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Dancroff
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Mi pequeño lugar de Internet donde subo relatos sobre mis personajes de World of Warcraft. :3
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dancroff · 5 years ago
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La confesión
Isander había dejado su martillo a un lado y se alejó de las forjas del recinto del Cónclave gris para asearse en un caldero de agua: se lavó la cara, y empapó los brazos, el pecho y las axilas, purificandose así del sudor mezclado con la suciedad habitual de las forjas. Era un huargen de pelaje marrón y ojos verdes de un tamaño y constitución considerables... para ser un sacerdote. Tras hacerse con sus togas y semiabrochárselas, salió del edificio para encontrarse con alguien a la entrada.
-Ah, Diablillo...
El sacerdote sonrió de una forma bastante sincera. Dyneon, en comparación con él, era algo más pequeño, y a pesar de que ahora lleva una alimentación decente y se le nota en mejor forma, su cuerpo nunca ha sido especialmente musculado.
El mago parecía algo absorto, como pensando qué decir. Lo miraba sin pestañear, así que el sacerdote continuó:
-¿Necesitas que te enseñe más sobre la filosofía de la Luz? ¿Un sermón quizás? ¿Alguna confesión...? ¡Ya sé! -Isander hizo descender un puño en una zarpa y señaló con un dedito al mago- Quieres que te fabrique un lanzallamas.
-No, sabes que no necesito lanzallamas. YO soy el lanzallamas. - Dyneon alzó una ceja, en parte ofendido. Tenía que dejar las cosas claras.
El sacerdote sonrió con la respuesta. Había conseguido lo que quería.
-Está bien, está bien. No me quemes.
-Sobre lo demás... es posible que sí necesite una especie de confesión. O algo por el estilo.
Isander se extrañó por un instante. Normalmente era él el que tenía que insistirle para contarle sus pensamientos, pero le costaba porque Dyneon era un huargen especialmente intricado. Los últimos meses había conseguido bastantes resultados, algo que el resto de sacerdotes no había logrado, y además los dos tenían una relación que otros podrían llamar bastante cercana para los estándares normales del piromante.
-Comprendo. ¿Necesitas un lugar más privado?
-Definitivamente. Sígueme.
El mago lo guió hasta su habitación y cuando entraron en ella... No había nada. Estaba literalmente vacía.
-¿Qué le has hecho a tu habitación?
-La he trasladado temporalmente.
-¿Qué?
Dyneon recitó unas palabras arcanas y abrió un portal en medio de la pequeña habitación. Un infierno literal se veía al otro lado.
-Dyneon... estás loco.
El mago no contestó. Se limitó a sonreir como si nunca hubiese hecho nada malo y se adentró en el portal. El sacerdote lo siguió tras dejar escapar un suspiro. Emergieron en un trozo de roca flotante de las Tierras de Fuego. Un escudo arcano lo protegía de elementales voladores especialmente agresivos o meteoros aleatorios. El portal se cerró tras ellos.
La “habitación” lucía bastante humilde al igual que inhóspita: había una cama con mantas viejas y remendadas reiteradas veces en el centro, una mesita con una lámpara ardiente, cadenas enroscadas entre las rocas y una estantería con unos cuantos libros de magia (la mayoría de piromancia, por supuesto) entre otras cosas.
Isander empezó a preocuparse y miró con cierto tono de regañina al mago.
-No me mires así. Es MI habitación. Hago lo que quiero con ella. Además, ¿No crees que está mucho mejor? Es más apropiado...
-Es peligroso.
-Bien.
El sacerdote suspiró.
-Hay algo más detrás de esto, ¿Verdad?
-... He aceptado la misión de detener a Dagon de una vez por todas.
-Dyneon...
-No quiero oírlo. No hay vuelta atrás. Necesitaba pensar y esta fue la mejor solución.
-¿Por qué lo haces? ¿Tan... poco valoras tu vida?
-Valoro lo que sé hacer, y lo que mejor sé hacer es reducir bichos a cenizas.
-No tienes por qué hacerlo. Aquí habías conseguido un lugar. Un motivo. Un objetivo. Habías... conseguido vivir. Después de sufrir tanto...
Dyneon tardó unos segundos en responder. Isander lucía algo frustrado, la noticia le molestaba, aunque no le sorprendía.
-Quizás sea por eso. Lo... valoro. No quiero perderlo. Sé que podría morir. Pero definitivamente sería una mejor muerte que morir de viejo en la cama.
-Es... lo entiendo, pero...
-Aún no he hecho mi confesión.
El sacerdote había dejado escapar un leve gruñido y tenía las orejas gachas, pero eso volvió a llamar su atención. El mago continuó.
-... Sé que podría no regresar, por eso quería dejar todos los cabos atados. Irme sin ataduras. Ni físicas ni metafóricas. Hacer algo de lo que quizás luego no podría hacer. Sí, algo de lo que podría arrepentirme si no hago ahora.
Isander sonreía mientras le recordaba sus lecciones y el efecto que han tenido en él.
-Quería... despedirme de ti. Eres de los pocos que me han tratado... como una persona, en lugar de un arma o un demente.
Eso sí que lo pilló por sorpresa. Alzó las orejas y abrió bien los ojos, mientras observaba como el mago se hacía con una botella de vino que guardaba en la mesita. Le dió un trago tras abrirla con una uña y luego le pasó la botella a Isander, el cuál le dio un trago también. Se habían sentado en la cama.
-Así que esto es un adiós, eh... Sabes, si no pensaras volver, no habrías teletransportado tu habitación aquí.
-¿Tú crees?
-Claro, no soportarías que otro la tocase en tu ausencia... así que eso significa que piensas regresar.
-Demasiado enrevesado, hasta para mí... No, espera, tienes razón. Y mira... sin embargo tú estás tocando mi cama. Si supieras la de pajas que me hecho sentado donde estás tú.
Dyneon observó con interés la reacción del sacerdote, pero este comenzó a reírse más que a hacer ascos. De hecho, se había acercado un poco más a él. Le dieron algunos tientos más al vino y dejaron la botella medio vacía a en la mesita.
-Permíteme... darte yo el último adiós.
Isander acercó la zarpa a las aperturas de la toga de Dyneon y este se puso algo tenso. Al detenerse se relajó y esperó a que le diese permiso para continuar.
Lo desabrochó y dejo caer las togas al suelo. Reveló el torso desnudo del mago, de color beis y lleno de cicatrices alargadas por la espalda, algunos otros rasguños y resquicios de quemaduras. No dijeron nada. Se comunicaban a través de los ojos y de las orejas. Las de Dyneon estaban algo gachas ¿Se sentía débil?
-No te haré daño... te lo prometo. - susurró el herrero.
Las palabras lo tranquilizaron y se dejó hacer. Pasó la zarpa por su torso desnudo con suavidad y acercó su hocico a su cuello, donde empezó a rozar con la nariz su pelaje. La tensión sexual empezaba a liberarse poco a poco mientras el resto de la ropa caía al suelo rocoso.
-Tenía ganas de... algo de contacto. Se siente bien. -dijo Dyneon.
-Hacía mucho que no...
-Mucho.
El sacerdote asintió levemente y continuó rozándose con él, yendo a un ritmo lento pero sin pausa. Dyneon estaba raramente relajado mientras Isander lo manoseaba. Empezó a lamerle en el cuello y eso hizo que dejase escapar un suspiro. Esta vez, tomó un poco de iniciativa y se juntó a él, llevando sus zarpas a la espalda fornida de su compañero y... clavando levemente las uñas.
-Uy... ten cuidado, Diablillo. -sonrió divertido el huargen.
-Mi segundo nombre es cuidado. Veamos qué tienes ahí...
Dyneon bajó la zarpa hasta el paquete de su compañero. Descubrió un bulto que había crecido con el contacto anterior y lo notó lo suficientemente duro, así que sonrió y lo miró.
-Vaya, mira al santurrón cómo se ha puesto...
Le arrancó de cuajo la ropa interior y mostró el gran miembro del herrero, palpitante, erecto y sediento de placer. Isander suspiró mientras el mago hacía de las suyas y se introducía el miembro en la boca.
Isander apoyó las zarpas sobre la cama y se dejó hacer. Elevó la testa hacia arriba mientras disfrutaba de la felación y por un instante se olvidó por completo de que se encontraban en el jodido plano elemental del fuego.
Dyneon decidió sacarse el pene de la boca para recorrerlo con la lengua y bajó hasta sus pelotas peludas, donde continuó jugando durante un rato más. Se los metía en la boca y los chupaba, pero a juzgar por los gemidos de placer del sacerdote lo que más le gustaba era que recorriese la lengua por debajo de ellos, alcanzando casi el ano.
Isander tomó las riendas e hizo alzar a Dyneon hasta encontrarse hocico con hocico. Se besaron mutuamente mientras le terminaba de quitar la ropa interior al piromante. Dyneon lucía un miembro ya erecto que a pesar de ser algo más pequeño que el de Isander, no se quedaba especialmente atrás. Sonrió con lujuria mientras se lo agarraba, y se tumbaron en la cama uno encima del otro.
El juego sobre la cama duró unos minutos mientras se intercambiaban mutuamente los roles. Aunque Dyneon tenía una actitud generalmente más pasiva, ambos se dejaban hacer de cualquiera de las formas. El mago acabó encima de él mientras los dos penes se rozaban entre sí y estaban agarrados por la zarpa fornida de Isander.
-¿Vas a querer... penetración?
-... Sí. -llegó a contestar el mago- si me encandenas.
El sacerdote alzó una ceja pero captó su mirada. El hechicero se había levantado y se había colocado a cuatro patas, revelando su culo y su ojete rojizo a su compañero.
-Eres muy travieso...
-¿Qué te esperabas de mí?
Acercó su hocico al culo y empezó a relamerlo, mientras, casi entre jadeos, convocó a la Luz y unas cadenas doradas empezaban a emerger en los brazos de Dyneon hasta encadenarlo con los brazos a la espalda. Lo empujó suavemente contra la cama, dejando el culo alzado y vulnerable para lo que él quisiera.
Dyneon gruñó de placer mientras la lengua de su acompañante dejaba bien húmeda su zona trasera. Por un instante eso era en lo único en lo que pensaba, y por un instante también, parecía estar extrañamente feliz.
El martillo del herrero se acercó cuidadosamente a la zona y comenzó un rozamiento con el glande de arriba a abajo, insinuando sus intenciones. Dyneon logró mirarlo y le asintió, y entonces, comenzó a introducirse con cuidado dentro de él. Unos empujes suaves y constantes, y con ayuda de la saliva, logró entrar plenamente sin hacer sufrir demasiado a su compañero. De hecho, parecía estar disfrutando de lo lindo, por los gruñidos de placer que dejaba escapar.
Isander lo agarró de los cuartos traseros y comenzó un vaivén lento pero constante. Disfrutaba del momento mientras inclinaba su cuerpo hacia él y lo pegaba, mientras aún seguían unidos.
-¿Así está bien?
-Sí, pero seguro que puedes hacerlo mejor. -dijo entre gruñidos.
Isander captó el mensaje, y con ayuda de los gemidos de placer del mago, que no hacían más que excitarlo, aumentó el ritmo de la penetración. Ya estaba lo suficientemente dilatado como para introducirla casi entera, y notaba cómo sus testículos chocaban con los del otro. Estuvieron así un rato entre jadeos y gemidos.
-Me queda poco...
El fornido huargen estaba a punto de llegar al clímax. Sacó el miembro del interior húmedo de su amigo y comenzó un frotamiento para finalizarlo. Tras unos segundos, y después de emitir un intenso aullido de placer, salió disparada varias ráfagas de esa espesa leche que dejó perdida parte de la espalda del mago, las nalgas, y los alrededores de su ano abierto.
Dyneon estaba encadenado, así que no podía tocarse, pero estaba goteando líquido preseminal como si de un grifo mal cerrado se tratara. Pero Isander no había terminado, así que agarró su pene boca abajo y comenzó a hacerle una paja... como si estuviera ordeñando a una vaca. No tardó demasiado en soltar el resultado de todo el placer hacia la cama, con varios chorros intensos...
Isander exhaló por la trufa con una mezcla de placer y cansancio. Desinvocó las cadenas de Luz y liberó al mago, que se incorporó lentamente, pasando una zarpa por su trasero y limpiándolo un poco...
-Me has dejado la cama perdida.
-Bueno, no tenías pensado volver, ¿No?
Se hizo un poco de silencio entre los dos.
-Ha... estado bien. Gracias. -logró decir un Dyneon sorprendentemente apacible.
-El gusto ha sido mío. ¿Quieres... que me quede?
Dyneon negó levemente con la cabeza. Había comenzado a vestirse en silencio.
-Entiendo.
El herrero se retiró una suerte de colgante que simbolizaba una cruz de la Luz Sagrada y se la cedió al mago, para después recoger sus ropas y colocárselas.
