗋𝗋𝗂𝖾𝖽 𝗍𝗁𝖾 𝗐𝖾𝗂𝗀𝗁𝗍 𝗈𝖿 𝗆𝗒 𝗅𝗈𝗏𝖾 𝖿𝗈𝗋 𝗒𝗈𝗎 𝒍𝒊𝒌𝒆 𝒂 𝒃𝒐𝒖𝒍𝒅𝒆𝒓 𝒊𝒏 𝒎𝒚 𝒄𝒉𝒆𝒔𝒕.⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀ 𝖳𝗁𝖺𝗍 𝖨 𝗅𝗈𝗇𝗀𝖾𝖽 𝖿𝗈𝗋 𝗒𝗈𝗎, 𝖾𝗏𝖾𝗋𝗒 𝖽𝖺𝗒 𝖺𝗇𝖽 𝖾𝗏𝖾𝗋𝗒 𝗇𝗂𝗀𝗁𝗍. ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀ ⠀𝑨𝒏𝒅 𝒚𝒆𝒕, 𝒊𝒕 𝒋𝒖𝒔𝒕 𝒘𝒂𝒔𝒏’𝒕 𝒆𝒏𝒐𝒖𝒈𝒉.” ╰ ✾ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ꧁⭑ ㅤㅤ⠀⠀⠀⠀ ㅤㅤㅤㅤ
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the space between us

Llevaba un par de minutos mirando por la ventana, era poco más de las once de la noche y podía observar las luces decorando el horizonte. El invierno había pasado hace mucho tiempo ya, y los árboles estaban nuevamente verdes y frondosos, la humedad en el aire permanecía incluso a esa hora por el calor durante el día.
El frío había desaparecido por completo y otra temporada la saludaba.
A veces olvidaba lo rápido que se movía el tiempo en la Tierra una vez se marchaba a Athanaj, podían parecer un par de semanas en su mundo, pero Londres siempre era distinto cuando regresaba. El cielo no era el mismo al que la despedía y era algo a lo que aun trataba de acostumbrarse.
A veces pensaba en las estrellas de ambos mundos, una escritura natural detallando la historia de ambos y la que, con un simple portal en el lugar equivocado, los unía. Un absurdo del que a veces se reía. Porque hay miles y miles de galaxias en el universo y ella terminaba ahí.
Justo ahí.
Y más veces de las que quería, podía notar recelosa la enorme distancia entre ella y ese lugar, la cual era tan cruel y obvia, que jamás podría devorar el espacio que los dividía sin importar el esfuerzo que pusiera.
Si se marchaba lo suficiente, las personas que conocían morirían en un parpadeo y lo único que quedaría de ellos sería su descendencia y un par de fotografías como recuerdos. Su presencia sería solo un cuento más para dormir, el cual eventualmente desaparecería. Y prontamente, el olvido los atraparía también.
“Ah, qué molesto pensamiento.”
Por razones como aquellas es que encontraba al Tiempo extenuante y despiadado. Aquí. En Athanaj. Donde estuviera su mente. Existiendo por siempre y llevándose todo menos la desesperación.
Justo como en ese entonces, en el que el tic tac del reloj en algún lugar del departamento marcaba ceremoniosamente cada segundo hasta el despertar de Sebastian. El desespero porque todo terminara pronto la comía lentamente. Y lo odió, ansiando que se detuviera y la dejara respirar, pero era inevitable.
Sin importar qué, esa verdad permanecería con ella por siempre.
Igual como aquella que le dijo a él, tan dura e inevitable, y la que jamás le permitiría volver a elegir un hogar a su lado. Porque nunca podría elegir una vida con él, aunque lo deseara.
Suspiró, notando casi con diversión cómo el insistente tic tac en ese momento se le hacía lo más cercano a una sonata fúnebre.
—¿Sílex?
El peso de su cuerpo al incorporarse en la cama la obligó a girar la cabeza, y estúpidamente se dejó atrapar un poco por su adorable rostro somnoliento y cabellos apuntando en todas direcciones. Sus ojos verdes estaban llenos de confusión, como si creyera que finalmente la alucinación había cobrado vida. Prontamente, sin embargo, el pánico acompañó la confusión cuando notó la situación en la que se encontraba. Sílex mantuvo su rostro inexpresivo tratando que la expresión cautelosa de Sebastian no la afectara tanto como pensaba, pero era imposible que no la incomodara.
Solo entonces se dio cuenta del verdadero daño que causó. Y el elefante rosa que siempre lanzaban a otra habitación, cayó estrepitosamente sobre ellos.
—Hola —respondió por lo bajo y desvió la vista.
Sorpresivamente, no pudo decir nada más. Porque no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo lidiar con el cumulo de emociones que sentía en ese momento, y decir que iba preparada sería una asquerosa falacia. Pero pensó que podría, por Athan, confió en que sí podría. Y ahí estaba, con palabras ahogadas en la profundidad de su garganta, muriendo lentamente y sin intención de salvarlas.
Era su culpa.
Debió preverlo, porque en realidad el problema era que ellos, o quizás solo ella, habían arrastrado por años y años aquello y al final, como era de esperar, se había ido en picada al desastre.
Pero ahí estaba nuevamente y a pesar de todo, en su departamento, encontrándose con la comodidad de siempre, como un estúpido gato que recibe casi condescendiente el cobijo de un desconocido, y sin embargo, jamás se queda a hacerle compañía.
La única diferencia esta vez es que no había comodidad alguna, porque había sido arrebatada por una extraña.
Una muy desnuda extraña que dormía apacible a su lado.
Era estúpido.
Era estúpido de su parte siquiera pensar que podía sentirse ofendida cuando jamás establecieron límites. Jamás establecieron un nombre. Porque se conocían demasiado el uno al otro y eran libres. Se sostuvieron siempre en esa verdad. Hasta que ya no lo fue. Y esa misma libertad que creían tener, terminó por enredarlos para siempre cuando el primer “te amo” se escapó secretamente entre caricias y besos eternos.
“Esto es tu culpa, ¿de qué te lamentas?”
Sí, ¿de qué se lamentaba?
Sebastian se aclaró la garganta y sostuvo la sábana contra su regazo.
—¿Cómo has entrado? —Sacudió la cabeza, porque preguntar eso era absurdo. Y Sílex no quiso obviar aquello, porque conocía el lugar como la palma de su mano y jamás había sentido la necesidad de cuidar sus pasos en un lugar que ya hacía conocido y suyo. Tan absurdo—. ¿Hace cuánto has…? Es decir, ¿cuándo llegaste a Londres?
—Ayer. —Ella se miró las manos y frunció los labios, cuando el silencio se extendió y la instaba a decir más, el nudo que tenía en el estómago pareció subir hasta su garganta y si ya era dificultoso hablar, en ese instante era peor. No pudo evitar mirar de reojo a la mujer a su lado y terminó por decir—: No me quedaré por mucho, de todas formas. Solo necesito mostrarte algo.
—Oh —él asintió lentamente y miró a su alrededor, cómo si no supiera por dónde empezar y Sílex solo quería que dejara de comportarse de esa forma—. Bien, yo…
—Estaré en la cocina.
Sebastian volvió a asentir y Sílex se levantó de donde estaba y miró por última vez por la ventana, miró por última vez el paisaje familiar y frío de Londres, el cual siempre la había confortado. Lo grabó lo mejor que pudo y se despidió de él. De ambos.
Sostenía distraídamente la taza de té caliente cuando la puerta de la habitación se abrió y el rostro sonrojado de la chica la saludó, había una expresión nerviosa en su rostro y acomodaba torpemente los mechones rubios lejos de su rostro. Cuando halló los ojos inexpresivos de Sílex observándola, se detuvo sorprendida y miró detrás de sí, como buscando el auxilio de Sebastian. La acción le pareció tan ridícula que no pudo evitar alzar una ceja.
Se preguntó por un momento si la chica pensaba que era la estúpida y llorona novia que los había encontrado en el “acto” y haría una escena en cualquier momento. Tan molesto. Así que no se movió de donde estaba, disfrutando un poco el titubeo en su estancia y viendola boquear varias veces, como buscando excusas para apaciguar un enojo inexistente.
Cuando Sebastian apareció, miró un momento a Sílex como preguntando qué pasaba y ella solo encogió los hombros sin intención de entrometerse.
—¿Estás bien? —le cuestionó a la chica, sosteniendo sus hombros—. ¿Se te olvidó algo?
—N-No, es solo que…—miró de reojo a la alquimista, como temiendo que si se acercaba la golpearía—. ¿Hay algún problema? ¿No es tu…?
—Oh. — Sebastian parpadeó y se rascó la nuca, incómodo—. No, no pasa nada. Venga, el taxi espera por ti.
Asintió una vez y dejó que Sebastian la llevara a la entrada.
—Adiós —se atrevió a decir cuando pasó cerca de Sílex y ella le dedicó una mirada poco impresionada.
Acomodó los antebrazos en la encimera y esperó, intentando al mismo tiempo no escuchar lo que sea que conversaran en la puerta.
—Lo siento, fue difícil hacer que…—Sebastian se cortó inmediatamente al darse cuenta de lo que estaba diciendo y se aclaró la garganta—. ¿Hiciste té? No escuché que el agua hirviera…
—Puedo hacer eso sin la necesidad de un artefacto —le recordó, alzando los hombros y acercando la taza en su dirección—. Lamento importunarte a esta hora, yo solo vine sin pensarlo demasiado…
—Ah, no. No pasa nada, sé que no vendrías si no fuera importante —tomó un sorbo y trató de no pensar que el sabor era tal como le gustaba—. Y ha pasado tiempo desde que nos vimos…
La observó un momento, sin decir nada. Sílex traía el cabello más corto de la última vez que la vio, alcanzó a ver unas cicatrices en sus manos y una herida fresca en su mejilla. Las marcas de alquimia en su rostro eran ligeramente visibles, las líneas blancas iluminando un poco sus facciones, lo que le hizo deducir que quizás no había recuperado del todo su energía. Se veía… bien. Demasiado bien. Y aunque se sentía aliviado por su bienestar, no podía evitar desear verla un poco afectada, quizás molesta, con la vista de otra persona entre ellos.
Pero era soñar demasiado, porque ya era común para él no recibir demasiadas reacciones.
—Pensé que no volverías —comenzó, con voz queda e hizo un rápido gesto con la mano—. Es decir, a Londres. Pensé que por todo el tiempo que pasaron… que se fueron, habían cambiado su ubicación.
Sílex sacudió la cabeza.
—No, me gusta Londres. A Stavros también —sonrió levemente—. Europa es un buen lugar para vivir, tanto como Asia, quizás en un tiempo… No sé, podríamos movernos. La energía en estos continentes es bastante…
—¿Más ancestral e interesante?
Ella asintió.
—De alguna forma, sí. Latinoamérica también es un buen lugar—tamborileó los dedos, notando con un poco de alivio que la conversación entre ambos fluía sin problemas. Pero eso era solo ellos ignorando todo de nuevo—. En general, todos tienen una actividad tectónica más prominente que otros lugares, así que practicar alquimia es más fácil y rápido porque la energía acumulada se libera rápidamente. El infierno, el Purgatorio, los cielos, dioses y seres que existen en este mundo…—hizo una mueca—. Dificultan el uso de la mana natural de las cosas porque son factores que los transforman a cada minuto.
—En ese caso tiene sentido que quieran estar cerca de donde más fuego se acumula. Pero no sabía que podría funcionar de esa forma, supongo que la naturaleza de mis poderes también es así… —Sebastian tenía las cejas alzadas, la sorpresa pintada adorablemente en su rostro. Sílex deseó no sentirse tan halagada por algo tan simple—. Tal vez me volvería un inútil en tu mundo, así que imagino que practicar alquimia en Athanaj debe ser alucinante.
—Lo es. Bueno, cada mundo está creado para mantener la vitalidad y existencia de sus propias razas, así que, dado que no somos de este mundo, estamos prácticamente obligados a someternos a las leyes existentes. Ya sea de vida o muerte. —Ante lo último no pudo evitar rodar los ojos, si hubiera hecho aquel tabú en su mundo, probablemente solo habría muerto. En cambio, en la Tierra se veía sometida a un estúpido contrato con su alma como garantía para Helda. Se aclaró la garganta, un poco avergonzada—. Ah, lo siento, no pretendía hablar tanto. No quiero quitarte más tiempo tampoco, te he interrumpido lo suficiente.
—Sabes que me gusta conversar contigo.
—Sí, yo…
El silencio se mantuvo por un momento y la tensión era casi palpable. Sílex suponía que tomar más de su tiempo terminaría siendo un capricho de su parte y acabar con el asunto al que había ido en primer lugar era una prioridad.
—Como sea, a lo que venía era por esto… —Rebuscó entre sus bolsillos y cuando lo encontró, extendió una pequeña bolsa negra de tela hacia él. Evitó tocar los dedos de Sebastian cuando él tomó el objeto para examinarlo—. Quería ver si tú podías reconocer su origen, lo encontré en Egipto hace un tiempo y tiene marcas angelicales, pero no puedo leerlas. Yo…la última vez olvidé mencionarlo y bueno….
Él asintió.
—Entiendo —dijo distraído y con su voz tan suave que le hizo tragar saliva. Sebastian inspeccionó el metal entre sus dedos, cuidando de no tocarlo demasiado con su piel. Si era un objeto angelical, podría herirlo—. Debe ser de algún arma, quizás una espada por el tamaño que tiene, no sabría decirte de si es de un rango alto porque no puedo leer la escritura completa. De todos modos, se ve bastante antigua porque el metal es divino —alzó una ceja en su dirección, dejando el objeto sobre la mesa—. ¿Por qué tienes esto? ¿Cómo lo conseguiste?
—Bueno, estoy investigando algo… —se limitó a responder.
—¿Tú? ¿Investigando? —Cruzó los brazos y la observó divertido—. ¿De ángeles? Pensé que no podías enredarte con asuntos de otros mundos. En especial, tú.
—Ah, decir que no puedo no significa que no vaya a hacerlo. Además, me interesa el metal angelical, me gustaría saber de qué está hecho.
Sebastian meditó por un momento.
—En ese caso deberías abrir a un ángel para saberlo, dado que están conectado con su esencia la mayoría de las veces y son parte de ellos. Eso sin contar que algunas armas son obsequiadas por otros, lo que las hace muy raras. Coleccionarlas es difícil incluso para mi.
—Oh, eso es interesante. —Lograr encontrar a un ángel no debía ser demasiado problema si encontraba a la persona correcta. ¿Haría una diferencia si lo examinaba vivo? Probablemente era peligroso mantenerlos conscientes, considerando que podrían ver el sello de la maldición que había puesto Helda y usarlo en su contra—. Supongo que podría hacer eso. Stavros pensó que podría ser otro pedazo de metal, pero solo tocarlo me da nauseas. Así que es bueno confirmar que es lo que pensaba.
—Independiente de lo que estés haciendo, deberías tener cuidado en caso de…
Sílex entendía a qué se refería. Después de todo, tal como había dicho, ese mundo la obligaba a someterse a sus leyes y sin importar las habilidades que tuviera, si un ser divino decidía matarla no tendría tiempo de evitarlo.
—Lo sé —asintió y tomó la tela con cuidado hasta meterlo en su bolsillo—. Te agradezco tu tiempo, quizás debí contactarme antes y no simplemente… —Se acomodó un mechón de pelo, un poco nerviosa. Algo inusual, pero que Sebastian lograba provocar tan fácilmente. Trató de pensar mejor sus palabras, porque le daba la impresión que había llegado con una excusa estúpida. Al fin y al cabo, ella misma había minado todos sus motivos para volver a él—. Me iré ahora. De nuevo, gracias.
—Está bien, no hay problema.
Era una frase tan simple y sincera, que no pudo más que aceptarla como tal. Sin embargo, la mano que sostenía su muñeca parecía todo menos simple. Era estúpido como toda la experiencia que tenía antes situaciones tan peligrosas e inesperadas, no le servían de nada para controlar el galope desenfrenado de su corazón. Y pudo sentir cómo se le hundía al estómago cuando tiró de ella, y tan tonta como siempre se dejó arrastrar porque era débil y tonta, y todo era tan absurdo.
Lo vio con su vista pegada en la unión de sus manos, la expresión triste en ellos oscureciendo su semblante.
—Sílex. —La forma en que decía su nombre parecía conjurar algo que solo él conocía y ella no pudo luchar contra el escalofrío que le recorrió ante el tono contenido de su voz—. ¿Está realmente bien? ¿No estás siquiera molesta…?
Apretó los labios, tratando de contener sus emociones y pronto ya no pudo seguir mirándolo. No podía. Porque si lo hacía de una u otra forma, seguirían enredados.
Pero…
—Sí, lo estoy. —Sus dedos se apretaron en el agarre de Sebastian, y él como reflejo la estrechó con más fuerza, como temiendo que desapareciera—. Pero no debería, no puedo molestarme si quieres seguir adelante. Porque… Sebastian, dime algo. ¿Podemos hacer las cosas diferentes? Tú y yo… poseemos algo que siempre existirá, incluso si quisiéramos evitarlo, solo que… desafortunadamente es imposible mantenerlo. Huir contigo y hacer una vida juntos, olvidando todo, es una tentación que siempre tendré a la mano, pero de la cual jamás podré hacerme.
Le acarició la cabeza y en un impulso estúpido se acercó a él, con el rostro tan cerca que era imposible no distinguir el perfume de la desconocida. Sus dedos se deslizaron hacia su nuca, tocando con suavidad el cabello corto y conteniendo la necesidad de atrapar las hebras para besarle la boca.
Sebastian no dijo nada, porque desde un principio había entendido aquello. Sin embargo, nunca se prohibió pensar en un “Y si…” aunque terminara en nada. Como ahora.
—Lo siento —murmuró ella .
Te amo.
—Lo sé. —Apretó sus brazos a alrededor de su cintura y lentamente la dejó ir—. Nos veremos.
Sílex le besó la mejilla.
—Sí.
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A pesar de que Ipherium hizo el esfuerzo por salir rápidamente una vez la sala quedó vacía, terminó siendo interceptada por el Ministro Ely, quien sin emitir palabra, le entregó un sobre negro y desapareció en la multitud que formaban los miembros del Conclave.
Se quedó de pie mirando el documento como si hubiera maldecido a toda su familia y bufó.
—Dame un respiro, hombre.
Y como si su mala suerte no terminara ahí, su abuelo la retuvo para presentarla con dos nuevo miembros del Conclave que provenían de una familia tribal del antiguo Imperio Ysen. Incluso si su abuelo no le hubiera dicho de donde eran, ella lo habría adivinado con solo mirar los ojos dorados y las lineas pintadas en sus rostros.
Había matado suficiente de ellos cuando la guerra había estallado.
La pareja la observó de forma cautelosa pero con brillante curiosidad, y tenía la impresión de que adivinaban lo que estaba pensando. Después de todo no siempre te encontrabas con la genocida de tus antepasados y permanecías inmune ante su presencia, Ipherium trato de no prestar demasiada atención al brillo en sus ojos. Se le hacía molesto entretener el morbo de la gente.
Aun así sonrió forzosamente e hizo una reverencia.
No dijo nada y solo dejó que el sonido lejano de ellos conversando con su abuelo llenara su cabeza. Lo único que quería era salir de ahí. Tzel y los gemelos aun la esperaban y de por sí tenía un montón de cosas de las que ocuparse. Lo más seguro es que Mago pidiera unas largas vacaciones y ni siquiera deseara volver a saber del Ejercito. No la culpaba, la Unidad era un trabajo difícil y pesado, donde tenías que mantener a raya a un montón de gente adulta llena de dones e ideales distintos.
Muchos de los cuales eran descendientes de olvidados Imperios y Reinos que habían sido conquistados por Mondstad. Evitar un conflicto con ellos era casi imposible, pero suponía que era el precio a pagar por el poder recolectado.
Suspiró y centró su atención en la pareja.
Si cualquiera viera la escena, diría que el gran Consejero Aëla intentaba integrar a dos desconocidos con el miembro más problemático del Conclave, pero ella sabía por qué su abuelo los había presentado y no pudo evitar sentirse un poco asqueada con la situación. Myatt era un hombre bastante inteligente y calculador, que se escondía detrás de sonrisas cálidas y labia encantadora. Sabía cómo poner a las personas de su parte y sacar el máximo provecho de ellos y cuando ya no le servían más, los desechaba sin pensarlo demasiado.
Lo cual no era sorpresa, dado que matar era segunda naturaleza para los Aëla.
Al cruzar miradas, Ipherium le dedicó una mirada impaciente y el anciano simplemente le alzó una ceja, como preguntando “¿Y yo que hice?”. Cuando la pareja se marchó, Ipherium los observó y evitó poner atención al cuchicheo de ambos, porque según su madre era de mala educación indagar en los asuntos de otros.
—Como mi abuelo, deberías por lo menos dejar de venderme a tus postores—murmuró luego de unos segundos.
Myatt la miró de reojo al escucharla hablar en el idioma antiguo de los Aëla.
—Lo llamaría más un cateo de socios—le sonrió y encogió los hombros—. Es mejor que estén de nuestro lado que de cualquier otro.
—Eso dices ahora, ya que no los estamos matando—refutó ella para luego hacer una mueca—. O debería decir “otra vez”, dado que no representan una amenaza todavía. De todas formas, no sabía que los nobles tribales de Ysen estuvieran finalmente dispuestos a involucrarse con los asuntos de Mondstad.
—Podrías decir que el conflicto con el Este tiene algo que ver, después de todo es algo que en teoría aun les concierne.
Se imaginaba que era así, además tenía sentido. Varios imperios que conquistaron pertenecieron al territorio del mismo y cuando la guerra se declaró, cada uno de ellos. a pesar del gran recurso militar y defensivo de las razas, no pudieron evitar verse superados por la violencia que representaba Mondstad y los alquimistas. Por eso era lógico esperar que les embargara un poco de resentimiento de vez en cuando y se vieran “medianamente” interesados cuando el territorio más grande del continente los amenazaba tan abiertamente.
