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En las madrugadas, los patrulleros se estacionan en los Burger King para dormir hasta que termina su servicio
Lo hicimos tantas veces que dejó de suponer una infracción a la ley. Porque siendo honestos, legal no era. Tampoco era un delito grave y tal vez alcanzaría la categoría de falta administrativa, pero no, pasar la noche bebiendo en un restaurante de franquicia, estoy casi seguro que no era legal.
Qué le podíamos hacer. Algunos andábamos los dieciséis y los más grandes rondarían por los diecinueve o veinte cuando mucho. Mario, Ray, Leo, Isaac, Ale, José, Diego y yo: todos trabajábamos en aquella sucursal de Burger King Las Águilas, a poca distancia de donde vivía un abogado que un par de años más tarde se convertiría en Presidente, según supe después.
Yo tenía pocos días de haber entrado a trabajar ahí gracias a Diego, mi primo; él ya algo me había platicado de estas tertulias y tal vez no le creí o no le puse atención, pero el caso es que para esta primera vez él dijo que había borrachera y yo dije va y ahí estaba, a las 10 de la noche de un jueves, sentado en una de las mesas vacías contemplando a los últimos clientes quienes se retiraron poco antes de las 11.
Al irse, acompañé a Diego a poner la cadena del estacionamiento. No pude evitar notar que solamente bloqueo uno de los dos accesos al restaurante. Mi primo puso aseguró todas las puertas con candados, excepto la de emergencia que solo se abre desde adentro y por donde nos metimos nuevamente al restaurante.
Mientras hacíamos esto, Ray e Isaac se fueron al metro Barranca del Muerto a comprar cerveza, tequila y tacos. Yo me di cuenta de esto hasta que regresaron y los vi entrando por la puerta de emergencia.
Casi a la medianoche aparece Leo, el porter. El porter es un tipo que trabaja durante toda la noche en estos restaurantes haciendo una limpieza general, desengrasando suelos, y tallando nuevamente todo para que al otro día esté reluciente. Su horario de trabajo es desde la medianoche hasta las 6 de la mañana del día siguiente, o hasta las 7, dependiendo de lo que se tarde en acabar; ni un minuto después porque a esa hora todo ya debe estar listo. Obviamente esto casi no sucedía así, me cuenta Leo.
El resto del grupo termina su turno y sale al comedor. Se cambian los uniformes grasientos por la ropa grasienta del diario, y canjean la actitud de trabajo por el hambre y las ganas de chupar. Roban un bonche de servilletas de los insumos y sacan los vasos de colores reservados para los empleados. Entre el cargamento de Isaac y Ray veo botellas de tequila pero no refrescos. Pienso que no voy a beber esa madre sola, pero justo en ese momento me doy cuenta que dos boquillas de la máquina de refrescos siguen instaladas: el de refresco de Cola y el de toronja. No íbamos a gastar en pinches refrescos teniendo las máquinas aquí, wey, me dice Diego.
Él y José siguen terminan de limpiar el lobby mientras el resto de nosotros fumamos y esperamos a que terminen. Además de vacío, el lobby está casi a oscuras, por lo que los colores chillantes que llaman la atención durante el día están totalmente opacos y esto se parece más a una bodega abandonada que un restaurante. Las únicas luces encendidas son las de la cocina, las oficinas y los baños; el resto de las áreas -comedor, lobby, estacionamiento y terraza- están apagadas y apenas alumbradas por la luz amarillenta de los postes de la calle y el esporádico destello blanco de las luces de los autos que pasan por la calle.
El restaurante está bordeado de ventanas, un truco para que los mocosos, atraídos por las coloridas resbaladillas, obliguen a sus padres a entrar.
Diego y José por fin terminan de limpiar, y alguien me ofrece otro cigarro mientras acomodamos la mercancía la única mesa del comedor donde es virtualmente imposible que alguien nos vea desde el exterior. Estos weyes tienen todo bien cuadrado.
La primera corcholata cae al suelo, el primer taco se muerde y el primer tequila se vierte en un vaso, y de un momento a otro todos estamos platicando. Leo no tarda en unirse a nosotros, dejando su chamba para más tarde.
…
La oscuridad del restaurante y las sombras que provoca la poca luz me hacen pensar que tanto me cagaría de miedo si tuviera que trabajar como porter. Justamente en eso divagaba cuando escucho a Leo exponer el chingo de episodios que ha presenciado. Junto con Ray (quien trabajaba de porter antes que Leo y lo cubre en sus descansos) ambos relatan sus anécdotas sobrenaturales.
Por ejemplo, dice Ray, la niña del play (una variante más de las historias en que el ánima de una niña (o niño) se aparece en algún lugar). Según ellos, el silencio de la madrugada ocasionalmente se rompe con el ruido de niños jugando en los toboganes, risas y pasos desde el área de juegos.
Según Leo, una vez le tocó ver a la niña a través de la cámara de seguridad de las cajas. Explicación rápida: en estos restaurantes, las cajas de cobro tienen una cámara de seguridad en perpetua toma cenital que vigila que los empleados no roben. Esa cámara permanece encendida todo el tiempo y manda la señal de video directa a un monitor en las oficinas.
