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editorialbbp · 6 years ago
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“La Hija de la Luna”
por Aldana Garay B.
Una niña regresa a su casa luego de un agotador día en su escuela, siempre esperaba a llegar allí porque sabía muy bien que su abuela estaría ahí para cuidarla.
Todos los días, o al menos casi todos, su abuela la cuidaba porque sus padres trabajaban y ella lo entendía, siempre fue una pequeña muy inteligente y en su mayoría es gracias a la crianza y compañía de su abuela.
Al llegar a su casa, al bajar del auto de sus padres, corre hacia la casa y poder saludar a su abuela. A estas horas en la hora de la merienda mientras tomaban un té, su abuela solía contarles historias muy interesantes y maravillosas. Y eso, es lo que le fascinaba.
Se acerca a donde está y ahí la espera con esa sonrisa cálida y los brazos abiertos para recibirla, la pequeña corre y se envuelve en ellos. La saluda con un beso, y se despiden de sus padres. Lentamente se acerca a la mesa ya preparada.
—¿Cómo te fue hoy Melisa? —pregunta con tono dulce y ella le sonríe inmediatamente lecuenta, como puede pronuncia las palabras en el trayecto, y así pasa unos minutos.
—Bueno, pequeñita —dice mientras le tocaba la nariz— hoy te cuento una historia de un pequeño país que tenía tres pueblos: El pueblo de La Luna, El pueblo de las estrellas y El pueblo del Sol.
>>Todos estos pueblos vivían bastante lejos uno de otros, pero algunos se mantenían comunicados. Los alcaldes de estos lugares era tres hermanos, eran las personas más amables que habían y siempre trataban todo con cariño y ternura. Además, cada pueblo tenía una peculiaridad. Tal como sus nombres decían tenían un poder destinado a ellos.
Los habitantes del pueblo de las estrellas tenían el poder de la luz, en su gen estaba la magia pura y con ella podían controlar la tierra, aunque su poder era más bajo porque sus astros estaban muy lejos. En cambio, los habitantes del pueblo del sol controlaban muchas más cosas porque su fuente de poder estaba muy cerca, controlaban casi todo en el planeta.
—¿Y los lunares?— dijo la pequeña muy ansiosa por la historia, creía que sus favoritos serían estos. Su abuela a escuchar como los llamó y solo se rió al escuchar como los había llamado, le recordaba tanto a su hija cuando pequeña.
—Bueno, los "los lunares" no se sabía muy bien, porque muy pocos eran bendecidos con un poder. Pero a ellos no le importaban ya que todos vivían en armonía.
>>Pero un día, el tiempo se llevó a los alcaldes por su vejez y Kin, su hijo, tomó el gobierno a la fuerza. Destruyendo a todo aquel se opusiera, nunca se supo la razón por la que pasó todo eso. Muchos decían que era ambicioso y quería todo para él y el egoísmo cegó a su corazón amable y dulce como el padre.
Una vez que tuvo el reinado, el pueblo de las estrellas. –el relato es interrumpido por su nieta—¡Estelares!—la abuela solamente le dedica una sonrisa y sigue con el relato.
—Los estelares... fueron rápidamente al pueblo vecino a hablar con alguien. Entonces como no podían dejar que el egoísmo por el poder de Kin destruyera todo lo que los tres alcaldes tardaron en destruir decidieron que el hijo menor, Hute, tomara el mandato mientras tanto y él fue directamente a hablar con los lunares.
>>–No me sorprende–dijo uno de los miembros del congreso que armaron con mucha velocidad.
–De alguna manera debemos pararlo, pero nosotros no contamos con poderes –respondió otro. Pero se vio interrumpido antes de seguir por el hijo mayor del alcalde del pueblo lunar.–No estábamos muy seguros y por eso no lo mencionamos, y menos mal, pero Amaris está teniendo irregularidades en cuanto un comportamiento normal y dimos que estaba manifestando los poderes de La Luna.
Todos los miembros del Congreso estuvieron impactados, ¿Hace cuánto no pasaba esto? ¿Por qué ahora? Y miles de preguntas similares aparecieron pero inmediatamente llamaron a Amaris "hija directa de la Luna". Mientras ellos planeaban como detener a Kin, él planeaba como atacar al resto de los pueblos.
Lo que nadie sabía es que Kin en realidad estaba hechizado con magia negra y oscura por una persona que solo guardaba rencor en su corazón y el egoísmo lo tenía aquel ser. Ese ser guardaba en su corazon solo odio, fastidio y sed de venganza por el antiguo alcalde, ya que según él, le robó su puesto. Según él, era Solo suyo y ahora podría tomar aquello que creía merecer.
Aprendió durante tanto tiempo usar magia negra, sin saber que, siendo un ser solar eso lo mataba lentamente. Y sin saber también que, el destino estaba sellado y La Luna estaba apunto de cumplirlo.
