Tumgik
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Poemas Negros: Llamas
Y pasan las semanas y los días
Y siguen las sequías en mi almohada.
Tú mientes cuando me hablas de apatía
Y mientras por aquí no pasa nada.
No pesan los grilletes de esta cárcel,
Ni hieren las costuras de esta herida
No hay duda ni poesía por mi parte
No hay muerte para motivar la vida.
Los versos que usé para dibujarte
Se pudren con los lodos de mi cama
Y todos van en pos de mi desastre
Y loco, los devoro con mis llamas.
¡Que antes de que se pudran, Yo los quemo!
Seremos, para siempre, Polvo, Nada.
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La Noche huele a Sol
La Noche huele a Sol y el día a mierda,
los pájaros no cantan en las ramas.
La luz por la ventana me despierta;
a ruina y frustración hiede mi cama.
Y no puedo contarte mis pecados
y no espero tampoco que lo entiendas,
si el vaso desbordó por los dos lados
y arcadas no son sólo del absenta.
La vida huele a gris, la Noche a blanco.
Los gatos no bailan con las farolas.
Mi voz ya huele a moho y a desencanto
y nuestras soledades siguen solas.
Mi voz ya suena lejos cuando canto.
La tuya suena lejos por costumbre.
Las grietas deben ser por sobresaltos,
los ojos rojos serán por la herrumbre.
La Noche más que a alcohol, huele a fracaso.
La Luna, más que llena, está desnuda.
El cielo, más que añil, parece falso.
Mis letras, más que voz, parecen mudas.
La Noche huele a Sol y el día a mierda,
los pájaros no cantan en las ramas.
la Voz de mi conciencia está despierta,
pero hoy no va a sacarme de la cama.
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Sabios de Taberna: Opiniones
     Estaba sentado en la barra solo frente a una pinta de cerveza cuando el tipo empezó a hablarme. ¿Quién le habrá dado permiso? Un bar es un magnífico lugar para estar solo. De entre todos los solitarios y concurridos lugares de la Metrópolis, los bares (y en especial los antros) son de los mejores lugares para experimentar la agridulce sensación de la soledad. A mi, por ejemplo, me gusta ir a leer a un antro. Es un distinguido antro en el que hay que ser socio para entrar. Curiosamente, entre la música semi-atronadora y el trasiego ocasional de cocainómanos hacia el baño, encuentro una especie de extraña sensación de soledad y calma. Un remanso de paz en el caos.
     Esta no era una de esas noches; no estaba destinada a serlo. No me apetecía la visión de cocainómanos estas últimas noches, así que opté por bares de viejos. En los bares de viejos entre semana se puede vislumbrar una clase diferente de fracaso con la que me familiarizo más: el alcohol. Estaba sentado en la barra solo frente a una pinta de cerveza cuando el tipo empezó a hablarme. ¿Quién le habrá dado permiso? Pero él era un guerrero de la noche como yo; uno mucho más veterano. Y hablamos sin pedir permiso.
   - Un whisky para mí y ponle otro al colega – le dijo casi susurrando al camarero - ¿Te pasa algo, amigo?    - La cerveza está bien – le sonreí -  Mañana madrugo.    - Oh, un hombre trabajador... Eso está muy bien.
     Levantó su vaso y brindamos. El tipo llevaba camisa y tenía el abrigo y las gafas de sol puestos aun dentro del garito. Tenía la piel curtida y morena y un anillo en el dedo. Cuando empezó a hablar me sacó de mi burbuja como un alfiler en una pompa de jabón. Sin embargo, su forma de hablar, que parecía un suave susurro siseante, era incluso agradable a las pocas palabras. Cuanto más escuchas, más dulce es el tono...    - No por mucho tiempo – dije tras una pausa – Mañana van a despedirme.    - ¿Y por eso estás bebiendo solo? ¿Es tan deprimente?    - No es para tanto... Es una nueva experiencia de fracaso. Era mi primer trabajo estable. El primero “de verdad”...    - Ah... ¡Qué aburrido! Estás todo el día hablando del fracaso...    - ¿Todo el día? ¿Nos conocemos de antes?    - Es como si nos conociéramos... Suenas igual que todos esos tipos.    - Solo es un mal día... No me has visto en mis buenos tiempos.
     El tipo se rió y un diente de oro le brilló en el lado izquierdo de la boca. Me recordó a una vieja canción. Parecía un tipo apacible y normal pero desprendía un aura siniestra de sabiduría ancestral y experiencia oscura. Era un tipo de la vieja guardia. De los que no necesitaban pendientes, tatuajes ni músculos. Y sin embargo daba la extraña sensación de que podría librarse de cualquiera si la cosa se pusiera seria. Mientras yo elucubraba, el tipo pidió otro whisky para él y otra jarra de cerveza para mí. Obviamente, me vi obligado a acabar la mía de un trago.
   - Estáis en una generación jodida... Vosotros sois los primeros que lo tendréis más crudo que vuestros viejos. Sé que ya se ha dicho mucho...    - Y una mierda – le corté – Seguro que ha habido muchas más antes.    - ¡Oh! Eso es bastante esperanzador. Eres bastante contradictorio, Frank Sinarte...    - Y tú un vejete bastante siniestro – dije bastante sorprendido. Era obvio que el alcohol hacía efecto porque no pregunté lo evidente  - Y además usas tópicos. También había pensado otra cosa de ti...    - Si me llamas viejo es porque te consideras joven. ¿Eh, Frank?    - ¿Ahora vas a decirme que no lo soy?    - ¡Para nada! Haces bien en disfrutar, pero no lo serás siempre.    - Empiezas a sonar mucho más tópico... Además, yo no llegaré a viejo.    - Eso dices ahora. - El tipo dio un trago largo a su whisky antes de continuar. –Está bien Frank Sinarte, no te hablaré como un viejo pureta. Te hablo incluso de la Noche. Hasta de “viejo”, como tú dices, no está mal del todo...    - ¿Por qué me hablas de la Noche?    - Porque parece que has renegado de ella.    - ¿Por qué hablas conmigo?    - Porque es más fácil que hablar contigo. ¿O no?
     Y tras decirlo, una gran sonrisa volvió a hacer relucir el diente de oro. Derrotado en mis propios términos, me acabé la jarra con gesto serio. El tipo pidió otra jarra y otro whisky. Sacó dos cigarrillos de su paquete de Celt’s y me ofreció uno. La cajetilla ponía “Hoy es tu día de suerte”. Estaba harto de esa frase.
   - ¿Te recuerda tiempos peores, Frank? - dijo él - ¿O mejores? Echas de menos esto, Frank.    - ¿El whisky? Ya lo creo...    - El whisky no – repuso sonriendo de nuevo. El diente de oro reluciente parecía una coletilla no verbal.    - Echo de menos ser Frank – reconocí cansado.    - ¿Y qué vas a hacer con esto? Con lo que escribes. ¿Lo quemarás, lo destruirás?    - Tal vez lo guarde. Y lo meta en una botella.    - No todas las conversaciones merecen ser leídas – dijo mirando por primera vez por encima de las gafas de sol. Sus ojos parecían pozos negros sin fondo. - Algunas merecen ser solo pensadas.    - Eso es solo una opinión.    - Igual que todo lo demás, Frank. Igual que todo lo demás.
     Después se levantó en dirección al baño y no volví a verlo más. Estuve un largo rato en la barra y pedí otra jarra. Cuando me la acabé aún no había rastro del viejo. Le dije que me cobrara la jarra y el whisky del tipo. El camarero me cobró la jarra y me dijo que no había nada más que cobrar. Bueno, pensé al fin y al cabo está sin tocar. Volví a mirar hacia atrás en la puerta para despedirme del camarero y me pareció ver al tipo en la barra, pero no estaba allí. Cuando salí del antro, las luces de la ciudad saludaban encendidas al brillo de la Luna. Estaba menguante, o creciente, dependiendo de cómo se mirase. No hacía falta escribir más; no hacía falta decir nada. El silencio lo inundaba todo como una ola negra de paz. Y la Luna brillaba ya casi del mismo color que las farolas. Aquella era una ciudad magnífica...
