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Epistulae Lepus
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espitulaelepus · 2 days ago
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espitulaelepus · 14 days ago
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espitulaelepus · 15 days ago
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espitulaelepus · 22 days ago
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espitulaelepus · 2 months ago
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espitulaelepus · 3 months ago
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espitulaelepus · 8 months ago
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Samara, con las piernas cruzadas y el uniforme desabotonado, se sienta en el comedor. Sentada en la silla frente a ella se encuentra su compañera, Charlotte: Mujer negra de cuerpo tonificado y hermosos senos, objeto de la fijación de casi todas las reclusas. No teme presumirlos con el escote bien abierto y la ausencia de un sostén que nadie se atreve a recriminarle… Es decir, incluso para ella es un deleite de ver. En el fondo la carcome la culpa pensando que, inevitablemente, ve el atractivo erótico en la rareza de su piel oscura, en el grosor de sus labios carnosos y la inmensidad de sus ojos negros que contrastan tanto con ella misma.
— China ¿Cómo te va?
Samara aprieta los labios, un poco las piernas en una respuesta automática al desagradable apodo. Se acerca el cigarrillo a la boca y le da una calada larga, muy larga, llenándose así la boca de un humo que no inhala. En su lugar lo mantiene allí, por el gusto del sabor ardiente del tabaco que satisface su ansiedad y le adormece la lengua. Asiente, sin decir nada, como si el movimiento fuera suficiente para dar respuesta a la pregunta. Detesta la forma en que sus compañeras de celda han decidido apodarla con una nacionalidad que no le corresponde, a pesar de que ella siempre se ha dirigido a ellas con respeto y por sus nombres. Piensa que se trata de una costumbre muy americana, una muy desagradable a pesar de que en su propio lugar de origen existen distinciones muy marcadas para con los extranjeros. Cuando extiende el brazo y apaga la ceniza restante en el cenicero, le cala en el estómago recordar que ése era el último de la cajetilla que le quedaba.
— Mi abogado busca un apelación- Samara interrumpe con un “oh” que no da pie a más conversación de su parte pues la boca de Charlotte no se sabe detener — Pero no acepté el proceso. Prefiero pudrirme aquí a que me pase lo mismo que a la cisnecilla.
Ése apodo que todavía duele como herida fresca en las pieles de todas. La pausa que sigue al comentario es incómoda e incluso dolorosa. Las obliga a recordar la pérdida de una compañera a causa de un proceso legal mal llevado y demasiado rebuscado para una mujer que no conoce el idioma del estado. Durante un largo instante se desvían las miradas y suspiran las penas para volver a acomodarse en su lugar intentando esconder la tristeza que las acosa por encima de las cabezas en la forma de una nube invisible.
— Pero… Charlotte-. Samara corta sus palabras casi de golpe cuando la mirada intensa de su compañera se posa en ella. Jamás ha sabido leer la redondez extrema de sus ojos, para ella siempre parecen des aprobatorios pero, en ésta ocasión encuentra una sonrisa que delata cierto grado de entusiasmo.
— Tu quieres saber qué pasó ¿Verdad? Pues te voy a contar. Puedes empezar por olvidar esa mierda de que yo no lo hice, yo fuí. Yo lo maté.
Que delicioso es el acento de Charlotte en el oído de Samara. Es fuerte y al mismo tiempo melódico, la fuerza con la que contrae las palabras en expresiones más cortas flexión lingüística que vuelve aún más acelerado su discurso, la prisa de su lengua hace que sea fácil sentir su profunda emoción por hablar. Hay elocuencia siempre en sus oraciones, ninguna palabra cae fuera de lugar. Toda una erudita bien educada en su propio mundo, una experta en el arte de traspasar historias en el arte verbal.
— Sábado por la mañana y yo estaba en mi cocina. Con las manos atoradas en el pollo que acababa de robar de la tienda y él entró allí.
Cuando el relato comienza Samara se lleva las manos a los botones, lentamente cierra cada centímetro para retomar el decoro y se acomoda en su lugar. Entonces está lista para comenzar la transición hacia su mundo de fantasía, lentamente su mente se ahoga en la voz de su compañera y empieza a formar con atención a los detalles la narrativa que ella le presenta en imágenes vívidas dentro de su pensamiento.
Así pues imagina a Charlotte en la cocina, con las manos aferradas al cuchillo de carnicero que siempre les ha dicho era su favorito. Un pollo entero descansa en la barra sobre un plato de plástico grueso. Despacio el ave va rompiéndose en piezas más pequeñas ante la fuerza con que la mujer deja caer el utensilio de cocina. Una y otra vez, nuevas piezas se desprenden. No puede evitar imaginarla con el ceño fruncido y sus preciosos labios apretados por el esfuerzo.
Samara se deja llevar por sus maquinaciones, se niega a permitirse imaginar un nombre que no sea hermoso al lado de sus compañeras. Para ella deberían ser todos los hombres más hermosos que hayan pisado la tierra. Por ende, el occiso se materializa en su pensamiento como un hombre gigante que supera con creces el metro con setenta y cinco centímetros de ésta mujer. Gigante y fortachón, con la grasa envolviendo con gracia la musculatura bien formada. Del tipo que solo se asoma cuando debe realizar algún esfuerzo significativo. Sin cabello, igual que ella, sin barba porque ella siempre ha dicho que las odia.
Y entonces, con sus dos personajes creados, está lista para continuar recreando aquella historia que le es contada.