-Ten, llévate esto. Quizás... te ayude.
Dyneon cogió el colgante y alzó una ceja, pero no puso pegas. Asintió con un cabeceo agradecido, y luego, abrió un portal de vuelta al recinto del Cónclave Gris.
-Por favor, antes de irte... Devuelve la habitación a su sitio, ¿Eh?
Isander sonrió y echó un último vistazo al mago.
-Lo haré. Adiós.
El huargen desapareció por el portal. Dyneon se quedó pensativo en la cama, observando el colgante que le acababan de dar.
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dancroff · 6 years ago
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El barranco florido
Yuro hizo descender su mapa de delante de su hocico revelando el horizonte frente a él. Se hallaba cabalgando en Esponjita, su orgullosa alpaca de pelaje suave y del color del carbón que caminaba por las arenas como si fuese la dueña del desierto.
Yuro es un vulpera de pelaje rojizo, con algunas rayas oscuras marcadas por el cuerpo, porta un hocico largo y unos ojos de color verde claro. En general, tiene un rostro amigable.
Había esbozado una media sonrisa a medida que se acercaba a su destino: la frontera con Nazmir. Algunos buitres sobrevolarons los riscos mientras percibía un par de esqueletos de unos trols desafortunados. No pareció perturbarlo demasiado, ya que era lo normal por allí y habría visto cosas peores.
El vulpera se dispuso a sacar sus objetos de las alforjas de la alpaca... y extrajo una macedonia de objetos. De muchas culturas diferentes. ¡Algo bueno debía sacar de viajar y ayudar a la gente! Al fin y al cabo era alquimista, sus conocimientos curativos eran muy valorados, por no mencionar su capacidad para rastrear y encontrar el agua en el desierto. Llevaba colgado del cinturón algunos frasquitos de varios colores además de su cartera con más cosas de alquimista, como componentes u otros frascos.
Un pararrayos sethrak que chisporroteaba energía eléctrica y le servía como arma; el caparazón de la tortuga de un tortoliano que le servía como escudo; el tótem serpiente de un médico brujo trol; y hasta el cuerno roto de un tauren que había sido convertido en... bueno, en un cuerno. Eso último lo dejó donde estaba. Y... ¡Vale, estaba listo! No obstante su posesión más preciada ya la llevaba encima: un odre de agua cosido con piel de saurolisco de escamas negras y azules, y con el símbolo triangular de los vulpera decorándolo.
Tiró suavemente de las riendas de Esponjita, indicándole que se detuviese frente una gruta en medio del camino principal y luego se bajó de un salto, porque ella no se arrodilla ante nada, por supuesto. Aunque antes de bajarse había plantado el tótem serpiente en un compartimento especial del sillín.
-Este es el lugar. Veamos... Dejaré esto aquí, Esponjita, para defenderte.
Yuro entró en comunión con el fuego para invocar el espíritu ígneo del tótem: una cobra ardiente que siseaba peligrosamente.
Tumblr media
-Quémale el culo a cualquier ingenuo o bicho que se acerque, ¿Vale? - indicó al espíritu.
La alpaca lo miró inquisitiva.
-Tranquiiila, tu pelaje está a salvo. Además si algo te pasa los Pastores de alpacas querrán el mío...
Sufrió un pequeño escalofrío y se puso en serio. Carraspeó y se adentró en la ruta, con las orejas alzadas y escudriñando la vista. Se trataba de un barranco arenoso como podría ser otro cualquiera, salvo que al final parecía tener una serie de flores llamativas de color rojo con rallas negras alrededor de un pequeño abrevadero natural del tamaño de un par de caravanas. También estaban por la entrada. Aunque en menos cantidad. De hecho, este lugar tenía un aroma extrañamente atractivo...
-Así que este es el lugar... en el Bazar Sepultado me dijeron que podría conseguir buenos materiales aquí, veamos qué me pueden ofrecer estas flores...
Yuro se aproximó a una de las flores de tamaño considerable y comenzó a examinarla cautelosamente. Notó un pequeño temblor, pero no le dio más importancia y se dispuso a cortarla para llevársela, pero una voz viperina lo detuvo.
-¡Insensato!. ¿No sabes lo que son...?
Un sethrak se aproximó doblando una esquina desde el interior del barranco. Llevaba algunos frascos también por encima y una cimatarra. Otro alquimista, a juzgar por su aspecto.
Yuro llevo la zarpa hasta el pararrayos de forma instintiva.
-Tranquilo, amigo. No soy un infiel.
-Uff.. menos mal.
-Deberías tener cuidado, estas flores parecerán inofensivas, pero...
Un temblor lo interrumpió. De debajo del suelo terroso de la flor, emergió un púavid enorme de colores similares a los de la flor. De hecho... la planta estaba encima de él, como una coronita. Sin darles tiempo a reaccionar agarró tanto al vulpera como al sethrak con sus látigos y los puso colgando del revés.
-Guay. Debería haber pagado por esa “información extra” que me ofrecieron en el Bazar Sepultado... -comentó un Yuro del revés, tratando de librar los brazos de los látigos que le oprimían.
-¡Nos has condenado a los dos!
-¡Eh! Todo estaba tranquilo hasta que has llegado.
La planta carnívora los elevó y abrió sus fauces llenas de dientes. Serpiente y zorro se miraron una vez, diciéndose mutuamente que ninguno de los dos tenía pensado morir ahí.
Yuro logró zafarse y liberar los brazos. Conjuró un chorro de agua proveniente del pequeño abrevadero del centro y lo dirigió hasta las fauces del monstruo en forma de una pitón helada con los colmillos prominentes, congelando la entrada a su sistema digestivo por un tiempo con el impacto. Así impediría que se los comiese.
El sethrak, por otra parte, usó su cola para coger su cimatarra de cristal, y con un tajo bastante limpio, cortó el látigo que lo oprimía y cayó al suelo. Acto seguido se dispuso a liberar a Yuro.
-Ey, gracias.
-Tenemos que irnos.
El púavid estaba tratando de quitarse el hielo, que ya había empezado a resquebrajarse. Comenzaron a correr hacia la salida, pero otros púavides emergieron y le cortaron la retirada.
-Demasiado tarde. -dijo el sethrak.
-¡Tranquilo, tengo un plan!
Yuro se apresuró y dio marcha atrás. El sethrak, instintivamente, retrocedió al verse solo frente a los dos púavides. El tercero que estaba congelado ya se había liberado y se arrastraba lentamente...
-¡¿Pero qué haces?!
-¡Ven si quieres vivir! - le gritó el vulpera desde la distancia, cerca del pequeño lago.
Gruñó pero no tenía otra opción. Se aproximó a él y este le preguntó.
-¿Tienes relámpago embotellado por algún casual?
-Sí, ¿Por qué?
-¡Lanza un par al aire cuando te diga!
Esperó a que se juntasen. Se aproximaron los tres púavides y Yuro invocó un par de látigos de agua que emergieron del lago.
-¡Ahora!
El sethrak, que ya los tenía en la mano, arrojó al aire los frascos relampagueantes. Los látigos de Yuro los cogieron en su interior y los hizo trizas, haciendo que se convirtieran en unos látigos acuáticos electrificados. Con ellos hizo un barrido hacia los tres engendros y les causó un shock al contacto, quedando paralizados.
-Es nuestra oportunidad. -apresuró a decir Yuro.
-Sí. - llegó a decir un sorprendido sethrak.
El hombre serpiente empezó a correr... o hizo el amago, mientras veía como el vulpera escalaba a los púavides electrificados y les cortaba con una hoz de herborista la flor que llevaban y las guardaba en su cartera.
-¿Qué? No me mires así. No he venido hasta aquí para nada.
Su hasta ahora aliado hizo un arco con los ojos serpentinos, con resignación. Yuro se bajó tan pronto como subió y ahora sí comenzaron a correr, antes de que emergieran más.
Al llegar a Esponjita, se encontraron el cuerpo de un exiliado chamuscado, y se encogió de hombros. La alpaca buscaba tranquilamente algo que pastar entre un arbusto reseco de la arena. Yuro se giró al sethrak.
-Oye, eso ha estado cerca. ¿Cómo te llamas? Yo me llamo Yuro. -dijo mientras desinvocaba el tótem ígneo y lo recogía.
-Me llamo Kasek. Trabajo en un pequeño puesto de relajación y masaje en el Bazar Sepultado. Yo mismo creo los ungüentos, por eso estaba aquí.
-¡Qué interesante! Quizás me pase más a menudo por el Bazar. Yo soy un alquimista y me especializo en pócimas y remedios curativos. ¿Quizás podríamos comerciar?
Yuro sonrió y le dedicó una mirada amable al sethrak. Se montó en Esponjita mientras esperaba su respuesta.
-Después de casi haber sido comidos vivos y estás tan tranquilo. Qué curioso... Claro, pásate cuando quieras.
-Hecho, Kasek. Es más... toma.
El vulpera le lanzó una de las flores al sethrak, que la agarró al vuelo. Alzó las cejas.
-Me sabe mal que te vayas con nada. Además, tengo curiosidad por ver qué hacéis vosotros con ellas. ¡Nos vemos! Vamos, Esponjita.
-Gracias, Yuro. Que las arenas te guíen.
El sethrak observó cómo el vulpera se alejaba mientras guardaba cuidadosamente el esqueje cortado y comenzó a caminar también, expulsando un suspiro breve. Vulpera y alpaca se perdieron en el horizonte, bajando una de las dunas, con el sol poniéndose frente a ellos.
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dancroff · 6 years ago
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El unicornio
Devio estaba acostumbrado a estar inmóvil como una estatua, mientras se hallaba parado entre los matojos a los pies de un árbol. Casi lo había asimilado como si esa fuese su posición de acecho. Lo único que se podía ver moverse, eran sus ojos de azul congelado, que bien podían confundirse con dos inocentes y llamativos insectos.
Se había quitado la armadura por encima de la cintura. Lucía un cuerpo extrañamente fuerte con un pelaje poco natural, áspero, duro, frío, y algunas partes con pequeños carámbanos adornándolo. 
Además de las cicatrices, unas runas rojas palpitantes estaban inscritas en su espalda y alrededor de su torso, hasta terminar en el cuello. Casi parecía eso más doloroso que todas las cicatrices acumuladas.
Parecía algo decepcionado. Tras estudiar el terreno, estaba seguro de que los unicornios verdeantes de Val'Sharah pasarían por ahí para llegar a un pequeño abrevadero.
Hacer uso de costumbres de cuando estaba vivo le resultaban agridulces, pero sentía que debía hacerlo. El eco de una voz femenina le impulsaba a hacerlo. Un eco borroso, una promesa quizás.
Habían pasado horas desde que se había quedado en esa posición. En el momento que estaba a punto de tirar la toalla, giró la testa hasta un ruido que había escuchado. Eran trotes... pero algo más. Pasos. Y gritos.
-¡¿Qué estáis haciendo?! ¡Atrapadlo! ¡El cuerno de ese bichejo vale más que todos vosotros juntos!
Primero, apareció uno de los unicornios. Separado de los suyos, trotaba corriendo por su vida, hasta que una red lo redujo y lo obligó a detenerse. Luego, aparecieron los cazadores. Embutidos en pieles de animales exóticos: cazadores furtivos sin ningún tipo de moralidad.
Devio conocía bien a esta clase de calaña. En Colinas Pardas, aparecieron una vez un séquito que se dedicó a cazar de todo por el lugar, no por la comida y la necesidad, sino por los trofeos. Incluídos... algunos furbolg o huargen.
Un instinto asesino que conocía bien afloró en su interior. Los recuerdos, borrosos pero igual de dolorosos, le dijeron cómo esa gente había asesinado animales que había criado y alimentado él mismo.
Los cazadores se disponían a arrancarle el cuerno al animal mientras aún vivía. Este relinchaba, pero parecía no haber más de los suyos cerca. De pronto, un gancho profano, similar a una garra, atrajo al que se disponía a hacerlo hacia los arbustos y se escuchó un grito ahogado, seguido de la sangre salpicando el lugar. 
La cabeza desfigurada del cazador furtivo salió disparada a los pies de los demás que, estupefactos, apuntaron con sus rifles al arbusto. De él salió un Devio con un rostro carente de emoción y su hocico cubierto de sangre, la cuál se relamió, saboreándola.
-¿A qué estáis esperando? Es solo un huargen, matadlo.
Los cazadores tardaron un par de segundos en reaccionar, pero apuntaron con sus rifles al extraño huargen y abrieron fuego.
Devio prácticamente recibió casi todos los disparos. Los agujeros de las balas decoraron su torso, y sintió la caricia de varios en el hocico, aunque apenas sangró. Esbozó el atisbo de una sonrisa extraña y comenzó a caminar hacia ellos.
Algunos furtivos habían recargado su rifle y Devio continuó recibiendo disparos, pero era imparable. Esos disparos le resultaban como cosquillas.
