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Angel Baguer Alcalá
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angelbaguer · 11 days ago
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Corrupción política: una vieja lacra que no cesa
Publicado en Heraldo de Aragón. 21 de julio de 2025
Vivimos inmersos en un presente plagado de escándalos de corrupción política. Pero este artículo no pretende juzgar casos concretos —para eso está la justicia—, sino reflexionar sobre por qué la corrupción ha estado presente desde tiempos remotos y por qué parece haberse intensificado en las últimas décadas.
El abuso de poder para beneficio propio es tan antiguo como la política misma y ha sacudido a sociedades de todas las épocas. En el Imperio Romano ya se practicaba el ambitus, una forma de compra de votos y manipulación electoral. La corrupción estaba arraigada en la administración pública y el ejército, y no fueron las invasiones bárbaras las que precipitaron la caída del imperio, sino una cadena de emperadores corruptos y débiles que quebraron la economía, destruyeron los valores y minaron la confianza del pueblo.
Mucho ha cambiado el mundo desde entonces, pero la corrupción persiste a nivel mundial. Hoy, ha adoptado formas más sofisticadas: sobornos a funcionarios, adjudicaciones amañadas, tráfico de influencias, malversación y nepotismo para favorecer a familiares y amigos en cargos oficiales. No importa el color del gobierno ni la ideología: cuando el poder no se somete a controles eficaces, el riesgo de corrupción se dispara. Las formas se modernizan, pero el fondo es el mismo.
Hay causas profundas y estructurales que explican por qué la corrupción sigue tan presente. Las principales, en nuestra sociedad actual, podrían resumirse en cuatro grandes bloques.
1. Falta de cultura, formación, ética y vocación en los dirigentes políticos. Hubo un tiempo en que los grandes líderes accedían a la política con una sólida trayectoria y una clara vocación de servicio. Churchill, De Gaulle, Adenauer, Kennedy, Brandt, Luther King, Thatcher o Mandela aportaban experiencia, cultura, compromiso, visión. Todos ellos reunían méritos profesionales y personales antes de ocupar el poder. Hoy, por el contrario, asistimos a una preocupante mediocridad en muchos cargos públicos. La política se ha convertido en un medio de vida, no en una misión. Hoy es posible llegar a la presidencia del gobierno, dirigir un ministerio o legislar desde el Congreso sin experiencia profesional previa ni formación exigente. En cualquier profesión –desde la medicina hasta la fontanería– se requieren estudios, acreditaciones y prácticas. Pero para gobernar un país o gestionar un ministerio, no. Y, a diferencia del pasado, donde una falta ética podía suponer la dimisión y/o final de la carrera política (Richard Nixon o el juicio político a Bill Clinton), ahora los escándalos apenas tienen consecuencias. Se suceden los casos, pero nadie dimite.
2. Leyes permisivas y escasa sanción. La tendencia legal en muchos países, incluido el nuestro, es cada vez más garantista con quien incumple la ley. La educación debe primar, sí, pero también es necesaria una respuesta firme ante quienes delinquen desde el poder. Resulta indignante ver cómo se premia a corruptos con cárceles cómodas, reducciones de pena e incluso indultos como el del caso de los ERE. ¿Dónde queda el mensaje disuasorio para quienes piensan en repetir la jugada?
3. Falta de independencia judicial. La democracia se basa en la separación de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la politización de la justicia pone en jaque este principio. Nombramientos como el de Dolores Delgado, exministra del partido del gobierno convertida en fiscal general del Estado, o las reformas que afectan al control del poder judicial, como la conocida ley Bolaños, hacen tambalear esa necesaria independencia. Y sin justicia independiente, no hay democracia real.
4. Financiación opaca y urbanismo corrupto. Los escándalos vinculados a la financiación de partidos, adjudicación de contratos o licencias urbanísticas han salpicado a formaciones de todos los colores. Gürtel, Filesa, Nóos, Pujol, De Miguel, máquinas tragaperras y otros, entre ellos los presuntos actuales. La lista es larga y transversal. Cuando el interés público se subordina al privado, todos perdemos. El urbanismo, en particular, se ha convertido en una vía rápida para la corrupción: terrenos recalificados, contratos inflados, empresas fantasmas…
Consecuencias sociales y económicas devastadoras
La corrupción no solo es inmoral; es cara. Tiene un coste económico, social e institucional altísimo. Atrae desconfianza, ahuyenta la inversión –tanto nacional como extranjera–, ya que nadie quiere operar en un entorno donde las reglas del juego son opacas o inestables. Destina recursos públicos a fines privados o los malgasta en lugar de reservarlos para proyectos de desarrollo o servicios públicos. Engorda la deuda del Estado. Recorta servicios básicos como educación o sanidad. Detiene el progreso. Disminuye el ahorro de los ciudadanos por decreto de mayores impuestos para pagar la deuda y aumenta la desigualdad social y la pobreza. A nivel institucional, erosiona la credibilidad del sistema, alimenta la desafección ciudadana y el descontento abre la puerta a los movimientos populistas y demagógicos que prometen acabar con el sistema, pero que en realidad lo debilitan aún más. El coste es doble: económico y democrático. Cuando los ciudadanos pierden la fe en las instituciones, la democracia se resquebraja. Sin confianza, no hay cohesión. Y sin cohesión, no hay futuro.
Una reflexión final
No hay democracia sólida sin líderes formados, éticos y ejemplares. Combatir la corrupción no solo es cuestión de endurecer leyes, aunque estas sean necesarias. La política debe recuperar su vocación de servicio y dignidad. Es preciso exigir formación y experiencia a nuestros representantes, garantizar una justicia independiente y fortalecer los controles en las instituciones. También es importante que la ciudadanía se mantenga vigilante y exija rendición de cuentas. La política no puede seguir siendo un refugio para mediocres o ambiciosos sin escrúpulos. Los cargos públicos deben estar ocupados por personas preparadas, éticas y ejemplares (que las hay). Solo así podremos combatir la corrupción con eficacia, restaurar la confianza y construir un país más justo.
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angelbaguer · 2 months ago
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El apagón, una señal inquietante
Publicado en Heraldo de Aragón. 16 de mayo de 2025
El reciente apagón del 28 de abril no fue solo una interrupción eléctrica. Fue un aviso de nuestra fragilidad tecnológica en una sociedad que se cree invulnerable. Vivimos tiempos de una transformación acelerada, donde el progreso –a pesar de sus aportes incuestionables– avanza a una velocidad que, con frecuencia, escapa a nuestro control. Creemos que lo sabemos todo y no es cierto. La pandemia de la covid-19 lo puso de manifiesto: un organismo invisible paralizó al mundo entero. Y seguimos sin respuestas definitivas para el cáncer, el cerebro humano. el propio núcleo de la tierra y los límites del universo.
Este apagón fue algo más que una simple falta de luz. Simbólicamente, cuestionó los límites del progreso. En plena era de la inteligencia artificial, muchas personas no pudieron subir las persianas de su casa, comprar alimentos, tomar un taxi o comunicarse por falta de cobertura o efectivo. Es una demostración clara de que, por mucho que avancemos, seguimos siendo vulnerables.
El progreso, que antaño era lineal y controlado, se ha vuelto exponencial. Desde la primera revolución industrial en el siglo XVIII, con la invención de la máquina, hasta hoy, el desarrollo tecnológico ha transformado nuestras vidas, mejorándolas, y democratizado el acceso a la cultura, facilitando el ascenso de las capas sociales más desfavorecidas. Pero lo que antes era un desarrollo gradual y controlado —con un siglo de diferencia entre cada una de las tres primeras revoluciones industriales— ahora avanza de forma vertiginosa. La actual cuarta revolución industrial —con inteligencia artificial, robótica, impresión 3D, nanotecnología, biotecnología, computación cuántica y comunicaciones— ha irrumpido en apenas unas décadas. No hay precedentes. Y esa velocidad plantea una gran incógnita: ¿estamos preparados para asimilar tanto en tan poco tiempo?
Los beneficios son innegables, pero también lo son los riesgos. A medida que la tecnología se vuelve más sofisticada, no siempre contamos con la preparación ni la ética necesarias para utilizarla de forma responsable. Esto genera una sociedad expuesta a incertidumbres que podrían desbordarnos. Más allá de averiguar la causa del apagón y depurar responsabilidades, urge asumir los grandes retos del presente para evitar amenazas mayores.
Uno de ellos es la sobrepoblación. En 1960, éramos 3.000 millones de habitantes; hoy superamos los 8.000. La presión sobre los recursos naturales es asfixiante. Cambio climático, contaminación, deforestación, problemas energéticos, incendios recurrentes, polución de ríos y mares y la escasez de materias primas son síntomas de un modelo insostenible. Explotamos los recursos naturales a un ritmo superior a la de su regeneración. Y según la ONU, en 2050 podríamos llegar a los 9.700, con un alto porcentaje de personas mayores que requerirán atención y recursos.
También debemos preguntarnos si estamos listos para convivir con máquinas que aprenden por sí solas. A diferencia de las revoluciones industriales anteriores, en las que las máquinas estaban bajo control humano, la inteligencia artificial abre la puerta a sistemas autónomos, preparando a las máquinas para que aprendan por sí mismas a reaccionar eficazmente. Sin límites éticos, podríamos perder el control sobre un progreso que deje de servirnos y empiece a dominarnos. Otros riesgos son más conocidos, pero no por ello menos graves. Las epidemias, muchas transmitidas por animales, se vinculan a la deforestación (con ocupación de espacios naturales por el género humano), y al consumo de animales silvestres que trasmiten los virus a la especie humana. El control de armas nucleares es urgente, al igual que la lucha contra el cambio climático, que exige educación desde la infancia (creando una conciencia ciudadana), y leyes estrictas.  Resulta incoherente hablar del calentamiento global mientras se permite el uso masivo de envases contaminantes, la distribución de bolsas de plástico en comercios o el despilfarro de energía. Si no se realizan planes muy serios, con unanimidad a nivel mundial, el calentamiento del planeta será imparable.
Junto a estos desafíos, se suma otro igual de preocupante: la pérdida de valores. En nombre del progreso material, se diluyen la responsabilidad, la cultura del esfuerzo, la solidaridad, la capacidad de resistencia a la frustración, el respeto y la empatía. Vivimos en una sociedad donde el "nosotros" ha sido sustituido por el "yo". Esos valores, antes transmitidos por familias y docentes, se ven sustituidos por discursos vacíos o incoherentes. No es serio exigir formación para pasear un perro, pero no para ser ministro, considerar violación la inseminación artificial de animales o promover términos como “niñes”, todes o portavozas mientras se ignoran necesidades sociales reales, en una sociedad donde imperan muchas veces los malos hábitos, en perjuicio de quienes viven y trabajan honestamente.
Uno de los mayores desafíos, sin duda, es político. Las instituciones deberían liderar el cambio con visión, preparación y altura de miras. Sin embargo, cada vez es mayor el riesgo de dirigentes agresivos, capaces de tomar decisiones impulsivas y confrontativas que desestabilicen las relaciones internas e internacionales. Además, la falta de formación, experiencia o ética en muchas personas, no vocacionales, que acuden a la política como medio de vida, alimenta el descrédito. Este, no es solo una molestia: es un síntoma de crisis de liderazgo en un momento crítico. En un país donde nunca hay dimisiones tras una catástrofe o escándalo, el apagón nos recuerda una verdad incómoda: muchos se aferran a sus sillones muy remunerados mientras la ciudadanía se queda a oscuras.
Aun así, no todo está perdido. Todavía estamos a tiempo de redirigir el rumbo. Revertir un progreso descontrolado y una sociedad desorientada es tarea colectiva. Ciudadanía, instituciones y sectores productivos deben actuar con urgencia. Tenemos mucho por hacer. Y poco tiempo para lograrlo.
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angelbaguer · 2 months ago
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Entre la excelencia y los chiringuitos
Existen universidades buenas (públicas y privadas), chiringuitos (privados) y universidades públicas a las que no se puede llamar chiringuitos, pero que son de baja calidad. Los chiringuitos privados (aunque se llamen universidades) son reconocibles. Personas de confianza, con negocios o sin ellos, me cuentan que han enviado a sus hijos a estudiar a estos centros para obtener un título que les permita desarrollar su trabajo, reconociendo la imposibilidad de lograr el certificado en otros centros con mayor exigencia, al ser mediocres estudiantes. ¡Vergonzoso! El resultado tiene una doble vertiente: por una parte, las familias con negocios los colocan en la empresa familiar con diversas consecuencias (algunos responden y otros la arruinan). Por otro lado, las familias sin negocios con hijos con bajos resultados en bachillerato, observan en muchos casos, cómo sus vástagos no encuentran trabajo o se colocan en puestos de poco nivel. Es la realidad. Los profesionales de selección de personas lo tienen claro: estudiantes mediocres en el bachillerato, sin cultura del esfuerzo y decisión, en general no dan para más.