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Rayos de Sol
  Hoy fue uno de esos días en los que el trabajo sí viene a buscarte a la cama. Uno de esos días en los que te presentas y sí te dan trabajo en el acto. Un día magnífico y soleado en aquella mi ciudad magnífica. Me sentía responsable; en el buen camino. Me sentía tan responsable que decidí encerrarme solo en casa a fumar cerveza y beber marihuana el resto del día. En realidad quería estar solo, aunque sabía que no lo estaría.
   - ¿Ya de vuelta, Frank? - decía la dulce voz - Hace un día espléndido para salir fuera
   - También hace un día espléndido para beber - contesté en voz alta
   - Los dos sabemos que solo querías hablar conmigo - dijo con dulce suficiencia
   Era verdad. Al menos ahora sólo estaba en mi habitación. Finalmente había conseguido encerrarla allí, aunque más bien parecía ser yo el que estaba encerrado. Siempre me mira tumbada sobre mi cama. A veces, cuando se aburre, bebe champán. Otras veces deja caer la cabeza por el borde de la cama y me mira boca abajo. Ella siempre se aburre si yo no la divierto. Lo único que consigue irritarla es que yo la ignore. Entonces se desnuda en mi cama y me provoca, me salpica con su champán en la pantalla para que no pueda escribir. O amenaza con abandonarme para siempre. A veces se va a visitar su cuerpo y desaparece. Luego solo regresa cuando me ve desesperado y me castiga y me reprende. Pero nunca me dirá nada más que lo que quiere decirme. Ella sabe mucho más que Yo, incluso sobre mí. Me mira como una niña pícara que esconde un secreto y moja sus labios en champán. Nuestra existencia es demasiado compleja. La suya y la mía. A veces cuando quiere irritarme no se va, pero se queda mirando en silencio durante días. Una vez me miró durante una semana entera, incluso mientras dormía, totalmente en silencio. Ella sabe que no puedo escribir si está mirando. 
   - Hay cosas que no me estás contando, Frank - dijo seria
   - También hay cosas que no me cuentas Tú
   - Y todo es por tu bien - respondió sonriendo - está bien ¿Qué querías contarme?
   - Nada en particular...
   - Vamos Frank... - oía su voz desde la cama sin mirar - ¿Por qué hablamos si no?
   - ¿Recuerdas el mundo antes de Metrópolis? Antes de las ciudades...
   - El que sale en las películas - dijo la dulce voz - Lo echas de menos, ¿verdad?
   - Lo echamos de menos...
   - Nosotros vivimos allí... - su voz tenía un tono melancólico - Antes, en algún momento del pasado. En otro momento mejor...
   - Pero ya no existe... Ni siquiera podemos recordarlo. Nadie puede...
   - ¿Por qué te sientes vacío, Frank?
   - ¿Por qué me siento vacío?
   - ¿Por qué se te acaba el tiempo, Frank?
   - Se me acaba el tiempo...
   - ¿Qué estas haciendo mal, Frank?
   - ¿Qué estoy haciendo mal?
   - ¿Por qué nos sentimos tristes sin motivo, Frank? - decía su voz de nuevo dulce como una caricia en el alma - ¿No sería todo más sencillo sin pensar? O sin cuerpos... 
   Hoy fue uno de esos días absurdos en los que siento nostalgia de tiempos que ya no recuerdo y de otros que no he vivido. Y la magnífica ciudad no correspondió con su cielo a la melancolía. El Sol brillaba imponente sobre techos grises llenos de sueños negros y azules. Las casas estaban vacías y la luz se reflejaba por las calles como en un panal de cristal. La ciudad parecía sonreír con lágrimas y un cigarro en la ventana del Universo. Aquella sería una conversación magnífica: de mí con Ella, del cielo y la ciudad, del Tiempo y los humanos. Y duraría hasta el suave anochecer, con rayos naranjas perfilando la figura de los edificios durmientes; los cuerpos regresando a casa, las nubes acostándose perezosas... Como un bostezo del mundo, el día terminaría y empezaría otro. Con más posibilidades de sonreír. Y con muchas más de echar de menos, pues inevitablemente hay otro día más en la cuenta del pasado. 
   ¿Es acaso un crimen ser feliz con poco? Hoy fue un día en el que lo pudiera parecer. Pero el caprichoso cielo quiso complacerme y se descargó en una fina lluvia mientras el Sol imponente descargaba sus últimos rayos sin dejar de brillar. Y en un bostezo infinito y ancestral, las calles se tiñieron de agua y de jazz y el gris y el dorado hacían el amor con la luz en los charcos... Aquella era una ciudad magnífica...
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Viajar es vivir
Viajar es vivir, viajar es soñar. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Los sueños están a la vuelta de la esquina…
En la interminable Metrópolis, todos quieren viajar. Los ciudadanos, abrumados por los grises ríos de desidia y rutina, se dirigen a las agencias, a los bares, a los garajes… Tú también puedes viajar. Sólo necesitas salir de aquí. Unos días, semanas, unos minutos… Tiempo. Los ciudadanos quieren Tiempo. Y quieren viajar. Viajar es vivir, es soñar. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Los sueños están a la vuelta de la esquina…
No importa el lugar, el destino, el origen… Lo importante es el camino; lo importante es el camino y no caminar. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Jota sonríe y escucha las voces dulces y monótonas en su cabeza. Publicidad personalizada. Publicidad de sí mismo. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Jota sonríe mientras siente una suave brisa en su pelo y una luz blanca le ilumina desde arriba. Lo importante no es llegar, ni salir. Lo importante es el camino y no caminar. Jota no se mueve pero llegará. Ya nadie se mueve, en realidad. Los aviones, los trenes, las metálicas serpientes del Subterráneo… Todas tienen asientos. Gracias a Dios. Jota está cansado para estar de pie. Pero no para viajar. Oye un traqueteo, una especie de chirrido de muelle, iiik iiik… Puede que sean los vagones. Jota solo mira al blanco cielo sonriendo, contemplando una interminable nube blanca. Iiik iiik… La brisa en su pelo, la luz blanca… Nunca dejes de viajar, ciudadano.
Algo tienen de especial los viajes. Se trata de que siempre pienses que ha sido mejor que el anterior. Se trata de querer quedarte siempre de viaje, aun sabiendo que no es posible. En la magnífica Metrópolis todos quieren viajar, y todos pueden viajar. Y casi todos viajan. ¿Por qué no? Nunca dejes de viajar, ciudadano. Los sueños están a la vuelta de la esquina. Y éste será mejor que el anterior. O no. Pero lo parecerá. El truco está en que siempre pienses que ha sido inolvidable. Nunca dejes de viajar, ciudadano. El cielo blanco mantiene los ojos de Jota mientras el chirrido entretiene a sus oídos. Iiik iiik… Siente un cosquilleo en los pies. La sensación de los viajeros. Ni siquiera se va a mover. Ahora mismo, en realidad, no puede. Está concentrado en viajar. La luz blanca sobre su rostro, olor a tierra y estiércol en el ambiente. El olor de la naturaleza, piensa Jota con el rostro vuelto hacia el cielo blanco. Iiik iiik… oye a sus pies. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Es una sensación única.
Con el brazo apoyado en el asiento, el humo de un cigarro se desliza junto a Jota, que ni siquiera lo está fumando. Está concentrado en el viaje. Y está sonriendo. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Te hará feliz, aunque no rico. No se puede viajar todos los días. No todos pueden. Disfruta del viaje, ciudadano. Cada vez será mejor que el anterior. El cielo sigue blanco y la luz blanca parpadea sobre Jota. Iiik iiik… Un cosquilleo en los pies. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Tú eres un privilegiado.