Alzó una de sus hojarrunas y apuntó con ella a un cazador. De la hoja salió disparada una ráfaga de hielo que lo perforó matándolo en el acto. Al siguiente, le paralizó las piernas con unas cadenas heladas y se apresuró a ejecutarlo hundiéndole la espada en el pecho. 
El huargen era una máquina de matar. En el momento que ponía los ojos sobre su objetivo, no había nada que lo detuviese. En un instante sembró el terror entre los cazadores, que habían empezado a huir al observar la matanza. Solo quedaban dos más y el que parecía dar las órdenes. Sus ojos se pusieron sobre el líder... y comenzó a correr tras él.
Lo persiguió hasta llegar a un claro pequeño y el cazador se vio arrinconado. Al darse la vuelta, observó como Devio lo había alcanzado, a unos escasos metros. Comenzó a aproximarse lentamente, pero... activó una trampa y el huargen vio como un tronco venía de uno de los lados con potencia. Lo lanzó varios metros hasta chocar contra los árboles.
Se pudo escuchar como su esqueleto quebraba con el golpe y el impacto en los árboles. Había quedado en una posición retorcida, poco sana.
-Imbécil... yo no soy tan fácil de matar. - dijo el cazador.
Devio parecía muerto, pero no era así: en el momento que bajó la guardia, un gancho sombrío atrajo al cazador hacia Devio, que, tras recolocarse bien un brazo, lo agarró desde el suelo con fuerza profana. Estaba asfixiándolo.
-Tiene gracia... yo tampoco muero fácil. Ni siquiera ser aplastado por un gigante me detuvo.
Su presa intentó escupir palabra, sin éxito. Notó cómo el huargen se levantaba poco a poco hasta recuperar una forma menos ortopédica.
-No te confundas... mi estado es una maldición. Pero si me permite aniquilar escoria como tú... lo haré con gusto.
Devio le rajó la garganta con las garras en un movimiento veloz. Activó las runas de sangre tatuadas en su cuerpo para comenzar a nutrirse de la sangre del infeliz, que fluia hasta su ser, hasta que no quedó más que un cascarón vacío. Sus heridas cerraron. El dolor de su cuerpo cesaba.
Había vuelto junto al unicornio, que aún se hallaba atrapado entre las redes. Las rompió con un tirón de las garras y el animal se pudo levantar. Tomó unos pasos de precaución separándose del animal ,que receloso, también había retrocedido.
Devio permaneció inmóvil mientras el animal lo observaba. Parecía que estaban llevando una conversación inaudible, hasta que el animal cabeceó hacia él y luego se marchó.
El huargen esbozó una sonrisa extraña, y antes de irse, recogió un mechón de pelo verde que se le había caído al unicornio en el forcejeo con los cazadores.
Había cumplido su promesa con creces.
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dancroff · 6 years ago
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El capitán y el vulpera
Cuando el capitán abrió el ojo, despertando tras estar un tiempo inconsciente, lo primero que vio fue un páramo desierto e inerte a primera vista. Las olas de la costa masajeaban suavemente su cuerpo en la plácida arena de la costa.
Había empezado a notar unos pinchazos en el costado. Le habían herido, y un pájaro carroñero, un buitre, se había acercado a lo que parecía un buen festín.
Se revolvió bruscamente para espantar al animal y este se alejó volando hasta un árbol mustio cercano. Se quedó observándole fijamente desde la seguridad de la rama.
“Aún no he muerto, bicharraco de los huevos”
El tauren se volvió para mirar su herida. Parecía algo profunda, y el agua marina la había limpiado lo suficiente, pero se le acabaría infectando si no la trataba pronto.
“Mierda”
Oteó el horizonte del mar en busca de su barco, el Cornudo Infame, sin éxito alguno. Las aguas estaban en una calma extraña, y el plácido oleaje le devolvió su parche, percatándose de que le faltaba. Se lo colocó y luego rasgó parte de su chaleco de lino para vendarse la herida.
Trató de incorporarse, lanzando un par de gruñidos. Estaba débil. Probablemente hubiese perdido bastante sangre y el dolor de la herida no ayudaba.
“Estoy jodido”
Se obligó a adentrarse tierra adentro, metiéndose entre las rocas de la costa, y tras salir a una explanada, vio un basto desierto con ruinas trol, y de fondo, una gran estatua de una cobra... en la que a veces caían relámpagos.
Ya sabía dónde se encontraba. A veces pasaba cerca mientras navegaba: Vol'dun, el vertedero de Zandalar. Una tierra marchita sin mucho que ofrecer, como todos los desiertos. El capitán intentó adentrarse tierra adentro y buscar alguna fuente de comida y agua y... tras un rato deambulando, se acabó desplomándose bajo unos huesos de algún ser gigante. Vio como el buitre de antes se acercaba, posándose sobre una de esas costillas. Hizo amago de levantarse, por orgullo propio, pero las fuerzas le fallaban.
Creyó perder el conocimiento cuando alguien espantó al carroñero.
-Eh, venga, fuera. ¡Vamos!
El buitre echó a volar y Ruhk lanzó un intento de bufido. Giró el ojo hasta ver quién era: ¡Un vulpera! No tardó en desviar el rostro frunciendo el ceño. Odiaba que lo viesen en ese estado.
El vulpera se acercó hasta el tauren. Se trataba de uno de pelaje rojizo con un rostro afable. Portaba unas ropas ligeras, lo justo para que fuese cómodo viajar y le abrigase lo suficiente por las noches.
-Hol...
-Vete. Déjame morir en paz. - el tauren le interrumpió bruscamente.
-Muy bien... Entonces supongo que no querrás este ungüento que... probablemente te salve la vida. Venga, muérete en paz.
El vulpera agitó un botecito con una pasta verdosa en su interior mientras le contestaba. Se lo dijo de forma tranquila y sin acritud, y luego se encogió de hombros y se dio la vuelta.
Ruhk observó cómo se alejaba. Hizo un amago de incorporarse pero el dolor se lo impidió. Gruñó.
-Espera...
El vulpera alzó las orejas, aún de espaldas a él. Sonrió y luego se dio la vuelta de nuevo.
-Me alegra que hayas recapacitado. Oh, no me mires con esa cara, ¿Qué piensas que te voy a hacer?
El tauren bufó y tardó unos instantes en abrir la boca, mientras le permitía que se acercase para que le tratase la herida.
-¿Quién eres?
-Me llamo Yuro. Suelo ir deambulando de aquí para allá en busca de plantas medicinales y agua con lo que comerciar. El desierto tiene poco de eso, y por eso es muy valorado.
-Así que he tenido suerte y me he topado con el vulpera curandero. Llámame Ruhktemok... o capitán.
-Si quieres verlo así. Un segundo, igual esto escuece un poco... Espera, ¿Has dicho capitán?
El tauren no contestó. Yuro aplicó el bálsamo sobre la herida de Ruhk y este se tensó dejando escapar un gruñido, pero al poco lo que sintió fue puro alivio a juzgar por su expresión. Le echó un vistazo de refilón al vulpera.
-Veo por tu cuerpo que eres un hueso duro de roer. No todos sobrevivirían a una herida como esta.
Ruhk se encogió de hombros.
-¿Cómo has acabado así? No serás un pirata, ¿No? - Yuro insistía, con inocente curiosidad.
-Lo fui. Pero eso ya no importa. Hm... estaba tratando de comerciar con algo de ron en Fuerte Libre, pero alguna rata malnacida ha tomado el poder y lo ha convertido en un infierno. Tuvimos que huir rápidamente. Nos persiguieron.
El vulpera escuchaba con las orejas en alza mientras terminaba de tratarlo.
-Qué mal. Conozco algunos amigos que se han aventurado a la mar y han acabado allí. Bueno, ya no son tan “amigos”... pero los conocía y espero que estén bien. Debe ser duro la vida marítima.
-Te acostumbras. Aunque es cierto que no todo el mundo está hecho para ello. A mí las aguas me llamaron desde muy pequeño.
-¿Tú también te comunicas con los elementos? ¡Qué guay! Aquí resulta bastante útil...
-¿Hm? No me refería a un sentido literal.
Yuro sonrió con suspicacia. Dirigió la vista hasta el buitre, que había vuelto hace poco.
-¿Y qué tal con las bestias?
Ruhktemok se incorporó y se vendó con lo que le quedaba de chaleco.
-De pequeño me decían que tenía un don con los animales. Pero nunca los creí. Me gustaba valerme por mí mismo y nadie más.
-Pues a ese buitre le has llamado la atención. Y no es que quiera comerte. Solo está “expectante”. Créeme, que tengo una amiga que sabe de estas cosas.
Ruhk no respondió. Algo iba mal. Su ojo estaba de aquí para allá, observando su alrededor. Yuro también percibió algo. Sus orejas se habían alzado y estaba alerta.
-Sethrak... Y no de los buenos. Ten cuidado- advirtió el vulpera, bajando la voz.
-¿Tienes un arma?
-No que me sobre...
Yuro se armó con una porra de madera espinada. Ruhk decidió que tenía que improvisar y vio lo que podía ser un hueso como arma. Se movió a por él, pero en ese instante un sethrak apareció de la nada y le cortó el paso. Otro había aparecido y estaba entretenido con Yuro.
El buitre observaba la escena. Ladeo la cabeza, curioso, mirando a Ruhk. El tauren tuvo una corazonada y lo miró fijamente. Las dos miradas conectaron de alguna forma.
-Estás desarmado... bien... -habló el asaltante sethrak
-Ja, soy igual de peligroso sin ellas, lagartija.
La realidad es que sí que podría con él, pero no aún estando herido y débil. Se relamió los labios secos y esperó a que él diese el primer paso. Así hizo, el sethrak saltó con su espada y...
“Por favor, funciona”
-¡AHORA!
El ave carroñera descendió en picado a por el sethrak y lo interrumpió. Durante su ataque, logró desarmarlo y Ruhk pudo coger la espada y rematarlo limpiamente. Yuro tenía problemas; invocó un rayo pero el sethrak lo desvió con su lanza y consigió acorralarlo contra la pared de roca. Ruhk actuó rápido y cogió el hueso afilado que había visto antes en su camino para usarlo como una jabalina. Empaló a su enemigo antes de que pudiese atacar al vulpera.
El tauren se acercó y le ofreció la mano para levantarse.
-Uff, eso ha estado cerca. Gracias.
-Qué menos, pequeñín, después de haberme salvado la vida. Ahora... ahora nuestra deuda está saldada.
Yuro sonrió y notó como Ruhk casi desfallece. Había logrado sujetarlo apenas por el brazo.
-Ufff, cómo pesas... Necesitas descansar, y los demás sethrak probablemente estén rondando muy cerca. Ven, por favor, mi caravana no está lejos y nos iremos de aquí.
-Hmpf... gracias.
Ruhk pudo volver a incorporarse y sacudió la cabeza. Después de obligarse a agradecer la amabilidad de Yuro, buscó al buitre con la mirada. Ya no estaba, pero algo le decía que volvería a verlo.
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dancroff · 7 years ago
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El nacimiento de un Demonio
Un carruaje recorría las carreteras de Gilneas, de vuelta hacia una de las ciudades. Pasaba por un camino boscoso.
-Así que... nuestro hijo, un estudiante del Kirin Tor, quién lo diría. - dijo una mujer, en el interior.
-Qué suerte hemos tenido, Marge. Traerá prestigio a la familia Sullivan.
El hombre atrajo a la mujer hacia sí y la rodeó con su brazo, asintiendo. Sonreía feliz mientras veía al infante en cuestión de cabellos pelirrojos juguetear con un par de canicas en el otro lado del asiento del carruaje en el que se encontraban. Se escuchaba el trote de los caballos desde ahí dentro.
-Sí. Seguro que se convierte en un hechicero muy capaz. Hará grandes cosas.
Continuó la madre. El hombre se llamaba Halvert, de la familia Sullivan, que era una de las familias nobles más ricas de Gilneas por aquel momento. Se había hecho de oro, literalmente, descubriendo él mismo una mina y montando un negocio para explotar la materia prima y posteriormente venderla. Eso facilitó el casamiento con Marge, que su familia manejaba un negocio de joyería, haciendo diversos objetos con piedras preciosas. El beneficio fue mutuo para los dos y eso los alzó hacia las altas esferas.
-Qué ganas de llegar a casa. El viaje ha sido exhaustivo, aunque ha valido la pena. Nunca había visto Dalaran con mis propios ojos. Es más impresionante en persona de lo que cuentan. - comentó el padre, suspirando.
-Sí. Aunque echaré de menos a mi Dydy... Crecerá lejos de nosotros...
El padre sonrió agridulce a la mujer y la besó en la frente.
-Cuando vaya, lo visitar...
De pronto, los caballos relincharon y el carruaje se detuvo. Se escuchó un disparo, y el conductor de la diligencia cayó muerto al suelo, con un golpe seco. Alguien cortó las riendas de los caballos y estos salieron corriendo. Todo sucedió rápidamente. Estaba planeado.