Hay universidades privadas de prestigio y calidad, algunas reconocidas internacionalmente. Entre otras, la Universidad de Navarra, Alfonso X el Sabio, Camilo José Cela, Pontificia de Comillas, CEU San Pablo, Ramón Llull, Europea de Madrid, UCAM, Deusto, Nebrija… Estos centros proporcionan a la sociedad buenos profesionales y con un dato a tener en cuenta: su coste no recae en todos los ciudadanos, sino en las familias que deciden que sus hijos estudien allí.
En cuanto a las universidades públicas, también existen centros de alto nivel, caso de la Carlos III de Madrid, Barcelona, Autónoma de Barcelona, Rovira y Virgili, Autónoma de Madrid, Pompeu y Fabra, Politécnica de Madrid, UPC, Pública de Navarra, Politécnica de Valencia, Zaragoza... De estas instituciones han salido competentes profesionales con un servicio valioso a la sociedad.
No obstante, de las universidades públicas en España (un 55% del total) hay centros de escasa calidad. Estas cuestan dinero a toda la sociedad, se utilicen o no. Son centros que crecieron desmesuradamente en la última parte del siglo XX cuando la clase política decidió hacer, en cada población, polideportivos, aeropuertos, estaciones de AVE y universidades. Aprovechando el contexto de elevada recaudación fiscal y fondos europeos, se destinaron enormes recursos a proyectos cuya rentabilidad, en algunos casos, ha resultado nefasta. Algunas universidades públicas nacieron en ese contexto, sin una base académica sólida, sin calidad.
La evolución demográfica también pone en cuestión este crecimiento. En 1978 había en España 700.000 nacimientos al año (media de tres hijos por mujer). En 1998, la cifra cayó a 360.000, la mitad. Este descenso progresivo, supone una menor base de acceso a la universidad desde el bachillerato (significativo porcentaje menos de potenciales estudiantes). Sin embargo, la fiebre del dinero fácil llegó al ámbito universitario, y las universidades y facultades universitarias se multiplicaron de forma desproporcionada, tanto las públicas, sobre bases políticas, como las privadas. No es proporcional ni justificable el aumento de plazas universitarias para 34 millones de habitantes de España en 1970 (205.000 universitarios) respecto al año 2025 (1.762.000), cifras aproximadas, un crecimiento que no se corresponde con las necesidades reales del país. Además, bastantes alumnos que entran en la universidad deberían cursar estudios de formación profesional, tema que también es preciso abordar.
El exceso de universidades fue acompañado de la contratación acelerada de profesores (crecimiento del 17% en la primera década del siglo XXI), muchos de ellos con una preparación deficiente. El resultado ha sido una estructura sobredimensionada, costosa y con un marcado carácter funcionarial y endogámico. Además, la falta de planificación respecto a las necesidades del mercado ha producido un desajuste: titulaciones con baja demanda laboral, pero alta oferta académica. Estos hechos llevan a la conclusión de que los recursos no han sido bien gestionados.
Mirar al pasado solo tiene sentido si se aprende de los errores. En este aspecto, es necesario que todas las fuerzas políticas reconozcan las carencias del sistema educativo y trabajen de forma conjunta para mejorar la universidad, tanto pública como privada. La gestión de las universidades públicas sigue anclada en modelos burocráticos y politizados. En un clima competitivo como el actual, la universidad debe evolucionar al igual que lo hacen las organizaciones empresariales. En la universidad pública, no existe un modelo dinámico donde los máximos responsables (rector, decanos y directores de departamento) puedan tomar libremente sus decisiones, sometidos a la voluntad del Claustro, Juntas de Facultad y Juntas de Departamento, en una estructura organizacional burocrática. Además, aunque existen profesores excelentes, también los hay que permanecen en sus puestos gracias a una legislación permisiva, sin cumplir estándares inaceptables en una empresa privada.
La universidad debe adaptarse a las demandas de la sociedad. Los planes de estudio deben alinearse con las necesidades reales del mercado laboral. En España, el paro juvenil es uno de los más altos de Europa, y el desempleo general también supera la media de la UE. Sin embargo, faltan profesionales en áreas clave como inteligencia artificial, electromedicina clínica, drones, gestión de datos, tecnología de la información, sector médico, logística, cambio climático, computación cuántica o integración social. Al mismo tiempo, ocupamos posiciones muy bajas en los rankings internacionales y soportamos un preocupante índice de abandono escolar (alrededor de un 30%, con un coste millonario). También hay que analizar por qué buenos profesionales emigran a otros países tras una formación de alto precio a cargo de los ciudadanos.
Analizado lo anterior, es urgente que los responsables políticos trabajen unidos. Basta de confrontaciones. NO a los chiringuitos académicos. NO a las universidades públicas de baja calidad. NO a las deficiencias estructurales del sistema educativo. SI a la universidad de calidad, sea pública o privada. Y, sobre todo, NO a la compraventa o adulteración de títulos, incluidos los doctorados.
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angelbaguer · 3 years ago
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La auténtica pandemia: la estupidez
Publicado en Diario Vasco el 26.1.2022 y en Diario de Navarra el 28.1.2022
Transcurridos dos años desde la aparición de la Covid-19 en Wuhan, los efectos de la pandemia han sido importantes a nivel social y económico, originando muertes y dolor y entre otras consecuencias, desempleo y cierre de negocios. ¿Por qué seguimos así, ola tras ola, a pesar del gran trabajo de los científicos y profesionales de la salud? Porque la pandemia ha evidenciado varios problemas que sufre la humanidad.
El primero de ellos, nuestra ignorancia en algunos aspectos pese al gran avance tecnológico registrado en los últimos años. Creíamos que lo sabíamos todo, pero llegó el virus y puso patas arriba el mundo. “Sabemos una gota de agua e ignoramos el océano”, sentenció Newton.
El segundo de nuestros problemas es el decrecimiento del uso de la inteligencia unido a la falta de preparación de la sociedad para asimilar lo nuevo. Por una parte, el uso no asiduo del cerebro hace que no alcance su potencial. Si la tecnología lo hace todo, los sistemas educativos son menos exigentes y la cultura del esfuerzo se desvanece, la media disminuye. Por otra parte, existen personas de un alto nivel intelectual que desarrollan sistemas impresionantes en tecnología, ingeniería, medicina, psicología... Son grandes profesionales que han logrado alumbrar la vacuna contra la Covid-19 en un tiempo récord. Pero este desarrollo exponencial produce cosas complejas para una sociedad que carece de la capacidad suficiente para utilizarlas.
El tercer problema es que la pandemia ha puesto en evidencia la estupidez de una parte de la sociedad. Mientras los científicos y sanitarios han estado trabajando sin desmayo, la falta de empatía de sectores de la población hacia los demás, con el apoyo de directrices políticas de dirigentes con evidente falta de preparación y criterio, han posibilitado la aparición de olas sucesivas de contagios, condicionando la vida cotidiana de las personas.  Durante la pandemia, los despropósitos han sido numerosos. Bajo la bandera de una libertad mal entendida, los gobiernos no han elaborado normas estrictas al tiempo que una apreciable parte de los ciudadanos ejerce de palmeros, unos por convicción y otros amparándose en que oponerse es políticamente incorrecto. Existe el complejo de autoridad. Lo atestiguan carteles del tipo “se recomienda…”.
Los científicos prepararon la vacuna en un tiempo récord y se dotó al mundo de mascarillas, geles y test. Sin embargo, el comportamiento lamentable de una parte de la sociedad bajo mandatos políticos enfocados, en general, a la captación de votos, no ha parado la pandemia. Todo ello aderezado por los que no creen en la redondez de la tierra, chamanes y negacionistas.
Cansinos e inoperantes los mensajes de los gobernantes arengando a la población a la prudencia y a la cautela han acabado convirtiéndose en una pesadez. ¡Qué ganas de perder el tiempo en lugar de realizar acciones concretas!  Y tampoco se entiende que se dicten normas a sabiendas de su incumplimiento. Por supuesto que hay que anteponer educación y formación a sanciones, pero ¿por qué se permiten tumultos, festejos y botellones cuando hay normas claras que los prohíben? Parece increíble ya que el comportamiento irresponsable produce daños que son irreparables tanto en la salud de las personas (incluida la muerte) como en la economía. Se han dictado normas de las que no se puede controlar su cumplimiento. ¿Por qué, si no sirve para nada?
En cuanto a la población, resultan inexplicables los desmanes de una parte de los ciudadanos. Aunque no es de extrañar  dado que la protección al que incumple la ley o las normas castigando, en cambio, a la persona honesta, responsable y de orden parece ya una pauta en esta sociedad.
Una persona se puede negar a vacunarse, pero lo que no puede una minoría es condicionar a los que cumplen con el bien común. A los que se niegan a vacunarse habría que condicionarles todo: imposibilidad de realizar viajes, prohibida la entrada en hoteles y otro tipo de alojamientos, no poder acudir al trabajo, hacerles pagar la estancia en hospitales en el caso de resultar infectados por el virus y necesitar asistencia, cerrarles el paso a eventos deportivos, cines, teatro, conciertos…
La vacuna ha evitado innumerables muertes, pero es un hecho que, transcurrido un año desde su conquista, las olas víricas continúan porque parte de esta sociedad de libertad mal entendida no quiere vacunarse. También porque hay personas que alientan con su comportamiento la difusión del virus sin importarles las consecuencias para otros. Esta falta de empatía por el bien común no es más que una demostración de falta de cultura, mediana inteligencia y sobrada estupidez.
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección. Profesor emérito de Tecnun, Escuela de Ingeniería de la Universidad de Navarra.
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angelbaguer · 4 years ago
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Soy joven y sin trabajo, ¿por qué?
Publicado en Heraldo de Aragón el 23 de junio de 2021
Tenemos el mayor paro juvenil de la Unión Europea, más de un 40%, triplicando casi la media de esta. A su vez, tener un título universitario en nuestro país no garantiza un puesto de trabajo. Estos hechos no son achacables al virus. Esto viene de lejos. La pandemia ha podido aumentar la cifra, pero, un año antes del coronavirus, el paro juvenil en España ya era alarmante y aproximadamente el 28% de los titulados que habían finalizado sus estudios cuatro años antes, no tenían empleo. En mi opinión, son varios los puntos que originan este grave problema.
En primer lugar, aunque no es el más importante, la existencia de pymes sin el desarrollo adecuado, cuyos puestos de trabajo no se ajustan a la formación recibida.
En segundo lugar, las ineficiencias del sistema educativo respecto a lo siguiente:
a) La desinformación a los jóvenes en los centros educativos (bachiller, formación profesional y educación superior) de cara a las disciplinas laborales que existen en el mercado (con objeto de que los alumnos descubran su vocación) y la demanda de este. Esto no se realiza con el rigor y la periodicidad que se precisa. Las conferencias o charlas de expertos externos deberían constar en la planificación anual del programa educativo de cada centro.
b) La relación de contenidos de asignaturas y prácticas con las exigencias de la 4.0 en todos los estudios, no solo en los de ciencias. Los cambios van a ser en todos los sectores donde una máquina inteligente pueda sustituir a la persona, como traducción de idiomas, diagnósticos médicos, servicios de abogados, técnicos de laboratorio, bibliotecarios, diseñadores, documentalistas…
En la universidad, no vale ofrecer únicamente estudios de ingeniería, medicina, filosofía, periodismo, veterinaria, económicas, derecho... La formación de muchos jóvenes debe encaminarse a la gestión del conocimiento, digitalización, robótica, gestión de desastres, bioingeniería, inteligencia artificial, baterías, nanotecnología, neurociencia, vehículos autónomos, impresoras 3D, gestión de la comunicación e internet. Para estas disciplinas se precisan personas que piensen, investiguen, fabriquen, mantengan y reparen.