— “¿De dónde sacaste ese pollo, puta? Te estás tirando al carnicero”
La frase termina de tirarla en la fantasía como un empujón muy certero. La sumerge por completo en su propio pensamiento. Ha escuchado antes detalles de ésta conversación, no se le complica imaginar el como Charlotte rueda los ojos con fastidio y deja caer el filo del pesado cuchillo sobre el plástico. Le reclama con un suspiro exasperado el atrevimiento de tan estúpida acusación a su esposo. La ve girarse, dispuesta a confrontar con palabras a un monstruo que ya se encuentra listo para el enfrentamiento.
Éste mastodonte que pondría en vergüenza a cualquiera de ellas se abalanza sobre la figura ya no tan imponente de su compañera, con las manos extendidas se aferra a su cuello. Gordos, muy largos y fuertes, esos dedos no tienen complicación en envolver la delgadez de Charlotte que sufre de desnutrición desde pequeña. La sacude con una brusquedad indescriptible y la aleja de la cocina arrastrándola consigo hasta la puerta. Es tanta la sorpresa, la presión, el miedo, que el cuerpo de la mujer se tensa. Inesperadamente Charlotte se convierte en una piedra incapaz de relajar el espasmo que se vuelve permanente. El mismo que ha convertido a todos sus músculos en piezas incapaces de moverse. Todas ellas atoradas como engranajes de una máquina que ha detonado un mecanismo de seguridad.
— Siguió insultándome, sentí el temor correrme por la sangre, la voz se me había terminado. Veinte veces estiré la mano, veinte veces lo apuñalé.
Samara siente culpa. En su imaginación ella admira esta escena desde un asiento en un auditorio, muy por debajo del escenario, pero Charlotte lo vivió en carne propia y sabe lo afectada que se siente por ello cuando la ve dirigir la mirada hacia sus manos temblorosas sobre la mesa, evadiendo así el brillo de interés en los ojos de la asiática. El mismo que lleva a todas las presas a contarle sus penas porque se sienten escuchadas de una forma que nadie las ha escuchado nunca
Ya sea por rabia, por miedo. El sentimiento es lo suficientemente intenso como para dificultarle la tarea de desenvolver una goma de mascar que se lleva a la boca.
— En ese momento, Samara… Yo caí en cuenta de que era él o yo. Que no saldría caminando de esa pelea como en otras ocasiones lo hice. Un hueso fracturado, un ojo morado, un diente menos, sería solamente una decoración de la consecuencia final. De mi propia muerte como la liberación que el sistema no quiere darnos. Somos negros, Samara, salvajes a los ojos de los policías que se paraban en mi puerta a veces preguntando el porqué del alboroto constante.
La culminación perfecta de la puesta en escena continúa con el relato de Charlotte. La película se desarrolla de forma fiel a cada palabra. El cuerpo del mastodonte cae al suelo con un estruendo, sus gritos suenan fuertes a pesar de que se desangra sobre las ropas de la mujer. Como un gusano se retuerce sobre el suelo lanzando patadas en un intento por defenderse de la recién nacida bestia, indómita se le trepa en el torso y golpea el filo de su cuchillo favorito contra el pecho del varón una y otra vez intentando ahogar el sonido de aquella fúrica voz que incluso en la vulnerabilidad de su posición no deja de proferir amenazas, claramente incapaz de reconocer que ahora él es la víctima de toda la situación.
Las mejillas tintadas de rubor carmesí intenso difuminado por el dorso de la mano que limpia constantemente los residuos del nuevo maquillaje. El acto evita que se rueden a los ojos las gotas de sangre. Se ve su piel también empapada por las lágrimas que se derraman sin aparente control. Son el resultado de años de frustración contenida que son violentamente expulsadas de su cuerpo al ritmo de cada nueva cuchillada. Las últimas van más allá del último aliento de su esposo, Charlotte, enajenada, había olvidado que esperaba a que se callara para detenerse y obedeció ciegamente al impulso de sus músculos poseídos por las emociones que en raudales asfixiantes le estaban consumiendo la vida entera en cosa de segundos.
De vuelta en la realidad, luego de un frenesí efímero, puede escuchar la puerta ser golpeada, voces masculinas se alzan del otro lado y cuestionan el origen del alboroto. Ella suspira y se levanta del suelo, dejando como banderilla que anuncia su victoria el mango rojo intenso del utensilio sobresaliendo del prominente pecho del hombre. Recupera su dignidad entre la frustración y una frágil compostura se arma rápidamente creando un disfraz de confusión lo suficientemente convincente como para ser recibida en los brazos del primer hombre que arremete contra la puerta y se adentra en el departamento luego de derribarla.
— “Estaba muy drogado, intenté detenerlo, él se volvió loco”-. Repite Charlotte en un tono agudo y teatral que pretende imitar lo ahogado de su voz en el momento, aunque Samara sabe que no se acerca ni un poco a la desesperación que debió sentir en la ocasión. — Pero su sangre estaba sobre mi. Empapándome. Cálida y apestosa, Samara. Se sentía como si se hubiera corrido a borbotones sobre mi cuerpo y me hubiera marcado con su esencia de una forma diferente. El hijo de puta se ha muerto y yo lo sigo cargando encima como este sucio uniforme de mierda.
Charlotte se mete los dedos entre las telas, debajo del doblez de la carne. Samara la mira escudriñar un poco el espacio antes de extraer un cigarrillo maltrecho que se lleva a los labios para encenderlo. Siente al verla como se le remueven las entrañas confundidas por la ausencia de una compañía masculina, sobre todo cuando se lo extiende y se lo entrega para que sea ella quien lo disfrute en su lugar.
Samara, con gusto, lo mete en su boca y saborea con gusto culposo el regusto salado del sudor de Charlotte, todavía excitada con la imagen de su imponente feminidad apagado la existencia de su malnacido esposo.