Lo importante es el camino, no caminar. Lo importante no es el viaje, sino la experiencia. Los sentimientos; las sensaciones. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Nunca sabes lo que puedes llegar a descubrir. Jota mira el blanco cielo y ve constelaciones. Las estrellas brillan y se apagan; aparecen y desaparecen. Un cosquilleo en los pies. Iiik iik… La luz blanca parpadea. Parece que el Sol se está apagando. Las horas pasan. O los días, las semanas… Nunca dejes de viajar, ciudadano. No es para todos los públicos.
Jota sigue sonriendo a pesar de que apenas queda luz. Sigue mirando el cielo blanco mientras el cigarro, ya apagado, reposa en sus dedos inmóviles. Sigue el agradable cosquilleo en los pies. Ni siquiera los mueve. La luz blanca parpadea cada vez más débil, y Jota sigue concentrado en viajar. Parece que este viaje es mejor que el anterior. Y al mismo tiempo es diferente. Y con todos los anteriores forma un único viaje superior. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Es la chispa de la vida.
Cuando la luz se apaga Jota sigue sonriendo. Y sigue viajando. Todo queda a oscuras y el flash de una pantalla se ilumina. Y la cámara de seguridad graba en la oscuridad. En su pantalla se ve a Jota darse la vuelta. Jota deja de mirar el techo blanco y se recuesta contra el respaldo del destartalado sofá en el que está tendido boca arriba. Su brazo inmóvil sigue sosteniendo el cigarro apagado y sus ojos como platos aún otean las estrellas entre el yeso y la mugre del techo. Iiik iik… Una rata deforme está mordisqueando los pies descalzos y sucios de Jota, que sigue sin inmutarse. La decadente luz blanca fluorescente dejó de parpadear y se apagó. Y Jota sonríe a oscuras, concentrado en viajar, rodeado por el hedor de la mugre y las heces humanas que se acumulan en el cuartucho. Lo importante no es caminar, sino el camino. Jota lo sabe y está sonriendo. Y éste es mucho mejor que el anterior. Puede que el siguiente también lo sea. Jota no está feliz en absoluto, pero está sonriendo con todas sus fuerzas. Sonríe hasta con lágrimas en los ojos y contempla estrellas apagarse entre las telarañas y los mosquitos muertos del techo sucio. La chispa de la vida. Jota no tiene fuerzas para moverse o hablar. Solo sonríe y llora, bosteza y contempla estrellas morir mientras él renace desde su crisálida de muerte. La rata negra mordisquea los calcetines rotos del muerto, que sigue respirando y contemplando el techo gris. ¿Cuánto Tiempo ha pasado? No importa. Lo importante es el camino, no caminar. Viajar es vivir, viajar es soñar. Nunca dejes de viajar, ciudadano. Los sueños están a la vuelta de la esquina…
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Pijama
“Para cuándo rescaté estos retazos de desamor, y cuándo os haga falta algo por contar,¿no?, algo como un segundo parrafo,entre primero y tercero y si pero, prefiero ovbiar algo demasiado engorroso para narrar, intimidad,esa vocecita tímida,
lo deja todo en introducción, y conclusión,
el resto imagináoslo...”
   Ayer salí de compras de casa en pijama y al cruzar la acera vi una luz y me dijo que me parara. El día estaba gris y sucio, los edificios lucen mustios y mis pasos angustiosos hacen surcos en las calles... Hoy no es día laborable, si es que alguna vez los hubo. Las tiendas van cerradas por las calles sin pararse en las personas. Las persianas suben solas y cuando alcanzo a ver al otro lado del cruce, la luz me ciega...
   - ¿Dónde has estado, Frank? - me dice una voz dulce y conocida.
   - Ese no soy Yo - contesté confundido.
   - ¿No es así como te llaman?
   - Y nadie es libre de su nombre...
   - Tu libertad empieza en tí - dijo con serenidad.
   - Entonces debo ser consecuente - repuse - y aceptar mi nombre, supongo...
   - Todos tenemos que aceptarlo
   - Yo no. Mi nombre sólo es mío porque Yo mismo me lo puse.
   - Entonces no puede ser tu nombre...
   - Lo es, puesto que no tenía ninguno otro. Solo soy esclavo de mi apellido.
   - También podrías ponerte otro
   - No tendría ningún sentido. Yo soy quién soy. - contesté tajante - Tú podrías ponerte otro nombre.
   - Ya tengo otro nombre, pero no lo quieres escuchar.
   - Me gustan los nombres que pongo yo.
   - Pero nadie te pone el tuyo, ¿verdad? - contestó con sorna - ¿Quieres saber cómo te llamo yo?
   - Tú también me llamas Frank.
   - Me gustan los nombres que pones tú - se burló.
   - Puede que para tí no tenga sentido...
   - No me subestimes, Frank - dijo levantando su ceja como siempre...
   - Jamás - contesté serio - Sólo redundaría en tu beneficio...
   Entonces Ella sonrió y se acercó a mí mientras apoyaba un dedo en mi clavícula. Describió un círculo caminando alrededor de mi espalda sin mover el dedo de su lugar. Sentí su pelo rozar mi nuca al pasar y me estremecí con un escalofrío siniestro. Cuando terminó su interminable movimiento deslizó su dedo suavmente hacia mi pelo en otro interminable instante mientras se mordía el labio inferior. Y acto seguido dio dos pasos hacia atrás mientras esbozaba una media sonrisa... 15 segundos y ya me había rendido. Y ni siquiera sabía si Ella era real o no.
   - Si tú te pusiste el nombre - dijo rompiendo el silencio - ¿Por qué Frank?
   - Es el nombre de un artista por supuesto. 
   - ¿Un artista conocido?
   - No exactamente - contesté - Un poeta. Tamarit.
   - ¿Y qué tiene de especial? - contestó con indiferencia
   - No es sólo él. Es por su obra maestra...
   - ¿Un poema?
   - Tal vez ni siquiera... En especial por una frase.
   - ¿Y qué frase podría ser tan importante?
      “No serás más mi musa después de esta cita...” Pero Ella hace tiempo que no está y yo sigo preguntándome cuándo llegará esa cita.
   “Y hoy tallo y pétalos son flor de esa rosa marchitada.”
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Poemas Negros: Preguntas mudas, respuestas sordas (II)
¿De quién son las verdades que te miento?
¿De quién son las mentiras que me engañas?
¿Con qué aguja zurcir este esperpento?
¿Con qué droga combinas tus legañas?
¿De qué me olvidaré si pasa el tiempo?
¿De qué te acordarás si el tiempo empaña
los miles de puñales que recuerdo
que ya dejaron huella en mis entrañas?
¿A quién puedo contarle lo que siento
que diga lo que dices tú si callas?
¿A qué niño contarle nuestro cuento
si sólo hay destrucción tras la batalla?
Y las palabras se las lleva el viento...
Y cuando digo adiós ya ni te extraña.
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El camello y el ojo de la aguja
A veces vencemos al ego,
a veces te vence él a ti.
A veces vencemos al miedo
si el miedo nos deja sufrir.
A veces palabras no bastan
ni dicen lo que hay que decir.
A veces tu oído se cansa
de oír solo hablarle de mí.
Y el Sol cada día que aplasta
la Noche y su serenidad...
La Voz campa siempre a sus anchas
si hay alguien dispuesto a escuchar.
León no devores al Niño
que hay mucho aún que debe contar.
No compres dolor con aliño,
ni aceptes sin sangre la Paz.
Y hay veces que ya venzo al ego,
y hay otras que vuelve a ganar,
pues solo empezando de cero
podré conocer la Verdad...
