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Cahier Aléatoire
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Me gusta el cappuccino con mucha espuma. Siempre que puedo cojo un avión. El resto del tiempo, improviso.
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cahieraleatoire · 6 years ago
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Veganos de interior
Este año a los Reyes Magos solo les pido un poco más de buenrollismo y coherencia, y menos veggie-snobismo de cuchillo en las cenas navideñas
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Hace poco, en una cena de trabajo, me vi inmersa en una de esas discusiones pasivo-agresivas en las que una compañera intentaba defender la extinción más inmediata de la raza humana como consecuencia de la mala praxis medioambiental del mismo. Otras personas intentaban persuadirla, no en vano, de que la conciencia había llegado (al fin) a la mayor parte de la población. Cuando estuve a punto de sucumbir al fatalismo de sus argumentos, alguien preguntó: ¿De dónde es tu jersey? A lo que ella contestó, lacónica: “De Bershka”.
Pues algo parecido venía a decir Jordi Costa en su último artículo, donde señalaba el atractivo de las que imágenes como las de Greta Thunberg cogiedo el metro frente a miles de cámaras o Jane Fonda esposada semanalmente en frente del Senado estadounidense, que les dotaban de una militancia de mayor validez social, esa que “permite rellenar a muchos la casilla de la buena obra ideológica de la semana”. La doble moralidad post-millennial de quien no se mueve de la silla pero aun se ve con la capacidad (y lo que es peor, potestad) de opinar de todo y criticar a todos.
A pesar de respetar todas las creencias de dieta, estilo de vida y religión, últimamente no puedo evitar pensar que me caen peor los que ondean su superioridad moral cual bandera por consumir tofu en vez de carne o comprar el jersey del outlet multimillonario que el del Zara. Está claro que hay hábitos que deberíamos de haber interiorizado ya, como el consumo de productos ecológicos provenientes de agricultura local, regional y de la UE; pero, ¿quién dice que es mejor para el medio ambiente comerse un aguacate que un huevo frito? La alta demanda del primero está produciendo problemas de sequía (en Andalucía, sin ir más lejos) al igual que deforestación y de riesgo de pobreza en México (el 53% del cultivo actual).
Con esto quiero decir que es tanto o igual de importante consumir de forma comedida y ‘sostenible’ a diario, como ejercer buenos hábitos para con los demás; también a la gente que bebe, fuma o come pescado (seguramente de pisci-factoría)… Incluso gente que monta en patinete en las urbes, con los que yo sería infinitamente menos tolerante. 
Y esto incluye tener la fiesta en paz, sobre todo en Navidad.
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cahieraleatoire · 6 years ago
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Naturalmente
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Hace poco me contaba Laura Hayden en una entrevista que una de las cosas que le gustaría solucionar a corto plazo en torno a nuestro género es el sometimiento constante de la imagen. “Me gustaría que hubiese más igualdad entre sexos, igualdad de oportunidades. Quitar los límites que nos ha puesto la sociedad: ‘no debes envejecer, esto te hará más delgada, el día más feliz de tu vida será el día de tu boda’... La lista es interminable”, respondía certera.
Al contrario de lo que pueda parecer en plena era millennial, yo he crecido con constantes referentes de naturalidad: Diane Keaton, las supermodelos de los 90 o mi madre. Por todas tengo admiración y, seguramente, de no haber exhibido su talento, destreza artística o carácter tan marcadamente, hubiera crecido con figuras muy distintas.
Sin embargo, me vienen a la cabeza infinidad de imágenes. Meg Ryan en ‘You’ve got mail’, con sus pantalones slouchy (tan de moda ahora), su camisa oversize desabrochada y su andar pizpireto mientras comía una manzana por el west village neoyorkino. Esos vestidos con mocasín de Winona, esos trajes de chaqueta de YSL o esa exagerada referencia al mundo laboral tan neófito como deseado para nuestro género en ‘Armas de mujer’, a finales de la era de los 80.
Mi madre, por ejemplo, fue una pionera en llevar pantalones al trabajo en una España siempre atrasada no solo en tendencias sino también en roles laborales, mientras su jefe se dedicaba a matar el trabajo en comilonas y cenas de asuntos a supuestamente laborales para así evitar marcharse a casa. Ella siempre fue una ejecutiva agresiva como definía la película de Mike Nicholls. 
