Don't wanna be here? Send us removal request.
Photo

Don Javier, XXXVII aniversario
El 7 de mayo de 1977 (Patrocinio de San José; San Estanislao, obispo y mártir) en el Hospital Cantonal de Coira (Cantón de los Grisones, Suiza) moría cristianamente, como había vivido, Su Majestad Católica Don Francisco Javier de Borbón y Braganza, Javier I, Rey legítimo de las Españas, Duque de Parma, a los 88 años de edad. Agotado por una vida de luchas y sufrimientos, no pudo resistir el maltrato que en sus últimos días sufrió a manos de sus hijos traidores, Carlos Hugo, María Teresa, Cecilia y María de las Nieves. Para alejarlo y protegerlo de éstos, su esposa la Reina Doña Magdalena de Borbón Busset y sus hijos fieles, los Infantes Doña Francisca y Don Sixto Enrique, lo habían trasladado a Suiza, buscando que se repusiera.
En el exilio vivió y murió, y en el exilio yacen sus restos, en la Abadía de San Pedro de Solesmes (Francia). Es deber de los buenos españoles que antes del día de la resurrección de la carne, los restos de los Reyes legítimos sean trasladados al Escorial. Mientras tanto, los de Don Javier deberían recibir más digna sepultura en la Capilla de San Carlos Borromeo de la Catedral de San Justo de Trieste. Para ayudar en este empeño, colabora con la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón.
Elevemos ahora nosotros una oración por el eterno descanso del Rey legítimo, el cruzado, el último gran príncipe de la Cristiandad, el hombre bueno.
(Tomado de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón)
1 note
·
View note
Photo

Carlos Hugo e Irene con Rahner, Kung y compañía en 1968. Testimonio elocuente de la deriva por llegar.
0 notes
Text
Un rebaño de animales tímidos, por Juan Manuel de Prada
5 de mayo de 2014
TOCQUEVILLE ya avizoró, en un pasaje célebre de La democracia en América, la emergencia de un poder que convierte a los pueblos en un picadillo informe, dócil a sus conveniencias como el títere a las manipulaciones del titiritero: «No destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales tímidos». Ciertamente, esta nueva forma de tiranía que nos ha convertido en un mismo rebaño de animales tímidos, balando con el mismo sonsonete, tragándonos la misma alfalfa propagandística y regurgitándola tan campantes (el retuiteo es la gran metáfora de esta sociedad embrutecida que profetizó Tocqueville, el regüeldo automático del rebaño ahíto de propaganda), es algo que ya no nos sorprende; pero todavía hay ocasiones en que la mansedumbre blandulona del rebaño, comulgando ruedas de molino del tamaño de castillos, se convierte en un espectáculo desgarrador. Ocurre así, por ejemplo, con todo lo que está sucediendo en Ucrania.
La posición de Rusia en el conflicto es mostrada ante el rebaño como la emergencia de un monstruo con nostalgias soviéticas que pretende anexionarse territorios de la nación vecina, sirviéndose para ello de cuatro exaltados rusófilos (y, por supuesto, la propaganda se esfuerza en fotografiar a estos rusófilos con enseñas estalinistas, como en España se hace con todas las expresiones populares que conviene desprestigiar, fotografiando a quienes portan banderas nacionales con el águila de San Juan). Pero lo cierto es que la única nostalgia o reliquia soviética es el propio estado de Ucrania, un artificio inexistente hasta hace apenas veinte años, hijo directo de la bolchevique República Popular Ucraniana, en la que se mezclaron en batiburrillo territorios que habían sido rusos desde la noche de los tiempos con territorios cuyos pobladores se distinguían por un odio atávico hacia los rusos; y, para completar este artificioso Frankenstein territorial, en la década de los sesenta los soviéticos añadieron a la República Ucraniana la península de Crimea, conquistada por Rusia al turco y defendida frente a la rapacidad de ingleses y franceses. Cuando, aprovechando el colapso soviético, los nacionalistas ucranianos (rusófobos viscerales) proclaman la independencia de Ucrania, constituyen un Estado de nuevo cuño sobre el Frankenstein territorial amalgamado por los soviéticos, un engendro sin fundamento histórico alguno, con regiones que habían sido fundadas y pobladas por rusos occidentales y ciudades tan constitutivamente rusas como Odesa, conquistada a los turcos cuando sólo era un poblacho cochambroso por el almirante de la armada rusa José de Ribas, español de Nápoles, y convertida en ciudad floreciente por Catalina la Grande.
La llamada «opinión pública» europea (o sea, los repartidores de alfalfa propagandística) han conseguido, sin embargo, que la resistencia patriótica de estas regiones y ciudades que nacieron rusas y morirán rusas (tal vez por exterminio de un ejército a las órdenes de la CIA que masacra población civil indefensa) sea mostrada ante el rebaño como una «agresión» contra un Estado-Frankenstein creado arbitrariamente hace veinte años. Europa es hoy un rebaño de animales tímidos, pastoreado por el Gran Inquisidor americano. Y es que como ha afirmado Putin «un mundo unipolar y estandarizado no requiere Estados soberanos, sino siervos que renieguen de la propia identidad y de la diversidad del mundo donada por Dios».
0 notes
Text
Don Alfonso Carlos de Borbón Austria Este y los Zuavos Pontificios (1868-1870)

“Tú, hermano mío, que tienes la dicha envidiable de servir bajo las banderas del inmortal Pontífice, pide a ese nuestro Rey espiritual para España y para mí su bendición apostólica”
Su Majestad Carlos VII se despedía con estas palabras de su hermano Don Alfonso Carlos en aquella carta de junio de 1868, a la que el Conde de Rodezno llama con razón “primer manifiesto doctrinal a los españoles” [i].
Pocos recuerdan y muchos ignoran el paso de quien fuera el último rey de la dinastía proscripta por el cuerpo armado pontificio, conformado por voluntarios de todas partes del mundo. Estas líneas tratarán de brindar a nuestros lectores una breve descripción de aquella actuación, que enaltece la figura de Don Alfonso Carlos y honra a la causa de la Tradición.
Para situarse adecuadamente en este episodio de la historiografía carlista, a saber, la participación del entonces Infante Don Alfonso en el cuerpo de zuavos pontificios, resulta conveniente hacer un breve pantallazo sobre el contexto en el cual se crea el célebre cuerpo armado.