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espitulaelepus · 8 months ago
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El pasar de los años ha robado la gloria de otrora a los caballeros mas antiguos de las tropas de los oscuros. El último de la primera generación de erradicadores fue enterrado hace ya mucho tiempo y una buena porción de los nuevos reclutas han sucumbido ya ante las armas de los enemigos. Quedan los experimentados, los poderosos. Los que guardan en sus almas y cabeza el conocimiento necesario para enfrentar al enemigo y proteger sus propias vidas.
Nibal es uno de ellos. Siempre hambriento por la aventura, famélico por el peligro, el que se niega a aceptar un puesto dentro de las fronteras y sirve como guía a los grupos de avanzada y reconocimiento con los conocimientos que ha adquirido en sus años de servicio.
Llevan semanas perdidos en las profundidades de Drill, los árboles muertos vuelven monótono el paisaje cuya carga magnética por los experimentos de entrapta daña los dispositivos de navegación. Los sonidos errantes, los ecos de los pobladores mecánicos y la poca permanencia de las ramificaciones mágicas del planeta en el suelo que colinda con el desierto ha convertido en exploradores inexpertos al grupo.
La promesa de la fuente de juventud narrada en los libros de las hechiceras parece mas bien una trampa pensada para castigar a los captores de las Etherianas, descontentas incluso si se les brinda una vida de lujos que ningún plobador de la aldea podría soñar.
Acuerdan separarse a pesar de la poca familiaridad que tienen con el terreno, creen tener la capacidad de reencontrarse si resguardan suficiente de su poder mágico para crear alguna señal.
En duplas se mueven hacia los puntos cardinales que son solo referencias inventadas. Marcas talladas en el suelo y los árboles, huellan que generan en su paso para hacer mas fácil el reencuentro. Uno hacia el norte, otro hacia el este, Nibal y su compañero hacia el sur.
En la distancia se observa el aura purpúrea del reino, el zumbido de los engranajes de la ciudad se vuelve mas fuerte con cada nuevo paso y el vibrar incómodo les sube por la gruesa suela de las botas. Incomoda en las entrañas.
— Me jode esta sensación.
Nibal asiente, es como quedarse demasiado tiempo cerca de un enjambre de abejorros monstruosos. Le duele en las sienes y desenfoca su vista ¿Es una defensa del reino intencional? La respuesta a su duda no tarda en llegar. Frente a ellos un muro se erige repentinamente con el estruendo de la maquinaria que lo impulsa desde el suelo.
Apenas hay tiempo para jadear, el grito de la sorpresa no logra salir de sus gargantas al verse atravesadas por la puntería de una flecha reforzada. Nibal jura que siente el regusto de la aleación metálida en el gorgojeo de su propia sangre inundándole la boca, derramándose incontrolable con la velocidad que siempre ha caracterizado a su debilitada fisionomía.
Los siguientes impactos no se sienten, son sólo nuevos puntos fríos en la insensibilidad de una piel desconectada de la consciencia que la porta.
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espitulaelepus · 8 months ago
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El profundo verdor parece tragarse el cielo. Décadas de trabajo se han puesto en la edificación de las entrincadas paredes de follaje. Denso el arbusto se come toda planta que intenta crecer en la tierra e incluso los intentos de decorarlo con flores ha resultado infructuoso.
La familia dice que es porque la mujer que lo construyó detestaba el color sobre el follaje. Las flores nunca fueron de su agrado.
Un detective busca en el camino engravillado una pista que ayude a resolver la misteriosa desaparición de una de las hijas de la familia. Los chismes cuentan que simplemente desapareció en la oscuridad de la noche, intoxicada en alcohol y su propia vanidad luego de ofrecerse en carne a los asistentes más jóvenes invitándolos a un encuentro furtivo en las paredes del laberinto.
Entonces, las huellas deben estar ahí ¿no?
Las busca con desesperación pero no hay ninguna, ni un solo rastro, si quiera una disposición extraña del material extendido en los pasillos, ni una sola discrepancia en el crecimiento de las hojas. Se lleva el índice a la boca, lo aprieta entre los dientes hasta que la carne se revienta bajo la fuerza de su mordida.
Lo interrumpe una fría mano sobre la nuca, siente dedos arrastrársele en la piel y adentrársele entre los cabellos. Le rasguña el cuero cabello con lo que se siente como odio contenido. Su cuerpo se encuentra paralizado, desconoce si se trata del miedo o la influencia de aquella presencia desconocida cuyos dígitos ahora se postran sobre la frente, las sienes y lo aprietan con suficiente fuerza para sentir que se le encajan en la carne, como si le alcanzaran los huesos.
Quizás el cerebro.
¿Le rasca el alma?
Las imágenes difusas de una noche tormentosa se le vienen a la mente, se arrastran entre ellas fusionándose torpemente, hilándose de manera que los eventos se confunden convirtiéndose en una pintura continua de un evento que no acaba. Su propia piel arde bajo un tacto que no existe, le duele el pecho en un grito que no emite. Hay dolor en heridas que jamás le han hecho, siente miedo a una bestia que le resulta familiar.
— No me gustan los colores.
Se retrae la mano de su cabeza. Pasos lentos se escuchan a su espalda y puede permitirse girar finalmente. Encontrándose con la espalda descolorida de una mujer desconocida. Toma tiempo procesar lo que ha pasado, toma tiempo desenredar los hilos que dejó. El orden caótico de la información y las palabras.
Lo repasa todo, con muchísima atención hasta que ve el destello vibrante de un amarillo fugaz. Entre la furia y la violencia, el color se eleva como indicativo. El detective se levanta en su lugar, sus pies persiguen con voluntad propia un rastro que él no ve pero su espíritu puede sentir.
