cuartetocultural
cuartetocultural
Crónicas culturales
86 posts
Pequeñas victorias, pequeñas derrotas.
Don't wanna be here? Send us removal request.
cuartetocultural · 1 year ago
Text
SUTIL
Fue una modalidad repetida por siete u ocho años, los últimos de primaria y los primeros de la secundaria. Llegábamos con mi viejo a la librería enorme de la Avenida Nazca esquina Álvarez Jonte, en el barrio de Villa Santa Rita. Retirábamos el numerito del artefacto, de esos troquelados que siempre se cortaban mal, de lo que agarrabas dos seguidos sin querer, para después dárselo a la persona que llegaba a la fila.
Era un lugar con atención personalizada y mucha variedad de productos con precios accesibles antes de la crisis del 2001. Yo era el hijo que acompañaba a hacer las compras porque me gustaba hacer cuentas, comparar precios y tachar listas. Era prolijo y muy atento. Mi viejo siempre se encargó de halagar éstos dotes en los supermercados, vacaciones o en ésta librería llena de estantes.
Desplegábamos la lista de compras sobre el mostrador de vidrio, donde un cartelito escrito a mano pedía: “No apoyarse sobre el vidrio. Gracias”.
Lo primero que hacía mi viejo era encorvarse y depositar sus dos antebrazos en el vidrio que bancaba, estoico, sus pasados cien kilitos.
Lo segundo que hacía era pedir los lápices negros. Si eran Fabel Castell o Staedtler de punta media, mejor. Tenían letras y números, que no recuerdo bien, pero había de todo tipo de puntas y trazos, de los amarillos y negros, o de los rojos y negros.
Inmediatamente, se ponía un lápiz detrás de la oreja y seguía pidiendo los demás útiles escolares.
Ese lápiz, el elegido, quedaba estático y firme gracias al tamaño de su oreja que, cual verdulero, lo usaba para ir tachando lo comprado y al finalizar, lo volvía a poner detrás de la oreja, con un movimiento eficaz. Un movimiento que se repetía hasta que nos íbamos.
El lapicero que estaba en el mueble del living de casa estuvo siempre lleno de lápices y nunca nos faltaron. Los sacapuntas sí, siempre fue un útil que se perdía mucho y era caro reponer.
Muchos febreros o marzos fui cómplice y testigo de su hurto, sutil, que se encargaba de vanagloriar. Recuerdo que sacaba el lápiz de la oreja y esputaba sonriente: “Miren, uno más para el lapicero…”
Nunca le pregunté porqué lo hacía pero mañana se lo voy a preguntar.
Tumblr media
0 notes
cuartetocultural · 2 years ago
Text
Los que luchan y los que lloran
Aterrizamos a las 20.30 en Bariloche. En apenas dos horas pasamos del sol caliente de Buenos Aires al viento frío de la Patagonia. Todavía no lo sentimos, pero ya lo vemos.
El reflejo es rápido: los celulares se activan al unísono y los diálogos se apagan. La noticia es precisa y contundente.
Para mi acompañante desconocida el golpe es lo suficientemente fuerte como para soltar unas lágrimas en silencio. Una gota que se desliza suave hacia afuera, pero que adentro quema. Las palabras sobran y por eso no se pronuncian.
Bajamos últimos, junto a la tripulación, porque Malena se durmió en el descenso. Quizás también lo hacemos lento para digerir la sentencia y postergar el otro frío.
Puede ser que los pasajes sacados hace meses, en este día y a esta hora, hayan sido para estar lejos.
Pero no hay escapatoria. En el hall del aeropuerto una señora con bastón viene lento en mi dirección y se frena a pocos metros. Pareciera que me mira sin verme. Sus gotas corren más intensas, traen otro peso, otra carga emocional de lo vivido. Al rato dos que la conocen estarán junto a ella y evitarán el consuelo inútil, las palabras vacías.
Más tarde cometo el error de prender la televisión y ver los personajes que entrevistan en el búnker de Milei. No sé si me indignan más Los Picapiedras que salieron peinados de las cavernas o los "periodistas" cobardes que los tratan como eminencias.
Me alegro que Malena sea tan chica, que ignore. Que al otro día esté jugando con Mora.
Hace unos años el Negro me regaló "Los que luchan y los que lloran", del periodista Jorge Masetti, que luego se convertiría en guerrillero. Casualmente, el día que ese título vuelve a mi cabeza nos reencontramos. Una coincidencia que se me antoja significativa, aunque no la menciono.
También se me antoja un pensamiento: abrir el libro en la cara de Victoria Villarruel, quizás en una mesa de café, o en cualquier lado. Un libro con más de 60 años frente una señora que vive su minuto de gloria y descenderá rápidamente por la cloaca de la Historia (no puede descartarse que aquel viaje necesite alguna ayuda de sopapa).
Quedarán en la Historia, en cambio, las Abuelas y Madres de Plaza Mayo. Su lucha anónima y heroica. Como la de aquella Madre que me recibió con mis 19 años, la edad de su hija, cuyas últimas palabras antes de su desaparición en un centro clandestino fueron: "Mamá, no quiero que me torturen más". Años después, su marido no soportaría más la vida, pero ella lucharía hasta el final.
La señora Villarruel imagina ingenuamente que podrá torcer la Historia; que borrará la ESMA; que sus familiares y amigos cobardes podrán tener algún reconocimiento; que les aliviará la condena social. No sucederá. Esperamos con ansias el 24 de Marzo.
Somos muchos los que queremos que el llanto se transforme en acción, la angustia en solidaridad, el dolor en construcción colectiva. Se me antoja esa interpretación de "Los que luchan y los que lloran".
La derrota del gobierno es lógica. No hay responsabilidad en el voto de quien padece esta inflación y el salario pulverizado, de quienes se ven obligados a recortar hasta en la comida y sufren la lenta agonía a la que somete este sistema injusto y sus gestores de turno.
Son responsables, en cambio, los creadores de este engendro. Quienes impulsan el odio cotidiano y sobre la organización de jóvenes empobrecidos ya vislumbran una fuerza de choque, un fascismo sui generis que tendrá en los Viale y en los Feinmann a sus adláteres.
Cuánta injusticia. Pienso en Adrián, uno de los mejores periodistas que conozco, de Radio Nacional, escritor y ferroviario de corazón, atravesando este segundo menemismo con la amenaza de cierre de los medios públicos y ramales de trenes.
Hoy nos reencontramos en su San Martín de los Andes, en este día que ya dura una semana. Espero que pueda seguir recorriendo el país con Los trenes no duermen. Nosotros tampoco vamos a dormir.
ID
0 notes
cuartetocultural · 2 years ago
Text
“No se puede abrir un libro sin aprender algo.” Confucio
ÉTIMO IV
Ósculo: Beso respetuoso o afectivo.
Cenotafio: Monumento funerario que no contiene el cadáver de la persona a quien se lo dedica.
Concupiscencia: Sentir deseos (o exceso de deseos) no gratos a Dios.
Disartria: Debilidad muscular o trastorno de la ejecución motora del habla, que suena lenta y confusa.
Sodomita: Varón que penetra analmente a alguien como parte de sus prácticas sexuales.
Tebeo: Cómic.
Molicie: Comodidad y regalo moralmente excesivos en la manera de vivir.
Adalid: Persona que defiende las ideas y propuestas de un movimiento social o cultural, un partido político, una escuela, etc.
Celebérrimo: Sumamente célebre.
Albur: Suerte o azar de que depende el resultado de un proyecto o un asunto.
Tahúr: Persona particularmente hábil con los juegos de naipes, de azar o de apuestas.
Óbice: Obstáculo o impedimento para algo.
Príapismo: Erección prolongada del pene. (Príapo es el Dios grecolatino de la fertilidad).
Onnagata: Dentro del teatro japonés kabuki, se refiere al actor que encarna en las obras teatrales el papel de una joven mujer.
Fileno: Afeminado, delicado.
Insidioso: Que engaña de modo oculto o disimulado para perjudicar a alguien.
Coludido: Referido a persona que ha pactado con otra para dañar a una tercera.