I. El proceso de unidad italiana y la cuestión de los Estados Pontificios
El año de 1848 (nacía para esa época en el exilio Carlos VII) comenzó con graves disturbios en toda Europa. En la península Itálica la revolución comenzó en Nápoles, continuando en el Piamonte, la Toscana, Módena y en los mismos dominios del Pontífice. Los principales enemigos de esta vasta conjuración ideada por las logias eran el Papado, la archicasa de Habsburgo y los Borbones de Parma y de Nápoles. La casa de Saboya, en la persona de Carlos Alberto, encabezó una llamada “cruzada antiaustríaca” buscando lograr la unidad de toda la península (por cierto bajo su égida). En la ciudad del Papa los disturbios alcanzaron su máxima expresión con el asesinato del conde Pellegrino Rossi, comisionado por Pío IX para reimplantar la tranquilidad en sus dominios. A la mañana siguiente de este hecho, la turba invadió el Quirinal exigiendo la declaración de guerra a la Casa de Austria y la proclamación de una constitución [ii], produciéndose además saqueos en varias casas de congregaciones religiosas y vejaciones contra algunos miembros del Sacro Colegio. Ante este hecho, el Papa huye a Gaeta, dominio de Ferdinando II de Dos Sicilias, para salvaguardar su persona. Concomitantemente se declara una “república” romana, regida por un triunvirato encabezado por José Mazzini.
Recién en abril de 1849, después de una acción combinada de tropas francesas, españolas, austríacas y napolitanas, Pio IX pudo volver a su capital. El general Oudinot, libertador de Roma, quedó al mando de una guarnición francesa que garantizará el orden en la ciudad de los Papas.
Tras la restauración del poder pontificio se vivió un período de relativa calma, o mejor dicho, de aquella calma que precede a la tormenta. La secta no dejó de conspirar y de accionar . La actuación de las sociedades secretas (principalmente de la francmasonería) se pudo palpar en toda su magnitud cuando la policía pontificia desbarató en 1853 una conjuración cuyo principal objetivo era el asesinato de Pio IX: tan lejos se había llegado que incluso formaba parte de esa conjura un sacerdote. En 1855 un fallido intento de asesinato contra el Cardenal Antonelli, Secretario de Estado y mano derecha del Pontífice, perturba nuevamente la tranquilidad.
Por medio de una importante campaña de prensa, comenzó a difundirse por todo el continente la tesis por la cual se proponía como solución a la cuestión de Roma la renuncia por parte del Papado a su autoridad temporal y un abocamiento pleno a la esfera espiritual. Así vieron la luz diversos opúsculos que propugnaban dicha tesis, entre los que se destacaron los realizados por d’Azzeglio, el sacerdote Gioberti y el marqués Gualterio. Ciertamente Pio IX rechazó de plano tal pretensión: él no era más que el administrador de un legado transmitido de Pontífice a Pontífice, siendo cualquier renuncia, por lo tanto, una traición a su cargo .
En 1858 las fuerzas de la revolución trataron por medio de un nuevo affaire cargar las tintas contra el gobierno temporal del Papa: el caso Mortara. Este era un niño hebreo de Bolonia que, en peligro de muerte, había sido bautizado por su nodriza cristiana en 1851. Siete años después, ante la enfermedad de otro niño de la familia Mortara, la joven (cuyo nombre era Anna Morisi), reveló lo que había hecho. Conforme al derecho canónico y al derecho secular vigente en los estados Pontificios, el pequeño debía ser quitado a sus padres para salvaguardar su fe, cosa que se hizo. Un aluvión de ataques contra la Santa Sede partió de diversas partes del mundo, provenientes ciertamente de los más acérrimos enemigos del altar [iii].
Si bien estos arteros intentos no lograron debilitar el poder papal, la casa de Saboya (manipulada por la francmasonería), en la persona de su emisario Camilo Cavour, comenzó a planificar la toma de los diversos territorios pontificios. Luego de los acuerdos de Plombières, que sellaban la alianza franco-piamontesa, comenzó a ejecutarse el desmembramiento de los territorios de San Pedro, asegurado por la política ambigua del antiguo carbonario Napoleón III Así, hacia mayo de 1859, se perdían las cuatro Legaciones tras la retirada de las tropas austríacas. Al mismo tiempo Garibaldi comenzó a preparar la invasión al reino de las Dos Sicilias, que se concretó en la famosa expedición de los Mil de 1860.
El Cardenal Secretario de Estado Antonelli, anticipándose a los acontecimientos, supo que las tropas francesas no defenderían el territorio del Papa. Propuso entonces a Monseñor Xavier de Mérode, a la sazón Camarero Participante del Pontífice, el mando de las escasas tropas pontificias en orden a una reestructuración y mejoramiento en la capacidad bélica. Mons. de Mérode - descendiente de una ilustrísima casa principesca belga - tenía una vasta experiencia militar, ya que había combatido bajo la bandera francesa en la campaña de Argelia. Convocó éste a su antiguo camarada de África, el general de Lamorcière, y le pidió que asumiera el mando de las tropas papales. Se realizó una importante convocatoria a la que respondieron con generosidad católicos de diversas nacionalidades.
II. La Creación del Cuerpo de Zuavos Pontificios
El general de Lamorcière, tras la apelación de Pio IX, logró reclutar aproximadamente unos 16.000 hombres venidos de Francia, Flandes, Canadá, Irlanda e Inglaterra, y Suiza, a los que cabría agregar las tropas austríacas enviadas secretamente por la Corte de Viena (incluyendo por cierto a los soldados regulares ciudadanos de los Estados Pontificios) [iv]. Los primeros en responder al llamado de Roma fueron el coronel suizo Allet y los franceses marqués de Pimondan, conde de Becdelièvre y barón de Charette, sobrino éste del famoso general vandeano[v]: los tres primeros conformaron el Estado Mayor del general de Lamorcière. Inicialmente se crearon batallones divididos por nacionalidades, siendo el franco-belga el núcleo del cual surgieron luego los zuavos pontificios.
La marcha de Garibaldi - que ya había tomado Palermo - hacia Nápoles fue el pretexto aducido por la casa de Saboya para pedir al Emperador Napoleón venia de paso de sus tropas por los territorios pontificios con el objetivo de detener al condottiero. El ejercito piamontés invadió las Marcas y Umbría, tomando entonces Mons. de Mérode la decisión de hacer frente a los “saboyanos”. En la aldea de Castelfidardo un 18 de septiembre de 1860 el cuerpo de voluntarios tuvo su bautismo de fuego. Si bien la batalla fue perdida por los pontificios el honor quedó salvado y Lamorcière logró escapar con 4000 hombres del cerco tendido por los enemigos.
Fue en la batalla de Castelfidardo, donde el batallón franco-belga ganó fama por su valentía y coraje. Cuentan que Pio IX, hablando con Mons. Xavier de Mérode dijo querer tener un cuerpo armado “que recuerde a vuestros zuavos de África, tan admirados en la campaña de Italia”, a lo que el pro ministro de armas respondió “Y bien Santo Padre, llamémosle <<zuavos pontificios>>“. Satisfecho, Pio IX contestó: “ He entendido: ese será su nombre” [vi].
