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Rayábamos “Los fusilamientos del 3 de mayo” de Francisco de Goya
Nota: Visualice el cuadro, si no lo conoce búsquelo, ahora imagíneselo rayoneado con marcador por unos niños
Éramos unos niños. Inocentes como la pistola que toma su siesta en el cajón.
No esqueletos sino ramas, tallos recién nacidos
que ya traicionaban raíces y cordones umbilicales
Uñas de plastilina. Ojos de huevo cocido
El cerebro corroído por el glutamato
Infancia de infantería. Honores a la asta y no a la bandera,
en la muela gris del patio de recreo,
asesina de árboles con gustoso rencor.
La historia del arte alterada
por una serie de rayones en los libros de texto
como vanguardistas inconscientes.
La violencia, que con adornos de cuero y motosierra
era una atracción encarcelada en un rectángulo de hora y media
amaneció seca de tantos ciclos lunares bajo su jaula
y revestida de una muerte de tres metros,
con la cara de terrones de azúcar, escapó del celuloide;
una noche cuando atrajo a los barrios sus carpas de circo,
espectáculo de aguijones metálicos. Paredes perforadas.
Desde entonces, vimos el proceso que pudre a las cosas:
gatos ahogados sobre la acequia, como tributo a un Dios perverso.
la anciana de la cuadra que ya no respondió a las llamadas.
animales engusanados al pie de la carretera
en un certamen de tripas abiertas
para ofrendar al Señor de la mañana.
Balas que, a las horas del desvelo, bautizaban cráneos en un nuevo lenguaje de sombras.
Hasta encontrarnos, por último, a nosotros mismos,
en los ojos de terror del fusilado en el cuadro de Goya
como una instantánea fotográfica
suspendida segundos antes del primer disparo
Y en un festín de llanto y espejos quebrados
a pesar del maratón del tiempo.
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