Y, aunque el concepto de naturalidad sea tan difícil de condensar como el de la autenticidad (la temática en torno a la que giraba nuestro TFM en la UAL londinense), es un término que muchos deberían revisitar.
Me viene a la mente nada más mirar la portada del suplemento de belleza de una revista que he comprado esta mañana, que llevaba por titular dos palabras: “Futuro perfecto”. Perfecto. Otra palabra peliaguda donde las haya. Ese adjetivo tan subjetivo como manido y que puede esconder el más inofensivo de los significados o el más perverso. Desde luego, cuando se trata de estándares, el último es el que prevalece.
“Si crees que puedes permanecer siempre joven, tengo algunas noticias que darte”, decía divertida Suzanne Moore en una columna de The Guardian. “Envejecer significa vivir como si quisieras vivir de verdad, no como deberías. (...) Y, si lo haces bien, es un signo más de que cada vez eres más tú, y no al contrario”. No solo se trata de mantener la jovialidad física, sino también mental. Algo de mucha mayor vital importancia si cabe.
Hace poco una amiga mayor que yo, que está entre mis referentes más imbatibles de mujer estoica y rabiosamente interesante donde las haya, me comentó que no entendía cómo había chicas que no habían leído ‘Una habitación propia’. “Debería de enseñarse en el colegio”, sentenció.
Una prueba más de que las mujeres somos más que el envoltorio que a veces nos hacen creer que necesitamos o la validez de las convenciones sociales impuestas.
Porque al final eres lo que escuchas, ves y, sobre todo, lees. O como diría Moore: “el tiempo está para perderlo pero, sobre todo, para hacer lo que te dé la gana”.
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cahieraleatoire · 6 years ago
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La vida es como el escaparate de una pastelería
Acabo de presenciar also así como el símil de mi vida en el cuerpo de una niña de unos cuatro años.
Mientras ella miraba omnubilada los bollos y pasteles de un escaparate de una de las muchas cadenas de café tan estandarizadas, su madre le compraba una de esos vasitos de fruta cortada. La cara de confusión de la criatura era similar a la mía, que la observaba compasiva desde un par de mesas atrás.
No fue hasta que la niña en cuestión giró la mirada y me obsequió con una tímida sonrisa cuando me di cuenta de que, metafóricamente (ojalá volver a la infancia, a los cuentos, los recreos y los domingos de recreo total), yo era esa niña y mis objetivos vitales eran los bollos. Y que así, cuando yo soñaba con un donuts de azucar glassé, la vida me daba un trocito de manzana.
Aunque cuando la vida te da piña cortada... ¿Se puede hacer piña colada?
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cahieraleatoire · 6 years ago
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El misterio del perfume abandonado
Tengo una tragedia entre manos que es la siguiente: hace poco, en unos premios, me obsequiaron con una botella de vino blanco y un perfume masculino. Mientras que de la primera ya he dado buena cuenta con la ayuda de una amiga y una tabla de quesos franceses, el segundo yace impertérrito encima del mueble recibidor. 
Cada vez que salgo de casa y bajo la mirada a dicha superficie para asegurarme de llevar conmigo las mercancías fundamentales (esto es: llaves, gafas de sol, cartera... El móvil seguramente ya lo tendré en la mano), ahí está la bolsita de cortesía con el perfume envuelto en su celofán, dudando de si alguna vez lo sacaré de casa a él también.
El fin de semana pasado visité a mi casa familiar y pensé en intentar sobornar a mi padre con el dichoso perfume, aunque en vano: hace años que es fiel a la misma marca de su juventud, para desgracia del resto de la familia.
Después pensé en dárselo a algún amigo... Pensamiento que se fue de la cabeza casi tan rápido como vino al ser mía amigos gente más de cerveza que de frasco en mano y de zapatillas que de zapatos de vestir. En cualquier caso, es un regalo importante y no quería hacer sentir a nadie de menos (o de más) al despacharle el sujeto en cuestión.
No obstante, tuve el pensamiento fortuito de guardarlo en el primer cajón para que, una mañana cualquiera que pasase con algún ligue pudiera poner fin a su sufrimiento verbalizando aquello de: ... Y además, hay perfume en el cajón.
Pero finalmente solo se me ocurrió agasajar al portero. ¿El motivo? Creo que me he cargado la vitrocerámica y, desde un par de días, estoy harta de vivir a base de pizzas recalentadas y fiambres.