En el período 1861 - 1867 el cuerpo de zuavos adquiere su perfil definitivo, forjado, sin duda, por el riguroso entrenamiento al que fue sometido. Con la partida de Mons. de Mérode en octubre de 1865 - aparentemente por disidencias con el Cardenal Antonelli - el general Hermann Kanzler asume el ministerio de armas de los Estados Pontificios.
En diciembre de 1866 el Emperador Napoleón ordena el retiro de las tropas francesas de Roma, enviando como único apoyo a la “Legión de Antibes”, al mando del general de Aurelles de Paladines. Pio IX supo entonces que sólo restaba prepararse y esperar el ataque final contra la Ciudad Santa. En la audiencia que diera a los oficiales franceses que partían dijo: “No hay que hacerse ilusiones: la Revolución pronto llegará aquí: así lo proclamó, así lo proclama ahora” [vii].
La invasión prevista por Pio IX se iba gestando con Garibaldi a la cabeza, sostenido por Urbano Rattazzi, primer ministro del Reino de Italia. Como bien señala el R. P. Juan José Franco SJ, la unidad italiana con Roma como capital fue un mero pretexto y argumento para la plebe ingenua, los jefes de la guerra “ni lo dijeron ni lo pensaron. Contentos con recibir de los ministros del rey las armas, las provisiones, las pagas y la promesa de auxilio en todo evento, pedían a otros monarcas ocultos otras órdenes que estaban dispuestos a cumplir. Y las órdenes decían: Levantad en rebelión el Patrimonio de San Pedro...” [viii].
III. La incorporación del Infante Don Alfonso
Las escaramuzas habían comenzado en octubre. La actitud equívoca del Gobierno de Florencia en relación a Garibaldi, sumada a la invasión de algunas zonas aledañas a Roma por tropas del condottiero, llevaron al Emperador Napoleón a enviar un nuevo contingente armado para colaborar con el ejercito pontificio. En noviembre de 1867 un cuerpo francés al mando del general de Failly arribó a Roma.
La campaña de 1867 fue gloriosa: luego de una serie de batallas menores, en las que el cuerpo de zuavos se batió exitosamente (Acquapendente, Vallecrosa y Nerola entre otras) y habiendo cedido sólo una vez en Monte Rotondo, las armas pontificias alcanzaron un resonante triunfo en Mentana, donde 3000 cruzados derrotaron a más de 10.000 camisas rojas, logrando la huída de Garibaldi.
En ese momento, luego de realizar un viaje por los Lugares Santos junto a su tío Francisco V Duque de Módena, en junio de 1868 el Infante Don Alfonso pidió en una entrevista con el Pontífice ser incorporado al regimiento de zuavos. Pio IX estaba al tanto de la resolución del príncipe, ya que su madre Doña María Beatriz, conociendo el deseo de su hijo, escribió al Papa: “Envío a Vuestra Santidad lo que más amo en el mundo”. Por lo tanto no tuvo necesidad de exponer a Pio IX su anhelo. Sólo hubo de manifestar la intención de servir como simple soldado raso y no como oficial, tal como era el deseo del Pontífice [ix]. Seguidamente fue presentado al general Kanzler y al coronel Allet, jefe del regimiento, para pasar luego al cuartel. Allí comenzó a recibir la dura instrucción militar de los zuavos, que al decir de Carulla ayudó a templar su carácter y a solidificar su religiosidad.
IV. La toma de Roma y la batalla de Porta Pía.
El gran temor de Don Alfonso era no llegar a batirse por el Pontífice Rey: así lo manifestó a Carulla en una entrevista que tuvieran en Montefiascone [x]. Esa oportunidad llegaría pronto.
La inminencia de la guerra con Prusia hizo que el Emperador ordenara la evacuación de las legiones francesas en Roma, hecho que se consumó en agosto de 1870.
El 20 de agosto tres cuerpos de ocupación de unos treinta y cinco mil hombres, tomaron ubicación en torno al territorio pontificio: uno en Chiavone, otro en las Marcas y el tercero en la frontera con Nápoles. Los generales Pianelli, Cadorna y Petinengo comandaban los grupos, teniendo como director general al príncipe Humberto de Saboya.
El día 10 de septiembre Víctor Emanuel de Saboya enviaba al Papa, por medio de su legado el conde de San Martino, una carta - obra maestra de la hipocresía - en la que después de asegurar la independencia del Papado en todo lo relativo a su misión espiritual, pedía lisa y llanamente la autorización de Pio IX para legitimar el despojo de sus territorios. El glorioso Pontífice, después de ratificar el non possumus, haciendo gala de su proverbial clarividencia dijo: “¿Y quien me garantizará esas garantías ? Vuestro rey no puede prometer nada. Vuestro rey no es más rey: él depende de su parlamento y éste depende de las sociedades secretas” [xi].
El territorio de San Pedro fue invadido por tres flancos a la vez por los generales Cadorna (sacerdote exclaustrado) , Bixio (compañero de Garibaldi en la expedición de los Mil) y Angioletti. El 19, mismo día en que el ejercito prusiano sitiaba París (quien quiere entender que entienda), las tropas piamontesas asaltaron la capital del mundo cristiano.
Las fuerzas pontificias, conformadas por gendarmes, artilleros, suizos y zuavos, sumaban unos doce mil efectivos. Pio IX envió una carta al ministro Kanzler en la que , después de agradecer la lealtad demostrada a lo largo de esos años por sus tropas, mandó que la resistencia se limite a una protesta contra la violencia sacrílega, y que una vez abierta una brecha comiencen las negociaciones para la rendición de la ciudad. Esta carta no fue conocida inmediatamente por la oficialidad [xii]. Entregada la misiva, el anciano Pontífice abandona los palacios apostólicos y se retira a rezar a la Scala Santa.
A las cinco de la mañana del día 20, un disparo de cañón anunció el ataque. Cadorna resolvió bombardear con artillería la ciudad desde cinco puntos a la vez: en los Tres Arcos, en la Puerta de San Juan, en la de San Sebastián, en el Trastevere y en la Porta Pía. Este punto fue el indicado para la apertura de la brecha: cincuenta y dos cañones y dos divisiones enteras se enfrentarán contra dos compañías de zuavos, acompañados solamente por algunos gendarmes y artilleros munidos de ocho cañones. La sexta compañía del segundo batallón de zuavos, donde el Infante Don Alfonso servía, estaba allí.
Los pontificios se defendieron con una gallardía inaudita, resistiendo casi exclusivamente con sus fusiles los embates de los piamonteses. Pruebas acabadas de heroísmo y devoción a la santa causa dieron los zuavos. Así, por ejemplo, los tenientes Niel y Brondeis, muertos al grito de Viva Pio IX!; o el zuavo Burel, quien hizo su testamento herido de muerte en pleno combate: “Lego al Papa todo lo que poseo” [xiii].