4 notes · View notes
cuartetocultural · 3 years ago
Text
Mañana es mentira
Veo la silueta de Port Knot City a lo lejos. Vengo de escalar una montaña cargando unos noventa kilos a mis espaldas, de luchar con tres CVs, una especie de espíritu que se convierte en un animal marino lovecraftiano que intenta arrastrarme hacia un océano brumoso, oleoso. Estoy agotado, con restos de aquel aceite por todo mi cuerpo. Sin embargo, al subir una última loma veo aquella ciudad industrial a lo lejos, con ese aire de una existencia definida por el trabajo que de desaparecer la fuente se llevaría todo a su alrededor; esas ciudades que cuando cruzó en medio de la noche en alguna ruta con sus chimeneas que exhalan fuego sin descanso me entristecen pero, en esta ocasión, me alegra. De repente, el silencio que caracteriza a un mundo post apocalíptico que hasta ese momento era interrumpido solo por mi respiración agitada, mis pisadas, algún gemido de dolor y el ruido de las cajas metálicas que llevo en la espalda, es recortado por una canción hipnótica, melancólica. Una guitarra acústica arpegiada en la que se nota la presencia humana, sensible, perfecta. Una voz dulce en medio de aquel vacío en el que la comunicación se da casi exclusivamente con hologramas. Esa mezcla hace que la visión de aquella ciudad otrora hostil se convierta en un oasis. Estoy inmerso completamente en la historia y eso me lleva a comprender la genialidad detrás de un juego y de la decisión de poner en ese preciso momento aquella canción. La agrego a mi Spotify y conecto aquel mundo virtual con el mío. Al día siguiente, la uso para correr y la conexión se hace aún más fuerte. Y eso me lleva a unas ideas que había empezado a escribir un tiempo atrás. La música y las ciudades (el nombre de este texto, o de aquel que ya no es este, era “Un disco, una ciudad”). La música y los momentos. La música; nuestro punto más alto como especie, de esos que nos hacen únicos.
A pocos días de que empecé a escribir aquel texto, falleció una amiga de La Patrona. Sacando la tristeza tras una muerte inesperada, el sábado siguiente a la mañana, como homenaje, todos los conocidos pusieron a la misma hora en sus casas Cerati. ¿Qué puede deducir el frío algoritmo del crecimiento exponencial en una cálida mañana de noviembre de las reproducciones de un artista? La música como catarsis, como unión, como forma de comprender el mundo, y Cerati, uno que también se fue demasiado pronto, se suma en algún momento con una definición genial del arte o de esto de la humanidad: “Sacar belleza de este caos es virtud”.
Unos días más tarde, otra amiga festejó el cumpleaños en una fiesta en la calle que organizaba un bar. Al ser domingo y de noche, todos queríamos mantener cierta conducta, ya que cada vez cuesta más recuperarse. ¿En qué momento dejamos de ser invulnerables, eternos? Pero la cerveza empezó a correr, el día se hizo noche y alguien empezó a tocar una de Gilda. Ahí supimos que no nos quedaba otra que tomar una más, disfrutar de aquellas canciones sin las preocupaciones del día, la semana, por venir, y nos convencimos modificando una frase del Flaco. “Mañana no es mejor, mañana es mentira”. Desde hace unos meses, se podría decir que desde que se abrió el mundo de nuevo, hay una sensación de fragilidad, la misma que sobreviene a cualquier tipo de suceso trágico, y que resulta en un tipo de hedonismo. La idea de “Ya fue todo”. Si, en definitiva, mañana es mentira. Y la música ahí, como mensaje casi divino.
El texto que había empezado a escribir tenía que ver un poco con eso. Con el disfrute de salir de casa luego de la jornada laboral y subirme a un bondi (¿cuánto hubiera escrito sino viajara tanto en colectivo? ¿Y sino me gustara la música ni los juegos?) sin el estrés de las zonas álgidas. Y surgió porque, desde hace un tiempo, cuando salgo a esas horas pongo siempre el mismo disco. Me gusta arrancar a caminar por el barrio con esa idea, un poco triste, de “El tesoro se está hundiendo”; esa sensación de finitud, de que algo se termina. Me gusta subirme al colectivo al atardecer y que suene "Las luces" mientras viajo por la hermosa Buenos Aires. Hay algo en esas guitarras solitarias que dan la bienvenida, en la batería que comienza a aparecer de a poco con un rulo que, a veces, parece a destiempo, la cadencia de la voz cantando "Rezamos sobre ríos sin agua buscando recompensa. Y todo el tiempo que dormimos así con ira" que me hacen entrar en sincronía con el acto de viajar, con la melancolía del atardecer. En la segunda parte, cuando casi se repite todo, me gusta estar en movimiento, con cierta velocidad que se adapte, aunque el exterior permanezca ajeno a lo que suena en mis auriculares. Ese exterior repleto de personas, algunas que también vendrán escuchando diferentes canciones que disfrutan al viajar y, quizás, lo están haciendo en el mismo momento pero puede que sean completamente diferente en tono, en la búsqueda sonora, anímica. Tantos mundos como personas.
Para cuando llega "El mundo extraño" prefiero que el cielo haya oscurecido un poco, que los rosas de los rayos del sol se hayan desteñido mutando a violetas, el último indicio de color antes de la oscuridad mientras la ciudad se va encendiendo y toma el control lo humano. Me gusta observar las calles que brotan desde la avenida por la que va el colectivo, estas no tan iluminadas pero que permiten vislumbrar la perspectiva urbana con las siluetas de los árboles que de a poco fueron recuperando su frondosidad. En esos momentos siento que estoy en mi lugar, que soy “irreparablemente, incomprensiblemente porteño”. “No ignores la belleza de este mundo extraño”, canta Santiago como punto cúlmine de la canción. Y es un buen resumen y, quizás, una de las mejores frases que nos dio el rock en los últimos años. Para el final, El Mató deja en bucle el “Ahora soy mejor, te juro soy mejor” como un mantra, algo que les encanta hacer y que en sus shows es un toque distintivo. Para ese momento, me gusta haber llegado. Incluso, si es necesario, dar una vuelta por la zona para esperar a que termine la canción. Esa frase tiene algo del camino del héroe, de fin de viaje. El viaje como metáfora o búsqueda de transformación, de cambio (debería escribir una novela sobre eso…). O el viaje como fin en si mismo. Por Buenos Aires, por montañas digitales o por momentos, y que la música, como a todo, como a nosotros, siempre mejora.
1 note · View note
cuartetocultural · 3 years ago
Text
CON EL AMOR COMO BANDERA
Cuando publicamos fotos cagándonos de risa, con amigos y tragos en el mar o con birras en Palermo, tenemos muchos likes.
Lo referido a lo artístico, o a lo cultural tienen likes pero muchos menos. Aunque la música puede ser un paréntesis excepcional, de acuerdo a la edad y a los gustos de cada persona.
Las recetas culinarias junto con las reseñas de comida y los gatos son el furor en las redes sociales por éstos días. No hay ninguna duda.
Pero, ¿cuán instagrameable puede ser el dolor?, ¿cuántos Me Gusta tendrá éste posteo?, ¿qué me importa?
Se murió mi vieja.
Así podría titularlo, pero prefiero el que puse. Muchas veces un título me despierta un texto. A veces, encuentro el título mientras escribo y, casi siempre, lo cambio antes de terminar. Posiblemente éste título no sea el final, ya lo intuyo. Ya lo sé.
Manuel fue el taxista que me llevó el martes a la casa de mi vieja.
-¿Visitando a la mujer más fiel?,me preguntó.
-Justamente voy por primera vez después de su muerte.
-Uh. Lo siento mucho. Ojalá que puedas ver lo mejor de todo esto muy pronto…
-Muchas gracias. Le dije como última oración antes del silencio kilométrico.
Por primera vez voy a no verla a mi vieja en su casa. En su cocina. Llenando un balde en el lavadero, calentando una pava o puteando a las hormigas que destrozaron su rosal.
Siempre quería sentirse mejor de lo que se sentía. Siempre quiso sentir menos dolor del que sentía.
Ahora todos los espacios toman otra forma, me siento en un nublado permanente con tormentas aisladas. En contraposición, el jardín está hermosamente florecido y el aroma del jazmín inunda el mutismo.
Abro un mueble y veo todo en bolsitas, todo acomodado y limpio. Mi vieja estaba enferma por la limpieza y el orden, también.
Cocinera, gran bailarina y alegre ser humana, la más humana de todas, la más amorosa de todas.