Solo Amaris sabía todo esto, porque La Luna se lo mostró, ella sabía todo lo que pasaría y eso la aterraba. No estaba preparada, no. Pero también algo dentro suyo le pedía que salvara a todos, algo suyo decía que debía cuidarlos y si ella tenía que morir, lo haría sin dudarlo. Todo lo que quedaba y todo lo que dejaría de pronto se tenía que volver irrelevante pero otra parte suya no podía, simplemente no. Amaris se encontraba en una pelea interna muy grande ¿valía la pena hacerse la ciega y que todo los demás mueran? No, evidentemente no pero ¿por qué pensaba en eso? Amaris se miró al espejo y se dijo ¡Despierta! No hay nada que hacer, su destino también estaba destinado y no importaba cuanto amara a Kin, él ya simplemente no era lo mismo. Aquel chico adolescente parecía ser solo una proyección de lo que alguna vez fue y que por lo visto, como sus nombres demostraban siempre estarán más lejos que cerca y a pesar de que Amaris le dolía, sabía que debía aceptarlo. Bueno, tenía muchas cosas que asumir y aceptarlas. Lo haría, claro que sí, pero cuesta y duele. Y mientras pensaba todo aquello sintió como una fuerza golpeaba cerca suyo, al mirar por la ventana notó que la hora había llegado. Era hora de terminar todo esto de una vez, y dentro suyo deseaba que realmente acabara de una vez. Lentamente se acercó hacia donde estaba Kin, el terror y la adrenalina formaba parte de sus venas. Lamentaba todo lo que pasaba y sabía que nadie estaba preparado, pero cada paso que Amaris daba la valentía se formaba más y más. Kin y Amaris se enfrentaron y lo que ella vio, lamentó ver a la persona que más amaba estar tan diferente pero lo asumía y al rededor de ellos hizo un muro mágico. Hute, que desde fuera miraba a Amaris y demostró el orgullo que sentía por ella, quien siempre admiró. Y poco a poco también se acercó a pesar de que sabía que esto no lo incluía pero cualquier soporte que pudiese dar lo haría.
Mientras dentro de aquel muro se mostraban a dos personas que despertaron su poder por dentro. Al muchacho se le veía con sus ojos brillantes demostrando que su magia solar estaba despertando y a ella, con símbolos a sus pies demostrando que la magia estaba apunto de envolverla y cuando lo hizo, en sus brazos se veían marcas de la Luna. En definitiva, Amaris hacia honor a su nombre, ella era hija de La Luna y nadie podría refutar. Por fuera de aquel muro miraba la gente expectante por lo que sucedería dentro, estaban asombrados. Pero no podían esperar menos de quién demostró que realmente fue bendecida por La Luna. Volviendo a entrar al muro, Amaris comenzó la lucha empujándolo con una fuerza de aire intensa, Kin y el ser que lo controlaba ¿Los herederos de La Luna controlaban todos los elementos como los seres Solares? El impacto logró que Amaris siga golpeándolo y sin que ellos se dieran cuenta. Kin en uno de los golpes se defendió golpeándola pero el Kin "verdadero" sentía dolor por cada golpe que daba y por cada acción mala que comía, lo mataba por dentro porque usaba mucha fuerza para detenerlo. Amaris también se controlaba lo suficiente, lo único que faltaba sacar toda esa magia dentro. 
Y en algún momento entre los golpes ella lo logró y se impactó, aquel ser era idéntico a Hute ��qué pasaba aquí?. Lentamente giró su cabeza hacia la dirección contraria y notó que Hute estaba igual de asombrado que Amaris y Kin, pero no había tiempo para pararse y pensar, entonces Amaris rápidamente lo atacó con fuego, y el ser quiso detenerlo y falló, la magia negra lo había debilitado momentáneamente pero en cualquier momento los destruiría a todos. Pero no sintió que Kin y Amaris fueron directamente a él, y usó lo último de fuerza que le quedaba. Y los jóvenes también activaron toda la fuerza dentro suyo. Mientras Amaris reforzaba el muro que los dividía del resto de la población para que ninguno sufriera el ataque final.
Las tres fuerzas se juntaron y lograron lo que el destino una vez selló para acabar todo el mal que pasaba entre los herederos de la Luna, las estrellas y el sol separó. El verdadero Hute miraba por fuera todo lo que pasaba y miró al cielo que se oscureció y demostró las estrellas, sus manos se iluminaron y creo un final.
Todo lo que acaba de pasar es el final del mal y sí algún día vuelve a aparecer dos enamorados lo volverán a parar. Y el ciclo finalizará.