Juzgando Cadorna viable la apertura de una brecha, hizo cesar el bombardeo y ordenó el avance de las tropas de asalto a las 10 horas. Un oficial del estado mayor del general Kanzler avisó la nueva a Pio IX, quien en ese momento estaba reunido con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Los embajadores se retiraron y el Papa comenzó a deliberar con el Cardenal Antonelli. Se decidió la capitulación y se liberó a los soldados del juramento de fidelidad, a fin de facilitar el retorno a sus países de origen.
De conformidad a las órdenes del Papa se enarboló la bandera blanca sobre la Puerta Pía. Los zuavos siguieron disparando contra las columnas de asalto al grito de Viva el Papa Rey! y entonando el himno pontificio compuesto por Gounod, preparándose para la lucha cuerpo a cuerpo.
Llegó entonces la orden de Kanzler a los combatientes: muchos zuavos quedaron consternados, estupefactos, puesto que estaban listos para morir por la religión (Carulla dice que el alférez Borbón y Austria Este, fue quien más tardó en ceder al mandato de Pio IX [xiv]). El teniente de zuavos Maudit enarboló la bandera blanca y la hizo ondear sobre la brecha abierta en la centenaria muralla. El sacrilegio estaba consumado.
Los piamonteses cubrieron de injurias a los bravos pontificios, agraviando inclusive sus personas: uno de ellos disparó fallidamente contra el teniente de Kerchove, otro arrancó al capitán de Couessin sus condecoraciones amenazándole con un revolver en el pecho. Al mismo tiempo, el ministro de armas acompañado por el cuerpo diplomático, se dirigió hacia el campamento enemigo para discutir la capitulación.
Relata el conde de Rodezno que las dos compañías de zuavos de la Puerta Pía no entraron en la capitulación general, que garantizaba la vida, honras militares a la tropa y la conservación por los oficiales de su espada. Si bien esos zuavos tendrían que haber sido fusilados, el enemigo les perdonó la vida, “... no sin que las compañías fuesen paseadas por las calles de Roma, dejando al pueblo liberal que insultase a placer a los que en ellas formaban. A los oficiales les quitaron las espadas, los revólveres y hasta las cruces que llevaban; más cuando los italianos pretendieron desarmar a Don Alfonso, éste les rechazó con energía y salvó estas prendas. La espada de D. Alfonso era de Toledo y había pertenecido a su abuelo Carlos V” [xv].
La mañana del 21 se efectuó la retirada de las tropas de Roma. Los últimos cruzados hicieron su saludo de despedida a Pio IX, quien apareció por una ventana y bendijo lentamente a sus hijos por última vez[xvi].
V. Conclusión.
La participación de Don Alfonso confirmó una vez más las virtudes de su raza. La gratitud y el afecto de Pio IX por ese hijo ilustrísimo se mantuvieron vivos por el resto de sus días. Un codicilo autógrafo adjunto a su testamento lo confirmó patentemente: “En el Vaticano, 2 de octubre de 1877... a S.A.R. don Alfonso de Borbón, antiguo zuavo, lego una representación en madreperla de la Resurrección”.
Ya octogenario, en 1931, el “siempre zuavo“ tomó la antorcha de la legitimidad. Murió en un absurdo accidente - por designios misteriosos de la Providencia - en septiembre de 1936, siendo el último monarca de la rama mayor de la dinastía carlista.
L.M. De Ruschi
[i] “Carlos VII, Duque de Madrid”, Editorial Espasa - Calpe, Madrid (1948), pag. 71.
[ii] Cfr. Jaques Chantrel: “Histoire des Papes”, C. Dillet Editeur, París (1866), T. V, pag. 436 y ss.
[iii] Para este particular puede verse el excelente artículo de Don Curzio Nitoglia “La vita di Pio Edgardo Mortara, ebreo convertito”: Revista Sodalitium , edición italiana, Nº 44, pag. 16.
[iv] Cfr. Daniel - Rops: “La Iglesia de las Revoluciones”, Editorial Luis de Caralt, Barcelona (1962), pag. 433.
[v] “Questions Actuelles”, T. CXIV, Nº 24 (1913), pag. 769.
[vi] ibid., pag. 773.
[vii] Dom Chamard: “Histoire Universelle de l’Eglise Catholique de Rohrbacher continuée sous la forme d’Annales Ecclésiastiques”, Gaume et cie., Paris (1893), T. I (1869-1873), pag. 414.
[viii] Juan José Franco SJ: “Los Cruzados de San Pedro. Historia y escenas históricas de la guerra de Roma del año 1867”, Imprenta de la Viuda de Aguado, Madrid (1870), T. I, pag. 65.
[ix] Cfr. Dedicatoria de José María Carulla a S.A.R. el príncipe Don Alfonso de Borbón y Austria Este de la traducción al español de la obra del Padre Franco SJ., T.I, pag. 12.
[x] Cfr. Juan José Franco SJ: “Los Cruzados de San Pedro”, Apéndice al Tomo IV, pag. 272.
[xi] Dom Chamard: “Annales Ecclesiastiques”, T. I, pag. 415.
[xii] Ibid., pag. 418.
[xiii] Ibid., pag. 420.
[xiv] Op. cit., pag. 273.
[xv] “Carlos VII, Duque de Madrid”, pag. 60.
[xvi] “Questions Actuelles”, T. CXIV (1913), Nº 21, pag. 683.
0 notes
Text
Juan Manuel de Prada sobre la tradición rusa
La tradición rusa
21 de abril de 2014
Con su habilidad característica para la intoxicación, el Nuevo Orden Mundial y sus corifeos presentan a Putin (¡horreur!) como una suerte de zar protervo entreverado de chulo profesional, dispuesto a pisotear el Derecho y a atizar guerras con tal de imponer su megalomanía imperialista. Para evitar que la pobre gente cretinizada se entregue a la nefasta manía de pensar, el NOM mantiene bien provistos de tópicos burdos los diversos comederos donde hociquea la «ciudadanía»: en el comedero conservador, conviene repetir a cada poco (¡paveur!) que Putin fue un agente del KGBrrrrr; en el comedero progresista, que Putin es (¡espanteur!) un tremendo homófoborrrrr. Parece increíble que tales caracterizaciones grotescas puedan resultar efectivas; pero el NOM sabe que las meninges de sus súbditos fueron arrasadas hace mucho tiempo; y que las especies más zafias pueden arraigar en los cerebros reducidos a fosfatina.