Ahi estará con un sambuchito de queso por salut y pan de salvado, o regando unas flores fucsias o cortando de cuajo al yuyo malo.
La gente muere cuando se la olvida.
Mi vieja era graciosa, compinche y despampanante. Daba sin interés y le gustaban la birra, las rabas y el choripán con el chorizo hecho mariposa. Le gustaba que esté un poco quemado y todo tenia que estar bien cocido. Si pedíamos pizza, pedía alguna empanada de carne cortada a cuchillo, su preferida. Estaba lejos de ser vegetariana y cocinaba como los dioses.
Los suspiros son bocanadas de alivio y expulsión de pena. Soy un ser positivo pendular, que le pongo humor a la muerte con chistes que no causan gracia. Lloro sin control, se me caen las lagrimas cuando pienso o sin pensar. Soy otro. Me río sólo recordándola.
Cuando leo, no leo. Cuando camino, floto. Cuando me baño, lloro. Lloro en la ducha como un campeón. La encuentro en el llanto. Ella me hizo sensible y llorón. La encuentro en todos lados pero no en los sueños, todavía.
Se murió mi vieja.
Me lo repito y hago un “NO” con la cabeza.
Hice un listado de enfermedades y operaciones que tenía o tuvo María Dominga y son más de veinte; entre las que se destacan el EPOC y un COVID sin síntomas. A su vez, tomaba más de diez pastillas por día, hacía muchos años.
Mi hermano me dice que soy muy “listico” y que estoy un poco loco.
El 22 de octubre es una fecha que cambió para siempre a mi número de la suerte. Espero que me lo mejore.
Mi vieja se murió pero no sufrió su muerte porque estaba sedada e intubada. Sufrimos nosotros por una pérdida que es inigualable. ¿Éste sufrir es egoísta?
No lo sé. Nunca estuve tan triste, con tan pocas ganas, con tan poco humor ni tan apagado. Todo es una cagada porque la voy a extrañar, la voy a extrañar siempre.
Agradezco todo el amor y los abrazos de las personas que nos siguen acompañando. Tejimos una red hermosa.
Tengo hermanos hermosos, llenos de luz. Una familia que apoya y amigos de fierro.
Cuando sepamos cómo resolvemos, les avisaremos. Porque, para variar, a Maria Dominga, La Tana, Paluci, “la Mamá de todos”, Mamuni, Tanti, Mamucha, le gustaban las series policiales como La Ley y el Orden, Columbo y CSI, por lo que su muerte también será un caso por resolver…
Saldrá el Sol otra vez, con el amor como bandera y con el orgullo de ser tu hijo.
Forza per tutti.
Tumblr media
2 notes · View notes
cuartetocultural · 3 years ago
Text
El delicado equilibrio del normal fluir
Miro como pasan los coches por la autopista desde una silla incómoda, que un rato después se desarmará y me dejará al límite del suelo, casi como la encarnación metafórica de la situación, en la parte de afuera de un bar de una estación de servicio de autopista (deberíamos usar más el término “Gasolinera”). Me llega un embriagante olor a nafta y un calor primaveral en pleno invierno mientras intento ver en el celular (¿cómo puede ser que una estación de servicio de ruta no tenga televisión?) a Atlanta que pierde 1-0 con Brown de Adrogué. Son unos minutos nomás en los que la caída a la Primera B, una B diferente en la que no hay cuarenta equipos arriba, como en cualquier liga seria, sino 55, es una certeza. Cada vez más lejos. Como yo, que no debería estar acá.
Un rato antes, cuando el auto empezó a hacer ruido, fantaseé con ese momento en que el normal fluir de la vida se trastoca (o lo que se espera de un normal fluir) y uno tiene que adaptarse a esa nueva realidad, muchas veces más incómoda que la otra en la que todo funciona bien. No fantaseé con eso exactamente, sino ya con el instante de resignación de que todo lo planeado no sucederá de la manera esperada, y con el disfrute de esa situación. Para ser más preciso, imaginaba que en ese cambio de realidad terminaba comiendo una milanesa napolitana con fritas, de esas que el queso derretido supera en demasía a la carne, generosa también y con suficiente salsa para mojar las papas, en un bar desconocido de aquel tramo que me separaba de mi casa. En ese hallazgo y disfrute imaginario encontraba cierta felicidad.
En algún momento, pierdo la atención en el partido. El afuera se me vuelve borroso y aparecen las imágenes en mi cabeza de los planes que había hecho. La idea era salir temprano desde Monte (esa parte se cumplió) para llegar cerca del mediodía. Pasar por El Fortín por unas empanadas y prepararse para ver el cotejo ya en casa. Final de vacaciones redondo. Pero no. Los planes suelen ser ideales, una seguidilla de acciones concatenadas de forma exacta hasta llegar al resultado esperado, en los que uno no calcula tanta diferencia aunque siempre imagina algún tipo de desvío. Pero de repente un ruido en el coche, unos intentos con los conocimientos rudimentarios que se puede tener sobre el funcionamiento del mismo para tratar de subsanar la rebelión de las máquinas, el capricho obcecado de la tecnología, la misma que me está dejando ver el partido en una estación de servicio, inexplicablemente, sin tele, de demostrarse por delante de la especie que la inventó, de cambiar el rumbo de los acontecimientos. “¡Mirá qué endebles, qué débiles, pueden resultar tus planes!”. Golpe a la mandíbula y a la lona, llevándose todo tipo de relax que se haya logrado en los pocos días libres.
Y yo, en esa realidad en la que estoy sentado mirando como entran coches y como la autopista se va cargando por el fin de las vacaciones de invierno presagiando un regreso infernal, puedo ver destellos de la otra realidad, aquella en la que la tecnología estuvo de nuestro lado, en la que estoy en el sillón de casa, con la mezcla de sentimientos que supone el final de las vacaciones, la perspectiva del lunes por venir (¿Alguno hará un chiste de que me queda un año por delante?), comiendo unas empanadas con una cerveza helada, ilusionado con una victoria que nos saque del fondo. ¿En esa realidad Atlanta iría ganando? A esta altura, casi que cuesta imaginar eso...
Tomo un trago de una Sprite con la que buscaba reconfortarme y que en mi cabeza era más rica. Otra vez los planes, en este caso en forma de expectativa, deshechos. En esta oportunidad, a causa, supuestamente, del cuidado de la salud de los que la consumen. Ya no existe una Sprite que sepa como antes. “Menos azúcares”. Todas. “Te acostumbrás”, dicen los que la toman con regularidad, ese mantra humano que nos puede llevar a la destrucción. O a la mínima expresión del disfrute. No me quiero acostumbrar. Quiero que me guste. Quiero a mi vieja Sprite. Quizás exagero un poco porque se nos quedó el coche, porque estoy lejos, y Brown nos está ganando con una sola llegada.
Mi viejo se para y se aleja. No logra prestar atención al partido. Su pensamiento está solo enfocado en la llegada de la grúa que recomponga o, al menos, nos vuelva a acercar a aquella realidad que ya perdimos. O que nos lleve a casa. Lo noto inquieto. Que se le quede el coche es una de sus peores pesadillas. Quedamos nosotros dos solos ya que el resto de la familia fue evacuada, como manda el código de conducta caballeresco, gracias a un tío salvador.
En el momento exacto en que mi viejo desaparece de mi vista, Bisanz, una de nuestras jóvenes promesas, tira un centro que la defensa de Brown despeja sin fuerza. Evelio agarra el rebote, la adelanta, se mete en el área y recibe un fuerte planchazo en la línea. Penal. Por suerte, en el ascenso no tenemos ese invento que está destruyendo el deporte, ese intento de unirnos a las máquinas, esas que, cada vez más seguido, se nos ponen en contra, de eliminar el error, como si este no fuera parte del normal fluir, por el que estarían mirando la jugada veinte veces para definir si es o no penal. Conservamos algo del amateurismo, de que los únicos segundos de incertidumbre sean los que te lleva mirar al línea para verificar si levantó la bandera, de que no llamen al árbitro para anular un gol que ya gritaste, abriendo más realidades y aumentando el descontento de la humanidad con la tecnología (y sobre todo con los popes del fútbol, que, como todo grupo que concentra poder, está cada vez más alejado de los deseos de la gente).
