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handofglory8 · 5 years
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𝒑𝒓𝒐𝒍𝒐𝒈𝒖𝒆 https://youtu.be/6AVRCQBc59w .
El llanto de un niño llenaba las callejuelas estrechas de Londres, sobre su delgadísimo cuerpo bailaban cientos de rayos y estallidos que cualquiera habría confundido con una fiesta, pero no la mujer que lo cargaba, no ella. Corría sin preocuparse ya de que el bebé estuviera bien cubierto, sus mejillas se habían coloreado por el cansancio y sus ojos centelleaban con terror. Trataba de abrir con torpeza algunas puertas, pero no parecía funcionar, tampoco sabía a dónde ir.
Sobre ella un hombre masculló una palabra incomprensible y aunque no fue consciente, los gritos del pequeño fueron audibles para los demás y su cuerpo se materializó en un santiamén. Las chispas se hicieron más fuertes, golpeando a los cuerpos que pronto caían pesadamente sobre el pavimento, haciéndole soltar exclamaciones y retroceder trastabillante.
Sobre ella un hombre cubierto por una pesada túnica negra le observaba por debajo de la tela, plantado sobre la cornisa de un alto tejado, moviendo su mano con rapidez para bloquear los rayos que caían cerca de él. No entendía lo que sucedía abajo, pero de algo estaba seguro, el pequeño niño tiraba de un collar en su cuello ferozmente y hacía tintinear el dije con el escudo de su mejor amigo, y sus ojos azules llenos de lágrimas parecían clavarse en él cada tanto, tan similares a los de aquel que yacía en algún recoveco de la ciudad sin alma ya en su cuerpo.
—Avada Kedavra —susurró con una calma que no parecía estar de acuerdo con el furioso rayó verde que salió disparado hacía el suelo y chocó en la espalda de la mujer cuya última mirada fue dirigida al bebé antes de que sus ojos se cubrieran con el vaho de la muerte y su cuerpo inerte cayera pesadamente al suelo. El pequeño se escapó de sus brazos y tuvo suerte de no soportar el peso de aquella perdida dama, aunque su espalda preció emitir un chasquido al dar directo con el suelo, su llanto perturbó el vecindario con un estruendo.
El mayor secreto de Evan acababa de disolverse a la distancia con su imagen clavada en el último pensamiento. Ambos yacían, cada uno tan lejos del otro que sus almas no se encontrarían en el camino, y su pequeño, mientras tanto, era arrastrado por quién creía haber hecho lo mejor. Se cumplían dos años desde su misión, dos años desde que se habían mirado por primera vez y el irónico destino decidió que fue en aquel aniversario en que ambos se echaran su última mirada por encima del hombro.
Porque tres años antes el poder del Señor Tenebroso estaba en su punto de expansión, los mortifagos causaban tantos desastres que ningún periódico o radio había podido seguir el ritmo de la tragedia, y tampoco querían hacerlo pues estaban demasiado asustados para hablar. Incluso los muggles sentían el rigor de la magia oscura golpeando familias enteras, enterraban a sus muertos sin saber el cómo o el por qué, maquillaban sus propias calamidades con explicaciones que parecían comprensibles, vivían por inercia, cerraban sus puertas sin saber que no confería seguridad alguna.
La familia MacQuoid lo hacía, cada noche le podían tantas trabas a las puertas y ventanas que se sentían ligeramente más seguros, sus empleados montaban una guardia constante afuera de la propiedad y no salían de casa sin acompañamiento, guardaban armas en sus pequeñas mesas de noche y todos ellos las habían disparado al menos una vez. Pero las puertas fueron abiertas con facilidad, los empleados puestos a dormir con solo un movimiento y, esa noche, las balas de sus armas se desvanecieron.
Un grito inundó la enorme casona de los MacQuoid cuando ambos padres fueron levantados de golpe de sus camas y golpearon bruscamente el techo antes de caer pesadamente de nuevo sobre la cama; sobre ellos se alzaban cuatro figuras vestidas de negro, sus rostros cubiertos por mascaras plateadas.
—Es simple—habló uno de ellos, y su voz los hizo temblar por debajo de las heridas causadas por el golpe—Solo queremos hacer un trato. Dejad que el hombre que visitó el Ministerio hace dos semanas tome el puesto que requirió y no les haremos nada más.