Amaris y Kin serán felices juntos y para siempre. Mientras veía que pasaba lo que ya sabía, los dos jóvenes murieron junto el egoísmo de su hermano. Deseaba con todo su corazón que ellos donde sea que estén pudieran estar juntos. Y se dedicó a que los dos fueran recordados por su pueblo para siempre. —Y este es el final pequeña.—dijo con dulzura en su voz. Sabía que su nieta no lo entendería ahora pero esperaba que en un futuro lo recordara y entendiera.—Ven, vamos a ordenar toda la mesa y esperar a tus padres mientras te ayudo con tus tareas. Y ambas se agarraron las manos y se fueron a limpiar.
Y sí, Melisa un día recordaría esta historia y lo entendería, el primer amor era tan complicado.
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editorialbbp · 6 years ago
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“El Llanto de Cristo”
por Rodrigo Petryla
El roquete bordado por la madre del sacerdote Gepetto, hace mucho ya muerta, se sentía en el suelo de la capilla como si fuera un alfiler a punto de tocarlo—en un mar de silencio solamente interrumpido por los llantos que acaecían en la mente de Gepetto como tres cascadas diferentes que lo tomaban desprevenido desde todas las direcciones. Sus ojos se posaban en el cuerpo de Jesucritto crucificado, que se alzaba eterno e inmaculado frente a la falaz e insegura figura masculina que había definido y encerrado la historia personal de Gepetto. Su figura había sido el principal testigo de lo que hoy pasaba nuevamente por su cabeza. El piso, que se ubicaba a dos metros por debajo de los sangrantes pies de la imagen, se hallaba a cero milímetros de los pies del sacerdote. La santidad de tal superficie era regida por las almas que habitaban sobre él. La santidad se encontraba ausente ese día.
Había tres escalones separando el imperfecto mundo de Gepetto con el perfecto mundo de Jesucritto, al otro lado del altar y junto con los pecados más terribles. Las luces parecían hacer de la imagen del Salvador una representación gráfica de un ya caído San Antonio, en sus más lamentables momentos y ya sucumbido a sus tentaciones y al terror. En el tríptico de las tentaciones, Jesucritto habitaba en el centro del panel más importante (el del medio), con una figura que se levantaba y oraba a gritos, pidiendo adoración, pero no pudiendo escapar su marcada y tentadora silueta, ennegrecida por sus infinitas traiciones visuales. Tampoco deseaba hacerlo.
Los suspiros de Gepetto, que salían de su boca engañados por la falsa profecía de la que era testigo su único y salivoso progenitor, se oían retumbar en la capilla y detenerse en el aire, ante la presencia del mármol que componía al torso de Jesucritto, nuestro Señor, que era representado de forma semidesnuda y con la suficiente grandeza como para llevar a Gepetto a sus rodillas. Y así lo hizo. Su roquete cayó y dejó de ser blanco e inmaculado, mientras sus rodillas se sintieron esclavas de las asperezas del suelo. Las nuevas manchas en el roquete (ocultas en el dorso de la parte inferior de las piernas de Gepetto) mostrábanse ocultas para la visión, pero brillantes en su extensión e importancia. Es por ello que su carácter oculto no era divulgado por nadie excepto por aquel que fuera ciego.
En la cima de la soledad, las nubes de la promiscuidad lo abrazan a uno como si fuera que ha entrado en el cielo, y dejan que su mente se maraville por la paciencia reflejada en la calma del terciopelo blanco formado por ellas. Entonces uno se sentirá acompañado, aunque no lo esté, y la escena completa terminará siendo su perdición—no en un sentido estrictamente individual (o, al menos, no siempre), sino más bien en uno social. El tipo de sentido que Gepetto despidió una noche, en la que su soledad comenzó cuando todos sus artefactos favoritos crecieron piernas y se independizaron de su persona. Siendo abrazado por las nubes, él comenzó a caer desde una cima que nunca llegó a su fin.
A su alrededor, en la capilla, ningún artefacto parecía estar dispuesto a abandonarlo. Pero ningún artefacto era su favorito. En el medio de sus súplicas silenciosas, Gepetto logró llegar a una conclusión equivocada: el Jesucritto que lo estaba llamando no podría nunca escapar de su crucifixión; no podría nunca abandonar a Gepetto; y no podría nunca encontrarles importancia a las manchas de su roquete, pues él era sabio, y Gepetto no. Ergo, Jesucritto era un artefacto favorito.
Debía de decirse: Gepetto, en el medio de una soledad en recuperación, pero aún adicta a las endorfinas, se había equivocado. Ninguna de las conclusiones que lo invadieron era la correcta: Jesucritto podía, de hecho, escapar; Jesucritto podía encontrarles importancia a las manchas de su roquete; y Gepetto era un sabio que habíase, desafortunadamente, tropezado en el terreno de la forzada ignorancia, a su vez estilizada por la culpa y cuidada y mantenida por la desfiguración de la distancia en el tiempo, y por la inexperiencia y la novedad. Sus espejos tomaban todo esto en cuenta, y reflejaban una imagen ignorante como respuesta.