Una noche, Leo pasó afuera de la oficina, trapeando o algo. “Quien sabe por qué”, dice, “volteo al monitor y veo a una niña, chiquita, como de unos cinco años, que solo se queda ahí viendo hacia la cámara y al segundo siguiente ya no está”. Dice que salió a asomarse pero que ya no había nadie.
¿Y luego?, le preguntamos. Pues nada, contesta, seguí en lo que estaba haciendo.
Cuenta otra: también pasa que se activa el auto. Segunda explicación rápida: por auto se refiere al sistema de 'drive thru', que activa un timbre cuando un auto se acerca a la bocina para ordenar. El timbre tiene un volumen altísimo porque debe escucharse sobre todo el ruidero que significa un restaurante en hora pico. Ahora, imaginar ese sonido en la calma de la madrugada mientras estás absolutamente solo en el restaurante, no es una imagen agradable.
-Ese ruido luego se activa solo- dice Leo.
-¿Y no sales a ver qué es?- pregunto.
-¿Tú saldrías?
-No.
En ese momento, como por invocación, el maldito sonido del auto se activa: una patrulla con la torreta apagada entra al estacionamiento y ahora se acomoda en uno de los lugares justo detrás del edificio. Ray me explica entonces que a veces el auto se activa porque los patrulleros entran a estacionarse, duermen unas horas y se van cuando clarea el día y sus horas de servicio han terminado. Inquieto, le pregunto si no nos meteremos en problemas por estar tomando dentro del restaurante, pero Ray dice que no, que los policías solo van a dormir y se largan por la mañana. Recuerdo que Diego bloqueó solo uno de los accesos al estacionamiento y ahora entiendo por qué. Yo no te vi, tú no me viste, un paro mutuo.
Seguimos chupando y nos soltamos más, echamos desmadre, carcajadas, bromas, y la disque tensión por lo sobrenatural se va a la verga.
Quien sabe quién propone que nos metamos al play. Estamos ebrios y nos parece una buena idea. Diego me dice que agarre una charola en las que entrega la comida a los clientes. Nos metemos la zona de juego para niños, subimos nuestros cuerpos pesados para los que esta madre no está diseñada y nos lanzamos sobre charolas hacia la oscuridad casi total del tobogán principal. La negrura de cilindro retorcido se alumbra por fracciones de segundo gracias a las chispas de electricidad estática que generamos con la ropa. Un efecto bastante llamativo.
Nos lanzamos una vez, y otra y otra hasta que suceda cualquiera de las siguientes: que nos cansemos, que el movimiento y el alcohol nos dé náuseas o que rompamos la charola.
Salimos de esa madre más borrachos y apendejados de lo que entramos, y volvemos a beber y hablar de estupideces. Se retoman pláticas de borracheras anteriores entre ellos, me preguntan sobre mi, qué hago, por qué no había ido a otras de esas pedas, y seguimos bebiendo hasta que el tequila se acaba y todos nos quedamos con una cerveza.
Obviamente también hablamos de morras. De una en especial que trabaja ahí con nosotros y que yo no identifico aún, pero de la que más de uno está enamorado. Los que ya le pegan a los 20 años de edad (como si eso importara para algo) se limitan a decir que es bonita pero muy morra. Otros confiesan que les late y uno más dice que la ama muy cabrón (como si también eso, a esta edad, importara). Yo, mientras tanto, intento ubicar de quién hablan y cuando por fin sé a quien se refieren, automáticamente me identifico en el lado de los enamorados. Pero no lo digo. Cosas del destino, con esa chica yo perdería la virginidad meses más tarde.
…
Ya casi son las cinco de la mañana y Leo se pone a trabajar a regañadientes. A quienes no nos ha tumbado el sueño seguimos platicando mientras en el exterior, la calle va tomando frías tonalidades azules con las primeras luces del viernes. Una vez más la alarma del auto suena y la patrulla pasa veloz por la ventana a la que está pegada nuestra mesa, llena de botellas vacías de cerveza y tequila, colillas de cigarro, los restos de la charola que rompió Isaac, tacos fríos y mucha basura.
Despertamos a los dormidos, limpiamos la mesa, vamos al baño a echarnos agua en la cara y enguajarnos el sabor a refresco de toronja, cerveza y tabaco. Esa misma rutina se repetiría varias veces más mientras trabajé ahí e incluso después de eso con nuevos personajes y anécdotas, aunque siempre siendo una variante de esta noche.
Finalmente, cagados de sueño y con los ojos apenas abiertos, salimos a la calle donde nos golpea el gélido aire de la mañana del 24 de diciembre de 2004.
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NORMAL
Ella era normal. Se veía normal, tenía una sonrisa normal y un cuerpo normal. Su plática era normal, sus ambiciones eran normales y su nariz era normal. Su cabello, sus uñas -las veinte- también eran normales. Su boca y lo que decía era normal. Sus brazos eran normales y su mentón era normal. Sus rodillas eran normales, al igual que sus muslos y tobillos. Sus sueños eran locos, tan locos como suelen ser los sueños normales. Toda ella era normal. Era mi normal. Y yo nunca me cansaría de tanta normalidad.
