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Fede Marinic
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fedemarinic · 1 month ago
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INSTINTO Si quieres cambio verdadero, pues, camina distinto. ¿Cuántas veces repetimos los mismos errores? Encaramos las cosas, los problemas o las situaciones que nos presenta la vida siempre de la misma manera, esperando resultados distintos y nos sorprendemos cuando terminamos siempre en la misma. Dicen que la vida te presenta una y otra vez la misma situación hasta que la resuelvas. No sé si será una ley o algo por el estilo, pero la verdad es que a mí me pasó varias veces. Así que medio que elijo creer que es así. Hace poco me una amiga me hizo mi carta de diseño humano. Creo que se dice así, no estoy seguro. Pero lo importante del asunto es que en ella decía que tenía que tomar todas mis decisiones desde el instinto. Que cada vez que no lo escucho, me va mal y me sentí muy representado. Siempre me sorprendí y me sigo sorprendiendo aún de lo fuerte que es mi instinto y cómo nunca falla, nunca. Y aún así muchas veces, muchas más de las que me gustaría, no lo escucho. No le hago caso y siempre, pero siempre, me equivoco cuando no lo hago. Hace poco incluso, le dije a un pibe que me estaba por alquilar la van, que mi instinto me decía que no tenía que hacerlo. Lo sentía clarísimo e incluso se lo dije a él. Siento que no te la tengo que alquilar, me das mala espina. Pero él me rogó, me juró que era buen pibe y también me jugó la culpa. Ya estaba acá en el aeropuerto y si no se la alquilaba, lo dejaba tirado. Pero al final él me dejó tirado a mí. Como bien me dijo mi instinto, no era ni buen pibe, ni responsable, ni mucho menos se hizo cargo cuando me devolvió la van llena de vidrios por haber roto una ventana y tres cerraduras, porque se olvidó la llave adentro. Forro y estúpido era, porque en vez de llamarme para que yo vaya a abrirla le pareció mejor romper todo y se fue, dejandola hecho mierda y diciéndome que no tenía que pagar nada porque no lo hizo a propósito. Es increíble, mi instinto no falla. Y tiene un radar especial para los pelotudos, pero sigo sin entender porque aún elijo a veces no escucharlo.
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fedemarinic · 1 month ago
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ANGELITO ALEMAN Laos era el segundo país que visitaba en mi viaje por el Sudeste Asiático. Me encontraba en el sur del pais, en una de las cuatro mil islas del río Mekong. En una cabaña muy rústica, metida en el medio de la jungla y donde la electricidad era un lujo inexistente. Cada noche se escuchaban ruidos de animales que jamas pude descifrar cuales eran y los insectos se podían contar con miles. Allí, al lado del río, donde pescábamos para comer, compartía mis días con Lucy, una alemana hermosa que había conocido un mes atrás en un hostel en el norte de Tailandia, y con la que habíamos flasheado amor instantáneo. Uno de esos amores que solo existen en los viajes, donde todo es intensidad y el tiempo parece obligarnos a exprimir cada minuto juntos.
Los días parecen tener mas horas cuando uno esta desconectado del mundo digital y las charlas son mas profundas e interesantes cuando no hay distracciones. Pero las distracciones pueden llegar desde otro lado cuando estas metido en el medio de la jungla. Un día al despertar mire mi rodilla y vi lo que para mí era un pelo encarnado y, en un acto casi reflejo, me lo exploté, sin darle ningún tipo de importancia. Al día siguiente, ahí estaba otra vez, y otra vez el acto reflejo de explotarlo apareció. Aparecía por tercer día consecutivo y Lucy ya insistía en que lo dejara en paz y que, apenas pudiéramos, me lo hiciera ver. Según ella se veía cada vez peor, pero yo tengo una negación bastante importante con ir al médico a menos que sea absolutamente necesario, por lo que le reste importancia. Y más allá de mi negación, aunque hubiese querido hacerlo, estábamos en medio de la nada lo cual me impedía hacerle caso.
Los días pasaron, mi pelo encarnado empeoró, aunque yo no lo veía o no quería verlo. Pero como no me dolía, ni picaba, ni molestaba en absoluto, seguía sin preocuparme.
Llegó el momento de cambiar de destino. Comenzamos un viaje en autobús de trece horas de duración con destino a Siem Reap, el lugar más famoso de Camboya, donde se encuentra el templo religioso más grande del mundo llamado Angkor Wat, tan importante para el país que incluso forma parte de su bandera. El viaje incluía varias paradas, y en una de esas paradas subió una chica y se sentó en el único asiento libre, que, por casualidad o destino, era el asiento que estaba a mi lado. Inmediatamente después de sentarse junto a mí, comenzó a mirarme fijamente la rodilla, mi pelo encarnado. Su mirada era tan intensa que terminó poniéndome incómodo.
Cuando estaba a punto de preguntarle su nombre para romper el hielo, me dijo, en un inglés claramente alemán:
—¿Puedo tocarte la rodilla?