Pero pensar eso era bastante peligroso para ellos.
Frunció los labios, ¿debía preocuparse por aquello? Quizás, pero lo cierto era que no quería entrometerse.
—Sigo pensando que el acuerdo es un absurdo para nosotros, y tu estás siendo especialmente pasivo en todo esto.
—Podría tomar a la ligera el asunto, pero recuerda que el Templo está demasiado cerca y no nos conviene que estén sobre nosotros.
—No es como si pudieran hacer algo de todos modos—Ipherium encogió los hombros—. Ha pasado tiempo, así que estás siendo indulgente con ellos. Con todos.
—Bueno, el acuerdo nos protege del desastre.
—¿Nos?—se burló ella y rodó los ojos—. Ahora estas siendo ridículo. El acuerdo los protege a ellos de nosotros, del privilegio que tienen. Que les dimos.
Su abuelo la contempló unos segundos, ella más que cualquiera había soportado la actitud desconfiada y prejuiciosa del Ejercito y el Conclave en nombre del acuerdo, así que no le sorprendía que estuviera cansada con pretender que le importaba la paz en la Nación. Tenía razón, el acuerdo protegía al Conclave de que ellos no los derrocaran y en caso de que sí lo hicieran, el Templo haría su parte.
—Siempre tenemos otra opción.
Ella frunció los labios, contrariada.
—No fuimos hechos para gobernar—Myatt se rió asintiendo—. Y no hay nadie de nosotros que siquiera deseara hacerlo. Incluyéndote, eres demasiado ambicioso.
—Sí, es cierto. Pero la opción esta ahí y siempre lo ha estado.
—Si hablas de “ellos”, no creo que quieran.... a no ser que los obligues.
—Eso es fácil—Aquello consiguió que su nieta esbozara una leve sonrisa—. Solo tienes que pedirlo.
—¿Ipherium?
A penas escuchó su nombre, ambos se silenciaron. Ipherium reconoció la voz y se giró para observar a la unica mujer del clan Majeed que le caía un poco bien... Si tan solo no fuera la mano derecha del Ministro Ely.
—Vatora —saludó con fingido tono cansado porque intuía que el viejo zorro de Ely quería algo mas de ella. Vatora por su parte sonrió divertida—. Por favor, dime que vienes a saludar y no por trabajo.
Ella se rió.
—Lo siento, Jer. He de decepcionarte, pero como sabes todo es trabajo por aquí.—Saludó a Myatt con un movimiento de cabeza—. Es un gusto verlo.
—Encantado de verte de nuevo, Vatora.
Ipherium lo miró extrañada, alzando una ceja ante la voz dulce del anciano. ¿Se había perdido de algo?
Vatora se aclaró la garganta, fingiendo no darse cuenta del tono empalagoso de su abuelo.
—Como decía, todo es trabajo y el Ministro me encargó recordarte que debes presentarte con los Siteni por la revisión. Una vez hecho eso, indicar que deben emitir el informe al Ministro Ely dado que el señor Semaki ya no esta en su cargo.
—¿Pensé que Jul estaría a cargo de ese asunto? Dado que es el director ahora—La alquimista la miró con curiosidad. Lo cierto es que era obvio por qué el Ministro Ely se involucraría en asuntos militares, sobre todo ahora que la habían puesto a prueba, pero quería molestarla un poco. Suponía que era un buen momento para probar que tan flexible era la lealtad con el anciano.
Vatora apretó los labios, incómoda. Y parecía debatirse en si debía decir algo o no.
—Supongo que los Principales aun no confían lo suficiente en Jul, dado que él y Semaki son cercanos—comentó su abuelo, pensativo y tratando de ocultar su sonrisa mientras observaba disimuladamente la expresión en Vatora.
—Ah, sí, tendría sentido—concordó ella en el mismo tono—. El Ministro Ely siempre tan confiable, ¡nuestro salvador!
—Quizás lo siguiente será verlo con los principales y al final la bella Vatora pateara a su hermano del lugar en el que se sienta tan cómodamente.
Vatora se removió en su lugar con el rostro rojo de vergüenza, al intuir que ambos trataban de tomarle el pelo les dedicó una mirada irritada.
—No deberían ser tan abiertamente maliciosos, ustedes más que nadie deberían saberlo—suspiró e hizo una reverencia—. Por favor Jer Aëla, apenas salga de aquí dirijase a Siten. Consejero, recuerde la reunión que tiene en dos días.
Cuando terminó de hablar, se marchó sacudiendo la mano a modo de despedida.
Ipherium observó la figura de la mujer mientras se alejaba e hizo un sonido con su garganta, pensativa.
—¿Debería mantener vigilado a Ely de ahora en más?
—Hmm, no creo que sea necesario—Ipherium asintió, si su abuelo no lo consideraba prioritario era porque él ya estaba haciendo algo al respecto. Era razonable que si estuvo tranquilo durante toda la reunión era porque se imaginó lo que sucedería y la decisión que tomarían—. De todas formas, deberías marcharte ya. Lo más probable es que tu hermana te esté esperando, no dejó de preguntar por ti cuando venía de camino al Conclave.
Ella bufó.
—Es la única que se alegraría de verme—Aunque lo decía de forma sarcástica, no podía evitar pensar en ella con cariño—. De solo saber que he de verla me duele la cabeza.
—Creo que es una exageración—Myatt se rió y le palmeó el hombro—. Pero conociendo a Saj, entiendo que seas reacia.
—Sí, como sea.—Se alejó de él y agitó el sobre que tenía en sus manos—. Te veo luego.
—Suerte con Ahddar.
Al encontrarse con Tzel y los gemelos, les urgió a seguirla. Ni siquiera le dedicó atención a los guardias que parecían escoltarla.
—¿Muy terrible?—Tzel le alcanzó el paso y tenía una sonrisa divertida en los labios, parecía aguantarse la risa mientras miraba la expresión hastiada en su rostro—. Te has demorado un montón a pesar de que la reunión terminó hace un buen rato.
—Aparentemente Myatt sacó una maestría en relaciones publicas e internacionales mientras estaba fuera.
—No creo que eso exista—se rió ella, pero eso explicaría por qué había visto a Ysenitis salir del lugar, lo que le dió curiosidad—. ¿Y que tal?
—Nada, es molesto —encogió lo hombros, evitando comentar sobre el tema. Miró a Nib al salir nuevamente a los jardines del Conclave—. Tenemos que ir a Siten, por favor avisale a Mago que la veré en unas horas.
El chico asintió y se separó del grupo. El resto siguió de camino al vehiculo y una vez dentro el silenció se apoderó del espacio. Miró por la ventana mientras avanzaban por las calles de la Capital y volvió a recordar la reunión. Habían un montón de puntos que debía analizar, pero resolver el conflicto del Este era el más urgente y del que menos quería hacerse cargo.
Tzel parecía estar pensando lo mismo, porque luego de morderse las uñas y debatir consigo misma si preguntar o no, al final decidió por hacerlo.
—¿Que concluyeron con la guerra?
Ipherium sacudió la cabeza.
—No se habló de “guerra”, pero si de conflicto. Como si discutieramos el comercio entre ambas tierras—rodó los ojos molesta, si fuera por eso se habrían ahorrado un monton de líos hace siglos con la ayuda de los Ihriam—. De todas formas se me ordenó terminar el conflicto con el Este.
Tzel miró la espalda tensa de Lar y se inclinó a mirar a Ipherium, como buscando respuestas. Había un poco de ansiedad en su expresión y trataba de ocultar el ardiente interés que sentía por el tema.
—¿Qué quiere decir eso?—preguntó finalmente, una mueca contrayendo su rostro.
Ipherium suspiró.
—Hay varias opciones, pero prefiero ver que es lo que quieren de mi antes de hacer algo. Al final de cuentas, no importa demasiado si me va bien o no, harán lo que quieran, solo necesitan una excusa—Miró con atención a Tzel porque sabía que era complejo porque sus raíces pertenecían al Este—. Si tienes algo que decir respecto a eso, lo ignoraré.
Entendía la preocupación , después de todo Tzel había crecido siendo educada para ocuparse de los asuntos politicos e intentar unificar las tribus una vez murieran sus padres, y si eso pasaba el Reino caería sobre ella dado que era la mayor entre sus dos hermanos.
La Reina Tzel.
Desafortunadamente, ese destino se había desvanecido cuando el Reino contiguo los invadió, arrasando y destruyendo todo a su paso, llevándose consigo a sus padres y todo aquello que conocían.Había sido inesperado, algo que jamas hubieran imaginado de aquellos que consideraban sus hermanos y si no fuera porque su maestro, en el amor y lealtad que sentía por los reyes, no los hubiera llevado lejos salvándolos de una muerte horrible o forzosa esclavitud, lo más probable que todo rastro de su cultura hubiera desaparecido con ellos.
Todo por ambición y envidia.
Ipherium estaba segura que si el Reino tribal de Fera permaneciera hasta ahora habrían logrado que todas las tribus existentes gobernaran el continente. Y jamás habría encontrado a Tzel con sus hermanos, jamas habría tenido que ver a la orgullosa muestra de realeza hambrienta y arrastrándose por refugio.
Por eso, aunque no quisiera decirlo, para la alquimista la opinión de Tzel era importante. No solo por el hecho de que conociera todos sobre las tribus, sino que era una persona que respetaba por sus convicciones y que a pesar de todo siempre trataba de proteger su legado.
La chica apretó los puños y lucho porque la voz no le temblara, por mucho que trataba de parecer indiferente, no lo era, mucho menos si se trataba de masacrar a miles de personas con quienes compartía sus orígenes. Personas que sus padres siempre trataron de proteger. Si hubiera estado en cualquier otro lugar, sabía que el constante cuestionamiento de donde residía su lealtad la habría vuelto loca, la habrían declarado sin más una enemiga y la habrían ejecutado.
La unica razón de por qué hablaba era Ipherium, porque le debía eso al menos.
—Yo... si fuera por mí, la evitaría....una guerra, quiero decir—masculló, tragando el nudo en su garganta porque no sabía si se arrepentiría de lo que estaba por decir—. Pero si sucediera... no creo poder quedarme.
«Contigo, con esta vida» quiso decir.
Pasó un largo segundo y Tzel se atrevió a alzar la vista. Intentó no encogerse cuando se dio cuenta que la alquimista ya la estaba observando con rostro impasible, ojos difíciles de leer. No había nada en su expresión, solo la abierta acción del vacío observándola.
.
Asintió finalmente, un leve movimiento de cabeza.
—Ya veo.
Luego de eso el lugar quedó en silenció, solo el sonido de la puerta al cerrarse cuando se estacionaron frente al enorme edificio de los Siteni finalizando la conversación.
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[Contenido sensible.]
TW/ death; suicide
Pocas veces recordaba lo que pasaba, y esta vez no era una excepción. Si bien nunca lograba saber que había ocurrido con ella, cuando todo terminaba, siempre veía un rostro.
Como ahora, que no podía quitarse de la mente el rostro de un bebé.
Claramente no sabía quien era, pero el solo pensar en él hacía que su estomago se apretara de dolor y angustia. Le hacía sentir vacía, como si el solo hecho de estar lejos de él le desgarrara en vida. No sabía si era un recuerdo o algo que había visto, sin embargo recordaba que la piel del infante era pálida, tersa, inmóvil, como si viviera en una fotografía. No entendía demasiado de bebes, pero podía decir que era uno bastante bonito.
Lo más extraño es que lo anhelaba y no lo entendía, tampoco no entendía la desesperación que conllevaba pensar en él.
Eran raras las ocasiones en las que Sílex lloraba, de hecho la simple acción se le hacía bastante difícil, y no porque considerara que fuera una debilidad, sino que en su cabeza no hacía sentido. Por eso cuando Stavros la encontró y le preguntó por qué lloraba, solo en ese momento se dio cuenta que no podía dejar de hacerlo.
Y no lo entendía. No entendía qué unía sus lagrimas con aquel bebé.
El rostro de su amigo, lleno de confusión y tristeza, se repetía una y otra vez en su cabeza; porque parecía que él si lo entendía. Y aunque ella no sabía la respuesta a su pregunta, muy dentro de sí creía conocerla también.
Respiró con dificultad, sentía los miembros pesados y torpes, como todas las veces que era obligada a esconderse de su propio cuerpo. Veía a su alrededor en cámara lenta y el molesto pitido en sus oídos no la dejaba escuchar el ruido de la calle. Sabía que llevaba un rato mirando por la ventana, pero no podía ver mas allá del vidrio y las gotas que se deslizaban por este.
Parecía que todo el mundo estaba bajo el agua.
Era ligeramente consciente que tenia el pelo mojado por la ducha que le dio Stavros, no sabía exactamente las condiciones en las que la había encontrado, pero si ponía suficiente atención a su cara y la preocupación en ella, podía determinar que no era muy linda, sobre todo si consideraba que necesitaba darle una ducha.
Sí... ¿....bien?
Ajustó la cobija a su alrededor y frunció las cejas, creía escuchar voces pero no había nadie con ella para comprobarlo, no sabía si Jazz o Kan estaba cerca. Trató de mirar más allá de lo que estaba en sus narices, y el gesto provocó que le doliera la cabeza.
...lex.... ¿....llamo.....Stavros?
Cuando parpadeó en el reflejo de la ventana vió a Roxanne. Lucía preocupada y movía los labios como si la estuviera llamando, cerró los ojos deseando que ese simple acto la borrara de su vista. Era demasiado pronto para tener que lidiar con otro humano y realmente estaba cansada.
—¿Sílex?
Abrió los ojos y solo en ese momento pareció despertar, el ruido de la calle, la lluvia, las pisadas en la otras habitaciones, el olor a comida y las voces de Jazz con Kan, discutiendo sobre algo que tenía que ver con la correcta forma de preparar la carne. Todo eso volvió a ella de golpe, igual a un televisor en blanco y negro llenándose de colores y sonidos. El corazón de la humana latía rápido, como si tuviera prisa en mantener viva a su dueña, y era, graciosamente, el sonido que más familiar se le hacía.
Sílex continuó mirándola por el reflejo de la ventana tratando de comprender un poco el funcionamiento de su propio cuerpo, se humedeció los labios resecos y tragó con dificultad.
—Ro...Roxanne...
La humana sonrió levemente, alivio suavizando sus facciones y se acercó unos pasos para pararse detrás de ella, se atrevió a tocarle los hombros e inclinarse para mirarle la cara. Sílex se sintió incomoda, más por la atención que por el contacto, ya tenía suficiente con la preocupación de Stavros y no podía evitar sentirse avergonzada por su estado.
Pero no importaba, trató de razonar, estaba segura que se había visto peor.
—¿Me dejarías peinarte el cabello?—Sílex frunció inmediatamente las cejas como si no entendiera lo que decía y Ro temió haber traspasado un limite, por lo que se fue a corregir inmediatamente—. Es decir, si t-tú quieres.... está mojado y no crea que sea bueno para tu salud, o sea no que te vayas a enfermar pero...
La alquimista la observó trastabillar con sus palabras y se preguntó si siempre estaba tan nerviosa a su alrededor. Lo más probable es que la respuesta fuera sí, después de todo Sílex no lidiaba bien con los humanos y siempre lograba que se sintieran incómodos o asustados.
—De... acuerdo—aceptó finalmente, preguntándose si se arrepentiría mas tarde.
Ro dejó de farfullar y le sostuvo la mirada como esperando que la echara, lo que le causó cierta gracia, se giró entonces, acomodándose en la silla y dejando caer su peso en el respaldo.
En silencio y con cuidado Roxanne tomó el cepillo que estaba encima de la cama, sin pensarlo demasiado tomó la cabellera y comenzó a cepillarla, lentamente, procurando no tirar muy fuerte. No sabía que tan sensible era o si un simple tirón le dolería, tampoco quería preguntar, por lo que decidió que lo mejor era hacerlo tal como lo hacía con su hija, Susan. Suavemente, sin prisa y cuidando de no espantarla.
Sílex por su lado estaba un poco tiesa, había pasado un buen tiempo desde que alguien la había peinado o siquiera tocado el pelo, su madre solía hacerlo cuando era pequeña y quería evitar que se escondiera tras el largo cabello, y aunque lo odiaba, eran una las pocas veces en que sentía que no la lastimaría. Poco a poco se fue soltando, si no conociera a Ro y el hecho de que tenía hijos, podría deducir que los tenía por la forma amorosa con que la tocaba. Suponía que era algo casi natural de identificar, aquel pseudo “instinto maternal” en las mujeres que daban descendencia.
Se relajó por un instante.
Y cuando cerró los ojos lo volvió a ver. Al bebé. Pero esta vez la imagen era diferente a la que había visto en un principio de él casi en blanco y negro, el recuerdo que se reproducía frente a sus ojos estaba lleno de vida y alegría, el bebé balbuceaba y soltaba con dificultad una pequeña risa que debido a su edad era algo que aun no sabía hacer expertamente a diferencia de la mujer que lo sostenía.
Así progresivamente iban pasando las imágenes, diferentes recuerdos llenos de felicidad en el que veía al pequeño cambiar lentamente, facciones mutando para lucir un poco más como su progenitora. Hasta que llegó al principio de lo que había visto. El peor de todos. En el que un simple descuido arrebató los colores y llenó de dolor el universo.
Una madre somnolienta en la cálida bañera, acompañada de un retoño que apenas puede aletear para salvar su vida.
Cuando ella despierta, es demasiado tarde y la imagen inmóvil, pálida de su bebe de colores le parte el alma. El grito desgarrador le destroza la garganta y las lagrimas caen sin fin mientras espera que su dolor ablande el corazón de la muerte y lo traiga de vuelta, prometiendo ser mas cuidadosa. Pero nada sucede y lo único que se intensifica es el agujero y el nudo en su pecho.
Y duele. Duele ver como aquella mujer se sabe con el vientre y los brazos vacíos. Entonces lo hace desaparecer, mirando a lo lejos, por otra ventana, y escucha el estrepitoso sonido de la silla que empuja con el pie hasta que el aire desaparece de sus pulmones.
Cuando Sílex abre nuevamente los ojos, vuelve a sentir las lagrimas caer por sus mejillas, el dolor en esa instancia se queda con ella y aun siente la asfixia de aquella cuerda en su cuello. Las caricias amorosas, suaves y maternales de Ro le revuelven el estomago.
Y aunque tiene la respuesta a su pregunta, se sigue sintiendo vacía.
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“She was bright and weird and sweet and kind and yet so sad, but I loved her like she was part of my heart.”
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—¡Déjame, quiero volver!
—¡Espera, joder! Te van a oír...—El intento por callarla fue en vano.
—No me importa, ¡y si eso me sacará de este infierno, que me oigan!
—No seas tonta, te enviaran envuelta en un saco y te acusaran de traición—El chico a su lado le sostuvo el brazo y la alejó de los soldados que estaban cerca—. Hey, mírame, escucha. Se que tienes miedo y todo esto es abrumador, y no eres la única, ¿vale? Pero tienes que calmarte, no lograras nada de esa forma...
La chica trató de zafarse del agarré casi con violencia.
—¡No se trata de si es muy abrumador o no! ¿Como puedo calmarme? ¡Hemos matado un montón de personas! ¡Incluso niños y ancianos! Quizás hasta familias enteras. ¡Gente, Helian! —Cuando la chica dijo lo ultimo la voz se le rompió, tomó una bocanada de aire e hizo un esfuerzo para no echar fuera los sollozos que laceraban su pecho, pero aun así las lagrimas le cayeron una tras otra por las mejillas—. Esto es bestial, no me uní al ejercito para robar tierras o matar gente. ¡Me uní porque quería proteger a quienes amo, el lugar donde nací!
El otro chico que los acompañaba desvió la mirada y el que se llamaba Helian, frunció los labios. Ninguno tenía nada que decir, nada que pudiera calmar la angustia de su compañera porque ni siquiera ellos sabían cómo acallar los gritos de su mente. Y a pesar del frente fuerte que ambos intentaban mostrar, se sentían igual de devastados que ella. Y era cierto, ambos habían entrado pensando en luchar por quienes habían jurado proteger, y el deseo de ese objetivo casi los llevó al punto de sentir un inmenso patriotismo por la Nación que evitaba que murieran de hambre. Helain lo sabía.
Maldición, lo sabía.
Y también sabía que aunque se rompiera la cabeza por decir algo, nada cambiaría la realidad y lo que era.
La guerra en un lapso de tiempo tan pequeño había arrebatado mas a ellos de lo que jamas lograrían imaginar y cada vida que había desaparecido con violencia en sus manos, estaría por siempre grabada en su memoria.
—Vina, lo sé...—se miró las manos y aunque estaban cubiertas por los guantes, casi podía verlas desnudas y llenas de sangre—. Sé que no puedo ayudarte, pero por favor, solo un poco más...
La chica dejó de pelear, la voz cansada de Helian la quebró. Así que se dejó abrazar y en silencio, lloró.
A los pocos segundos los tres dieron un respingo cuando el estrepitoso sonido de madera quebrándose los asustó, solo en ese momento notaron que había otra persona junto a ellos y que probablemente había escuchado todo lo que habían dicho. Estaban tensos, porque ninguno quería volver a casa muerto por el descuido de sus bocas.
Ipherium resopló y se giró en las cajas de madera que había logrado transformar en un asiento. El peludo abrigo con el que se cubría le cayó en el regazo cuando se enderezó y se movió con pereza hasta encontrar los ojos de los tres chicos que hablaban.