La mujer soltó un gemido de dolor y el hombre trató de levantarse, su expresión era severa y digna, el mentón se elevaba por lo alto, aún más cuando consiguió resbalarse fuera de la cama para encararlos. Todos parecieron olvidar la presencia de su esposa, pues le apuntaron solo a él con sus varitas, que a sus ojos no eran más que un montón de ramas, ¿se atrevían a irrumpir en su casa armados solo con ello?
Se movió rápido, al menos tanto como pudo, saltó sobre la mesa de noche y tomó la pistola con firmeza, no lo dudó ni siquiera por un instante, apuntó a las máscaras y disparó. No hubo un solo ruido más allá de las risas de los enmascarados, las balas se regaron en el suelo con un sonido metálico y se alejaron de él hasta dar a parar en las esquinas de la habitación, para aquel momento sus manos comenzaron a temblar.
—¡La tengo! —se escuchó un grito triunfal al otro lado del pasillo, acompañado de un montón de gemidos femeninos adoloridos.
—¡No! ¡A ella no! —gritó la mujer que aún yacía en cama, dio vueltas sobre el colchón hasta caer pesadamente en el suelo y se arrastró tan solo para encontrarse con una patada de uno de los enmascarados. El hombre corrió a su lado y se arrodilló junto a ella, aún sin soltar el arma.
—Déjenlas en paz, me quieren a mí, ¿no? —masculló, pero parecía que nadie le escuchaba pues la atención de todos se volvió a la pareja que irrumpía en el cuarto tras un portazo. Otro hombre usando mascara, otra figura oscura y sombría arrastrando a una pálida joven que se removía con fiereza tratando de librarse de su agarre, pero cada tanto él le hurgaba entre los alborotados cabellos con la varita y de ella salían chispas que le hacían estremecer de dolor—¡Dejadla, por favor! ¡No es mi decisión! Juro que no lo es, el gabinete no lo aceptó… yo… yo traté… lo hice.
—¿A quién le importa un intento? El Señor Tenebroso quiere resultados—mencionó quién tenía a su hija. La muchacha le miró, suplicante, y quiso arrojarse sobre sus padres para estar con ellos, pero como si pudiesen leerle el pensamiento solo hubo más dolor y por primera vez en toda la noche soltó un grito que hizo estremecer los cimientos del hogar.
—¡Lo juro! ¡Juro que lo intenté!
Uno de los hombres apuntó a la mujer que yacía en el suelo, ladeó la cabeza y tras pronunciar unas palabras que ninguno de los MacQuoid conocía un rayo verde iluminó la habitación e impactó en la temblorosa mujer que, de repente, dejó de moverse, como si alguien se hubiese llevado todo el dolor y el temor… porque así era. Tanto el hombre como la chica gritaron furiosamente cuando la comprensión llegó a ellos como una revelación. Sin embargo, no pudieron entregarse al dolor mutuo, no hubo tiempo para nada aquella noche, ni siquiera para una despedida.
—Más le vale que lo haga—y entonces el hombro empujó con fuerza a la chica, que fue recibida por otro de ellos que le apretaba aún con más fuerza en los brazos, dejando marcados sus dedos en la fina piel—Llévatela, Rosier.
Y tras aquella orden el espacio se desdibujó ante ella, abandonando su hogar, a su padre que gritaba y lloraba, a su madre muerta. No sabía qué sucedía o donde estaba, pero todo parecía una terrible pesadilla que se extendió por largos meses en los que estuvo presa en lo que llamaban Rosier Hall.
Le visitaban seres a los que desconocía, apenas le daban de comer y los platos llenos aparecían en una esquina de la húmeda celda, nadie pronunciaba su nombre o el de su padre, perdió la noción del tiempo, de ella misma. Rostros duros, desagradables, sonrisas macabras llenas de oscuro placer en el dolor… Dolor, cuánto dolor había sentido una y otra vez en esos meses, cuántas torturas había sufrido, cuán cerca había estado de perder la razón solo por el dolor.
Solo había un rostro ligeramente amable, uno que le miraba a la distancia con algo bastante parecido a la compasión, el único que le dirigía la palabra, ora para decirle lo detestable que eran los de su clase, ora para preguntarle si había cenado ya. Aprendió que su nombre era Evan, y él aprendió pronto que su nombre no era Katherine sino Katharine. Ella aprendió acerca de la magia, él solía preguntarle cómo podía hacer las cosas más simples sin tenerla; se sumían en largas conversaciones en los que parecían cortísimos segundos y siempre terminaban por insultarse el uno al otro con un aplomo que pronto se convirtió en una extraña cordialidad. Ella aprendió lo que él era, un mortifago, un amante de lo tenebroso… Había matado, había torturado, seguía ciegamente a un hombre cuyos ideales la ponían en la peor de las desventajas, pero no la trataba como la basura que solían decir que era.