En la formación profesional el cambio tiene que ser profundo. Parte de ella está desprestigiada por carecer de módulos atractivos en consonancia con los tiempos actuales y por ser refugio, en muchas ocasiones, de estudiantes mediocres. Hay que apostar por una FP atractiva para el estudiante y la sociedad, con módulos demandados por el mercado y con una formación complementaria y excelente en cultura e idiomas. Esta FP de calidad, debe disponer de variadas disciplinas: informática, dietética, comunicaciones, sistemas de telefonía móvil, restauración de obras de arte, drones, marketing, publicidad, inteligencia artificial, comercio, digitalización, sanidad, técnicos de mantenimiento, tratamiento de aguas, impresoras 3D, imagen y sonido, restauración, vehículos autónomos, servicios socioculturales, robótica…
Este tipo de FP debe ser el destino de gran parte de los actuales estudiantes universitarios. Muchos egresados de la universidad no encuentran trabajo porque estudian carreras masificadas sin tener en cuenta la demanda del mercado, lo que les obliga a trabajar posteriormente en precario en otras disciplinas de las que estudiaron.
c) El profesorado debe ser excelente. Algunos, incorporados mediante oposiciones y otros procedentes del mundo empresarial, donde hay grandes profesionales que darían un valor añadido a la docencia. Además, los docentes tienen que reciclarse constantemente y adaptarse a los cambios continuos ya que nos encontramos en una era de adelanto tecnológico exponencial.
d) Es preciso dotar de calidad al sistema educativo comenzando por eliminar en las enseñanzas primaria, secundaria y bachiller, la posibilidad de pasar de curso al alumno con asignaturas suspendidas. En cuanto a los docentes, escandalizan los resultados negativos que se dan en algunas oposiciones públicas. En la universidad estatal, es preciso acabar con la endogamia, primar a los buenos profesores y prescindir de los malos que pueden continuar de por vida en el cargo porque así lo permite el sistema.
e) Debe haber coherencia entre la demanda del mercado y la oferta universitaria. Solo la mitad de los egresados trabaja en un puesto acorde con la carrera que estudió. El número de plazas ofertadas en la universidad no guarda relación con la demanda del mercado. En las dos últimas décadas del siglo XX cayó la natalidad en España un 50%. Sin embargo, los centros universitarios se han multiplicado desproporcionadamente con una oferta similar, sin la alternativa de la diferenciación. Los números clausus de muchas Facultades están sobredimensionados respecto a lo que precisa el mercado laboral. Muchos de los jóvenes universitarios deberían acudir a la FP, siempre que sea de calidad, como se ha expuesto.
En tercer lugar, el comportamiento de parte de la sociedad. Muchos jóvenes no tienen empleo porque no tienen formación, aunque tuvieron la oportunidad. Lo decidieron por propia voluntad y el consentimiento de sus padres. En bastantes hogares no se transmite la cultura del esfuerzo a los hijos. Hay que evitar que jóvenes que deben formarse prefieran trabajar unas pocas horas diarias en empleos superfluos, viviendo cómodamente en casa de los padres y gastándose la pasta en farras los fines de semana. Algo hay que hacer al respecto. Por ejemplo, países punteros en educación ponen trabas a los jóvenes que no quieren estudiar para obtener el carnet de conducir. Otros, obligan a formarse en el periodo de desempleo en disciplinas necesarias para poder optar a un puesto de trabajo. La prestación no puede ser a cambio de nada.
Puede darse el caso de que un joven no se haya formado por circunstancias personales justificadas, pero tampoco necesita un título siempre que se preocupe por perfeccionar sus conocimientos, aprenda idiomas y tenga espíritu de sacrificio.
Si usted, amable lector, estuviera al frente de un proceso de selección para un puesto de trabajo y analiza el curriculum de jóvenes que optan al mismo, con el siguiente perfil: sin apenas estudios, sin cultura del esfuerzo, sin saber prácticamente nada y sin compromiso. ¿Les daría empleo?
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección y escritor. Profesor emérito de Tecnun
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angelbaguer · 4 years ago
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De normas, gestión e ineficiencias
Publicado en la revista Woman Essentia el 23 de febrero de 2021
En cualquier organización, comunidad o país debe haber unas normas que constituyen su columna vertebral, la base del sistema.
 Teniendo en cuenta los principios clave de la gestión, es deseable que las normas estén consensuadas, entre quien las dicta y los subordinados, ya que nuestras normas siempre son razonables; las de los demás son una imposición. Una aclaración importante: consenso no es unanimidad. A su vez, las normas tienen que definirlas un experto o un equipo pequeño de expertos. Deben ser pocas y claras, hechas con sentido práctico para que se puedan controlar y es fundamental que se dicten para que se cumplan. Si analizamos las normas dictadas en lo concerniente a la gestión de la pandemia de la Covid-19, todo lo anterior no se ha cumplido en su mayor parte.
 Soy firmemente partidario de la delegación del trabajo, que he defendido e incentivado siempre, tanto en el mundo laboral como en mis clases de economía en la universidad y en diversas publicaciones. Pero hay un tema que el gobierno no ha entendido o no ha querido entender. La delegación de tareas, que es vital para la optimización del trabajo, no tiene nada que ver con la delegación de responsabilidad. Se pueden delegar tareas, que es delegar poder para actuar, pero no se puede delegar la responsabilidad. El haber delegado la responsabilidad a las autonomías, como principio de gestión, es una equivocación. La responsabilidad no se puede delegar. Tal es la confusión en la interpretación de lo que significa responsabilidad que escuché a un presidente de comunidad autónoma, decir en televisión, que él no era responsable del cierre de la hostelería en su comunidad, que la responsabilidad era del organismo de la sanidad de su autonomía, que era quien lo había decretado. Oír esto de un mandatario produce estupor. Es comparable a que, en una empresa, el director general delegase a un director de área (producción, comercial, finanzas, compras, marketing…) la responsabilidad de las decisiones que tomase en su espacio. Una cosa es que delegue autoridad para que decida y otra es que haga dejación de la responsabilidad, que sigue siendo de un único responsable, en el caso de la empresa del director general y en el caso del estado y de las autonomías de sus responsables respectivos, el presidente del gobierno y los presidentes de cada comunidad autónoma.
 Las normas las debe decidir un experto o un pequeño equipo de expertos. Este ha sido el principal fallo en la gestión de la pandemia en nuestro país. Tanto en lo referente a la salud como a la economía, la gestión la tenía que haber liderado un gabinete de expertos, ajenos a la política. La clase política no está preparada para gestionar problemas de esta dimensión. Lo lamentable es que, en nuestro país, hay excelentes profesionales de la gestión y de la sanidad que ni tan siquiera han sido consultados.
A su vez, las normas tienen que ser pocas y claras. Ha sucedido todo lo contrario. Desde que comenzó la pandemia hemos asistido a una borrachera de normas variopintas que han desorientado a las personas: ahora hay que hacer esto, mañana lo contrario. Con diferentes normas según la autonomía: fumar en las terrazas, confinamientos perimetrales, deporte con o sin mascarilla, número de personas permitidas en reuniones familiares, inclusión o no de los menores de catorce años, familiares directos, allegados, hora de cierre de bares y toques de queda a diferentes horas. ¡Un caos! El ciudadano ya no sabe lo qué tiene que hacer.
 No hace falta ser un experto para darse cuenta de que, una norma, tiene que dictarse siempre que se pueda controlar su cumplimiento, con sentido práctico para que su inspección sea operativa. Si no fuera por el grave problema de la pandemia daría risa por ejemplo el control sobre el permiso para visitar a los allegados en las pasadas navidades. Esta norma, además de animar a la gente a desplazarse con una justificación tan pueril e inoportuna, es un ejemplo de una decisión incoherente ya que no es posible su control, comenzando por la ambigüedad del término allegado. Hacer llamamiento a la responsabilidad individual de la persona o justificar el viaje mediante una declaración jurada, raya en la insensatez, en un país cuya indisciplina es manifiesta en bastantes personas.
 Por último, las normas son para cumplirse. Se han establecido teóricamente para proteger a las personas, pero no ha habido una planificación para que se cumplan. Esto, en todas comunidades autónomas, donde ha habido y sigue habiendo desmanes en bodas, fiestas patronales, sitios públicos saturados, discotecas atiborradas, celebraciones estudiantiles y botellones con un denominador común: sin las normas de seguridad exigidas para la población. No ha trabajado el estamento político en adecuar leyes a la pandemia, de estricto y rápido cumplimiento. Es patético observar cómo la policía tiene que esperar a que salgan de un establecimiento a altas horas de la mañana los que incumplen las normas para amonestarles o multarles. Llama poderosamente la atención que las mismas personas reincidan, sin otro problema que unas multas de las que hay dudas que se vayan a pagar, entre otras cosas porque, al parecer, no se tramitan a tiempo debido a su gran número y no llegan a los infractores. Clama al cielo que haya locales y otros lugares donde se celebran fiestas proclives para extender la pandemia, claro delito contra la salud pública, y que, siendo incluso algunos reincidentes, permanezcan abiertos. Llevamos casi un año de pandemia y la clase política, que sigue creciendo en número de personas y costes desorbitados, mientras el país se hunde económicamente, no ha sido capaz de resolver este problema.
Siguiendo con la adecuación de las leyes a la pandemia, resulta chocante que un gobierno autónomo decrete el cierre de la hostelería, haya posteriormente una demanda del sector solicitando la apertura y los jueces determinen que hay que abrir los negocios, dejando en paños menores y con cara de tonto al gobierno autónomo. Pero más chocante e incongruente es que, en otra autonomía con el mismo caso y procedimiento, suceda lo contrario y los jueces fallen a favor de que sigan cerrados los bares y restaurantes, dando la razón a los responsables políticos.
 La gran virtud de un responsable es la humildad para reconocer sus errores, pero asistimos a lo contrario. No obstante, las palabras y bravatas no sirven, solo cuentan los resultados. En el ranking de la pandemia, nuestro país destaca por una de las mayores cifras de fallecimientos en función de su población, el mayor número de sanitarios contagiados y una economía que según los expertos experimentará una de las mayores caídas de su PIB a nivel mundial. Esa es la verdadera vara de medir y no escudarse en que esto sucede en todos los países.
Ángel Baguer Alcalá
Ingeniero Superior Industrial por la Universidad de Barcelona y Doctor en Ingeniería Industrial por la Universidad de Navarra. Consultor de alta dirección, profesor emérito de Economía y Dirección de personas en TECNUN , conferenciante y escritor.
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angelbaguer · 4 years ago
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De normas, gestión e ineficiencias
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angelbaguer · 5 years ago
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Liderazgo y responsabilidad
Publicado en “Civismo y democracia”, septiembre 2020
El éxito del proyecto de un país, en la medida adecuada a sus recursos, depende del liderazgo. No depende del entorno ni de la coyuntura económica, ni de otras cosas que son igual para todos. El petróleo sube o baja para todos, la inflación-deflación global afecta a todos, las materias primas escasean para todos, los cambios tecnológicos también y el coronavirus ha sido nefasto para toda la humanidad.
 Un líder se distingue por marcar objetivos y tener la habilidad de influir en los demás para que le sigan. Son varias las características del liderazgo, pero hay algunas fundamentales: la humildad, la honestidad (que incluye la transparencia), saber actuar en momentos difíciles (en tiempos de bonanza hasta los más inútiles prevalecen), tener credibilidad, transmitir confianza (vital para que le sigan) y poseer firmeza cuando se requiera.
 Como sociedad, elegimos a los teóricos líderes para que nos guíen y gestionen nuestros recursos de la manera más justa posible. Tras la elección, sería lógico seguirles, pero a la vez, debería ser mucho más fácil sustituirlos si las cosas no van bien y sin esperar demasiado. Deberían bastar pocos indicadores clave, con malos resultados, para que existiera una renuncia automática sin excusas. Esto sería lo honesto y no “estoy aquí hasta dentro de cuatro años a base de pactar con quien sea si hace falta”.
 Si aplicamos estos conceptos de liderazgo a la situación que estamos viviendo con el Covid-19, llama la atención que una parte de esta sociedad no haya aceptado cumplir unas normas básicas con las que hoy no tendríamos la magnitud alarmante de contagios: llevar mascarilla siempre que se sale de casa y mantener la distancia métrica establecida en todo momento (aun cuando se lleve mascarilla), dentro de grupos acotados. Podríamos decir que es un fracaso absoluto de todos nuestros líderes no conseguir convencer de esto a la población. No es fácil que una sociedad con niveles intelectuales diferentes, con valores diferentes, con culturas diferentes, entienda a veces determinados conceptos, pero es evidente que si hubiese habido líderes con credibilidad habría habido mejores resultados. Cuando un líder tiene credibilidad y transmite confianza, posee fuerza para convencer a los demás con una buena comunicación fiable. Esto provoca que le sigan. Tampoco ha habido la firmeza que se requiere cuando existen personas, aunque no sean la mayoría, que incumplen normas, atentando contra la salud pública, siendo además delito.