Les dedicó una mueca y se acomodó donde estaba. Helian estaba tieso en su sitio, había logrado apenas mover a Vina detrás de sí para que no le viera el rostro en caso de que quisiera reportarlos. No sabía por qué tenía miedo, pero al reconocer esos ojos bicolores se paralizó. Los había visto en los entrenamientos, en las expediciones, en el campo de batalla. Sabía quien era, sabía de donde provenía. Y aunque ella estaba en la misma categoría que ellos como meros soldados, él sabía, sabía, joder, de qué era capaz.
Un Aëla no podía pasar desapercibido.
Apenas pisabas el ejercito era casi imposible no escuchar en cada rincón de los cuarteles o barrancas en los que estuvieran sobre los integrantes de esa familia, en especial del abuelo de la chica, e incluso más de su padre. Y cada hazaña siempre iba acompañada por una historia manchada con sangre. Los Aëla parecían dar a luz únicamente a violentos guerreros cuyo único propósito era conquistar a diestra y siniestra lo que sea en lo que posaran sus ojos.
Helian frunció los labios, no quería cruzarse de ninguna forma con ella y mucho menos mezclarse con la situación en la que se encontraban.
Le dio un leve empujón a Vina y al otro chico, Isha, para que se movieran y de esa forma pudieran escapar, solo por si acaso. Pero apenas pensó en moverse se quedó clavado en su sitio.
—¿Te has dado cuenta de eso ahora?—La voz de la alquimista estaba ronca, como si hace un buen rato no la ocupara. Se movió el pelo de la cara y miró a Vina por sobre el hombro de Helian, que parecía una estatua—. ¿Verdaderamente no lo consideraste antes?
La chica boqueó confusa por unos segundos al no entender su pregunta, hasta que su expresión se transformó a una sorprendida y asustada; sorprendida por la pregunta, asustada por lo que debía responder. Porque debía responder, los ojos de la alquimista estaban clavados en los de ella y le exigían una respuesta.
—Y-Yo.... no... quiero decir...—sacudió la cabeza tratando de ordenar su mente, no podía formar ni una maldita frase. Temblaba de pies a cabeza, y lo cierto es que no sabía si había algo correcto que decir o que ella pensara pudiese satisfacer la curiosidad de la chica.
—¿Estas segura que ese enojo es por las personas inocentes que han muerto ?—Ella le frunció las cejas y miró a su alrededor, los edificios destruidos, quemados, escombros de lo que fueron casas, alojamientos, todos esparcidos por la calle. Había sangre y cuerpos también, acumulados para que los escuadrones pudieran pasar—. ¿O estas enojada contigo misma porque a pesar de que eres culpable por sus muertes aun sientes un poco de satisfacción contigo misma?
—¡Como podría!—exclamó agitada, las mejillas le ardieron y dio un paso en su dirección, Helian alcanzó a sujetarle el brazo temiendo que hiciera algo estúpido—. Eso es absurdo. ¿Como sentiría satisfacción con todo esto? ¿Estas demente?
Ipherium caviló unos segundos sin sentirse ofendida.
—¿Y que esperabas exactamente? Dices que querías entrar al ejercito para proteger a quienes amabas. ¿No crees que eso tiene un costo en si mismo? ¿Por qué entrenaste todas esas horas bajo sol y lluvia, pasando frío y hambre?—la observó como si realmente no entendiera su angustia—. ¿Crees que la guerra se detiene una vez que te pones el uniforme? ¿Que las personas se salvan por tus buenas intenciones?
Vina agachó la cabeza y las lagrimas le volvieron a correr por las mejillas. ¿Era tan ilusa?
—Es suficiente —Helian sostuvo con fuerza a Vina mientras la hacía retroceder, estaba inmóvil, muda y jodidamente metida en sus pensamientos. Sabía que todas esas preguntas no habían sido solo para ella, pero aun así no podía evitar hacer el intento de alejarse de ellas. Las respuestas eran demasiado crudas para responderlas—. Detengamonos aquí.
La alquimista suspiró y se levantó, acomodando su espada en la cintura. Se sentía cansada con hablar, había pasado demasiadas horas combatiendo, por lo que su cuerpo estaba mucho mas preparado a actuar que su boca.
—Puedes hacer la vista gorda de todo eso, pero nada cambiará. Pienso que tratas de obligarte a sentirte culpable porque estás viva en vez de ellos. Entonces, ¿será que disfrazas tu alivio por indignación? —Los miró a los tres a la cara, y se preguntó si alguna vez también había pensado de esa forma . Si lo había hecho, no lo recordaba y si no, había entendido muy temprano la decepción. Se apretó las sienes cansada, esa simple conversación la había drenado la energía más que todas las horas juntas en batalla—. Explicame. Si no es satisfacción lo que sientes cuando estas en el campo de batalla y ves a tu enemigo frente a ti, en tu rango de alcance, donde sabes que si actúas es seguro que caerá, entonces ... ¿Qué es? ¿Que es esa sensación cuando lo logras? ¿No te alivia y alegra estar en pleno conocimiento de tus habilidades? ¿Saber que no morirás en ese instante? Y si a todo eso respondes “no”, ¿por que sigues sosteniendo tu arma?
No hubo respuesta.
Y sabía que no las tendría porque para eso tenían que aceptar los hechos, y aceptarlos significaba que debían dejar ir lo poco y nada que les quedaba de consciencia. Probablemente aquello era lo único que evitaba que se volvieran locos con los gritos desgarradores y el olor a sangre a los que día a día tenían que someterse.
Pero lamentarse por estar vivo en una guerra era absurdo.
—En fin, mi punto es...—Ipherium movió la mano a nada en particular—. Deberían fijarse en el volumen de su conversación, puede haber gente que está durmiendo plácidamente luego de un extenuante día de trabajo y quizás se sienta irritable si le despiertan...Vale, pues eso.
Se quedó unos segundos en silencio y cuando este se hizo demasiado incomodo, se alejó de ellos. Le era un fastidio tener que pintarles la situación de esa forma pero podía comprender como se sentían. No porque ella misma lo hubiera pasado, sino que las molestas habilidades de su madre la dejaban vulnerable a las emociones de otros.
Con gesto cansado se encaminó a ver a su jefe de escuadrón, quería solicitar que la movieran a otra unidad en el frente, había escuchado por parte de otros soldados ruidosos que habían sufrido varias bajas con los vehículos de guerra aéreos del Imperio Ysen. Eso le daría algo mas que hacer y su mente dejaría de pensar tanto en los rostros a su alrededor.
Definitivamente no quería volver a ver las expresiones de aflicción en rostros demacrados por la violencia de la guerra.
Resopló, pensando en los tres chicos de hace unos momentos.
—Tontos.
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II. Give me war.
Al cruzar la entrada al primer pasillo pudo notar que los guardias se habían duplicado tanto como los rostros nuevos, lo que le llevó a preguntarse qué tan paranoicos estaban en el Conclave para tomar tales medidas de seguridad. Si bien la amenaza de guerra era inminente, no lograba entender a qué le temían tanto como para encerrarse.
Mas de lo usual cabe decir.
Cuando el ministro Ely se acercaba a las puertas principales, notó cómo se abrieron únicamente cuando el anciano uso su Alquimia sobre ellas. Divertida se dio cuenta que subestimaba la paranoia colectiva. Sin contar que, al abrirse las compuertas, al otro lado de ella descansaba otro grupo de guardias que apenas notaron su entrada, de forma casi disimulada, los siguieron al hall principal. La estructura había cambiado ligeramente desde la ultima vez que estuvo en el lugar, notó los nuevos símbolos rodear el domo de cristal superior y supo que no era obra de ningún miembro o ministro del Conclave.
Creía conocer a Athan lo suficiente como identificarlo en su lectura de Círculos de Transmutación.
Ipherium hizo un sonido apreciativo con la garganta mientras miraba los detalles y colores nuevos, luego miró directamente al ministro con una ceja alzada y él supo por qué lo hacía.
—Interesante—comentó con un tono divertido, a lo cuál él solo frunció los labios, sin decir nada—. Decoración nueva, qué moderno.
Se desviaron por unos de los tantos pasillos del lugar, serpenteando de las diferentes habitaciones hasta que logró vislumbrar la cámara Mayor. Aunque era el lugar mejor protegido, esta vez la presencia de guardias era prácticamente nula, por lo que adivinó que Athan había modificado el centro del Circulo e incluso los círculos de los cuartos colindantes.
Se preguntó si había sido por voluntad propia o si el Conclave había suplicado su participación, de cualquier manera, le resultaba divertido.
El ministro Ely se detuvo y el resto le siguió, Tzel y los gemelos que caminaban casi de puntillas detrás de ellos se pararon en seco y esperaron a lo que el hombre tuviese que decir.
—De aquí en más, seremos solo Jer Aëla y yo. —Con su mano señaló a la esquina donde las ventanas les permitían ver la extensión del jardín del ala sur y al mismo tiempo la puerta de la cámara al traspasar el hall Teomal—. Por favor, esperen aquí hasta que termine la sesión. Asumo que no he de repetirles que se comporten y no hagan nada que resulte sospechoso, ustedes más que nadie sabe la… tensión que hay en nuestra nación actualmente y tener tres soldados causando problemas no es bueno para su reputación, ¿no cree, Jer Aëla?
Ella encogió los hombros, desinteresada.
—Haced lo que queráis. Después de todo, ustedes son unidades autónomas y no necesitan que les digan qué hacer. —Se le quedaron viendo casi con la boca abierta, a diferencia del ministro que tensaba la mandíbula en desacuerdo. Desautorizar a una autoridad Mayor como si fuera cualquier cosa no era algo inteligente de hacer, pero desobedecer a Ipherium era peor, por lo que asintieron con firmeza entendiendo que su líder confiaba en que harían lo correcto de ser necesario—. Pero si me causan problemas, me aseguraré que no me estorben nuevamente. ¿Bien?
Tzel, Lar y Nib asintieron tensamente, los ojos de Ipherium eran distantes y oscuros, era la clase de mirada que solo veían cuando estaban en el campo de batalla y conocían demasiado bien a la Ipherium soldado como para meterse con ella.
—Genial. ¿Ministro?
Ely les dedicó una última mirada y continuaron su camino. Las palabras que había dicho resonaron en su cabeza, el hombre podía entender que no era solo a sus subordinados a quienes las dirigía, sino a él, a todos. Por eso la tensión que pululaba en su entorno no le permitía bajar la guardia.
—¿Me explicas a que voy exactamente? Dudo que sea por “incumplimiento de suspensión” como lo anotaron amablemente en la carta. Creo que tienen mejores cosas que discutir en vez de perder el tiempo en ese tipo de asuntos, y de los cuales, por si acaso, se encarga la milicia.
—Es un poco complicado.
—Para ustedes todo es complicado. —Se giró para dedicarle una sonrisa, sus ojos estaban llenos de malicia cuando volvió a hablar—. O podrías decirme por qué repentinamente queremos guerra con el Este, si es que el otro asunto es demasiado complejo.
Ely se carcajeó, debió haber escuchado las advertencias de Myatt respecto de su nieta. Tenía demasiado buen ojo como para que la pudieran engañar.
—Recuerda que siempre hemos querido guerra con el Este y la extensión de nuestra tierra ha sido prioritario desde los tiempos antiguos.
—¿Pero por qué ahora? —Esta vez bajó la voz, la risa de su expresión desapareció cuando el anciano encontró sus ojos—. Dime, ministro Ely. ¿Alguien trató de robar la Reliquia de la Raza del Este?
Se quedó clavado en su sitio y la observó, contrariado con decir algo. Ipherium pudo notar que su energía se había cerrado y trataba de no dejar aberturas de Recitación. Tenía que darle crédito, era lo suficiente desconfiado como para no permitir que nada ni nadie leyera su mente.
—¿Qué te hace pensar eso? —le preguntó, relajando su semblante.
—Ihriam ha intentado por un montón de años mantener la paz con ellos y es lo que mantuvo la frontera sin conflictos. Además, antes de que me fuera, repentinamente cerca del Sur nos encontramos con ataques de antiguas tribus, sobre todo de la más grande… y el Conclave no me quería aquí. —Se tocó varias veces la cabeza con un dedo—. Es eso o… alguien estuvo cerca de conseguir la Reliquia de esta nación, lo cual sería difícil, pero de cualquier forma no creo que eso importe, ¿o sí?
—Es una buena excusa —concordó él y ambos entendieron a que se refería.
Era una buena excusa para invadir, tomar todo y justificarla como un acto de defensa ante la provocación, sin importar si la intención de robar la Reliquia en cualquiera de las naciones había sido genuina o no.
De todas maneras, la intención detrás de la sesión no justificaba el por qué estaba ahí y la gran necesidad de su presencia. Lo que la llevó a sospechar del verdadero propósito en la inminente guerra.
Continuaron caminando en silencio, Ipherium volvía a lucir divertida lo cual llevó a Ely a hablar nuevamente.
— ¿Te importaría de alguna forma detener la guerra?
Ella lo miró como si lo que preguntaba fuese absurdo.
—Claro que me importaría—bufó y se pasó una mano por el pelo—. No juegas para perder.
—Porque amas ganar, ¿no? —alzó las cejas como si entendiera un chiste que hace tiempo pasó por alto—. Lo has hecho por nosotros durante toda una eternidad, y cualquiera diría que tú has construido esta nación. Pero al final del día no importa la razón de por qué lo haces, dado que solo te mueve la guerra.
Si no la conociera lo suficiente diría que la sonrisa en su cara era de pura autosatisfacción, pero el motivo de diversión era demasiado diferente al orgullo patriótico que él pensaba.
A ella simplemente no le interesaba como objetivo principal invadir para obtener tierras, pueblos, cultivos, etc., era demasiado estúpido y superficial. A ella le interesaba pelear una guerra que jamás se había intentado, que jamás se pensaría victoriosa. Ganar algo imposible porque el resto no era más que un resultado de ello.
Cruzando la puerta de la cámara Mayor tuvo a su vista a los Ancianos del Conclave, el lugar estaba iluminado por varios candelabros dorados colgando del techo y cerca de los pilares que sostenían la estructura. Era la única habitación que no tenía ventanales y las razones eran obvias. El piso estaba hecho de loza fina y oscura que reflejaba la luz sobre ellos, y solo en el centro del cuarto, en un gran Circulo Alquímico, el piso era completo de piedra.
El cuarto dejaba completamente bloqueada la Alquimia de cualquiera que entrara.
Los miembros se levantaron y el ministro Ely les dio una reverencia, Ipherium lo copió, pero se enderezó casi en el mismo movimiento. No le interesaba mostrar respeto a aquellos que no sentían lo mismo. Escaneó rápidamente el lugar y cerca de los Ministros pudo ver a su abuelo con los otros Consejeros, su rostro lucía neutral pero podía notar la leve sonrisa en sus labios.
En algún momento el ministro Ely desapareció para volver a su sitio y ella caminó al centro del lugar, la murmuración se iba apagando a medida que se acercaba a todos y al cabo de unos segundos todo ruido cesó. Observó a Niah y Eday, los miembros y mediadores Principales del Conclave, levantarse y mirarla con curiosidad.
—Presente Ipherium de Aëla, descendiente de Sul, Jer de la Unidad Central. —Eday inclinó la cabeza como saludo y tomó los documentos de su escritorio cuando terminó de revisarlo—. Dado que el Conclave esta completo, comenzamos. —Todos a su alrededor asintieron—. Por el informe entregado, la sesión preliminar determinó que ha incumplido su estadía fuera de su cargo, de acuerdo al tiempo límite y en consideración a su solicitud. —Miró a su alrededor y sacudió las hojas para dejar en evidencia la información leída—. Lo cual se concedió, ya que Jer Aëla de acuerdo a sus funciones ha dirigido los investigativos de amenazas que puedan referir la conexión de nuestro portal con Demak, o como se registró, la Tierra. Debido a los reclamos presentados por el Conclave y el Director, se hizo un informe para debatir este hecho, así que os doy la palabra de para explicar lo sucedido.
Eday se paseó por su lugar hasta rodear el escritorio y se recargó, cruzando los brazos. Cuando vio que nadie hablaba, miró a Ipherium con las cejas alzadas, sorprendido de la actitud de los miembros cuando no hace un par de horas no había forma de silenciarlos.
Parecía que, a pesar del descontento general con la Alquimista, nadie se atrevería a ir contra ella.
Suspiró, verdaderamente eran unos cobardes.
—Este Conclave, Jer Aëla, considera que su comportamiento e interés por estar lejos de casa, interviene con su desempeño para representar los intereses actuales de nuestra nación. Sin contar con su salida en un momento crítico para nosotros. ¿Tiene comentarios al respecto?
Ipherium encogió los hombros.
—El Conclave tomó la decisión por sí mismos y no hubo consentimiento de mi parte en ella, así que ¿he de comentar sobre ellos o lo que refiere de mi solicitud de salida? —Ladeó la cabeza con cansancio, con solo escuchar la estupidez del informe y ver el circulo impidiéndole leer el flujo de energía a su alrededor, sentía palpitar las sienes—. Por lo que veo, el informe no llegó a sus manos sino hasta ahora. Y dado que este tipo de asuntos se encarga directamente el Ejército Central, porque son asuntos internos y exclusivos… —Hizo una pausa para acentuar su dicho, esperando que alguien la contradijera. —No entiendo que hago aquí, específicamente por la clase de cargos absurdos con las que se me cita. Además, el Ejercito solo informa al Conclave de sus asuntos, de otra forma se requiere una Corte con los Ministros y Principales.
—El Ejercito aún en su autonomía depende del Conclave—comentó con sorna un miembro a su lado. Podía ver por su rostro que estaba entrando en la indignación por lo que escuchaba.
—A menos que se trate de pactos entre Naciones y estrategia de Conquista, claro—aceptó Ipherium, girándose a mirarlo—. Sin embargo, su determinación de sacarme por tiempo ilimitado y sin razón aparente en una sentencia de la cual no tienen autorización es completamente ilegal.
Por supuesto, la mitad del lugar estalló en quejas y gritos enfurecidos, ya que los acusaba directamente de no tener la legitimidad en sus decisiones. Lo cual era cierto. Ellos no tenían poder de autorizar o negar la salida de nadie en el Ejercito porque invalidaría la gestión general de este y las ocupaciones del Conclave requerían priorizar la paz de la nación y la estabilidad para el resto de las personas.
—¡Esto es indignante!
—¿Cómo te atreves a decir eso? ¡Expúlsela!
Los Principales trataron de calmar nuevamente a los miembros y llamar su atención, a lo lejos escuchaba a los ministros murmurar entre sí y a Ely haciendo todo lo posible por no reír. El Consejo estaba completamente en silencio y miraba la situación desenvolverse con calma.
—Por favor, silencio. —Niah se levantó finalmente y solo con su presencia el resto comenzó a poner atención—. Jer Aëla ha expresado su opinión del tema, lo cual se solicitó sin prohibiciones. En este momento se discute la conclusión del caso y les pido ser respetuosos con los miembros, la sesión anterior nos dio suficiente tiempo para discutir y ahora solo determinaremos qué hacer.
—Disculpe, Principal. —Un hombre delgado y canoso alzó la mano, su rostro mantenía una sonrisa calculada y sus ojos oscuros, demasiado conocidos para Ipherium, le dedicaron una mirada burlona como si disfrutara el alboroto—. Si me permite, creo que la molestia general de los miembros al ser incriminados de esta forma es comprensible. El Conclave nunca ha tomado decisiones por parte del Ejercito, pero esta vez fue solicitada nuestra ayuda del Director Nod Semaki. Todos aquí presentes saben que la autoridad del Ejercito es absoluta y jamás podríamos involucrarnos de forma voluntaria…
—Sí, Koryan, eso lo entiendo. —Eday asintió, pero no se veía convencido—. He leído la carta del Director en el informe y estoy al tanto que él es responsable del tema, sin embargo eso no responde las dudas que os hice en la reunión anterior. El Conclave tiene el caso del Este como prioridad y desde entonces hasta ahora lo sigue siendo, lo que no sé es si usted entiende que una parte de nuestra nación está siendo amenazada y muchos de nuestros ciudadanos han perecido bajo el filo de nuestro enemigo que toma terreno lentamente. Lo cual es inadmisible para este Conclave permitir que dicha situación siga afectándonos.
El Principal juntó sus manos y observó a Koryan Majeed con el ceño fruncido, el vejestorio tenía los labios apretados y su aura de salvador se esfumó rápidamente.
—Princip….
—Entiendo que el tiempo fuera del cargo ha sido traspasado y mi opinión del caso es que usted Jer Aëla retome sus funciones en cuanto cumpla con el castigo asignado por los Ministros. —Ipherium le sostuvo la mirada mientras hablaba y no dijo nada, los castigos no le importaban demasiado porque siempre significaban más horas en el campo y eso jamás había sido un problema para ella—. Pero dado que el Conclave decidió prohibir sin autorización de los Principales la entrada en el Portal a través de la Orden una vez se retiró, la eximiré de la molestia.
—Pero Principal, no es correcto que…
Niah levantó la mano para callarlo y miró a la Alquimista con rostro amenazante.
—Debido a la negligencia de ambas entidades en las que confiamos ciegamente para nuestra protección, hemos decidido que serán sancionadas y suspendidas. Jer Aëla, si bien los Ministros presentes han decidido asignarle la Rebelión del Norte y desvincular temporalmente su autoridad de la Unidad, consideramos que su presencia en el Este es más importante. Por eso en diez días se trasladará para ocuparse de la amenaza y una vez terminada, se presentará nuevamente con los Ministros y tendrá una Corte que decidirá su camino.
Ipherium frunció las cejas y con expresión confusa avanzó un paso.
—Disculpe.
—Oh, ¿tiene algo que decir? —Niah le dedicó una sonrisa, pero no había alegría en ella.
—Sí, claramente —respondió sin chistar, ladeó la cabeza y miró a los ministros, en especial a Ely, que parecía estar demasiado entretenido con todo—. Asumo que si han decidido enviarme al Este, Mig Ahddar está al tanto, ¿no? Dudo que hayan tomado esa decisión sin considerar lo que significa, ya que actuar sobre otra autoridad crea demasiados conflictos territoriales dentro del mando.