Basta volver la vista atrás veinte años para entender cuál era la Rusia que anhelaba el NOM. Arrasada por el bolchevismo que había tratado de exterminar hasta el último vestigio de la Rusia tradicional, había caído en manos de gobernantes ineptos, títeres de intereses extranjeros que, con la excusa de desmantelar el comunismo, se dedicaron a poner Rusia en almoneda. En aquel desmantelamiento de la Unión Soviética, la Rusia tradicional fue sometida a todo tipo de vejaciones, entre ellas la declaración de independencia de Ucrania, con regiones que, allá en la noche de los tiempos, habían sido fundadas y pobladas por rusos, o que habían sido ganadas por rusos en combate contra el turco (como Crimea, que luego sería el último reducto blanco frente al bolchevismo). Pero aquella Rusia puesta de rodillas, resignada a convertirse en lupanar, vomitorio o chatarrería del NOM, recupera su dignidad con Putin, que hace suyo el proyecto de revivificación de la tradición rusa impulsado por hombres como Solzhenitsyn, que habían sufrido (¡y cómo!) en sus propias carnes el comunismo y que, sin embargo, no consideraban que la alternativa a aquella ideología criminal que había triturado el alma de Rusia fuese el deletéreo liberalismo occidental (que Solzhenitsyn, por cierto, condenó con igual acritud que el comunismo). Esta revivificación de la tradición rusa exigía, en primer lugar, una recuperación de su fe y cultura milenarias, acompañada de un renacimiento demográfico que combatiese el estado de desmoralización y desencanto que postraba a la sociedad rusa. También de un restablecimiento de las fronteras de Rusia que, a la vez que rechazase los abusos imperialistas de la Unión Soviética, reintegrase pacíficamente parte de Ucrania y Bielorrusia, que son cunas históricas de Rusia. Todo este vasto plan de revivificación de la tradición rusa (tal vez el mayor desafío con que se ha tropezado el NOM) ha tratado de hacerlo realidad Putin, con las limitaciones y las interferencias de intereses espurios propias de todas las empresas humanas, aun de las más nobles.
Imaginemos (pero no es preciso tener demasiada imaginación) que el día de mañana una España hundida en la bancarrota, convertida en carroña para la pitanza de los especuladores globalistas, se desmantela y varias de sus regiones se segregan. Imaginemos que, desde el condado de Treviño o desde el cinturón industrial de Barcelona, surge un movimiento hispanófilo que se rebela contra la opresión de un régimen que trata, bajo máscara democrática, de arrasar sus raíces. Me gustaría que entonces hubiese en Madrid un gobernante valiente como Putin, que no mire para otro lado (aunque, bien lo sé, para esto último es preciso tener demasiada imaginación).
0 notes
Text
Juan Manuel de Prada sobre el fin de la historia
El principio de la historia
31 de marzo de 2014
PARA echarme unas risas, he estado releyendo estos días El fin de la historia y el último hombre, el bodriete de Fukuyama que, hace veinte años, fue entronizado como una suerte de biblia (para dummies) por cierta derecha proamericana. Se publicaba aquel libro en los años en que se producía el colapso de la Unión Soviética; y en los que el «liberalismo democrático» y el «libre mercado» aspiraban al modo de una Parusía laica a instaurar un reinado de progreso indefinido y delicias universales. Y, en efecto, durante algunos años así pareció que fuese a ocurrir: el comunismo había sido derrotado, o recluido en las mazmorras del atlas; y en el seno del «mundo libre» ya ni siquiera la Iglesia se atrevía a discutir la ideología hegemónica (y, en caso de que se atreviera, se le sacaban los colores con la pederastia y santas pascuas). Por supuesto, en este reinado soñado por Fukuyama, se permitía ser liberal de izquierdas o de derechas, incluso liberal ultraizquierdista o ultraderechista, porque la ideología hegemónica necesitaba que sus adeptos estuviesen siempre a la greña, engolosinados con la quimera del individualismo. No en vano Karl Popper había señalado que toda forma de filosofía política que propusiese a la sociedad humana una meta común debía ser erradicada.
Pero una sociedad desvinculada en la que las metas son individuales es una sociedad condenada a la destrucción; pues la libertad negativa (ser «libres de», no «libres para») acaba generando, infaliblemente, apetito de caos y nihilismo. Así, el paraíso soñado por Fukuyama se llenó de demonios endógenos y exógenos (los segundos convocados por los primeros) que fueron minando sus pilares: la rapacidad financiera, el pansexualismo, las migraciones masivas, la apostasía, el descrédito de las instituciones fueron elementos en apariencia dispares, pero secretamente convergentes, que aceleraron el proceso de necrosis del «mundo libre». Y, puesto que en la «sociedad abierta» no existen metas comunes que construyan, hay que buscar enemigos externos presentados como encarnaciones del mal ante sus adeptos, que de este modo se unen (aunque sea en una unidad de hormiguero, un remedo de unidad sin virtud y sin corazón) contra ellos. Este papel lo representó en un principio el «terrorismo islamista», con los resultados catastróficos de todos conocidos: primaveras árabes, etcétera.
Entonces el «mundo libre» volvió la mirada, nostálgico, al antiguo solar del comunismo y se encontró ¿Con qué se encontró? Con una Rusia que pugnaba por ser otra vez grande, una Rusia que no se conformaba con el papel ancilar de vomitorio del «mundo libre» que se le había asignado, una Rusia que pugnaba por recuperar e insuflar vida a sus tradiciones (su Tradición), una Rusia que se alzaba frente a la peste bubónica y nihilista de la «sociedad abierta» y empezaba a mostrarse capaz de acaudillar una rebelión frente a ella, como hace dos siglos hizo el zar Alejandro I. Había que convertir esa Rusia cada vez más pujante en contraste con una Europa terminal, ahogada en su propio vómito inane en el enemigo común. Para convencer a la gente impresionable chapada a la antigua, se dijo que Putin era un exagente del KGB; y para convencer a la gente chapada a la moderna, se dijo que a Putin no le iban las mariconadas. Y, para consumo de unos y otros, no fue difícil recuperar esa imagen de Rusia como sinónimo del despotismo que, desde el siglo XIX, ha hecho fortuna en la cofradía liberal. Los déspotas siempre llaman déspotas a quienes vienen a destronarlos.
Con la resurrección de Rusia acaba el fin de la historia, según aquel sueño memo de Fukuyama. Porque Rusia puede devolver la historia a su principio.