 En el tema de la comunicación se optó por incentivar el aplauso y las charlotadas artificiales desde los balcones en lugar de mostrar la dura realidad, tanto en la salud como en la economía. Como ha dicho recientemente el prestigioso escritor Pérez Reverte, si no enseñas la realidad, si no hay imágenes reales de las catástrofes, no hay reacción, la gente cree que el drama no va con ella. Dicen que no hay que mostrar el horror y es un tremendo error. Un sector de la sociedad se ha olvidado rápidamente de los muertos y de la labor encomiable de sanitarios y otros colectivos en el transcurso de la pandemia, que han trabajado en durísimas condiciones, pagando a veces con su muerte.
 Al no existir liderazgo, en lugar de una comunicación dirigida a motivar a la población, hemos asistido a un bombardeo de normas e instrucciones, cambiantes a veces rápidamente, con contradicciones continuas y con discrepancias en las comunidades que han conducido a la confusión y a la desconfianza. Algo se ha hecho mal ¿no? Un matiz importante del liderazgo es no tratar de justificar lo que se hace mal sino reconocer los errores, aprender de los mismos y enderezar el rumbo, a veces empezando de nuevo.
 A su vez, una de las dotes del liderazgo es la firmeza. No tiene nada que ver que el liderazgo aporte comunicación, trato y tranquilidad, con la firmeza con la que se tiene que actuar cuando la ocasión lo requiera. No tiene sentido la comunicación continua desde el estado o las comunidades sobre las sanciones a aplicar cuando no se cumplan las normas, a la vez que asistimos al desbarajuste jurídico de anular decretos sancionadores o imposición de normas (un caos incomprensible) y a los continuos desmanes de una parte de la población, sobre todo en la noche, de alto riesgo y coste para la sociedad, con la permisividad que se aprecia.
 También es preciso entender lo que significa responsabilidad. Esta no se delega. Lo que se delega es el poder o capacidad para actuar en representación de quién delega. Se delega poder para actuar por lo que el que delega no puede hacer dejación de la responsabilidad, y más en un problema tan grave como la pandemia. En una empresa, el director general delega las compras, la fabricación, la comercialización, las finanzas y el resto de las funciones principales, pero el responsable ante el consejo de administración sigue siendo él.
 Todavía se está a tiempo de crear un gabinete de expertos, ajenos a la política, para que tomen las riendas de la gestión de la pandemia, especialmente del tsunami económico que viene. Si esto no se hace, los nubarrones, que ya son negros, terminarán en tempestad.
 Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección. Profesor emérito de Tecnun y escritor.
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angelbaguer · 5 years ago
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La hoja de ruta del nuevo teletrabajo
Publicado en Diario Vasco (19 de agosto 2020, San Sebastián)
 El covid-19 está dejando un gran impacto en la sociedad en lo concerniente a la salud, economía, modelos de comportamiento y organización del trabajo, entre otros.
Respecto a la organización laboral, el teletrabajo tiene unas grandes ventajas como la conciliación trabajo-familia, horario flexible, elección del lugar de residencia, optimización del trabajo al eliminar tiempos de desplazamiento, ahorro de energía en oficinas empresariales, mejora del medio ambiente por el ahorro de combustible y menor contaminación, descongestión de las vías de comunicación y alguna más como la disminución de costes empresariales en los grandes edificios de oficinas en las ciudades.
La experiencia adquirida en el tiempo de confinamiento del coronavirus ha demostrado que es posible y muy útil recurrir a él, mucho más de lo que lo practicaban las empresas antes de la pandemia. Además, y en general, sin problemas de ningún tipo. Eso sí, existen empresas y puestos de trabajo donde no es posible trabajar en remoto.
 Muchas personas han mudado su despacho al hogar familiar y se ha demostrado que el mito existente de que con el teletrabajo disminuye la productividad es falso. Tanto en el mundo empresarial como en universidades, centros docentes y otras organizaciones, el teletrabajo ha resultado eficaz. Por lo tanto, muchos de estos organismos se replantean la forma de trabajar de parte de sus empleados. El mayor beneficio que pueden obtener es la reducción apreciable de costes y contribuir a la mejora del medioambiente tan necesaria y crucial para el planeta.
 Para ello, las empresas deben encontrar el punto de equilibrio para desarrollarlo en la práctica, ya que frente a sus puntos fuertes, el teletrabajo tiene exigencias como la planificación de las tareas, la autodisciplina del empleado con compromiso, la concentración y calidad en el trabajo, una legislación sin fisuras y la infraestructura adecuada en los hogares.
 En mi opinión, la hoja de ruta del nuevo teletrabajo debe comprender, por un lado, una ley exclusiva sobre el teletrabajo. Es preciso regular una ley general con flexibilidad generosa para lograr el acuerdo organización-empleado. Actualmente no existe, aunque su utilización está contemplada en el estatuto de los trabajadores, en el que incluso una persona tiene el derecho de solicitarlo para favorecer la conciliación del trabajo y la familia. Esta solicitud debe tener respuesta por la empresa aceptando o rechazándola con explicaciones convincentes. No obstante, el teletrabajo no se puede imponer. Es preciso que la empresa y el empleado lleguen a un acuerdo, tanto si la propuesta es del empleado o proviene de la organización.
 Es evidente que una persona que trabaja desde su casa tiene los mismos derechos y las mismas obligaciones que si lo hace presencialmente en las instalaciones de la empresa. Y los horarios de trabajo, aunque corresponden siempre a la organización, es bueno que se consensuen. Pero a su vez hay que regular quién paga el acceso a internet y las facturas del teléfono, qué pasa con el fichaje de entrada y salida al trabajo, si puede haber comunicación con el empleado fuera del horario de trabajo, garantía de la salud laboral del trabajador y cómo enfocar los accidentes laborales independientemente que, por lógica, habrá menos al disminuir los desplazamientos y porque en casa hay menos riesgos.
 Por otro lado, debe haber un plan en la organización. La decisión que tome la empresa u organismo respecto al teletrabajo está sujeta como cualquier otra al riesgo y la incertidumbre, pero es fundamental que las compañías realicen cambios, aprovechando la experiencia de la etapa de confinamiento, y fomenten que, siempre que sea viable, algunos empleados trabajen en casa, al menos un tiempo de sus jornadas laborales.
 En la innovación está el futuro y la organización debe promover la cultura de cambio como necesidad de mejora. De ahí que la organización debe exponer un plan transparente, explicando sus ventajas, los posibles inconvenientes y la forma de afrontarlos para resolverlos, a veces con el sacrificio de ambas partes. La empresa debe creer, hacer creer y justificar el proyecto. Además, se requiere liderazgo y un plan de trabajo, que puede exigir cambiar parte del funcionamiento de la compañía.
 Es clave realizar un estudio que comprenda cuántas personas de la compañía pueden trabajar desde casa, en función del puesto, y para cada una de ellas, la proporción que debe existir entre el trabajo en la empresa y en el domicilio. En este sentido habrá empleados que precisen días de trabajo presencial en la empresa, combinándolos con el trabajo remoto, porque ahora se trabaja en equipo y para proyectos concretos y es necesaria la comunicación entre los miembros de una empresa.
 Con la información del estudio se podría establecer un presupuesto que valorase la infraestructura necesaria en casa del empleado. Lógicamente el empresario debe facilitar los medios tecnológicos para poder trabajar a distancia, incluso encargarse de su instalación y manteamiento, pero todo puede pactarse.
 Mientras tanto, la desescalada a tiempo presencial en la empresa debe realizarse con prudencia, con algunos cambios en la distribución interior de los espacios y con las medidas dictadas por las autoridades sanitarias. Lo que no cabe duda es que la pandemia ha hecho reconsiderar parte de la organización del trabajo.
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección, profesor emérito de Tecnun – Universidad de Navarra
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angelbaguer · 5 years ago
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La falta de responsabilidad y el complejo de autoridad. Los escándalos sin control en la desescalada
Publicado en la revista Woman Essentia. 28 de julio de 2020
Tras el largo periodo del confinamiento y las graves consecuencias ocasionadas por covid-19, tanto en la salud como en la economía, es inexplicable lo que está sucediendo en el país con los desmanes de una parte de la población, sobre todo de jóvenes, que está poniendo en jaque peligroso a la misma. No es de extrañar dado que la protección al que incumple la ley o las normas, castigando en cambio a la persona honesta, responsable y de orden, parece ya una norma en esta sociedad.
Opino con tristeza que, al parecer, a parte de la población no les ha afectado la muerte de miles de personas, el trabajado sacrificado y estresante de los sanitarios (algunos fallecidos cumpliendo con su deber de atención durante la pandemia) y las tareas de otros colectivos que han servido ejemplarmente a la sociedad.
Tampoco se entiende la actitud de los dirigentes que dictan medidas que luego se incumplen sin que pase nada. Acabado el estado de alarma, se han establecido normas para proteger a las personas, pero no ha habido un plan para que se cumplan. Esto, en todas comunidades autónomas, porque donde no ha habido fiestas patronales, celebraciones por la conquista de títulos deportivos y playas demencialmente saturadas, han existido discotecas grotescamente atiborradas, celebraciones estudiantiles y comidas con un exagerado número de personas, con un denominador común: sin mascarillas. Esto, unido a la nula prevención en el tema de los temporeros recolectores de productos del campo, ha conducido a rebrotes en muchos lugares con un horizonte preocupante y amenazador.
¿De quién es la responsabilidad? Evidentemente de los que se saltan las normas y de los que no las hacen cumplir. Y no nos equivoquemos, no hay que culpar a los policías sino a los que imparten las instrucciones para actuar o a los que no han hecho los deberes y sin ningún tipo de prevención se han encontrado con los hechos consumados.
Siempre he opinado y soy partidario de que hay que anteponer información, educación y formación a multas y detenciones. Lo ideal sería un paraíso con gente formada y educada donde no existieran ni las cárceles, pero la realidad demuestra que hay personas que o no comulgan con el sistema o el bien común les importa un comino y en estos casos es donde los responsables políticos que dictan las normas tienen que intervenir.
En los excesos cometidos en la desescalada todo es negativo. La falta de responsabilidad ocasiona: daños a la salud (incluida la muerte), confinamientos, daños cuantiosos a la economía, gastos en hospitales y costes por los test masivos que sin embargo no se hacen en otras circunstancias que lo requieren. Todo por actuaciones irresponsables. Y como siempre, en este botarate modelo de sociedad, la consecuencia del incumplimiento de normas penaliza a los buenos, a los que cumplen. Porque he escuchado con estupor que la policía no puede entrar en una calle estrecha a cortar la farra, debido al peligro de poder producir lesiones, pero no importa que el comportamiento irresponsable produzca daños que pueden ser irreparables tanto en la salud de las personas (sigue muriendo gente por el coronavirus) como en la economía donde muchas familias se ven obligadas a cerrar sus negocios.
En este país existe el síndrome o complejo de autoridad. He observado a la entrada de supermercados carteles con el siguiente slogan “debido al coronavirus se recomienda el uso de mascarillas”. Al parecer no procede poner “es obligatorio el uso de mascarillas”. La palabra “obligatorio”, creo que da “miedo”, cuando su significado es muy simple; lo especifica muy claro el diccionario: “lo que obliga a su cumplimiento”. Y cuando el bien común lo exige no hay nada que objetar, nos guste o no. Lo que no puede ser es que del radar no te puedas escapar (que defiendo), pero se permitan los desmadres comentados, incluidos los “botellones” que por cultura (sin necesidad de esperar al coronavirus) no tendrían que existir. ¿Hay justificación para que muchos jóvenes de este país se emborrachen o acudan a hospitales con comas etílicos? ¿Miles de menores cada año? Se hacen campañas contra el tabaco (que aplaudo), contra las drogas (que aplaudo) pero se consienten cifras alarmantes de menores consumidores de alcohol. Y los dirigentes a lo suyo con el slogan continuo e ineficaz: “hacemos un llamamiento a la responsabilidad”. ¿Cómo es que no se pone fin a estos desmadres? Lamentablemente tendrán que recurrir a la “autoridad”, como siempre tarde, con más muertes, aumento de costes en hospitales, agotamiento de los sanitarios y arruinando la economía.
Mientras tanto, hay familias que llevan una vida ejemplar con su entorno adiestrado para cumplir las normas. Tristemente son los perdedores de un modelo de sociedad sin valores y sin empatía por el bien común.
