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UN BUEN EDUCADOR: HABLEMOS SOBRE LO QUE SIGNIFICA

Más allá de los objetivos y los métodos, para iniciar y desarrollar un trabajo que pretende lograr excelentes resultados, es conveniente enmarcar una base común de valores que califique el trabajo del educador. Los ingredientes vitales para este trabajo son: conocimiento, profesionalismo, competencia y gran motivación. Estas son características fundamentales si no queremos limitar la experiencia educativa a un mero trabajo técnico, mecánico y por lo tanto vacío.  Por el contrario, la actividad debe ser plena y rica, de modo que el individuo que está delante de usted, ya sea adulto o niño, sea capaz de basar una buena comunicación con el educador.

 Por consiguiente, es importante que se establezca una relación empática entre los dos actores para ayudar, en el crecimiento y el aumento de la autoestima, al educador. Una figura de extraordinaria importancia, en el ámbito escolar, fue María Montessori que, a través del método de la pedagogía científica, aplicada a la educación infantil experimentada en los hogares infantiles, marcó un punto de inflexión en la pedagogía moderna. El educador, según el método Montessori, tiene que hacerse pasar por un ángel guardián que observa e interviene sólo en el momento de necesidad. De esto se desprende la distancia del modelo clásico, al que estamos acostumbrados, del maestro que se levanta a la silla y dispensa su conocimiento desde arriba.

En la práctica, el docente debe observar mucho, estar abierto a un aprendizaje continuo dentro del aula, y por supuesto, complementarlo con la buena formación académica que recibió como educador.

 El educador está llamado a reconocer y escuchar, con especial atención, los sentimientos que cada niño siente y experimenta al ver incluso los no expresados. La comunicación se convierte en un factor indispensable si queremos favorecer una verdadera integración en el grupo. Cuando está en servicio, se convierte en un elemento efectivo de cambio. Para lograr este objetivo, es de fundamental importancia elaborar un "plan educativo" que sea competencia de la escuela y la familia.

 La participación y contribución del educador se expresa en el seguimiento diario de los puntos fuertes y débiles del niño, lo que permite a todos los agentes que intervienen en el proceso educativo construir una serie de objetivos y actividades viables para el alumno, teniendo en cuenta la especificidad de la situación y los recursos disponibles. Por esta razón es esencial que haya una seria y profunda colaboración entre el educador, los profesores, la clase y finalmente las familias.

 El educador, dentro de la guardería

Desempeña un papel fundamental debido a la importancia del proceso educativo en la primera infancia. Durante estos años el niño desarrolla su propia identidad y, en virtud de ello, el cuidado y el apoyo son los principales ingredientes para una educación saludable.

 En esta fase el aprendizaje se realiza a través del juego. Las actividades lúdicas permiten que el niño aprenda las reglas y los papeles que representan un aspecto indispensable del proceso de identificación y socialización. Inicialmente, el juego se nutre fuertemente de la necesidad de movimiento, ligada al concepto de exploración que encuentra satisfacción en los característicos juegos sentido-motor: Piaget los definió como juegos-ejercicio. Estos prevalecen en el primer año de vida porque es a través de agarrar, balancear, llevar objetos a la boca, abrir o cerrar las manos o los ojos que el niño aprende a coordinar movimientos y gestos. Una de las formas más significativas de este tipo de juego es la imitación.

 Es precisamente a través de la experimentación de la mímica auditiva, táctil, visual o facial que el niño reconoce y expresa sus emociones (Piaget 1937-1945). Durante mucho tiempo, la figura del educador en las guarderías se ha asociado con fines asistenciales y por lo tanto es ajena a cualquier propósito educativo. Hace apenas unas décadas, la guardería ha logrado adquirir una identidad pedagógica propia que ha puesto de manifiesto, con creciente insistencia, la importancia de la profesionalidad del educador. Este último da la palabra a las ansiedades, los miedos y las dificultades de los niños y también de los padres, les ayuda a vivir y a leer (en sus comportamientos, gestos, mensajes, así como en sus silencios) sus emociones y necesidades.

 El educador dentro de una comunidad educativa

En este contexto se encuentra en contacto con jóvenes portadores de sufrimiento, abandono y violencia de diversa índole, a menudo caracterizados por un comportamiento agresivo o un silencio total. Aquí los educadores se convierten en un punto de referencia, especialmente para los educadores adolescentes, ya que se enfrentan a una fase muy delicada de su vida debido a los cambios fisiológicos y a las muchas dificultades inherentes a la sociedad en la que viven. Los jóvenes sienten cada vez más la necesidad de independencia y autonomía y viven sus emociones de manera acentuada y peligrosa, a menudo alimentando el deseo de empujarse a sí mismos hasta el límite, si no más allá. Tienen el deseo de experimentar y probar nuevas sensaciones y sólo un educador que esté presente y atento a sus necesidades puede dirigirlos hacia un conocimiento pleno de sí mismos y de sus valores. Así que la clave para un trabajo exitoso es una vez más la comunicación. Es la única que puede dar lugar a una relación basada en el intercambio de información marcada por las emociones, los valores y los modelos mentales.

 Pero la figura del educador no sólo trabaja con menores. En los últimos años se ha hecho necesaria su presencia en las comunidades de drogadictos, en los centros para ciudadanos extracomunitarios, entre los presos y los ancianos.

 El compromiso de los educadores está ligado a una acción psicológica, un verdadero apoyo. Don Bosco dijo que la educación es una cuestión del corazón. Un ingrediente fundamental para ayudar a los demás.