Jamás necesito ser otra cosa para que yo la amara.
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Sobre la vida en el Universo
Tal vez ningún otro planeta en el resto del Universo tiene las mismas condiciones que la Tierra para el desarrollo de lo que hemos llamado vida. Tal vez los procesos de respiración, la reproducción a nivel celular, el delicado equilibrio de los ecosistemas donde cada elemento es necesario y la 'muerte' de los organismos - al mismo tiempo un proceso necesario para el ciclo vital- son las reglas fundamentales para la vida en este planeta
¿O será que esas condiciones solo funcionan en este planeta? ¿Por qué no? Tal vez, en otro cuerpo celeste, lo que aquí mata a los seres vivos allá los ayuda a sobrevivir; tal vez como aquí es necesario un porcentaje de agua para que un cuerpo sobreviva, en otro lugar, a años luz de nosotros, deshidratarse continuamente sea condición vital para la supervivencia.
Tal vez esos otros seres u organismos no funcionan bajo la misma lógica y, honestamente, no tendrían por qué. Las medusas, por lo que sabemos, podrían ser inmortales ¿cómo lo logran? Seguro que hay alguna explicación al respecto que desconozco, pero de lo que estoy seguro es que se trata de algo sorprendente y casi increíble. Y si hay explicación para eso, entonces creo que habría una para la cada una de las hipotéticas vidas en la vastedad del Universo
Somos pequeños, mirruñas casi insignificantes que no han pueden terminar de explorar la totalmente el planeta donde viven porque estamos físicamente impedidos para esa tarea. Por ejemplo, el fondo del mar. Apenas arañamos todo lo que hay que saber sobre los seres que residen en las profundidades del océano; cada que se descubrimos a algún nuevo espécimen, nos sorprende como si fuera ser venido de otro mundo.
Y nuestra sorpresa obedece a que, en tanto algo nunca visto antes, necesariamente aprenderemos algo nuevo de eso; algo que puede cambiar las leyes de la ciencia. Quizá descubramos una enzima que solo pueda metabolizar el organismo de una nueva especie de atún que hiberna mientras nada en aguas con una temperatura específica durante cien días, y puede que la asimilación de esa enzima desarrolle un veneno letal como defensa para los depredadores del atún, veneno que podría ayudar curar el cáncer de los humanos si se lo unta en la garganta del enfermo. Tal vez, algo así podría suceder porque no hemos terminado de entender nuestro mundo.
Y si todavía no alcanzamos a conocer todo lo que en este mundo hay, ni comprendemos cómo hace para vivir todo lo que en este mundo vive; si todavía existen cosas que escapan a las categorías establecidas por los seres humanos, ¿con qué autoridad nos atrevemos a cancelar la posibilidad de vida en otros puntos del Universo?
La cuestión resuena en mi cabeza mientras imagino que en un mundo de otra galaxia lejana, una nube de flotante pasto morado que levita a unos metros de la superficie, se hace exactamente la misma pregunta.
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La Piloto
Camino de regreso a la casa. Al pasar, por la última cuadra veo a un morro talacheando su nave mientras el gangsta rap que escupen sus bocinas aporrean los vidrios de las casas vecinas. Unos metros antes está la guapa de ojos verdes que solía ser el anhelo todos los fuimos niños junto a ella; después de tener un hijo, su cuerpo ya no es aquella brillante promesa adolescente y a sus veintipocos ya se ve como señora. Pero la mirada, ese par de esmeraldas que contrastan con la tez rojiza de su rostro, sigue igual. El verde profundo de sus ojos sigue siendo capaz de sacar del ensimismamiento al caminante despistado que le encuentre la mirada. El sol sale y se esconde y vuelve a salir y se vuelve a esconder antes que llegue a mi puerta. Cuando entro a casa, abro las ventanas y se cuela el ruido del ensayo de unos punks en la colonia de enfrente. Tocan covers de la banda española Sin Dios.
Este es un domingo cualquiera, un buen domingo, aquí en la Piloto.
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Pensamiento flash
A las 3:27 am, afectado por las madrugadas en fiestas, con olor a marihuana y alcohol rodeándolo y un montón de adultos, o lo que a uno le parecen adultos cuando tiene 17 años; perdido todavía en los trips canábicos, recitando para sí mismo los trayectos del día, los cómos y los porqués de estar sentado donde estaba sentado y encontrar sentido a las percepciones, descifrando por qué aquél tipo se le quedaba viendo de tan extraña manera mientras la chica tomaba su mano. Pensó que tal vez le querían golpear, tal vez hizo algo sin darse cuenta mientras estaba viendo aquella televisión con un interminable concierto de La Polla Records. Ellos dicen mierda nosotros amén. Vámonos ya. Voltea a ver a su hermano y sus amigos que siguen fumando de una manzana. Se apura a aprender la técnica que seguro algún día le reportará alguna utilidad. Tengo una chica yeyé que se masturba con el pie. Eso suena mejor, cambia el sentido, recuerda la historia de esa canción, no recuerda la historia de la canción. Surf. Fresón rebelde. 3:28 am
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Todo el pinche mundo es un carrusel enloquecido sabor a vodka y jugo de mango
Subimos por más cigarros, cervezas y un preparado de vodka que quería la novia de Mau.