A la izquierda, en la derecha hasta alcanzar un callejón sin salida en donde las raíces le presentan a su objetivo como el adorno más macabro que pudo existir alguna vez.
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espitulaelepus · 8 months ago
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Paso a paso la ansiedad le corroe el alma. Los dedos, la piel completa. Debajo de la corbata el cuello le pica. Le arde, le quema. Avanza como poseído por los callejones y los escalones. El destino es lo único presente en su cabeza que da vueltas al rededor de aquello que lo espera. Que lo llama y lo consume incluso si no se encuentra presente.
Duele.
Duele.
Duele.
El estómago.
El pecho.
El pensamiento que le corre frenético al rededor de los recuerdos.
Se apresura de una forma tan ansiosa que siente que los huesos se le quiebran debajo de la presión de sus músculos tan tensos. Tensos porque creé que apretando las nalgas camina mas rápido. En el eco de las paredes se funde su jadeo, el taconeo de sus zapatos. El cuerpo se le vence, se le dobla, se rinde en cada barandilla y deja que los brazos arrastren un poco del peso que los pies han venido lidiando en solitario.
Cuarenta minutos desde la estación ha venido corriendo en silencio que contiene su entusiasmo. Se muerde los labios y el interior de las mejillas pensando que basta para esconder lo torcido de su sonrisa. Es el día en que finalmente su pedacito de fantasía llega, en que a él también le toca. El segundo martes del mes corriente cuando su pago le vale una visita candente.
Dos
Seis
Ocho
Uno
Sus dedos tiemblan sobre el teclado. El código de acceso abre la puerta principal del edificio y él se adentra con el mismo silencio que ha llevado de fachada durante el camino. No saluda y finge demencia ante las manos que de pronto se le atraviesan en el camino buscando su atención. El ascensor huele a tortura, huele a su propio infierno personal que lo tiene mareado.
A la humedad de su sudor acumulado en las ropas de trabajo.
El pasillo es inmenso cuando lo recorre hasta la puerta. Las llaves de pronto son babosas que no se pueden sostener cuando las saca del bolsillo. Dos veces caen al suelo antes de que él pueda meterlas en la cerradura y abrirse paso al interior donde ni siquiera se quita los zapatos.
Cae de rodillas por costumbre, por deseo propio, se arrastra en aquella posición hasta la habitación del fondo donde sabe que lo esperan como a él le gusta.
Desprovista de sus ropas.
Adornada con un objeto que el poseé y no funciona.
Convertida en criatura que siempre le asombra, que siempre adora. Masculina y al mismo tiempo hermosa.
— Abre-. Exije, entre sus finos dedos el grosor de su juguete que para él es carne sunque sea celeste.
Abre la boca y recibe, obediente, el plástico firme de textura accidentada. Sabe a un lubricante de uva ácido, con tintes de un opiáceo que no tiene permitido investigar. Solo sabe que es la parte mas divertida, la que mas le excita. Lo espera con tanta ansiedad, la finura del polvo diluido en la acuosa sensación del líquido. Se combina con su saliva y raspa casi cortando su lengua cuando la maestra se mueve con pericia, con la experticia que se acumula en la memoria de su anatomía.
Mujer maldita, qué delicia cuando alcanza el fondo de su garganta que se cierra al rededor del plástico y aprieta su estómago. Sus ojos ruedan y los lagrimales se activan, se hinchan. Las lágrimas le nublan la vista y la hinchazon de la glándula hace que el mover los ojos moleste.
— ¿Te gusta? Lo puse dentro de mi cliente anterior. Es lo mas cerca que estarás de una mujer.
Explota dentro de sí mismo, sólo para él. Qué afortunado es de que haya pensado de esa forma en él. Cuánta suerte tiene de que tenga la consideración de brindarle ese morboso regalo que ahora hace que disfrute más aún del ritmo con que el objeto se le roza dentro de la boca. Le golpea el paladar, le rechina contra los dientes. Hace que le duela la lengua y la quijada.
Y ese dolor le encanta.
Sus manos aferradas a los muslos.
Las mejillas entintadas en sangre acalorada que se apresura.
El corazón que late y duele.
Se acelera.
Se acelera.
El espasmo que ya nace y él que tiembla en cada nuevo golpe contra el fondo de su boca, jura que si abre otro poquito, que si se agacha otro tantito.
Así lo hace.
Separa aún mas los labios al punto en que las comisuras se cuartean, arden con la combinación del fluído, el lubricante y la droga. Encorva la espalda como animal enfermo y desciende apenas un centímetro que resulta ser suficiente para que el objeto alcance allá donde un repentino reflejo faríngeo le quita el aliento y dispara todas sus alarmas.
Es por instinto que su cabeza se retrae, alejándose de la fuente de su placer, su cuerpo se tensa, se retuerce al ritmo en que el estómago se contrae con violencia y el jugo gástrico sube por su esófago en pausas que arden.
Las manos en el suelo y la mirada fija en el espacio entre sus rodillas donde el escaso contenido de su estómago se vuelca entre su llanto. Tose deseando alcanzar de nuevo el aire y su garganta permanece cerrada negándose a dejar pasar el mismo ante la certeza de una nueva arcada. Es la falta de aire lo que arrastra a su cuerpo al límite de la ansiedad erótica, a la sensación de que se apaga justo antes de que el clímax libere una ráfaga de intenso éxtasis por su sangre intoxicada.
Y de pronto lo que no sirve ha despertado solo para ser vaciado. El cansancio lo ha embargado. Su mano alcanza el bolsillo trasero del pantalón de donde saca su billetera. Al abrirla una propina digna del magnífico servicio la deja completamente vacía en un pestañear sincero.