Cuando una persona toma la decisión de no cumplir las normas establecidas, lo hace de manera consciente, pero tiene la responsabilidad, al tomar esa determinación, de asumir las consecuencias de su decisión y responder de las mismas. Y lo mismo para los responsables que dictan las normas y no las hacen cumplir.
No hace mucho publicaron un artículo en el que decía que para la gestión de la pandemia y del relanzamiento de la economía se necesitaba un equipo de expertos, ajenos a la política, que transmitiesen credibilidad y confianza, un colectivo de empresarios y directivos, expertos en resolver grandes problemas. Sigo opinando lo mismo. Es lamentable la falta de prevención (ya se ha olvidado lo del 8M) en las concentraciones multitudinarias, sin mascarillas de protección, sin hacer caso de las prohibiciones, llevando a poblaciones a retroceder en varias comunidades. Y siguiendo con el desacierto en la gestión ha surgido el problema con los temporeros de zonas agrícolas, que sin medidas adecuadas en los lugares donde habitan, viven en condiciones paupérrimas, infectados y hacinados intentando sobrevivir. Eso sí, mientras miles de personas en paro, aunque falta mano de obra en el campo, ven la tele en su casa, van al bar, al monte o a la playa.
¿Se va a seguir así? ¿Por una vez vamos a ser responsables, todos, para resolver esta situación hasta que llegue la vacuna?
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección. Profesor emérito de Tecnun y escritor.
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angelbaguer · 5 years ago
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Lo que debemos aprender de la pandemia
Publicado en la revista Woman Essentia. 25 de junio de 2020
Opino que la mente es lo más grande que tenemos y, al mismo tiempo, lo más pobre que poseemos. Lo ha demostrado la pandemia del Covid-19. Antes de la misma, creíamos que lo sabíamos todo: el súper mundo global con su digitalización, las comunicaciones, la inteligencia artificial, los robots, los drones, las casas inteligentes, el automóvil sin conductor, el escáner, las resonancias, los desfibriladores, las unidades electro quirúrgicas, los ultrasonidos de diagnóstico, la terapia genética e inmunoterapia celular, la biopsia líquida, la secuenciación del genoma…
Sin embargo, un invisible bichito ha puesto “patas arriba” a la humanidad. De ahí que estoy de acuerdo con frases como “la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia” del filósofo griego Sócrates o “lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano” de Isaac Newton, físico, inventor y matemático inglés.
Recuerdo que, a lo largo de la pandemia, ilustres de la ciencia nos han mareado con “esto no es peor que una gripe común”, “si en nuestro país brota la epidemia serán solo algunos casos y controlados”, “mascarillas ahora no, ahora sí”, “test masivos imprescindibles al comienzo, ahora no procede realizarlos”, “el virus permanece días en las superficies, ahora parece ser que no está tan claro”. Por lo tanto, la primera lección que nos deja la pandemia es que debemos ser más humildes, a la vez que es preciso recuperar valores esenciales. No todo vale en esta sociedad materialista y mercantilista.
Desgraciadamente, el Covid-19 deja muchas muertes y una situación económica de la que muchos de los habitantes de nuestro país no son conscientes todavía, nutridos con el ocultismo de datos y la farándula de los aplausos en los balcones. ¡Ya vendrá el tío Paco con las rebajas! La gran preocupación de este gran país (¿lo somos realmente?) parece que es acudir a los bares cuanto antes y planificar las vacaciones, que suscribo desde el punto de vista de incentivar el consumo, pero no como única necesidad vital. Pero ¡que se puede esperar si ha sido posible ir al bar o a la playa antes que a la escuela!
Como mirar al pasado no sirve más que para aprender de los errores, debemos plantearnos una nueva forma de proceder en la sociedad que nos ayude a mejorar y favorecer el trabajo de los demás.
Comienzo haciendo alusión a los médicos y resto de sanitarios. Ha sido encomiable su labor en el transcurso de la pandemia, trabajando en unas condiciones durísimas y arriesgando su salud como demuestra el alto número de contagiados y muertos de su colectivo. Han suplido la falta de recursos y equipos de protección con un grado superlativo de vocación y esfuerzo. De una buena sanidad se pasó en pocos días al colapso porque el sistema había sido posible hasta ese momento por las muchas horas de trabajo de los profesionales, saturados muchas veces. Es preciso darse cuenta de que cualquier sistema para que sea bueno, se debe basar en una organización adecuada disponiendo de los recursos necesarios. Esto de cara a las instituciones, porque recortar recursos en sanidad para destinarlos a gastos superfluos y populismos conduce a lo que ha sucedido.
Respecto a la sociedad, ¿seguirán los aplausos en los hospitales y ambulatorios cuando se vuelva a la normalidad? Porque aplaudir significa tener respeto a los profesionales, no exigir pruebas cuando no procede realizarlas (a veces de alto coste). Aplaudir es no denunciarles sin justificación, cuando la medicina no es una ciencia exacta y, en ocasiones, un buen trabajo profesional deriva en resultados no deseados. O cuando se buscan indemnizaciones sin miramiento ético ni razón. Aplaudir es hacer ruido para ovacionar una actuación o conducta, no lo es para exigir, sin motivo, tratamientos especiales con un coste muy alto para la sociedad porque “como cotizo tengo derecho a todo”. Resulta que no queremos recortes en sanidad y luego se despilfarra dinero en cuantía superior a lo que suponen esos recortes. Porque se derrochan constantemente recursos en medicamentos no necesarios o en una errónea utilización de la ayuda sanitaria como ir a urgencias cuando no procede. Esto es evidente y contundente: la falta de razón y ética cuando en casos no urgentes, se acude a los hospitales colapsando el sistema. ¿Cómo es posible que durante la pandemia del coronavirus hayan disminuido las urgencias en nuestro país más de un setenta por ciento? Eso demuestra que, en épocas normales, se acude muchas veces al hospital sin ninguna justificación.
Al igual que los sanitarios ha habido comportamientos modélicos a lo largo de estos meses: empleados en las tiendas de alimentación, empleadas de hogar, conductores de autobuses, taxistas, farmacéuticos, policías, camioneros, agricultores, repartidores… Les debemos nuestro agradecimiento y respeto. También hay que recordar a instituciones que ayudan a personas necesitadas repartiendo alimentos en las llamadas “colas del hambre”, como la vilipendiada iglesia católica. Por cierto, no he visto por televisión ni leído en medios de comunicación, noticias sobre colas del hambre a las puertas de esos partidos políticos a los que se les llena la boca con las “ayudas sociales”.
Son tantas cosas que tenemos que aprender de esta pandemia… Me congratula observar cómo ha aumentado considerablemente la práctica deportiva; ver a familias enteras ir en bicicleta, hacer footing, pasear. ¿Recordaremos que hacer deporte es saludable siempre? También hay temas para analizar (no estoy para juzgar), como la sorprendente resistencia de parte del profesorado para volver al trabajo o el cierre en algunas administraciones públicas, en agosto por vacaciones, aunque sigan colapsadas por la inactividad durante la pandemia. Pero, aún del mayor de los males, siempre se puede extraer algo para mejorar.
Dicen los expertos que uno de los principios de la gestión es que no hay que regalar nada sin motivo, ya que lo que se da arbitrariamente no es bueno porque no se valora por parte de quien lo recibe. La sanidad de nuestro país lleva fama, ganada y justificada, pero no puede ser que todo salga “gratis”. De seguir así, además de no valorarse como merece, no podrá sostenerse. Al igual que comenzó el pago de una pequeña cantidad en la compra de los medicamentos (muy pequeña), sería lógico que la asistencia sanitaria tuviese un canon en hospitales y ambulatorios, el justo y adecuado, pero inapelable. Puede haber alguien que piense que esto va en contra de las personas más vulnerables económicamente. Nada más lejos de la realidad. Las personas más necesitadas gozarán de la mejor sanidad si esta se puede no solo sostener sino mejorar.
Siguiendo con esta teoría, aunque en otro tema, recientemente se ha aprobado la renta mínima vital. Está destinada a las familias más necesitadas, carentes de recursos. Es lógico que exista esta prestación que garantice unos ingresos a las personas que lo necesitan, pero debería haber una contraprestación por parte de los que la reciben. Sería lógico y justo que el que recibe una prestación gratuitamente, haga algo por la ciudadanía. Existen muchos trabajos que beneficiarían a la sociedad que es la que paga el salario mínimo vital. No lo paga el gobierno ni el Estado. Existen necesidades para la limpieza del medioambiente, asistencia a personas dependientes, tareas de voluntariado, mantenimiento de poblaciones (jardines, pintura de pasarelas y bancos, poda de árboles, detección y marcaje de puntos de accidentes), programas culturales, recolecciones agrícolas, limpieza de montes para evitar incendios, limpieza de desembocadura de ríos, servicios sociales y formación de inmigrantes para que se incorporen a futuros puestos de trabajo (fundamental), entre otras muchas.
Esta contraprestación no va en contra de los puestos de trabajo de las personas que habitualmente ejercen estas actividades. Muchas de ellas no se realizan en ayuntamientos y comunidades por falta de recursos.
Hay otros aspectos que deberían estudiarse tras la experiencia de la pandemia, todos con el único objetivo de mejorar, no de criticar. Uno de los más necesarios es la reforma de la clase política, que debe incluir, entre otros, la formación adecuada obligatoria para determinados cargos públicos, la optimización de su número y la anulación de determinados privilegios que el resto del pueblo trabajador no dispone. Además, en temas tan importantes como el relanzamiento de la economía es vital la creación de equipos de profesionales constatados (no políticos) que son los que saben gestionar. Estos equipos formados por directivos de empresas, economistas, planificadores, organizadores y profesionales de la logística son los que deben marcar los objetivos y liderar el proceso.
El Covid-19 ha movido con dureza los frágiles y artificiales cimientos de una sociedad insolidaria, desprovista de valores éticos y que atenta contra el medio ambiente. Este virus es un aviso contundente para la humanidad. Mucho tiene que cambiar esa “nueva normalidad”.
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección, profesor emérito de Tecnun y escritor.
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angelbaguer · 5 years ago
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Coronavirus y teletrabajo
Publicado en la revista Woman Essentia. Mayo 2020
Ha tenido que llegar el coronavirus para marcar definitivamente el rumbo del teletrabajo. Por fin se comprenderá que, en más ocasiones de las que se piensa, se puede tener la oficina en casa haciendo posible que las personas trabajen en su domicilio.
El concepto de teletrabajo no es nuevo. Nació al final de la década de los años 70 del siglo pasado y según Jack Nilles, pionero en este campo, para aprovechar la avanzada tecnología de las comunicaciones y reducir los desplazamientos a las empresas. En esa época, el teletrabajo estaba limitado, pero desde finales del siglo pasado las nuevas tecnologías hacen posible la comunicación permanente, desde casa o cualquier otro punto de trabajo.
En el teletrabajo, el empleado ejecuta la misma actividad que haría en la empresa, pero sin necesidad de desplazarse a la misma, bien en su domicilio o en un centro satélite de la organización, utilizando las nuevas tecnologías. Muchas organizaciones pueden utilizar este sistema. Al comienzo, los sectores de empresas que más lo utilizaron fueron: consultoría, programación de software, servicios informáticos, agentes comerciales, servicios médicos, marketing, servicios financieros, artes gráficas, multimedia, escritores, guionistas y creadores de contenidos. Hoy en día se demuestra que muchos empleados, que no tienen que estar obligatoriamente en las líneas de almacenamiento, producción, expediciones, etc., lo pueden ejercer sin problemas.
El teletrabajo tiene muchos puntos fuertes:
A favor del empleado se pueden citar el horario flexible y la conciliación del trabajo con la vida familiar. A su vez, el teletrabajo aumenta la calidad de vida al evitar el tiempo de desplazamiento a la empresa y tener más tiempo disponible. Es bueno para personas discapacitadas ya que facilita su trabajo. También, el trabajador puede elegir su lugar de residencia, en lugares distantes de la empresa.
A favor de la empresa, está demostrado que aumenta la productividad dado que se trabaja por objetivos. Se reducen los costes, sobre todos los inmobiliarios y hay ahorro de energía al remodelar y reducir las oficinas. Otro dato a tener en cuenta es que evita la problemática del control horario ya que no es necesario fichar. Se reduce el absentismo y es positivo para la retención del talento, al estar más motivado el trabajador.