Ely se levantó tomando la palabra.
—Mig Ahddar será informado dentro de tres horas en cuanto termine la sesión. Y la Unidad sigue a su cargo. —Como siempre actuaba como el mejor negociador con su semblante confiado y gestos gentiles. Lo cual lograba irritarla—. Y respecto del mando, no habrá conflictos si es lo que le preocupa, Jer Aëla. Tampoco tendra conflictos familiares por esto. —Encogió los hombros—. Si bien los ataques ocurren en el Este, el enemigo se aparece constantemente cerca del Sur, pero las amenazas han sido lo suficiente inteligentes como para nunca traspasar el territorio.
Ella asintió una vez, entendiendo a que se refería.
—Lo que los deja con las manos atadas porque el Este es responsabilidad del Ejercito Central y mientras no sean atacados no tienen razón de actuar.
—Exacto, usted entiende bien, Jer Aëla. De todas formas, si la situación lo requiere…—Se dirigió a los Principales, esta vez la seriedad que correspondía a una persona de su posición—. Autorizaremos a Jer Aëla a disponer del mando en el Sur sin limitaciones.
—¡Un momento! —Azela le dio un golpe a su escritorio y se apresuró al puesto de los Principales—. ¡Esto es inaudito! ¿Cómo es posible que estéis disponiendo de tal territorio a un soldado al cual debéis castigar? Disculpe, Ministro Ely, pero la decisión que estáis tomando es completamente imprudente.
—¿Imprudente? ¿Entregar la responsabilidad al soldado más competente para terminar una guerra de la cual os ha tomado meses en resolver? —Le dedicó una mirada de fingida confusión—. Por favor, Mig Azela, si finalmente han logrado tener una solución justa infórmela a todo el Conclave, de otra forma no estorbe en lo que respecta la protección de nuestra Nación. A los Ministros no nos interesa la rivalidad que tengáis con Jer Aëla o cualquier otra autoridad. ¿No están de acuerdo? Soliciten una sesión y resuélvanlo, mientras pasa el tiempo seguiremos trabajando y esperaremos a considerar su acuerdo.
La mujer se quedó pasmada, sin saber qué responder. A su alrededor el silencio era sepulcral, los miembros se miraban y cuchicheaban entre sí, nadie se atrevía agregar algo más. Ipherium consideraba toda la parafernalia una molestia, porque podía predecir la intención de los Ministros.
Cuando Ely volvió a hablar, le quedó claro.
—No creáis que Jer Aëla esta siendo favorecida de alguna forma, porque si no triunfa en su cometido será destituida. —Aquello llamó la atención de todos e Ipherium no pudo evitar rodar los ojos. Predecible, era demasiado obvio para ella que la preferencia no se inclinaba para nadie que no hiciera lo que ellos querían—. ¿Está bien? ¿Es suficientemente justo para ustedes?
De nuevo, silencio.
—Ahora que hemos dado por sentado ese tema, terminemos con esto—Eday se frotó la cara con cansancio, sabía que de aquí en mas otro caos debía ser controlado—. Considerando que el Director Nod Semaki no logró cumplir las obligaciones de su cargo será destituido de su puesto y lo reemplazará Jul Bod-Akeem como nuevo Director. Y considerando que los Ancianos del Conclave se involucraron ilegítimamente en decisión de un Jer, el Regente involucrado, Koryan Majeed, será suspendido y el Ministro Ely tomará su lugar. De esta forma, evitaremos conflictos y nos ocuparemos del caso que está en nuestras manos.
Ipherium simplemente dejó de escuchar el alboroto a su alrededor, por lo que se encaminó a tomar lugar en la tribuna. Estaba evitando a toda costa carcajearse, porque las caras de los Ancianos se le antojaban de los más graciosas. Y a pesar de que trató de contenerse lo mejor que pudo, la mirada furiosa del vejestorio Majeed logró que su cara dejara escapar una sonrisa.
Como estaba sentada cerca de los Consejeros, pudo escuchar como alguien aclaraba su garganta en medio del caos de voces y gritos de desacuerdo. Obviamente sabía quien era, y con mayor razón no quería voltearse a verlo.
Suspirando, comentó:
—¿Disfrutas el espectáculo?
Su abuelo rio por lo bajo y asintió, el ronco sonido le provocó cierta paz y luego de largos segundos lo miró.
—¿Resultó mejor de lo que esperabas? —Se inclinó hacia ella con las cejas alzadas—. Como siempre la mayoría del Conclave votaría a favor tuyo.
—¿Eso crees? —resopló y se colocó un mechón detrás de la oreja—. Es más una apuesta de ruleta que otra cosa. Me lanzan a lo que sea y aunque muera, nunca perderán nada.
—No apostarías por algo en que no crees te dará ganancia. —Myatt se acarició la barba con cara pensativa—. Y los Aëla jamás hemos defraudado como buena inversión.
Ipherium lo observó un con gesto asqueado.
—Qué hay con estas expresiones tan… —movió su mano de forma vaga—. Tan de la Tierra.
—Solo pruebo tu humor, quiero ver que tan acostumbrada estás después de tanto tiempo. —Le dio un golpe a su nariz y ella rodó los ojos, su abuelo era un sentimental—. Pero veo que Athanaj ha sobrevivido más en ti que en cualquiera. Lo cual es bueno, gran indicador de lealtad.
—Oh, por favor—escondió la cara en sus manos, el anciano la sacaba de quicio—. Realmente no tengo animo para esta conversación.
—Ya lo creo, y con las continuas conspiraciones de los Ancianos para moverse dentro del Ejercito debe ser cansador.
—¿No lo sabremos nosotros? —murmuró, observando en la distancia a Koryan y Niah discutir en furiosos susurros mientras Ely solo estaba en silencio a su lado. El resto hablaba caóticamente entre sí o trataban de cruzar palabra con Eday, que lucía poco dispuesto a darles en el gusto—. ¿Has hablado con Ahddar?
Myatt la miró.
—¿Por qué preguntas?
—Porque conozco al Anciano Aëla. El Consejo es lo suficiente poderoso y astuto como para convencer a los Ministros, y la mayoría de ellos te idolatra. —Hizo una mueca de fastidio—. Harían lo que fuera por consentir tus caprichos.
—No necesito hablar con mi nieto para eso y el Consejo sabe lo que es correcto. —Se recargó en su lugar con los brazos cruzados, cualquiera diría que se concentraba sobre lo que ocurría frente a él—. Ahddar debería haberse hecho a la idea que llegarías a su territorio aún ignorando tu sesión con el Conclave. Sabemos que el conflicto con el Este fue provocado, y él debe entenderlo mejor que nadie ya que conoce demasiado bien el pacto… Ahora no sé cómo digerirá lo del mando…
—Supongo que me encargaré de ello cuando suceda.—Sabía que el chico no daría su brazo a torcer, era demasiado parecido a su padre. Lo que le recordaba—. ¿Qué hay de Haren?
Su abuelo frunció los labios con expresión molesta.
—Ah, sí, ese vago… me parece que lo vieron en el Norte hace unas semanas atrás…
—Al menos sigue vivo —comentó con diversión, lo que a él no le hizo gracia. Haren siempre le había sacado canas a su padre por ser tan liberal y despreocupado. Al punto de haber luchado contra su Nación solo para dormir con la heredera de la tribu Emat, prácticamente ignorando que su padre lo había salvado de la ejecución. Ah, qué juventud—. Es más de lo que podríamos decir de aquella vez que navegó a las Islas Ukitec para buscar la reliquia de los templos y casi muere.
—Ni me lo recuerdes. —Se inclinó a su izquierda y le murmuró algo a su compañero, quien asintió y se levantó en dirección a los Principales—. Lo único que sé es que no lo veremos por un buen rato. No deberías preocuparte por eso de todas formas, Ahddar tiene todo bajo control.
Al cabo de unos minutos los Principales dieron por terminada la sesión, por la expresión de Eday y Niah podía imaginar que no había acuerdos con los Ancianos y aunque no parecía preocuparles no evitó que se vieran agotados.
Su abuelo seguía charlando con la persona a su lado y murmuraban para sí cuando Majeed apuntaba con su dedo en su dirección y se quejaba con sus seguidores lamebotas. Podría haberle dado más importancia sino fuera por Niah. La Principal se paró frente a ella y le dedicó una sonrisa, por supuesto no la clase de sonrisa que le darías a un amigo sino la que le darías a un niño que te resultaba molesto y aun así debías disimular amabilidad.
—Espero oír buenas noticias de usted, Jer Aëla, de lo contrario sería una pena no ver su rostro por aquí.
Ipherium no se esforzó en responder y se limitó a mirarla, prefería fastidiarla antes que darle en el gusto de pensar que le importaba qué podía o no hacer para deshacerse de ella.
Obviamente lo logró, Niah apretó los labios y se rio molesta.
—Esperaré tu informe y no nos des problemas Ipherium, si pasa no hay nada que tu abuelo pueda hacer para salvarte.
Lo observó marcharse y esta vez la voz de su abuelo la distrajo.
—Bueno, que no te dan un respiro, ¿eh? —Myatt recargó la barbilla en su hombro en tanto cruzaba sus brazos a su alrededor para darle un abrazo—. Tienes mucho trabajo que hacer.
—¿Tú crees?
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II. Enemies ahead.
Tzel tenía ya diez minutos mirando el paisaje cerca del camino al portal, el aviso recibido por su superior movilizó a prácticamente toda la milicia de su mundo y a ella para hacer que se concretara dicha misión a la perfección. Se había encargado incluso de recoger personalmente la citación del Conclave para que asistiera a la reunión del mediodía.
Y aunque era un simple pedazo de papel que llevaba escondida en su chaqueta, parecía pesar toneladas. Suponía que el Conclave no quería darle ni un respiro a Sílex (como se hacía llamar fuera de Athanaj) luego de haber incumplido, según ellos, el tiempo de suspensión en su cargo.
Y dado que Tzel era la única autorizada para cruzar el portal por orden de Sílex, llevar las malas noticias era terriblemente complejo dada la situación en su tierra.
Cuando escuchó el susurro del suelo y el crujido de las ramas caídas dentro del bosque, pudo notar con alivio la energía de ambos alquimistas.
Había pasado tiempo desde que los había visto o siquiera cruzado palabra con ellos, así que cuando vislumbró las siluetas le costó un poco reconocerlos. Sobre todo, a Sílex. Se acercaban lentamente, sin prisa mientras parecían conversar de algo que hacía contraer la cara de Stavros como si le doliera algo.
Se mantuvo en su lugar hasta que notaran su presencia, los observó atentamente y notó de inmediato el cambio físico apenas tocaron las marcas desde donde comenzaba el radio del portal. El cabello de Stavros se volvió mucho más rubio y creció casi diez centímetros de su altura, se veía mucho más saludable incluso con las cicatrices en su cara.
Sílex por otro lado tendía a hacer cierta mueca cada vez que entraba al círculo, la clase de mueca que hacías cuando un repentino dolor atravesaba tu cuerpo. Esta vez al entrar parecía que toda la energía acumulada en el lugar se hubiera adherido inmediatamente a ella, como si se hubiese sobrecargado y esperado el momento exacto para impactarla. Su cabello se oscureció y las marcas que recordaba de su rostro y que desaparecían al resto de su cuerpo lucían recién dibujadas.
Viva imagen de la líder que conocía. Por eso sonrió con alegría y los saludos.
—Estás de vuelta. —Sus ojos seguían divagando alrededor de Sílex, podía notar que aquello que se mezclaba con su energía natural y el de la Tierra, había desaparecido—. Me alegra verte, Jer Aëla.
Cuando Tzel hizo una reverencia, Sílex no pudo evitar copiarla.
—Te ha crecido el pelo…
—Pues yo he estado bien, gracias—interrumpió Stavros con los brazos cruzado y cara de indignación—. Yo también existo, agradezco el reconocimiento.
Sílex vio a Tzel darle una sonrisa de disculpa y repitió el mismo gesto con él, solo que cuando se enderezó sus mejillas estaban rojas.
—Mig Ihriam, me alegra ver que se encuentra bien.
Stavros sonrió de buena gana.
—Igualmente.
—Supongo que es hora —Tzel asintió y se movió en dirección al portal, un enorme circulo de piedra con marcas y símbolos rodeando sus bordes. Sílex le siguió el paso, y ya a mitad de camino se giró para ver a Stavros de espalda a ellas, probablemente tratando de respirar el aire particular de la Tierra por ultima vez—. Hey. ¿Estás bien?
Stavros la miró y notó el conflicto en sus ojos hasta que asintió, resignado.
—Vamos.
-°°°-
Entrar no fue tan dramático como la bienvenida que los esperaba, recordaba la diferencia de ambiente entre ambos mundos, y esta vez se sentía con claridad ahora que había recuperado su alma. Era como respirar con nuevos pulmones.
Tzel le había entregado la carta del Conclave al cruzar el portal y su cara de disculpa parecía permanecer a pesar de las veces que le dijo que no se preocupara. No es como si no lo esperara, sin embargo, los Ancianos estaban actuando mucho más hipócritas que de costumbre, así que ya no le inquietaba.
—Mago se ha hecho cargo de los procedimientos menores en la capital y del cuartel general, pero decidieron dejar a Jul Bod-Akeem en tu ausencia.
—Claramente el vejestorio no pierde oportunidad de brillar—bufó ella y con gesto despreocupado quemó el documento—. No me sorprende de todos modos, él es parte de la milicia y su cargo es dado por el Conclave, no puede hacer nada si vuelvo. Además, tú sabes que la mayoría de ellos quieren deshacerse de nuestra Unidad para redistribuir el poder. Y la influencia de los Aëla en el ejército.
—Tengo la leve impresión que los Majeed deben estar involucrados en eso—comentó Tzel en voz baja y dándole un pequeño golpe en su hombro para que mirara al frente.
Al salir del templo, al final de las escaleras, podía ver dos vehículos esperándolos. Ari saltaba como una niña pequeña y agitaba sus brazos por sobre su cabeza como saludo. Junto a ella pudo ver a los gemelos Zippe y a un familiar de Stavros.
—La citación no me incluía, ¿verdad? —Con solo ver a su primo junto a la puerta del vehículo, Stavros se sintió inmediatamente cansado. Se detuvo en frente de ambas y con voz casi suplicante dijo—: Por favor, llévame contigo.
—Lo siento, Mig Ihriam. Deberá reunirse con el Conclave en la reunión general junto a su padre, a no ser que se requiera su presencia en caso de juicio… Esta vez solo se exige a Jer Aëla.
—Malditas formalidades…—murmuró él y se adelantó unos pasos para recibir a Ari cuando corrió hacia ellos.
El resto del grupo se acercó e hizo la misma reverencia que le había dedicado Tzel. Las formalidades de Athanaj eran mucho más cómodas que las de la Tierra.
Evitabas besos y apretones de manos. Alivio.
Apenas Ari soltó a Stavros, se acercó a Sílex solo parándose frente a ella con una sonrisa adorable mientras esperaba su reacción.
—No has crecido mucho, ¿o sí? —Le sacudió el cabello y aceptó el abrazo rompe huesos de la pequeña subordinada.
—Has vuelto. —La simpleza de su declaración logró que se avergonzara un poco—. Me alegra verte, hueles diferente también. Por favor quédate con nosotros.
—Vale, vale. Es suficiente —Tzel juntó sus manos dando una palmada y así llamando la atención de todos—. Habrá tiempo para esto luego, debemos llevar a Ipherium con el Conclave. Ari, acompaña a Mig Ihriam hasta su domicilio por favor.
—No sé si sea nece….
Tzel se giró hacia Kael, el primo de Stavros, con una mirada que lo retaba a terminar su frase. Cuando lo vio tragar saliva, sonrió sin mucha emoción.
—Toda medida de protección es necesaria, señor. Por favor, considérelo. Mig Ihriam debe ir con escolta, su familia es tan importante como el resto de los integrantes del Conclave.
—A lo que me r-refería…
—En fin, Jer Aëla, por favor…
Señaló el auto y la instó a subirse, Sílex buscó con la mirada a Stavros, quien entraba de igual forma a su vehículo, riéndose a carcajadas de su primo. Lo último que vio fue el guiñó y el agitar de manos de Ari.
-°°°-
Cuando se desplomó sobre el asiento, uno de los gemelos, Nib, le extendió inmediatamente una muda de ropa que le era demasiado familiar. Con solo tocar la tela, a pesar de lo oscuro que estaba dentro del vehículo, pudo identificar el uniforme, y las largas muñequeras plateadas tintinearon sobre la coraza dándole cierta sensación de alegría.
Aunque hubo tiempos donde esa simple prenda de ropa significaba hastío y sangre, esta vez el resentimiento que provocaba el tenerla encima no era tan grande y podía admitir que hasta le era cómodo.
—¿Trae recuerdos? —Tzel debió percibir su línea de pensamientos por la cara que tenía—. Les pedí que hablaran con tu hermana, así que ella lo envió para ti.
—Está bien, gracias. ¿Cómo se encuentra ella de todos modos? —Removió la cortinilla del techo y sin pensarlo mucho se quitó la ropa.
Su hermana en general era una persona sensible e increíblemente amable, suponía que trabajar la alquimia en medicina te hacía ligeramente más empática con el resto de la gente y te obligaba a ver la vida desde otro punto de vista donde conservar la misma era prioritario. Obviamente sus trabajos eran demasiado opuestos.
Sin embargo, el uniforme que envió era comúnmente el que usaba cuando su misión era seguro que terminaría con alguien importante muerto.
Una prenda diplomática de la muerte. Definitivamente su sentido del humor no había desaparecido.
—Está preocupada como es de esperarse… y dijo que intentaría hablar con tu abuelo para saber de la reunión, pero… ya sabes…
—Mi abuelo es simplemente un Consejero del Conclave, así que no hay mucho que pueda hacer. La confidencialidad le prohíbe decir algo, incluso a su familia. Dudo que haya podido tomar al anciano desprevenido.
—Estoy segura que tratará de ayudarte.
—¿Tú crees? —se rio secamente, no era culpa de Tzel ser tan ingenua, el problema es que nadie lograba captar que el Conclave era el único organismo perverso entre todos los existentes—. Myatt sabe cómo funciona la milicia, al fin y al cabo, él los lideraba cuando recién notaron que había que limitar el territorio miles de años atrás, luego lo hizo mi padre defendiéndolo y ahora yo. Tenemos la mala suerte de vivir por demasiado tiempo y eso no le agrada al Conclave. ¿Crees que no buscaran la forma de deshacerse de mi o siquiera sacarme del juego?
El día que la suspendieron cuando notificó el regreso a la Tierra, los Ancianos no habían hecho demasiado esfuerzo por convencerla en quedarse, en ese entonces pasaban un momento crucial para definir días de guerra o paz con sus vecinos del Este y el tenerla ahí era esencial para defender el territorio. Pero ellos solo asumían que lo que sea que hubiera en ese otro mundo, y que casi logra matarla, era mejor que tenerla sobre sus cuellos o escuchar las discusiones generales sobre ordenamiento público.
Ellos incluso le hacían el trabajo difícil a los Ihriam, que con su encanto y palabras de paz, lograban calmar la furia de los enemigos cuando su nación actuaba de forma que no se había acordado. Graciosamente los únicos que se beneficiaban de todo eran los Majeed.
Asquerosas sabandijas.
—Dejé de preocuparme hace mucho tiempo. Me interesa lo que tenga que decir Atan, dado que es el Anciano importante de nuestra nación.
Terminó de ajustarse las correas de la coraza alrededor de su pecho y se quitó el pelo de la cara, normalmente lo llevaría atado, pero suelto era cómodo, así que simplemente lo peinó con los dedos. Al levantar la vista encontró los ojos de Lar a través del espejo, sabía la reacción que tendría así que le guiño el ojo.
Se puso rojo al verse atrapado husmeando.
—En todo caso, ¿en que terminó la situación con las tribus del Este?
Nib le entregó el informe en un típico sobre negro.
—Jul desistió de atacar, el Este es demasiado grande para invadirlo sin más. La tribu principal es la más violenta y tiene un gran numero de guerreros así que hubiera fracasado aunque lo intentara. De momento tenemos un acuerdo de paz limitado, pero las aldeas colindantes están aterradas y a punto de estallar en una guerra civil por el marcado pensar político de la situación.
—Hay una cantidad importante de habitantes que migraron a nuestras tierras por la sequía de algunos años atrás, sin contar con el quiebre económico que sufrieron y que los llevaron a una situación casi similar, así que es entendible que algunos estén en contra de atacar. ¿A que sí? —Se giró a mirar a Tzel con la ceja alzada y a cambio recibió una tímida sonrisa, había librado a sus hermanos de la guerra y cuando cruzaron la frontera jamás pensaron en tener afecto por su enemigo o en ayudarlo siquiera—. Sin contar el acuerdo, ¿lograron comunicarse con el Regente?
Nib sacudió la cabeza.
—Decidieron que no importaba.
—Ellos no quieren hacer un pacto, solo derramar sangre.
—Aunque la mayoría del Conclave está en contra de esa medida—le recordó Nib, Tzel hizo una mueca y apretó los labios, claramente contrariada. Era obvio para ella y para cualquiera que esa decisión no tardaría en cambiar—. Es lo único que los detiene para explotar la guerra, y esta dando tiempo para ver mejores opciones. Mago hizo informe de todo, ya que tuvo que acompañar a Jul como representante de la Unidad.
—¿Tú que piensas, Ipherium?
Ella cerró el informe al terminar de leer la delicada escritura de Mago y encogió los hombros.
—Depende.
—¿Depende?
