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Bueltatzen

Las paredes chorrean los momentos,
no hay poema que dignifique este dolor;
no hay palabra que esté a la altura
de este bucle de huracanes
que vienen a arrancar mis cimientos
vez tras vez, tras vez, tras vez…
Donde antes había una casa
de paredes de cal blancas,
ahora brota un cementerio;
donde antaño volaban palomas blancas,
ahora me acechan los cuervos.
Desde la ventana observo al día
encapotado, iracundo de aguantarse
la lluvia por dentro.
¡Llueve! Joder ¡Llueve!
pero no veo ni una gota cayendo.
Ya no sé a dónde fueron los recuerdos,
no sé cuántas veces me he roto en verso,
cuántos poemas me he desgarrado
por escribirte con mi sangre,
a pecho descubierto.
Cuántas veces he bailado con mis demonios,
hasta perder el sentido
y tú te has hecho el muerto.
Sólo sé que al anochecer
dejaré de ser palabra y sutil verso,
ya no buscaré entre los retazos del pasado
la forma de hacerme remiendos.
Y con la mirada congelada,
purgaré toda la rabia sin censura,
con alaridos violentos.
Las canciones hacen estallar los cristales,
casi tan punzantes me atraviesan
como las aristas de tus inviernos
(sin ninguna piedad).
Y cuando me he acostumbrado a tu frío,
vuelves hecho verano
a derretir las expectativas
con las dentelladas de tu fuego.
¿Por qué alzar nuestra casa en el aire?
Si luego la caída se torna infinita
y nos reventamos contra el suelo,
vez tras vez, tras vez, tras vez…
Las nubes negras me amenazan
con llover sobre todo este desierto,
arrastrándonos en su río estos escombros
como si nunca hubiese pasado nada.
Como si nunca hubiésemos pasado,
ni por nosotros el tiempo
¿Comprendes?
Un amor que nació condenado a ser viejo.
Está oscuro y no sé volver
y quizás
lo mejor sea no volverse a mirar
si tu compañía me guarda la espalda;
quizás…
la duda eterna nos sea suficiente.
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Huyendo hacia atrás

Quizás no todos los caminos lleven a casa, pero en cada uno hay un poco de hogar; quizás no todas las flores salgan a tiempo, pero con que una brote, el jardín se antoja otro.
Hay plantas que brotan por entre los adoquines, por entre las heridas que no se cierran, como ocultándolas. Hay sangre en los sumideros, hay lágrimas en las esquinas; las aceras vierten tristeza, las farolas escupen desidia.
No hay risas en los patios, porque todos temen al frío, porque han corrido a guarecerse al abrigo de algún radiador.
No: todos no. Esta flor valiente ha brotado en pleno invierno, como un nenúfar en un estanque putrefacto. Altiva en un pueblo sin nombre, en un rincón sin luz, en un recoveco solitario.
Quizás no todos los caminos me conduzcan a casa; tal vez vivo en huida siempre, pero siempre huyendo hacia atrás: vuelvo.
Como esta flor caduca que al tiempo se secará, pudriéndose sin que nadie la observe; tímida y humilde en su belleza malva, muriendo para volver a nacer en algún otro rincón, silenciosa entre las malas hierbas.
Ahora que conozco su secreto entiendo por qué voy y vuelvo constantemente: porque, como ella, lo mismo que me mata, me permite seguir creciendo.
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