A favor de la sociedad hay un hecho muy importante relacionado con el medio ambiente, ya que se produce un ahorro en combustible y disminuye mucho la contaminación. Además, se descongestionan las redes de comunicación: carreteras, ferrocarril, autobuses. El teletrabajo debe ser un factor de liberación de espacios en las ciudades, ya que muchas familias se ven obligadas por este problema a vivir en la periferia o en barrios, en ocasiones alejados y saturados.
Para que el teletrabajo funcione correctamente es preciso dotar al empleado de las herramientas necesarias en su hogar para poder trabajar, fundamentalmente un espacio propio y las redes, equipos y programas informáticos necesarios. También, es fundamental la planificación y organización del trabajo, trabajar por objetivos, autodisciplinarse y comunicar con los compañeros de trabajo a través de vía telemática. El empleado es autónomo, pero debe tener espíritu de equipo al formar su trabajo una parte de proyectos colectivos. Estas son las exigencias esenciales.
A su vez, los empleados que la empresa destine al teletrabajo deben tener unas condiciones: cualificación, ya que tienen que usar tecnología avanzada. Capacidad de decisión y ser merecedores de la confianza de la empresa. Esta tiene que delegar, marcando objetivos y dejando hacer a los empleados. Otro de los aspectos a tener en cuenta, muy importante, es la seguridad de los datos, al igual que si trabajan en las instalaciones de la empresa.
Es evidente que el teletrabajo no exime de la comunicación presencial en la empresa cuando las circunstancias lo requieran. Es más, el empleado debe acudir a las instalaciones de la compañía de una forma estructurada. Y como para todo, es preciso tener con el empleado que trabaja en su casa un periodo de adiestramiento y sobre todo un proceso cultural.
El teletrabajo puede desarrollarse en el propio domicilio o en lugares preparados por las empresas en sitios estratégicos que evitan que el trabajador tenga que hacer grandes desplazamientos. Son centros satélites de trabajo. Se dan en las grandes ciudades donde hay empresas que habilitan pequeños espacios en la periferia, donde los empleados disponen de una infraestructura compartida con otros compañeros. Es decir, no hay despachos personalizados de forma permanente, sino que existe un número reducido que se ocupan indistintamente por los empleados cuando necesitan acudir a estos centros satélites. Estos lugares disponen de los servicios telemáticos y de comunicación que se precisan.
La implantación del teletrabajo en una empresa depende de la naturaleza del negocio, y su grado de desarrollo debe tener un equilibrio para aprovechar al máximo las ventajas y reducir al mínimo los inconvenientes. Con objeto de no aislar al empleado en su casa es recomendable que el teletrabajo se ejecute parcialmente, no todos los días, para no perder el contacto del ambiente laboral y la comunicación con la organización. Por supuesto, el teletrabajo debe estar sujeto a la legislación laboral, no puede haber vacíos legales.
También se puede trabajar en teletrabajo por cuenta propia. Los emprendedores son los que más lo utilizan. La revolución tecnológica hace posible gran cantidad de negocios en el propio domicilio y con diversos enfoques:
·         Creando un negocio autónomo para lograr beneficios con el trabajo del emprendedor. Por ejemplo, un pintor artístico tiene una página web donde se exponen sus obras. En este caso las horas invertidas en el trabajo generan los beneficios. Se cambian horas por dinero.
·         Creando empresas que gestionan ventas de productos o servicios realizados por otras compañías. Por ejemplo, la creación de una empresa que gestiona repartos a domicilio, pero los repartos los realizan otras compañías que son las que disponen de las furgonetas de reparto y los empleados. O la empresa que tiene una tienda virtual pero los artículos son fabricados por otras compañías. O una empresa de una persona que diseña moda, patenta su marca, le fabrican los vestidos y a través de la red vende a tiendas que comercializan estos productos con su marca o con la de la tienda. Estos mismos negocios se pueden ampliar si a través de la red se dispone de agentes que trabajan por su cuenta. En estos casos, el trabajo en red multiplica las horas (contando las de los demás) y el negocio es superior.
·         Se pueden poner otros muchos ejemplos de negocio como las outlet online que permite acceder a productos de primeras marcas con grandes descuentos a través de sus clubs de socios (memberships) en artículos de belleza, calzado, mobiliario, moda, relojes. O el de empresas que ofrecen formación para hacer negocios a través de la red, las hay que venden software y videojuegos, existen casinos online, etc.
El teletrabajo por cuenta propia, además de los beneficios del teletrabajo por cuenta ajena que se han detallado (conciliación, horario flexible, mayor calidad de vida, etc). tiene otros puntos fuertes como que el jefe es uno mismo, posibilita múltiples negocios y permite la creación de empresas virtuales que integran grupos de personas teletrabajadoras autónomas asociadas para ofrecer servicios de forma cooperativa. Evidentemente, tiene exigencias, comenzando por la necesidad de tener un buen producto y/o servicio (vital), disponer de una web eficaz y atraer al público a la red. Así mismo y esto es muy importante, precisa financiación ya que hay que invertir en equipos, conexiones, formación en informática, conocimiento de redes y pagar los impuestos: seguridad social, licencia fiscal…
Con la experiencia adquirida en los días de confinación por el coronavirus, ¿seguirán los macro edificios en los lugares más céntricos de las ciudades (sobre todo en las grandes), continuando con el problema de desplazamiento de los empleados y la contaminación del medio ambiente?
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección, profesor y escritor
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angelbaguer · 5 years ago
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El futuro de la economía y la reforma de la clase política
Publicado en la revista Woman Essentia. Mayo 2020
El Covid 19 va a dejar en España un reguero de muertes y una situación económica que presagia un caos sin precedentes. Sin embargo, aún de los mayores desastres, surgen oportunidades de mejora. En este momento, es vital, además de sanar a los enfermos, diseñar el escenario para afrontar con garantías el relanzamiento de la economía y realizar una reforma del estamento político.
En principio, lo que tiene que hacer el gobierno es reconocer con humildad que no ha sabido gestionar adecuadamente la crisis del coronavirus. No quiero hurgar en hechos como la tardía respuesta a las recomendaciones de la OMS en enero sobre las medidas a tomar, evitando las aglomeraciones multitudinarias, ni en la falta de protección de sanitarios y otras personas que trabajan en primera línea. La sociedad y la justicia (en el caso de que se hayan cometido delitos), son las que deben juzgar.
Lo que procede ahora es tomar decisiones importantes que son fundamentales para que la crisis económica que ha comenzado no se nos lleve por delante, causando estragos en el país.
Gabinete de crisis de expertos
En primer lugar, la gestión del relanzamiento de la economía la tiene que liderar y componer un gabinete de crisis de expertos, ajenos a la política, formado por directivos, legisladores, economistas, innovadores, planificadores, organizadores y profesionales de la logística. Tanto el líder de este colectivo, como sus miembros, tienen que transmitir credibilidad y confianza. Nos enfrentamos a un grave problema de grandes dimensiones. Es hora de anteponer ideologías y gestionar profesionalmente el futuro del país. Cada día que pasa sin actuar supone un agravamiento de lo que nos depara nuestro futuro económico: recesión o depresión económica. Existe recesión económica cuando la tasa de variación del PIB (Producto Interior Bruto) es negativa al reducirse la actividad económica, disminuyendo la inversión, el consumo y aumentando notablemente el desempleo. Nos acordamos de la que hubo el 2008. Mientras que la recesión económica consiste en una desaceleración pasajera de la economía de un ciclo económico, la depresión económica constituye el punto más bajo del mismo con una larga y considerable disminución de producción y consumo que produce un gran desempleo (el ejemplo, la de los años treinta del siglo pasado). Estamos ya en una recesión económica importante que se convertirá en depresión si como estamos observando se habla de tomar medidas, pero no se ponen en práctica y si Europa no nos rescata (vital). Desgraciadamente y hay que decirlo claro “no sopla el viento a nuestro favor”. Por ello se precisa, cuanto antes, un colectivo de empresarios y directivos, expertos en resolver grandes problemas.
La gestión de un país y de sus crisis no es distinta a la de una empresa. Hay una diferencia evidente que es el tamaño. Un país es una macro sociedad, pero la gestión se basa fundamentalmente en lo mismo: liderazgo, planificación, equipos de trabajo y toma de decisiones. Este es el fallo que ha habido en la gestión del coronavirus porque la clase política, en general, no está preparada para gestiones de esta magnitud y, además, en ocasiones, actúa con mentalidad sectaria y partidista.
Reforma política – Equipo de expertos del exterior
En segundo lugar, es preciso realizar la reforma de la estructura y cometidos de la clase política: hay que reducir el número de políticos, profesionalizar su actividad y eliminar los privilegios que tienen. Para ello se necesita crear un equipo de expertos del exterior, distinto al gabinete de crisis (en el que se puede integrar a algún político con conocimientos constatados) al que se encomiende un estudio sobre los estamentos políticos que deben tener el Estado, sus autonomías y las actividades que tienen que llevar a cabo.
La reducción del número de políticos es fundamental. Se habla de que no hay que realizar recortes en sanidad, en educación y en prestaciones sociales. Sin embargo, tenemos un número de políticos muy superior a países que tienen muchos más habitantes que el nuestro. Sobran instituciones estatales, autonómicas y comarcales. Hay saturación de coches oficiales, consejerías, direcciones, subdirecciones, patronatos, comisiones y asesores (multitud).
Además de definir el número de instituciones con los cargos públicos necesarios, el estudio debe incluir los requerimientos para los puestos políticos. ¿Cómo es que el sistema actual permite el acceso a cargos políticos de gran responsabilidad sin la preparación adecuada? Si un profesional, sea médico, ingeniero, periodista, economista, maestro, bombero, abogado o policía, por citar algunos, tiene que realizar estudios específicos o preparar oposiciones, ¿por qué no se exige esto a la clase política? ¿Acaso en una empresa importante tienen cabida en cargos directivos, personas sin la preparación adecuada? La política no puede servir de refugio a personas sin la formación que requieren los cargos públicos. Y cuando estén claros los requerimientos para los mismos, es preciso diseñar la política de salarios y dietas para ellos. Y en su justa medida, porque en el mundo empresarial hace ya un tiempo que se eliminaron, en general, los gastos no necesarios como comidas en restaurantes de lujo, viajes en clase preferente y dietas y gastos de representación.
La última parte del estudio consiste en determinar los privilegios de la clase política que deben eliminarse, algunos tan desorbitados e injustos que ningún trabajador a lo largo de su vida puede alcanzarlos. ¿Puede tolerarse que, con un corto tiempo de ocupación, un alto cargo logre la máxima pensión de jubilación frente a la de un ejemplar trabajador que cotiza un mínimo de 37 años? ¿Qué hacen estos políticos y políticas para merecerlo? ¿Qué solidaridad tienen con el resto de la sociedad?
Todo lo anteriormente expuesto es estrictamente necesario para el futuro del país. En estos momentos se precisa acabar con los infectados y con las muertes, planificar la gestión de la recuperación económica, diseñar una nueva estructura política del país y una cosa muy importante para el gobierno que lo presida: la remodelación del llamado estado de bienestar, porque se ha construido una sociedad en la que el trabajador honesto y esforzado es un perdedor. Resulta que no hay dinero suficiente para la sanidad, educación, dependencia y otras ayudas sociales. También que el sistema no tiene recursos para pagar bien a los sanitarios, dotar a los hospitales de mayores presupuestos, desarrollar un buen sistema educativo, retribuir en justicia a los educadores y atender como se merece a las clases más necesitadas, como personas dependientes con pocos recursos. Pero sí los hay para un desorbitado número de cargos públicos, cárceles con piscinas climatizadas, igualdad de derechos sanitarios y otros (se cotice o no), ciudadanos antisistema que pueden sacar recursos y prebendas de la hucha común del país sin introducir nada en ella, centros de acogida de menores, provistos sus muchachos/as con sus móviles, viviendo opulentamente, pagando siempre la sociedad de los currantes, sin exigencia de la cultura del esfuerzo para que puedan integrarse en la ciudadanía. Vivimos en una sociedad donde un trabajador honrado puede ver ocupada su vivienda y se tiene que aguantar. ¡Esto es un disparate! Es imprescindible remodelar este estado de bienestar mal entendido y darse cuenta de que, una sociedad que protege lo malo y estigmatiza lo bueno, no tiene futuro.
Mirar al pasado no sirve más que para aprender de los errores. Tenemos una oportunidad para hacer una sociedad mejor y más solidaria cuando comencemos a movernos.
Ángel Baguer Alcalá, consultor de alta dirección, profesor y escritor.
