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Unomono
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Cuentos breves, brevísimos de Andrés Gelós
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andresgelos · 11 years ago
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Ahora que estaban lejos de la ciudad, encerrados en las montañas, la idea del dragón comenzaba a parecer menos absurda.
DINO BUZZATI, La matanza del dragón.  Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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En una hermosa jaula que me obsequiaron habitaba una criatura que me miraba tras los gruesos barrotes, que me abrasaba con sus ojos, que me suplicaba que la liberara. Yo no podía hacerlo: era tan hermosa la jaula, eran tan expresivos sus dibujos que, al no existir en ella puerta alguna, al no tener forma de abrirla, se hacía indefectible tener que romperla para liberar a la criatura. Y yo jamás había visto líneas tan perfectas, ni algo que se pareciera a esa impresionante cúpula que se extendía extrañamente hacia el interior de la jaula. En una ocasión, cuando volvía de una batalla muy sangrienta y en la que perdí decenas de hombres, me atacó la idea de liberar a la triste criatura. Pero al llegar, mis consejeros me informaron acerca de ciertos rumores que decían que el constructor de la jaula había sido un artista prestigioso y genial, y que esta había sido su última obra. Por eso, una vez más, decidí no permitirle la libertad y, tan solo para no verle el resto a la desdichada, mandé cubrir la jaula con un lienzo enorme, tal era su tamaño. Pasaron los años y conquisté muchos pueblos, tantos que mis riquezas colmaron el castillo, así que tuve que construir uno más grande y más digno de mí. Fue entonces cuando mandé llamar a un pequeño ejército de arquitectos para que se encargaran de la construcción. Estuvieron meses enteros preparando los proyectos, ya que ninguno de los ofrecidos me entusiasmaba. Uno de los arquitectos, el más joven, harto ya de mostrarme dibujos que yo rechazaba, me preguntó con excesiva cortesía qué tipo de castillo habitaba en mi mente. Por primera vez en años hablé de la jaula que había recibido de regalo en mi juventud. Les conté de sus hermosos dibujos, de las delicadas figuras en sus rejas y de la magnífica cúpula, que no se excedía como las suyas, que se dirigía extrañamente hacia adentro. Pero eso sí, nada les conté de la triste criatura que vivía en ella, creo que por vergüenza. Ellos insistieron en verla. Varios sabían de su existencia e incluso algunos habían sido aprendices del gran artista que la había construido. El guardián del recito, que se encargaba de la alimentación del prisionero, nos ayudó a descubrir la jaula. Solo hubo gestos de admiración. Todos quedaron deslumbrados ante la magnífica obra y, más aún, ante los ojos de la criatura, que reconocía entre ellos a varios de sus discípulos.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Era una persona como todas. Su única particularidad era el modo en que cortaba las sandias. Las apoyaba contra el canto de la puerta y dejaba que se cerrara. Esperaba a que una ráfaga de viento, a que una corriente de aire diera el portazo que partiera la sandía en dos. A veces pasaba horas mirándola, esperando a que el clima le permitiese comerla. De a poco fue perfeccionando su manía. Yendo de puerta en puerta, dibujó bordes en los cantos con diferentes cortes, incluso agregó filos en algunos de ellos. Entendamos que su casa era enorme y que tenía demasiadas puertas. Algunas le servían para cortar cuero, hielo; otras, tela, madera: cada una tenía su especialidad. Estando en su casa, nos dimos cuenta de que en cualquier momento alguna puerta podía cerrarse y cortarnos a nosotros en dos, así que fuimos a visitarlo cada vez menos. Recién para el día de su cumpleaños volvimos a tocar el timbre y nos agolpamos en la puerta mientras esperábamos a que él nos abriera. Horas después, la policía tuvo que forzar la cortadora de chapa para entrar a la casa y los instantes de tensión se hicieron infinitos hasta que lo encontramos, perdón, a medida que lo íbamos encontrando.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Se empecinaban en decir que era una bolita, que era de vidrio como todas, igual que todas, ni más ni menos que el resto de las que estaban en juego. Pero mi abuelo me había dicho que era un ojo de ratón, y si mi abuelo me lo había dicho, eso era. Mi abuelo me había dicho: "Si lo colocás delante de tus ojos, verás como un ratón. Verás todo inmenso y verás en la noche, cuando no haya luz alguna". Y así era, tal cual. A través del ojo de ratón los zapatos de papá se veían gigantescos; la puerta de la cocina, enorme. Y cuando todos dormían yo desafiaba la oscuridad esquivando los muebles con el ojo de ratón. Lo guardaba en el bolsillo como un tesoro, y la única molestia que me causaba era que me perseguían gatos todo el tiempo y tenía que sacármelos de encima a patadas. Decía que cuando jugábamos en el patio de la escuela, todos aseguraban que nada tenía de particular, que mi bolita era de vidrio como las demás, y que dejara de decir macanas. Hasta que un día, en una visita al zoológico, mirando a través de ella, tan solo mirando, hice espantar a los elefantes.