- Me cagan esos pinches tragos culeros que ni empedan, para eso que mejor se compre un Sprite`- dijo El Gallo, medio enojado porque lo hicieron salirse a media fiesta.
- Pues sí, pero ya ves, por lo menos Mau nos aflojó más varo para comprar otros fifos – respondí.
Mientras subíamos las escaleras del andador para llegar al Oxxo de la avenida recibí un mensaje de Ele para avisarme que ya estaba en la parada de camión donde quedamos de verla. Se me había olvidado, es más, ni pensé que fuera a ir a la fiesta pero igual la invité y resultó que sí vino. “Ahorita vamos por ti”, contesté.
Llegamos a la avenida donde Ele esperaba. Iba maquillada (raro) aunque muy discreta, y vestía la chamarra negra que únicamente se quitaba a la hora de meterse a trabajar al restaurante. Esa chamarra me servía siempre como señal para saber si había llegado a tiempo a su turno. Junto a Ele esperaban Alex, Sergio y Luis, un tipo que trabajaba con Ele antes de que la conociéramos.
Luego de los saludos y las presentaciones de rigor nos fuimos al Oxxo donde, además de lo que nos encargaron, los recién llegados compraron dos cajetillas de Delicados, un encendedor y aprovecharon la promo de un vodka chafón con un litro de jugo de mango de regalo. Ele tenía algo de hambre y se compró un par de burritos que comimos juntos mientras caminábamos de regreso a la casa del Mau. La verdad, esas madres me asqueaban. Pinche masa disque de frijoles, harina y queso, horripilante, pero la neta si quería chupar sin que me pegara demasiado necesitaba tener algo en el estómago, aunque apenas pude terminarme la mitad.
Entramos de nuevo a la fiesta y la peda continuaba, aunque muy relax porque la familia de Mau era más bien tranquila. Siempre se agradece que no haya malacopas en los festejos.
Nos dirigimos hacia nuestro grupito que se acomodó en una esquina del patio. Ahí estaban Mau, su novia, Giovanni, Julio y El Negro, amigos y primo del Mau respectivamente, y con quienes rápidamente – y con algo de ayuda del alcohol – congeniaron con Alex y Sergio y hasta los invitaron a echar la cáscara de tu un día de estos.
Mientras tanto, Ele, Luis, El Gallo y yo conversábamos de pendejadas y criticábamos la música culera que las primras de Mau habían puesto Héroes del Silencio, Koda, Caifanes, La Casta y Cafeta, pero ni siquiera eran las rolas chidas, sino las más cutres y choteadas. Chale.
De un momento a otro yo acabé platicando con Ele
- Mira, me compré este disco hoy – me dijo sacando un disco envuelto en celofán y con una fotocopio como portada.
- ¿Dónde?
- Hace rato fuimos al Chopo, fuimos en la tarde– dijo Ele. A ella le encantaba ira a esa madre y convivir con los punks que, la neta, a mi se me hacían bien pendejotes.
- Chale y no me invitaste, quería comprar unas cosas – le reclamé.
- Pues nunca vas – respondió y volteó a ver a Mau – a ver si ahorita lo ponen, ¿no?
- Simón, no hay pedo - le contestó Mau.
Al mismo tiempo, los amigos de El Negro, Alex y Sergio ya eran grandes valedores, hallaron una vieja en común que había andado con varios del grupito y su plática derivó en esas charlas de borracho sobre morras
- El mundo es un pañuelo, ¿verdad?– me dijo Julio
Terminó “La célula que explota” de Caifanes y hubo un cambiazo de música: comenzó a sonar una rola skate punk acelerada y malgrabada. El Mau salió de la salita aquella y nos hizo señas de: ‘ahí’sta tu disco’.
- Suena chingón, eh – le mentí a Ele
- Obvio, wey – contestó Ele con suficiencia – Se lo compré a una bandita que andaba vendiéndolo ahí para hacerse promoción.
Encendí un cigarro y abrí la siguiente chela; Ele me pidió una para ella y otra para Luis, y brindamos. Después de dos canciones, como siempre pasa, el género comenzó a aburrir, y como a la mitad de la tercera rola, una de las mareadas primas del Mau se ha de haber hartado porque se metió a la sala y puso pop mexicano, del más culero: Kabah, OV7 y todo eso. Miré a Ele y solo levantamos las cejas al mismo tiempo.
- Aguanten, al rato ya se meten y ponemos otra vez su disco - nos dijo el Maual ver nuestro gesto.
Lo culero fue que una hora después, el Mau terminó siendo el primero en irse a su cuarto, pedísimo, y tuve que acompañarlo para que no fuera a darse en la madre en el camino. Ele me acompañó para ayudarme a abrir la puerta y ayudar también a la novia de Mau, que ya iba más dormida que despierta.