Pero aún más importantes que las conclusiones equivocadas con las conclusiones que no llegan a existir, como el hecho que todos se habían visto venir, y que dictaba la siguiente verdad: Jesucritto era alguien, y Jesucristo era otro. Jesucritto fue el que había sido favorecido por los megáfonos interiores de Gepetto, que muchas veces apuntaban a una habitación vacía, y obligaban a toda la soledad suicida contenida en ella a confundirse, y a comenzar a segregar las endorfinas que tanto necesitaban para sentirse solas nuevamente—pues había aprendido a amar a la endorfina, y a construir una Divina Trinidad que siguiese la fórmula “Endorfina, Soledad, Jesucritto”. Así pensó Gepetto en aquel momento, considerando que el favor debía de ser devuelto. Otra vez, Gepetto había alcanzado unas conclusiones equivocadas.
La distancia entre la figura de Jesucritto y la de Gepetto empezó a disminuir drásticamente con el paso—sin merced—de los segundos letales. El ausente reloj marcaba un tiempo limitado para que el cuerpo de Gepetto se pose por sobre las falsamente heridas piernas de su Salvattor, que a partir de ellas logre treparse hacia el nivel de su cara, y que entonces besase los labios de la imagen.
Cuando Gepetto se paró por primera vez para lograr tal cometido, habiendo estado mucho tiempo arrodillado, bajó su mirada y contempló a su roquete cambiar de color, y al suelo devolviéndole una mirada fúnebre. Se sintió fatigado y triste. Cuando levantó su mirada, temerosa por ser juzgada y expectante por el resultado de tal futura experiencia (que taparía a todas las pasadas, de la misma forma que nuevas tecnologías lo hacen con viejas tecnologías), encontró solitaria seguridad en el cuerpo de mármol que lo estaba llamando. Sucedió de esta manera.
El beso se sintió frío y sin mucho alcance. Ninguna de las dos bocas tenía el privilegio de transmitir un calor tradicionalmente humano, y así el beso fue arrebatado de su sinceridad. Gepetto se aburrió de él rápidamente, pero la bajada era una que iba a durar un tiempo: Gepetto decidió explorarla de una forma también equivocada. Acarició la imagen con su mano derecha, al mismo tiempo que apoyaba su izquierda en el hombro derecho de ella. Sintió las heridas del falso profeta, y las encontró planas y húmedas. Sintió su piel, y la encontró sin vida. Decidió seguir bajando, y sintió su muslo. Lo encontró vestido con una corta pieza de tela blanca, cuyas texturas y secretos llamaron a un beso adicional (que resultó sentirse mucho más que su antecesor). Siguió besándolo, y así sus dudas se disiparon—Jesucritto lo había descubierto. Cuando el beso terminó, Jesucritto ya había sentido todas sus penas, y las había usado de una forma innegablemente cruel a vista de las más positivas perspectivas. Comenzó a reírse de su discípulo de las formas más macabras: logró calentar su dura superficie de estatua, y así Gepetto decidió cancelar su proyecto de bajada (que estaba sirviendo como una mera distracción personal—una mentira intelectual), y emprender una pequeña pero acertante subida hasta lo más alto. Se colocó en el lugar más superior: ambos, Gepetto y Jesucritto, se encontraban ahora a la misma altura. Se besaron nuevamente, y los labios de Jesucritto sintieron la pasión, y la devolvieron.
Permanecieron así, mientras Gepetto exploraba los límites más inexplorados, contando con unas ansias solo comparables a las de un explorador avistando tierra con sus ojos; Gepetto se encontraba avistando carne con sus manos. Carne real, y viva. Carne santta. Labios perfectos y uniformes. Labios santtos. Caída de pieza de tela blanca que estorbaba: cadera desnuda y complaciente. Entrepierna poblada. Jesucritto llamando.
La fiel mano izquierda de Gepetto, todavía aguantando todo su peso, logró quedarse en su lugar mientras el acto ocurría. No se movía sino para acrecentar los vertiginosos movimientos hacia arriba y hacia abajo. Jesucritto permaneció de la misma forma, y Gepetto hizo todo lo posible para imitarlo. Pero una aproximación a una ausencia de movimiento absoluta no iba a alcanzar. Tampoco una ausencia total salvaría a aquel momento de eclesiástica diarrea de desaparecer entre los recuerdos de la nada observante, y de ser llamado nuevamente por el suelo, para que Gepetto sepa finalmente que él no podría separarse de él más de un milímetro—de una forma contraria a la separación de los clavos que sostenían la imagen de Jesucritto a la pared de gruesa pierda que se había construido detrás de él, que obtuvieron permiso (por parte del azar y del destino, en mutuo acuerdo) de separarse aún más de su hábitat natural, y de, en meros momentos, estar en las orillas de sus agujeros, y en un rato más adelante carecer de cualquier soporte, y de dejar caer a la imagen que sostenían al suelo—en un movimiento sutil e imposible de predecir con una antelación que superase los dos segundos—y dejar que sus restos, ahora tocando la superficie fría del suelo, revelen al cuerpo de un Gepetto sin vida, visible interrumpidamente y tapado por los restos del pesado mármol; víctima de su pasado irrecuperable, de una vida que se desvaneció mucho antes que este suceso, de incontables falsas esperanzas, y de ser aplastado por la imagen de un vivo Jesucritto.