Lo llamo a mi viejo que en el camino vuelve a pispear de refilón cada vehículo que ingresa con la ilusión de que aparezca la grúa prometida. Creo que si en ese instante le preguntara si prefería que sea gol o que llegue el auxilio contestaría sin dudar. Y luego se arrepentiría.
Esos minutos entre que los jugadores discuten en vano la decisión del árbitro y el nueve acomoda la pelota, la realidad vuelve a cambiar con esa esperanza religiosa, inentendible, que tenemos los que gustamos del deporte más lindo del mundo, y todos los problemas (el coche, la grúa, los kilómetros de distancia, la posibilidad del descenso) desaparecen al gritar un gol catártico en una gasolinera lejana, concurrida, que permanece ajena. 
A partir de ahí, todo se acomoda y minutos más tardes llega, finalmente, el auxilio, justo en el entretiempo (un guiño de las máquinas para hacer las paces, aunque luego me declararán la guerra definitiva dejando sin batería, a pocos minutos del final, el celular donde seguimos el partido). Al subirnos, ya de regreso a casa, van tres minutos del segundo tiempo y Atlanta gana 2-1. Nos perdimos el gol así que festejamos con un grito silencioso a destiempo. Como si tuviésemos VAR. Un mundo horrible.
El viaje sigue en silencio. En realidad, nosotros estamos en silencio pero se escucha por lo bajo el relato del partido en el que no pasará demasiado más para los ojos objetivos (si es que eso existe). Miro para afuera. El día está soleado. La autopista parece despejada. Entra un sol amable por la ventanilla. “Qué rápido parece el viaje cuando maneja otro”, descarga su tensión mi viejo y pierde la vista entre los coches que entran a Capital. Los planes cambiaron. Pero no son más que teorías. La realidad es única. El normal fluir es este. Al final, no fue una napolitana en un bar de ruta pero fue una victoria en un grúa. ¿Alguien, alguna vez, en todas esas realidades que se abren en cada decisión, podría haber imaginado algo así?
0 notes
cuartetocultural · 3 years ago
Text
Te amo, te odio, dame más
Parece que existe una energía oscura en el espacio y los científicos no saben muy bien qué es. Lo que si saben es que su fuerza es opuesta a la gravedad y que el  horizonte en el cual se aleja, es infinito e incalculable, como la cantidad de galaxias qué hay más allá. Digamos que me afirmaron una vez que somos unas mierditas muy chiquitas en este inmenso universo y que seguimos convirtiendo a nuestra casa en un lugar inhabitable.
Una de las mozas baila una cueca acústica en El Patio de Vicuña. Hay castañuelas, piscos en la mesa número siete y sigue llegando gente. “Déjenme presentarles a la banda: Don Marcelo en la guitarra, en el chello Don Carlos, y aquí a mi lado Felipe, el de perfil mejor. El que les habla, Axel. Somos Sombrero de Paja.”
Escuché y leí la palabra Coquimbo mil quinientas veces. Me gusta porque se parece un poco a quilombo. Resulta que Coquimbo es una ciudad costera con un puerto importantísimo para la economía chilena. Resulta también que desde ahora ya no es un temón un gran tema musical, ahora digo que es un temuco. Éstos quince días en Chile fueron un concierto de neologismos para mi: Coquimbo, al tiro, yapó, vale compay, Don y Hueón. 
¿Todos tenemos palabras favoritas? Creo que muchas personas nunca se las preguntaron y las tienen que pensar cuando yo se las pido. En mi caso entusiasmo le gana la final a quinoto. La que más me gusta del francés es rapport y en inglés me gustan oxygen y luckily; y para cerrar, no hay ninguna más linda en el italiano que amici.
El cocinero canta Gondwana con ganas y le dice “amasadito” al pan. Me recordé en el morro de Cuatro Islas caminando solito con el sol en la cara y el discman a todo lo que da: “Sabes que es verdad, tú sabes que el amor existe…”
La astrónoma sabía que quería ser lo que es (astrónoma) desde los seis años. Dibujaba planetas, estrellas y superhéroes en todo papel que encontraba. Admiro a esa gente que sabe lo que quiere desde temprana edad, no entiendo muy bien el porqué las admiro, pero me pasa. Parece que en Texas, cuando empezás la primaria, te llevan de excursión al centro de entrenamiento de la NASA. Allí vio sumergidas a varias personas con trajes especiales en una pileta enorme y se enamoró inmediatamente. Cuando llegó a su casa le dijo a la mamá que quería ser astronauta sin dudarlo. Y nunca lo dudó. Ayer fuimos a filmar el Observatorio Rubin, de donde saca toda la información para analizar el cielo, desde el living de su casa y en pantuflas, o desde su oficina en Washington DC. Cuando le pregunté de que signo era me dijo que de Acuario, pero que no creía nada en la astrología y que era un invento muy de moda por éstas épocas. Yo le dije que en algo tenía que creer, ya que a Dios lo abandoné hace rato. Me invitó a creer en mí y en la ciencia. Mi luna en Capricornio no se puso muy contenta.
“Everyone you meet is fighting a battle you know nothing about. Be kind. Always”, dice un cartel en el Hotel. Mi vieja me dijo algo por el estilo cuando tenía 13 años en la puerta del almacén de Francisco, donde una vez entro un chorro y se llevó toda la plata rápídamente. Fue la primera vez que vi una pistola en mi vida.
Hoy mi despertador fue un terremoto. 6.13 am. 6.4 puntos de Richter. Habrá durado unos ocho segundos. Acá en Vicuña es cosa de todos los días porque las Placas de Nazca y Continental juegan pulseaditas para todas las direcciones cada dos por tres.
100 mil millones de estrellas hay en nuestra vía láctea y solo han identificado cinco mil. Dato. No opinión.
Le dije a Mike, el presentador del programa, que estaba escribiendo bastante sobre este viaje. Por lo que le pedí si me podía volcar algunas palabras en esta nota. Ésto fue lo que me escribió:
“Our bodies are 10% Big Bang, 18% stars, and 72% Supernova. Hydrogen was made in the Big Bang, and simple elements like carbon were made in stars. Heavier elements were made and dispersed in a Supernova. This was a wonderful trip that will bring the magic of science to millions of people. Thanks so much for your help. It was a pleasure.”
Me asustó una alarma. Me estoy bañando con la puerta abierta del baño con una lluvia de agua intensa, hermosa. - “Don Juan, anda por ahí? Don Juan… Don Juan…” Con la toalla en la cintura abrí la puerta. Ahí estaban dos señores con uniforme y con un matafuego en la puerta de mi habitación. - ¿Está bien, Don Juan? - Si, estoy bien. Me estaba duchando. ¿Qué pasó?, ¿fue otro temblor? - No, por suerte, no. El vapor del agua hizo sonar la alarma. - ¿De verdad? - Disculpe pero es viejo el sistema. Mi cara de orto lo catapultó a la siguiente información. - Si quiere puede redactar una queja y mándela por mail a recepción. - Ok. - ¿Necesita algo más? - Cambiarme. Gracias. - Por nada y disculpe las molestias nuevamente.
Un hombre pasando por la avenida, vestido con harapos y una lata de birra en la mano: “Maricón! Arturo Maricón! Por eso Chile no está en el Mundial, porque les sobran lucas pero les falta corazón…!” Qué lindo es el fútbol.
A mi homónimo buscado por la Interpol, ya lo agarraron. Hace ocho años que me miran raro en Migraciones y mi entrada o salida tarda siempre un poco más que la de los demás. - Buenos días. - Buenos días, ¿dónde viaja? - A Santiago de Chile. - ¿Razón? - Trabajo. Vamos a filmar un programa de televisión. - ¿Sobre qué? Seré curiosa… - Astronomía. - Qué interesante. - Si. Lindo. ¿Ya lo agarraron? - ¿Cómo? - Si ya agarraron al otro Juan Manuel Durante. - Ah, creo que si. Dame un segundito. Si si, ya no aparece nada. - Buenísimo. Gracias. - Buen viaje.
No tuve mi primer terremoto. Ya tuve 3 en 10 días. El que me levantó del sueño profundo. Otro que me mando a dormir y otro que ni lo sentí. No sé cuántos me faltan ni tampoco como se hace para vivir así. ¿El miedo es antisísmico?