Dyneon se asustó y en un aspaviento involuntario observó como sus canicas caían al suelo. Halvert le dijo a Marge que se quedase ahí con el niño mientras sacaba su estoque de su vaina.
-Ah, yo no haría eso.
Dijo una voz que venía desde una de las ventanas. Sonreía con malicia y, de pronto, abrió la puerta.
-Por favor... su alteza ya puede bajar.
-¿Qué significa esto?
-Solo queremos llegar a un acuerdo.
El asaltante iba acompañado de varios matones. Todos apuntaban con sus trabucos al cabeza de familia cuando este bajó.
-Bandidos de mierda.
-Esto es sencillo. Tú mueres, te dejo elegir morir como tú quieras, y me hago con todo tu negocio. ¿Qué te parece los términos?
Halvert respondió lanzando una estocada al líder de los bandidos, pero este lo esquivó fácilmente.
-Está bien, pues va a tener que ser a las malas. Mejor así. No interfiráis. - advirtió al resto, que depusieron las armas.
Comenzaron a intercambiar golpes de espada. El choque del metal resonaba cada varios segundos y se hacía escuchar como el ritmo de una canción. Halvert se defendió bastante bien, pero el bandido era más versado en combate singular y acabó desarmándolo y clavándole la espada en el costado. Se encogió y fue empujado de una patada al interior de la diligencia de nuevo. La madre y el niño emitiron un grito mientras se agarraban.
-Ja, pensar en superar al gran espadachín Varius... Qué arrogancia.
Se mofó mientras veía cómo se desangraba y luego centró su atención en la mujer y el niño. Alzó una ceja y meditó durante unos segundos.
-Coged al niño. Dejad a la mujer.
-¡NO! - gritó la madre.
Los bandidos obedecieron y se llevaron al niño, que estaba lloriqueando y pataleaba sin lograr nada. Pudo agarrar a duras penas su bolsa de canicas y lanzó una última mirada a su madre mientras se lo llevaban. La madre sollozaba, impotente. Intentó golpear a Varius con la espada de su marido pero este lo detuvo y le propinó un bofetón a la mujer.
-Estoy harto de esta gente.
Cerró la puerta de la diligencia y la atrancó con varios tablones de madera.
-Quemadlo.
Cogieron las antorchas y así hicieron. El carruaje no tardó en empezar a ser consumido por las llamas. Los gritos de agonía tampoco tardaron en escucharse.
Varius se acercó hacia el niño, que observaba, con el rostro lleno de lágrimas cómo el carruaje ardía y escuchaba los gritos de sus padres hasta que... no se escucharon más.
-Tus padres eran arrogantes y estúpidos. Deberías estarme agradecido. No te preocupes. Estoy seguro de que tu nueva familia te querrá mucho. Sacarás mucho brazo en la mina.
Dyneon no dijo nada. De hecho tampoco lo miraba a él. Simplemente se aferraba a sus canicas y observaba, ahora con ojos vacíos, como los restos del carruaje se reducían a un montón de escombros y cenizas. Cuando Varius se dio la vuelta y comandó a uno de los matones que se lo llevasen, este sí le miró. En el fondo de su ahora destrozado espíritu, había jurado vengar lo que había pasado en este día.
Ese día, había nacido un Demonio.
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dancroff · 7 years ago
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Una actuación a medias
Kohmu yacía tumbado sobre su cama, sin poder dormir, en su habitación del hotel del Puerto Pantoque. Sus pensamientos se lo impedían: a pesar de que sus compañeros le habían felicitado por su actuación hace unas horas, pensó que no lo hizo demasiado bien. Además, tenía otro asunto en la cabeza que le perseguía desde hace ya un tiempo.
Bufó por la nariz, realmente molesto y frustrado, y se impulsó para levantarse del colchón. Se acercó hacia la ventana, y observó distraído un Puerto Pantoque, lleno de lucecitas artificiales por todas partes y el cielo, embotado por la contaminación generada por la maquinaria goblin. Suspiró, acostumbrado a ello desde hace ya un tiempo. Al menos en Puerto Buenaventura el aire no estaba tan contaminado... o eso creía.
La distracción no le duró mucho. El asunto aún le perseguía y optó por tomar una decisión. Se vistió con sus ropajes de chamán y se apresuró a salir del recinto del hotel y tomar el camino que llevaba a la playa.
La playa estaba tranquila, más allá de un par de goblin dándose el lote tras una roca, y un orco borracho tirado con la cara semienterrada en la arena. Se encogió de hombros, pues básicamente era lo normal. Se alejó lo suficiente y se esforzó por encontrar el sitio... más limpio posible.
Se arrodilló en la arena y se hizo con un tótem pequeño que colgaba de su espalda. Este no era su tótem TV, si no uno tallado cuidadosamente en dura madera. El tótem que representaba a su familia, los Terratótem, consistía en la imagen de un coyote sentado mirando el horizonte sobre una roca. Lo miró durante unos segundos con mirada perdida, y luego lo plantó frente a él. De manera que las aguas del mar lo acariciasen cuando a estas le pareciesen.
-Vamos allá. - se dijo a sí mismo, infundiéndose coraje.
Extendió los brazos, cogió aliento y cerró los ojos. Empezó a murmurar unos versos en taurahe y cuando los volvió a abrir, había entrado en trance. Los ojos le brillaban mágicamente, y el viento empezaba a remolinarse a su alredededor, acariciando su semblante con mimo. Las aguas del mar parecían rugir con fuerza y el vaivén de las olas aumentó durante unos segundos, cubriendo por la mitad el tótem y empapando las pezuñas y rodillas de Kohmu. No se inmutó.
Salió del trance. Al poco, un espíritu empezaba a materializarse junto a él. Se trataba de un coyote espíritu que ya conocía. Era el compañero guia de su padre, llamado Ta'luhn. Se acercó al tauren y buscó su saludo. Este sonrió y le recompensó con una caricia consentida.
Después, apareció otro ente espíritu que venía de las aguas, caminando sobre ellas. Se detuvo frente a él y Kohmu se levantó. La figura era nada más y nada menos que su padre, Konar. Portaba un inmenso tótem a su espalda, y un atuendo de chamán de batalla. Su rostro parecía afectado, como poco. Su hijo a penas pudo mirarle unos segundos seguidos y desvió la mirada hacia uno de los lados, apretando las facciones de su rostro.
-Hij...
-¿Por qué no me lo contaste nunca, padre? ¿Por qué no me contaste que madre era vidente, y sabía que moriría al yo nacer?
Kohmu le interrumpió y el padre lo aceptó. Ahora era él el que desviaba el rostro y Kohmu el que le miraba fijamente. Konar tardó unos segundos en contestar.
-No tenía el valor para decírtelo. En el fondo me culpaba y volqué parte de mi frustración en ti. Me... recordabas demasiado a ella. Tienes sus ojos, y su color de pelaje, y su... corazón. Estás enfadado conmigo y estás en tu derecho. No estoy orgulloso de ello, no.
-Creo... creo que prefería haberlo sabido. Quizás te hubiese comprendido mejor, y tú a mí. Yo... solo quería que te fijases en mí. Pero siempre estabas ocupado, o tenías que luchar en guerras...
-No fui el mejor de los padres. Lo sé.
-Yo te idolatraba.
Eso último le dolió especialmente al difunto jefe.
-Hice lo que hice porque quería proteger a los nuestros. A ti.
-Querías morir y reunirte con madre.
Konar se calló y no le rebatió. Se limitó a bajar el rostro, abatido. Kohmu se mostraba especialmente impasible, pero tras unos segundos desistió con el lanzamiento de cuchillos. Creyó que ya se había desahogado bastante. Suspiró y desvió la mirada.
-Crecí buscando peligros para llamar la atención, así descubrí mi pasión por la aventura y la arqueología. Tratar con otros niños era... bueno, complicado porque no era muy hábil socialmente, aunque sí que lo era con los elementos (Supongo que algo me enseñaste...) Pero he mejorado en ese aspecto. Je, je... Eduqué a varios en el orfanato y ahora soy detective. Me dedico a atrapar malechores.
Konar miraba... sonriente a su hijo, pues estaba feliz de verlo sano y salvo, en el fondo.
-Me arrepiento de no haber pasado el tiempo que debería haber hecho contigo. La tribu, lo de ser jefe, lo de ser caminaespíritus, las guerras... ya no importan. Por favor, sé libre y sigue así. No dejes que nadie te imponga cargas pesadas sobre tus hombros, como me hicieron a mí.
Kohmu dibujó una media sonrisa y se acercó al cuerpo mediofísico de su padre y lo abrazó.
-Sé que lo intentaste. Nadie es perfecto. Sé que el abuelo era algo... antiguo.
Kohmu desabrochó el pesado tótem que Konar cargaba sobre la espalda y este calló sobre el agua y se desmaterializó con el contacto, desprendiendo partículas brillantes. Konar sintió un alivio inmenso.
-Tu madre tenía razón. Tienes un corazón de oro y sé que harás grandes cosas. No dejes que nadie cambie eso, ¿Vale? … Estoy orgulloso de ti.
El jefe tauren se disponía a dar la vuelta, pero se acordó de algo. Se acercó a Kohmu y puso su mano en su pecho. El coyote espíritu estaba feliciano a su lado.
-Acabo de ligar a Ta'luhn a ti. Ya no lo necesitaré más. Es... bueno, tu herencia. Él te dará la compañía que yo no te di.
Kohmu asintió y cabeceó agradecido. Echó un vistazo al animal y luego a su padre. Ya había desaparecido.
El joven tauren recogió el tótem y salió de la playa. También parecía aliviado, como si se hubiese quitado de encima otro tótem inmenso, tal y como hizo con su padre. Ahora, Ta'luhn lo acompañaba y correteaba de aquí para allá, entrando y saliendo del mundo espiritual, como un espíritu libre. De hecho, Kohmu decidió transformarse en lobo y corretear junto a él en el trayecto de vuelta al hotel, recuperando su actitud feliciana.
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dancroff · 7 years ago
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La señora Yia
Había anochecido en la Isla Errante. Los insectos de la noche empezaban a entonar sus cánticos, y solo el chapoteo en el agua marina de la propia Shen-zin Su los eclipsaba de cuando en cuando, como un metrónomo.
En uno de los diversos poblados, un pandaren de apariencia tranquila salía de la puerta de su casa, para después despedirse de su familia. Nada más salir, usó un poco de yesca y pedernal para encender el aceite de su farolillo, de forma sistemática. Estaba acostumbrado a eso.
-Ten cuidado, Hatoru.- le respondió un pandaren de aspecto mayor.
-Lo tendré, abuelo.
Hatoru asintió dedicándole una sonrisa moderada, y emprendió la marcha para iluminar los caminos del lugar. Ser farolero no le disgustaba: era un trabajo tranquilo y relajante. A Hatoru le encantaba caminar en solitario durante la noche, alumbrándola con su farol, y contemplar las vistas nocturnas y sonidos de los bichos.
Se aseguraba de que las puertas estuvieran cerradas, dedicando un pequeño vistazo, y ayudaba a los viajeros a guiarlos por el camino, si es que se habían perdido. Realmente no había muchos sobresaltos, a excepción de algún hozen gamberro, o algún elemental enfadado; a los primeros solía ahuyentarlos con alguna técnica de artes marciales sencilla si eran especialmente agresivos, y a los segundos, solía ayudarlos en lo que pudiese para calmarlos.
Se acercó al cementerio del poblado, para acabar su ronda. Era uno de tamaño medio, con una pagoda en el centro, y las lápidas estaban cariñosamente pulidas tomando forma ovalada, y portaban unos grabados pandaren de una caligrafía excepcional.
Casi antes de entrar en el recinto sagrado, una pandaren anciana lo detuvo, hablándole desde atrás de bote pronto. Hatoru pegó en brebe brinco, sorprendido, pues no la había escuchado llegar.
-¡Ah!, qué susto, señora. ¿Qué hace aquí tan tarde?
-Disculpa majo, estaba visitando a unos familiares pero no encuentro el camino de vuelta. ¡No estoy acostumbrada a esto! Je, je... ¿Podrías acompañarme?
-P-por supuesto.
Hatoru se disponía a dar la vuelta hacia el poblado, pero la anciana le dijo, con una sonrisa en el hocico:
-No, no, querido, mi casa está al otro lado del cementerio.
El joven pandaren se extrañó, pero no le dio mucha importancia. Se giró de vuelta al cementerio y se adentró. Todo parecía estar tranquilo, cosa que ya se esperaba. Andaba con pasos relajados por el camino de pequeñas piedras, alumbrando con su farol,y de vez en cuando, echando una ojeada a la señora, que le seguía de cerca.
-¿Y cómo te llamas, guapo?