Asintió y se inclinó a mirar por la ventana justo a tiempo que el vehículo se detenía. El imponente edificio del Conclave estaba frente a ellos, adornado por los grandes y diversos jardines a su alrededor. Al ser hogar de los Ancianos estaba flanqueado de varios guardias en cada esquina en la pudieses colocar tus ojos, casi lograban lucir como parte de la fachada. En la torre frontal se mostraba el amenazante y característico símbolo de su nación, que había sido prácticamente fundado por la furia guerrera de sus ancestros.
Gracioso.
—¿Ipherium?
Al bajar del vehículo pudo sentir como toda la atención se dirigía a ella, parecía como si le hubieran colocado una diana justo encima de la cabeza. Los gemelos y Tzel se bajaron mirando a su alrededor, notoriamente incómodos al verse en una situación donde parecían ser considerados el enemigo. De igual manera se pararon cerca, como si esperaran cualquier ataque contra ellos.
Ipherium les dedicó media sonrisa y comentó:
—Dependerá de ellos.
—Jer Aëla. —El ministro Ely bajaba las escaleras, lo cual provocó que cualquier conversación del grupo cesara. Al alcanzar su posición le dedicó una reverencia, el hombre no pude evitar echarle una mirada general, su expresión era divertida—. La están esperando. Veo que su estado de salud ha mejorado, me alegro por usted.
—Veremos que tanto me dura la buena salud luego de esta mágica reunión.
Tzel carraspeó como si quisiera ahogar las palabras de Ipherium y los gemelos desviaron la mirada, casi olvidaron lo inapropiada que podía ser a veces su líder.
Ely por su parte se rio, asintiendo.
—El conflicto no parará hasta que alguno ceda.—Encogió los hombros y se hizo a un lado, invitándola a acompañarlo—. Es bueno que esté aquí, creo que algunos esperamos que el suelo se sacuda en este día. Yo, en especial.
Lo ultimo lo murmuró en voz baja, asegurándose que solo ella lo escuchara.
—¿No hay problema con acompañarla? —interrumpió Tzel, que los seguía de cerca, sabía que jamás les permitirían entrar, pero estar, aunque fuese a diez metros de distancia, le hacía sentir un poco más tranquila respecto de la seguridad de Ipherium.
—Uhm… no lo sé—caviló el ministro, deteniendo su caminar para mirarlos por encima del hombro. Su rostro era impasible mientras fingía pensar, luego de unos segundos sonrió divertido—. ¿Te haría sentir mejor si os quedáis puertas afuera?
—Sí.
Lar y Nib se acercaron en silencio, dejando en claro que ellos no se quedarían atrás. A cada segundo Ely parecía tener mas razones para echarse a reír, así que miró a Ipherium y le guiñó.
—Qué maravilla de subordinados tiene, Jer Aëla.—Ella resopló y siguió su camino, el ministro por ultima vez se volvió a verlos y con un movimiento de cabeza les dio permiso para seguir—. Dada la citación inesperada, no se especificó el tipo de asistencia así que la escolta no está descartada ni prohibida. No veo el problema. Solo una cosa: compórtense.
—Sí, señor.
—Buenos chicos.
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I. Say goodbye.
Habían pasado horas desde que se habían despedido de Ro junto a sus hijos y podía notar que Stavros estaba disimulando penosamente su decepción al no haber podido pasar más tiempo con ellos luego de la batalla. Si bien se sentía un poco culpable por lo rápido que habían dejado la tribu, no podía culparla por urgirlo a volver por sus cosas y regresar a casa.
Después de todo de donde provenían sus cargos no eran tan insignificante como aquí en la Tierra donde pasaban perfectamente desapercibidos mientras no se metieran en problemas. De igual forma le había dado un golpecillo con su hombro con una expresión de disculpa.
“Está bien” había respondido, dándole un beso en la cabeza y levantándose para comprar una bebida en la máquina expendedora del aeropuerto, le dio unos minutos para pensar lo sucedido sin tener que ser precavida de que Stavros se preocupara.
Quizás no debió ignorar a que punto llegaba el enamoramiento por Ro, si bien no se preocupó en ese entonces de que juguetearan y coquetearan mientras lo mantuvieran en los límites de “amistad”, ahora ya parecía imposible arrancar a la humana del corazón de Stavros.
Prefería no pensar en la reacción del Conclave ante eso. Sería demasiado problemático defenderlo.
Por otro lado, Joseph había embarcado hace una hora en un vuelo a Estados Unidos y aunque habían conversado animosamente gracias a Stavros, Sílex aún se sentía incomoda cuando el chico le dedicaba sus miradas de admiración y aprecio. Por un momento deseó poder meterlo en cualquier otro vuelo para que desapareciera pronto y no tener que lidiar con eso.
Los humanos eran raros, podrías darles un pequeño acto de valentía o salvarlos de la muerte y ya pensaban de ti como alguien digno de confiar por siempre.
La perturbaba, y jamás lo entendería.
Cuando aterrizaron en Londres, lo único bueno del caso es que estaban lejos de todos y el edificio donde vivían se le antojaba un montón para bañarse y quizás tragar un par de cervezas. El vuelo había sido demasiado largo ahora que estaba… despierta.
Cuando cruzaron la recepción, el conserje tuvo que mirar dos veces para asegurarse que no veía fantasmas.
—¿Señor Wolfrahm? —Cuando miró detrás de él y vio a Sílex, sus cejas estuvieron a punto de fusionarse con el resto de su pelo canoso—. ¡Señorita Labbé! Gracias a Dios, pensé que les había pasado algo malo, la Señora Lynn no dejaba de pegar panfletos de “Se busca” con su rostro por todas las calles. Casi tuvimos que suplicarle que no fuera a la policía.
Stavros se carcajeó.
—¿Eleonor? ¿A la policía? ¡Ja! Qué sería del edificio sin el bizcocho de marihuana de esa mujer. ¡Ah, me pregunto cómo hubiera resultado eso! —Se giró a mirarla con una enorme sonrisa en el rostro y en su idioma le murmuró—: Imagínate, una drug dealer pidiendo ayuda a la policía.
—Ajá, sí, en fin. Gracias, Martin —le comentó ella, empujando a Stavros al ascensor en tanto el hombre rebuscaba con las mejillas rojas las llaves que habían dejado cuando se habían ido—. Habría sido demasiado problema si no la hubieras detenido, sé que ella te escucha más que a cualquiera.
—A-Ah, no…—Su rostro se volvió más rojo por la vergüenza—. No es nada, señorita. Estará feliz de saber que han vuelto.
—Aunque se demorará en saberlo. —Encogió los hombres y apuntó el calendario—. Por las fechas debe estar de vacaciones con su sobrino.
Martin la miró con sorpresa y asintió.
—Sí. Las Bahamas, creo.
-°°°-
Podía escuchar la ducha correr desde donde estaba, Stavros estaba dándose su tradicional lavado de una hora para relajarse. Típico en los peores momentos, pero no podía negar que la tranquilizaba. En cambio, ella no halló la hora de acabar y vestirse, y no tenía idea de por qué, pero no dejaba de mirar a su alrededor y esperar que cualquier momento Anika apareciera con sus cansados ojos azules, arrastrando los pies y con pocas ganas de seguir viviendo. Se notaba por el olor a abandono en el lugar que ella hacía mucho tiempo había dejado de alojarse allí. Incluso cuando quedaban un par de prendas en los cajones.
No había rastro de que hubiese salido con prisas, por lo que se consoló pensando que quizás ya no quería estar sola y se había mudado con… alguien. O al menos alguien de su confianza. Era mejor pensar en eso a imaginarse que estaba en problemas
La despedida anterior había sido demasiado incómoda, y por eso esperaba que ella no se acordara que existía, de otra forma tendría que decirle que quizás esta vez no le vería la cara de nuevo y no estaba lista para otra despedida con demasiadas explicaciones.
—Estás pensando en la nephilim. —Stavros se dejó caer a su lado en el sillón, inclinándose sobre la mesa de centro para zamparse de un trago una lata de cerveza. Cuando terminó se puso a masticar uno de los sándwiches que había preparado apenas terminó de vestirse—. Revisé el lugar mientras te duchabas y los pergaminos de protección están intactos, tampoco hay rastro de que alguien haya entrado aquí por la fuerza. Así que… quizás solo se marchó.
Sílex asintió, no quería tener que cavilar más en el tema y agradeció mentalmente a Stavros por preocuparse por ella, así que empujó sus pensamientos lejos de las preocupaciones actuales y lo enterró profundamente en sus archivos de “dolores que matan con el tiempo”.
Tendría que encontrar la forma de desapegarse de todo lo que refería a este mundo y poner su mente en cosas que importaban. Para ella. Para su gente. Lo cual ya era difícil.
Ahora no podía tener su corazón divido innecesariamente.
—Le avisé a Tzel que volveríamos—le informó para cambiar el tema.
—Ah. Supongo que nos estarán esperando.
—Ni lo digas.
Stavros se quedó pensativo.
—Echaré de menos este lugar. —Hizo una pausa y ella supo que su cabeza aún estaba con Ro y la tribu en Rusia, claramente lo último que extrañaría sería este lugar—. Tengo el presentimiento de que esta vuelta durará más de lo que me gustaría…
—Tu aún puedes regresar—le recordó Sílex tratando de consolarlo, le sacudió el cabello con suavidad y por primera vez notó que la barba le había crecido un montón—. Tu área de trabajo es mucho más flexible que la mía, por lo que dudo tu tristeza dure demasiado. ¿Te preocupa que Ro no te espere o encuentre algún otro tipo más joven?
Él soltó un largo suspiro y se desplomó contra el respaldo dramáticamente. Bien, al menos recuperaba su ánimo.
—¿Y si encuentra otro musculoso guapo y de increíbles cualidades protectoras mientras no estoy?
—Ugh, dudo que ese sea su tipo…—masculló ella rodando los ojos, se levantó y retiró los platos sucios. Se dio mentalmente unas palmaditas en la espalda ya que aún lo podía animar sin tener que manipularlo—. No sé cómo bajó sus estándares, debe haber sido el puñetazo que le dio Kan esa vez…
—¡Esa mujer me vuelve loco!
Dejó de escucharlo cuando comenzó a farfullar sobre sus ojos amables y sonrisa de diosa. No necesitaba esa clase de información, había tenido suficiente de aquella vez que los encontró con la lengua prácticamente en lo profundo de sus gargantas. Traumatizante y asqueroso. No recomendado.
-°°°-
Se tomaron dos días para descansar y simplemente sumergirse en sus quehaceres. Para Sílex eso incluía revisar correos, responder mensajes y alertas de los otros grupos e informar la retirada de lugares innecesarios. Confiaba que Mitahya hubiese tomado las decisiones correspondientes como segundo a cargo.
Stavros empacaba dos mochilas con documentos que no podían dejar atrás y cargaba las armas en un bolso de viaje, podía vislumbrar su katana y el set de dagas de plata que había recibido de Mack como regalo de la tribu por cuidar del Linaje Azul.
—Creo que es todo lo que queda de nosotros aquí.
Sílex dejó las cartas de Kive y se giró a mirarlo.
—Dudo que debas llevar más de tus cosas…—le alzó una ceja al ver el collar con el dije que había creado Ro en sus momentos de ansiedad—. Pero veo que sí llevas lo necesario.
—De la suerte, así vuelvo vivo.
—O si quieres volver solo con tu cabeza —bufó ella y le extendió una de las hojas que tenía desparramadas sobre la mesa, cuando Stavros la miró con ojos interrogantes se encogió de hombros—. Me comuniqué con un vendedor de Bienes Raíces e hice un par de consultas…
Su amigo comenzó a leer y a cada segundo que pasaba parecía más confuso.
—¿Me explicas por qué aparece mi nombre como propietario de esto? —Se sentó junto a ella y empujó el pedazo de papel en su dirección—. Pensé que teníamos un acuerdo mutuo de consultar este tipo de cosas… Sílex, ¿qué tratas de hacer? ¿Hablabas en serio sobre no poder volver?
Ella no respondió y evitó verlo a los ojos.
La cuestión no era si podía o no, la pregunta era: ¿Quería volver? No. No lo sabía, pero sí estaba segura de que necesitaba volver a Athanaj. Stavros debió pensar algo similar, porque sus ojos se llenaron de tristeza.
—Hey, si es por lo de Ro…
—Wolfrham. —Apenas conjuró su nombre, se enderezó y sus ojos azules brillaron—. No seas estúpido.
—Ah, diablos, ¿tenías que decir mi nombre de esa manera? —se quejó, pero luego de un rato la apuntó con el dedo—. Pero venga, ¿qué estás planeando?
—Nada, solo pienso que, si vuelves, aun tienes donde llegar. O… donde mover a Ro. El portal está más cerca en este continente que en el otro de todos modos, así que no estaría tan lejos de ambas… cosas…—Hizo un gesto con las manos, divagando y apuntando a nada en particular.
Stavros abrió y cerró la boca como pez fuera del agua, se sentía confuso. No solo porque no esperaba que Sílex pensara en Roxanne como parte de él. O siquiera que la considerara en su vida, después de todo, aunque sonara vulgar, ella era humana y la mínima relación entre ambos podía considerarse absolutamente prohibida. Y eso los ponía a ambos en desventaja sin importar si la madre de Ro hubiera sido una bruja poderosa.
Si no pertenecía a Athanaj, no había forma de integrarla.
Por todas esas razones le parecía demasiado extraño la consideración de Sílex, la forma en que planeaba tan rápidamente todo el asunto era aún más sospechoso. Y sentía que ocultaba algo y aunque lo intentara, no sabía en qué dirección apuntaba la espina de desconfianza.
Lo peor de todo, era casi como si se estuviera despidiendo.
—¿Pasa algo que deba saber?
Sílex se detuvo y lentamente alzó la cabeza para mirarlo directamente a los ojos, lo observó por largos segundos y casi con esfuerzo murmuró:
—¿Confías en mí?
—Sí.
No le hubiera importado la caricia sino fuera por la expresión de aflicción en su rostro.
—Gracias.
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x. See you soon.
Cuando abrió los ojos pudo sentir inmediatamente el cambio en su cuerpo. La ligereza y la facilidad que tenía para respirar. La energía de la tierra y todo lo que la rodeaba fluía con tanta claridad como lo haría el agua cristalina. Casi le costó recordar el alivio que sentía cada vez que podía leer el flujo de energía bajo sus pies y entender cómo podría cambiarlo, mutarlo o destruirlo. Y así como en ese entonces, pudo notarlo aun cuando apenas recuperaba la conciencia. Hacía mucho tiempo que algo tan insignificante como aquello provocaba felicidad.
Respiró profundamente.
Sintió como si hubiera despertado finalmente de una pesadilla que se había repetido por dos años sin descanso y el cuerpo que ahora era suyo por completo, se sentía extraño pero familiar.
Parpadeó para alejar unos segundos la luz de sus ojos, tenía la vista desenfocada y con gran dificultad intentó mover los labios, no tenía idea dónde estaba, pero sabía que estaba segura.
El ruido a su alrededor la obligó a mirar lejos del cielo y buscar la fuente del alboroto. Vislumbró árboles y flores, un montón de verde y café, cuando logró mover la cabeza sus ojos encontraron inmediatamente los de Stavros, quien era arrastrado por un niño no menor de diez años que apuntaba frenéticamente en su dirección y gritaba con alegría sobre “un muerto revivido”.
Stavros se soltó de su agarre y corrió como si la vida se le fuera en ello. Cuando se tiró al suelo, lo primero que sintió fueron sus cálidas manos tocar su rostro y las gotas de agua cayendo por su frente.
Sílex logró tocarle la cabeza sin decir nada, solo escuchándolo llorar en silencio.
—Está lloviendo —murmuró en tono casual, luego de luchar con la sequedad de su garganta. Él la levantó con delicadeza y la llevó a su pecho, escondiéndose en su cabello—. Supongo que salió todo bien.
—Si ignoramos el “casi te vas al carajo”, pues sí.
—Ah, pequeños detalles.
El silencio se extendió luego de eso, Sílex dejó que se desahogara. Suponía que no era un gran viaje pensar que una persona increíblemente cercana a ti hubiese muerto. Debía lidiar con eso, después de todo Stavros tendía a ser un gran bebe llorón. Cuando se hubo calmado le ayudó a beber agua y cambiar las vendas de las heridas que aún no querían sanar.
“Aún queda mercurio en mi cuerpo” le había avisado, y aunque él la miró con ojos preocupados Sílex con un movimiento de muñeca le hizo saber que era una mínima cantidad y no tenía gran importancia. Sabía que una vez su cuerpo descansara y recuperara su vitalidad, éste pondría a trabajar su sistema para recuperar el espacio perdido por el trato con Helda al tomar parte de su alma.
—¿Joseph?
Stavros levantó la vista de lo que hacía.
—Está con tu novio —comentó y cuando Sílex no reaccionó, él rodó los ojos—. Sebastian. Están conversando. Después de todo son hermanos… medios hermanos, en fin, tú me entiendes. Ya sabes que la sangre une, tira, destroza.
—Imagino que no está muy alegre por confirmar el misterio.
—No —respondió frunciendo los labios—. Tampoco tuvo una reunión agradable con su progenitora. Pensé que le cortaría la cabeza, después de todo, lo que paso con el Linaje es por culpa de ellos. Discutieron un largo rato, pero cuando se calmaron creo que lograron arreglar sus asuntos, no sé. Gabrielle prometió verlo pronto, e hizo lo mismo con Joseph. Aunque él no fue tan complaciente…
—Supongo que le confunde el concepto de una madre celestial.
—Podrías decir que sí, o es el hecho de que lo abandonó y nunca mostró su trasero. No se veía muy comprensivo con ese asunto de todos modos, creo que le tiene más aprecio a Michael que a ella. En fin, es todo lo que pude entender del gran drama familiar celestial.
—Cotilla.
Stavros encogió los hombros y antes de que pudiese decir algo, Sílex desvió sus ojos detrás de él. Ro como era costumbre se detuvo en seco, con sus ojos azules abiertos por la sorpresa. Suponía que su llegada no fue tan silenciosa como pensó.
—Hola. —Terminó por acercarse y se arrodilló al lado de Stavros, que le sonrió y tomó el pequeño canasto que traía en las manos—. Misa se demoró en informar que habías despertado, después de todo lleva unos minutos alcanzar la tribu cuando tus piernas son tan cortas. Y Kyle preparó esto para que comas.
—Gracias. —Miró la canasta y de inmediato se metió un par de uvas a la boca—. Por tu cara asumo que tus hijos están mejor.
Ro sonrió y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Sí, lo están. Se recuperaron rápidamente, no sé qué tiene esa mujer, pero de verdad que es mágica.
—Por algo le dicen la “Gran Madre”, poderes de la luna y todo ese rollo—contestó Stavros en tanto desenvolvía un pedazo de pan—. Tiene una gran energía.
—Sí, y han ofrecido hospedarnos un par de días mientras pensamos qué hacer. Me ha dicho Sebastian que quizás se quede hoy y ya mañana parta…—Al decir esto Ro miró disimuladamente el rostro de Sílex, pero estaba demasiado concentrada con un trozo de carne como para decir nada—. Joseph vendrá en unos minutos a verte. Quiere agradecer el que hayas salvado su vida.
A esto, Sílex la miró y frunció las cejas. Claramente no muy contenta con la información. No entendía qué había de agradecer, las cosas sucedían por las decisiones tomadas y de eso ella jamás pensaría en arrepentirse. Conocía demasiado bien la guerra como para hacer algo sin más.
Además, no pensaba morir en ese lugar, tenía peores asuntos que atender como para entregarse a la muerte tan facilmente.
—No veo la necesidad —masculló con dificultad, verdaderamente incomoda—. Y no se si quiero más visitas de todos modos. Así que dile que no se moleste, lo veré pronto.
Ro asintió, pensativa.
—Se lo diré…
—¿Estás curiosa por el trato? —Sílex ladeó la cabeza y miró con atención sus ojos—. El mío se rompió por Joseph, así que asumo que cualquier otro vinculo unido a mí tuvo el mismo destino. Creo que pudiste darte cuenta de tu libertad cuando me desangré.
—N-No…—Ro no pudo evitar sonrojarse porque, aunque lo había pensado, no imaginó que fuera posible—. Yo solo creí que era parte del desenlace, y pensamos que no despertarías porque te atravesaron con un arma celestial, así que solo esperaba…
—Morir. —Sílex asintió comprensiva y miró a Stavros, que silenciosamente se había movido un poco para darles cierta privacidad. Sus ojos le dejaron ver las horas de incertidumbre y dolor que había pasado—. Supongo que estás feliz de saber que vivirás por mucho tiempo.
—Si hubiese sido a costa de tu vida, no sé qué tan feliz me hubiera sentido.
Era tal la sinceridad en su voz que Sílex simplemente no supo responder, así que asintió y Ro pudo ver una pequeña sonrisa curvar la boca de la alquimista. Aunque ella seguía siendo intimidante, Ro pudo notar que había cierta suavidad en su semblante y no se sentía tan incomoda como solía. Ya no lucía tan inalcanzable, o como si fuera a explotar en cualquier momento por dar un mal paso. Había tranquilidad, y solo porque pudo relajarse estiró la mano para darle un apretón.
- °°° -
La noche cayó rápidamente, Sílex se pasó el resto del día durmiendo y solo se levantó cuando Stavros apareció con una muda de ropa. Revisó sus heridas y notó que la piel que anteriormente se encontraba abierta y sangrando, solo lucía rosada alrededor de las cicatrices que se habían formado.
—Ya que el del estómago y el brazo no sanan, asumo que es donde esta incrustado el mercurio.
—Terminaré de vestirme y lo sacaré.
—Aun estás débil, no creo que sea…
—Sabes que esto no es nada— le interrumpió ella y luego hizo una mueca burlona—. Además, el mercurio en este lugar no es lo mismo que en Athanaj.
Stavros suspiró.