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Cuaderno de Bitácora (II): Goteras
     Una simple gota de agua podría ser un universo entero. Microversos esféricos y transparentes en los que caben millones de ideas fugaces. Cuando la gota llega al suelo, el fino escudo transparente se rompe y las ideas microscópicas flotan por el aire y se desparraman por el suelo. Cada idea mide menos que un susurro y se oye menos que un átomo. Una idea por sí sola vale menos que una gota de agua. Y cuando muchas gotas se rompen y muchas ideas se desparraman en el mismo suelo, entonces se forma un charco. Pero el charco tampoco es valioso. Lo valioso es la gotera que se forma debajo. 
     A pesar de que la tormenta había terminado ya, fue el agua lo que me despertó. Millones de ideas en corriente golpeando mi cráneo en un incesante tic,tic, tic... Así, la impertinente gotera me sacó de mi litera tambaleante y me dirigí a mi mesa bajo la cubierta. La tormenta había cesado, pero el diluvio continuaba azotando mis velas. El viaje continúa hacia ninguna parte y he vuelto a rechazar parar en el último puerto. En la bodega tengo agua con sal y grog caliente. El grog no quita la sed, pero es mejor que el agua salada. El agua salada puede hacerte perder la cabeza. Y aunque estoy rodeado de agua salada, no he vaciado los barriles. Los piratas de verdad se desinfectan las heridas con agua salada. Mis cicatrices chillan de agonía cada vez que vuelvo a hurgar en las heridas. Tengo barro y sangre bajo las uñas y estoy tan sucio que la sepsis me devora más rápido que las brechas. Solo me lavo con agua salada. Cazo buitres y gaviotas moribundas para comer. Garabateo chorradas en mi cuaderno negro mientras espero que lleguen vientos mejores. No hay ninguna prisa. El barco sigue intacto. El capitán sigue intacto. Las goteras no hacen charco; siempre caen sobre mi cráneo. 
     A pesar de haber perdido el mapa, los astros ya no pueden engañarme. El Sol guía mejor que la Luna y las sirenas solo son de ambulancias. Las goteras aún no me han abollado la frente, resbalan por mis mejillas como lágrimas saladas en noches de frío y lluvia. Pero al fin, tras navegar solo, soy libre. Ya no necesito nada; ya no necesito a nadie. Tabaco y grog caliente. Cuando se acaben atracaré, robaré un par de tiendas, volveré a subir al barco y me largaré hacia el horizonte oscuro antes de que nadie me llegue a conocer jamás. Solo sabrán mi nombre... al final del viaje. Lo importante no es llegar, sino seguir navegando. Lo valioso no es el charco, sino la gotera.
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S/N
La Muerte está soplándome en el pecho,
la Vida está escapando en cada esquina.
Las sábanas combinan con el techo,
manchadas del color de la rutina.
El Sol cada mañana brilla menos,
la lluvia ha hecho gotera en la cocina,
el tiempo ya no para si nos vemos,
y puede que me importe si nos miran.
La luz de las farolas huele rancia
el ruido de ambulancias mancha el cielo.
Los niños desvalijan las farmacias,
desvalijan los bares los abuelos.
¡Bendita la virtud de la ignorancia!
¿Por qué saber, si sólo es desconsuelo?
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Cuaderno de Bitácora (I): Grog caliente
Llamadme Frank Sinarte. El mar está en calma y es hora de bajar a escribir. La turba de marineros, borrachos pero eficientes, que adornaban con sus risas desentonadas las noches frías ha desaparecido. Todos han bajado en el último puerto. Las velas chirrían de soledad y mis dientes ondean con el viento frío. Mi nombre es todo lo que tengo; es la quilla del barco. Y en el camarote, un catre deshecho, un cuaderno negro gastado y varias botellas vacías. No queda nada que beber. Grog caliente. Y un mapa sin rumbo: seguiremos navegando. Mi vieja quilla y yo hacia el sol que se pone tras islotes negros como la noche oscura. Es el momento de seguir hacia delante. 
El barco partió hace mucho, pero lleva un tiempo a la deriva. La mitad del viaje está hecho; ahora falta salir a mar abierto. Las gaviotas son buitres negros y el agua salada sabe a whisky. Grog caliente. No hay tiempo que perder. Tengo el mapa aunque no tenga el rumbo. De momento sólo hay que llegar. Cuaderno de bitácora: Llamadme Frank Sinarte... Mi nombre es todo lo que tengo; es el pabellón de mi nave. Y de momento solo hay que llegar...
Allá tras el mar está el oro, los diamantes, las joyas, el vino caro... Puedo aguantar un par de meses más sin desembarcar. La soledad ahora me hace compañía. Me vuelto más fuerte, menos cuerdo, mucho más resistente.Tengo la bodega llena de hierba y grog caliente. Escorbuto para mis dientes. Carne seca y pescado de las redes. Los peces demasiado tontos para huir de un viejo solitario borracho de grog caliente. Se avecina una tormenta. Si sobrevivo volveré a mares calmados y a escribir bajo la bodega. Hierba y grog caliente. Escorbuto en el corazón. Caries y grog caliente. Y las gaviotas son buitres negros y los tibruones peces de ciudad. Escorbuto y grog caliente. Esta noche dormiré mojado. Mañana será otro día. 
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400 Días
   Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Cuando cuentas de uno en uno, los números parecen interminables. Jota lo sabe. Es mejor hacer grupos. Uno, dos, tres, cuatro. Cinco por cuatro son 20. A Jota nunca le gustaron especialmente los números, aunque se le dan bien. A Jota nunca le gustó contar. Pero puesto que no tiene nada mejor que hacer, cuenta. 397, 398, 399, 400. Veinte por veinte son 400. Jota solo cuenta lo que ve y Jota está solo, pero a Jota no le gusta verse a sí mismo, así que mira a las paredes. 20 x 20 = 400. No son metros cuadrados. Jota lo sabe. 400 metros cuadrados sería un continente entero para Jota. Son ladrillos. 400 ladrillos. Y 400 ladrillos sí representan un espacio asequible para Jota. 4 ladrillos de alto y 5 ladrillos de ancho. Un bloque. Hay veinte bloques de veinte ladrillos en la pared. 400 ladrillos. Jota cuenta los ladrillos en la única pared en la que se ven. En las otras tres paredes no hay ventanas ni luces. Un papel gris descolorido cubre los imaginarios 400 ladrillos de cada una. Jota sabe exactamente cuanto tiempo lleva contando porque un día dejó de contar. Un día se le acabaron los ladrillos. Jota lleva 400 días contando los ladrillos de su cubículo. Y transcurrido ese tiempo, puesto que no había ladrillos en las otras paredes, decidió abrir la puerta. Jota ha contado 400 ladrillos. Ha cumplido. Es hora de salir.
   Jota es un pobre drogadicto. El Enano, el Jefe y Barbie sólo se ponen de acuerdo en eso. Por eso Jota debe contar ladrillos. Jota debe pensar. Pero por más que piensa y piensa, está atascado en un bucle del que no consigue salir. Cuando sale a la calle el sol le daña los ojos. Los caminos están mugrientos y apenas hay edificios. A lo lejos se ven los infinitos comienzos de la Metrópolis. A un muro semiderruido llegan pintadas de las que escapan de la ciudad. En letras negras grotescas está escrito: ¿Dónde está Frank Sinarte? Jota no lo sabe. Jota no sabe dónde está Jota y ahora mismo es lo que le preocupa. Aunque no es lo único.
   Ahora Jota ha salido, porque ha terminado de contar. Y ya sabe a dónde irá. Sólo tiene que caminar. No es difícil entrar en Metrópolis, lo difícil es salir de ella. Jota solo tiene que seguir caminando. Pero hasta caminar conlleva preguntas. Y Jota sabe que le preguntarán. Jota piensa e imagina respuestas. Se imagina allí de pie en la enorme sala blanca:
El Enano, el Jefe y Barbie sonríen con condescendencia embutidos en sus batas blancas. Y decididos a llevar a cabo su labor terapéutica, comenzará el interrogatorio:
  - ¿Qué tal estos días, Jota? - preguntará el Enano
  - Largos.