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editorialbbp · 6 years ago
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“El Último Acto Antes de Morir”
por Katherin Baez
Como olvidar esa noche donde la luna brillaba como nunca, su intensidad era disfrutable, una suave brisa cortaba el aire que rosaba la piel de aquella hermosa mujer; los árboles de esa inmensa cuidad llena de sueños nocturnos, se movían al compás de una melodía serena y tranquila, la cual se podría decir que te llenaba el alma de paz y de alivio.
Aquella noche fue cuando Marilyn en una de sus caminatas nocturnas por la cuidad, las cuales abundaban de depresión, se le presentó la sensación que cambiaría su vida por completo, tal vez de manera buena o capaz de mala manera, nadie lo sabía. En sí su vida dio un giro de 380°, sus emociones cambiaron. No podía creer lo que sus ojos veían ante ella, por momentos solo vio una figura formada por la luz de la Luna que estaba en su punto más alto de esplendor; siguió caminando para poder llegar a ver quien era esa persona, la cual su figura se le hacía muy conocida. No podía más con su ansiedad de saber quien era, por su mente pasaba un listado de nombres que podría llegar hacer esa figura; poco a poco se acercaba lentamente hasta el punto que pudo llegar a percibir de quien era esa figura. Guau!!!! No lo podía creer que era... Se quedó sin palabras al ver su cara, hacía años y años que no se veían. La última vez que se vieron fue en la cena de compromiso de su hermana (la cual no fue muy grata que digamos) , en fin mirándolo sin poder decir ni HOLA se quedó pensando en que hacía en la cuidad, por lo que le tenía contado su hermana estaba viviendo en Madrid y no pensaba volver después de aquella noche, la fiesta de compromiso, en la cual después de varios tragos y de bailar sin parar toda la noche, con Marilyn, de pronto con un movimiento brusco la empujó, sin acordarse de que estaban sobre el lago; al salir estaba templado de frío, claramente era una noche de invierno. Estaba congelada y de suerte no se rompió la crisma al pisar el piso de madera enserado, fue una situación de vergüenza por como estaba y de enojo con Dante. ¡AY DIOS! Gritaba por dentro, no recuerdes eso, agachaba la cabeza, mientras hacía un gesto de negación. Por fin llegó a donde estaba, parado en el la esquina de la calle de su casa, la forma por como estaba Dante no era de casualidad que estaba ahí, seguramente le esperaba a Marilyn, ¿Pero porqué? Ni ella sabía. 
Te estaba esperando, le dice Dante, tanto tardaste pensé que ya no vivías más acá. Fue una sorpresa para Marilyn, qué habrá de querer pasaba por su mente esa duda. Hola emm, le responde Marilyn nerviosa y curiosa a la vez, no creo que pueda irme de acá. Pero qué te trae por acá? Por lo que me enteré estabas en Madrid, no esperaba tu visita. Dante en su mente pensaba- está muy pendiente de mí, capaz olvidó aquel episodio desagradable para ella- comenzó contándole porque vino de nuevo a Argentina, una de las razones que no le dijo es que le quedaban pocos días de vida, Dante atravesaba una enfermedad incurable y muy extraña. Lo único que quería era recompensar a Marilyn por aquel momento. 
La charla se fue extendiendo y cada vez hacía más frío en las calles de la cuidad de Posadas. Entonces ingresaron a la casa para seguir charlando de las aventuras de Dante, se tomaron un café; eso de las 3 de la mañana Dante se fue a las casa de su padre, donde se estaban quedando durante éste tiempo, antes de irse le propuso para ir a almorzar, ella acepto encantada pues fue muy agradable el encuentro y las conversación. Así quedaron en verse, Dante pasaría por ella eso de las 12:00Am para almorzar después de su trabajo.