— Muy bien, lo hiciste bien-. Lo endulza con su felicitación, con una palmadita en la cabeza calva. Admira que no le moleste la grasa de su cuero viejo.
Tras contarlo ella se retira. Envuelta solamente en su vestido de tela fina. Nada debajo esconde la virilidad falsa que se carga y la envidia se lo come, de la mala, la asesina. Porque él carga con uno de carne tibia, que jamás se ha erectado orgulloso como el de ella.
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espitulaelepus · 8 months ago
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Cuán tétrica es la noche en la biblioteca. Con la tormenta que se asoma por las ventanas del techo y las gotas gruesas que le pegan al cristal con la furia muy propia del invierno que se avecina. Nibal imagina que en lugar de agua son lagartijas que se rompen cuandi se pegan contra la barrera que no ven y se estremece pensando que se los quieren comer. Los imaginarios que habitan entre las gruesas paredes buscan la oportunidad en que un relámpago ilumine el cielo el tiempo suficiente para buscar refugio en las páginas de algún libro que le brinde confort a lo asustadizo de sus corazones nobles.
Se desplazan todos juntos como manada de gorriones por los pasillos, persiguen las estelas de la luz esquiva que se asoma en las rendijas de los estantes sobre los caminos repetirivos del acomodo de los libros. Más cada ráfaga es distinta, nueva en su propia posición, torcidas en tiempo y en forma inclusi en iluminación. Sin darse cuenta se desplazan como hormigas en un círculo que recorre todas las secciones, cada una sin excepción. Nibal camina detrás del perro medusa, el sonido de sus patas de tentáculo húmedas contra el suelo sirve de guía para evitar que aquellos que no conocen bien la noche se pierdan en el recorrido. Se siente desprotegido pues Pockets ha decidido viajar en el lomo del viejo perro azuloso bigotón. Algo de paz encuentra en el hecho de que el inseparable Bunhong lo sigue por la espalda, con las pezuñas atoradas en las prendas.
Al menos sabe que ningún monstruo de la noche lo va a atrapar por detrás.
No pasa desapercibido para ellos cuando alcanzan el primer estante otra vez, en la hoja de información pueden leer autores que ya reconocen y las letras apenas iluminadas de un libro sobre aves les da la malísima noticia de que sólo han estado persiguiendo la luz sin tener éxito en alcanzarla.
— ¿Y si esperamos aquí a que vuelva a suceder? Podemos ir a la sección de historia y meternos en el primer libro que veamos.
— ¿Y si es el de dinosaurios? No pienso volver a entrar ahí. La última vez me persiguió uno en un fondo blanco.
El silencio ruidoso se interrumpe con la risa de todos los amigos imaginarios. En la mente de Nibal solo cabe la imagen de su compañera flotando en la deriva del vació que caracteriza a los libros mas serios, después de todo se trata de un sapo inflado como un globo anaranjado. Eso nunca pasaría en los que a él le gustan, pero parece que nadie tiene intenciones de esconderse en los libros fantasiosos del Dr. Seuss por esta ocasión.
Un nuevo relámpago ilumina los pasillos, es particularmente brillante y pueden ver la forma en que sus sombras se extienden como bestias efímeras sobre el blanco suelo, tragándose a medias los múltiples colores en el estantero. Apenas tienen tiempo de encogerse de hombros intentando esconderse del poderosísimo estruendo que le sigue a aquella explosión visual. Mucho más poderoso que todos los anteriores, ruge y crea un eco que hace temblar los cristales.
Cuán hórrida es la lluvia, ninguno de ellos se acostumbra nunca.
Caminan con premura, empujándose unos a otros, apretándose a las espaldas de los mas grandes esperando que aquello los proteja de los peligros que, si bien no existen, tienen miedo de atraer con su irracional temor.
Ante los ojos de uno de ellos el rumor de un tinte amarillesco se eleva por sobre la esquina de uno de los pilares. Persiguen lo que parece apenas una manchita en las paredes. Por fortuna crece y se convierte en un rinconcito en la biblioteca donde una de las ventanas deja entrar una luz desde el exterior
¿Qué es? No saben y tampoco les importa mucho. No se encuentran familiarizados con el área, o al menos no la mayoría. Uno de los felinos compañeros, Purringtón, vaya que la conoce bien, sus garritas extendidas señalan los libros y nombran a amigos imaginarios que la mayoría no reconoce.
— Es porque aquí se esconden los amigos más monstruosos. Ninguno es malo, pero sus niños tenían una imaginación muy oscura.
Oscura.
La palabra asusta a Nibal quien levanta a Pockets de la espalda del perrito y la regresa al bolsillo de su camiseta. Cruza los brazos sobre el pecho y aunque la acción podría parecer un gesto de negación, en realidad se está abrazando a su amiguita esperando que ella lo defienda si alguno de los que habitan esa sección en específico decide salir a saludar.
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espitulaelepus · 8 months ago
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En una mesa olvidada del centro de la habitación, una carta solitaria descansa sobre la superficie. Ha sido aislada del montón de invitaciones tan pronto el remitente fue leído y su destinataria decidió ignorarla con toda la seguridad de que sabía cuál era el contenido, después de todo, los rumores habían corrido por la corte desde hace muchos meses.
— “Dicen que no cuidan a los pequeños, que solo los recogen por el dinero y los dejan morir de inanición. Mi cuñada dijo que eso le hicieron al hijo de su nodriza”
— “He escuchado que los golpean y los obligan a trabajar hasta morir”
— “Si, pero sólo a los grandes. A los bebés sólo los encierran y los ignoran”
Bertha recuerda aquella conversación cuando, de reojo, observa el sobre manchado. Se disgusta ante la culpa que le aprieta las entrañas fugazmente y decide que quiere deshacerse de ese último recuerdo de una vez. Entre sus dedos toma el papel y lo lleva consigo hacia las habitaciones de servicio en búsqueda de las mujeres que la torturaron durante su periodo de encierro. Tanta es su fortuna que tiene el gusto de ser ella misma quién se las lee.