La novia de Mau nos dijo que ella lo acostaba y los dejamos solos, pero nos pidió que no hiciéramos ruido al salir para no despertar a nadie. Ele y yo salimos del cuarto y al atravesar de nuevo sala escuchamos los ronquidos del papá de Mau.
- No mames, hasta creen que esos señores se van a despertar por una chingada- le dije a Ele.
II
Quedaba una tercera parte del pomo de vodka y Luis, el amigo de Ele, estaba bien jetón en su silla. El Gallo se había unido a un grupito de los primos de Mau y platicaban de mota y drogas blandas. Le pedí otro cigarro y me dijo que ya casi no quedaban, le dije que sin pedos, después subíamos por más.
Ele y yo regresamos a nuestro lugar y me platicó de sus cosas: que si su hermano iba a ser papá, que si en su casa ya casi no cabían, que qué chido que mañana no trabajamos, que estaba bien pendejo porque me aún no había escuchado a Bad Religion, y ese tipo de cosas.
Me hizo un gesto señalando a El Gallo, que el cabrón andaba sobándole la pierna a una prima de Mau, como diez años más grande que él.
- Pinche vato, como perro, nomás viendo que se cae de la mesa – le dije entre risas
Ella se rio pero me echó una mirada recelosa como queriendo decirme que seguro yo era igual. Las chelas se habían terminado, pero alcanzamos a apañar el vodka restante y el litro de jugo. Ele me propuso que metiéramos a Luis a dormir a la sala de la casa, y justo en ese momento El Gallo se levantó de su lugar de la mano de la prima del Mau, me miró con pinches ojos de ‘a huevo puto, ya chingué’ y se clavó en el cuarto más alejado de la casa.
De repente solo quedábamos Ele, El Negro y Alex, aunque los otros dos vatos ya estaban casi fulminados y cantando rancheras. Las primeras horas de la madrugada te ponen así.
Volví con Ele a donde estaban nuestros tragos y nos servimos más. Justo ahí era el momento en que uno le juega al equilibrista y puede tomar más y valer verga o pararle y conservar su dginidad. Pero a quien podría engañar: hay veces que, por más que uno quiera moderarse, quién sabe de dónde saca lo pendejo o lo valiente, y órale cabrón, de un putazo lo que queda de tu copa; gestos, quemazón de la garganta, pero no hay pedo, síganle, échenme la otra. Y la otra. Y la otra.
III
Hacía un buen que todos se habían ido a dormir y solo se escuchaba la estática de los cables conectados al estéreo, listos pa tocar la siguiente rola que jamás llegaría porque ya nadie ponía música. En el patio, solo las carcajadas ebrias de Ele y mías se escuchaban y, a veces, uno que otro perro ladrando. Como fritos totales con tal de seguir tomando, nos chingamos una botella de Bacardi del papá de Mau, y le dimos su segundo aire a varios cigarros a medio terminar. Ya eran casi las seis de la mañana.
- Puta madre, ya es bien pinche tarde, ya vamos a jetear, le dije a Ele.
- Sí, vamos – me dijo con una sonrisita sosa.
Entré a la sala donde Luis estaba dormid, apagué la consola de Mau y salí de la sala. Ele me esperaba recargada en la pared y fumando uno de los cigarros reciclados. Me acerqué medio tambaleante y me tomó de brazo.
- Vamos, pero agárrame por si me caigo – pidió.
- Uta, a buen árbol te arrimas – contesté. Ella solo rio.
Atravesamos el patio hasta llegar a la escalera de la casa de Mau. Por fortuna la luz gris de la madrugada ya nos hacía un poco el paro para bajar, pero aun así, lo hicimos lentamente.
Entramos a la casa con todo el sigilo que la ebriedad nos permitió y Ele me tomó de la mano. Caminamos hacia el cuarto de Mau donde su novia había tendido una colchoneta para que Ele durmiera (“Tú te quedas en la sala, porque si me jefa ve que se duermen juntos me va a cagar” , me había advertido Mau). Al pasar frente al cuarto de sus papás, nos dimos cuenta que estaba abierto y que la cama estaba perfectamente tendida.
- ¿Qué no estaban dormidos? - le pregunté a Ele
- Ya se han de haber ido mientras estábamos chupando. Chale qué pena – me respondió.
- Ni modo – dije – va pues, ya métete a dormir.
- Pero ¿y tú?
- Allá, Mau me dejó unas cobijas en el sillón.
- No mames.
- En serio.
- Bueno, ¿hasta mañana?
- Claro.
- Oye…
- ¿Qué pasó?