Quizá fueron los meses de conversaciones, quizá fue la mirada velada por el llanto en aquella noche en que había perdido a su familia, ese encuentro frugal de miradas. Ambos podían quedarse una vida pensando en el quizá, en el por qué, en todo y en nada y aún así jamás entenderían la razón por la cual se buscaban en cada rincón. Evan se repetía a sí mismo una y otra vez cuánto asco sentía por las personas como ella, sin encontrar una razón para odiar a la mujer que cada noche cuando debía asegurarse de que hubiese comido porque no tenía permitido dejarla morir le contaba toda clase de fantasiosas historias.
Se trató de convencer a sí mismo, pues, que estaba movido solamente por una recalcitrante soledad en el ámbito romántico cuando la besó por primera vez, cuando sintió aquella necesidad de sentir su piel contra la suya, cuando sus cuerpos se unieron y se volvieron uno. Esa vez, las siguientes, todas las ocasiones en las que se amaron locamente para terminar soltándose toda clase de epítetos desagradables. Porque él era un asesino, porque ella era una asquerosa muggle.
Se repitió la misma excusa barata cuando rompió definitivamente las cadenas que la ataban a la celda y le ocultó en otra de las propiedades de la familia, culpando de todo ello a un mortifago nuevo que había demostrado antes tener dudas sobre lo que hacían. Se convenció, al menos en la superficie, de que la soledad era su guía cada vez que le visitaba después de sus misiones, cada vez que buscaba refugio en su pecho cuando el mundo era demasiado para continuar. Y mandó todo a la mierda al ver su vientre crecer con lentitud en cada visita, cuando sintió las primeras patadas de su primogénito contra su mano en medio de las más dulces caricias.
Empero, no se consideraba un traidor. Cumplía con su deber, odia a los impuros, sentía repulsión por los muggles… ¿era realmente malo que no pudiese hacerlo con ella? Mataría a todos, no dejaría rastro de su humanidad si fuese posible, pero no podía recordar aquellos gemidos de dolor de la mujer en la mansión de los MacQuoid, porque entonces sentía como su corazón se encogía, se apretaba de tal manera que le cortaba la respiración. Supo que no era un traidor en todo el sentido de la palabra, solo su corazón lo era.
—Se llamará Nicholas, como el protagonista del cuento que te relaté en verano—había dicho ella, sudorosa y extremadamente pálida, aquella noche de abril en que su hijo había nacido en medio de una estrecha habitación de la casa de recreo de su familia. Y él no aceptó, porque no podía decirle que no al Señor Tenebroso, pero tampoco podía decirle que no a ella.
Calladamente había tomado al niño en brazos y fue en ese instante en el que comprendió que no había futuro alguno en su improvisada familia. Si ganaban, si Él ganaba, seguramente terminarían por descubrirle y entonces tanto ella como el bebé serían asesinados y para él solo habría un futuro incierto lleno de torturas; pero si los otros ganaban, si ganaba Dumbledore, entonces él terminaría pudriéndose en Azkaban, su hijo sería repudiado y ella seguramente terminaría muerta al ser descubierta. No había manera de salir bien librados.
Por eso tomó una decisión por aquel que aún no tenía voz, lo presentó como su hijo ante los mortifagos, inventó a una magnifica bruja extranjera como su madre, le hizo ver como alguien digno, como a un sangre pura, como aquel que seguiría sus pasos en el futuro.
Por poco más de un año el pequeño Nicholas vagó entre los mortifagos y su madre, pasó entre cientos de brazos cautivados por su belleza, sin comprender, elevando diminutas sonrisas al cielo que hacían desear a su padre escapar por un momento, antes de que recordara que su lugar estaba allí, que aquella era su propia lucha.
—Corre—le susurró Evan a Katharine en el aniversario número tres de haberse conocido. Las puertas de su refugió habían sido derribadas y podía sentir los habidos pasos en la primera planta. Porque el Señor Tenebroso había caído, pero no su espíritu y sus convicciones, porque siempre había sabido que no había un futuro para ellos—Toma a Nicholas y huye.