  - ¿Te sientes malhumorado, Jota? - preguntará Barbie
  - ¿Cómo se sentiría usted?
  - Ya hemos hablado acerca de responder con preguntas, Jota... - dirá el Jefe
   Jota se sacude la cabeza y sigue caminando. Las fronteras de la ciudad son difusas en la misma medida que las de la realidad lo son para Jota. Pero las luces se hacen cada vez más cercanas e intensas. El hedor de las luces amarillentas le llega con los últimos brillos dorados que se reflejan desde las lejanas aceras. El atardecer va dando paso a la tenebrosa noche mientras Jota abandona los últimos restos de pacífica Naturaleza para adentrarse en la salvaje oscuridad de la Ciudad. Y allí volverá a estar en casa. Y volverá a estar indefenso. ¿Qué hará cuando regrese a Metrópolis?
  - ¿Qué harás cuando regreses a Metrópolis, Jota? - preguntará el Enano
  - Aún no lo he pensado. Debería poner en orden mis cosas.
  - ¿Te refieres a buscar un trabajo, Jota? - preguntará Barbie
  - Sí. Puede que me busque un trabajo.
  - Eso no es una actitud muy decidida, Jota... - dirá el Jefe
   Cuando llega a la ciudad ya se ha hecho de noche. Las paredes y las farolas han rodeado a Jota antes de que se diera cuenta. Aunque quisiera volver atrás, ya no encontraría el camino. Jota ya está perdido de nuevo entre los callejones. Y por más que deambula, solo aparecen bares, prostíbulos, cuartuchos de suicido asistido y algunas pocas casas. Quizá en aquellas zonas solo había bares, prostíbulos y cuartos para el suicidio asistido. Sitios macabros donde, por unas pocas monedas, algún  descorazonado de muy buena voluntad y criterio ofrece ayuda a algún desgraciado que quiere ejercer su legítimo derecho a poner fin a su existencia a su voluntad. Algunos se cuelgan, otros se disparan en las sienes o la boca. Otros, ayudados por los voluntarios, se autoinducen una sobredosis letal de algún fármaco...
  - ¿Has pensado en el suicidio, Jota? - preguntará el Enano
  - Tal vez cuando tenga 60 años. No necesito más.
  - ¿Entonces no piensas en ello a corto plazo, Jota? - preguntará Barbie
  - Solo cuando tengo que venir aquí...
  - Esos comentarios no ayudan, Jota... - dirá el Jefe
   Jota tiene que contar porque tiene que pensar. Ha contado y ha pensado. Pero Jota entró en un bar. Ha bebido y ha pagado, vuelve a beber y se va. Llega un tipo un tipo y le ha invitado, ni saluda y va a otro bar. Coge un vaso de prestado, se lo bebe y vuelve al bar. Saluda al que le ha invitado, pide un trago y otro más. Las horas se van pasando y el barman ya lo va a echar. Jota sale con cuidado porque sale sin pagar. Da tumbos de lado a lado, de barra en barra y de bar en bar. Jota llega a otro antro oscuro a castigar su paladar.
   La música se ha acabado, ha enmudecido poco a poco, sin que Jota se dé cuenta. Y en el contraste con la música y las luces, la oscuridad de la noche es mucho más desoladora que en ningún otro momento. Jota lo sabe. Y Jota necesita un trago. Puede que en las últimas horas tuviera una disputa; tiene sangre en la boca, en la cara y en las manos. Jota se levanta de los adoquines mugrientos y pegajosos y se dirige a otro antro oscuro. Jota necesita un trago. Y aún le queda dinero en el bolsillo. El dinero del alquiler. Jota se lo va a beber. Jota no tiene casa, ni alquiler, ni sueños. Jota es un pobre drogadicto. Es en lo único en lo que el Enano, Barbie y el Jefe están de acuerdo.
  - Jota, eres un pobre drogadicto – dirá el Enano
  - Puede que lo sea...
  - Jota, no mides el alcance de las consecuencias de tus actos – dirá Barbie
  - Nunca he querido hacer daño a nadie...
  - Jota, tienes que pensar... - dirá el Jefe
   Jota piensa en pensar hasta cagarse encima. Cuando piensa, Jota es un Dios. Es glorioso. En su mente, un sistema de sistemas divide y organiza hasta el último elemento de la realidad con una lucidez insospechada. Cuando abre los ojos, Jota es un pobre drogadicto. Está tirado sobre un charco y se ha manchado de vómito la camisa y el pelo. Tiene los zapatos y los pantalones manchados de orín y barro, las manos pegajosas y la lengua cenicienta. Jota está llorando. Las lágrimas y la lluvia se mezclan con el orín, el barro y la bilis del vómito. Jota hiede como una rata asquerosa y está llorando desconsoladamente. Las gotas de lluvia caen sobre su cabeza como un ejército de mazos de tribunal, como una constelación de losas de piedra. Y Jota está llorando como si acabara de nacer. Jota es patético y está llorando. Está vivo y llora y la ciudad llora sobre él con su aliento de alcohol evaporado.
   El camión de la basura tarda horas en llegar y sólo recoge una masa amorfa, hedionda y sollozante. En la sala blanca, las baldosas ennegrecen al contacto del hedor de Jota. Y Jota ya sabe lo que van a decir. Ni siquiera habrá preguntas sobre el dinero del alquiler. ¿Te lo has gastado en alcohol, Jota? Esa pregunta no existe, no está escrita. Jota ya sabe lo que van a decir.
  - Jota, eres un pobre drogadicto – dice el Enano
  - Puede que lo sea...
  - Jota, no mides el alcance de las consecuencias de tus actos – dice Barbie
  - Nunca he querido hacer daño a nadie...
  - Jota, tienes que pensar... - dice el Jefe
  - Sí, tengo que pensar...
   Jota tiene que pensar. Y Jota tiene que contar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Jota sabe de sobra que cuando cuentas de uno en uno, los números se hacen interminables. Que es mejor hacer grupos. 4 filas de 5 ladrillos son 20 ladrillos por bloque. 20 bloques de 20 ladrillos son 400 días. Empecemos: 1. Mañana seguiré. No hay prisa... Jota lo sabe. No hay ninguna prisa. Ni alquiler, ni sueños. Jota tiene que contar. Y Jota tiene que pensar.
   Pobre Jota...
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Café
   Cuando la vida es un accidente, la sociedad son los airbags. Y a veces se llevan más vidas de las que salvan. Somos pasajeros lanzados en chatarras supersónicas por una vía de dos sentidos que no sabemos a dónde llega. Y a veces chocamos, nos estrellamos, y conduciendo borrachos, arrollamos a los demás. Otro pasajero inocente muerto en la carretera, otra montaña irresoluble de por qués. Y más caras que ya nunca podrás olvidar; máscaras que ya nunca podrás olvidar. Pero la vida en la Metrópolis es solo un aparcamiento, con huevos metálicos cansinos que se ahogan en claustrofobia sin llegar a ver el sol. A veces golpeas a alguien en el parachoques. Un par de gritos desde la ventanilla. Un cigarro apagado en el asiento... Pero esas caras se olvidan, como actores extra en una película en la que no pintan nada. Y nuestro Héroe dispara hacia los malos. Una bala perdida atravesó a la chica del mostrador y sus sesos se desparraman sobre el delantal, pero está fuera de plano. Nadie lo ha visto, no ha sucedido.