—Supongo que tienes razón. —Se giró cuando la vio tirar de la ropa por sobre su cabeza, no es que nunca se hubieran visto desnudos, pero ahora era la Sílex que conocía, y esta Sílex era mucho mas importante que aquella que pretendía lucir como su amiga—. Pero no me puedes culpar por preocuparme. Te sentí morir… y no…
—Lo sé. —Terminó por subirse los pantalones y respiró profundamente, cuando se miró en el espejo observó con nostalgia el símbolo en medio de su pecho—. Pero estoy viva así que cuenta como algo bueno, ¿no crees?
Él asintió sin responder y se volvió para pararse detrás de ella.
—Te ves horrible.
—Gracias.
—Pero estás viva —repitió sus palabras, convenciéndose a sí mismo y Sílex no respondió, solo lo observó como solía hacerlo cuando eran pequeños. Como si necesitara verificar que aún eran amigos luego de haberlo lanzado de una patada por el barranco.
—¿Te quedas un momento? Necesito que me ayudes a verificar las marcas.
—Claro.
Sílex caminó al centro de la habitación y colocó ambas manos sobre el símbolo, inmediatamente cada línea y curva trazada en su cuerpo se iluminó, recorriendo centímetro a centímetro de piel blanca hasta detenerse en su espalda baja. Los sellos estaban intactos. El alivio fue casi más fuerte que el ardor de sus heridas al sanar, después de todo eran lo único que mantenía su alquimia bajo control y todo lo demás con vida.
—Pensé que tendría que crear otro circulo—murmuró ella acercándose de nuevo para ver su reflejo, miró las finas líneas que surcaban su rostro y luego su mano—. Aunque esta de acá no se salvó.
—Pequeños detalles.
Cuando salieron del bungaló se encontraron con Sebastian de camino a la tribu. Él mantenía un vaso rojo de plástico en una mano y lo miraba como si fuera a predecir su futuro. Se sintió incomoda cuando Stavros le dio una mirada que la instaba acercarse, sus ojos eran claros y no tenían esa típica picardia cuando se trataba de él. Quizás ya era tiempo de encaminar las cosas. Después de todo, sus recuerdos con Sebastian siempre eran borrosos, confusos y se mezclaban unos con otros.
Al punto que parecían sueños y pesadillas al mismo tiempo.
Suspiró.
Estaba consciente de lo que pasaba entre ambos, pero ahora más que nunca entendía que no había nada para ellos en el futuro.
—Hey.
Sílex ladeó la cabeza como saludo, no sabía qué hacer, pero el nerviosismo la obligaba a moverse. Había una pequeña distancia entre ambos y aun así parecía abismal, lo cual era inusual. Sebastian debió notarlo también porque terminó por acercarse y la abrazó. La anterior Sílex probablemente se hubiera puesto rígida y se habría alejado, sin embargo, ya no era esa persona.
Solo por eso se dejó envolver y permitió que Sebastian la apretujara en su calor, podía oler su colonia y lo que sea con que haya lavado su ropa. Olía a confort, lo que esperarías oler en un lugar que sabías conocido y donde te sentías lo suficiente cómodo para no estar a la defensiva. Debieron pasar minutos o horas, y no parecía que él tuviera la intención de soltarla. No era de extrañar tampoco, todo lo ocurrido y la situación actual urgía a sus partes a darle un final. Y el problema del caso es que ninguno estaba preparado para el dolor que seguiría.
El nudo en el estómago había subido progresivamente a su garganta y nuevamente se hallaba sin palabras. ¿Cómo dices un adiós sin que signifique “jamás te volveré a ver”, sino más bien diga “adiós a lo que pudo ser de nosotros”?
—¿Volverás a Athanaj? —Cuando la sintió asentir, Sebastian frunció los labios. Suponía que todas sus sospechas eran ciertas, y aun así no podía evitar sentir que debía impedirlo—. Entiendo. ¿Podrás visitar o…?
—Debo volver—le respondió ella, pero no supo si podía decir o dar una vaga respuesta de que quizás se verían—. Me demoré demasiado en esto, después de todo está prohibido involucrarse en el curso de eventos en otros mundos. Yo más que nadie debió evitarlos.
—Y casi te matan.
—Precisamente. Sin contar que fue con un arma espiritual.
Sebastian la soltó solo para mirar su rostro, tenía una expresión tensa y fruncía las cejas buscando cómo decir lo que había en su mente.
—Ella… Sabes que Azrael estaba obligada a seguir ordenes, al fin y al cabo, es mi culpa también por no haberla podido proteger, yo… mi madre…
—Está bien. —Sílex sacudió la cabeza y le dio unas palmadas en la espalda—. Conozco lo suficiente a tu hermana como para no saberlo. No soy la clase de persona que se lamente por lo que sea que ocurra en medio de una guerra. Además, no puedes hacer promesas que sabes rotas, no hay nadie a quien culpar ni proteger en una situación como esa.
—Lo siento.
Esta vez ella no dijo nada, no sabía exactamente si las disculpas eran porque su hermana casi la mata o porque no pudo cumplir las promesas que le había hecho a ella. De todas maneras, no había importancia en ninguna de las dos, no tenía sentimientos encontrados y ni rencores de los cuales buscar venganza. Toda excusa era innecesaria para ella.
Si podía pensar siquiera en algo que compensara la situación, podría ser que había ganado más de lo que sea que hubiese perdido. Y todo había terminado ya. ¿Por qué aferrarse a algo que se había ido?
—Te extrañaré—murmuró luego de un rato, con la voz ligeramente ronca. Sebastian levantó la cabeza y sus ojos estaban brillantes de tristeza, pudo ver en su expresión que sabía lo que estaba por venir—. Espero encuentres paz de aquí en adelante. Ojalá no hubiéramos peleado tanto, seríamos buenos amigos y esto no sería tan dramático.
Sebastian sonrió.
—Supongo que sí. Aunque no puedo decir que no fue divertido perseguirte, traía buenos resultados… pero jamás reemplazará el hecho de que extrañaré a esta Sílex…—Le acarició el cabello y enmarcó sus mejillas con ambas manos, la observó largamente, grabando cada pequeño detalle del cual temiera olvidarse. Deseaba que ella hablara más, solo para poder recordar el timbre de su voz cuando cerrara los ojos—. A esta Sílex que amo.
Ella sujetó sus muñecas con fuerza, evitando el escozor que amenazaba con llenar sus ojos de agua. Diablos, verdaderamente había recuperado su alma, cada emoción estaba alborotada y divagaba violentamente dentro de ella solo por él. Quería repetir sus palabras, pero no podía.
Por eso, lo besó.
Se permitió saborear el calor y suavidad de su boca, respirar su aire y cerró los ojos al anhelo.
—Nos veremos, Abbadon.
Sebastian cerró sus manos en la nada y solo pudo observar la silueta de Sílex desaparecer entre los árboles.
—Nos veremos, Ipherium.
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Se hizo a un lado cuando la chica estuvo a punto de taclearla con las dos enormes mochilas que llevaba montadas en cada brazo, por un instante se mantuvo quieta, tratando de descubrir si se sentía más desconcertada por la energía que poseía a esas horas o el hecho de que tuviera tanta fuerza para llevar todo ese peso sin despeinarse. Incluso el bolso que le había dado hace unos minutos se sentía más pesado de lo que debía.
Suspiró, observando sus pies con el ceño fruncido. Se le hacía extraño todo, el lugar, las personas, la situación; no se sentía como en aquellos días donde planeaba cada pequeño detalle en su misión y había una precaución en cada movimiento que hacía. Suponía que esa era la razón por la que siempre fue independiente y nunca se metió a una organización de cazadores. Estar en un grupo era ruidoso e impredecible y las posibilidades de victoria se reducían considerablemente si no confiabas un poco en el otro. Eso y que muchos morían si tampoco eran lo suficiente buenos.
Aunque Ro no podía pensar de esa misma manera respecto a… ellos. Ya había atisbado un poco lo que podían hacer incluso si era la punta del iceberg. No eran como cualquier otro grupo que hacían cosas por algo específico, como con un fin heroico, desde hace días sentía que detrás de la ayuda había un segunda intención. Y debido a eso tampoco no podía confiar del todo en ellos para rescatar a sus hijos. ¿Y si la abandonaban? No molaba que pudieran pasar de ella a mitad de camino.
Pero, ¿cómo confiaban en ella para arriesgarse así? Después de todo, era la misma situación, ¿verdad? No había pensado en eso tampoco…
— ¡Eh, Ro!
La rubia pegó un salto y se giró, siguiendo el sonido de la voz de Jazz.
—¿Q-Qué suce…
—¿No te dije que metieras eso en el asiento?—le siseó con tono dulce y una sonrisa tan grande que le dio un escalofrío. Tenía ojeras prominentes y su cabello castaño estaba opaco, su cara pálida le daba un aspecto enfermo y demacrado. Ro se encogió con una mueca, parecía que una tonelada hubiera golpeado repentinamente su cuerpo—. Deberías obedecer cuando te dicen algo, ¿no crees?
—Uh, y-yo sólo…—Dio dos pasos atrás, intimidada por la repentina mirada desorbitada de te-asesinaré que le dedicó. Vio a Stavros sacudir frenéticamente los brazos detrás de la chica, sus ojos llenos de pánico urgiéndole que no respondiera—. Yo…
— ¿Insistes en contradecirme, Roxanne White? ¿Buscas desesperadamente que te mate? O quizás pruebas tu suerte creyéndote un héroe parlante, ¿ah? ¿Qué sucede? ¡Ahora no quieres hablar!
Jazz la acorraló y parecía estar endemoniada con los ojos oscurecidos, alzó la mano delgada frente a su rostro como si fuera a estrangularla. El cuerpo de la morena emanaba una energía que lamía su piel para arrancársela. ¿Qué demonios?
Stavros la detuvo colocándole una mano en el hombro justo en el momento en que se iba a lanzar para lastimar a Ro.
—Los modales, Andrómeda. —La alejó unos centímetros y medio metió su cuerpo entre ella y Ro para protegerla—. No la intimides así, pensará que somos todos unos psicóticos o raritos con desórdenes mentales.
—Tú no te…
—Tsk, Ro probablemente sólo esté sorprendida de las molestias que tomas para cuidar de ella, ¿verdad? No tienes que ser así, además ya te saliste con la tuya.
—Oh. ¡¿De verdad?! —Jazz exclamó emocionada, y como si se hubiera ganado un premio miró a Ro con ojos brillantes y cálidos— ¿Verdad que estás bien ahora?
Fue un cambio tan radical que la rubia estuvo segura le iba a dar un patatús.
—Y-Yo, uh… ¡sí, b-bien!—medio chilló apretando el bolso contra su pecho.
Le pesaban las piernas y tenía los muslos entumecidos, como si hubiera corrido días sin parar; sentía que estaba a punto de derrumbarse. Prácticamente toda su energía se había drenado fuera de su cuerpo y no entendía por qué. Compartió una mirada con Stavros y éste le indicó que esperara.
—Bien, muy bien. —La chica se giró sobre sus talones como si no hubiera pasado nada y le gritó al Hassasin, olvidándose completamente de los dos—. ¡Eh, Kan! Mueve tu culo perezoso que debemos irnos. ¡Venga, tío, tienes que…!
Stavros tapó la visión de Ro y la empujó suavemente dentro de la van, se veía serio y parecía molesto también. Ni siquiera había movido músculo cuando le habló a Jazz como si mediara con una persona que podría descontrolarse en menos de dos segundos ante el menor imprevisto. A ella le temblaba el cuerpo y eso la sorprendió, no que realmente le hubiera dado miedo, pero había sido esa energía asfixiante que la paralizó lo que le había agotado e intimidado. Como si hubieran robado parte de su vida.
—Lo siento —dijo Stavros, llamando su atención.
Ro evitó mirarle, se sentía confusa y ligeramente desorientada, como si se despertara luego de un desmayo. Recién notaba que tenía las manos sudadas y el frío que le recorría por la espalda aún no se iba.
— ¿Por qué? No que fuera tu culpa o…
—Jazz está… en malas condiciones por ahora —le interrumpió—. Además de que Sílex le prohibiera llevar todo lo demás, se molestó muchísimo y creo que empeoró su estado.
— ¿S-su estado?
—Es difícil de explicar, sólo puedo decirte que… hay partes de ella que son inestables. Demasiado.
Se mordió el labio, nerviosa. Sus pensamientos convergieron en Jazz, recordándola aquel día que la conoció con su sonrisa, mejillas rojas y una alegría de niña que le enterneció hasta la médula. Desde un principio la defendió e intentó calmarla, pero verle de ese modo, donde parecía otra persona y dispuesta a matarla sin contemplaciones, le había desconcertado tanto que ya no sabía si podría mirarle a la cara.
—Oye, no la trates diferente, ¿vale? Probablemente cuando vuelva a la normalidad, se sentirá terrible por ello. —Bajó los ojos con pesar y jugueteó con las llaves de vehículo mientras luchaba por decir algo—. Sé que no nos conoces en lo más mínimo, pero ellos son buenos compañeros. Jazz te tiene mucho cariño y, aunque Sílex y Kan sean un plato especial, sé que podrás manejarlos. Y me tienes a mí, ya sabes. Sólo… confía un poco en nosotros, así como nosotros también lo hacemos. ¿Te parece bien?
—Uh, vale —murmuró luego de unos segundos en silencio, y avergonzada por la honestidad que hacía brillar sus ojos camaleónicos.
—Bien.
— ¡Venga, todos arriba!
Stavros le dirigió una sonrisa antes de salir y rodear el auto para sentarse frente al volante. Cuando Jazz abrió la puerta del copiloto, Ro evitó mirarla casi por inercia. Quizás el no tratarla diferente iba a costarle un par de horas. De reojo vio subir a Kan con un bolso en el hombro que lanzó sin miramientos antes de acostarse sobre los asientos detrás de ella. Creyó escuchar un gruñido y un par de juramentos nada agradables en otro idioma hasta que un leve ronquido reemplazara su molestia.
Cuando giró la cabeza hacia adelante pegó un respingo al ver a Sílex frente a sí, como siempre saliendo de la nada. Ni siquiera la había sentido subir y eso que había desviado la vista un mero instante. Estaba observándola con atención y curiosidad, como si intentara leer su mente y escuchar lo que tenía que decir al respecto. Ro se atrevió a sostenerle la vista unos segundos, pero cuando el mismo tirón en el estómago de la vez que hicieron el pacto le provocó vértigo, tuvo que mirar afuera y ver los árboles a su alrededor convertirse en lentos borrones negros mientras el vehículo avanzaba.
Menudo viaje en el que se había metido.
Las llantas sobre el asfalto parecían ligeras mientras se movían, el letargo de hacía dos horas desapareció inmediatamente cuando apenas comenzó a caer en la inconsciencia, ésta la llevó directamente a las usuales pesadillas. La pura desesperación la obligó a abrir los ojos. Ro se espabiló con torpeza, reacomodándose sobre el asiento y volviendo a escuchar los alegres cuchicheos de Stavros y Jazz en la parte delantera.
Notó casi al instante la mejoría en el estado anímico de Jazz, al estar de perfil la rubia podía ver que el color rosa de las mejillas había vuelto y sus ojos anteriormente oscuros, volvían a lucir un verde limón luminoso. Sin embargo, seguía sintiéndose extraña respecto a ella y de cierta forma, un poco culpable.
<<Vale —pensó—, quizás un par de horas no serán suficientes. >>
Quiso espiar a Sílex solamente por la curiosidad de si alguna vez podría pillarla con la guardia baja, pero ella seguía exactamente como la vio antes de que partieran; piernas dobladas contra su pecho, sus brazos descansando sobre las rodillas y la vista fija en el paisaje que para ella había dejado de distinguirse por la velocidad. La cabina estaba oscura e increíblemente cálida, pero aún podía distinguir el color de sus ojos. Los asientos eran tan cómodos que apenas sentía nudos en el cuello, Kan seguía roncando en los asientos traseros, las tenues luces doradas al lado en el suelo alcanzaban a iluminar el piso lo suficiente como para dar un par de pasos sin tropezarse con el aire.
En teoría, la tranquilidad permanecía temporalmente con ellos.
Sentía cierto aire de alivio en ese pequeño lugar andante después de todo el alboroto. Incluso cuando esa calma no era completa, el sentimiento doloroso en su pecho había desaparecido del todo. Y se alegraba. Se alegraba porque era la única manera en la que no pensaría como una madre desesperada y sin posibilidades de vencer, y más como la cazadora letal que una vez fue.
Suspiró.
Susie y James eran lo último en lo que quería pensar, evitaba traerlos a colación, pero… tampoco podía seguir ignorándolos cuando eran su mayor preocupación. El exhaustivo pensamiento de que quizás no pudieran estar vivos y que todo el tiempo que había desperdiciado aquel día por llorar al darse cuenta que no fue un sueño… simplemente le había quitado la esperanza de salvarlos. Se estremeció y alejó con rapidez esa tontería de su cabeza. No, era imposible. Ellos estaban malditamente vivos, lo sentía. Era así. Debía serlo.
Apretó los ojos y luego fijó la vista en Sílex. Su rostro sereno y despreocupado ya se le hacía lo suficiente familiar como para atreverse a mirarla a hurtadillas sin mucha dificultad. Quería preguntar. Saber más cosas, pero no se sentía segura de siquiera respirar. Abrió la boca, pero nada alcanzó a escapar de ella, boqueó varias veces hasta que decidió no decir nada. Porque, ¿qué iba a preguntar para comenzar una conversación? ¿Qué tal el clima? ¿Está cómodo el asiento? Rodó los ojos, sí, muy brillante.
La miró con atención, preguntándose qué ocurría dentro de su cabeza, cuál era el misterio en su mirada. Le era difícil describirla, ella era como un maldito campo minado. Pero tenía que armarse de valor de nuevo, ¿no? Sabría ella que sí.
—Uhm, ¿puedo… preguntarte algo? —murmuró insegura. Con Stavros y Jazz discutiendo sobre cual vía era mejor, el ruido de sus voces ayudaba a que no se sintiera tan nerviosa.
Sílex desvió la vista del paisaje, sus ojos perezosos se iluminaron levemente por la curiosidad. Ladeó su cabeza y asintió, indicándole que continuara. Ro se revolvió en su lugar y se miró las manos, forzándose a buscar las palabras correctas y no enredarse con sus propios pensamientos.
—Bueno, verás, me estaba preguntando… por qué aquel día fuiste al Purgatorio. Es decir, Sjanx tiene a Susie y James, ¿no? Así pues… ¿por qué ir ahí sabiendo eso?
Por el rabillo del ojo notó que Stavros y Jazz se silenciaban, y cómo ésta última se removía incómoda esperando la respuesta. Sílex se le quedó viendo fijamente, dándole esas miradas en las que parecía examinar de arriba abajo su pregunta. Cuando creyó que le iba a responder, ella volvió a mirar hacia afuera como si la ignorara. Ro se indignó inmediatamente y haciendo acopio de valor, abrió la boca para decir algo, sin embargo ella le cortó de inmediato.
—Tú realmente no recuerdas lo que me has dicho, ¿verdad? —sacudió la cabeza con molestia—. Menudo problema eres. Y pensar que acepté ayudarte aun sabiendo eso…
— ¿De qué hablas? —Se le quedó viendo completamente confusa. ¿Recordar lo que le había dicho? ¿Qué quería decir con eso? Sintió un repentino pinchazo en la nuca, como si fuera a darle una jaqueca de un momento a otro, el pitido corriendo fugazmente en su mente la dejó desconcertada, y flashes y sonidos borrosos le hicieron fruncir el ceño.
¿Recordar por qué…?
—Nada. —Sílex movió la mano para restarle importancia, pero sus ojos se mantuvieron recelosos mientras la observaba, como si fuera alguien en quién jamás podría confiar—. Cuando me asaltaste en el bar y acepté ayudarte, le pedí a Jazz que buscara la esencia de tus hijos para asegurarme de que lo que decías era cierto.
Sacudió la cabeza sintiéndose mareada, su mente corría a mil por hora y siquiera podía deducir que era aquello que no recordaba. Miró a Jazz sin entender y ésta la contempló por debajo de las pestañas, un poco avergonzada al encontrar sus ojos. Ro no quería pensar demasiado en lo que había pasado antes, porque estaba más interesada en saber cómo podría haber buscado a sus hijos si era… ¿Qué era? Ni siquiera lo sabía.
—Ella tiene la habilidad de encontrar a una persona, sin importar en qué hoyo del mundo pueda estar —le explicó Sílex. Se detuvo, midiendo su expresión como si temiera que por el simple hecho de hablar de ello, se echaría a llorar—: Es más fácil cuando están vivitos y coleando, pero las personas no necesariamente deben estar vivas para que pueda encontrarlas. —Ro se congeló—. Con normalidad, evitamos involucrarnos directamente con humanos, por eso necesitábamos saber si era cierto lo que decías.
—Como si mi desesperación no hubiera sido suficiente —repuso la rubia.
—El problema es… que no los localizó en ninguna parte, y concluimos que la única manera de que no estuvieran, era porque ya estaban muy, muy muertos —continuó Sílex, ignorando olímpicamente su enojo—. Pero tuvimos que descartar una muerte definitiva, dado que aún había un rastro de alma corriendo por la Tierra. —Suspiró y se pasó una mano por el cabello con el mismo gesto despreocupado de siempre. Ro tragó saliva—. Hasta ahí, nos quedamos sin ideas… así que buscamos una solución que, aunque fuera una simple hipótesis, pudiera ser remotamente factible. —La miró un instante con diversión—. Ésta hipótesis debía permitirnos pensar en una existencia invisible… Una existencia dormida, que pudiera hacerle creer a cualquiera que ya no está. O que había dejado de existir. Y el único lugar que tiene la capacidad de no pertenecer a nada ni nadie, de flotar entre “el aquí y el allá”…
—Es el Purgatorio —concluyó Ro sin creérselo.