-Hatoru, señora. -respondió con un deje de vergüenza, y se arrascaba la nuca- ¿Y usted?
-¡Ah, eres el nieto de Jang! Qué grande estás. Yo soy Yia, querido.- respondió de una manera de lo más vivaz.
-Es un placer, señora, je, je...
Hatoru asintió y comenzaron a hablar sobre temas triviales, para matar el rato. Más que nada, porque la señora Yia hablaba por los codos, y sabía muchas cosas, y Hatoru le encantaba escucharlas, tal como escuchaba a su abuelo. Yia, entre otras cosas, le mencionó cómo de adorable era que Hatoru siguiese los pasos de su abuelo, haciéndose farolero también, las magdalenas que ella hacía, o incluso alguna aventura picante que tuvo con su abuelo antes de que estos se casasen, y eso definitivamente, era algo que no necesitaba escuchar. Sonrió a todo lo que le decía, dejando escapar de vez en cuando una risita.
Tras llegar al otro lado, Hatoru pudo vislumbrar una lucecita, haciendo fondo con unos árboles. Una bastante tenue, no sabía lo que era. La señora Yia dijo:
-¡Ah, ya veo mi casa desde aquí! Muchas gracias, joven. Jang debe estar orgullosísimo de ti.
La pandaren anciana se inclinó hacia Hatoru y se dirigió a la extraña luz, y tras un pequeño destello, la luz desapareció. La señora Yia ya no estaba.
Hatoru contempló extrañado el suceso. Supuso que su casa estaría tras aquellos árboles, así que se dio la vuelta para regresar al pueblo. Al entrar en casa, vio que su abuelo le estaba esperando, como de costumbre, y empezó a comentarle el suceso, de forma casual.
-Hoy me he encontrado con una señora muy maja, abuelo. La tuve que guiar hasta su casa. Me contó muchas historias, je, je...
-Ah, ¿Sí?
-Sí, entre ellas que tuvo una aventurilla contigo cuando erais jóvenes.-mencionó dibujando una sonrisilla pícara-
El anciano bufó por la nariz de forma extrañada. Pero con buen humor.
-Je, je... creo que tu abuelo era un poco Don Xhuan en su época. ¿Y cómo se llamaba? A ver si la recuerdo...
-Se llama Yia. La señora Yia.
Al abuelo Jang se le borró la sonrisa de la cara de pronto y una mueca pálida adornó su rostro.
-¿Abuelo? ¿Qué ocurre?
-Hatoru, hijo... La señora Yia murió hace un año...
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dancroff · 7 years ago
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Jaina 💁🏼‍♀️❤️
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dancroff · 7 years ago
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Regreso a Forjaz
En el momento que Kao'jun pisó de nuevo las amplias salas de Forjaz, una sensación melancólica lo invadió. Como respuesta, se mordió el labio inferior con el colmillo y expulsó un suspirito por la nariz bastante silencioso.
Recordaba la última noche que dejó la ciudad. Había estado todo el día entrenando entre las nieves de Dun Morogh (Más bien, lo había intentado. Seguramente se hubiese entretenido por ahí, bebiendo y charlando con los enanos). Cuando entró de nuevo en la ciudad, un humano de avanzada edad, vestido en togas discretas, lo detuvo. Le puso una mano en el hombro y lo miró con cierta culpabilidad asomando en su rostro. Kao lo conocía: se llamaba Elay Marks, un reconocido miembro del Club de Arqueología.
Le dijo que sus amigos habían muerto y que lo más probable es que el Club se fuese a desbandar tras eso. El pandaren no lo creyó, pero tomó nota de dónde se iba a celebrar el funeral y se fue a su casa a … digerir la noticia.
Kao'jun volviendo al presente sacudió la cabeza y sonrió. Ironías del destino, ahora era un maestro del Monasterio Ambulante y decidió quedarse solo con los buenos recuerdos, que eran todas las aventuras que había vivido junto el Club.
Si el Kao del pasado y del presente pudiesen estar al lado para compararse, habría una diferencia notable entre ellos. El del pasado portaba siempre una actitud infantil, despreocupada y bromista hasta el punto de resultar molesto. El actual, por otra parte, portaba una actitud más serenada, con algunos resquicios de esa personalidad tan vivaracha, pero con el toque maduro que le faltaba.
Lo notó cuando paseó la mirada entre los enanos. Antes se reían de él, aunque no le importase en absoluto, al fin y al cabo le encantaba hacer reír a la gente. Ahora lo miraban con cierto respeto, como fuese un gran maestro que podría tumbarlos a todos en un abrir y cerrar de ojos. La idea le hizo gracia. Pensó “Nah, en un abrir y cerrar de ojos solo podría con un par o así. Quizás si me dieses un segundo más...”
Yamchei, un zorro blanco que desprendía copos de nieve, lo miraba desde su baja posición. Su cara expresiva estaba cuestionándolo, casi con una ceja alzada.
-¿Qué? No me mires así. Venga, vamos. Creo que ya sé dónde es el lugar de reunión... - musitó el pandaren hacia el zorro.
El zorro pareció contrariado y se dio media vuelta, a la salida de la gran ciudad enana.
Kao'jun a veces olvidaba que Yamchei era más que un animal o un compañero. Recordó que los lugares demasiado cálidos son incómodos para él. Aunque... en el fondo sabía que había más asuntos por el que lo hacía.
-Tienes razón, amigo. Debo entrar solo.
El pandaren miró de nuevo a los adentros de la ciudad enana. Aunque antes de ir al lugar de reunión en el que había quedado, decidió dar un giro para dirigirse a lo que una vez era la sede del Club de Arqueología.
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dancroff · 7 years ago
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So um… Can Rytlock and Canach be boyfriends? Yes? 
..
I’ll be here… In the trash.
Waiting.
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dancroff · 7 years ago
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La leyenda de Atilanthos
A vuestras manos llega una copia de la carta de Rashid, después de que el Pacto accediese a ayudarlo. Va firmada con el sello de la biblioteca oficial de Ramkahendría, que es una esfinge tol’vir con dos pergaminos que lleva en la mano, cruzados entre sí.
Queridos representantes del Pacto del Doblón dorado:
Soy Rashid Avled, bibliotecario y erudito de la biblioteca de Ramkahendría, Uldum. Trataré de ir al grano (siempre lo digo, pero... perdonadme de antemano) he estado realizando un trabajo sobre la historia antigua de nuestra tierra, en concreto sobre “partes perdidas”. Una de esas partes, involucra a una ciudad (o más bien una isla) supuestamente ahora perdida en el fondo del océano, llamada Atilanthos. A pesar de que apenas tenemos datos oficiales que queden sobre ella, sí que quedan las rutas de navegación. Al parecer, nuestro pueblo, los tol'vir, comerciaban con ellos.
Os ahorraré los detalles y os los contaré en persona, pero se data de que las razas vrykul y kaldorei convivían en aquella isla hasta que se hundió. Hay algunos indicios y menciones a algún tipo de arma que los vrykul poseían y que fue el fin para todos. Por suerte, fuera lo que fuera, se hundió con el resto de la isla.
Normalmente este tipo de investigaciones no requiere de ayuda externa, pero recientemente un grupo variopinto de gnomos que ha salido de la nada y ha estado husmeando por Uldum. Suelo ser bastante abierto ante los extranjeros pero debo decir que llevan una actitud alarmantemente sospechosa y que al parecer están interesados también sobre Atilanthos. Entraron en la biblioteca y “pidieron” el mapa, cosa que los nobles guardias les negaron, obviamente.
No sé qué es lo que buscan, pero si de verdad hay un arma poderosa allí fuera y cae en manos equivocadas, no me gustaría saber lo que pasaría a continuación. ¡Lo que sí me gustaría es que esa arma estuviese bien custodiada!
Gracias por acceder a ayudar a este humilde siervo de la historia. Nos veremos al anocecher de este lunes en Bahía del Botín.
Que las arenas os muestren el camino. Firmado: Rashid.
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dancroff · 7 years ago
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Art I had done awhile ago of my worgen rogue Zyco and his favorite boything Taak.  Art was done by @treatscraft and is one of my favorite pieces.
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dancroff · 7 years ago
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Entre delgadas líneas
Un huargen entraba en lo que parecía ser una prisión en algún lugar de la capilla principal del Cónclave Gris. El lugar estaba iluminado tenuemente con unas cuantas velas y casi no podía verse dos palmos de distancia en la penumbra. El huargen de pelaje blanco y togas sencillas, se acercaba a una de las celdas en particular, pero un sacerdote lo detuvo colocándole la zarpa en el hombro al susodicho, antes de que se adentrara más.
-Allexus... ¿Estás seguro de lo que vas hacer...?- preguntó el dudoso sacerdote. Parecía un jovenzuelo.
El huargen de pelaje blanco se giró para contemplarlo y le dedico una sonrisa tranquilizadora.
-Tranquilo, hermano. Estoy acostumbrado a tratar con cachorros abandonados de la mano de la Luz.- le colocó su zarpa en la suya propia y se la retiró con suavidad.
Acto seguido, le asintió y prosiguió con su camino. Se detuvo frente a una celda de aspecto quizás demasiado sofisticado, mecánicamente hablando, y paseó la vista por la penumbra de la celda. En un principio, no vio nada.
-Muéstrate. Sé quién eres, “Demonio de Fuego”. Precisamente a ti, no te gustan las sombras. Te gustaría eliminarlas, ¿Verdad?
No obtuvo respuesta, pero unos ojos rojos se encendieron en la oscuridad. Unas esferas ardientes, inamovibles, que miraban al sacerdote fijamente, el cuál alzó una ceja.
-No me mires así... - suspiró Allexus – Recuerda que si no llega a ser por mí, la Guardia del Lobo te habrían ejecutado sin más miramientos (por no mencionar los que te recordaban de antes...) cuando descubrimos tus fechorías durante la Peste Gris. Sí, estaba muy bien calcinar a los pesteados, pero causaste bastante daño colateral en los bosques. También has estado ocupado quemando a los renegados por tu cuenta. Si tan solo supieras... controlarte un poquito... Te falta propósito.
Los ojos se ladearon. Parecían transmitir algo más de curiosidad, aunque seguía sin obtener respuesta. Allexus acercó la mano a los barrotes, pero justo antes de tocarlos una barrera luminosa se activó sin sobresaltos. El efecto iluminó parte del hocico del prisionero, que estaba chamuscado. No parecía especialmente enfadado, tan solo observaba.
-Este escudo inutiliza tu magia. Pero eso ya lo sabes. Sé que no te gustaría quedarte aquí hasta que tu llama se apague. Sé que has intentado redimirte por lo que has hecho hasta ahora, pero no has encontrado la manera, ¿Eh? Las víctimas... los cuerpos calcinados... En realidad no sientes remordimientos. No tienes nada que redimir.
El huargen prisionero gruñó, esta vez.
-Demonio de Fuego... Asi te llamaban antes de que se construyese la muralla, ¿Verdad? Tu caso duró meses. Yo apenas era un chaval, pero escuché las historias. Te describían como un monstruo, un asesino, un psicópata... Puede que algo tengas de eso.
Allexus continuó, observando las reacciones del mago. Hablaba con solemnidad, sin un mínimo de preocupación en su voz.
-Tú y yo... no somos tan distintos. Esos fantasmas siempre te perseguirán y no podrás deshacerte de ellos. Se lo merecían. Lo veo en tus ojos. No eran víctimas aleatorias: eran personas que eliminar de tu lista. Personas que te hicieron daño...
El sacerdote sonrió como si pudiese leer al prisionero como si fuese un libro abierto, a pesar de no verle más que los ojos y parte del hocico. El cautivo bufó, pero no parece negar nada de lo que está diciendo.
-No he venido a castigarte, ni siquiera a intentar que reflexiones por tus pecados. Muchos en la Guardia los tenemos, pero los hemos enterrado por un propósito mayor. He venido... a liberarte. La Luz y la Sombra son dos caras de una misma moneda. Y yo sé que en realidad tienes salvación... Demuéstramelo. Gánate la libertad haciendo lo que más sabes hacer. Ve ahí fuera y castiga a los que en vano usan el nombre de la Luz.
Los ojos rojos se levantaron y se encaminaron hacia adelante. El Demonio se encontraba cara a cara contra el sacerdote, con sus ropas de prionero, podrían notarse una constitución decadente, dañada, magullada, quemada... Pero alzaba el hocico orgulloso.
-Muéstrame a tus enemigos, sacerdotillo, y los reduciré a cenizas con gusto.
Se dignó a hablar por fin, con una mueca siniestra asomando al exterior.
-Bien, al fin. Te sacaré de ahí.
Allexus murmuró un rezo que deshizo la barrera luminosa antimagia. Acto seguido metió la llave en la cerradura y las puertas se abrieron.
-¿Y qué me impide ahora matarte y escaparme? Me sorprende que no me hayas silenciado o algo por el estilo.