Al principio me sorprendí por el pedido, y Lucy, al escuchar su acento, giró la cabeza, me miró a mí y luego comenzó a hablar con ella en alemán. La expresión de Lucy fue cambiando a medida que avanzaba la charla y para ese entonces ya me miraba con cara de “te lo dije, pelotudo”. No me quedó otra que devolverle una mirada de resignación.
La alemana sin nombre comenzó a examinarme la zona de la rodilla y haciéndome preguntas mientras lo hacía, y al cabo de unos minutos me dijo, muy seria y firmemente:
—Apenas llegues a Siem Reap, vas directo al hospital. Eso que tenés ahí es una infección enorme.
El autobús se detuvo en la próxima parada y ella, sin mediar ni una palabra, simplemente se bajó. La miré irse por la ventana, pensando en lo loco que había sido ese encuentro, que pareció totalmente fortuito sin intuir aún lo importante que iba a ser para mi vida. Fue como un angel que luego de cumplir su misión voló para otros rumbos.
Llegamos a Siem Reap y, siguiendo el consejo recibido, me fui para el hospital. Me derivaron a un cirujano que cuando me vio me dijo sin titubear que lo que yo tenía era una picadura de araña y que tenía que ser intervenido quirúrgicamente de inmediato. Según él proceso iba a durar un par de semanas, así que, luego de charlarlo con ella y muy a mi pesar, le pedí a Lucy que por favor, siguiera su camino, ya que a ella le quedaban veinte días de su viaje y no daba, ni me parecía justo, que los perdiera bancándome en un hospital. Fue así que, junto con mi internación, llegó el momento de despedirme de la que hasta ese momento había sido una excelente compañera de aventuras. La despedida fue rara. No hubo promesas de reencuentro ni palabras grandilocuentes, solo un abrazo largo y una mirada que decía todo.
A partir de ese momento, mi rutina consistía en que cada mañana, tarde y noche las enfermeras y enfermeros del lugar me abrían, raspaban y limpiaban la herida, presionándome en distintas partes de la pierna mientras el pus salía por el agujero enorme que me habían hecho al llegar.
Lejos de lo que cualquiera podría imaginar, fueron días súper tranquilos para mí, en los que me dediqué a hacerme amigo de todos los personajes del hospital, hasta el punto de que al final casi éramos una familia. Todos venían a charlarme, a compartir historias, a compartir datos curiosos sobre nuestros países, y todo eso ayudó a que me mantuviera ajeno a la gravedad del asunto. Al cabo de doce dias llegó el momento del alta definitiva.
Fue el cirujano quien se acercó, me dio un abrazo, y mientras me pedia que nos sacaremos una selfie me dijo:
—Tuviste mucha suerte de encontrarte con ese angelito alemán. Si tardabas un par de días más en venir, la infección habría llegado al hueso y te habríamos tenido que cortar la pierna entera.
Mientras el cirujano pronunciaba cada una de esas palabras, comencé a sentir un sudor frío por la espalda, los sonidos desaparecieron y comencé a ver una serie de imágenes como si fuera una película de cómo mi vida habría cambiado para siempre de no ser por ese encuentro fortuito en el autobus.
Pasé días reflexionando sobre cómo cada una de mis decisiones y de las decisiones de la alemana sin nombre hicieron que convergiéramos en un momento y lugar exacto. ¿Y si el asiento no estaba libre? ¿Y si tomaba el bus anterior o el posterior?”, y todos los etcéteras imaginables, se me pasaron por la cabeza. Como en el efecto mariposa, cualquier decisión distinta, por pequeña que hubiera sido, habría cambiado mi vida drásticamente y para siempre. 
Hoy tengo un tatuaje en la cicatriz para recordarme esta historia, aunque la historia del tatuaje es otra historia en sí misma.
¿Y Lucy? De Lucy nunca más supe nada en mi vida.