Ella no lo dudó, ni siquiera se detuvo para besar sus labios, incluso si no sabía si podía ser la última vez. Tomó al niño en brazos con fuerza, Evan puso sus manos sobre ambos como despedida, dejando que en el cuello del bebé se deslizara delicadamente un collar con el emblema de los Rosier. De su varita se escapó una chispa del color favorito de Katharine y fueron cubiertos por ellas hasta que Evan no pudo verlos más.
Esa noche Katharina corrió lejos de su escondite, lejos del hombre al que había amado a pesar de sus propios ideales, corrió tratando de buscar un lugar seguro para su hijo, corrió sin darse cuenta de que la protección que Evan había puesto sobre ellos se desvanecía a medida que pasaban los minutos, corrió con el corazón en vilo, y encontró su muerte corriendo. Y Evan luchó, con la imagen de ambos desvaneciéndose de su memoria, negándose a ir a Azkaban, negándose a olvidar por qué estaba allí, y murió sin bajar la varita, lastimando a su adversario, con una risotada que muchos interpretaron como un acto macabro… pero reía porque sabía que siempre había sido una causa perdida, porque nunca iba a ganar aquella guerra, reía porque se aferraba a la idea de que a pesar de que estaba a punto de morir su hijo viviría, fuera como fuera, pero lo haría.
El hombre que, sin saberlo, había acabado con la única persona que su mejor amigo había amado descendió de un salto y tomó al bebé en brazos, acallándolo con un suave susurro, y desapareció en un segundo, dejando a quienes lo perseguían lanzando chispas en el cielo y a la mujer con una perpetua expresión de sorpresa inmóvil en el suelo. Poco sabía que aquel niñito sería su salvación de la prisión pues pudo justificar su huida con él, y sus malas acciones anteriores al milagroso rescate de Nicholas Rosier fueron tomadas como hechas sin su plena consciencia, bajo los efectos de una maldición.
Y a pesar de que muchos quisieran culpar al niño de las acciones de su padre no podían adjudicar algo así a alguien tan pequeño e inocente; y pronto el hombre fue librado de sus cargos con la condición de hacerse cargo del bebé y criarlo de una mejor manera. Y así fue.
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handofglory8 · 5 years
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—Lumos. El pasillo se iluminó con el tenue resplandor que provenía de la punta de su varita, recibiendo casi silenciosas quejas de aquellos que vivían entre marcos. Sus pasos retumbaban en el suelo de piedra creando un espantoso eco que habría podido llamar la atención en kilómetros. Se movía con tanta agilidad como podía aún si se le notaba francamente preocupada, mantenía el ceño ligeramente fruncido y los labios parecían volverse cada vez más finos; de nuevo se le había hecho tarde en la biblioteca y si bien aún no era lo suficientemente tarde como para infringir alguna regla sus ojillos castaños brillaban como si estuviese a punto de ser expulsada. Nicholas la observaba desde el otro lado del pasillo donde descansaba despreocupadamente sobre el marco de un ventanal. Era una noche sin luna y apenas podía contar unas cuantas estrellas adornando el oscuro firmamento; no podía ver más allá de las paredes del castillo, todo lo demás era una forma oscura, difusa e inalcanzable como la suave ironía que cantaba en su pecho. Se le había hecho costumbre sentarse allí, porque podía ser testigo de tantas cosas que un par de meses atrás se le habían antojado ridículas e incluso desagradables. Había tomado un extraño y mórbido gusto por mirarle, se deleitaba con las discusiones constantes que tenía con su amigo, ese que apenas parecía ser capaz de alzar la varita para hacer encantamientos de primer grado sin sacarse un ojo en el intento; existía un placer extraño en verle alejarse completamente enfadada y con los ojos llorosos, tarde se dio cuenta que aquel placer venía de imaginar que era él quién provocaba aquellos arranques de lo que estaba más que seguro eran celos. Y es que podía poner en una larga lista todas las cosas que no detestaba de ella, y era capaz de reconocer que había algo hipnótico y misterioso en su ser; trataba de convencerse de que sólo se había puesto más guapa durante el verano y era lógico que sus hormonas reaccionaran, se repetía ese pensamiento una y otra vez porque se sentía tremendamente estúpido cada vez que acudía al mismo lugar, de día o