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cahieraleatoire · 6 years ago
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Culpable
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Estáis pesaditos con El Joker. Como debo de ser la única persona que no ha conseguido ir a verla todavía (antes ir al cine sola me parecía un ejercicio divertido, incluso dignificante - ahora, un muermo), estoy pensando en tomar la delantera y pasar directamente a ver la nueva de Woody Allen este viernes. No es que Phoenix no me emocione, que lo hace, es que mi yo post-moderno no atiende a razones cuando se trata de ver (leer, escuchar… declínese como corresponda) algo que ya ha visto todo el planeta. 
En España, que somos tan poco dados a dejarnos 5, 8 o 10 euros en un concierto con copa, o en una exposición en el Thyssen si no es en horario reducido, todo quisqui va a ver los blockbusters del momento (aunque mejor si hay fiesta del cine, ¿eh?). Podría dejarme llevar por la curiosidad, o al menos por la utilidad de tener conversación en esos momentos de trayecto en el metro o del piti fuera del bar, pero debe de ser que la falta de novedad en el tiempo ha hecho que, mentalmente, postergue esa urgencia a un plano indefinido.
Sé que, si el viernes o incluso el próximo miércoles (día del espectador y, sí, fiesta del cine…) me aventuro hasta la sala de cine más cercana, no encontraré tanto obstáculo (ni popularidad) en Un día de lluvia en Nueva York. La última del maltratado director neoyorkino ha carecido de la publicidad y expectación que caracterizan a las películas de Allen, que no ha contado siquiera con una premiere en la ciudad que da título a la cinta. 
El motivo no es otro que la escasa simpatía millennial por el cineasta, siguiendo las acusaciones publicadas sobre la relación con Mia Farrow y la hija de ambos, junto con otras actrices que han testificado en contra del director. Sin embargo no son pocas las que han querido trabajar a sus órdenes en los últimos años (desde Scarlett Johansson a Penélope Cruz pasando por Kristen Stewart o Selena Gómez, en esta última), sin contar con el elenco masculino que da vida a sus protagonistas (el más mediático del momento, Timothée Chalamet).
Personalmente abogo por no juzgar al creador/a demasiado, o al menos intentarlo. Por muy vengativos y justicieros que queramos ser en este mundo capitalista y despiadado, cuando se trata de cualquier ejercicio artístico, mi respuesta está estructurada: hay que separar al artista de la persona. Es como ese vecino que sabes que no recicla o que siempre hace ruido por la noche y al que aun tienes que dar los buenos días en el ascensor. Porque, por esa regla de tres, a estas alturas no se va a poner uno a juzgar las relaciones sentimentales de Picasso, o su temperamento, en contraposición a su papel en el arte contemporáneo mundial. ¿Que equis diseñador explota a sus empleados? Seguramente. ¿Que Damian Hirst puede herir sentimientos contra el maltrato animal con sus obras? Ciertamente. Quizá por eso una de las capacidades del arte es la provocar sentimientos - buenos, malos, y toda la paleta de grises entre medias.
Así pues, uno es libre de asistir al visionado de este espectáculo, o huir de él. No recuerdo cual fue la última vez que me fui del cine, aunque sí he tenido ganas de hacerlo en las más recientes de Lars Von Trier. Personalmente, me resulta un director misógino y provocador sin esencia (abiertamente, no como otros) pero provocar también es lícito en el cine y en el arte.
Mi argumento es que seguramente no podamos evitar que esta gente nos caiga mal (y la carencia de simpatía, como sentimiento subjetivo también es muy lícito) o que, de tener la opción, no les aceptaríamos en Facebook y Linkedin… Hasta les reportaríamos a Mark Zuckerberg. Sin embargo, tampoco podemos prohibir a nadie ver sus películas o consumir sus productos porque, como dicen cuando salen los resultados de las elecciones: esto es una democracia.
Así que sí, yo también soy culpable de juzgar a toda esa gente que va al cine con los éxitos previsibles de crítica o publicitarios. Además, que para juzgar si todos los argumentos sobre o contra una persona son certeros, tendríamos que tener una mirilla o una cámara de seguridad que retratase su intimidad de la mañana a la noche. Y, realmente, es una práctica de la que prescindiría sin dudarlo. Por cierto, ¿qué hará toda esa gente que dice que ha ido a ver El Joker?
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