Sentí el madrazo de la boca de Ele estampándose en la mía y alcancé a ver como cerraba los ojos en el proceso. Olía a jugo y alcohol y a ella; por fortuna, no mucho a cigarro. Me abrazó mientras le metía velocidad a su beso. Caí en la cuenta que yo seguía ahí, parado como pendejo con la boca apenas entreabierta y las manos en los bolsillos. Chingue su madre. Abrí la boca mientras de un tirón la levanté de las nalgas y ella me rodeó la cintura con sus piernas. Subió sus manos hasta mi cara y me mordió el labio, caminé hacia atrás hasta entrar en el cuarto de los papás de Mau. Di la media vuelta y nos dejamos caer en la cama. Cama voladora mis güevos: todo el pinche mundo era un carrusel enloquecido de vodka y jugo de mango. Nos quitamos los zapatos con los pies mientras yo abría el cierre de la sudadera de Ele. Ella jugaba con mi cabello y de vez en cuando daba unos jalones, mientras yo sentía la bocanada del aire de su risa en mi boca, acariciaba su ombligo con un dedo y ella me quitaba la chamarra. Se dio la vuelta dejándome boca arriba y se terminó de quitar sudadera, blusa y bra, al tiempo que yo me quitaba la playera y la chamarra. De esas veces que apenas con una ojeada una imagen se te clava en la memoria: Ele me sonreía desde arriba mientras me acariciaba la barriga y sus dos tetas (algo picudas) brincoteaban por su respiración agitada. Se dejó caer sobre mí y nos pegamos torso con torso mientras le agarraba la teta izquierda con la mano. Mordí su cuello y ella me correspondió masticándome el hombro. Reí. Intenté desabrochar su cinturón pero tengo una mano izquierda bastante pendeja. Ella rio también, mientras ocupaba las dos en abrirme el cinto y el pantalón. La faena continuó furiosa y cogimos como pinches locos poseídos.
La cabeza no paraba de darme vueltas, pero eso extrañamente no me molestaba. No sabría decir si seguía pedo o qué pedo. Los sabores bucales desaparecieron en una mezcla que se volvió insípida aunque agradable y quisimos alargar el momento con otra ronda de besos, aunque más lentos y con menos euforia; nos aburrimos luego luego. Ele me tomó la mano y la apretó. Yo le rodeé el cuello con el brazo sin soltarla. Se acomodó sobre mi axila y por un momento pensé que se iba a dormir, pero se levantó y viéndome a los ojos, me pidió: “No le vayas a decir a tu novia”.
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Feels like sunday
- Pero vive bien pinche lejos, güey, ¿no te da hueva?
Y pues sí, la neta ella sí vivía bien pinche lejos y tener que moverme desde mi cerro al poniente de la Ciudad hasta las siempre salvajes tierras del sur, donde ella radicaba, me tomaba al menos un par de horas. Estaba cabrón, pero francamente no me importaba. Tampoco es que tuviera un chingo de cosas en que invertir mi tiempo en esos días y, además, admito que yo siempre quería verla.
Idiota y enamorado como estuve durante ese año, las dos horas del viaje eran lo de menos y me valía verga de la misma manera que la escuela, la chamba, o los domingos. Los pinches domingos y su inherente tendencia a valer verga. En fin.
Mis compas siempre se sorprendían cuando les decía de dónde era ella. Quizá porque desde siempre me tuvieron como un huevón ejemplar o porque sí estaba muy lejos, pero ellos no sabían, no topaban que valía el camino para verla. Ni siquiera era por ir a coger (bueno, un poco sí) pero valía madre si nomás llevaba lo de los pasajes y algunos pesos más, el objetivo era estar con ella. Seguro saben a lo que me refiero, y si no, que lástima, porque hay momentos en que puedes no hacer absolutamente nada y eso es todo lo que tienes que hacer.
Otro de los puntos a favor era que, si jugaba bien mis cartas, podía alargar la tarde hasta bien entrada la noche y, si su madre había salido a bailar y no llegaría a dormir, ella me decía que me quedara. Ahí sí, no era tanto por tener sexo porque ya toda la tarde la habríamos invertido en eso, sino por el hecho simple de poder dormir con ella. Sí, ya sé, es un pedo es cursi as fuck, pero ¿y qué? Total, eso era lo mejor. Quedarme a dormir con ella mientras su prángana perro se acurrucaba a nuestros pies.
Recuerdo que me encantaba verla alistarse para dormir. Desde muy temprano en nuestra relación, ella supo que era aficionado a verla desnudarse. No tenía importancia su humor: podría estar emputadísima, supercontenta, callada, sonriente, amorosa, con un chingo de hueva o como fuera, pero ver como se poco a poco se quitaba la ropa, los pliegues de su piel, las poses naturales que nunca salen en las fotografías, las rosadas plantas de sus pies, hasta que apenas quedaba vestida con apenas una camiseta y pequeños calzones con resortes de colores, para mi era El Pedo.
Cuando eso pasaba, perdía yo toda capacidad de discernimiento y raciocinio. Me limitaba a mirar, solamente a mirar. No encerrábamos su alcoba pintada de rojo alumbrada apenas por una luz amarillenta que se proyectaba desde la cabecera de su cama y me dejaba ver su figura plagada de sombras. Yo solo la miraba. Ni siquiera le pedía que lo hiciera lentamente ni esas pendejadas. Total, el ansia por su carne ya la habría saciado, que es lo mismo que decir que ya no estaba tan caliente, así que no había prisa ni urgencia. Era un pedo más íntimo, más de confianza. Más de amor, si me lo permiten.