-Oh, vamos, Dyneon (¿Puedo llamarte así?)... ¿Es que no puedo tener un poco de fe? Está bien: he estado en tu situación. No te queda otra y es tu mejor baza. Estarás trastornado, pero conservas tu sentido común, ¿Me equivoco? Si nos ayudas, te ganas la libertad. Sino, te pudres ahí para siempre. A mí me parece un trato justo.
-No me lees tan bien como crees, pero supongo que diciendo un poco de todo acertarás.
-Bien, no me gustaría tener que usar... medidas drásticas. Si puedo evitarlo...
El mago percibió un cambio en los ojos luminosos del sacerdote, a pesar de su tono desenfadado. Se apagaron y tomaron una tonalidad sombría durante unos instantes, y pareció notar algo moverse entre las sombras de la prisión.
-Lo pillo. - escupió el mago.
-Hay una muy delgada línea en relación a la redención, querido Dyneon. Es muy fácil pasar de merecerla a no merecerla. Tú eliges: ¿Quieres ser un malhechor al que tengamos que castigar, o prefieres mostrar tu valía y desmostrar que en realidad mereces la pena?
-Está bien. Dime de una vez a quién debo quemar.
-Me alegra que hayamos llegado a un acuerdo. Sígueme, te buscaré un atuendo... más adecuado para ti.
Ambos huargen se marcharon y la celda volvió a quedar otra vez en un silencio sepulcral.
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dancroff · 7 years ago
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Y aquí estoy
Apenas recuerdo el rostro de mi abuelo. De alguna forma, sabía que lo tenía idealizado, imaginándomelo más grande, más fuerte, humilde, amable y generoso. Estaba seguro de que si estuviese en Gilneas en el momento de la Guerra Civil, lucharía a favor de los rebeldes. Estaría siempre a favor de los desfavorecidos. Se llamaba Hark Damper.
A veces venía a visitarnos a la taberna de mi madre, Erysa, antes de que lo llamasen para luchar contra la antigua Horda en tierras lejanas allá en la Segunda Guerra. Él me enseñó a coger una espada, a pesar de que no era más que un crío, y recuerdo muy bien su risa cuando la cogí y me caí al suelo por el peso. Mi madre, su hija, no estaba de acuerdo, porque sabía que era peligroso, pero era lo suficientemente lista como para saber que en este mundo saber usar una espada es sinónimo de superviviencia, así que lo aceptaba con resignación.
Crecí ayudando a mi madre en sus labores de taberna, limpiando, sirviendo alguna que otra bebida de vez en cuando, expulsando a los borrachos o quitándole a los babosos de de encima. Siempre estaré agradecido con ella: trabajó muy duro para mantenerme y conseguirme una vida digna.
Mi padre nos abandonó cuando nací yo, apenas. Lo único que sé por mi madre es que era un comerciante ambulante de mala muerte que no parecía dispuesto a asentarse, ni incluso después de haber embarazado a mi madre. Da igual. Nunca lo necesité y seguramente me hubiese ido peor con él.
La familia de mi madre no era muy adinerada. Siempre fue una trabajadora, del pueblo medio, que vivía humildemente y sin muchos sobresaltos. Hark antes de ser soldado había criado a mi madre, junto a su esposa, gracias a que tenían un pequeño negocio pesquero en la costa de Valletormenta. Sus peces se vendían de maravilla, y a veces los exportaba a otras ciudades donde no se pescaba tan bien, o directamente los llevaba a la capital conservados en sal.
Recuerdo el día en el que la Alianza envió una carta a nuestra casa, en el que explicaban el fallecimiento de mi abuelo, caído en combate. La carta de consolación nos exlicó que, a grandes rasgos, fue un héroe de guerra, junto a muchos otros, que se sacrificó por la causa. Mi madre lloraba, y yo al principio también para qué mentir, pero el orgullo me llenaba junto a la tristeza, y estaba seguro de que a mi madre también.
Siempre había crecido escuchando historias de otros soldados que sí regresaron. “Valiente” “Leal” “Honrado”, fueron algunos de los diversos adjetivos que usaron para describirlo. Eso no hizo más que animarme a entrenarme más con la espada para algún día aspirar a luchar para defender mi hogar y mi familia.
… Tú me entiendes. A los míos... No, mi madre nunca lo supo. ¡Deja de reírte!
En el momento que estalló la Guerra Civil, fui de los primeros en alistarme al ejército rebelde. Yo quería una Gilneas libre, no encerrada a cal y canto. Y estaba seguro de que mi abuelo habría dicho algo similar. Estaba ansioso de probar mi valía.
Comprendí el valor de haber aprendido a manejar la espada. Muchos de los muchachos con los que estaba eran muy verdes, quizás obligados por sus respectivas familias. Y así era en ambos bandos. En los que detectaba esa sensación, procuraba nunca herirles de muerte, como siempre pensando en “Es lo que mi abuelo haría y es lo que creo justo”.
… Perdimos y tuve la suerte de salir vivo. Estuve encerrado una temporada hasta que los huargen atacaron y todo empezó a irse al traste. Una noche empecé a escuchar gritos y uno de ellos me vio dentro de la celda con ojos sedientos de sangre y... con las dos manos dobló las barras como si de mantequilla se tratasen. Traté de estamparle el cubo de agua que me habían dado en la cabeza, mientras se acercaba gruñiendo, pero eso no hizo más que enfurecerle. Me mordió y perdí el conocimiento para despertarme como uno más de ellos, como la mayoría.
Mucho tiempo ha pasado desde entonces. Gilneas estaba olvidada y era bien poco habitable, hasta que escuché hablar de un grupo de huargen que se habían asentado y resistían allí contra los Renegados. Era la Guardia del Lobo. Para entonces era un mercenario y vivía sin un objetivo claro, lo justo para sobrevivir, pero un sentimiento melancólico me invadió lo suficiente como para viajar hasta allí y presentarme ante su líder.
La verdad es que... tengo esperanzas en la Guardia. Sí, soy un romántico.
-Y aquí estoy. - Colmillo Gris se encogió de hombros, volviendo la vista hasta el cocinero huargen.
Cocinillas estaba limpiando animosamente una jarra con una balleta mientras escuchaba con las orejas alzadas a Colmillo Gris, atento a la historia que le estaba contando.
-Vaya... Ahora eres incluso mucho más mono, Colmillitos. - dijo el alegre tabernero, de forma cómplice.
El Hijo de Goldrinn bufó por la nariz y arrugó los labios, tratando de no avergonzarse por eso, sentando en una de las sillas de la barra. Parecía pensar en qué decirle mientras daba un trago a su bebida.
-Mejor dejo de aburrirte con mi pasado, ¿Verdad?
-¡Para nada! Yo te pregunté. Es parte de mi trabajo escuchar historias.
Cocinillas se giró meneando el trasero solo como él hace y dejó la jarra impecable en la estantería junto a las demás. Colmillo sonrió como un estúpido al contemplarle de espaldas y la borró con rapidez en cuanto se volvió a girar.
-Je... Sí, mi madre decía algo similar.
-Además... habéis estado durmiendo mucho tiempo. Estaba preocupado, que lo sepas. Oírte hablar me reconforta.
Cocinillas le pinchó la trufa a Colmillo suavemente con un dedo, emitiendo un pequeño “buuup”, antes de salir de la barra para atender una de las mesas. Colmillo se llevó la mano a la nariz, observándole desde su posición, como si estuviese sin palabras durante unos instantes. Parpadeó y suspiró dibujando una sonrisa, antes de apoyarse con un codo en la barra sin dejar de mirarle.
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dancroff · 7 years ago
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Un pequeño agradecimiento
Colmillo Gris se hallaba terminándose su última cerveza, un poco después de despedirse del último de sus compañeros en la taberna de la recién bautizada Reposo del Lobo. A pesar de que ya llevaba unas cuantas, parecía aguantarlas sin problema. Eso sí, el regustillo felizón por la embriagadez no se lo quitaba nadie.
Salvo quizás un par de huargen descamisados como el resto, ya más borrachos que él, que se acercaban a la barra a reclamar un par de bebidas más al llamativo cocinero y tabernero: Cocinillas.
Ya era algo tarde y quedaba poca gente en el local.
-Eh, guapa, ¿Nos pones otra ronda?
El que habló puso un acento agudo de lo más irritante, obviamente a modo de burla. Los dos soldados se empezaron a reir de broma y Cocinillas suspiró resginado como si en sus ojos pudiese leerse claramente “Ya están estos pesados”
Colmillo Gris arrugó el ceño, observando la escena desde la mesa en la que se encontraba. No le dio mucha importancia; seguramente fueran dos imbéciles borrachos que se irían tras tener su bebida.
Demasiado bonito para que fuera verdad.
-Espero que no se te haya caído ningún pelo en la cerveza. No me gustaría que de pronto empezase a atraerme mi compañero, ya sabes...
Empezó, entre risas malintencionadas, a frotarse con su amigo de forma ofensiva. Este último chasqueó la lengua y lo apartó.
Cocinillas estaba a punto de replicar, pero Colmillo Gris ya se había levantado y se había puesto de brazos cruzados tras los dos impresentables y una mirada de pocos amigos que era incapaz de ocultar. Estaba descamisado, como los demás.
-Le pediréis disculpas y os marcharéis sin armar alboroto.- dijo Colmillo. Lo cierto es que en esa pose, de forma cabreada, imponía respeto.
-¿Y tú quién coño eres?
Colmillo sonrió. Podría presentarse como un oficial de la Guardia del Lobo y como un reconocido Hijo de Goldrinn, para apelar a su sentido de la jerarquía militar y huargen. Pero no quería ese resultado en absoluto. No lo quería para nada.
-Alguien que te va a hacer una cara nueva como no te largues de una jodida vez.
Colmillo parecía estar perdiendo la paciencia. Cocinillas lo observaba detrás de la barra, con una mueca agradecida.
-¡Ja! ¿Tú y cuántos más? ¿Por qué le defiendes? Ah... ya entiendo, eres el que le da por culo. Menuda panda de maric...
Colmillo Gris no necesitó escuchar nada más. Sin previo aviso le dirigió un revés al hocico que casi lo manda detrás de la barra. Su compañero se sorprendió durante un instante, pero fue a por Colmillo, solo que al hacerlo siente como se le retuerce el brazo y lo lanza contra una de las mesas.
Mientras tanto, el hablador se había repuesto del golpe y envía un puñetazo directo al estómago de Colmillo Gris, el cuál se lleva las manos al lugar del impacto y se retuerce. Se recupera justo a tiempo de ver que va a recibir un puñetazo en el rostro, pero le para cogiéndole la zarpa con la suya propia y le da un cabezazo con respuesta aprovechando su inercia.
Aprovechando que está aturdido, Colmillo Gris lo levanta con los dos brazos en un despliegue de fuerza y lo lanza contra su compañero que estaba levantándose de la mesa. Los dos caen.
-¡FUERA! - gritó Colmillo casi mezclándose con un rugido.
Los dos se incorporaron con las orejas gachas y asintieron en señal de sumisión. Echaron a correr fuera de la taberna, casi tropezándose durante el camino, hasta que ya no se les escuchaba.
La taberna, entonces, quedó en silencio. Colmillo exhaló su aliento, serenándose mientras aún miraba a la salida. En ese momento fue cuando los que quedaban en el local que habían estado expectando el suceso, empezaron a aplaudir y vitorear a Colmillo Gris que sonreía, en realidad, algo azorado.
Fue entonces cuando notó que alguien le cogía por la mano y le regalaba un espléndido beso en la boca a modo de recompensa. Cocinillas tenía los ojos cerrados, haciendo lo que quería hacer con pasión y ganas.
Colmillo Gris pareció sorprendido, pero no tardó en responderle, cogiéndole por el costado y lo balanceó hacia adelante, mientras que ahora era él el que le besaba. El resto hicieron vitoreos jocosos y volvieron a lo suyo.
Cocinillas se separó y sonrió a Colmillo Gris, el cuál estaba algo avergonzado por sus orejas gachas. Cocinillas se rio por lo bajini y le susurró:
-En nada cierro el local, esperáme en esta habitación. - dijo con una voz provocadora, casi con gruñidito bastante mono, y le puso una llave con un numerito inscrito en la mano.
Colmillo parpadeó unos instantes y luego terminó por asentir y sonreir. Aprovechó la pausa para relajarse, pues el corazón le estaba palpitando a gran velocidad y se dirigió a los aseos para lavarse la cara, las manos, y sobre todo, sus partes más íntimas.
Cuando estuvo listo se dirigió luego a la habitación, fijándose en el número de la llave y buscando en el piso de arriba su pareja equivalente. La encontró sin mucho esfuerzo: una habitación discreta en una de las esquinas.
Entró y olfateó un poco el lugar. Era una habitación sencilla, de tamaño medio, con una mesita y una cama que parecía de lo más cómoda. Se sentó, la palmeó y, imaginándose en sus adentros, una sonrisa de lo más traviesa decoró su hocico.