—Un lugar demasiado perfecto y oportuno, si me preguntas.
— ¿Pero cómo tú…?
—He llevado buen tiempo sirviendo en ese lugar, las almas pasan por mis manos como si fueran monedas de cambio. De una u otra manera, la energía allí está impregnada en mí, y mi energía fundida con él. Me es fácil saber cosas. Noto cualquier cambio e irregularidad, es casi como una comezón en el cuello —se encogió de hombros—. Fui a confirmar mis sospechas.
— Entonces quiere decir que ellos… ¿están traficando a través del Purgatorio?
—De alguna manera, sí —concedió Sílex con una mueca y mirando más allá, sobre su hombro—, pero el por qué sea, lo desconocemos. Sin embargo, no creo que Freya sea responsable de ello… permitir que muevan chicos del Linaje Azul por ahí…
—Ya. Claro. —Suspiró y frunció el ceño, jamás hubiera pensado siquiera en la posibilidad de que ese lugar fuera más turbio de lo que…Se masajeó las sienes—. ¿Quién es Freya en todo caso?
—Ah, la bruja que controla el Purgatorio —respondió Stavros con increíble desdén. Jazz le golpeó el hombro—. ¡Ouch! ¿Qué? No es como si mintiera, es una jodida perr…
—Stavros… —le advirtió Sílex y él inmediatamente cerró el pico. Jazz apenas pudo ocultar la satisfacción al verlo fruncir los labios, se tapó la boca disimulando una sonrisa.
—Como sea, no que me quite el sueño, pero la influencia de ella no es algo que se deba pasar por alto.
— ¿Por qué lo dices?
Sílex desvió la vista y sus rasgos se endurecieron. Ro se dio cuenta que había excedido un poco su carta de preguntas, pero su conversación en sí había sido casi un milagro, así que no se quejaba. Por ahora la sarta de incógnitas que rondaron en su cabeza había disminuido, aunque no desaparecido, claro. Si era positiva, era mejor que estar en una constante incertidumbre.
—Uhm, sí. Bueno… de cierta manera, eso quiero decir que Sjanx no es el responsable, ¿no?
—No, pero él hace el trabajo sucio. —Sílex inclinó la frente sobre el vidrio, terminando la conversación a pesar de que ella tenía más que preguntar—. Por ahora, mientras no sepamos quién está verdaderamente detrás de esto o cuál es el motivo… cargaremos con lo que venga. No mola ni un pelín, pero ya estamos aquí.
Ro asintió resignándose, ahí se iba su oportunidad. Otra vez.
El vehículo se inclinó hacia adelante cuando la carretera descendió hasta un par de curvas, había árboles en menor cantidad y casi se sentía como si entraran en un lugar más rural y habitable. Stavros redujo la velocidad a medida que se acercaban a una curva más estrecha, murmurándole a Jazz sobre comida chatarra y cerveza.
Afuera estaba relativamente en paz, en el horizonte se podía divisar las formas de edificios y un cartel promocionando algún producto mientras más se acercaban, fue un respiro de libertad ver un indicio de civilización. Lo hubiera sido del todo, claro, si no fuera porque una ráfaga de disparos chocó estrepitosamente contra el lado izquierdo en el que se encontraba ella. Se agachó por instinto y estuvo a punto de tirar de Sílex para que se cubriera de no ser por la brusquedad con la que se había lanzo de bruces fuera del asiento.
No obstante, cuando alzó la vista notó que ella se había quedado mirando a través del cristal sin inmutarse. Entonces una nueva bala cortó el aire y rebotó violentamente contra el vidrio, justo donde estaba el rostro de la alquimista; ella apenas y parpadeó. Aunque a Ro le sorprendió más que el vidrio si ni siquiera hubiera cedido ante el impacto.
Stavros viró el volante y trató de mantener la marcha recta cuando un impacto empujó la van para que cayera de la carretera al vacío. Kan se levantó como un resorte, como si le hubieran pinchado el culo con un alfiler.
— ¿Q-qué demonios? —exclamó.
—Ellos evitaron tus rastros demasiado rápido —le dijo Sílex a Jazz, con una mirada significativa.
Tenía la cara pálida, pero no había un malestar en su rostro que le indicara que estaban en peligro. Más bien estaba molesta, irritada, sus ojos oscurecidos parecían querer perforar el metal del auto para destruir al que los seguía.
—Esa clase de rastros no lo pueden evadir simples demonios —le siseó de vuelta y frunciendo las cejas—. A menos que ellos tengan…
—Sí, lo sé. —Sílex miró la nuca de Stavros y éste por inercia ladeó el rostro—. ¿Cuántos?
—Son dos coches, el otro viene más atrás— frunció el ceño y otro golpe los mandó volando hacia la derecha—. Ya. Vale tío, ¡venga! ¡Esto es jodidamente molesto!
—Sácanos de las curvas —le indicó Labbé— pero mantennos lejos del pueblo.
—Vale, tendré que rodear…
—¡Hay otro más! ¡Quizás una camioneta, aunque mantiene la distancia de los otros! No estoy segura, están demasiado lejos de los otros para que yo pueda verlos. —Jazz hablaba rápidamente y llena de ansiedad, sus ojos brillaban de confusión— No puedo notarle, tiene poca presencia pero definitivamente hay alguien que…
—Eh, Ro. —Pegó un salto y se giró en redondo para ver a Kan, de pronto sus manos estaban sosteniendo algo pesado, negro y metálico, lo reconoció al instante: un arma—. Al lado de la manilla sobre la ventana, hay un pequeño gancho plateado, tíralo y cuando sea necesario engánchatelo en la cinturilla. Bajo el asiento hay repuestos, así que…
Asintió vacilante mientras intentaba escuchar lo que Jazz le estaba diciendo a Sílex. El auto aceleró tan repentinamente que tuvieron que sujetarse de lo que pudieran, Stavros exclamó algo que le sonó a una maldición en griego.
—…tenue, deben estar usando Sombras, e incluso algún Vigilia para…—El chirrido de llantas no le dejó oír y otro impacto logró balancear la van—. ¡Pero deberías ver, no estaremos seguras si…!
De nuevo perdió el hilo de la conversación, el auto que los perseguía los alcanzó a embestir nuevamente por la parte trasera y pudo jurar que Stavros iba a bajar la ventanilla para mostrarles su dedo de amor si no estuviera tan ocupado por mantener el auto dentro de las vías.
— ¡Jodido idiota, muévete o vuela, pero lejos de mi camino! —les gritó.
La rubia se enderezó a duras penas y alcanzó a escuchar a Jazz decir:
—Hay que buscar alguna marca, sólo así sabremos. —Estaba sobándose la cabeza luego de darse un cabezazo contra el respaldo del asiento.
Sílex soltó un silbido bajo y soltó el respaldo del asiento.
—Bueno, quién lo diría. —Miró por la ventana hacia la oscuridad—. Baja un poco la velocidad, Stavros, los mantendremos cerca para poder quitarlos del camino.
—Pero si nos golpean de nue…
— ¡Solo hazlo! —lo regañó, moviendo su atención a Jazz—. Guíalo y trata de que rodee el pueblo que viene, lejos de la reserva. —Ella asintió y se colocó rápidamente el cinturón de seguridad, Sílex desvió la vista a la rubia y Kan, poniéndolos alerta—. Cubriremos la van y de paso probaremos una forma para llegar a la camioneta. Kan…
El Hassasin asintió y abrió la puerta lateral derecha con un simple movimiento de mano, el aire frío entró de golpe y Ro no pudo evitar estremecerse por ello, lo vio sacar el gancho del que le había hablado y cómo se lo enganchó en la cinturilla del pantalón. Se preguntó cómo demonios eso iba a sostener su peso si no tenía nada más que la tela del jean. Notó que el cable tirante era de metal pero delgado, la clase de cable que usaban los asesinos en las pelis para cortarle la cabeza a alguien. Le corrió un nuevo escalofrío y no precisamente por el viento, pensar en Kan, asesinos y cables se le antojó algún tipo de Jason del Viernes 13 pero oriental y con un humor de perros infernales. Sí, podía imaginarlo.
Él se lanzó repentinamente fuera del auto como si fuera una caída libre y Ro estuvo a punto de lanzarse de cabeza para evitar que cayera, el grito se le atoró en la garganta y el pánico la dejó con la mano estirada. Paralizada notó que el cuerpo del Hassasin estaba suspendido en el aire gracias al gancho que, sin que se diera cuenta, había materializado una cinturilla de un extraño material transparente, como papel de diamante, alrededor de su cuerpo.
Kan echó un vistazo y miró dentro, directamente a Sílex. Ro no se lo podía creer.
— ¡Se acercan! — gritó sobre el silbido del viento y el ronroneo del motor. Ella respondió con un movimiento de dedos y le murmuró algo a Stavros.
— ¡Ro, te diré cuando apoyes a Kan! —Asintió nerviosa, removiendo el arma y mirándola varias veces para reconocerla, el peso de ella le trajo el recuerdo de sangre y carne ardiendo.
El arma que cargaba Kan comenzó a descargarse mientras disparaba y sonreía como poseso. El nuevo empujón que recibió el auto no fue suficiente para desestabilizar al Hassasin, cuyo rostro se desfiguró por el enojo. Gritó algo ilegible y Ro tuvo la imperiosa necesidad de gruñir. ¿Por qué ellos tenían que maldecir en un idioma extraterrestre? A ella le iba bien con el ruso y se manejaba con el italiano, pero sacarle la madre a alguien en otra lengua no era lo suyo.
Escuchó un derrape detrás de ellos, las llantas de un vehículo chirrearon antes de que la goma explotara. Se pudo imaginar que el conductor hacía un enorme esfuerzo por mantenerlo estable y evitar lazarse fuera de la carretera.
—El gancho —le ordenó Labbé mientras abría la puerta de su lado, su cabello se agitó como una cortina de finas hebras de seda y bajo la leve luz de la noche el color caoba relució en fuego, Ro contempló la katana descansando en su cadera— ¡Venga, no tenemos toda la noche!
Tiró del gancho e imitó lo que hizo Kan, lo asió en la cinturilla del jean y sintió como la extraña tela que vio en él, le envolvía las caderas como si fueran cintas de soporte hasta la cintura. La tocó con curiosidad, notando que era más gruesa de lo que esperaba y tan firme como no creyó que pudiera serlo. Se sorprendió y le echó una mirada intrigada a Sílex que encontró sus ojos un instante antes de inclinar la cabeza hacia fuera. Pensó que había visto una sonrisa en sus labios, pero seguramente era su imaginación.
— ¡La camioneta se acerca! —exclamó Jazz con voz estrangulada—. ¡Intenta llegar a ella, la energía sí es de Vajet!
— ¡Jódeme!
— ¡Lo siento! ¡De haberlo sabido antes…!
— ¡Ahora no, Andrómeda! ¡Después hablaremos!
Ro no entendió de qué diablos estaban discutiendo, pero casi se le salen los ojos cuando vio que Sílex se sujetó del borde del techo y de un impulso, su cuerpo desapareció hacia el cielo.
— ¿Q-q-qué demon…
— ¡Ro, cubre a Kan y no dejes que nos empujen de nuevo por este lado o nos estrellaremos! —le gritó Jazz, encogiéndose cuando varios disparos pasaron zumbando por su cabeza.
Respiró profundamente, tratando de pensar con la mayor claridad posible. Desde hace tiempo que no estaba en una situación crítica y quizás no pudiera reaccionar como era debido. Intentó no enfocarse en eso. Relájate, despacio. Despejar la mente, nada más. Sí, bueno, era más fácil decirlo que hacerlo.
Cuando se inclinó para localizar la posición del auto un par de disparos se estrellaron contra la puerta obligándole a retroceder, pero fue suficiente para que le quitara el seguro al arma y se lanzara con todo hacia afuera apoyando los pies como Kan lo había hecho. La tela en sus caderas le acomodaron el cuerpo casi al instante y el aire chocando contra su cuerpo le quitó el aliento. Disparó con maestría, tratando de cortarle el paso apuntando directamente al conductor para que éste retrocediera. Sin embargo, el tipo del auto como si supiera lo que pretendía, comenzó a zigzaguear esquivando las balas.
Sobre su cabeza escuchó más choques estridentes, como si dos espadas chocaran entre sí en lucha. El cabello se sacudió sobre su rostro y lo alejó de un manotazo justo en el momento en que el motor del auto que los perseguía daba una acelerada repentina para que su propio tirador le disparara. Ro esperó un segundo con la respiración entrecortada flipando por la jodida suerte que había tenido, se removió bruscamente contra el asiento cuando una bala zumbó con calor sobre su brazo.
Trató de no mirar la herida e ignorar el escozor que ardía en su piel, pero le era imposible. Se quitó el sudor de la frente y miró los ojos preocupados de Jazz, tratando de decirle que estaba bien. Sabía que no era profundo, pero lastimaba lo suficiente para que sangrara y empapara su ropa.
La adrenalina corriendo por su organismo se mezcló con la ira y sin pensárselo mucho, se hincó en el suelo y con simple giro apuntó hacia el auto. ¡Pum! El tirador se desplomó sobre la ventana hasta que el peso de su torso lo sacó del vehículo. Ro aún en la oscuridad y con el sonido de varios motores cerca pudo ver y escuchar como el cuerpo daba botes y giros violentos contra el asfalto.
Se metió nuevamente y recargó el arma casi rebosante de energía, quizás luego sintiera un poco de culpa, quizás, pero en ese instante estaba demasiado alegre para pensar en ello. ¡Se lo merecía!
Kan salió nuevamente desde la parte trasera, sorprendiéndola de que esta vez cargara lo que parecía un arpón.
— ¿Para qué es eso?
Kan la miró con una enorme sonrisa de desquiciado, y en vez de temerle, sentía que por primera vez tenían algo en común: la cálida y sádica sensación de matar.
—Es para Sílex —explicó y señaló la punta—. Lanzas de metal y sulfuro. ¡Los hará arder!
No entendió a qué se refería, pero eso no detuvo al Hassasin para que saliera y disparara. Sobre la camioneta un repentino resplandor rojo iluminó a lo menos veinte metros redondos y el sonido eléctrico la dejó paralizada, entonces, como si nada, detrás de ellos la misma luz rojiza se proyectó en los autos segundos antes de que explotaran. El impacto de la explosión empujó la van, descontrolando el manejo de Stavros que maldijo algo sobre <<no tener la decencia de avisar o dar una señal para prepararse. >>
Ro por su parte estuvo a punto de irse de bruces fuera del auto si no fuera por la mano que la sujetó de la chaqueta.
—¡Oh, maldición! —chilló, cubriéndose la cara al ver el suelo pasar como manchones rápidos .
—¡Jodida suerte tienes, maldita sea! —gruñó Kan.
— ¡Éntrala! —Pudo escuchar la voz de Sílex en la lejanía, como un alto susurro dentro de su cabeza—. ¡Y cerrad las puertas!
El hombre le dio un tirón y estuvo sentada de culo en el suelo de vehículo nuevamente mientras Kan deslizaba la puerta y le ponía el seguro. Ella respiraba con dificultad y la adrenalina aún le agitaba el pecho, su corazón se sentía como si fuera a explotar con otro peligro, pero la emoción le hacía latir incluso más rápido. Además el miedo de casi estrellarse de cabeza contra el asfalto y quizás, romperse la cabeza, la tenía medio paralizada. Ni siquiera pudo darle las gracias.
Suspiró con alivio.
—Stavros baja la velocidad, cuando te acerques a los 80 km, frenas de un pisotón, ¿entendido?
Hubo un pequeño silencio y luego un par de pisadas sobre el techo del vehículo. Ro no sabía qué carajos hacía Sílex, pero era claro que estaba sobre ellos. Al recordar el choque como de espadas sobre su cabeza, entendió que ella había desviado varias balas lejos de sus sesos.
— ¡Ahora! ¡Hazlo ahora!
Apenas pudo mirar a través de la ventana cuando escuchó la pisada que dio Stavros al freno.
El grito de Jazz la dejó pegada al piso, se aferró al asiento frente a ella cuando la van la envió hacia adelante por el frenazo. Las llantas chirriaron hasta dar un pequeño derrape que los desorientó a todos, luego se detuvo de golpe. Y nuevamente, silencio.
Segundos después, Ro exclamó con horror:
— ¡Sílex!
-o-
Jazz se cubrió la boca y miró a la chica como si hubiera cometido el peor pecado del mundo.
—Ni me mires, apenas me vio se suicidó. Yo no tuve nada que ver —señaló ella a la defensiva, sus ojos perdieron el humor inmediatamente.
— ¡Pero… es solo un chico!
—Pues no es mi problema que estos mocosos elijan este tipo de trabajos a medio tiempo.
— ¡Sílex! —Jazz chilló indignada, su expresión haría pensar a cualquiera que acababa de blasfemar algo prohibido— ¡Por Dios, no tienes ningún tacto!
—Venga, hada mágica. Te digo que no es mi culpa. —Se giró y señaló la camioneta con saña—. Quizá esos sí, pero éste no. ¡Vamos! Ni que fuera el Papa o lo que sea.
La morena murmuró algo entre dientes que hizo fruncir las cejas de Sílex. Ro intentaba el deducir el conflicto, pero el muchacho tirado en el suelo con un corte de izquierda a derecha en el cuello y una marca que le cubría prácticamente todo el lado derecho del rostro, le dijo que era algo muy serio e importante. Bueno, cómo no serlo si estuvieron a punto de irse en picada por el barranco unos metros más allá a causa de ellos.
—Como sea, dejad de pelear, no tenemos toda la noche para eso —les espetó Kan, pasando por su lado y arrastrando un cuerpo en una mano. Ro miró inmediatamente hacia otro lugar, no necesitó ver dos veces para darse cuenta que en la otra se balanceaba una cabeza.
—Bueno, bueno, odio decirlo, pero él tiene razón. —Jazz alzó las manos en son de paz cuando el Hassasin se volvió y gruñó enseñándole los dientes— Ya, vale, sólo decía… En fin, necesito echarle un vistazo, sólo así estaré segura que… es—señaló el cuerpo con una mueca.
Pudo entender su disgusto, después de todo el muchacho no debía de tener más de dieciocho años e incluso, podía ser más joven. Era horrible verlo muerto de esa manera.
—Esto es… ¿un cadáver?
Todos se giraron a verla y no tuvo tiempo de sonrojarse cuando ellos desviaron la vista hacia abajo.
—Entonces es un Vigilia… —Jazz se acuclilló frente al cuerpo y miró bajo la chaqueta que traía, no había sangre en ningún lugar por lo que dedujo que simplemente habían vestido el cuerpo como un muñeco. Notó también que bajo la herida abierta y seca, había una gruesa marca zigzagueante de cuerda, supo inmediatamente por qué había fallecido, se estremeció y le miró la cara con pena—. Es tan… joven. ¿Por qué ellos hacen esto? Nosotros deberíamos…
De pronto Sílex le sujetó la mano y la levantó de golpe. Sus ojos parecían enloquecidos mientras miraba el cuerpo.
—No lo toques.
—P-pero… ¡Oye! ¿Qué haces?
—No lo harás —repitió secamente— no tenemos forma de saber si es realmente Vajet. Pero de serlo es peligroso para ti. Sabes sus intenciones y si está… —bajó la voz y frunció el entrecejo, como si luchara con las palabras para expresar sus emociones—. Eres más útil que cualquiera, y te necesita…Tampoco dejaré que se repita lo de Lyon, ni… —Se silenció.
Jazz tensó la mandíbula, su rostro se cargó de tristeza y Ro tuvo la imperiosa necesidad de consolarla. Claramente lo que sea que hubiera pasado, había sido lo suficiente horrible para que la alquimista considerara sacrificarse a sí misma si eso impedía verla herida. Y Jazz se sentía lo suficientemente culpable para detenerse y obedecer. Era un lío.
—De acuerdo —aceptó sin despegar la vista de sus manos. Sílex asintió.
—Bien.
Con un suspiro, clavó una rodilla en el suelo y examinó la herida en el cadáver del chico, recordando el momento exacto cuando su mirada se cruzó con la de él antes de que pasara la cuchilla sobre su piel como si estuviera fundiendo mantequilla. No hizo ningún gesto más que dedicarle una sonrisa socarrona y luego, en el instante en que sus ojos perdían color, se derrumbó sobre el asiento.
Acercó su mano para tocarle el cuello y una chispa eléctrica le pinchó el dedo, Jazz se alejó como si se estuviera ahogando y Stavros, que había permanecido en un extraño mutismo, la escondió detrás de su cuerpo, tirando de paso a Ro para colocarla a su lado.
La alquimista miró hacia arriba y el atisbo de una sonrisa surcaba sus labios, se acercó más y esta vez el cadáver se llenó de electricidad, chispas sobresalían mientras el zumbido de electrochoques envolvía su mano como una garra, impidiendo siquiera que alcanzara a tocarlo.
—Hombre, amo la magia antigua —murmuró con calma, a pesar de que su rostro denotaba el pequeño esfuerzo que hacía.
Cuando sus manos dieron finalmente con la piel, pequeños relámpagos de electricidad reventaron a su alrededor, obligando a los demás a retroceder. Ro observó asombrada la luminiscencia azulada que hacía flotar el cabello y la chaqueta abierta de Sílex como si hubiera un ventilador bajo ella. Su figura se iluminó y parecía una extraña alucinación celestial. El piso se resquebrajó y pequeñas líneas de humo emprendieron un lento zigzag hacia el cielo, el cadáver comenzó a palidecer y mostrar su verdadero aspecto conforme la luz desaparecía.
Ro más allá de su espasmo e ignorancia, estaba más preocupada de cómo la descarga eléctrica parecía consumir la piel de Sílex, haciéndola lucir como una herida brillosa y fresca aunque la sangre no apareciera en ningún momento. No podía deducir si le dolía, pero eso no disminuyó su preocupación.