   Nunca me había visto tan furioso. Al menos, sin una razón aparente. Pero tenía que haber alguna; lo cierto es que mi mente ya había girado antes en esa dirección. Estaba en una mesa de un café, esperando a alguien que no iba a venir. Y aunque estaba esperando, ya sabía que no iba a venir. No era eso la causa, no podía serlo. La causa tenía que ser el jodido efecto mariposa. Y tal vez aquel imbécil sentado dos mesas más allá que tecleaba en su ordenador caro. Tenía un aspecto anodino, pero en su mediocridad ni siquiera destacaba por ser el más mediocre. Gafas de pasta, barba arreglada, un ridículo tupé y un café en una jarra de diseño. Tecleaba y sonreía. Pero no podían ser su aspecto o su sonrisa la causa de aquel malestar. Tal vez estaba algo borracho, porque escupí en el suelo. No es algo digno de mí pensé. Sin duda debía estar borracho. Y puesto que no recordaba a quién estaba esperando ni qué estaba haciendo allí, decidí levantarme a pedir algo de beber. Pero antes de levantarme, mi mente se detuvo unos milésimos instantes a observar a aquel tipo que escribía. ¿Qué estaría escribiendo?
   Lo imaginaba tecleando, podía ver lo que escribía. Me palpé instintivamente el cuaderno del bolsillo de la camisa como si fuera a tomar notas, pero solo fue un amago. Durante algo más de un segundo visualicé su vida y su obra. Le vi morir en su cama, viejo, rodeado de hijos pijos y bien vestidos. Le vi salir en televisión, anunciarse en la prensa. Vi su libro en las librerías. No recuerdo el título ni su nombre, pero sé que lo vi. Vi multitudes dormitando con telarañas en los ojos concentrarse alrededor de su figura envejecida y envilecida. Y después vi sus historias. Eso eran: historias y nada más. No podía ser eso lo que me había ofendido. A pesar de que no contaran nada más que historias, eso no era ofensivo. Pero cuando dio un insoportable sorbo a su café se me entornaron los ojos como a una serpiente a punto de escupir veneno. Y cuando mi mente organizó los sentimientos, descubrí que había odio, rabia y también lástima.
   En la mente no existe el tiempo tal y como lo conocemos. Nuestras conexiones organizan los elementos en un tiempo de base flexible. Los recuerdos se entremezclan y los sentimientos se intercambian en lapsos imperceptibles. Y en tan sólo un segundo, una mente puede alcanzar a imaginar una vida completa, y a albergar sentimientos contradictorios sobre ella. Y antes de que acabe el segundo, estará cuestionando esos sentimientos y sus ideales. ¿Cuántas cuestiones por segundo (qps) es capaz de procesar nuestro cerebro? Sólo eso es lo que define exponencialmente nuestra potencial capacidad de análisis. ¿Cuántas cuestiones por segundo estaba procesando mi querido amigo anodino? Imaginaba arbustos rodantes en el recibidor de su intelecto. Eso no podía enfurecerme tanto, no podía ser eso. Incluso casi podía decir que me estaba divirtiendo. Tal vez fue algo más de un segundo el tiempo en el que observé a aquel pobre idiota. En el mundo real el tiempo si existe. Un borracho está sentado en el café sin tomar nada, mirando fijamente a aquel pobre idiota. La gente no parece darse cuenta. El pobre idiota tampoco. Yo soy ese borracho.
   Mi mente alcoholizada conversaba con el subconsciente de aquel pobre tonto sin que él siquiera se enterase. La visión de rayos X que me suele dar el whisky era mucho más nítida de lo normal, ya que eran las 12 y media de la mañana. Estaba leyendo la historia que escribía su cuerpo mientras le susurraba a la mente las correcciones. Deberías hacer algo con ese pelo, le decía a su mente mientras su cuerpo escribía sin inmutarse, pareces gilipollas. El cuerpo escribía una historia de amor. No me gustaba mucho, pero al menos no escribía más poesía. Su poesía rara vez duraba más de cuatro líneas. Excrementos mono-dosis. La historia no tiene sentido le decía a su psique. ¿Quién coño va a creerse esas chorradas? Le decía yo. Y casi parecía que su mente trataba de susurrar ¿Qué vas a saber tú de amor, borracho?. Cuánta desconsideración... Yo, que pierdo la mañana de un... ¿Qué día es hoy? No importa. No, ni siquiera eso podía haber perturbado mi paz alcohólica. Le lancé mi última baza a su mente: ¿De qué te sirve que te lean muchos si tú sabes que nunca conseguirás escribir nada que no sea basura? Estaba aburrido, sólo quería llamar su atención, provocarlo. Y debió funcionar. Por un momento, el cuerpo dejó de escribir y aquel pobre tipo miró en dirección al borracho que le observaba dos mesas más allá. Efectivamente, yo soy ese borracho.
   Sacudió la cabeza extrañado y, con un gesto de desaprobación, volvió a sumergirse en su absurda historia. Una señora en otra mesa miró hacia mí. Su mirada, como un arpón, me arrastró fuera de la mesa del imbécil que escribía y bebía café. ¿Qué estaba haciendo? Decidí levantarme a pedir algo de beber.
   Son las doce y media de la mañana y un borracho desaliñado se dirige al mostrador de una cafetería a pedir algo de beber. Tiene un ojo ligeramente más cerrado que el otro, una mano manchada de tinta y la otra de algo pegajoso que no recuerda. Un cuaderno negro asoma del bolsillo de su camisa negra descamisada. Mientras intenta mantener el paso firme hasta el mostrador con gesto serio, atrae algunas miradas sobre sí. Mierda, yo sigo siendo ese borracho. Cuando me acerco al mostrador, la dependienta me mira con una sonrisa: una mezcla de sorpresa, complicidad y condescendencia. Me mira de arriba a abajo, deteniéndose en mi libreta y en mis ojeras durante un instante que se me hace insportablemente largo. Mientras sigue sonriendo se dirige a mí:
  - ¿Escritor, eh? - me dice señalando la libreta - ¿Un café entonces?
  - ¿Un café? - contesto enfadado - ¡Váyase a tomar por culo!
   Mientras salgo del local me doy cuenta de que tal vez he vuelto a elevar sin querer el tono de voz; algunas cabezas se giran y me miran de reojo. Cosas del whisky. Dentro, en el café, la dependienta tal vez asustada o desconcertada puede que pierda los nervios al cobrarle el café al imbécil. O tal vez él le diga: un tipo extraño, ¿eh? Y tal vez acaben follando esa noche. O tal vez no. Está fuera de plano y no importa, no ha sucedido. Tal vez un borracho acabe en las páginas de la historia de aquel tipo, como tal vez muchos imbéciles anodinos acaben en las mías. O tal vez no. Cuando la vida es un accidente, los gritos son pañuelos blancos, sirenas rojas y azules. Los gritos sobre el folio o el lienzo, sobre roca o metal, los gritos sobre las ideas y los ideales. Pero también hay conductores suicidas y atropellos, y coches que pasan a toda velocidad sin ver el choque. También hay samaritanos, héroes y mesías. Y los niños y los borrachos gritan y se tapan los ojos, y los conductores suicidas pisan a fondo, y los periodistas, drogados como mulas, inventan y se destruyen, y las señoras cuchichean y miran alrededor, y los padres beben para olvidar que lo son, y los sueños sueñan con despertar, y los escritores beben café...
   Tal vez el círculo se cierra y solo estoy cabreado conmigo. Tal vez nunca en mi vida haya sido escritor. Y tal vez nunca lo sea. He llegado a beber cosas que harían vomitar a un cerdo, pero jamás, en mi puta vida, he soportado el jodido café.
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Guerra
   Abrid los ojos y soñad, desgraciados, porque la voz de Dios ha abandonado este páramo sucio y gris. Cerrad los ojos y despertad del sueño, niños en cada confín, en cada alcantarilla, pues sois los únicos aún inmunes y sois la última esperanza. No busquéis en el cielo, porque la respuesta está aquí abajo, entre el fango y la mugre, entre las voces cansadas de hombres y mujeres enfermos. No busquéis en el Infierno porque nunca ha existido otro que en el que todos vivimos, cerca o lejos de las bombas, igual de cerca todos de la Muerte. Aquella era una ciudad magnífica...