1 note
·
View note
Text
Côme de Prévigny sobre la Pontificia Comisión Ecclesia Dei
A Rome la question des traditionalistes est aussi brûlante que celle de la commission qui la gère et l’évolution structurelle de cette dernière permettrait de noircir à elle seule des dizaines de pages ! Apparaissant tantôt comme un dicastère autonome, tantôt comme un bureau rattaché à une congrégation, elle est quelques fois pilotée par un cardinal, parfois par un simple monsignore, cette fois par un archevêque. La hiérarchie qui se surimpose à elle peut s’avérer coercitive comme elle peut sembler, en d’autres cas, purement symbolique. Quel rôle joue donc vraiment le tandem Müller – di Noia sur cette commission dont le but est d’une part de s’occuper des relations du Saint-Siège avec la Fraternité Saint-Pie X et d’autre part de présider aux destinées du monde traditionnel régularisé? Il y a dix ans, tout le monde s’accordait à voir dans le cardinal Dario Castrillón Hoyos le véritable maître de ces dossiers. Cumulant les charges de préfet de la Congrégation pour le Clergé et de président de la commission pontificale Ecclesia Dei, ce prélat typiquement latin quitta la première à l’automne 2006 pour s’occuper exclusivement de la seconde. La tâche n’était pas mince dans la mesure où Benoît XVI avait quelques semaines auparavant reçu Mgr Fellay afin de procéder « par étapes » à une résolution du différend avec Écône. Bien que simple secrétaire et coiffé d’un préfet de tutelle, Mgr Guido Pozzo semblait être à partir de 2009 le véritable interlocuteur de la Fraternité. Le pape Ratzinger confiait ce dossier qui lui tenait tant à cœur à ses proches, ses anciens collaborateurs au Saint-Office, même si le cardinal Levada, officiellement président d’Ecclesia Dei ne s’occupait pas quotidiennement du dossier. Faut-il penser que l’équilibre est demeuré le même dès lors que ces deux derniers prélats ont été respectivement remplacés ? Tout le laisse penser. Mgr Müller est, comme son prédécesseur, essentiellement accaparé par l’énorme Congrégation pour la Doctrine de la Foi dont Ecclesia Dei n’est qu’un satellite. En revanche, le responsable à plein temps du dossier n’est plus un simple prêtre, il est archevêque. Par ailleurs, il n’est pas seulement secrétaire, il est titré vice-président. Mgr di Noia se trouvait jusque là secrétaire d’un dicastère presque aussi prestigieux, celui du Culte Divin et tout laissait présager qu’il prendrait la tête d’un grand office romain, certains le voyant même remplacer le cardinal Levada. Le fait qu’il ait été nommé quelques jours seulement avant Mgr Müller laisse fortement penser que le dossier Ecclesia Dei a été ostensiblement retiré à ce dernier pour le confier dans les faits à un responsable d’envergure et pour déminer la nomination de l’évêque de Ratisbonne, bien peu en vue dans les milieux traditionalistes auprès desquels il avait multiplié les maladresses. Depuis, plusieurs signaux semblent refléter la répartition des rôles. 1. Au cours de l’été, Mgr Müller a accordé divers entretiens dans lequel il aborde la question de la Fraternité. Dans l’un d’entre eux, il prédit fermement « qu’il n'y aura pas de compromis » sur le Concile, ajoutant qu’il « ne pense pas qu'il y aura de nouvelles discussions » avec la Fraternité. Cette fermeté semble trancher avec le contenu du communiqué de la commission Ecclesia Dei daté du 27 octobre qui invite au contraire à « faire preuve de patience, de sérénité, de persévérance et de confiance » dans les pourparlers entre le Saint-Siège et l’œuvre fondée par Mgr Lefebvre. Apparemment, la pensée du président en titre ne semble pas à avoir prise sur la rédaction des écrits de la commission… 2. Le 3 novembre, un collectif d’associations attachées au missel traditionnel a organisé une messe pontificale à Saint-Pierre de Rome. Évidemment, face à un tel événement, la commission pontificale Ecclesia Dei était particulièrement concernée et ses membres pouvaient difficilement manquer ce rendez-vous. Mgr di Noia et ses divers assistants figuraient dans la longue procession qui s’avançait vers l’autel de la chaire de Pierre. Néanmoins, il manquait un membre de taille, puisque le président en titre, Mgr Müller n’a pas assisté à cette cérémonie. 3. Le 19 novembre au matin, le pape Benoît XVI a reçu dans sa bibliothèque privée tous les membres de la Commission Ecclesia Dei. Tous ? Pas exactement, puisqu’il manquait précisément le président, à savoir Mgr Müller, dont l’œil finirait presque par oublier qu’il en fait partie. Au sein d'Ecclesia Dei, le président ne semble donc constituer qu'une ombre. Quel reflet celle-ci porte-t-elle sur les travaux de la commission ? Pour l'instant, rien n'est écrit. Les signaux semblent contrevenir aux faits. Ce qui est certain, c'est que l'autonomie de l'ère Castrillon avait au moins le mérite de la clarté.
0 notes
Text
Entrevista al Padre Fr. Schmidberger
Le 18 septembre 2018, l’abbé Franz Schmidberger, Supérieur du District d’Allemagne de la Fraternité Saint-Pie X et ancien Supérieur général, a donné un entretien au site pius.info. L’original en allemand est consultable sur le site du district d’Allemagne.
Question : On n’entend plus beaucoup parler des échanges entre la Fraternité Saint-Pie X et Rome. Le Chapitre Général d’Ecône est le dernier événement important en date. En tant que supérieur de district, vous y avez participé. Comment jugeriez-vous l’impact qu’il a eu tant à l’intérieur qu’à l’extérieur de la Fraternité ?
Abbé Schmidberger : Tout d’abord, ce Chapitre Général a renforcé l’unité dans nos rangs, laquelle avait un peu souffert au cours des derniers mois. Je considère comme une grande grâce que nous ayons pu trouver un terrain d’entente. Cela nous aidera à continuer notre œuvre pour l’Eglise avec une force et une détermination renouvelées. Cela est à mon avis l’effet interne (du Chapitre). A l’extérieur, je pense que nous pourrions nous concentrer sur ces éléments importants qu’il nous faut absolument demander à Rome dans le cas d’une normalisation. Ces éléments peuvent être formulés en trois points : premièrement, qu’il nous soit permis de continuer à dénoncer certaines erreurs du concile Vatican II, c’est-à-dire d’en parler ouvertement ; deuxièmement, qu’il nous soit accordé de n’utiliser que les livres liturgiques de 1962, en particulier le missel ; troisièmement, qu’il y ait toujours un évêque dans les rangs de la Fraternité, choisi dans son sein.
Aux alentours de la Pentecôte, il semblait qu’une reconnaissance légale était imminente. Il apparaît à présent que nous nous trouvons bien éloignés d’un tel dénouement. Que s’est-il passé au cours des dernières semaines ? Quand et comment ce changement est-il survenu ?
Ce changement est survenu le 13 juin à Rome, lors de la rencontre entre notre Supérieur général, Mgr Fellay et le cardinal Levada, alors Préfet de la Congrégation pour la Doctrine de la Foi. Ce jour-là, le cardinal Levada présenta à Mgr Fellay un nouveau document doctrinal, qui, d’un côté, acceptait le texte proposé par Mgr Fellay, mais de l’autre, contenait des changements significatifs qui nous posent un vrai problème – ce qui créait une situation entièrement nouvelle.