de noche, para ver a una inmunda sangre sucia sin poder encontrar una verdadera impureza en su aplomo. Hermione Granger no notó la presencia de la serpiente cuando pasó apresurada tratando de alcanzar las escaleras para volver pronto a su sala común. Pero él notó la suya como una intensa bofetada, pues no pudo apartar la vista de sus desordenados cabellos, de sus nudillos blancos por la presión que ejercía al sostener el libro y la varita, de su naricilla que se arrugaba ligeramente gracias a algún pensamiento pesimista, y tampoco pudo obviar el perfume acaramelado que dejó a su pasó y le inundó, atontandolo por un segundo. La odió, por ignorarlo, por no reconocerle en aquel espacio, por ser capaz de hacerle notar a él hasta los más mínimos detalles de su ser, por no permitirle soltar los insultos que debería decirle, porque de un tiempo para acá, quizá más del que estaba dispuesto a admitir, no le veía como una sangre sucia. Le odiaba por hacerle cuestionar la única cosa a la que había aspirado, la única que le llevaría más cerca de su padre, de su historia y de su legado. Le odiaba porque por momentos le gustaría tener la capacidad de convertirse en un traidor, por ella. Fue aquel despliegue de supuesto odio el que hizo que sacara la varita de la túnica, tras un suave movimiento de la misma la correa del bolso de Granger se rompió y todos los contenidos de este salieron disparados, estrellándose estrepitosamente en el suelo. Quiso sonreír por su acto, pero la expresión jamás llegó a su máximo esplendor puesto que la chica dio un respingo y soltó una queja por lo alto, notablemente más nerviosa, al ver cómo el frasquito de tinta se había roto y ahora sus pertenencias estaban completamente manchadas. Se sintió culpable, y entonces se odió a sí mismo. —Así que ahora eres una fugitiva, ¿eh, Granger? —soltó sin pensarlo. La castaña levantó la mirada y trató de buscarlo en la oscuridad, tardando un poco más de lo debido en reparar en la silueta que se recortaba contra la ventana. Un momento antes se había echado al suelo a tratar de recoger sus cosas y secarlas con desesperación, como si no pudiese usar la magia, pero tras escucharlo su rostro cambió de inmediato por una digna expresión y su mentón apuntó al cielo. —Podría decir lo mismo de ti, ¿no? —respondió con aquellos aires de leona que tantas risas le habían causado en secreto en sus primeros años, pues disfrutaba cómo parecía siempre tener una respuesta para absolutamente cualquier cosa que pudiesen decir quiénes la fastidiaban, generalmente Malfoy y su pandilla. —Al menos yo no soy tan obvio... Ni dejo sucias porquerías en el suelo. —Al menos yo solo tengo suciedad en mi libreta y no en mi alma, como otros. Solo entonces Nicholas sonrió. Ah, si tan solo supiera qué tan manchada estaba su alma, si tan solo supiera que además de buscar la forma de toparsela en los pasillos gastaba horas de sus días siguiendo a Malfoy para averiguar su plan y tratar de tener una oportunidad más sencilla de unirse a los mortifagos, si tan solo supiera que estudiaba magia tenebrosa muy poderosa con el objetivo de servir al Señor Oscuro, si tan solo supiera que le daba absolutamente igual la guerra y cuántos morían en ella pues sus motivaciones eran puramente egoístas... Y si tan solo supiera que sólo ella le había hecho sopesar si aquella decisión era la correcta. —¿Y qué importancia tiene el alma? —inquirió, deslizándose lejos de la ventana para caminar hasta ella tan cómodamente en la oscuridad que casi parecía un fantasma —Quizá todos vayamos al mismo lugar al morir, quizá ni siquiera haya un lugar en particular más allá de este y por eso quienes tienen miedo se quedan aquí. Así que... ¿Qué diablos importa el alma? ¿A quién le importa si haces o piensas cosas que podrían manchar a cualquiera? ¿A quién le va a importar si eres... O al menos aparentas ser, una buena persona, Granger? En cualquier caso, todos tenemos algo de maldad dentro de nosotros, si yo tengo el alma sucia tu no te quedas atrás. ¡Aún peor! No solo tienes el alma sucia, también la sangre. La chica se levantó para encararlo, era mucho más alto que ella pero aún así le enfrentaba con su mirada como si se tratara de un pequeño cachorro. La tinta corría entre ellos por las grietas de la piedra, tiñéndola de verde oscuro y formando un serpenteante camino hasta el diminuto halo de luz de la