Por la mañana Marilyn se encontraba muy alegre, esas charlas cambió su humor repentinamente; tenía que dar clases en el colegio antes de verlo a Dante, así que se apuró porque ya se le hacía tarde. La mañana por suerte pasó rápido, apenas salió, ya estaba Dante esperandola para ir a almorzar. No sabía dónde llevarle a almorzar, entonces se le ocurrió ir a un restaurante que quedaba en la costanera con vista al río. Así pasaron toda la tarde juntos charlando y recorriendo algunos lugares de Posadas, claramente como él se tenía ido hace muchos años no sabía como estaba Posadas, que es lo que cambió durante los años que estuvo afuera. Llegó la noche y Dante llevó a Marilyn a su casa, ella estaba muy agradecida por la compañía y el magnífico día que pasaron juntos, lo único que se le ocurrió fue de forma de agradecimiento cocinar la cena, él obviamente acepto, pues el cariño fue creciendo, y el episodio de aquella noche quedó como una anécdota de risa.
Mientras Marilyn cocinaba los canelones con salsa blanca, Dante abrió un vino. Las charlas variadas seguían y las risas aumentaban, las miradas se entrelazaban, cada vez era más apasionante la situación. Llegó eso de las 2:00 de la madrugada, con mucha pena, porque se quería quedar más tiempo, Dante recordó que tenía que organizar su funeral, escondido de su familia y amigos obviamente; se le ocurrió hacer una carta para cada uno describiendo lo que sentía, la carta para Marilyn era la que más sentimientos tiene, pues en pocos días de salidas y encuentros le hizo sentir más vivo que nunca y eso hacía no pensar tristemente en su hecho de muerte, sólo le quedaban tres días de vida y los pensaba disfrutar al máximo.
Organizado su funeral y pasado los mejores día con su familia y amigos, Dante decidió hablarle a Marilyn lo que sentía y lo que pasaría en pocos días. Cuando pasó por ella aquella tarde, faltando un día para su muerte, la encontró muy alegre esperando a alguien, el pensó que era a él, pero... no fue así, a los pocos segundo llegó un auto negro a buscarla, Dante quedó desbastado porque no sabía como reaccionar, él la quería. Cómo puede ser que en un día de mi muerte pasará eso, no lo podía creer. Lo que no sabía era que aquel auto era de su hermano menor que pasó por Marilyn para la fiesta sorpresa que le tenían preparado.
Dante al volver a la casa de sus padres, cuando ingresó por la puerta, todos sus amigos, familia y contando la chica que le gusta, Marilyn estaba ahí. Fue la mejor tarde sin dudas, bebiendo cerveza y riendo a carcajadas de los chistes de mal gusto de Franco, uno de los amigos de Dante. Terminada la fiesta, Dante decidió despedirse de Marilyn, su desahogo causó que Marilyn se diera cuenta que ella también sentía lo mismo. Antes de que ella se suba al taxi, Dante en un acto de valentía la beso apasionadamente. Como reaccionar a ese beso, Marilyn estaba inmóvil, después su interior salió las palabras nos vemos mañana para pasar el día juntos. Que día pasarían juntos si Dante estaba a horas de su muerte.
Satisfecho por lograr todo lo que se propuso, se fue a dormir un sueño profundo que nunca despertará, pero tendrá los recuerdos de aquellos labios carnosos llenos de pasión, que excitantemente lo atrapó en una imaginación vulgar; eso recuerdos los llevará a la otra vida, si es que la hay.
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editorialbbp · 6 years ago
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“Lo Que Me Debes”
por Aldana Garay B.
La ciudad era iluminada únicamente ese domingo por la noche por las farolas, era tarde y casi todas las familias ya se encontraban durmiendo para despertar a seguir sus rutinas de la semana laboral, otros simplemente preferían estar mirando una serie, película o leyendo algo. El clima era uno perfecto, no hacía frío para la época en la que se encontraban pero no hacía calor, el silencio reinaba en todas las calles de la misma. Si no fuera por una, en donde dos personas estaban: casi a oscuras porque su farola no funcionaba perfectamente y porque así uno de ellos lo prefería. Momento perfecto para uno y, para otro, solo significaba el infierno que no deseaba haber despertado, pero eso no empezaba ahí, no; empezaba de mucho antes.
Semanas antes Jose regresó de nuevo a la ciudad, luego de terminar con éxito un semestre de su universidad, vivía lejos porque su carrera no se encontraba en donde ella quería y tenía "la suerte" de poder contar con sus padres para que ellos la ayudaran con la manutención de una casa y sus cosas para la universidad. Pero no podía darse el lujo de ir a visitarlos cada vez que quería, porque requería su carrera mucho tiempo de estudio, ahora que había aprobado todas la materias que tenía podía descansar y estar algunas semanas con sus padres y amigos allí.
Apenas llegaba a su casa, notó lo diferente que se veía el frente de la misma y como su barrio cambió a pesar de que se fue unos meses a otra ciudad, o tal vez no se daba cuenta de esos detalles porque lo veía tan seguido que era normal y apenas cambiaba de ambiente notaba hasta el mínimo de ellos.