En mi interior pedía que ojalá nunca se acabara el tiempo. Ya sé, ya sé, strike dos de cursilería, perdón.
Recuerdo que a la medianoche de un domingo, el más culero de los domingos, mientras ella se metía a las sábanas conmigo y se enganchaba a mi torso, me dijo que le cagaban esos días. Ella estaba de vacaciones y al otro día no tenía nada que hacer, pero eso no importaba porque, cuando le señalé este hecho, se limitó suspirar largo y triste e inmediatamente me besó en la mejilla. Decidí pasar por alto la condescendencia y la rodeé con el brazo, pues a esas horas yo ya tenía un poco de sueño y nada de ánimos de profundizar en el tema. Estiré el brazo para apagar la lámpara, pero ella tomó mi mano y colocó su mejilla en mi palma.
- No la apagues, porfa – me dijo. - Bien - respondí, un poco contrariado. - Oye… - ¿Qué pasó? – pregunté. - ¿Te puedes quedar despierto en lo que me duermo? - solicitó ella en un tono absolutamente vulnerable, como nunca la había escuchado.
Me sentí en una película donde el papá se queda vigilando tiernamente el sueño de su hija a la que acaba de rescatar de una gran amenaza. Una película que seguro protagonizaría Bruce Willis, Mel Gibson o algún pateaculos veterano; pero yo solo era un mocoso con cabello largo, la cara más de puberto que de hombre y con músculos que eran apenas una sugerencia. Contesté afirmativamente con la voz más grave que pude y cuadré mi postura para que ella se acomodara. Ella solo dijo “gracias”, dejó pasar unos largos segundos, me abrazó muy fuerte y otra vez dijo “gracias”. Se durmió a los pocos minutos, cuando ya mis párpados también bajaban el telón y ya con los ojos cerrados mi mano ciega apenas alcanzó a apagar la luz. Escuché a su perro suspirar largamente.
Me despertó una sensación de humedad en el pecho. Volteé a la ventana y vi que ya no era de noche pero tampoco de día. Hacía frío y noté aún más los puntos mojados sobre mi torso. No tardé mucho en descifrar qué pasaba. Un sorber de mocos rompió el silencio y unos temblorcitos que más parecían una vibración me empujaban de la cama. Quizá lo que me despertó fueron esos movimientos frenéticos de su cuerpo junto a mío. Pese a que yo percibía claramente la agitación, tan poquito se movía ella en la cama que ni siquiera su perro parecía haberse dado cuenta de que su dueña lloraba. Y ni pedo, el héroe de película que me había creído horas antes se derrumbó y no supe qué hacer. Pregunté qué le pasaba, pero ella continuó su retahíla de gimoteos sin responderme. Quise prender la luz y antes de que pudiera hacer cualquier cosa ella me contempló un oscuro segundo y se lanzó de boca contra mi cara para besarme profundamente. El mundo dejó de tener pilares, creencias y ciencias; no importaba si un coloso fuera el encargado de llevarlo en hombros o si la fuerza gravitatoria de nueve cuerpos celestes lo mantuviera dando vueltas en un rincón del Universo: todo podía ser posible porque nada tenía sentido. Su urgencia por quitarse la blusa y hacerse a un lado la pantaleta le ganaron a mi lentitud en quitarme el bóxer. Apenas había tenido chance de medio componer una erección decente cuando ella se sentó y sentí sus pulgares apretándome la sien. Jamás he sido menos participativo que aquella vez que, como era de esperarse, terminó apenas minutos después de empezar. Como único indicio de que había sucedido, ella se aferró a mi cabello y yo solo alcancé a prensar su cadera con las manos. Así estuvimos un rato hasta que ella se acurrucó en mi pecho y, todavía con la respiración agitada alcanzó a balbucear “te amo”, Me beso nuevamente y se volvió a dormir.
Yo ya no pude volver a pegar el ojo y me quedé despierto mientras el sol salía por completo.
Ella se despertó poco después del amanecer y me dio los buenos días, tan sonriente como el día que la conocí. Nos vestimos y la seguí a la cocina donde solo la contemplé sirviendo cereal y leche en par de tazones. Dije poco o nada, medio comí el cereal y batallando por callarme todas las preguntas de la madrugada anterior. Cobarde.
¿Por qué siempre que pasan estas cosas uno tiene que pretender que no pasó nada aunque todo el puto universo se revolvió durante unos minutos? ¿Por qué esa manía de hacer como que nadie lo ve y como que nada pasa? Claro que siempre es válido intentar que los momentos de catarsis sean menos incómodos, claro que todos preferimos evitarnos las preguntas raras, claro que a nadie le gusta que le recuerden los momentos de tensión y mucho menos que le pregunten sobre temas que lo hacen parecer débil. Por supuesto que a nadie le gusta admitir que algo que le da miedo. Pero, carajo, tantitos huevos no hacen daño y preguntar algo tan sencillo como ¿Qué pedo contigo? Creo que eso resolvería un chingo de problemas. O igual y no y sería abrir la Caja de Pandora personal. Ya ni sé.