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angelbaguer · 5 years ago
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Coronavirus: liderazgo y equipos
Publicado en la revista Ambiente Plástico. México. Nº 98. Mayo 2020
La pandemia, un aviso contundente para la humanidad
El Covid 19 va a dejar un reguero de muertes y una situación económica que presagia un caos global sin precedentes. ¿Se ha gestionado acertadamente esta crisis?
La base de la gestión de un país y de sus crisis no es distinta a la de una empresa. Hay una diferencia evidente que es el tamaño. Un país es una macro sociedad, pero la gestión se basa fundamentalmente en lo mismo: liderazgo, equipos de trabajo y toma de decisiones.
La crisis ha estado condicionada por dos hechos: el desconocimiento del virus y decidir el punto de equilibrio entre la conservación de la salud y el sostenimiento de la economía. Respecto al desconocimiento, se opinaba al comienzo, que este virus no era más peligroso que el de la gripe común, que origina la muerte de miles de personas en el mundo, año tras año. Hubo relajamiento inicial que se tornó en preocupación cuando se tuvo la certeza de la alta velocidad de propagación del virus y se alertó de que había un peligro real: el colapso de los centros de sanidad, ya que, además de las consultas e ingresos del día a día, hay que atender a los enfermos provocados por el Covid 19. Únicamente China adoptó desde el comienzo, rápidas medidas de confinamiento en la zona del epicentro de la epidemia y dotó a las personas, sanitarias o no, de material de protección: guantes, mascarillas, batas y equipos especiales. El resto de países se confió, unos más que otros, tomando decisiones, unos mejor que otros, en función de la dinámica de propagación del virus.
Otro hecho importante, que ha influido en la toma de decisiones, ha sido buscar el punto de equilibrio entre la conservación de la salud (sabiendo que la vulnerabilidad estaba en las personas de mayor edad y otras de alto riesgo) y el sostenimiento de la economía, ya que colapsarla supone una catástrofe para cualquier nación. A medida que los gobernantes se han dado cuenta del posible colapso de la sanidad es cuando mayor empeño han puesto en los confinamientos y cese de actividades: suspensión de clases, cierre de bares, restaurantes, cines, actos deportivos e incluso la paralización empresarial.
¿Ha habido líderes en la gestión del coronavirus? En muchos países no. Es evidente que unos lo han hecho mejor que otros, pero en mi opinión, faltan líderes, en general, en la clase política. A pesar de que el 30 de enero de 2020 la OMS alertó que había que prepararse para combatir el coronavirus, cada país decidió hacer la guerra por su cuenta, incluso en comunidades políticas como la UE (Unión Europea). Y como en cualquier tipo de organización, las decisiones son buenas o malas dependiendo de la preparación, calidad y honestidad de sus líderes.  
Faltan líderes gobernantes porque la política, en general, está sirviendo de refugio, hace ya unos años, a personas no vocacionales, con poca preparación. Muchos buscan un medio de vida y mantenerse en sus cargos el mayor tiempo posible.  ¿Por qué el sistema político permite el acceso a cargos de gran responsabilidad sin la preparación adecuada? Si un profesional, sea médico, ingeniero, periodista, maestro, bombero, abogado o policía, por citar algunos, tiene que realizar estudios específicos u opositar, ¿por qué no se exige lo mismo a la clase política? En mi opinión, en la gestión de la pandemia del coronavirus ha habido fallos de liderazgo en determinados países desarrollados. Un líder nace y se hace, no por ganar unas elecciones, que evidentemente las debe haber en un sistema democrático. De ahí que cualquier país debiera exigir para todos los cargos de la vida pública el grado de preparación adecuado para el puesto que ocupan.
Además de excelentes líderes, la gestión exige buenos equipos de trabajo. Y un líder, cuya característica principal es influir en los demás y arrastrarlos a la consecución de un objetivo, debe saber elegir los equipos. En países desarrollados, el liderazgo ha tenido lagunas importantes en la composición de los mismos. Un líder, no precisa saber de todo, en absoluto. En el liderazgo familiar, en nuestras viviendas, no es importante saber arreglar la lavadora, el frigorífico o el ordenador. Lo vital es saber quién te lo puede arreglar. En la gestión del coronavirus, un buen líder tiene que delegar en un gabinete de crisis formado por varios colectivos clave: sanidad, comunicaciones, abastecimientos a la población, policía, ejército, industria, logistas… Y tienen que ser estos colectivos a través de sus equipos de trabajo formado por buenos profesionales los que lleven a cabo sus funciones que tienen que estar muy bien definidas y coordinadas por el líder. Esto, en general, no lo sabe realizar la clase política, ya que al frente de esos colectivos se ponen como responsables a políticos en lugar de profesionales. En la crisis del coronavirus, están funcionando ejemplarmente los sanitarios, la policía, el ejército, los productores agrícolas, los transportistas, los cuidadores de ancianos y niños, los bomberos… ¿Quién ha fallado en general? Los líderes y sus equipos de trabajo políticos. Con decisiones tardías, permitiendo macro concentraciones y libre circulación de personas, que han ocasionado la propagación rápida del virus y millares de muertes. No han delegado en profesionales de la ciencia y la sanidad, por un lado y de la organización y la logística, por otro. Aunque se trate de un nuevo virus, ha habido tiempo suficiente para investigar acerca de su lucha en los países con historial de combate frente al mismo. Esto lleva a una conclusión fundamental: cada vez tiene que haber menos políticos y más profesionales en los puestos de responsabilidad.
Muchos países han dudado en la búsqueda del punto de equilibrio entre sanidad y economía, aunque con la pandemia extendida la mayoría han optado por la primera. ¿Qué va a suceder? ¿Recesión económica o depresión? Existe recesión económica cuando la tasa de variación del PIB (Producto Interior Bruto) es negativa al reducirse la actividad económica, disminuyendo la inversión, el consumo y aumentando notablemente el desempleo. ¿Nos acordamos de la que tuvimos a nivel global a finales de la primera década del siglo? Popularmente, se conoce como periodo de vacas flacas. Mientras que la recesión económica consiste en una desaceleración pasajera de la economía de un ciclo económico, la depresión económica constituye el punto más bajo del ciclo económico con una larga y considerable disminución de producción y consumo que produce un gran desempleo. Se restringe el crédito, se producen muchas quiebras y se devalúa la moneda. Es bastante común que en la recesión económica disminuya la inflación por la caída del consumo y en una depresión pueden producirse deflaciones (bajada generalizada de los precios) o hiperinflaciones (subida generalizada de los precios), ambas cosas peligrosas. Como ejemplo de depresión, la que tuvo lugar en los años 1930 que tuvo gran impacto en Estados Unidos.
Dado que en la crisis del coronavirus no se ve con claridad la salida del túnel, es difícil evaluar el futuro en cuanto si habrá recesión o depresión. En mi opinión depende de la duración y/o de los rebrotes que pueda ocasionar el virus hasta que una vacuna o la inmunidad de las personas resuelva el problema. En cualquier caso, es segura una importante recesión económica global.
Comenzará la gestión de la recesión y de nuevo las buenas o malas decisiones dependerán como siempre de las personas, de los líderes y de los equipos de trabajo. Se van a necesitar profesionales de altura a los que hay que delegar la gestión de este periodo de vacas flacas, que ya ha comenzado, para que no derive en depresión.
Una observación muy importante, la pandemia del coronavirus deja un antes y un después. Debe haber un cambio trascendental. Curiosidad, en mayo de 2011, esta misma revista me solicitó un artículo sobre el teletrabajo que se ha puesto de moda en la confinación. Opinaba que era una oportunidad para la conciliación trabajo-familia y el gran beneficio que suponía para la sociedad por la descongestión de las redes de comunicación (carreteras, ferrocarril y autobuses), la mejora del medio ambiente (por la disminución de la contaminación) y el menor consumo de energía. ¿Aprenderemos, cuando esto termine, a valorar otras cosas que no sea exclusivamente el dinero? No podemos seguir con un orden mundial donde prima el materialismo sobre los valores, en el que además de atentar contra el medio ambiente y el futuro de la humanidad, sigue muriendo una parte de ella diariamente por falta de recursos, mientras en los países desarrollados se despilfarra sin mesura, se bendice lo malo y se estigmatiza lo bueno.
La pandemia del coronavirus es un aviso contundente para la humanidad. Si no rectificamos, iremos al abismo.
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de alta dirección, profesor y escritor.
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angelbaguer · 8 years ago
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La revolución educativa
Publicado en la revista Ambiente Plástico. México. Nº 82. Agosto 2017
Casi nadie cuestiona que estamos en la cuarta revolución industrial. El exponencial avance tecnológico es su origen: la telefonía móvil, los robots, los sistemas informáticos de inteligencia artificial (como el Watson de IBM) que sustituyen a servicios de profesionales, las casas virtuales, las viviendas sin enchufes, el automóvil sin conductor, las impresoras 3D que suplen a máquinas tradicionales, los drones que van a revolucionar muchos sectores, la carne comestible producida en laboratorio…
Esta cuarta revolución industrial está cambiando la sociedad, tanto en la forma de trabajar como en el modus vivendi, al igual que lo hicieron las tres anteriores: la primera, en el siglo XVIII con el invento de la máquina en Inglaterra; la segunda, en el siglo XIX con los grandes inventos de la época (cemento, automóvil, ferrocarril, teléfono…) y la tercera, en las últimas décadas del siglo XX, cuando se incorporó la informática a los procesos productivos y se estableció el mercado global. Sin embargo, el cambio correspondiente a la cuarta es más agresivo, dado el vertiginoso avance de la tecnolog��a. Las tres primeras revoluciones industriales tuvieron un espaciamiento de un siglo entre ellas, mientras la diferencia del tiempo transcurrido desde la tercera ha sido muy corta y el ritmo actual predice continuas revoluciones con cambios asombrosos, a los que no hay que tener miedo. Para muchos serán una oportunidad. El secreto será superar la resistencia al cambio.
No hay que temer al avance tecnológico. Es cierto que se destruyen puestos de trabajo, pero se compensan con otros nuevos, teniendo en cuenta que siempre habrá un desempleo estructural. Lo importante es prestar atención a los cambios drásticos que se van a producir y que nos pueden afectar. Una persona puede decidir estudiar una carrera, formarse en una determinada especialidad o trabajar en un sector que, en poco tiempo, puede verse alterado por la carrera competitiva del mercado. Se calcula que en las dos próximas décadas pueden desaparecer un cuarenta por ciento de los puestos de trabajo actuales.
Ante esta situación hay que alertar sobre el sistema educativo. El actual no sirve. Necesita una restructuración, tanto en los centros de secundaria y preparatoria como en las escuelas técnicas y en la universidad.
En la enseñanza secundaria y en la preparatoria los centros docentes deben procurar que los jóvenes tengan la mayor información para tomar la mejor decisión en lo que concierne a su formación, de cara a los nuevos puestos de trabajo.  Esto solo se puede conseguir a través del asesoramiento de expertos. Estos profesionales, cuyas conferencias y seminarios deben ser claves en los centros educativos, son los que tienen que aportar luz. A los adolescentes hay que echarles una mano para que descubran su vocación, sus puntos fuertes y la amplitud de posibilidades del mercado laboral. Es preciso orientar a cada persona en función de su personalidad, capacidad, talento y habilidades, y también sobre los futuros empleos. Esto no se hace actualmente, entre otras cosas, porque en los centros docentes hay pocas personas expertas sobre lo que acontece en el mercado de trabajo.
Por otra parte, en las escuelas técnicas y en la universidad debe haber un cambio radical, no solo en las carreras de ciencias que son las que más están relacionadas con la 4.0. Los cambios van a ser relevantes en todos los sectores. Las máquinas inteligentes podrán, por ejemplo, traducir idiomas, proporcionar diagnósticos médicos y sustituir a servicios de expertos.
En dichas instituciones se tienen que afrontar tres cambios profundos:
En primer lugar, las escuelas y universidades deben ofrecer los estudios que requieren los nuevos puestos de trabajo. Si en poco tiempo van a desaparecer muchos de los actuales empleos, tienen que ofertar la formación en disciplinas relacionadas con los nuevos. No vale ofrecer únicamente estudios tradicionales de ingeniería, medicina, química, veterinaria, abogado... Ahora se necesitan jóvenes preparados para afrontar el futuro: bioingeniería, robótica, nanotecnología, neurociencia, inteligencia artificial que dotará de razón casi humana a los robots, el campo de los drones, fabricación en 3D, gestión del conocimiento, digitalización… Para estas disciplinas se precisan personas que investiguen, fabriquen, mantengan y reparen.
