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La culpa descansa sobre mí.
Pequeña, la cubro con una manta y le canto todo lo que no puedo decir. La arropo y la veo dormir, me pregunto: ¿el sonido del mundo, la abrumará como a mí?
Me desvelo entre silencios que esconden mis gritos, mis arrepentimientos y aquello que sólo me confieso a estas horas de la noche: la idea de que no puedo con el peso de todo.
La culpa descansa sobre mí.
Ya tiene nombre, juega en mi patio después del almuerzo y jugamos a la generala cuando se levanta viento. Le admito, como un secreto, que casi la quiero. Ella sonríe y me desliza un "te quiero", el cual me suena a condena.
La culpa descansa sobre mí.
Como hermanas, dormimos juntas cada noche. Le recuerdo de vez en cuando la primera vez que la vi dormir. Ella ríe y ríe, me dice que le gustó mucho el color de mis angustias, "muy cálidas, como una respiración en un clima de niebla". Me admite que en mis párpados dormidos vio el lugar perfecto donde descansar, tranquila y sin molestias. Sabía que no iba a poder echarla, pues yo sé perdonar hasta las cosas más dolorosas si eso significa que nadie sufra, sólo yo.
La culpa descansa sobre mí.
Y quizás debería decirle que por más amor que le tenga, no es sano vivir así. Necesito disfrutar una noche sin la constante idea de que el mundo viene por mí, su sonido inmenso y blanco, acechando mi cuerpo pequeño y manchado. Necesito librarme de ella, pero tengo miedo de que al hacerlo, no quede nada de mí.
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Sed de venganza
Hay un cuerpo extraño que sube despacio por mi piel, como una cucaracha rápida y concisa que busca alimentarse de los ácaros que vuelan con mis movimientos. Por alguna razón, sentí que hablarle ayudaría. No quise gritar por miedo a que hiciera de mi boca una casa, algo que -por cierto- yo nunca pude. Así es que lentamente, como quien explica algo a un niño, le pedí que se fuera. No sirvió más que para hacer que corriera en círculos sobre todo mi abdomen, escarbando tal cual excavadora cada uno de mis pliegues, de mis bordes, de mis aristas. Por un momento pensé escuchar la risa del diablo viniendo de mis pies, quizás esto fuera su obra maldita para demostrarme que si existe el infierno. Pero creo que sólo le causó gracia verme tan desesperada intentando huir de mi propio cuerpo. Dudé por un segundo si pedirle perdón a Dios serviría de algo. Pero también intuí su sed de venganza. ¡Cuántas veces habré confirmado que no existía! Creo que es en vano explicarle que sólo estaba profundamente adolorida por el camino que me ha tocado transitar. Para cuando terminé de pensar todo esto, una cosquilla en mi pecho me hizo ver que este cuerpo extraño que me habita ya hizo de mi corazón una choza. Supongo que es tarde para arrepentimientos, pero de todas formas las lágrimas mojaron su techo.
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