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Me quedan solo dos monedas de aquel tesoro. Una está agujereada y cuelga de mi cuello, la otra descansa en mi bolsillo. Quizás con ella pueda comprarme una botella de ron, quizás ni siquiera eso. De aquel enorme tesoro, de aquellos cofres españoles, de esas espadas doradas, copones romanos, collares portugueses, solo quedan estas dos monedas. Una está agujereada y cuelga de mi cuello, la otra descansa en mi bolsillo. De aquel enorme tesoro sólo queda una moneda agujereada que cuelga de mi cuello y esta botella de ron que me permite ver a los traidores y atravesarlos con mis espadas, vestido en sedas, engalanada mi sien con coronas de rubíes. De este tesoro, mugriento, abatido y sediento, solo quedo yo, y en mi mente el tesoro, en mi mente la batalla y la gloria. Está todo en mi cabeza aunque nadie lo crea. En mi cabeza la fortuna, el honor y el poder. En mi cabeza, que abro con un puñal para extraer más monedas.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Te lo estoy pidiendo con el último sollozo escondido entre mis brazos, y no se te ocurre otra maldita cosa que enrostrarme la carne envuelta en harapos, la sangre tirada al fuego, los huesos partidos a mordiscos por mastines. Tu boca no deja de marcarme uno a uno mis mil ciento treinta desatinos, mi mil hijos muertos. Maldita mi espada escondida en batalla, malditos tus ojos que han visto todo, que se niegan a olvidarlo. Maldito el enemigo por creerme muerto y pasar a mi lado haciendo caminos. Maldito yo por confundirme en el lodo con lo muertos, por engañar a la muerte con el rostro en rojo y los ojos perdidos en el humo de la niebla. Te suplico que me entregues al pueblo, a las madres sin hijos, a los hombres hambrientos de carne real. No me permitas la vida en la torre en donde he de ser un príncipe esclavo de la ineludible visión de un pueblo que era feliz, madre, feliz antes de que me trajeras al mundo.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Desde chico me crecían en la punta de los dedos sarmientos de parra,y si no los arrancaba se hacían rulitos que buscaban luz y un lugar adónde asirse. Si los dejaba crecer, mis brazos eran parras ambulantes y habitaban en ellos tanto calandrias como gatas peludas. Un verano se me enredaron en la muñeca y antes de llegar al codo había dos o tres racimos morados. Los corté antes de que alcanzaran mi hombro, antes de que comenzaran las clases. Guardé el secreto hasta hacerme viejo, hasta ser enterrado debajo de un árbol seco, como había pedido. Los sarmientos igual siguieron creciendo y escaparon de la tierra para asirse al tronco del árbol. En la primavera, mis nietos se llevan toneles de uva para hacer vino y brindar a mi salud que, mientras el sol salga, es mucha.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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La forma en que los hermanos construyeron la escalera era lo suficientemente extraña como para llamar la atención de cualquier constructor de escaleras. En vez de ir sumando tramos a una base, iban agregando bases a un primer tramo, a un primer peldaño que se iba elevando. El primer escalón siempre estaba más arriba y el que estaba en tierra duraba en tierra tan solo unos minutos. La punta de la escalera acabó por perderse de vista y diez años después ellos perdieron la cuenta de la madera y de los escalones gastados en el intento. El menos temeroso le pidió a su hermano que no dejara de construirla, que siguiese, que él se iba a adentrar en ella. Y tras semanas de subir, después de montones de noches, después del cansancio incluso, vio que alguien bajaba.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Se ahorcó y se colgó tan alto que era imposible bajar su cuerpo. Por respeto lo intentamos, pero conscientes de que eran tan solo intentos: que a ellos se sucederían la falsa resignación y la renuncia. Así fue que quedó colgado. Años más tarde, varios intentamos infructuosamente desenarbolar el cuerpo que se veía con catalejos, que era más delgado, más liviano, menos tieso, y que el viento ondulaba, que el viento besaba. Y nos acostumbramos a él. Pasó el tiempo suficiente como para olvidar quién era, qué era. Y crecimos como pueblo. Lo comenzamos a mirar con largavistas y, aunque los edificios crecían, él continuaba allí, tan soberano, tan alto. Y crecimos como ciudad, y terminamos necesitando una bandera.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Los regalos de mi tía, una verdadera risa. No existía visita suya sin un regalo escondido tras la espalda o en un camión estacionado en a puerta. Mi tía era de regalar trampolines, cuando no teníamos pileta, ni espacio para tenerla. Solía regalarme cascos, monturas, elementos necesarios pero inconclusos, ya que me faltaba lo restante, siempre. Ella regalaba jaulas, paracaídas, correas de perro y cosas así. Nada autónomo, todos regalos sin terminar. Pasaron los años y cuando mi tía murió, fue con mi madre a cerrar su casa y encontré en el último cuarto, al final de un largo pasillo, lo que me correspondía por herencia: el resto de sus regalos, la parte restante de todo lo que me había dado a lo largo de mi infancia. Y yo ya había tirado todas mis mitades. Todas.