Al cabo de unos diez minutos Cocinillas entró por la puerta y meneándose solo como él hace, cerró la puerta tras de sí, con llave. Colmillo se incorporó y lo miró intensamente, fijándose en sus maneras mientras inspiraba profundamente.
-Llevo queriendo hacer esto desde que te vi sin esa armadura tan pesada que llevabas... - Cocinillas musitó, mientras se daba la vuelta para quitarse el delantal y colgarlo de una percha clavada en la pared, obviamente, enseñando pompis.
Mientras tanto, Colmillo ya se había levantado y se permitió darle un buen cachete en culo al tabernero, que no pudo evitar dejar escapar un gemidito.
-Y yo desde que vi ese culo tuyo menearse. - lo cogió por detrás y se pegó a su espalda, haciendo roce, y transmitiéndole el calor de su cuerpo y aliento.
La respiración de ambos empezaba a acelerarse, y Cocinillas notó como su miembro crecía entre las manos de Colmillo, y se dio la vuelta para besarle tal y como hizo antes. Se despegó de su boca solo para deslizarse hacia abajo, desabrochando el cinturón de la armadura del otro huargen, el cuál le ayudó desabrochándose las distintas correas y enganches de la armadura. No tardó en caerse todo al suelo con un seco “ploc”
-He liberado a la bestia. - sonrió Cocinillas.
Colmillo estaba ardiendo, pues un instinto de lo más primigenio estaba aflorando en su interior. El bulto en sus calzones palpitaba, ya erecto como él solo y amenazaba con rasgar la tela. Cocinillas no podía estar más contento, pues pegó su hocico al paquete y se restregó con él.
-Uff... no me hagas esperar...- rogó Colmillo, dejándose llevar.
Cocinillas le miró travieso y ahora sí le bajó los calzones, observando el miembro que se balanceaba ante él maravillado. Era un pene grueso, con un par de venas que transportaban decentes cantidades de sangre hasta su brillante glande rojo, y unos huevos peludos que decoraban perfectamente todo el conjunto.
Colmillo exhaló un suspiro cuando notó la húmeda boca de su compañero en su miembro, llevándose las manos a su propia crin. Empezó un pequeño vaivén, haciendo que entrase y saliese con fluidez.
Tras un rato de puro placer decidió parar y sacar el falo, para luego coger a Cocinillas, alzarlo, y empujarlo contra la cama, cayendo boca arriba. Cocinillas estaba como hipnotizado, mirando la potente figura de Colmillo como Goldrinn le trajo al mundo mientras se acercaba hacia él.
Las palabras ya sobraban. Sus más puros instintos y deseos ya se habían exteriorizado, en forma de suspiros, gemidos y calor general, así como las hormonas que ambos desprendían y potenciaban esa sensación.
Colmillo se acercó, le agarró por las piernas y le abrió su zona más oculta: se vislumbró un hueco arrugado que en la que había menos pelaje, y se podía apreciar la carne blanquecina y arosada por el lugar.
Se agachó para acomodarse y le clavó el hocico en la zona, pasando la lengua por el agujero arrugado y lubricando toda la zona. Cocinillas agarró las mantas de la cama, casi rasgándolas, y no pudo reprimir unos sonoros gemidos, casi como aullidos. Esa reacción solo potenció los impulsos de Colmillo, haciendo cada vez lenguetazos más raudos.
-Por favor... Colmillo, lo necesito ya...- logró musitar Cocinillas.
Este despegó el hocico y notó como el ano de su compañero palpitaba, rogando por sí mismo que lo penetrasen. Colmillo estaba complaciente, y se levantó para apuntar con su miembro al lugar indicado. Lo encajó con el glande, y una vez conectados, se tumbó encima de Cocinillas sujetándose con las manos en la cama.
Colmillo lo miró a los ojos, como si de alguna forma, le pidiese permiso. Este asintió, mientras se agarraba a su espalda y cerraba los ojos, preparándose para el primer golpe, que era el más doloroso.
Vía libre, Colmillo empezó a hacer presión con toda la delicadeza que su caliente estado le permitía, y poco a poco toda su hombría se hacía camino hasta el interior de Cocinillas, el cuál pudo esta vez reprimir un grito, cerrando la mandíbula con fuerza.
-¿Todo bien...? - preguntó Colmillo.
Cocinillas abrió los ojos y asintió.
Empezó con un movimiento suave mientras él aún se acostumbraba, creando un roce de lo más placentero para ambos. Tras un minuto empezó a acelerar, haciendo balancear las dos maravillosas esferas grises que colgaban de Colmillo y golpeaban las nalgas rimbombantes del cocinero huargen.
Cocinillas empezó a tocarse, aunque su compañero no le dejó. Le apartó la mano y ahora era él el que le pajeaba, mirándole intensamente a los ojos. Así estuvieron un buen rato hasta que cambiaron de postura.
Colmillo Gris se sacó el pene lubricado de las entrañas del Cocinillas y lo coloco de espaldas y a cuatro patas. No tardó mucho en meterla en caliente de nuevo, ya acostumbrado al tamaño de su miembro.
Su nueva perspectiva le encantaba. Ya había visto su espalda y su culo danzarín allí abajo, pero ahora tenía su miembro dentro, y la sensación de dominancia no hacía más excitarle.
Se dejó llevar por la bestia y esta vez no tuvo compasión. Hizo entrechocar su cadera contra su trasero mientras su miembro entraba y salía. El placer de ambos era máximo. Jadeaban y gemían sin parar.
Tras unos minutos de intenso acto, los jadeos se vuelven más frecuentes y...
-No puedo aguantar más... - dijo Cocinillas entre gemidos.
Cocinillas expulsó varias oleadas del blanco líquido, mientras se tocaba, en su posición. Todo se esparció por la cama. Los espasmos por la eyaculación hicieron que apretase el pompis, lo que no hizo más que darle más placer a Colmillo Gris, el cuál al poco también se vino dentro sumado a unos intensos gemidos de puro placer. El pastelero notó como su conducto se desbordaba y chorreaba, aún con el miembro metido dentro.
Tras unos instantes de pausa, se separaron y se tumbaron en la cama. Se miraron y empezaron a reírse.
-Uff... ha estado genial. - dijo Cocinillas finalmente.
-Y tanto que sí – respondió Colmillo, con una sonrisa mientras aún recuperaba el aliento.
-Oye, gracias otra vez por lo de ahí abajo. Estuviste genialoso. Aunque no hizo más que ponerme más cachondo aún...
-Je, je... Lo sé. Aunque me acabas de devolver el favor... con creces.
-No es suficiente, yo también disfruté. ¡Ya sé! Mañana te haré un postre. Son mi especialidad. ¡Te va a encantar!
Los dos huargen estuvieron conversando un rato hasta que los dos se durmieron, Cocinillas abrazado a Colmillo, y con su cara pegado al pecho, sonriente.
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dancroff · 8 years ago
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Colmillo Gris
Unos pasos fuertes de botas de armadura sonaban mientras una silueta se veía obligada a doblar una esquina en un callejón de Ventormenta. Era una noche de lluvias y era complicado ver más allá sin una luz adecuada.
El ser que huía, era un huargen de pelaje grisáceo y mirada intensa de color del fuego.  Llevaba puesto una armadura de placas con motivos blancos y azules, con un tabardo a juego, rasgado. Sus persecutores (humanos)llevaban una armadura similar.
En cuanto vio que estaba en un callejón sin salida, se detuvo en seco y soltó un par de maldiciones mientras recuperaba el aliento. Sus orejas alargadas se alzaron al escuchar los pasos de aquellos tipos de los que escapaba. Miró a su alrededor un segundo y como un rayo se ocultó tras un montón de cajas apiladas.
Los pasos parecían eternos, y sonaban cada vez más y más cerca de él. El corazón parecía que le iba a salir disparado por la garganta. ¿Qué podía hacer ahora? Realmente se hallaba entre la espada y la pared. Y no tenía muchas opciones de escape. Se miró las zarpas y frunció el ceño. Tomó una decisión y esperó al momento adecuado.
-El Señor del Capítulo querrá nuestras cabezas si dejamos que escape, buscad en cada rincón.- Dijo uno de los soldados acorazados, mientras miraba su alrededor por todo el callejón y luego hacia atrás.
Eran tres.
-¡Ahí...!- Titubeó otro, mientras apuntaba tembloroso con su arma al hombre lobo que se alzaba desde las cajas, con ojos feroces y brillantes.
Los demás se giraron y se pusieron en guardia, no obstante el desgraciado que lo divisó yacía ya muerto en el suelo por un zarpazo que le seccionó la yugular. El huargen había desenvainado su mandoble para continuar luchando.
-Primera lección: nunca se arrincona a un lobo.- arrugó el hocico a modo de sonrisa, mostrando aún más los dientes.
Apenas les dio tiempo a reaccionar y cargó impulsándose con las patas para chocar las espadas con el primero que tenía de frente. Lo desarmó con fuerza y lo empujó de una patada al ver que venía el otro. Las espadas volvieron a chillar con el choque y empezaron a forcejear. Notó una fuerza no natural emergiendo de este, pues pudo fijarse que a través del casco que llevaban los ojos resplandecían con un color morado oscuro que parecía hacerse más perceptible poco a poco. Mientras tanto, el que había sido empujado se incorporó y con igual fuerza se unió. No pudo con los dos y le hicieron varios cortes severos en costado y hombro. Gruñó al notar las punzadas y retrocedió, encontrándose con la pared.
-¿Por qué complicar las cosas, Dancroff? Ríndete. Le dará igual si te traigo vivo o muerto- Dijo uno el líder del grupo a modo de sentencia.
-Mierda, sabía que estabais corruptos, pero no tanto como para apestar a súbdito del jodido Alamuerte. ¿Es contagioso...? Espero que no...- Le respondía con salero. No se amedrentaba.
-Ingenuo. Tú y tu amigo nunca debisteis meter las narices donde no os llamaban.
-¿De verdad esperabais que me iba a convertir en una marioneta descerebrada como vosotros?
-Mucho mejor, te convertirás en nuestro perro sarnoso. Con una bonita correa. - le espetó con puro desdén.
-Segunda lección:  solo un idiota amenaza algo que no va a poder cumplir. Por ejemplo... imagina que yo te digo que si dais un movimiento en falso, moriréis.
El que no había dicho nada hasta ahora picó en el cebo y cargó contra el huargen, que sin mucha dificultad le paró el golpe y le contratacó con presteza hundiédole la espada en el hombro.
-No... ¡Imbécil!
El huargen sonrió triunfante. Solo quedaba uno. Pero su sonrisa no duró demasiado. Un rayo de sombras lo empujó contra la pared y lo desarmó, y se puso en pie lo más rápido que pudo. Volvió la vista al líder de soldados enemigos... aunque ahora se revelaba un aura negra a su alrededor, inconfundible. No le dio tiempo casi a reaccionar.
-Ahora conocerás mi poder.
La lucha no fue nada fácil contra este. Alzó cajas con el poder oscuro y las estrelló contra el cuerpo del huargen, explotando en millones de astillas y tablones de madera. Ahora alzaba los tablones astillados. Lo iba a empalar...
Como un acto reflejo, se agazapó y rodó por el suelo hasta alcanzar a su objetivo al mismo tiempo que esquivaba su ataque. Al no tener la espada a mano, usó sus propias garras para rajarle el pecho, lo que lo tumbó y le dio el tiempo suficiente para recoger su mandoble y cortarle la cabeza de un limpio tajo, que cayó y rodó por el suelo.
Dancroff se arrodilló, agotado, herido y lleno de sangre tanto suya como de otros. Al instante supo que no podía quedarse ahí al mirar los cuerpos. Ventormenta lo llamaría asesino. Lo culparían de la masacre, sin sospechar que su preciada hermandad protectora del Águila estaba corrupta. La imagen del huargen iba a ser incluso más odiada, y chasqueó la lengua ante la idea, claramente irritado.
De pronto escuchó más pasos, pensando que fueran quizás más de ellos o los propios guardias de la ciudad que venían por el alboroto. En cualquiera de los casos, tenía que salir pitando de ahí.
Se apresuró y salió del callejón girando hacia el lugar contrario del que procedían los ruidos. Mientras huía, escuchó un “pssst” que venía de una esquina sombría y al instante lo reconoció. Su único amigo, otro huargen, que había hecho en su vida en Gilneas salió de su escondite. Ambos se habían unido a la vez a la hermandad.
-Matt... hay que salir de...
-Lo sé. Sígueme, conozco un atajo. - le interrumpió.
No tenía tiempo para dudas. Asintió sin demorarse más y siguió al huargen eludiendo a los guardias, hasta una casa de un barrio pobre, abandonada que hacía de almacén. En el sótano tenía un pasadizo secreto que dirigía hasta el Bosque de Elwynn, cerca del río. Dancroff quería preguntar, pero estaba muy ocupado intentando no desangrarse.