— Tenemos noticias de Alberto.
Maliciosa y desagradable, su sonrisa ensanchada con los dientes asomándose en los labios delgados. Le brillan los ojos con la maliciosa expectativa de verles entristecer. Ellas, tan sensibles y estúpidas.
Abre el sobre.
Extiende el papel.
Se aclara la garganta.
Y las obliga a escuchar.
“Hace unos meses que una enfermedad extraña ha venido aquejando a nuestro pueblo. Niños y ancianos han sucumbido por montones y nuestros números se han reducido suficiente como para que consideremos, con temor, la necesidad de trasladarnos a otro lugar en donde haya suficientes manos para labrar las tierras. Pensaba inocentemente que aquella enfermedad era solo el castigo de los impuros y que jamás alcanzaría a mis niños que han vivido bajo el mandato del señor refugiados en mi granja, donde ninguna influencia externa los alcanza y me dedico diariamente a intentar salvar sus almas de los pecados que otros les han adjudicado.
Por desgracia la maldad nos alcanzó y de mis veinte niños ocho de ellos ya se han ido. Sufrieron entre tos y mucho dolor, quiero pensar que el señor se los lleva por piedad, no es humano ni natural vivir de aquella forma.
Alberto también falleció, conservaré su cuerpo unos días, pueden venir a llevárselo…”
Esa sonrisa maliciosa se apaga. Los ojos lo hacen igual. Tanto ella había deseado el deceso del pequeño que pensó que se alegraría más de conocer su destino pero, así como los ojos de las criadas, los propios se llenan de una angustia dolorosa, de penas inconclusas. El corazón se le desenvuelve de sus propias ataduras y cae pesado en su torso, lo suficiente para apretarle el estómago y dejarla sin aliento cuando en cada nueva palpitación se vuelve cada vez mas grande.
Bertha, estúpida inconsiderada, rompió sola su propia alma con el veneno de su voz
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espitulaelepus · 8 months ago
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ㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ"Baile en la corte"
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ㅤㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤAlberto. (10)
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Es glorioso el momento en que Bertha, en la comodidad de su propia mansión, abre el sobre que contiene la invitación a un nuevo evento real. Un baile en la corte para dar la bienvenida al invierno. No poseé palabras en su vocabulario para describir la alegría que se le revela en el estómago. La cercanía de perder el beneficio le hizo valorar el mínimo sacrificio de envolverse en telas pesadas y apretadas.
No hay incomodidad en su cuerpo que ahora flota dentro de los vestidos gigantescos y las capas interminables de telas incompatibles. No duelen los pies dentro de los tacones apretados y no pica la piel debajo de las pelucas o el maquillaje blanco. El canto de los asistentes le inunda los oídos, le endulza el alma.
En otrora Bertha se hubiera quejado de verse obligada a vivir envuelta en la permanente incomodidad de sus prendas, pero ahora agradece el corset que la aprieta y le evita comerse la mesa entera de aperitivos que hace tanto tiempo no veía. Agradece el abanico que le cubre la boca mientras mastica con dificultad las masas vulgares de comida que se ha metido entre los dientes.
Agradece por sobre todo lo demás la gracia de disfrutarse envuelta en la música y el ambiente festivo, de participar de las danzas coreografiadas de la corte, de sostener las manos de conocidos y desconocidos, de girar en los brazos de hombres y acercarse a las mejillas perfumadas de mujeres que corren a su lado buscando su posición en los puestos de nuevos compañeros de un vals de compas acelerado.
El frenesí de la fiesta le crece en el pecho y le inflama la sonrisa. La llena de la euforia más alegre que jamás en su vida haya sentido. Se ha convertido en el alma de las fiestas que se repiten noche tras noche en el marco de las fiestas de finales de ciclo.
Una tras otra, las invitaciones, y su reputación como animadora casi profesional, se apilan en las bocas y las manos, en las mesas de su mansión y el rencor disfrazado de aprobación de su esposo que detesta no ser él el centro de atención de cada evento social. Bertha puede sentir al hombre que se le cuelga de las faldas y se le trepa en los escotes, un parásito esperando su oportunidad para saltar frente a ella e intentar robarse un hilo para sus propias intenciones.
Le brotan las alegrías de los poros, ella cree que incluso huele dulce los alimentos que le dan cada mañana, que ella misma sabe a miel de la más pura y los invitados se convierten en abejitas atraídas por ella, todos ansiosos de recibir un pedacito de su brillante ser. No puede culparlos, después de todo siente que la luz de los milagros le ha caído en el rostro y la ha llenado de mayor belleza que nunca.
Alberto ha dejado algo bueno en su efímero paso por la casa familiar: Una Bertha más feliz.
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espitulaelepus · 8 months ago
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ㅤㅤ ㅤ ㅤ"Secretos familiares"
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ㅤㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤAlberto. (9)
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Dos días desde el inicio de su estancia, dos días de una libertad recién descubierta para Bertha. Ahora camina en escaleras que rechinan y suelos que suspiran debajo de sus botas. Escuchar los sonidos de una casa entera le causa una extraña sensación de añoranza. Una suficientemente inquietante para llevarla a recorrer espacios en donde los de su alcurnia rara vez ponen un pie.