—Stavros. —Tiró de la chaqueta para llamar su atención—. Debes detenerla, se está lastimando. ¡Venga! Sólo… detenla.
—No te preocupes —le respondió él como si nada, pero lejos de tranquilizarse, la expresión de tortura que tenía le provocó ansiedad—. Ella… a ella la va bien la electricidad.
— ¡¿Cómo siquiera eso puede ir bien?!
Stavros le sonrió levemente, sus ojos azules se oscurecieron por algo secreto que sólo él conocía, y a Ro le dio la sensación de que estuviera ante alguien mucho mayor.
—Lo estará, ya verás.
Se estremeció y aguantó el aire, miró el suelo unos instantes antes de que toda luz desapareciera y el lugar volviera a sumirse en un silencio sepulcral. La suave brisa le agitó el cabello y el aroma a tierra mojada y hierbas llenó sus pulmones, el cielo estrellado y la leve luz de la luna escondida tímidamente detrás de una nube transformó la atmosfera llenándola de paz.
De pronto vio a Jazz arrodilla en el suelo revisando cada centímetro de piel que pudiera, al levantarle la camisa divisó una larga y gruesa línea violeta que le atravesaba el vientre y desaparecía en sus pantalones, desvió la vista.
Olvidaba el proceso que realizaban en la morgue con los cuerpos y podía intuir que ése estaba medio vacío.
— ¡Está aquí! —El rostro lívido de Jazz provocó que la alquimista tensara la boca—. Si ellos llegan a…
—Es claro que no permitiremos que alcancen ese punto.
—De ser así tendremos que movernos rápido.
—Ya sé.
— ¿De qué… están hablando? —susurró Ro, fijando la vista en las manos de Sílex. Éstas brillaban cuando el chasquido de energía pasaba entres sus dedos, las heridas habían desaparecido por completo y lo único que quedaba eran los hilos de electricidad lamiendo su piel.
Luego alzó la mano y con dos dedos apuntó el cielo, la descarga se paseó por su brazo hasta el hombro y con una rapidez de flash, relampagueó fuera de su cuerpo. El cielo se iluminó, un círculo lleno de símbolos se proyectó como un holograma y Ro entendió por qué Stavros había dicho que a ella le iba la electricidad. Claro, jodidos alquimistas.
Jazz se alejó rápidamente para meterse a la van y Stavros tiró de ella para hacer lo mismo.
—Espera… ¿qué vais a hacer con el cuer…
Escuchó un chasquido de dedos y al mirar sobre su hombro contempló las llamas que rodeaban el asfalto, exactamente donde debía estar el chico.
—No te preocupes, estamos acostumbrados a hacer esto —le respondió él con una increíble tranquilidad.
—No entiendo.
—Venga, entra y hablaremos luego de ello.
-o-
De vuelta en la carrera, Sílex había ocupado el lugar de Jazz en el copiloto y hablaba con Stavros en un idioma que no había escuchado en su vida. Era tan extraño que en ese tipo de situaciones donde el peligro amenazaba sus vidas, el mismo instante que éste terminaba todos volvían a la normalidad como si nada hubiera pasado. Aunque podía sentir que esa calma estaba tan tensa como cuerda de guitarra y eso afectaba a una persona que parecía mucho más preocupada que nadie.
Jazz apenas y se movía del asiento; removía las manos con nerviosismo, miraba ansiosamente por la ventana como si alguien fuera aparecer y asustarla con un << ¡Boo!>> de psicópata. Dedujo que estaba a punto de entrar en un ataque de pánico.
Le sujetó las manos para detener el jugueteo incesante de sus dedos y atraer su atención.
—Oye… está bien. —Jazz miró su rostro con frenesí, como si quisiera asegurarse de que efectivamente era ella. Ro le sonrió con calma, lo mismo que hacía cuando a Susie estaba a punto de darle un ataque en cada una de sus presentaciones—. Debes tranquilizarte, ¿vale? Cualquier cosa que te preocupe, podremos solucionarlo. No te líes.
—Es sólo que… Olvídalo —sacudió la cabeza y le dio un fuerte apretón, suspirando—. Tú probablemente no entiendes nada de lo que sucede, ¿verdad? Y eso que tienes que preocuparte de otras cosas….
Bajó la cabeza ligeramente avergonzada.
—Es cosa de tiempo que lo haga, supongo —contestó medio sonriendo—. Por ahora no es algo que me preocupe.
Vale, no quería mentir, pero de verdad se sentía de esa manera al decir aquello. Jazz se relajó contra el asiento aun sujetando firmemente las manos de Ro entre las suyas, la observó largamente antes sonreír. Había una chispa en sus ojos verdes, muy parecida a esas veces en que le iba a revelar algo importante.
—Yo no tengo un nombre, ¿sabes? —Se rio y miró su regazo con fingido interés—. Es decir, claro que tengo, por lo menos tres para definirme en partes, pero eso no es lo importante.
Ro intentó entender por qué decía aquello tan repentinamente. Entonces recordó la pregunta que había hecho a Stavros. ¿Era eso, verdad? ¿Una explicación?
Sacudió la cabeza.
—Tú… ¿Definirte dices?
—Jazz, Andrómeda y Bliss —enumeró—. Aunque esos en realidad son sólo nombres terrenales, ya sabes, es raro que alguien no tenga una identidad.
—Sí, supongo que es… cierto —asintió Ro no muy convencida y algo confusa— ¿Qué quieres decir con que no tienes nombre?
—Jazz y los demás son identidades que me ha dado Sílex. Sin embargo, yo no puedo considerarme alguien con suficiente persona para poseer uno.
— ¿Es alguna clase de monologo de baja autoestima o algo así? —Se enfadó, por alguna razón que ella dijera esas cosas sobre sí, como si no valiera tanto, le enfurecía—. Porque lo que dices es tonto, eres suficiente… ¿De qué hablas?
—Yo no nací de alguien, Roxanne. Así que no soy una persona, un ser humano. Tampoco soy una creación divina, ni pertenezco a algo. No vengo de un dios y esas cosas —sonrió como si de pronto se sintiera cansada—. Yo… uhm, yo soy… Essence, o al menos una de ellas.
La mente de Ro estaba entumecida al no entender de qué hablaba. ¿Qué tenía que ver eso… con toda la situación? ¿Había algo en el su origen que estuviera relacionado con…? Se irguió ladeando el rostro, buscando en sus ojos alguna pista. De alguna manera, en ese instante sentía tantas lagunas en su mente que no creía recordar con exactitud el día de ayer.
Vale, si había entendido bien… ella decía que no había nacido de alguien, ni… de manera metafórica era creación de, quién sabe, Zeus, Ra, Plutón, etc., entonces… en teoría, ¿estaba diciendo que no existía realmente?
— ¿Qué es… eso de Essence? —Jazz le dedicó una sonrisa cuando preguntó aquello.
—Cada cierto tiempo, el Universo en una exhalación de felicidad, libera una parte de sí mismo para algún mundo. Viajamos a millones de años luz entre galaxias, constelaciones, planetas… hasta que encontramos el mundo que nos necesite. —Soltó una de sus manos y con la palma abierta, una luz intensa con pequeñas pelusas blancas refulgió cálidamente sobre su piel—. Quizás en eones de tiempo, la Tierra ha sido el mundo que más de nosotras a recolectado.
—No me sorprende, si lo dices así —murmuró, mirando con fascinación cómo la luz bailaba sobre sus dedos—. Ustedes… ¿Hay más como tú entonces?
Asintió.
—Hemos llegado en pequeños grupos, la última vez… éramos siete. —Desvió la vista, sus ojos se llenaron de dolor por lo que sospechó era el correr de recuerdos en su cabeza. Supo entonces que había algo más que no le decía y que probablemente tampoco diría—. Y ahora sólo soy yo. Nadie más que yo.
Se quedó callada, pero tampoco sintió la necesidad de decir algo, ni aunque quisiera. Jazz miraba afuera pensativamente, era tan extraño pensar que ella era… una pequeño atributo del Universo que había caído justamente en su mundo porque éste la necesitaba. Pensarlo de esa manera se veía tan lejana e inalcanzable como una ilusión. Y era tan extraño considerarla mucho más mágica que… lo que hubiera esperado.
De pronto aquella palabra, Vajet, resonó con cierto sentido en su cabeza. El desespero de Jazz y la tremenda preocupación de Sílex porque no se metiera…
— ¿Vajet…?
—Sí —murmuró, como si le leyera la mente—.Tiene que ver conmigo. Demasiado, en realidad. —Le dedico una mirada de disculpa—. Ella es todo lo opuesto a nosotras, Ro. Normalmente, cuando estamos en estos lugares hay altas probabilidades de que nos corrompamos, es por esa razón que comenzamos a caer en pequeños grupos. Si no se tiene la suficiente fuerza de voluntad, estarán las otras para purificarte. Pero cuando caes sola… y el poder de la desgracia te domina, es difícil recordar quién eres y por qué has venido.
—Ella está tratando de matarte, ¿verdad? —Jazz se le quedó viendo fijamente y fue todo lo que necesitó Ro para confirmarlo.
Frunció las cejas.
—Y todo empeora —murmuró sin mirarla, Ro trató de buscar su mirada y entenderle, pero ella la evitaba como si estuviera… avergonzada por haber hecho algo malo y no tuviera el valor de admitirlo—. Ella ayuda a Sjanx, Ro, lo cubre en todo lo que hace para que nadie lo detenga. —Ro casi pudo escuchar como su corazón titubeaba al oír aquellas palabras—. Pero por sobre todo debe estar cuidando al responsable de sus actos, sin mencionar que también me oculta al Linaje Azul. De no ser por mí, ella…—susurró, frunciendo los labios con rabia—. Yo los habría encontrado a todos hace mucho tiempo de no ser por ella, habríamos matado a los responsables y tú no tendrías que buscar a tus hijos a estas alturas.
Se quedó paralizada. El aire quemó en sus pulmones y sus ojos escocieron por las lágrimas que querían escapar, no podía creerlo. Su pequeño mundo estaba fragmentándose entorno a más personas y le dolía tanto que quería gritar, si en un principio Sjanx y Rocha Gustav habían sido objeto de todas sus maldiciones, en ese instante Vajet y quién fuera el cabrón responsable detrás de ella, se habían agregado a su lista negra como los primeros de todos. Jamás había experimentado tanta rabia desde aquel día en que esa bruja había torturado y pulverizado a sus padres frente a sus ojos. Le tembló el labio inferior. Entonces el hecho de que Jazz se hubiera comportado así de un principio… No, no era posible, ¿verdad?
Por un instante pensó que su amabilidad fue por lastima o una manera de acallar la culpa dentro de ella, pero no podía creerlo, porque jamás había visto tanta sinceridad en una persona como lo veía en ella. ¡No podía!
No obstante, era claro que ella creía tener parte de culpa, pero… ¿culpa de qué? Jazz no había hecho nada. Y que Vajet quisiera matarla no tenía nada que ver con sus hijos o el Linaje Azul, ella sólo buscaba un medio, una oportunidad para acabar con Jazz. Sin importar a quién servía, o las consecuencias o quienes morían. Tanto lío y ella… se sentía culpable de no poder detener a un maldito hijo de puta que había secuestrado a una decena de niños y adolescentes por quién sabe qué motivo. ¡Era absurdo!
Fuera de lo que Jazz pudiera pensar, se negaba a seguir quedándose de rodillas y a merced de que otro pudiera ganarles. ¡Se negaba! Lucharía y si perdía la vida, tenía que ser únicamente para ver que había valido la pena.
Tomó la mano de Jazz con fuerza y con ojos brillantes de lágrimas, furia e impotencia, sonrió.
—No te preocupes, niña. —Con aquellas palabras Ro realmente quiso decir que no se culpara porque que ella tampoco lo hacía—. Tenéis que cumplirme este sueño antes del fin del mundo, ¿vale?
Ella se le quedó viendo sorprendida, examinando su mirada para detectar algo más allá de su coraje, esperando ver una sombra de acusación. Pero lo único que le vio fue el fuego de su espíritu y el deseo de querer ganar.
— ¡Trataremos de ponerte en primera fila! —prometió Jazz con una sonrisa llorosa.
—Eso estaría bien, sí.

Middle East
Las puertas se abrieron con un estruendo, el cuerpo cayó pesadamente sobre el suelo de piedras antes de que la mujer pasara por su lado con gesto irritado. Su vestido dorado ondeaba a su alrededor como pequeños fantasmas sangrantes, la parte superior de él estaba compuesta por una hombrera de hierro con grabados arcaicos y varios detalles con hebillas, las botas de piel lustrosa e igual de doradas que su vestido, resonaban rítmicamente mientras caminaba, su figura pálida y sombría de amazona proyectó una sombra sobre el sujeto que se alejaba a duras penas de ella.
El tipo trataba de enderezarse lo mejor que podía, pero no lograba hacerlo con gran maestría al estar sujetándose el brazo como si este se le fuera a desprender del hombro de un momento a otro. Gimoteó de dolor cuando otro pedazo de carne de uno cinco centímetros se deshizo y cayó al suelo como pegamento.
La mujer se inclinó hacia él, sosteniéndolo por las solapas de su traje cerca de su rostro, logrando que se encogiera y evitara mirarle los ojos negros carbón. Ella le gruñó un par de maldiciones en lo que parecía una lengua antigua y chirriante, él probablemente no entendía ni pio, pero no necesitó saberlo para deducir que quería verlo muerto. Jadeó una súplica que ella rápidamente acalló con siseos que se escuchaban como sollozos infernales en su cabeza. Quiso gritar, pero se quedó paralizado cuando la miró, entonces ella le sonrió sin emoción, porque probablemente iba a ser la última vez que él mirara la vida con tal desespero y eso le enternecía.
— ¿No te he dicho que dejes de matar a mis hombres? Es difícil conseguir mortales genuinamente leales hoy en día, ¿sabes?
La mujer bufó, soltando de golpe a su víctima mientras ésta se desvanecía en una nube de polvo gris y telas sin color en el suelo.
—Como si te importara cualquiera de ellos.
—Oh, no te pongas sentimental —se rio el hombre, agitando su mano y levantándose de su asiento con elegancia de gacela—. En cambio podrías explicarme por qué entras aquí con tanto alboroto. A estas alturas deberías ser un poco más… civilizada, como, ya sabes… tocar antes de entrar ¿no?
Ella apretó con tanta fuerza la mandíbula que era probable que se le desencajara, sus ojos oscurecieron rápidamente y lo único que los llenaba era fuego. Su cuerpo emitió lenguas de humo negro venenoso en tanto temblaba, no se necesitaba ser adivino para ver claramente lo mucho que deseaba descuartizarlo.
Él le dedicó una sonrisa burlona.
— ¿Qué sucede, querida? ¿No te sientes bien? —Suspiró con dramatismo y recargó las manos en el borde de su lustrosa mesa café—. Últimamente tienes tanta… negatividad que terminas agotándome.
—Muerde tu lengua, demonio —le chistó la mujer, apretando la mano y provocando que una grieta corriera violentamente por el suelo hasta donde se encontraba él—. Y recuerda a quién le estás hablando con tantas confianzas. Yo no soy uno de tus malditos subordinados, a mí no me tratas como si te sirviera en agradecimiento. ¡Ardieras tú y tus legiones antes de eso!
Se quedó callado y con el rostro tenso por la furia, la fulminó con sus fríos ojos grises de tormenta, enderezándose y formando una extraña mueca de contención con los labios. El aire se espesó rápidamente y estaba seguro que cualquiera que entrara provocaría chispas por toda la habitación. Apenas movían ceja mientras se pulverizaban con la mirada el uno al otro. Decir que la mujer le caía bien era una maldita blasfemia, pero la necesitaba y ella a él. Aunque eso no era del todo cierto, considerando su poder y habilidad, ella podría perfectamente hacerlo por sí misma, pero graciosamente tenía una tendencia al dramatismo y el suspenso que le impedía proseguir si sabía que no le iba a satisfacer lo fácil.
—Bien, bien —concedió con una sonrisa tirante—. Dime, ¿qué sucedió?
Ella asintió satisfecha y no pudo evitar desplegar una sonrisa tenebrosa mientras se acercaba.
—Mi querida hermanita ya lo sabe.
El hombre alzó las cejas con sorpresa, sentándose a sus anchas mientras tomaba su vaso con coñac y lo agitaba. Olvidando su enojo, sonrió ampliamente a la mujer quien sólo devolvió una mueca maliciosa.
—Se tardó bastante en descubrirlo—señaló con curiosidad—. Sobre todo considerando su poder. Es… interesante, muy interesante.
—No soy una bruja, demonio. Mi poder va más allá que la de una, no esperes que con un par de polvos, hierbas, sacrificios o pentagramas puedan derribarme. No es tan simple. Siquiera podrías ponerme al lado de una de ellas sin que ésta quiera arrodillarse ante mí y servirme.
—Eres muy modesta. Pero según veo, estás demasiado desesperada para acabar con ella a través de mí. No creo que deba ni debas tomarla a la ligera.
—Pues la subestimas demasiado, ya no es tan fantástica como décadas atrás. —El hombre notó inmediatamente una nota de resentimiento y odio mientras hablaba de ella—. Aunque quizás ni en esos tiempo fuera tan increíble, alguien de su calaña jamás podría compararse con una Vajet.
Él se rio mirándole de arriba abajo.
—Puedo decir que concuerdo con eso, la chica es hermosa. —Ella dejó escapar un gruñido silbante y amenazador como de serpiente—. Oh venga, sin rencores, querida. Prefiero féminas con aspecto más… encantador y normal.
—Como sea, también te gustará saber que esa muchacha de ojos raros está enlazada con la humana. Quizás no te sea fácil usarla.
Se quedó tan quieto como estatua y segundos después una sonrisa de depredador adornó su rostro marmóreo. Se relamió los labios como si estuviera ante sí un banquete de Dioses que sólo él podía tocar y saborear, los ojos le relucían tan emocionados que apenas podía esconder su excitación mientras aplaudía.
—¡Estoy esperando poner mis manos sobre ella!
—Eres repugnante —murmuró la mujer, cruzándose de brazos.
—Tú no entiendes, querida. Ella tiene algo dentro de sí… en sus venas… —sacudió la cabeza con desespero, como si el simple hecho de pensar en ello no le permitiera razonar correctamente—. Si la consigo, será una doble recompensación para mi persona. ¡Me emociona! ¡Me emociona demasiado para esperar!
—Espera lo que quieras —dijo ella, dándose media vuelta y agitando su mano como despedida en tanto se acercaba a la salida—. Viendo como es ella,querido, te explotarán las pelotas antes de que te deje tocarla. ¡Ah! Pero sobre todo, recuerda quién es su dueña.
— ¡Eres una aguafiestas!
—Cuando quieras, bastardo —murmuró, cerrando las puertas detrás de sí con fastidio.
Su rostro se transformó en una máscara inescrutable que apenas contenía su furia, sus labios se tensaron sobre sus dientes y estuvo a punto de dejar escapar un gruñido mortífero. Caminó a través de los pasillos con su paso firme, su arranque era semejante a la de un volcán a punto de explotar, y la desquiciada necesidad de matar a alguien se intensificaba a cada segundo. De preferencia a esa maldita entrometida.
La odiaba tanto que no esperaba el momento para destruirla con sus manos. Cuando el Vigilia se desvaneció y lo único que vio fueron aquellos malditos ojos raros, supo que de alguna manera… ella podía detectarla. Era la única explicación razonable, de otro modo Jazz se habría lanzado sobre el cuerpo para buscar sus pruebas sin siquiera tratar de identificar algo extraño en él y entonces el veneno habría destruido su existencia para siempre. Pero esa mocosa lo había impedido y soportó su trampa como si fuera un juego de niños.
Rechinó los dientes cuando el rostro de la chica se plantó reiteradamente en su mente.
—Te estás metiendo en una lucha que no te corresponde, alquimista. Yo misma me encargaré que entiendas eso, te lo aseguro.
—¿Mi señora? —Una voz de ultratumba resonó a su lado, y prontamente otro par de pisadas le siguieron el paso. La figura oscura caminó a su lado como perrito faldero, esperando que su dueña le diera algún premio.
—Venga, Khaos. Tenemos cosas que hacer.
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Felicidad, qué extraña y paradójica palabra igual de incomprensible que utopía. Un ideal, una estrella lejana a miles de años luz, un universo paralelo donde todo es posible, donde el corazón y el alma humana está en completa posesión de sí misma y donde la plenitud es un eterno momento que parece que está contenido en un segundo. Yo soñaba con la felicidad en el pantano y miraba arriba cuando me estaba hundiendo, tratando de alcanzar esa estrella luminosa que prometía la belleza del alma, eternidad de soles en el invierno de mi vida. Solo aquel que ha pasado por infiernos y campos de batalla sabe cómo es ella cuando realmente la encuentra.
La felicidad, momentos que se sopesan con la tristeza y los cuales se atesoran como pequeños diamantes en un cofre de oro. Todos en algún momento la han saboreado, es tan efímera que parece que la sensación se perdiera en microsegundos, pero el sólo hecho de volver a ese momento donde todo es perfecto, donde los soles confluyen y parecen explotar dentro de nosotros hace que el devenir de la vida cimentada en la frustración y en la tristeza sea llevadera, soportable.
Alguien dijo una vez que somos seres para el dolor, músculos de pena, naturaleza desgarrada y es en aquel sufrimiento donde existe la real belleza, una vida llena de placidez nos hace fútiles, pero una en donde el dolor y la plenitud van de la mano hace del hombre una obra de arte, en los extremos del mundo se conocen los espectros y es allí donde sabemos quiénes somos y cuánta sabiduría se ha obtenido del infierno y del cielo.
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