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fedemarinic · 1 month ago
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QUIZÁ LOS GRINGOS NO SON TAN IDIOTAS “La vida es un viaje, no un destino”, dijo Esteban en una de sus canciones icónicas. Esteban vive en Maui, igual que yo. Pero a diferencia mía, Esteban lidera una de las bandas más icónicas del rock and roll internacional. Y yo, yo trato de vivir cada día en el disfrute, haciendo lo que me gusta, siguiendo mi deseo. No es poca cosa, lo sé, pero a gatas quizá te canto alguno de sus temas sin desafinar. La cosa es que Esteban marcó, y podría decir incluso que cambió mi vida, sin saberlo, obvio. Pero esa frase la tengo anclada en mi cabeza desde que la escuché. Y la llevo como bandera en todo lo que hago. Disfrutar los momentos mientras recorremos el camino irrefrenable hacia el fin de nuestra existencia. Al menos en el plano físico. ¿Y después qué? Yo siempre elijo creer que hay algo más. Pero más por ganas que por convencimiento. Me cuesta mucho la idea de que al morirnos nos apagan con un interruptor y todo se acaba. Así, sin más. Y todo lo que vivimos no tuvo sentido alguno. Si es así, ¿para qué voy a perder el tiempo laburando? ¿Quién habrá sido el infeliz hijo de puta que inventó el laburo? Siempre me lo pregunto. También siempre me pregunto quién habrá sido el capo o la capa que inventó el sándwich de jamón y queso. Pero volviendo al primer punto, ¿por qué hay que laburar? Hace varios años que hago una pregunta que la respuesta de la mayoría me suele indignar bastante. Esa pregunta nació de una vez que un gringo ganó 500 millones de dólares en la lotería y yo empecé a preguntarle a la gente qué haría si eso le sucediera y muchos contestan que seguirían trabajando. Y yo lo siento como un insulto a la vida misma. Deseo profundamente que a esa gente nunca le toque la lotería. Me han llegado a decir que se dedicarían a inversiones para que no se les acabe la plata. Gente que vive con 2.000 dólares al mes en Hawaii me dijo que no le alcanzarían 100.000 dólares al mes. En fin, al escribirlo me vuelvo a indignar. Según yo, la vida es para vivirla. Yo trabajo porque no me queda otra. Pero quiero disfrutar cada día de mi vida. Tengo dos brazos, dos piernas. Puedo caminar, correr, nadar. Veo, hablo, escucho. Tengo comida, ropa, amigos, gente que me quiere y gente a la que quiero. Y si pudiera, solo me dedicaría a recorrer el mundo y compartir. Compartir tiempo conmigo mismo y sobre todo con la gente con la que estoy conectando. Porque somos seres sociales, dicen. O al menos yo lo soy. Y a mí me la sube mucho compartir, dar. Ya sea una mano, un pedazo de comida o enseñar algo que el otro no sabe. Dar. “No eres lo que tienes, solo eres lo que das”, escribió Willy, otro cantante al cual admiro. Que no es gringo, pero es boricua. Por lo que quizá medio gringo es. Lo que vos das, lo que le das a la gente que te rodea, atención, tiempo, cariño, cómo las hacés sentir cuando están con vos, cómo las tratás, eso es lo que realmente importa para mí, compartir. Porque “la felicidad solo es real cuando es compartida”. Escribió Cris, en un bus abandonado en Alaska, donde agonizó de inanición previo a su legendario final. Cris era gringo también. Al final, después de todo, quizá no todos los gringos son idiotas
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fedemarinic · 2 months ago
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EFECTO MARIPOSA Ayer,
Anoche
En el bosque.
Ayer, anoche, en el bosque de Haiku, dentro de un autobús convertido en hogar, hablamos con mi amiga Morena sobre lo loco de la toma de decisiones constantes que determinan el curso de nuestras vidas. El famoso efecto mariposa.
Comentamos de lo loco que fue que cada una de sus decisiones pasadas y cada una de las mías, por más pequeñas, triviales e imperceptibles que parecieran, nos depositaron en ese lugar y en ese preciso momento en el cual ella y yo, tirados en un sillón dentro de un autobús convertido en hogar en el bosque de Haiku, debatíamos sobre lo loco de las decisiones que tomamos constantemente.
Según ChatGPT, tomamos alrededor de 50.000 decisiones por día. ¡50.000! Y cada una de esas decisiones puede cambiar el curso entero de nuestra vida. Es una locura si lo pensamos así. Porque no solo depende de nuestras decisiones, sino también de las decisiones de los demás.
Una noche, no hace mucho, me quedé dormido manejando y desperté en el carril contrario, me dirigía de frente hacia un auto que venía con las luces altas y tocando bocina intentando alertarme. Me desperté justo a tiempo, volantie y la vida de ambos siguió como si nada. Yo me podría haber matado, sí. Pero me hubiese matado por mi culpa, porque un rato antes decidí seguir manejando aun cuando tenía mucho sueño. Pero, el destino de esa persona, o esas personas, en el caso de que yo hubiese demorado unos segundos más en reaccionar, habría sido determinada para siempre por mis decisiones. Alguien completamente ajeno a ellos hubiese sido decisivo para el resto de sus vidas, o incluso para ponerle fin a ellas.
No somos conscientes del regalo que es despertar cada mañana, creo yo. No somos conscientes de la muerte. Y es loco, porque la certeza de que todos, indefectiblemente, vamos a morir es la única certeza absoluta de la vida. Y es universal. Aplica tanto para el más rico como para el más pobre. Para el más sano como para el más autodestructivo. Y todos somos indiferentes con respecto a eso. Yo pienso mucho en la muerte. Trato de tenerla presente. Trato de usar la certeza de ella y la incertidumbre de cuándo llegará como motivación para empujarme a hacer cosas, a activar, a buscar hacer lo que me gustaría. Porque aunque me encantaría que la muerte me llegue muy de viejo en la cama después de haber vivido una vida muy plena y sin arrepentimientos, la realidad es que no sé si me va a llegar mañana o en un rato y quizá por una pequeña decisión externa. Qué locas las decisiones, ¿no? Pensábamos anoche, con Morena, en un autobús convertido en hogar en el bosque de Haiku.
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