En la mañana la ven en la cocina, tomando el té de mala calidad en compañía de los cocineros, por la tarde en el jardín, con las ramas que el jardinero rompe enredándosele en los bordes del vestido. Se cuestiona si se le ha olvidado como ser libre, como ser persona o si solamente se siente todavía atada por la presencia fantasmal del niño cuyo llanto escucha distante detrás de las paredes y las puertas.
La persigue como un espíritu del que no puede deshacerse y se pregunta si, incluso si lo entierra entre la pila interminable de los secretos familiares, como otro más de los errores de sus apellidos, logrará sentir un poco de paz.
Al tercer día el momento ha llegado. Lo suben a uno de los carruajes y juntos se transportan a uno de los pueblos que colindan con el territorio del anfitrión. Los ojos se le desenfocan cada vez que ve al bulto de telas como si su mente deseara borrar su existencia y en el destino se le impide descender del transporte.
Aunque no es algo que ella deseé hacer.
En su lugar bajan su esposo y la criada. Ella lleva dentro de sus ropas una bolsa con monedas de plata que servirán como pago a la amabilidad de la mujer que se quedará a cuidar del pequeño. Una dote bastante generosa que se justifica con la excusa de que la "madre" trabaja en una buena familia que se preocupa de su bienestar.
Ellos, ahí, dirán que es un bastardo nacido de la infidelidad del esposo y entregarlo es el castigo que reciben por la falta de respeto cometida a la dignidad de Bertha, la verdadera pecadora. Su esposo está dispuesto a aceptar esa mancha, la avaricia de escalar hasta alcanzar algún puesto en la corte es más fuerte que el amor por su reputación.
Cada segundo se siente como una eternidad, Bertha se sacude con suficiente fuerza como para hacer que el carruaje se mueva sobre las ruedas un poco y aunque, en otras instancias, su madre la hubiera regañado se encuentran ambas en un estado de ansiedad intolerable que las vuelve más comprensivas a las inquietudes de la otra.
Una hora completa, que por la descripción de su esposo se perdió en formalidades que a ninguno de ellos les importa, pasa hasta que la puertecita vuelve a abrirse y ambos suben ocupando los lugares que habían dejado vacíos. Se miran todos a los ojos con expectativa pero no encuentran palabras que no traigan consigo la culpa.
— ¿Ya está?-. Pregunta Bertha.
— Ya está-. Responde, con una calma agónica, su esposo.
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espitulaelepus · 8 months ago
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ㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤ ㅤ"Carruaje"
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ㅤㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤAlberto. (8)
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ㅤㅤ ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ ㅤ𝑆𝑒𝑒 𝑚𝑜𝑟𝑒
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Desde el incidente en el baile de aquella noche cada paso que da se siente como el que daría un animal. No ha vuelto a ser humana, no ha vuelto a ser Bertha desde aquella ocasión. Cada espacio que habita se siente como una jaula, cada suspiro se siente como si pudiera ser el último porque se pudre desde el interior en la tristeza que la ahoga.
Ahora se encuentra atrapada en un carruaje, el camino accidentado la hace tambalearse y golpear el hombro de su esposo debajo de la mirada juiciosa de su madre en los asientos de enfrente. En las manos ambas llevan un bordado que es sólo la excusa para evitar cruzar miradas por accidente durante el incómodo trayecto.
Encaja la aguja en la tela al tiempo exacto en que una piedra desequilibra el transporte, tan exacto el tiempo para pincharle el índice y sacarla del letargo de ignorancia en el que ha querido esconderse desde el momento en que puso un pie allí.
— ¡Lo siento! ¡El camino es muy malo!
Desde afuera se excusa el conductor. Bertha se muerde el interior de las mejillas intentando contener la queja que ya no tiene derecho a dar. Parece dulce la fugaz idea de que, el carro que los persigue, donde Alberto y sus criadas viajan, seguramente está experimentando el mismo tipo de incomodidad. Ella ha escuchado que los niños pueden morir si son sacudidos, algo así de que las almas se les escapan cuando lloran por el susto y en el fondo espera que lo brusco del camino sea suficiente para darle ese destino al pequeño.
No le alcanzarían los cabellos para contar la cantidad de veces que ha soñado que algo así sucede desde el día en que se enteró de su existencia.
Sin embargo y, para su desagradable sorpresa, el llanto de Alberto se deja escuchar con la misma fuerza de siempre tan pronto bajan de los carruajes. Está atrapado por sus sábanas en los brazos de la criada más vieja. Caminan detrás de los tres nobles, meciendo al niño a la espera de que aquello baste para acallar el grito desesperante de su hambre lo justo para lograr que las presentaciones formales sean terminadas y entonces, llegue el turno de ellas.
— Espero no te moleste recibir a nuestra servidumbre. Prometo que serán de utilidad una vez ayudemos a nuestra criada a dejar a su hijo con uno de sus familiares en un pueblo cercano. Mientras tanto, se encargarán de mantenerlo en silencio.
Hay sorpresa en la expresión de la mujer de la casa, aquella que los recibe. Ella sonríe y se le nota la suspicacia en la comisura que se le eleva del costado malicioso, del izquierdo. El siniestro.
— Que bondadoso es tu corazón, ayudando a tu servidumbre a cuidar de su descendencia.
No hay respuesta, no se escucha una sola voz. Ninguna puede hablar más fuerte que las miradas encontradas de las mujeres nobles que se apuñalan con los ojos inundados en desprecios viejos.
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espitulaelepus · 8 months ago
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ㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ"Té de las cinco"
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ㅤㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤAlberto. (7)
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El tiempo suficiente para que Alberto se ruede hasta quedar recostado sobre su estomago ha pasado ya. Bertha tolera cada vez menos el sonido de su voz en la habitación y ha comenzado a dormir en la amplia silla junto a la ventana. Está segura de que ya todos saben que ese niño existe, llora con una ferosidad bestial, como los simios en los espectáculos que están hartos de su cautiverio.