Les regalé lo que me quedaba a los valijeros. Uno era de Haití y el otro era chileno. Fumaban unos puchos frente al sol. Y yo quería hacer lo mismo antes de entrar a la sala de embarque. - Hola caballeros, ¿me puedo sentar acá? - Si… dos lucas. - Jaja, tengo un porro para descartar. ¿Te puedo pagar con eso? - Por supuesto, hueón. ¿En Argentina también son buenos para eso? - Yo creo que si. Nos gusta. - Vale, cabrón, gracias!
Una empleada del peaje me regaló un encendedor cuando le pedí fuego. Otro empleado, un cigarrillo mentolado. El sonidista, melómano como todos los sonidistas y vietnamita como él sólo, me regaló su vaso de aluminio para el café. El chofer de la van, Andrés, me regaló su libro de poesías con una dedicatoria hermosa; y Elad, el Director de Fotografía, una hermosa gorra de los Toronto Blue Jays, su equipo canadiense de Béisbol y con los tres mejores colores del mundo: el azul, el blanco y el celeste. Qué lindos son los regalos.
Ésta profesión tiene muchas cosas lindas. Por ejemplo, conocer lugares y personas diferentes, contar historias y mostrarlas de bella forma (que es todo un arte), ir de cero a cien en pocos días, compartir pasiones y talentos, divertirse aún en el caos y también en la ansiedad absoluta. Por todo ésto: la amo, la odio, dame más.
0 notes
cuartetocultural · 3 years ago
Text
QUIQUE
Hace un mes vinieron sus dos hijos a ayudar a Enrique. Uno que es su calco y se llama Javier, y el otro que no se parece en nada al que le dicen “El Pibe”. Debe ser porque es el más chico de los dos porque de Valderrama tampoco tiene nada. En el barrio nadie sabe su nombre, nunca sonríe y es de pocas palabras. En general, sus respuestas son una mueca de coté, como si tuviera el siete de espadas.
Javier y su hermano se turnan en la semana de día y de tarde. Los fines de semana hacen un día cada uno. Estos kioskos de diarios (o estos pibes) manejan horarios tan versátiles que marean a más de uno que terminan yéndose con los brazos en jarra puteando al aire.
Nunca abren los feriados y cuando otros colegas ya están a full, son las nueve de la mañana y por acá no canta ni el loro. Es como que manejan otro ritmo y pareciera que su único propósito es fumarse todos los puchos que puedan y sobrevivir con una cara de culo de otro planeta. (¿Acaso sobrevivir no es el propósito de todos?)
Quique ya no ve, anda haciéndose diálisis por difusión renal cada dos por tres y hace dos dias le entró una bacteria intrahospitalaria que lo dejó postrado. Ya no va a trabajar y dudan que vuelva.
El del lavadero sabe todo sobre la cuadra y sobre Quique. Está en un lugar estratégico y entiende de chusmerío. No se es un buen chusma de un día para el otro, es todo un trabajo ser chusma: acordarse de los nombres, las anécdotas, los horarios de los amantes y los familiares de los vecinos, entre otras cosas.
Eso, sí, nunca revela la fuente, como los periodistas de antes. Hoy me trajo la noticia de que Quique no está más, que pasó a mejor vida, que desapareció de este plano y no llegará más en bici a su trabajo ni dírá “chau” cuando le digan “hola”.
Estaba muy pálido últimamente y del monosilabeo pasó a un balbuceo sin alma. Ya era un ser que se venía despidiendo, se le notaba la cuenta regresiva en el cuerpo y ya se olía al silencio que terminó llegando en primavera.
El del lavadero dice que son las deudas las causantes de su muerte, que estaba tapado de acreedores y de stress, pero de los cigarrillos que se fumaba Quique no me dice nada.
El Transformer verde se quedó ahí, achicado y cerrado con candado. Aunque está algo mustio por el meo de transeúntes y despintado por todos lados, está entero.
Lo que si no sé es porque se llamaba Lily, le voy a preguntar al del lavadero.
Tumblr media
0 notes
cuartetocultural · 4 years ago
Text
GENTILOCIO
Tumblr media
El japonés que dormía por un dólar en una terraza naranja, metido en un iglú mosquitero, con una mochila de almohada y su cuaderno bajo la axila.
La canadiense de cachetes colorados tocaba la guitarra arriba de la cucheta, de sonrisa contagiosa y siempre chivada.
El nepalés de pelo largo fan de los momos que fabricaba motos y tenía una banda de punk rock.
El sueco de torso al desnudo 24/7, cara rojiza y tatuajes de tinta china, desayunaba vodka y turrones de maní.
La inglesa de uñas pintadas que me enamoró un día y medio.
El camboyano que cocinó un guiso de gallina y el sonido de esos dos cachetazos de su hermano mayor en un camino de malezas y birras calientes.
La mexicana que odiaba México y amaba los besos furtivos.
Los tres suizos canosos en musculosa naufragando por sus parafilias en Khao San.
Ese australiano, que hacía verticales a toda hora y en cualquier superficie, vivía seis meses de joda y seis meses picando oro en la montaña.
La holandesa que daba cursos de sexo tántrico en cuatro idiomas y que se clavó la bombilla del mate en una intensa oleada marítima.
La vietnamita copada que me avisó mediante señas que me había robado la cámara un nenito de este tamaño.
Un afgano fan de Caniggia que no me acuerdo su cara pero sí que era muy flaquito y de bigotes dalisescos.
Tres fineses en cualquiera que parecían salidos de una pelicula de Tim Burton.
La yankee que había ido a misionar el cristianismo y se enamoró del hachis en el Himalaya.
El indio al que le enseñé a jugar al Truco y no me entendió una mierda.
Dos argentinos. Gentiles y ociosos.
2 notes · View notes
cuartetocultural · 4 years ago
Text
Dolor y gloria
Apenas recibí la invitación me puse a sacar la cuenta de cuánto hacía que no jugaba un partido de fútbol. Lo recordaba porque había sido un día antes de que me echaran del trabajo. Después del partido nos habíamos ido a un bar a festejar el cumpleaños de uno. Busqué una foto de ese día y parece otro mundo, otra época. No hay barbijos, ni distancia. Estamos todos sonrientes (excepto yo que tengo un temita con eso, pero es para otra oportunidad), ignorando los sucesos por venir (tanto en lo personal como en el mundo), junto a algunos que no volví a ver nunca más. Tres años y ocho meses de ese día. Aproximadamente, el diez por ciento de mi vida. Los números, a veces, son demasiado realistas, duros, fríos.
La misma mañana que me invitaron para mi regreso al fútbol tras tanta inactividad había ido a correr al Parque Avellaneda y, como si fuese una premonición, había mirado las canchas vacías con cierta nostalgia. Como esas cosas que nunca se alcanzan. En los últimos años, para tratar de evitar el sedentarismo, me había dedicado, más por necesidad que por placer, a deportes individuales y ansiaba volver a algún juego colectivo. Habíamos intentado, en varias oportunidades, armar un partido con mis amigos, pero nunca lo logramos. Intenté convencerlos con que son los últimos años que nos quedan de practicarlo en forma casi digna, de poder correr un poco antes de volvernos un metegol viviente, pero no hubo caso. Ahora, esos adolescentes del menemismo, se dedican al pádel. Dicen que a medida que crecés, vas jugando con pelotas cada vez más chicas. Puede que tengan algo de razón.
La invitación también me hizo acordar al último texto que escribí por acá en el que miraba desde mi ventana a uno entrenar golf en el estacionamiento del edificio de al lado en medio del aislamiento para no volverse loco, añorando volver a pisar el green, el reencuentro con el aire libre, los amigos, y yo lo envidiaba en silencio. Así que lo tomé como mi oportunidad de acercarme a aquella idealización y confirmé.
El día del partido llegué con pocas esperanzas. O, mejor dicho, con esperanzas realistas y dos simples objetivos. El primero, no lesionarme. El segundo, un gol.
Me vestí de gala para la ocasión con la camiseta del Napoli, con esa solemnidad casi religiosa que tenemos los futboleros de tratar de homenajear con gestos mínimos, silenciosos, a aquellos que nos hacen creer. (¿Cómo se va a morir el Diego? ¿Y, sobre todo, cómo se va a morir solo? ¿Qué nos queda al resto? Íbamos a salir mejores de esto y al final salimos más solos nomás. Y todavía ni siquiera salimos del todo).