Los padres de Jose la esperaban emocionados, podría parecer una locura pero ellos extrañaba a su pequeña bebé. Josefina era la hija menor de los tres hijos que ellos tenían y todos ya se habían ido a estudiar o ya trabajaban de algo, luego de la partida de la más pequeña la casa se sentía muy grande para dos personas, por suerte volvía a ser habitada por las cinco personas que pasaron casi toda su vida allí y tal vez algunos más.
La muchacha estaba emocionada por ver a toda su familia reunida otra vez, obviamente con algunas personas de más pero que ya se querían mucho. Camina a paso apresurado a pesar de que no tardaría mucho si lo hace lentamente y abraza a sus padres con tanta dulzura y cuidado como si ellos se romperían si lo hace más fuerte.
—Es bueno verte de vuelta en casa mi sol.— Dice su madre con un deje de cariño en su voz, mientras Jose se va a abrazar a su padre.
—Es bueno para mí volver. —Responde con un tono de agotamiento que demuestra todo el esfuerzo gastado en su carrera, pero no se preocupa, sabe que estando de vuelta en su hogar recuperará todas las energías.
Se disponen a pasar dentro y la joven saluda a cada uno de los miembros de la familia feliz, abraza con amor y ternura a sus sobrinos y con un poco más de fuerza a sus hermanos.
Cuando se acerca a saludar a la última persona que conoce, nota que hay alguien más que aún no saludó.
—Él es mi hermano Juan. —Menciona su cuñado, y allí Jose nota que son muy parecidos.— Este año lo invité a pasar una semana con nosotros y después se va con sus amigos a disfrutar de su semana de vacaciones.
Jose muy amable, lo saluda con dos besos y le sonríe con entusiasmo. Sin saber que aquella sonrisa significaba que estaba haciendo un pacto con el diablo.
Los primeros días estando allí, recupera todas las energías gastadas. Pero también había algo, o alguien, que se esperaba en gastarlas a cada rato, sí el hermano de su cuñado no la había dejado en paz desde que llegó; en un principio lo entendía pues ambos tenían la misma edad pero luego el muchacho se convirtió en alguien que solo quería a toda costa tocarla. Jose no era tonta y por eso lo había estado evitando pero siempre lograba hacer algo que la molestara. Por ejemplo, siempre iba con el pecho al aire porque se creía que tenía un físico estupendo, pero no lo tenía; o se sentaba en las horas de comida para tocar su rodillas o algo más. La joven ya estaba enloqueciendo y cuando trató de hablar con alguien de la familia solo le respondieron: "deja de exagerar, solo quiere llevarse bien con vos y por eso quiere llamar la atención" pero ella sabía que eso no era lo que pasaba precisamente.
Para su suerte, la excusa para no estar en su casa porque sus amigos no la ven hace meses, le sirvió para escapar de aquel ser que ella consideraba horrible. Evidentemente, la suerte no siempre es una fiel compañera y una noche de un domingo tranquilo la traicionó.
La joven estaba con sus sobrinos sentada en una parte del patio, jugando tranquilos y sonriendo de manera cómplice, a un lado se encontraba Juan, mirándola como si de una presa se tratase, nadie notaba aquellas miradas que le daba a aquella muchacha que le cautivó, pero ella se negaba ¿por qué se negaba a él? Si nadie lo había hecho antes, eso lo enojaba y hacía que un sentimiento indescriptible pasara por su cuerpo. Él seguía sin quitarle la mirada y sintió felicidad cuando la madre la llamó, sin que nadie se diera cuenta, la siguió lentamente y escuchó:
—si claro, no tengo problema mamá. —¿A qué se refiere? Y para investigar más entró.
—¡Oh! Que bueno, Juan ¿puedes acompañar a Jose a comprar? — La mujer no se dio cuenta de la cara de terror de su hija y la de felicidad del muchacho.
Jose solo respiro y deseó que nada malo pasara. Ir al negocio, fue un camino incómodo porque ninguno hablaba, aunque él lo intentaba.
Al regresar, tomó la mano de Jose y la arrastró a un callejón. El silencio se volvió una maldición.
—Me hiciste esperar tanto para poder tenerte para mí.
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editorialbbp · 6 years ago
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"Mil Años”
por Rodrigo Petryla
No me gustó mucho usar el guante para una composición, pero no se me ocurría otra cosa. Las teclas del piano estaban mirándome ferozmente, y no pude aguantarme la tentación de usarlo; me estuvo acompañando durante mucho tiempo, y Dios sabe que no lo pienso abandonar antes de mi muerte. La inseguridad que me produce el momento previo a la caricia que me hace al ponérmelo confirma una cosa y solamente una cosa: el guante y yo somos uno. Mis obras no existen sin el guante, y me gusta pensar, en mis momentos más felices, que mi guante no existiría sin mis obras. Fue así desde que lo encontré y se me lo fue entregado por el destino, y desde esa casualidad es que comenzó a andar mi vida actual, y la vida que más amo.