Como ella cuando berrea en las noches, víctima de su propia desesperación.
La puerta se abre y mira el reloj. No ha pasado suficiente tiempo como para que vengan a alimentar a alguno de los dos.
No es grata la sorpresa de ver a su madre con la nariz arrugada por el olor que desprenden los dos prisioneros. Camina con las manos alzándose el vestido como evitando el suelo que ha sido limpiado el día anterior.
— Arreglate. Tu esposo nos visita hoy. Tienes una hora.
Vuelve a ver la hora. Son las cuatro, así que su esposo se les unirá al té de las cinco. Su madre sale nuevamente de la habitación y detrás de ella entran las criadas, sus vigilantes. Traen consigo un moíses y un cambio de ropa para Alberto aunque toda la ceremonia de preparación comienza con ella.
De nuevo.
Atrapada en un vestido de tela que le duele.
Asfixiada por un corset que le revienta los pulmones.
Apuñalada por la tela apretada.
Al menos más cómoda en su propio calzado.
Le tiran del pelo al peinarla.
Le lastiman la piel al maquillarla y quizás ella se ha vuelto demasiado sensible porque las joyas le pican en cada centímetro de la piel.
Cuando terminaron de vestirlo Alberto se veía como un niño completamente diferente y si para ella fuera posible desprenderse de todo el dolor de los últimos meses habría podido reconocer que se veia precioso, un digno heredero del apellido de su propia familia. En su lugar, caminó y lo dejó atrás, con los músculos tensos en un esfuerzo por contener el deseo de correr detrás de ese respiro de libertad que le estaban ofreciendo. Se sentía piadoso y no importaban las consecuencias, lo deseaba.
— Partiremos en tres días, llevaremos al niño con Madam Moreau para que lo cuide por nosotros.
— Ya le he dicho que yo podría decir que lo adopté durante mi viaje.
Bertha se olvidó del protocolo. se levantó de la silla con tanta premura que empujó las tazas y tiró parte del té. Se negó en mitad de un grito y se apresuró a tomar al niño para sacarlo del moíses. Ignorando el llanto del pequeño asustado y adolorido por el torpe agarre de la inexperta madre. Lo exhibe ante los ojos de su esposo.
— No pienso cuidar de este engendro, no pienso tenerlo más tiempo cerca de mi. Se irá y si no se va él, lo haré yo.
Temblaba en el simple acto de sostenerlo, con los dedos doblándose debajo de su peso, de la culpa y el dolor.
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espitulaelepus · 8 months ago
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ㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤㅤ"Libertad"
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ㅤㅤㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ ㅤAlberto. (6)
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En su inocencia Bertha pensó que la expulsión del niño de sus entrañas sería suficiente para liberarla de su encierro. Acariciaba, todas las noches, en sus sueños alterados, la libertad que su locura tanto anhelaba. La piel le quemaba cada noche cuando la imagen del sol ardiente se plasmaba en su imaginación y la tocaba aunque fuera por unos segundos. Soñaba que se incendiaba cada vez que abrían la puerta así como las brujas malvadas en los cuentos.
Sin embargo, la desagradable sorpresa de las nuevas condiciones y extensión de su encierro no se hicieron esperar. De la boca de su madre, con desdeñoso vocabulario, la misma tarde en que terminó de parir. Con cada gotita de sangre que aún duele cuando se esfuerza por salir.
Bertha escuchó, entre contracciones, otra manifestación de sus propias pesadillas.
— Debes quedarte aquí con tu bastardo. No puedes salir. Le hemos dicho a todos que te fuiste con tu esposo en busca de otro médico que alivie tu malestar. Luego, cuando el tiempo sea el apropiado, iremos a dejarlo con una mujer que cuidará de él a cambio de un poco de dinero... No cargaré con cualquier maldición que esa cosa traiga consigo.
Alberto.
Así lo llamó.
Sólo porque parecía lo más decente en un humano: un nombre por el cual ser llamado.
Alberto se convirtió en su compañero de encierro y, también, en la mas eficiente herramienta de tortura para ella. Su llanto, agudo e interminable, la llevaba a intentar perforarse los oídos con todo objeto que cupiera en su canal auditivo. Lo único que la detenía era la promesa de un día volver al exterior.
De volver con la entraña y los brazos vacíos. Completamente liberada de toda culpa.
Ojalá.
Ojalá la esperanza fuera suficiente para hacerla desaparecer también del ritual que sin falta llega cada tres horas. Cuando los llantos de Alberto llegan al punto más alto y las puertas de la habitación se abren dejando entrar a las criadas, sus carceleras. Éstas caminan con la mirada gacha, tiemblan incluso antes de tener que levantar al niño de la cama de dónde jamás es recogido. Rodean a Bertha en la cama mientras ella levanta la mirada al techo y cierra los ojos apretando los puños.
De pronto es solo una piedra fría que se queda quieta. Una escultura despojada de la cubierta y utilizada como herramienta para mantener viva a una criatura que, de ser su elección, pudo simplemente haber sido abandonada entre las arboledas circundantes.
Bertha se siente como una vaca. Una cabra. Un animal sin voluntad obligado a alimentar a otros, a sentir en su pecho el cosquilleo de lo que cree es su alma escapar por los pezones. Llora en un silencio solitario y exasperante, cuenta el tiempo con el ritmo de su propia respiración apretada y aguanta la necesidad de escapar del martirio.
Alberto, por fortuna, es un bebé pequeño que muy apenas tiene fuerza para succionar. Se cansa y la libera rápido de la hórrida tarea.
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