Des bruits courent sur une lettre que le pape a personnellement écrite au Supérieur général.
Cette lettre est très probablement la réponse à une demande que nous avons faite au pape, où nous voulions savoir si ces nouvelles exigences avaient réellement été ajoutées avec son approbation, si elles étaient vraiment de lui ou de certains de ses collaborateurs. Il nous assura que c’était son souhait propre que nous acceptions ces nouvelles exigences.
Et quelles sont ces nouvelles exigences du 13 juin ?
En particulier, il nous est demandé que nous reconnaissions la licéité de la nouvelle liturgie. Je crois que l’on entend par là la légitimité de la nouvelle liturgie. Egalement, qu’il soit possible de poursuivre les discussions sur certaines nuances du concile Vatican II, mais aussi que nous soyons prêts à accepter sa continuité tout simplement, c’est-à-dire à considérer le concile Vatican II dans la ligne ininterrompue des autres conciles et enseignements de l’Eglise. Et cela pose problème. Il y a des incohérences dans le concile Vatican II qui ne peuvent être niées. Nous ne pouvons reconnaître une pareille herméneutique de continuité.
Quelle sera la réaction de la Fraternité face à ces nouvelles exigences, inacceptables ?
Je pense que nous dirons aux autorités romaines que nous pouvons difficilement les accepter et qu’il leur faudra les abandonner s’ils souhaitent réellement une normalisation. Il est apparu évident, au cours des entretiens qui se sont déroulés d’octobre 2009 à avril 2011, qu’il y a des points de vue très différents au sujet du concile Vatican II, certains textes du concile et le magistère postconciliaire. Tous ont reconnu qu’il ne serait pas aisé de trouver un accord entre les vues du magistère postconciliaire et celles que nous soutenons avec les papes du XIXe siècle et les enseignements constants de l’Eglise. Et je pense que tant que ces blessures n’auront pas été soignées avec le remède adéquat, qui serait de parler ouvertement de ces points qui ne s’accordent pas, il n’y aura aucune solution réelle à la crise dans l’Eglise.
Mgr Müller a été nommé Préfet de la Congrégation pour la Doctrine de la Foi. On connaît son antipathie à l’égard de la Fraternité. Ses opinions très discutables sur certaines questions dogmatiques rentrent aussi en jeu. Quelle position prend-il dans le cadre des négociations de la Fraternité avec Rome ?
En effet, Mgr Müller a été récemment nommé Préfet de la Congrégation pour la Doctrine de la Foi. Cela fait de lui, après le pape, l’homme qui assume la responsabilité finale de ces négociations. Bien sûr, c’est avec Mgr Di Noia que nous sommes directement en contact, désigné personnellement par le pape, peut-être pour contrebalancer la position constamment hostile que Mgr Müller a affichée à notre égard. Mais ce que je trouve bien plus problématique, ce sont ses enseignements hétérodoxes sur certaines questions d’importance telles que la transsubstantiation, le changement de substance qui s’opère pendant la messe, qui fait que le pain et le vin deviennent le Corps et le Sang de Jésus-Christ. Il remplace plus ou moins cela par ce qu’il appelle la « transfinalisation », ce qui signifie que le pain et le vin reçoivent une finalité nouvelle. Vous pouvez lire cela dans ses écrits dogmatiques.
Un autre exemple : il n’affirme pas clairement que la consécration se produit précisément à travers les mots prononcés par le prêtre. En ce qui concerne la mariologie, il ne semble pas avoir une idée très nette de la virginité constante de Notre Dame, ou en tout cas c’est ce qui en ressort lorsqu’on lit ses écrits. Au contraire, on peut affirmer que, par moments, il se sépare de la doctrine que l’Eglise a toujours crue, ou au mieux qu’il permet une certaine ambigüité. Et cela est en effet très grave et très regrettable, car le Préfet de la Congrégation pour la Doctrine de la Foi doit être le gardien suprême de la foi ; le gardien de la pureté de la foi, de son intégrité, de sa virginité. Il doit aussi transmettre cette foi dans toute sa beauté, sa profondeur et sa grandeur aux fidèles. Il ne devrait jamais avoir là le moindre doute ni la moindre ambigüité concernant tout ce que l’Eglise a toujours cru et prêché.
D’un côté, on exige sans cesse de la Fraternité qu’elle reconnaisse la papauté, ce qui n’a jamais été un problème, mais aussi la continuité de l’enseignement doctrinal. De l’autre côté, au nom de l’œcuménisme, on invite les protestants dans les églises sans la moindre condition, alors même que le protestantisme rejette en bloc la papauté. Quel commentaire pouvez-vous faire sur cette situation ?
Il y a là bien sûr une contradiction. On pratique l’œcuménisme avec des personnes qui nient le dogme catholique, nient la papauté, et qui déjà à la base ont une position totalement différente.
Nous acceptons la totalité de la doctrine catholique, la totalité de la foi catholique. Nous serions heureux de signer le Credo de notre propre sang, la foi de notre Eglise. Et on nous accuse de ne pas accepter ceci ou cela… Les protestants acceptent-ils Vatican II ? Voilà la question qu’il faudrait se poser. Si aujourd’hui, chacun peut faire ce qu’il veut en matière de liturgie, pourquoi ne pas permettre de manière générale l’ancienne liturgie ?
Bien sûr, il y a eu une nouvelle ouverture avec le pape actuel, et nous remercions Dieu que cela se soit produit, avec le Motu Proprio de 2007. Mais à présent, par exemple, un nouveau secrétaire a été nommé à la Congrégation pour le Culte Divin et la Discipline des Sacrements, Mgr Roch, venu d’Angleterre, dont on sait pourtant qu’il est un adversaire du Motu Proprio et qu’il a tout tenté pour faire obstacle à la messe ancienne dans son diocèse, plutôt que de l’encourager. Ce genre de faits est très étrange.
Comment pensez-vous que Rome réagira si la Fraternité répond négativement à ces deux points (la licéité de la nouvelle messe et la continuité de la doctrine) en affirmant qu’il y a eu un changement avec Vatican II ? Envisageons la pire possibilité : pensez-vous qu’une nouvelle excommunication pourrait être possible ?
Personnellement, je ne le pense pas. Le pape ayant lui-même en 2009 levé l’excommunication qui pesait sur les quatre évêques de la Fraternité, cela passerait pour un manque de cohérence dans sa pensée et ses actes. Cela ne jouerait pas vraiment en faveur de l’Eglise. Il faut aussi se rappeler que la Fraternité n’est pas simplement une communauté de 560 ou 570 prêtres, de quelques sœurs et frères, et même de quelques écoles. Elle a aussi une influence très étendue, et – cela est peut-être un peu impudent de le dire, mais je le pense – elle est, d’une certaine manière, la colonne vertébrale, le point de référence de tous ceux qui soutiennent la tradition dans l’Eglise. Si ce point de référence venait à être discrédité de cette manière, cela aurait pour effet un découragement d’une ampleur sans pareille de toutes les forces restauratrices et conservatrices dans l’Eglise. Ce serait une catastrophe. Non pas tant pour la Fraternité que pour l’Eglise. Je verrais cela comme un grand dommage.