   Aquella era una ciudad magnífica en la que la guerra ya no existía. Todos los veteranos de la Última Gran Guerra estaban ya muertos así que no quedaba en Metrópolis ni en ninguna otra ciudad alguien que hubiera visto una guerra. Lo que no quería decir que se hubiera erradicado. Sencillamente era virtualmente inexistente, ya que ya no se hablaba de ella, no se conocía y, sobre todo, a nadie le importaba lo más mínimo. A dos mundos de distancia, fuera de las difusas fronteras de las ciudades interminables, hombres de piel de arena, de selva y de arroz saltan en pedazos entre bombas. Sus cabezas ruedan por el suelo enfangado mientras madres gritan al cielo con sus niños muertos en los brazos. Y los negros ríos de muerte fluyen sin parar hacia las ciudades donde niños aún nonatos se ahogan voluntariamente. No podemos nacer aquí dicen sus cabezas diminutas antes de sumergirse en el oscuro cauce. Más allá, entre las cloacas, los transeúntes caminan a pie entre escombros de ciudad, yonquis y muertos vivientes. En los distritos centrales los coches y trenes supersónicos zumban entre rostros grises y calles doradas. A su alrededor, un millar de adolescentes apuñalan viejos y niños en los Arrabales. Acuchillan los ojos de sus madres y cortan sus lenguas para tirarlas a ríos de escombros entre las chabolas. Trece hombres de traje y corbata miran por la ventana. Trece mujeres les sirven copas y sonríen; entre copa y copa, escupen amargamente y se cagan en los vasos de los hombres, que siguen bebiendo sonrientes. Por algo ganamos la guerra se felicitan. Esta es una ciudad magnífica.
   Ganamos la guerra aunque perdimos las ciudades, nos perdimos nosotros y ahora vagamos solitarios entre escombros, yonquis y muertos vivientes. Ahora solo somos escombros, yonquis y muertos vivientes escondiéndose de los focos brillantes en callejones oscuros. Nos están vigilando... Un famoso doctor ha escrito: Hay tres enfermedades pudriendo Metrópolis: el aburrimiento, las drogas y la depresión (…) No son las tres, sino estadios consecutivos de una única enfermedad podrida que engulle el corazón de hombres y mujeres. Fue en el momento en el que nos lo dieron todo, cuando perdimos lo último que nos quedaba...
   Puedo entender la relación entre el aburrimiento y las drogas, aunque no llego a ver la conexión final con la depresión. El doctor lo llama enfermedad aunque muchos transeúntes lo confunden con un estado de ánimo. A veces sus escudos de idiotismo macizo se debilitan durante unas horas y al ver la mierda en su plato gimen últimamente estoy deprimido... Hoy estoy depre... Sus bocas oligofrénicas escupen y lloriquean hasta que el escudo se restablece, la venda recupera su textura y sus pánfilas caras vuelven a tornarse en sonrisas de idiotismo profundo. En el momento en el que nos lo dieron todo fue cuando perdimos lo último que nos quedaba. Las ratas se retuercen de placer en los charcos negros. Tal vez toda la ciudad fue negra algún día. Del negro brillante y lustroso que hace encoger el corazón de los transeúntes. Tal vez la lluvia y las pisadas la erosionaron y la dejaron gris. Y el arrastrar de millones de rodillas sucias sobre la calle limpia la ensuciaron y le dieron brillo y esplendor. Mis bolsillos y mi cara están sucios, mis rodillas están limpias. Trozos de las baldosas se me pegan en los pies y se arrastran conmigo por las calles anónimas entre transeúntes sin nombre. Y todos estamos enfermos, doctor. ¿Aún le quedan pastillas mágicas? Si todos los veteranos nos vieran ahora, después de su Guerra, tal vez se la replantearían. 
  ��Sentado en un banco de ébano, sobre la brillante acera gris, mi pluma traza barrones oscuros en las blancas hojas de mi cuaderno negro. La lluvia se está secando de las aceras; no recuerdo cuánto llevo aquí sentado, ni si he escrito algo en este tiempo. Cuando miro mi cuaderno, las hojas están repletas de borrones negros pero tal vez si lo enseño, las páginas lividezcan como yo mismo y las palabras se emborronen y desaparezcan. Este banco es mi Mundo y este minuto, mi Momento. No sé que hora es y no me importa, nada puede perturbar esta paz... Hasta que otro alma perdida destruye mi compostura con su insolente chillido telepático. El elefante moribundo arrastra el cadáver del león por la selva. Otro muerto que se niega a morir; es irritante. Como polillas podridas, estas almas se acercan al humo verde de mi cigarro, que ofende profundamente su olfato. Su olfato es muy tolerante y muy importante, ya que las arrugas o cicatrices que los recorren normalmente los dejan totalmente ciegos. El elefante moribundo pasa de largo las charcas; ya no puede beber. Ya no hay tiempo. Y aunque el olor de la vida daña sus sentidos debido a su naturaleza, en realidad solo se acercan para comunicarse. Solo tratan de dejar una última abyecta marca, como las marcas de las garras de un oso viejo, en un acantilado, antes de precipitarse al vacío. Y el elefante moribundo deja el cadáver del león atrás porque ya no puede cargar con él, dejando tras de sí un reguero de sangre que llevará al lugar de su tumba. El chillido telepático a veces se vuelve sonoro, para que los transeúntes lo puedan oír, y un gruñido como el de una docena de ratas ahogándose en anís rompe el silencio de la niebla... El viejo se acerca a mi banco tambaleándose y oliendo a vino. Me increpa con su verborrea buscando el punto de apoyo para descansar su cabeza. Pero yo no tengo ganas de hablar.
   - Yo perdí mi juventud en la Guerra y vosotros... - dice el viejo – vosotros la perdéis en las drogas, el sexo y la televisión... Si la Guerra no hubiera acabado...
   - Cállese, viejo – le corto – La Guerra nunca terminó. Sencillamente, no quedan más soldados.
   Y cuando me levanté del banco y dejé al viejo farfullando, un estremecimiento macabro recorrió todo mi cuerpo un instante. Fue en el momento en el que nos lo dieron todo cuando perdimos lo último que nos quedaba. Abrid los ojos y soñad, niños, pues vosotros reconstruiréis el Mundo. Nosotros ya estamos muertos, pero la ciudad seguirá sin nosotros. Cerrad los ojos y despertad al sueño porque aún sois inmunes, porque aún hay tiempo... Abrid los ojos y soñad, niños, porque sois la última esperanza y Yo confío en vosotros.
Alguien tiene que hacerlo.
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La importancia de llamarse Frank
   Aquella era una ciudad magnífica, en el magnífico frío de una noche magnífica... El alcohol sustituía a la lluvia en aquellas calles grises brillantes y corría a mares entre los mugrientos pies de sus habitantes. Y en medio de la lluvia fría de salitre y vinagre mi rostro de piedra se esculpe en una mueca de concentración.
   La mente está congelada, atrapada por una pregunta que no puede responder. Pero cuando la confusión termina y el ruido se apaga, se pueden oír las voces con más claridad. Y todas gritan y ninguna discute ya. Y en el rincón de mi malherido ego, la bestia comienza a despertar. Abre los ojos, Frank me dice una dulce voz a la que otra, inconfundible, le responde ya estoy despierto. Pero mi mente, en el caos del sonido, aún distingue otra voz y es la que hace la pregunta. ¿Qué es lo que me ha preguntado?