La primera alarma de que quizás mis objetivos no fueran tan realistas se me prendió a los pocos minutos de juego cuando, ya ahogado, noté que, quizás debido a la falta de ritmo aunque posiblemente la explicación venga más por el paso de los años, había cierta dilación, a veces de varios segundo, entre lo que mi cerebro decidía y la ejecución por parte de mi cuerpo, que hacía que al tratar de realizar la jugada elegida la pelota ya no estuviera en mi poder. E, incluso, que ya debiera estar tomando una decisión diferente. O, al menos, bajando a defender.
La segunda fue la noción de un desajuste en la concepción de la trayectoria del balón y la fuerza necesaria para dicho menester. Por ejemplo, en cierto momento, tenía la pelota en posición de defensa. Uno me pica al vacío y lo primero que pensé es: “Valoro tu confianza y creo que sería genial, pero no voy a poder cumplir con tus expectativas (quizás llevar la camiseta del Napoli no fue tan buena idea)”. Imagino que no pensé todo eso en el momento. La velocidad de la cabeza del jugador de fútbol es maravillosa, un enigma para muchos. Finalmente, trasladé la pelota unos metros más hasta que me salieron a marcar y en ese instante la solté con lo que creí un pase genial. Lateral para ellos. Podría haber intentado culpar al césped, observar sus irregularidades para señalarlas como una explicación, pero preferí la dignidad: “Perdón”. Y regrese cabizbajo a intentar recuperarla. Justo hacía unos días había terminado de leer La policía de la memoria, de Yoko Ogawa, que cuenta la historia de una isla donde las cosas (pájaros, libros, incluso partes del cuerpo, etc...) van desapareciendo y con ellos la memoria de las mismas. ¿Estaremos viviendo alguna de esas ficciones distópicas y me habrán robado la memoria procedimental relacionada con el fútbol? En ese caso, mucho de lo que está pasando tendría algo más de sentido.
El tiempo pasaba y parecía que el partido iba a terminar con solo uno de los objetivos cumplidos. De a poco me iba conformando con eso (y me acercaba con mayor frecuencia a pedir arco). Sin embargo, el universo me deparaba una sorpresa. Cuando ya faltaba poco para el final, córner para nosotros. Me quedé merodeando el área con ese olfato que nos caracteriza a los goleadores. El lanzador tira un centro a media altura. Yo entro hecho una tromba (si vieran el video, la velocidad parece engañosa, casi como si la tierra hubiese desacelerado su normal discurrir para presenciar la hazaña) y conecto el centro con una mezcla de pecho-panza (casi como Messi a Estudiantes. ¡Enojate si querés, Verón!). Golazo. Y objetivo cumplido. Daba para gritarlo pero mantuve la cordura, el respeto por el rival. Sin contar con que estábamos tres abajo y ya no habría tiempo para mucho más. Además, que el retorno al gol después de tanto tiempo sin jugar haya sido casi con la panza es, de alguna forma retorcida, un tipo de señal que infiero como una burla del universo. Pero, a esta altura, con la cercanía de una nueva década en la espalda, ¿a quién puede importarle?
En los días siguiente mi cuerpo solo conoció el dolor. Sin embargo, sobrevolaba cierto aire de felicidad. Por el gol, por los objetivos cumplidos y por haber regresado, aunque sea en un nivel diferente (linda forma para evitar decir bajo) y con una derrota, al deporte más hermoso. Y, a veces, la gloria no es más que eso.
0 notes
cuartetocultural · 4 years ago
Text
1993
La pelota era mi vida, jugaba al fútbol dónde y con quién pudiera, hacia jueguitos a toda hora, soñaba con estadios llenos, ovaciones y goles de tiro libre. Me ponía varias camisetas diferentes, en el colegio, en el club, en la vereda, en la plaza, en el balcón, en los videojuegos de Jonte y en el Family Game. Si tengo que recordar lindos momentos de mi infancia, sin dudas que en todos ellos, había una pelota de fútbol.
Aún así, había algo que no me gustaba del fútbol, algo que no me representaba cuando contestaba de qué cuadro era o quién era mi ídolo adentro de una cancha. Es que la verdad que heredé un amor que no me correspondía porque yo nunca quise a la banda roja en mi pecho ni el apodo de Millonario; nunca me compraron una remera de River, tampoco la pedí porque no quería ser del cuadro de mi viejo porque a mi viejo no le gustaba el fútbol, ni que lo juegue, ni comprarme figuritas para el álbum (que nunca llene ninguno).
Entonces, llegó Pablo en su taxi, un noble Peugeot 504, con unas pelotitas colgando del espejo retrovisor, algunos stickers pegados en la guantera, escudos en los vidrios y algunos peluches sucios desparramados por la cuneta. La particularidad de éstos elementos: todos eran celestes y blancos.
Leonardo, su hijo y vecino del edificio donde vivíamos, me hablaba de Rubén Paz y de la Supercopa ganada en cada Ring Raje, y cuando lo boludeaban los vecinos, mientras jugábamos a la Escondida, él les gritaba y yo lo encontraba. No le importaba perder y defendía con mucha vehemencia su pasión racinguista, casi siempre entonando algún cántico popular con ese vozarrón.
Cuando me invitó a ver un partido a su casa, por primera vez escuché gritar los goles como nunca los había escuchado. Con puteadas incluidas, un fervor indescriptible y con muchísimo desahogo.
El Piojo López hizo tres goles contra Vélez y yo me enamoré de él, de las atajadas de Nacho González, el desparpajo del Lagarto Fleita, de la presencia del Teté Quiroz y, cómo no, de un loco de rulos hermosos: el Turco García.
Aquella tardenoche me hice de Racing Club de Avellaneda. En ese partido me convertí en un optimista compulsivo, en un creyente empedernido que mantuvo el secreto de su traición algunas semanas (y la ilusión de ser campeón unos años más).
Pero a Pablo fue al primero que se lo conté. Inmediatamente me abrazó contento, me apretó contra su panza voluptuosa y me dijo: “Felicitaciones, nene. Bienvenido al sufrimiento”.
Tumblr media
0 notes
cuartetocultural · 5 years ago
Text
TIMBA
Tumblr media
Me apostaba a mi mismo, desde el balcón enjaulado de la calle Joaquin V. Gonzalez, el acierto del color del auto que pasaría por la Avenida Jonte.
Apostaba una Coca o un alfajor Milka por cuántos jueguitos hacia en El Alba, o en el callejón con los hinchas de All Boys (LCDTM).
Me he quedado hasta el amanecer en el Casino flotante, o en el de Mar del Plata, con amigos y sin ninguno.
Los cinco pesos perdidos eran esos que invertía en la parada del 21, sobre la Panamericana y Paraná. Siempre el mismo tipo de rulos, siempre en camisa, rodeado de secuaces, clientes embobados y yo. Tres vasitos de chupito plateados, todos del mismo tamaño, nunca supe cuantas pelotitas de goma espuma roja tenían, pero desaparecían con una rapidez abismal, igual que ellos.
Conocí cada casinito o sala de juegos en cada pueblo o ciudad a la que visité, por lo menos para chusmear un poquito.
Apretaba el control remoto para hacer saltar a Hugo y la barra espaciadora para el Príncipe de Persia.
Me prendo a las juegotecas, al Truco, a cualquier yenga, fulbito o tablero que se despliegue en toda mesa.
¿Cuántas posibilidades tengo de ganar el Quini? Casi nulas. Pero juego todos los domingos, hace años y a los mismos seis números.
¿Fue la quiniela por teléfono de la nonna Chola y el nonno Oscar?
¿Las cartas del nonno Pepe y aquel gordo de Navidad ganado en los 70’s?
¿Los bingos del colegio?
Siempre me acuerdo a la nonna y su cara de culo, sentada en su sillón llamando al quinielero:
“¿Gustavo? Si, acá Inés, te digo: nacional, vespertina 67 y 067, dos pesos. 89 y 089 provincia y Uruguay cinco pesos...” Y así le fiaba toda la semana y pasaban a buscar todos los sábados los saldos positivos y/o negativos, dependiendo de su suerte, que yo corroboraba cada tanto con algunos sobrecitos de regalo.