En segundo lugar, tiene que cambiar la mentalidad del docente. Muchos de los profesores se anclan en el puesto de trabajo y terminan su vida laboral sin vivencias prácticas, constituyendo un numeroso grupo de teóricos. El profesor que precisa la 4.0 tiene que reciclarse constantemente y adaptarse, al igual que los profesionales de las empresas, a los cambios continuos.
Y, en tercer lugar, la estructura en las escuelas técnicas y en las universidades debe estar formada por excelentes profesores, unos con contratos a través de oposiciones y otros procedentes del mundo empresarial u otras instituciones. Existen en el mercado excelentes profesionales con grandes conocimientos y habilidades que pueden incorporarse al mundo docente como profesores asociados, pudiendo seguir trabajando a la vez en empresas o instituciones. Los centros educativos tienen que incorporar a estos expertos, dando un valor añadido importante a la docencia. Los contratos de todos los profesores, aunque sean por oposición pública, no pueden ser vitalicios. Tienen que ser revisables y sujetos a evaluación cada cierto tiempo. Los profesores que no cumplan o no sirvan para la docencia no pueden continuar en el sistema educativo. Este, es la base del futuro del país, de ahí que los centros de enseñanza tienen que disponer de los mejores profesores y, además, deben reciclarse continuamente para estar en línea con los avances de la ciencia. Las escuelas técnicas y la universidad no pueden ser cobijo de funcionarios sin actitud y compromiso.
Tener un buen empleo va a depender del esfuerzo de la persona, de su capacidad y de su formación. Los más preparados, los que desarrollen mejor las competencias y tengan actitud ante el cambio, se colocarán bien. Se distanciarán en calidad de trabajo y salario de los que no tengan la preparación adecuada. Siempre ha sido así, pero ahora las diferencias pueden ser mayores. Por eso, para que esto no ocurra, la clave del futuro está en cambiar el sistema educativo con objeto de que los jóvenes se formen y estén bien preparados para afrontar los nuevos empleos.
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección. Profesor de Economía y Dirección de Personas. Autor de los libros “Calidad para competir”, “Las diez erres en la Dirección de Personas”, “Dirección de Personas-Un timón en la tormenta” y “Universidad Pública – Cambio obligado”.
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angelbaguer · 8 years ago
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La era exponencial y los temores que produce
Publicado en Heraldo de Aragón. Zaragoza. 9.4.2017
Nadie discute el origen y las consecuencias de las tres primeras revoluciones industriales: la primera en el siglo XVIII con el invento de la máquina en Inglaterra, la segunda en el siglo XIX con los grandes inventos de la época (cemento, automóvil, ferrocarril…) y la tercera, en las últimas décadas del siglo XX, cuando se incorporó la informática a los procesos productivos y se estableció el mercado global.
¿Estamos en la cuarta revolución industrial? Rotundamente sí. El exponencial avance tecnológico es su origen y las consecuencias son claras: la telefonía móvil, los robots, sistemas informáticos de inteligencia artificial (como el Watson de IBM) que sustituyen a servicios de profesionales, casas virtuales, viviendas sin enchufes, el automóvil sin conductor, las impresoras 3D que suplen a máquinas tradicionales y obtienen, entre otras cosas, piel humana, los drones que van a revolucionar muchos sectores, carne comestible producida en laboratorio…
Las tres primeras revoluciones industriales, con espaciamiento de un siglo entre ellas, tuvieron un denominador común: una nueva forma de trabajar y cambios importantes en la sociedad. En la cuarta sucede lo mismo, excepto la diferencia del tiempo transcurrido desde la tercera, que ha sido muy corto.
Se teme a las revoluciones industriales por la pérdida de puestos de trabajo. Desde la primera, ha habido una confrontación hombre-máquina por el empleo. En las tres primeras, la lucha ha sido entre personas y máquinas sin conocimiento. Ahora es distinto. Las máquinas están dotadas de inteligencia No es extraño que en una partida de ajedrez triunfe la máquina frente al ser humano. Estas máquinas podrán, por ejemplo, traducir idiomas, proporcionar diagnósticos médicos y sustituir a servicios de expertos. Se inicia una nueva estructura social.
La repercusión en el empleo de una revolución industrial hay que evaluarla al final de la misma. Al comienzo se destruyen puestos de trabajo, pero luego se compensan con otros nuevos. De momento, el exponencial avance tecnológico está destruyendo más puestos de trabajo de los que crea. Antaño, el aumento de producción era consecuencia del crecimiento del empleo. Ahora, en lo que llevamos del siglo XXI, no se cumple. La producción crece mucho por la robotización y digitalización de los procesos, pero los puestos de trabajo disminuyen. ¿Por qué sucede esto? ¿Por el loco avance de la tecnología? ¿Por la crisis en la primera década del siglo XXI? ¿Por ambos hechos?
Aunque es difícil predecir el futuro, hay que prestar atención a los cambios drásticos que se van a producir. Estos, pueden trastocar el futuro de cualquiera. Una persona puede decidir estudiar una carrera, formarse en una determinada especialidad o trabajar en un sector que, en poco tiempo, puede verse afectado por la carrera competitiva del mercado. Por ejemplo, Kodak, con miles de empleados no hace tanto, tenía un gran negocio con el papel fotográfico a escala mundial. Dejó de serlo. Ahora manda la fotografía digital.
Tener un buen empleo va a depender del esfuerzo de la persona y de su capacidad. Los más preparados, los que desarrollen mejor las competencias y tengan actitud ante el cambio, se colocarán bien. Se distanciarán en calidad de trabajo y salario de los que no tengan la preparación adecuada. Siempre ha sido así, pero ahora las diferencias serán mayores.
No hay que ser catastrofista.  Por una parte, el avance tecnológico va muy por delante de la organización humana para asimilarlo. Surgen innovaciones sorprendentes pero nuestros conocimientos y competencias van por detrás. No es tan inminente la consolidación del coche sin conductor ni que comamos carne fabricada en laboratorio. Por otra parte, está por ver la cantidad de puestos de trabajo que generarán las nuevas tecnologías, muchos ni los imaginamos. Pero hay un hecho evidente, la persona tiene que espabilar y formarse continuamente. A su vez, el sistema educativo precisa un cambio rotundo para preparar a los jóvenes ante esta nueva situación.
Siempre se ha temido a las revoluciones industriales, pero sin razón. Se ha dicho que traen desempleo. Cierto, hay personas que no tienen trabajo. Es más, ahora y en el futuro habrá siempre paro estructural, pero con el avance tecnológico el trabajador ha mejorado mucho sus condiciones laborales: trabaja menos horas en mejores condiciones ambientales, con menos peligro y con mejor salario. Y ha posibilitado la adquisición de cultura a todas las capas del estrato social de los países desarrollados.
La cuarta revoluci��n industrial, siempre que se gestione bien, será buena para la sociedad, aunque traerá cambios y problemas. El empleo será cada vez más transitorio y gran parte de los actuales puestos de trabajo desaparecerán en las próximas décadas (se calcula entre el cuarenta y el cincuenta por ciento), no solo en la industria, agricultura y servicios, sino en determinadas profesiones. Pero emergerán nuevos, como ha sucedido siempre. ¿Cuántos? ¿Cómo? ¿De qué manera? No se sabe. Los emprendedores, en especial, tienen muchas oportunidades.
No hay que tener temor. El futuro está lleno de nubarrones, pero la humanidad siempre ha tenido capacidad para resolver sus problemas.
Ángel Baguer Alcalá. Autor de los libros “Calidad para competir” y “Universidad Pública – Cambio obligado”.
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angelbaguer · 8 years ago
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El disco rayado de la atención al cliente
Publicado en la revista Ambiente Plástico. México. Nº 79. Febrero 2017
La era global en la que desempeñan las empresas su actividad se caracteriza por un mercado de intensa oferta. En este contexto, el objetivo empresarial es el servicio al cliente.
Cualquier empresa industrial sabe que su proceso, en el que una materia prima manipulada por máquinas y personas se transforma en un producto, tiene que tener la máxima calidad, el mínimo coste y el mejor servicio al cliente.
A su vez, toda empresa de servicios, sea una consultoría, un hospital o una compañía de transporte, sabe que el éxito de su actividad radica en proporcionar el mejor servicio, al mejor coste y con la máxima calidad.
Hoy la mayoría de los productos son de calidad porque al ser la oferta superior a la demanda, el cliente, que es el rey del mercado y tiene el poder, decide a quién le compra. Lo mismo sucede con la compra de servicios. Cuando no se está de acuerdo con un determinado suministro, se cambia de compañía y se resuelve el problema. Pero esto no acontece con el servicio de algunas grandes compañías de diversos sectores: banca, suministradoras de energía eléctrica, proveedoras de telefonía, entidades públicas de servicio a la sociedad, suministradoras de gas y algunas otras.
¿Cuál es la causa de la mala atención al cliente, en determinadas ocasiones? Cuando se tiene libertad real para elegir al proveedor no hay problema, se trate de una empresa o una persona, ya que esta también compra, al igual que la empresa, por los mismos atributos de calidad, precio y servicio, se trate del televisor, la cocina, la lavadora, el microondas o el aceite para cocinar. El problema surge cuando el cliente no puede castigar al proveedor en caso de incumplimiento. Es entonces cuando se ve impotente para solventar los problemas que aparecen, de diversos tipos y de todos conocidos.
El dilema surge cuando el consumidor, ante un problema, se encuentra indefenso frente a un sistema que puede acabar con la paciencia de la persona más conformista. Usted llama al teléfono de atención al cliente de estas compañías y se encuentra como respuesta con algo parecido a: “si es para información de nuevos productos pulse 1, si es para averías pulse 2, si es para facturas pulse 3, si es para otra incidencia pulse 4”. Y, por ejemplo, cuando uno tiene una avería y ha pulsado la opción 2, escucha: “si la avería está relacionada con tal tema pulse 1, si la vería está relacionada con tal tema pulse 2, si la avería está relacionada con tal tema pulse 3”. Es entonces cuando usted, siguiendo las instrucciones, cree que va a escuchar a una persona al otro lado del teléfono. No es así.  Se encuentra con el disco de turno: “en estos momentos todos nuestros agentes están ocupados, por favor manténgase a la espera”. Pasa un rato, con intervalo musical, y de nuevo la misma cantinela “en estos momentos…”. Y pasado otro rato sigue escuchando lo mismo. Pero ¡que genialidad!, a la cuarta va la vencida y es ahora cuando percibe otro mensaje: “en breves momentos le pasamos con un gestor”. Y pasado un tiempo, de nuevo el mismo mensaje “en breves momentos…” y otra espera y de nuevo lo mismo. Y como el disco tiene vocación repetitiva comienza un nuevo ciclo con “en estos momentos todos nuestros gestores están ocupados”. Y así, depende de su aguante, puede estar minutos y minutos a la expectativa escuchando este pesado sainete, con intervalos musicales, hasta que sintiéndose impotente abandona y cuelga.
Aunque muy enfadado, lo vuelve a intentar de nuevo, dos, tres, cuatro veces, las que haga falta porque tiene que resolver su problema. Como todo tiene su final, al cabo de mucho tiempo consigue hablar con una persona de la compañía que le dice con amabilidad: soy fulanito o fulanita ¿en qué puedo ayudarle? Y como sus jugos gástricos están ardiendo, ¡cuántas veces estas personas pagan los platos rotos de su enfado, sin justificación y sin tener culpa alguna!
Es irónico que en las páginas web de estas compañías figure el slogan “atención al cliente”. Abusan de su posición de fuerza, de su poder monopolístico, aunque digan que no lo son. Si se hiciese una encuesta a los ciudadanos reflejaría el gran malestar que existe en este sentido. Si el ciudadano tuviese el poder de castigar a los proveedores de estos servicios por estos abusos se cambiaría de compañía. Pero estas empresas monopolísticas saben que no hay problema en este sentido. Si el cliente se va a otro proveedor de este tipo de servicios ya sabe lo que le espera: ¡el sainete de otro disco rayado!
El servicio al cliente se da en general cuando este tiene la sartén por el mango y por lo tanto poder de decisión en la compra de un bien o un servicio. Cuando esto no sucede, cuando las empresas son prácticamente monopolios, el servicio al cliente queda muchas veces en palabrería barata.
Ángel Baguer Alcalá. Consultor de Alta Dirección. Coautor del libro “Calidad para competir – El Poder Real del cliente”.
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