Il y a aussi quelques critiques de la part de certains qui disent que les négociations ont échoué à cause de l’entêtement et de la rigidité de la Fraternité. D’autres remettent en question les discussions en soi, en disant « Cela ne sert à rien dans tous les cas. Pourquoi se donner la peine de discuter avec Rome ? ». Voici donc notre dernière question : Ces discussions nous ont-elles apporté quelque chose ?
Elles ont été d’une grande utilité. A mon avis, elles ont montré que nous avons de l’intérêt pour une normalisation de la situation, que nous considérons notre situation comme le résultat de la crise dans l’Eglise, et que c’est une situation anormale. Nous avons montré que cela nous conduit à aspirer à une régularisation, mais aussi que cette situation n’est pas de notre faute. Nous voulons vraiment insister sur ce point.
C’est nécessaire à cause de la situation actuelle, si l’on veut conserver l’ancienne doctrine, l’ancienne liturgie, l’ancienne discipline de l’Eglise dans son intégralité, et si l’on veut vivre une vie de catholique en se nourrissant de cette richesse. Cela est un premier point.
D’autre part, les discussions ont démontré que nous nous accrochons à Rome, que nous aussi, nous reconnaissons le pape, cela va de soi à nos yeux. D’un autre côté, les discussions ont mis en évidence l’existence de différences doctrinales, et que ces différences ne viennent pas de nous, mais – on est malheureusement contraints de le dire – qu’on les trouve du côté des actuels représentants officiels de l’Eglise, lesquels organisent les réunions d’Assise et pratiquent ce qui a été condamné par l’Eglise, les papes et les conciles par le passé. Et tout cela est fait explicitement ! C’est le second point.
Les discussions ont eu une troisième utilité. Elles nous ont révélé une certaine faiblesse dans nos rangs. Nous devons avoir l’humilité de l’admettre. Nous avons donc également expérimenté un processus de clarification à l’intérieur. Nous ne sommes pas d’accord avec ceux qui rejettent toute discussion avec Rome. Je présenterais les choses ainsi : la Fraternité n’a jamais travaillé pour elle-même, elle n’a jamais été sa propre fin, mais au contraire elle a toujours voulu servir l’Eglise, servir les papes.
C’est ce que Mgr Lefebvre a toujours dit. Nous voulons être à la disposition des évêques, du pape, nous voulons les servir, et nous voulons les aider à sortir l’Eglise de sa crise, afin qu’Elle se renouvelle dans toute sa beauté, dans toute sa sainteté. Mais bien sûr, cela ne peut se produire qu’à la condition qu’il n’y ait aucun compromis, aucun faux compromis. Cela est d’une grande importance à nos yeux. En effet nous avons essayé – c’est tout ce que nous voulions – de rétablir officiellement ce trésor dans l’Eglise, de lui rendre ses droits, et peut-être y sommes-nous parvenus à une certaine échelle.
Grâce à ces discussions doctrinales, la Fraternité a contribué à l’impulsion d’un nouvel élan de réflexion sur Vatican II et certaines de ses déclarations.
Source : pius.info – Traduction française DICI n°261 du 28/09/12
0 notes
Text
Decía Paco Elías de Tejada
"Para que exista Derecho ha de llenar ambos requisitos de ser seguro y de ser justo; ha de proporcionar la paz en la convivencia y la justicia en la jerarquización racional y ética de las cosas, atendiendo a sus cualidades naturales. De donde si el Derecho positivo de desliga del Derecho natural, elude la dimensión jerarquizadora según razón moral de los seres y se recorta a mero aparato de fuerza impositiva, será mera fuerza sin realización de la justicia; quedará en la animalidad irracional de la fiera, que bajo el sustrato humano existe siempre. Es tiranía animalesca, encubierta bajo la espada de un dictador o bajo las papeletas de unas elecciones de las llamadas democráticas, estrecho aparato de fuerza porque sí. Porque el Derecho no es mera norma de convivencia a secas: es norma de seguridad con contenido de justicia".
Francisco Elías de Tejada: El Derecho natural fundamento de la civilización, Revista Chilena de Derecho (1974) Vol. I Nº 2, págs. 288-289.
1 note
·
View note
Text
M. de Vendôme recibe a los enviados del Duque de Parma
Le duc de Parme eut à traiter avec M. de Vendôme; il lui envoya l'évêque de Parme, qui se trouva bien surpris d'être reçu par M. de Vendôme sur sa chaise percée, et plus encore de le voir se lever au milieu de la conférence et se torcher le cul devant lui. Il en fut si indigné que, toutefois sans mot dire, il s'en retourna à Parme sans finir ce qui l'avait amené, et déclara à son maître qu'il n'y retournerait de sa vie après ce qui lui était arrivé. Albéroni était fils d'un jardinier, qui, se sentant de l'esprit, avait pris un petit collet pour, sous une figure d'abbé, aborder où son sarrau de toile eût été sans accès. Il était bouffon; il plut à M. de Parme comme un bas valet dont on s'amuse; en s'en amusant il lui trouva de l'esprit, et qu'il pouvait n'être pas incapable d'affaires. Il ne crut pas que la chaise percée de M. de Vendôme demandât un autre envoyé, il le chargea d'aller continuer et finir ce que l'évêque de Parme avait laissé à achever.
Albéroni, qui n'avait point de morgue à garder et qui savait très bien quel était Vendôme, résolut de lui plaire à quelque prix que ce fût, pour venir à bout de sa commission au gré de son maître et de s'avancer, par là auprès de lui. Il traita donc avec M. de Vendôme sur sa chaise percée, égaya son affaire par des plaisanteries qui firent d'autant mieux rire le général qu'il l'avait préparé par force louanges et hommages. Vendôme en usa avec lui comme il avait fait avec l'évêque, il se torcha le cul, devant lui. À cette vue Albéroni s'écrie: O culo di angelo! et courut le baiser. Rien n'avança plus ses affaires que cette infâme bouffonnerie
0 notes
Photo

Hoy es un día para recordar al Balafré
0 notes
Photo

Esta portada le amargó el día a Proust. El casamiento de Arthur Meyer con Mlle. de Turenne "a la une" del Figaro.
1 note
·
View note
Photo

Modelo de réprobos, en el fondo era un pobre fatuo
15 notes
·
View notes
Photo

Parler femme est incivil chez Constantin Radziwill
3 notes
·
View notes