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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En el azulejo pinté una casa, al lado de ella pinté al vecino y a su casa, y el resto de las casas linderas al vecino. Terminé pintando el pueblo entero hasta llegar a la ruta, que también pinté con los árboles del camino, hasta llegar a una ciudad que crecía a orillas de un gran río, que pinté con sus veleros que navegaban hacia el final de la provincia. También al detalle pinté el puente y la ciudad al otro lado del puente. Todas las casas con sus ventanas, todas las puertas con sus manijas. A algunas les dibujé molduras. Luego pinté el cielo, el de las provincias y el de un país cercano, del que pinté también seis ciudades y un campo entero recién cosechado. El azulejo quedó hermoso. El inconveniente fue que al intentar sacarlo no pasaba por la puerta.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Cuando se dividió la herencia, además de los manteles blancos, de un juego de damas chinas y un ábaco, me correspondió la mitad del perro, la mitad exacta y trasera. No era para ponerse muy contento, ya que el resto de mis hermanastros se llevaron relojes, joyas, campos, cabezas de ganado y caballos. Y yo unos manteles blancos, un juego de damas chicas, un ábaco y la mitad del perro, la mitad trasera. Pero el asombro fue mayor cuando al final el testamento reveló que el castillo, con todos sus muebles, con sus pinturas más valiosas, con los criados y las tierras más preciadas, quedaba en poder del perro. Yo hice un buen trato devolviéndole su parte trasera a cambio de sus posesiones. Como él no dijo nada, di por aceptada la propuesta.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Se nos ocurre usar los tenedores como espuelas, usar los tupperwares de cascos, las escobas de bayonetas y a nuestra abuela de caballo. Se nos ocurre, pero solo eso, porque de lo oscuro de nuestras mentes a lo lustroso del pasillo hay tres largos trechos: los deberes, el televisor y los retos prolongados. Así que los pinchazos y los tirones de crines los dejamos para la siesta, cuando la abuela duerme, Anita descansa y ya no limpia. Y en silencio, en un silencioso silencio, hacemos entrar por la puerta a cientos de caballos, e invitamos enemigos para la guerra, y antes de la novela de las seis, los invitamos a partir, y que Anita limpie la sangre y el fango.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Las monjas merecidamente se ríen, ya que pocos placeres se han dejado para ellas. Y tan fuerte se ríen, que debe ser el único sonido que traspasa las gruesas paredes del convento. Y tan fuerte que llegan a la villa alegrando más que campanas a todos los que las escuchan. Todas ellas rezan en la mañana y le piden a Dios la risa, única satisfacción que dan a los pobres, a los hambrientos y a los enfermos. Y Jesucristo, nuevamente compadecido en gracia del amor de esta orden y de su hermoso carisma, ensaya torpes pasos para resbalar otra tarde en una silla y caer desarmado al piso. Y estallan las risas.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Todos los domingos nos encontramos en lo de Clarita para comernos a su perro. Ya hace tres meses que Chaco murió, pero el muy condenado era tan grande y su carne tan dura que cuesta una barbaridad sacárselo de encima. Las sobras, que intentamos no sean muchas, son para alimentar a Porthos, el recién llegado fox-terrier de Clarita. Cuando lo observamos durante el postre, nos alegra la idea de que no crecerá mucho más. Guardo en mi estómago la ilusión de que un día de estos todos nos hartemos de estas repugnantes cenas y nos comamos a Clarita.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Con estas cosas extrañas del parentesco resulta que un tío de un primo mío era un mono que vivía en el zoológico de La Plata. Resulta que mi madre, una mujer muy respetuosa, nos hacía ir a visitarlo para su cumpleaños. Le llevábamos una torta y de regalo siempre una pipa, una navaja o un reloj. Existía algo de indiferencia en su mirada, algo de desdén al acariciarnos, y algo de alegría y de tristeza al irnos. Resulta ser, por esa rareza del parentesco, que la mujer de un nieto de una prima de una tía de mi padre mató a sus parientes en una cacería de fin de semana.
Unomono, 1999.
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andresgelos · 11 years ago
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Una mujer turca entra a mi tienda con sus hermanas y en pocos segundos estoy casado con todas ellas. Al año tengo decenas de hijos y montones de problemas. En tan solo unos años me encuentro con infinidad de nietos y enormes deudas para alimentarlos. Para cuando mi ruina se avecina descubro lo enorme de mi familia e invado Turquía, saqueo sus palacios, aniquilo al pueblo entero, pago mis deudas, guardo unas monedas en mis alforjas y me envío al destierro. Allí compro una casa o como quiera que se llame a estos lugares con puerta y llave.
Unomono, 1999.
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