Amo jugar. Es de los verbos que más me gusta y de las cosas que más hago en esta vida.
Los invito a jugar, sin guita o con guita, los invito a jugar para divertirse, para compartir y sobre todo para reírse con ganas.
0 notes
cuartetocultural · 5 years ago
Text
Étimo III
                  “Cuánto menos se lee, más daño hace lo que se lee”.
Raudo: que va a gran velocidad o que invierte poco tiempo o menos tiempo del que se considera normal en moverse o desarrollarse.
Bucólico: que evoca de modo idealizado el campo o la vida en el campo.
Erial: que no tiene nada que se pueda aprovechar, que no se cultiva ni se labra.
Furín: campanilla colgante que suena con el viento.
Abjurar: abandonar una doctrina religiosa u otra creencia de manera solemne y mediante juramento
Obliterar: anular, tachar, borrar.
Longanimidad: la estrecha relación entre la perseverancia y constancia de ánimo frente a los obstáculos y las adversidades.
Nihilismo: negación de toda creencia o todo principio moral, religioso, político o social. Que no hay una verdad ni cualidades absolutas de las cosas.
Cinomanía: entusiasmo y amor excesivo por los perros.
Hagiografía: historia de un santo.
Poliorcética: disciplina que se encarga de construir fortalezas, bastiones, baluartes o fortificaciones.
Crápula: persona que lleva una vida de vicios, libertinaje y costumbres consideradas poco morales.
Misantropía: actitud social y psicológica caracterizada por la aversión general al género humano. Antónimo de filantropía.
Continuará...
0 notes
cuartetocultural · 5 years ago
Text
Étimo II
Estamos de acuerdo con que leer es hermoso, ¿no? Que, con un buen libro o una historia bien contada, el tiempo se detiene y que nos podemos teletransportar a los zapatos del protagonista, al frío de un lago de montaña, al olor del mar más lejano, hasta podemos sentir un poco la adrenalina cuando nos acercamos a la resolución del asesinato, al abrazo conciliador de dos amigos, cuando Tito mete un gol en el último segundo, o cuando finalmente y con toda la hinchada en contra, le dan un beso precioso al descreído personaje.
Leer es cautivamente. Leer hace bien. Leer amplia el vocabulario, para que podamos comunicarnos mejor, para decir la palabra exacta en el momento exacto y también, para deformarlo. 
Aquí, la segunda versión de un listado de palabras y sus significados que, palpablemente, tuvo la primera, y que, infaliblemente, tendrá varias más.
Cernícalo: persona despreciable por insociable, ruda y/o grosera.
Otear: mirar con atención para descubrir algo.
Atávica: que es arcaico o característico del pasado.
Abotargado: hinchado, inflamado, congestionado, inflado, engordado
Libar: para los insectos, chupar el néctar de las flores. 
Pronoia: concepto social, creencia de que el mundo o las personas conspiran a favor de uno mismo. Antónimo de paranoia.
Arrebujar: cubrirse bien y envolverse con la ropa de la cama, o con alguna prenda de vestir.
Heráldica: ciencia que estudia y fija las normas para la correcta interpretación de los blasones o escudos de armas.
Impío: persona que no demuestra compasión, piedad o ninguna devoción o respeto por las cuestiones religiosas.
Ímprobo: dicho del trabajo o de un esfuerzo intenso, realizado con enorme aplicación.
Lacónicamente: breve y concisamente.
Enseres: utensilios, muebles, instrumentos necesarios o convenientes en una cosa o para el ejercicio de una profesión
Aguzar: hacer que una cosa tenga punta o que la tenga más aguda.
Trasquilado: cortar la lana o el pelo a un animal.
Noria: máquina para sacar agua de un pozo o de otro lugar que consiste en dos grandes ruedas engranadas.
Aquelarre: reunión nocturna de brujas y brujos.
Tenderetes: conjunto de cosas que se dejan tendidas en desorden / Puesto de venta por menor, instalado al aire libre, por lo general inmóvil pero temporal.
Ataxia: falta de control muscular o de coordinación de los movimientos voluntarios.
Rezuman: salir un líquido de un cuerpo o del recipiente en que está contenido, por transpiración o a través de sus rendijas.
Sosia: persona que tiene mucho parecido o similitud con otra, sin existir parentesco o relación entre ellas, hasta tal punto que pueden llegar a confundirse.
Hirsuto: de pelo áspero, duro y tieso.
Continuará...
0 notes
cuartetocultural · 5 years ago
Text
LES MÉNDEZ
Es trece del tres del trece. Ese tren que esperé, emerge del este. Esperé que se frene. Entré, me senté.
Enfrente, Hebe.
Me ve.
- Eh! Lele Méndez!
- Hebe!!, espeté.
El tren, re western. Gente vende pebetes, pretzles, gel, detergente; ese nerd lee el de Stephen, éste de celeste mete test de GENTE, ese pendex ve Vélez-Emelec en el cel.
Hebe es re zen. Me estremece. Es del mes del pez, de Trelew, creyente de pesebre. Es ex que dejé de peque.
“Qué frene el tren, qué frene el tren”, me entregué.
Me elevé. Besé tez de Hebe. Entregué el tel, me mezclé entre gente.
Llegué excelente.
Desde enfrente se lee en el frente del Ente: “CGT PRESENTE”
Entré, mee en el retrete. “Qué sed de meterle pene!”, pensé en Hebe.
“ESPERE”, se lee en verde.
Me senté.
Esperé.
Me presenté.
Esperé.
Esperé.
El estrés crece, crece. Me envenené, me cebé.
- Ehhh, ehhh! Me ven? Cheee!! Me ven?, qué gente...!! Quedé re gede.
Entre herejes rebeldes, emerge el jefe de sede. Es René “El Jeque” Estévez, el del 13 “F”.
- Lele! Qué leche verte!
René es ser de temple perenne, de pebete, célebre DT del Elche.
-Jeque! Pequé de rebelde en éste teje desteje. Me esmeré meses, me deben tres cheques, expresé.
- Ehh... déjeme ver, Lele.
- Déle René, déle...
Tren de revés.
Pelé lentes, pensé en prender el cel, leer Ernest, ver memes, fé de entretenerme.
SMS de Hebe. Tembleque.
“Verte es menester. Je je.”
“Excelente!! Querer verte es el presente”, quedé re pelele.
Llegué. Entrené. Me eché Tresemmé. Cené pennes, pensé en prender el verde excedente. Demente, me desvelé. Mezclé en tele: CNN, El Trece, El Bébe, Peter, Fede Klem, Chefs en Telefe, Menem en TN...
Desperté. Hebe en mente. Deseé. Despegué el cel: “Hebe, pretende beber Fernet? Te prendés de verme?”
“Seeeeee! Seeeee!”, Hebe le mete.
Trece meses en el eje. Querer, creer, ceder levemente.
Presenté herpes leves. Celé. Me quemé level ten. Me peleé en El Emergente. Me estrellé en MD. Re enclenque quedé.
Hebe pretende que deje de meterme MD en el ser, que rece, que llene éste presente.
- Entérese. Ser crece, Lele. Es bebé.
- ¿Quéeee? Bebé? Bebé, Hebe?
- Es nene. Enfréntele. ¿Qué teme?”
Repensé en ese pete, en ese bretel endeble. Vez que me tenté, enterré el pene, llené de semen. Se ve que mezclé genes.
Besé tres veces. Seré ese que Hebe deseé. Ese, el que Hebe merece.
Fletes empecé, enceré PC’s, pelé reses. Cree en Excel. Remé, pesqué peces. “Empleenmé”, delegué.
Fede crece. Destete de leche. Embellece. Tendré que verter el té. Él tener bretes breves.
René vence en el Ente. Ende, el jefe seré de sede. Senté precedente. Tendré verdes, beberé tereré meses.
En el crecer se entreven mequetrefes. Fede emprende. Mete mente. Es gerente de RES.
Veré envejecerme en él. Hebe se enternece de les tres.
De repente, peste entre seres.
Perece gente en Esquel, en Quebec, en Exeter.
Perece Hebe.
Me quedé re verde.