Esa fue la última vez que estuve en su casa. Le perdí la pista por un mes y cuatro domingos después fue a buscarme al supermercado donde me había metido a trabajar. Sin besos ni saludos de por medio me dijo que teníamos que terminar. Cinco minutos y listo, todo se fue al carajo. Dijo que se tenía que ir de viaje, o una mierda parecida, no recuerdo, pero la cosa es que era un decisión tomada, indiscutible y no había lugar a dudas. Poco tuve que decir ante la contundencia de sus palabras, y ninguna defensa tuve para la dureza de su mirada me gritaba en silencio que mejor era dejarlo así. Sin reclamos, sin argumentos.
Y pues sí, de pinche zoquete insulso, acepté. Me hice el que no le importaba y me fui a repatear árboles al parque para sacar la furia. Dije y maldije, pero igual no regresó. No es que ella fuera mi vida, pero el pinche rencor es lo que se acumula. Ego herido, humano al fin, me gusta pensar.
Alguna vez pensé en buscarla pero, aún con lo puto que me porté, tuve orgullo y no lo hice. O igual eso fue más puto todavía. Para cuando doble las manos y fui a su casa - dos horas de camino – comprobé que era verdad que se había ido de viaje, o al menos eso me dijo el vigilante del edificio porque no me dejó pasar. Ya no volví a ir porque, la verdad: qué pinche hueva, vive bien pinche lejos. A dos horas.
Me tomó casi un año medio quitarme su recuerdo de la cabeza. Casi un año y medio para borrar las fotos y tratar de olvidarme de su alcoba roja y la luz amarilla bañando su cuerpo. Pero nunca me olvidé de su tacto ni de su mirada ese oscuro y maldito segundo.
Ahorita puedo decir que casi me vale verga igual que puedo decir que casi no la extraño y que casi se me olvidó esa madrugada en que el universo demostró una fracción de su locura. Y digo casi porque una vez cada seis días, todos los domingos que me tocan vivir me la recuerdan. Incluso a veces, hasta un lunes, como hoy, se siente como el pinche domingo.
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Eduardo Galeano
A los quince años, mi hermano era la única persona que se preocupaba por mi. No me malentiendan: sé que mis padres siempre me quisieron al igual que el resto de mi familia y de mis pocos amigos; sin embargo, mi hermano era la única persona que realmente me conocía en ese momento en que yo era el tipo más hermético, deprimido y asustado del mundo. La mitad de todo lo que sé del mundo, antes y ahora, la aprendí gracias a aquél adolescente flaco que apenas rebasaba la mayoría de edad.
Un día de aquellos, él me dio un libro que, según recuerdo, su novia le había regalado, y me ordenó leerlo. Se llamaba Patas Arriba. La escuela del mundo al revés, y lo escribió Eduardo Galeano. Y Ahí comencé a aprender la otra mitad del mundo. Mentiría si dijera que en ese momento entendí el libro y lo devoré con avidez. No, lo que pasó fue que tardé más de un año en terminarlo y aunque lo acabé, mi cabeza no registro nada.
Un par de años después, mi hermano insistió con más libros de Galeano: El Libro de los Abrazos, Bocas del Tiempo y la trilogía de Memoria del Fuego. Y, entonces sí, comencé a beberme esos libros. Aún seguía siendo un tipo hermético, pero ahora ya no estaba tan asustado ni tan deprimido. Ahora sabía que había un mundo enorme, herido y amnésico, al que continuamente se quería apretujar entre una armadura de injusticia y reglas sin sentido, armadura que, sin embargo, está perforada por pequeñas ventanitas a la felicidad. Esas ventanitas son los niños, el futbol, el baile, la música, la comida, los recuerdos y la memoria, los amigos, el vino, la noche, el calor, el amor, el mar, los libros, la lluvia, los abuelos, los huecos de los árboles, los besos, el pasto, la mitología, los chistes. Las mujeres y los hombres. Ventanitas que son universos vistos por el ojo de la cerradura.
Mi historia con Galeano durará hasta que yo también me muera. Estuvo en amores y dolores, y lo he compartido con las personas a quienes verdaderamente amo en el mundo. Me ha acompañado y se ha quedado en mi manera de escribir para siempre porque, al igual que Pancho Villa adoptó el nombre de quien le enseñó a leer, escribir y robar, yo hice mía esa forma de sentir y describir la realidad.
No estoy seguro si es bueno o malo que la primera entrada de un blog sea por una noticia tan fea, pero lo cierto es que desde anoche no podía dormir y no sentía ninguna tranquilidad. Sentía ganas de hacer algo pero nada me salía. Y sí, quizá haya muchas explicaciones mi estado emocional de anoche, pero, como en todas sus historias, yo elijo creer que la extinción de su vida algo tuvo que ver en todo aquello.
Sigo estando muy triste por su muerte, pero sé que el mundo que él me enseñó a querer y por el cual ninguna lucha es pequeña, pronto me sorprenderá con algo hermoso para disfrutar.
Y cuando eso pase sabré que estás ahí, Eduardo.
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