Es posible que no haya elegido bien mis palabras: es imposible que no me guste usar mi guante; el guante me da seguridad, y no inhibe los movimientos de mis manos. Lo que no me gusta es que el guante no se haya todavía convertido en una parte natural de la biología del hombre.
¡Cuánta alegría el saber que los guantes existen! Más precisamente aún: que mi guante existe. La plata que corre por él y la opulencia que me abraza al ponérmelo no se pueden comparar ni con las más bellas de las mujeres. El guante es mi mujer; la única entidad que ha abierto su corazón hacia mí, y ha permitido que con él yo haga arte.
Que yo me halle escribiendo esto hoy solo confirma mi sentimiento de libertad. No salgo, y las paredes parecen ser cada día más grandes y difíciles de trepar, pero la imagen de mi piano, y de mi guante a su lado, disponible para que yo colabore con él, hace que todas las ventanas (que ahora están tapadas) parezcan mostrar una escalera y un paisaje—una a la derecha y el otro a la izquierda–confundidos por mí percepción de ellos, y haciendo lo posible para que mis ojos puedan ver hacia arriba y no hacia abajo. Por eso es que todas mis composiciones han sido compuestas con un guante, y si alguna vez en la tierra del Señor ellas fueran a ser tocadas por una orquesta, todos sabrán, por medio de este manuscrito, que cada uno de los músicos (y el director) estarán obligados a usar un guante. Solamente uno, tallado teniendo a mi guante como inspiración, pero solo válido, en ese caso, para poseer un recuerdo mío al momento de hacer sonar cada nota, y para que cada miembro del público pueda ser cautivado por el talento artesanal de la persona anónima que talló esos guantes y logró enfrascar pizcas de oro en sus grietas. ¡Si se sorprenden por las réplicas, estarán llorando al ver el mío, el original! Suertudo soy yo al ser el que lo tiene. Pero nadie podrá deleitarse con su vistazo en persona, pues lo quemaré: cuando sepa que el mundo ya no me sonríe, mi guante se irá conmigo y así el mundo quedará sin él y sin mí, y también, de alguna forma, también conmigo y con él, porque mis composiciones se harán grandes, y con su grandeza el guante quedará puesto en otras manos: las de las composiciones, que se tornarán vivas y formarán parte imprescindible de mi plan de sucesión.
En algún momento, en los últimos suspiros que darán oxígeno a mi vida, seré testigo presencial del levantamiento final de mis partituras. El momento en el cual ellas lograrán triunfar sobre su vida enfrascada, y podrán treparse por sobre las paredes altísimas que las enclustran en sus conventos de papel. Allí sabré que ni el guante, ni el piano que alguna vez habrá sido el que recibía sus caricias, volverán a estar bajo mi cuidado—y también que yo, a partir de ese momento, seré una nada física, porque no los tendré como combustible; pero seré, a la vez, una partícula; seré para las composiciones lo que ahora ellas son para mí.
Así será mi muerte, y ahora lo predigo conscientemente. De la misma forma que mi vida comenzó la vez que el destino equiparó mi naturaleza con la naturaleza de mi guante, mi muerte acontecerá mediante el mismo fenómeno, con la única diferencia que el guante será el responsable de encontrarme, y no al revés.
Estoy haciendo trampa y siendo fraudulento, sin embargo, al llamar “predicción” a una maldición que todo el mundo sabe que Dios está preparando para mi persona. Repito mi afirmación anterior una vez más: me he encontrado siendo tramposo y fraudulento nuevamente en pos de la sanidad y mi amor a la vida, pues no es esa (para mí) la definición de “maldición”, sino otro ejemplo más de una bendición. Como la que tantas veces me ha presentado la vida. Pero parte de la vida es encontrar un sucesor, y el sucesor más personal se encuentra siempre en la institución personal construida por nadie más, ni nadie menos, que las obras que uno deja atrás.
De esta forma, mi recuerdo no será revivido por medio de su valor nostálgico, ni tampoco por mi valor físico o por la posibilidad de que yo haya existido alguna vez, en alguna parte de nuestro tiempo. Mi recuerdo se revivirá únicamente por el valor de las notas que yacen al lado mío escritas, a punto de escapar. Su valor, que permitirá que escapen —tomando a mi muerte como un cántico de batalla—de la más segura y monstruosa de las prisiones, será el valor que será recordado, a la par que los grandes militares. El conflicto que ahora vivo es el que servirá como guerra, y las notas serán las que sirvan como héroes. Las obras que formen serán dirigidas por mi guante, y mi guante será una entidad abstracta en sí misma, o, mejor dicho, la entidad abstracta—pues yo ya no existiré. Esa será mi institución, y será una institución que durará mil años.
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