Tumblr media
0 notes
cuartetocultural · 5 years ago
Text
La nueva anormalidad
Cada tanto siento la necesidad de mirar por la ventana y asegurarme de que el mundo sigue ahí, incólume. A cierta hora, que fue acomodándose a los últimos rayos cada vez más frescos del sol, sale un vecino a caminar por el estacionamiento del edificio de enfrente con un palo de golf. Da vueltas, incansablemente, entre los coches. Si por alguna razón no me asomé, lo reconozco por el sonido de sus pasos en la  grava y puedo intuir qué hora es. En el último tiempo también se le sumó la mujer, aunque cada uno va a su velocidad, casi siempre sin hablar. Después de un rato de lo que parece un precalentamiento, ella se va y él se queda practicando su swing contra una llanta abandonada. Yo lo observo cada vez que paso por la ventana y me lo imagino ilusionado con volver a pisar un campo de golf, a sentir el calor en la cara, la resistencia mínima de la pelota antes de volar, el olor del pasto, la charla con los amigos después del cotejo. Y me transmite un poco de esa ilusión. También noto que cada vez me conformo con menos.
El afuera se volvió hostil y extraño. En las pocas excursiones que hago por las mismas calles que hasta hace no demasiado recorría casi sin notarlas y que, en este tiempo confinado, mutaron con ese encanto otoñal que posee Buenos Aires, vamos todos con una velocidad distinta, como explorando un nuevo mundo (aunque sin la motivación del descubrimiento) y mientras nos miramos con las caras tapadas hasta la mitad. Con desconfianza, tristeza y, sobre todo, miedo. Si hay un lugar donde se pueden percibir los sentimientos es en los ojos del otro. Cualquier elemento extraño, cualquier cercanía, es un enemigo, el posible transmisor de La Muerte. ¿Podremos sacarnos esta sensación alguna vez? ¿O ya nos convertimos en esto para siempre?
Si por casualidad (o no), en estas salidas fugaces, nos encontramos con alguien no terminamos de relajarnos del todo, ni de disfrutar, y rara vez el tema de conversación se aleje de cómo la está llevando cada uno, de cuándo volveremos a la vieja normalidad, de si alguna vez pasará. Y después huimos a las apuradas, como si con eso elimináramos todo rastro de la reunión y haciendo un recuento de las superficies tocadas, contaminadas.
Recién cuando volvemos a casa, y luego de cumplir con todos los protocolos, lavados y demás liturgias, nos sentirnos un poco más seguros, aunque sabemos que en algún momento el aire nos va a faltar, los ojos nos van a picar y la garganta nos va a doler pronosticando que lo tenemos, que todo fue en vano, que se nos viene el respirador, la cama en Tecnópolis, La Muerte inminente. Aunque en el fondo, tras habernos recuperados del virus varias veces, ya podemos confirmar que solo es paranoia. O quizás la angustia por el silencio de la calle que se clava justo ahí o por la distancia social que nos convirtió en extraños hasta de nuestros cercanos.
También hay algo de resignación en el andar de los transeúntes, y un sentimiento de culpa por tener que salir que intentan justificar con una caída de ojos, como si cualquiera con el que cruzan la mirada los estuviese juzgando, culpando, y necesitaran darle explicaciones.
¿Qué pasaría si este fuese el nuevo mundo de ahora en más, si el virus no se fuera nunca y no encontraran la vacuna? ¿Prevalecería el cuidado o sacrificaríamos a un porcentaje de la humanidad en aras de volver a aquello que llamábamos normalidad? ¿Hay forma de ser feliz en este nuevo mundo?
Una de las características del ser humano es su capacidad para adaptarse. Y su ansia de supervivencia. Sobran ejemplos en la historia de la humanidad que sonarían exagerados si se compararan con ésta situación, aunque algunos en sus marchas inentendibles, en las redes o en los medio ya se encargaron de hacerlo. Aquellos mucho más terribles que simplemente quedarse encerrados para prevenir el contagio pero que tienen en común esas características: adaptación y supervivencia.
Supongo que de confirmarse que este es el nuevo mundo hallaríamos la manera de conformarnos, incluso de encontrar algún tipo de disfrute (aunque espero que se destierre el término “zoompleaño” por el bien de lo que quede de humanidad, en todas sus acepciones), así sea observando a un vecino soñar con ser feliz. Pero, si somos la última generación que vivió en aquel mundo de criarnos en la calle, de festejar un gol agónico abrazando a un desconocido o de besar a una extraña en un boliche tras compartir unas cervezas de lata, abiertas delante nuestro pero de higiene dudosa, dentro de unos años le contaremos en una videollamada, al calor de una computadora, con nuestra sombras reflejándose en la pared por la luz artificial, a nuestros nietos o a los que queden que hubo un mundo diferente. Y que a pesar de sus falencias, relacionadas en gran parte con nuestra manera de habitarlo, era perfecto.
0 notes
cuartetocultural · 5 years ago
Photo
Tumblr media
Un finlandés en Parque Patricios
Era una noche cerrada, de silencio absoluto. De madrugada, apoyé los pies sobre la ruta, entredormido. Se suponía que el ómnibus debía dejarme en un pueblo de pescadores. Olía el mar, eso es verdad, pero no había rastros de pueblo. Había nada.
No tenía luz de ningún tipo y todavía no era un ciudadano localizable y controlable vía smartphone. Esa ventaja tenía un costo, tampoco tenía la posibilidad de localizarme a mí mismo. Toda la asistencia que había conseguido era un “por acá derecho”, y me aferré a esa guía.
Primero me acompañó la música. Luego elegí la naturaleza. Y en los primeros 10 minutos, de muchos más que caminé hasta llegar a mi destino, viví el cambio, una pequeña metamorfosis, opuesta a la kafkiana.
La soledad, de madrugada, al costado de una ruta, es una escenografía más propia del género del terror. Pero cuando en la misma escenografía ves un cielo estrellado y escuchás mar, la vivencia se torna radicalmente distinta. Si la idea de Libertad tiene una forma real, yo la sentí en ese momento.
El resto sucedió naturalmente. Ya no era el mismo cuando amanecía, sentado en una roca, sonriendo con la luz del alba. Tampoco era el mismo cuando terminaba el día y compartía la cena con los otros pocos que se alojaban en el hostel.
Estoy seguro de que ya era otro en esa noche de solo mar, cuando con movimientos bruscos y frío buscábamos iluminarnos de blanco, gracias a un efecto de microorganismos cuyo nombre científico no recuerdo, porque eso no era ciencia.
Estábamos en Punta del Diablo, pero pudo haber sido en otro lugar.
Un poco antes o un poco después (el tiempo cronológico no tiene importancia, no la tenía en ese lugar), apareció con su camisa leñadora. Fue al volver de un recorrido que lo vi, atraído por su guitarra, de insospechada música country.
No sé de qué lado del río hablamos de su viaje por América Latina, de lo que había pasado desde que subió a ese avión en Helsinki. Quizás fue en la arena, en un barco o en un bar, que supe de su recorrido, de los lugares que eligió para quedarse un poco más, de su entrada al continente por Ecuador.
Tiempo después lo encontraría en Buenos Aires, vagando perdido y fascinado entre los libros de El Ateneo, aunque eso ya no era casual.
Kris llevaba tres años en Sudamérica desde que aterrizó en Quito. Ya había visitado casi todos los países del continente, y estaba instalado hace tiempo en una habitación de Parque Patricios, completamente ajeno a la vida de un turista. Ahí escribía su novela, su proyecto.
Pasó un tiempo más en Buenos Aires y luego volvió a Finlandia a estudiar literatura.
Al año siguiente yo estaba recorriendo Ecuador, en mi segundo viaje solo. La elección no fue casual y para planificar el viaje pedí y recibí importantes consejos amigos desde Helsinki. Todos fueron acertados.
En la primera experiencia, en Punta del Diablo, había conocido un poco de Finlandia, otro de Suecia, también del País Vasco. Aprendí qué es ser kurdo y reviví la alegría carioca. Lo misterioso es que nunca me fui de Uruguay, ni pisé esas tierras, como lo demuestra esta fotografía, tomada por la gran mano de nuestro huésped paraguayo.
¿Cómo pasó? Solo me animé a salir, y bajar en una ruta durante una madrugada estrellada. Esa que olía a mar y libertad. Esa noche uruguaya, que también era porteña, de Parque Patricios y de más allá.
ID
0 notes