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Me llamo Angie. Al reflexionar sobre lo que me ha sucedido en estos días, he empezado a dudar de mí misma. ¿Realmente soy quien digo ser? Una persona alegre, la que hace reír con sus ocurrencias, el alma de la fiesta, la loca del grupo, alguien chévere con quien conversar, con quien disfrutar el tiempo... Pero, ¿realmente tengo esas cualidades? Es fácil dudar cuando los demás actúan como si solo fuera una opción secundaria, ya sea en amistad o en lo romántico.
En ese grupo de tres, yo era una presencia mínima. Me sentaba en mi lugar y las veía reír, hablar, divertirse como si nunca me hubieran necesitado ahí. Las observaba con el deseo de volver, de ser parte, de escucharlas, de disfrutar con ellas. Sentía que pertenecía ahí. Pero, ¿de verdad pertenezco a un lugar donde, cuando más lo necesité, no estuvieron?
Las amistades genuinas, pensé, son aquellas que están contigo en las buenas y en las malas. Pero cuando tuve un bajón, ellas eligieron alejarse. Me vieron, me escucharon... y no hicieron nada. Al principio intenté justificarlo: "Así son, no quieren problemas", me decía para consolarme. Pero llegó el momento de la verdad. ¿Y qué salió de esas bocas que antes me decían: 'eres mi mejor amiga'? Un simple y rotundo: "No me acuerdo".
Mi corazón quiso huir. Me repetía que ellas no eran mis amigas, que eran impostoras. Pero no podía ignorar la realidad: sí eran ellas, y me dolió.
¿Fui buena con ellas? Porque si hubiera sido al revés, yo habría hecho cualquier cosa por arreglarlo. Les habría pedido perdón, genuino o no, solo por el deseo de recuperar lo que teníamos. Pero ese momento nunca llegó. En lugar de eso, me hicieron sentir que todo era culpa mía. Ellas no habían hecho "nada", y así supe que no les importaba en lo absoluto.
Me sentí como basura. Como algo que recogieron al llegar al colegio y del que ahora se estaban deshaciendo. Y lo peor es que lo creí. Creí que no valía nada, que era descartable. Pensé que había encontrado compañerismo y apoyo, pero la realidad es que yo di todo y ellas... ellas se lo dieron a sus verdaderos amigos.
Ahora, sentada, observo a mi alrededor. Veo a las personas con sus amistades, riendo, hablando. Y, por primera vez, conocí esa emoción: la envidia.
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