Al salir por el otro lado, ambos se detuvieron un instante para recuperar el aliento. Matt lo miró fijamente.
-Hm... no parece que vayas a salir de esta. - musitó su compañero, con cara de cierto disgusto.
-Bah... un par de lametones, vendas, y listo. - contestó Dan, tratando de quitar hierro al asunto.
Tras decir eso y sonreir a duras penas, dio un paso hacia adelante y se encaminó a la orilla del río. Empezó a limpiarse las heridas.
-No, me refiero a que no puedo dejarte escapar.
El cuerpo de Dancroff sufrió otra punzada en la espalda. Soltó un aullido de pura agonía y trató de llevarse la zarpa hasta el puñal. Giró la testa hasta Matt, con los ojos desorbitados, cristalinos y llorosos. Este estaba impasible.
Sus ojos, es lo último que recordaba antes de caer inconsciente a las tranquilas aguas del río. Unos ojos decorados por la misma corrupción que los otros soldados contra los que había luchado con anterioridad. Se lo esperaba de cualquiera menos de él.
Dancroff abrió los ojos poco a poco. Al no reconocer el lugar en el que se encontraba, que era una casucha improvisada hecha con varias telas rasgadas entre dos árboles de mala muerte, hizo el amago de moverse sobre la esterilla maltrecha donde se encontraba, pero sus heridas se lo impidieron. Apenas sentía su cuerpo, pero sus heridas resquemaban como si estuviesen ardiendo. Estaba vendado.
Un huargen que rondaba cerca de la hoguera que habían montado se percató de los ruidos que estaba haciendo. Separó la pequeña cortina rasgada mugrienta y alzó las cejas al percatarse de que se había despertado.
-Por fin te despiertas. Pensábamos que no lo conseguirías. Voy a avisar a la alfa.
Dancroff emitió un gruñido como respuesta y este se fue. Estaba recordando cómo había acabado hasta ahí, y como en un golpe de dejadez, suspiró y se tumbó de nuevo boca arriba, cerrando los ojos. Al menos no había muerto, pero la herida en su alma sería más difícil de curar que las físicas.
Al poco rato entró una huargen de aspecto afilado y pelaje negro que portaba varias pieles de diversos animales que decoraban su atuendo. Tenía varias cicatrices que atravesaban su hocico y una porte orgullosa que muchos desearían tener, entró en la tienducha y observó sin muchos reparos al herido.
-Te encontramos tirado a la orilla del río. Has estado prácticamente muerto durante unos segundos. Me sorprende tus ganas de vivir.
-Supongo que he tenido suerte.
Respondió resignado, aunque quisiese salir de allí, le resultaba imposible. Alzó la vista como pudo hasta ella.
-Ja. La suerte no existe. Mis curanderos dicen que todas tus heridas eran superficiales y que estaban por delante. Parece que te defendiste. Salvo... lo del puñal en la espalda.
-Traición.
Dancroff se limitó a responder, desviando la mirada. Ciertamente no tenía muchas ganas de hablar, pero se obligó a sí mismo a indagar.
-No hay traición sin confianza. - la huargen lo dijo casi gruñiendo, casi a modo de comprensión. Parecía conocer el sentimiento.
-Sí. ¿Quiénes sois... y dónde estoy?
-Estás en Bosque del Ocaso, en nuestro campamento. Y nosotros, somos la manada Garraplata, huargen unidos para escapar de nuestro pasado y sobrevivir juntos en un mundo que nos odia y caza. Yo soy su alfa, Zarposa.
-Hm...
El huargen malherido sonrió, con sorna, como burlándose de sí mismo. No tenía otro lugar al que ir. Además, sí que había tenido suerte pues si no le hubiesen encontrado ahora seguramente se lo estarían comiendo los peces. Se sentía endeudado.
-¿Me aceptarías en tu manada?
-Eso depende de ti. Todos en mi manada llevan un nombre, normalmente un pseudónimo para evitar identificarnos con nuestro antiguo yo. Luego, jurarás lealtad con un pacto de sangre.
La huargen sonrió con fiereza y con una mirada desafiante.
Dancroff bufó y desvió la mirada, pensando de pronto en algo que le llamaba la atención. Le vino a la mente una fábula muy antigua que le contaba su abuelo de pequeño, que relataba la historia de un gran lobo gris que daba caza a los malhechores por las noches. Se acordó del nombre y este enseñó los dientes a modo de sonrisa al hacerlo.
Zarposa alzó una ceja.
-¿Y bien?
-Llamadme Colmillo Gris.
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dancroff · 8 years ago
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Rosa de Hielo
Una pandaren descansaba plácidamente tumbada bajo un árbol del Bosque de Jade, ajena a cualquier cosa que pudiese molestarla. Tenía sobre el rostro un libro abierto, probablemente alguna novela de aventuras o libro de interés que le gustase, y sus zarpas descansaban sobre su panza. Al menos no roncaba.
La pandaren, de cuerpo escueto, normalito, pelaje marrón y blanco no se había percatado de que otro pandaren de pelaje similar se acercaba, pues estaba profunda en sus sueños. Este parecía algo más joven, aunque era más corpulento.
-Yulein.
No obtuvo respuesta.
-¡Yu, despierta!
La joven pandaren dio un respingo y el libro se cayó al suelo. Se incorporó a duras penas sobre su trasero mientras recuperaba la noción de su alrededor. Se fijó en el pandaren.
-Ah, eres tú, Shai... Déjame descansar un rato más, ¿Quieres?
Se volvió a tumbar y esta vez cogió el libro para comenzar a leerlo por donde lo dejó. Shai chasqueó la lengua y arrugó el hocico, inconforme.
-Papá ha estado buscándote. Parecía enfadado.
Yulein bajó el libro y suspiró.
-Bueno, luego lidiaré con él.
-Tú sabrás. Quién avisa no es traidor...
Shai se encogió de hombros y se fue por donde había venido.
Yulein decidió quedarse un rato más, leyendo el libro. Parecía que llegó a una parte que le gustaba, pues volvió a perder la noción del tiempo y no se percató de que se había hecho tarde hasta que la oscuridad natural del atardecer le impedía leer bien.
Soltó una inofensiva maldición y se incorporó para volver rápidamente a su hogar. Este era una pequeña finca humilde, con un huerto de manzanas en la parte de atrás.
La puerta se abrió. Shai y su padre se hallaban preparando la mesa para cenar. El padre de Yulein, un conocido Maestro Sidrero del lugar, la fulminó con la mirada. Le indicó que se sentase. Esta lo hizo en silencio, sin dejar de mirarlo de reojo, compungida. Llevaba el libro entre las manos.
-¿Dónde has estado?- le inquirió el padre, inquisidor.
-Fuera, a la entrada del bosque...
-¿Qué has estado haciendo?
-Me distraje... leyendo.
El padre ya lo sabía, por su gesto de poca sorpresa, insensible.
-Has salido igual a tu madre. Es la última vez que te escaqueas de tus tareas.
-Papá...
No la dejó contestar.
-Esta vez no me valen excusas. Estás castigada sin leer ni salir de la casa. Te pegarás a tu hermano y harás lo que él.
-¿Qué? ¿Por qué me quitas los libros?- se quejó la joven, lo demás le daba igual.
-¡Porque estás todo el día enfrascada en ellos y así nunca te convertirás en una Maestra Sidrera como tu hermano!
-Qué sabrás tú...
No pudo evitar la respuesta. El padre, alterado, le arrebató el libro de las manos de sopetón, cogió el libro por ambas tapas y lo partió por la mitad. Yulein vio como las hojas rotas caían al suelo con la boca abierta. Luego apretó la mandíbula por la frustración, y con los ojos llororos, se levantó y salió por la puerta de golpe, hacia el bosque de nuevo.
Shai hizo amago de ir a por ella pero el padre se lo impidió, colocando el brazo en medio y negando. Este miró al suelo con el hocico torcido por las circunstancias.
Yu se acercó, con las lágrimas recorriédole las mejillas, a una pequeño montículo natural en el que había un pequeño hueco en el que meterse, más o menos espacioso. Parecía dispuesta a pasar la noche ahí. Empezó a llover y la pandaren suspiró, mientras se tumbaba tratando de buscar una posición lo más cómoda posible, sin mucho éxito. Cerró los ojos, mientras observaba la lluvia caer por fuera.
No obstante, cuando estaba a punto de conciliar el sueño, algo la interrumpió. Pareció escuchar algún sonido extraño, como centelleante, un tipo de crujido, algo poco natural. Le llamó enseguida la atención y se puso en pie.
Al salir del pequeño cobijo, se ocultó con una zarpa la cabeza de la lluvia, aunque no le sirviese de mucho. Miró a su alrededor y... volvió a escuchar el sonido. ¿Qué era eso...? No tardó un segundo en empezar a correr hacia donde le parecía que provenía.
Tras recorrer varias decenas de árboles y otros obstáculos se detuvo frente a un claro. El motivo era que delante de ella, en ese claro, no estaba lloviendo, o eso le parecía. Extrañada, miró hacia el cielo, pero estaba igual de nublado y no había ningún árbol que detuviese la lluvia. Dio un paso para adentrarse en el misterioso claro y sintió un cosquilleo recorriéndole todo el cuerpo. En un abrir y cerrar de ojos, el claro se había convertido en un lugar recubierto de hielo en el que había al menos una docena de estatuas hechas del mismo elemento, algunas conocidas para ella, como tigres, grullas, yaks o incluso dragones nimbo, pero otras completamente desconocidas como eran los mántides, de las que solo había escuchado hablar.
Al entrar, resbaló, pues no se esperaba el hielo en el suelo. Cayó estrepitosamente de culo y maldijo para sus adentros. Se incorporó con más cuidado tratando de no resbalar otra vez y ahora sí tuvo la oportunidad de contemplar el maravilloso lugar donde se encontraba. También pudo notar como no llovía aquí dentro: había una cúpula de índole mágica, de color púrpura, que protegía el lugar de las gotas de agua, también parecía ocultar la vista desde el exterior y mantener un ambiente gélido a juzgar de lo fresco que estaba ahí dentro.
Yulein se recogió los brazos para guardar algo de calor. De mientras, otra pandaren, que había percibido ruidos extraños, salió de detrás de una de las estatuas patinando con bastante maestría sobre el hielo hacia su posición. Yu la miraba atónita.
-¿Quién eres, niña? ¿Qué haces aquí?
Le preguntó la pandaren, de aspecto más maduro. Era una pandaren de pelaje gris y llevaba el pelo recogido en un moño con palillos.
-Yo... soy Yulein, señora. Acabo de descubrir este lugar por accidente.- acertó a responder.
La señora la miraba inquisitivamente, pero la respuesta pareció suavizarla.
-Vale. Largo, entonces. No quiero que nadie vea esto hasta que esté terminado.
-¿Estás de broma? ¡Es una maravilla... incluso sin terminar!
La pandaren entrada en años alzó una ceja volviendo la vista hasta la joven. Sonrió y expulsó un bufidito airoso.
-Yo nunca bromeo. Largo. - le hizo un aspaviento en tanto que se daba la vuelta y empezaba a conjurar sin mucho esfuerzo un torrente de hielo sobre una de las estatuas sin terminar. Parecía tener la forma de... una cachorra pandaren.
Yulein no se fue. De hecho la siguió, tratando de no caerse por el camino. Parecía la mar de curiosa, mientras miraba a su alrededor.
-Eres persistente.- suspiró, sin mirarla. De mientras, le daba el toque final a la estatuilla, creando en su mano una rosa de hielo y colocándosela en el hueco de la oreja. Sonrió con melancolía mientras se sacudía las manos.
-¿Tú quién eres...?- preguntó una curiosa Yulein, mientras observaba lo que hacía.
La hechicera suspiró con resignación.
-Me llamaban Rosa de Hielo.
-¿Te llamaban? ¿Quiénes?
-El Shadopan.
-¿Eres del Shadopan? ¡Qué pasada!
-Era. Estoy retirada. Ahora me dedico a crear... arte.
Yulein la miraba con ojitos de jade brillantes. Cada vez estaba más fascinada.
-Sé que... es un atrevimiento, pero... ¿Me podrías enseñar?
Rosa de Hielo la miró de arriba a abajo con una ceja alzada, fulminante. Se lo estaba pensando. Iba a dar la negativa, pero algo hizo que cambiase de opinión. Quizás el espíritu curioso de la joven le resultaba familiar.
-¿Sabes leer?
-Claro. - parpadeó Yulein.
-Bien. Léete esto y hablamos.
Le tendió en las zarpas un libro bastante voluminoso, que su portada estaba decorada por una rosa blanca que resplandecía con brillo propio. Yulein lo observaba con ojos como platos, pero sonrió con suficiencia. Je... pan comido.
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