   Durante meses, habían estado apareciendo pintadas en los muros grises de mi cabeza. En una pizarrita sobre la nevera está escrito ¿Dónde está Frank? Las pintadas de mis muros me machacan constantemente con sus voces impertinentes. Sólo es otra pregunta que no puedo responder. Una más entre miles de ellas, ¿Qué importancia puede tener cada una por separado? Solemos olvidar que la potencialidad de la respuesta es el verdadero valor de la pregunta, por encima del valor de la propia respuesta. Solemos olvidar que la diferencia entre pregunta y respuesta es solo un pequeño matiz de entonación, en todos los sentidos. Solemos olvidar que quién pregunta es parte de la pregunta y quién responde, parte de la respuesta.
   Aquella era una noche magnífica en una ciudad magnífica y yo estaba en la puerta de un antro magnífico, mugriento, ruidoso, oscuro y sucio. Como tantas otras noches. ¿He olvidado quién soy? Y como tantas otras noches, estoy acompañado, aunque a diferencia de la mayoría, hoy no estoy solo. Y me han hecho una pregunta...
   - ¿Qué me habías preguntado? - le digo con la voz que sé que ahora suena en su cabeza
   - Te he preguntado tu nombre - responde en voz baja - Esta noche estás dormido ¿eh?
   - Mi nombre es Frank Sinarte, y nunca he estado tan despierto.
Y el nombre de ella era Silencio.
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“Sic vos non vobis nidificatis aves...”
   Escribo en la mística quietud de un beat de jazz y, como la música, mi alma parece no despertar nunca, ni termina nunca de dormirse. ¿Y qué sentido podría tener ahora salir de entre las sombras? Ahora que ya he hecho de la mugre un lecho, de las lágrimas de tedio mi almohada y de la desilusión, mi último pasaporte. ¿Qué sentido podría tener buscar un sentido?
   Los tiempos de escribir por inercia terminaron. La gravedad que me unía a la metáfora no ha desaparecido, pero he aprendido a flotar como el humo. Así, me dibujo en cículos infinitos y ascendentes, consumiéndome en mi propia elevación. La sangre y la hiel no han desparecido de mi tintero, pero tal vez desaparecieron mis ganas. El fantasma de mi ambición aún no se ha exiliado de mi armario y los cocodrilos y las ratas me vigilan desde las alcantarillas de mi cuarto. Murmuran y asienten con la cabeza y tal vez deba darles la razón cuando dicen que estoy perdiéndola - la cabeza. El nexo que me unía con la realidad sí ha desaparecido pero en este mundo de apariencias he aprendido a disimular. Y escribir por inercia dejó paso a escribir por descarte. Y el fracaso con descaro dejó paso al fracaso con desgana... Mi sonrisa cínica murmura y asiente con la cabeza. Mi mirada perdida murmura y asiente con la cabeza. Los ojos muertos de mis paredes murmuran y asienten con la cabeza. Y tal vez deba darles la razón cuando me dicen que estoy perdiéndola - la razón.
   ¿Qué sentido podría tener ahora salir de entre las sombras? Ahora que, por primera vez, he encontrado un hogar. Ahora que, tras temerla, he aprendido a amar la oscuridad. Porque sólo entre las sombras, solo entre las sombras, es la verdadera luz visible. Y el Hombre sigue hecho a irónica semejanza de Dios, pues tuve manos sin ojos y hoy tengo vista y no manos. No obstante, si nunca vuelvo a aprender a hablar, dejaré Mi Obra escrita en Mi Sangre en los muros fríos de mi claustro. Es un sueño recurrente; una idea más que un sueño. Con los siglos envejeceré y me secaré como una flor marchita. Y con mi savia escribiré jeroglíficos en las paredes de mi pirámide. Pasarán muchos siglos más hasta que los descifremos juntos - en otros cuerpos, por supuesto. 
   Escribo con la mística quietud de un beat de jazz y, como la música, las palabras también mueren sin previo aviso. Escribo sentado en la línea de mi cordura con las piernas colgando. Y el vértigo nunca ha sido tan real. Y el vértigo nunca ha sido tan insignificante. Escribo asomado por fin a la ventana de mi mente y mi cuerpo se encoge ante un horizonte inefable. Escribo en el anatema de mis miedos y mis principios. Escribo desde el final de la escalera que desde el principio no llevaba a ninguna parte. Escribo, sin escribir, más de lo que nunca he escrito y más de lo que puedo abarcar a escribir. Tal vez ha llegado el momento de que deje de llegar el momento. Tal vez nunca fuimos especiales, pero ya he apostado tanto que no me puedo retirar.
   La fortuna favorece a los audaces, aunque tal vez no haya nadie que recoja mis laureles.
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Frank vs Frank (Deudas)
   Abre los ojos decía la dulce voz, pero cuando los abrí ya no había nadie...
   Hoy he tenido uno de esos sueños reales. Uno de esos sueños tan reales que al despertar he tenido que fumarme el cigarro de después. A veces pienso, cuando duermo de día, que tal vez estés tratando de viajar entre mis sueños. A veces pienso, si me desvelo de noche, que tal vez si me concentro podría llegar a visitar los tuyos. Y la erección de mi cerebro es más dura que tu desdén y por mucho que te engañe con otras nadie consigue bajarla.
   A estas alturas podría haberme enamorado tres o cuatro veces. Pero como un animal aburrido, solo te engaño con cualquieras cada noche. Cada noche de las que salgo, que ya ronda la frecuencia de lo que escribo, que ya ronda la freuencia de lo que follo. El problema de las personas es llegar a entenderlas. Tal vez por eso me enganchaste, ya que cuanto más te conozco, te desconozco más. Lo cierto es que todo sería más fácil si tuvieras la decencia de odiarme. Incluso he hecho méritos, así como los has hecho tú. Podría llegar a admitir el resto de mi vida escribir por tí mientras tu macabro silencio me condena. Pero el hecho es que la voz sigue sonando... Nunca ha dejado de sonar. Y a estas alturas de la batalla, tal vez es hora de asumir la derrota.
   En ese sentido, Frank ganó y perdí Yo. Porque Frank se quedó con Astrid para siempre mientras Tú y Yo solo nos miramos de lejos. Frank se quedó con Astrid, y con el whisky sobre sus tetas. A mí me ha dejado cerveza para un estómago podrido y chicas sin nombre para días negros. Éste donde estoy es un vacío desolador y el Tiempo, mi enemigo, hoy me castiga con su pausa. Y en este eterno domingo, pensé y pensé y aprendí lo que ya sabía: aprendí a quererte.
   Hoy solo espero que estés viajando, vagando sin rumbo, pues si lo tuvieras no serías Tú. Espero que estés conociendo hombres y mujeres peligrosos y extravagantes, insulsos e inteligentes. Espero que estés follando con todos ellos y destruyéndolos después, como el más bello y estremecedor cataclismo. Solo espero que solo te sientas sola los domingos, y me escribas. Que nadie cure esa enfermedad, y que no le cuentes el secreto a nadie. Quiero que vivas, rías, bailes y experimentes, porque sabemos que las deudas se pagan. Las deudas se pagan y el pasado siempre vuelve y sabemos que nos volveremos a encontrar. Y como tú esperabas las aventuras de Frank, yo estaré esperando las aventuras de Astrid. Tal vez en realidad eso es lo que somos, lo que siempre fuimos. Tal vez por eso, como los astros, nos consumimos cuando chocamos y solo sabemos brillar de lejos. Y tal vez Tú y Yo somos solo los daños colaterales del amor entre dos Dioses absurdos, locos y lúcidos. Dos niños explorando el Universo en una caja de arena mental.
   Hoy he tenido uno de esos sueños reales, de esos tan reales que parece que te recuerdan cosas. He recordado que las deudas se pagan y Tú y Yo volveremos a encontrarnos; tal vez ni Frank ni Astrid tengan nada que ver. Solo por si te pasara alguna vez, ya sabes lo que significa: las deudas se pagan. Y Tú y Yo nos debemos un polvo.
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