ventana. —Ese es un pensamiento muy triste—espetó tras lo que pareció ser una eternidad en la que sólo se miraron tratando de vencer al otro con los ojos —¿Entonces te conformas con ser un cretino solo porque no crees que exista el alma, Rosier? ¿Crees que no vale la pena ser bueno? Pues hay muchas recompensas por serlo, amistad... Amor... Pero no creo que entiendas nada de eso. —¿A qué te refieres con amistad? Porque si se trata de discutir con alguien cada vez que despega la boca de su novia... Oh, o quizá a eso te referías con amor, a caminar con los ojos llorosos a todas las clases porque prefirieron a una chica más guapa antes de a una empollona, asexuada y entrometida como tú— culpable, culpable y más culpable, pero en ese momento no era capaz de controlar sus palabras porque estaba motivado por la ira, porque cada palabra parecía clavarse en el pecho de la Gryffindor de forma tan dolorosa que sólo confirmaba cuán enamorada estaba de Weasley y lo poco importante que era él en su vida, confirmaba que él jamás podría ocupar el lugar de la comadreja, y eso le hacía hervir la sangre —Si es eso a lo que te refieres entonces prefiero seguir siendo un cretino antes que andar lloriqueando tras alguien a quien claramente no le importo, ni como amigo ni como amante. Podía haber esperado cualquier reacción de ella, como que tomara sus cosas y se fuera, le soltara un hechizo, buscara la forma de meterle en problemas, se defendiera con un largo discurso... Pero jamás habría vaticinado que le atizara una fuerte bofetada. Su expresión de sorpresa era un poema, ni siquiera podía sentir dolor o tocarse el rostro para evaluar los daños, parecía haber sido petrificado en su lugar frente a la mujer que soltaba sendos lagrimones sin siquiera parpadear o deshacer aquella mueca indignada. Pasarían minutos antes de que alguno de los dos reaccionara, aunque para él se habían asimilado a largas horas en las que no fue capaz de mirarle porque temía que la mezcla de sentimientos que regurgitaban en su interior le llevarán a devolver el acto y entonces se fuera a la cama con más remordimientos de los que debería. Fue Hermione la que actuó primero, apretando los puños y llevándose la manga de la túnica al rostro para secar las lágrimas que le empapaban; y de no haber sido porque un sollozo apagado retumbó en los pasillos Nicholas no se hubiese movido ni un ápice. Entonces llevó a cabo un tremendo acto de cursileria del cual se arrepentiría por días. Secó la libreta y reparó el bote de tinta y el bolso, poniendo todo en el que creía seria su lugar allí. Tomó el antes maltrecho bolso entre sus manos y se lo tendió como si se tratase de una ofrenda de paz, aún si estaba escupiéndose toda clase de maldiciones en el interior. —Weasley siempre ha sido un maldito imbécil sin una pizca de buen gusto o de cerebro, no sería capaz de ver el expreso de Hogwarts ni aunque le pasara por encima. Lavender Brown, debe ser la más escandalosa e inepta de todo Gryffindor, ni mencionar que es una cotilla que se arrastra detrás de cualquiera que le de un poco de fama o el chisme del día... Supongo que, después de todo, hacen buena pareja, e imagino que ambos le hacen un favor a a la humanidad al callarse mutuamente—no supo por qué diantres abrió la boca, pero se sintió ligeramente menos culpable al escuchar una tenue risa venir de debajo de la túnica. Lentamente, Hermione se descubrió el rostro e incluso con la poca luz Nicholas pudo ver la hinchazón en sus ojos que ahora estaban engalanados con un tenue tono rojizo. El enfado se había esfumado de sus facciones y por primera vez, Hermione Granger le estaba dedicando una pequeñísima sonrisa, una tan sincera que tuvo que hacer uso de todo el aplomo que poseía para no terminar de derrumbar todas y cada una de sus barreras ante ella. Había soñado por muchas noches con aquello, en silencio envidiaba a todos quienes eran cercanos a ella porque ese gesto parecía tal natural cuando estaba a su lado que casi era una mueca perpetua e inigualable. Pero él jamás había podido detenerse en las raras ocasiones en las que ambos se enfrascaban en una discusión y ella siempre le había ignorado cuando no era el caso, nunca había tenido oportunidad. Tenía guardado en su memoria cómo su rostro parecía volverse más sombrío cuando estaba con él, como si fuese poseído por la más cansina y decepcionante de las emociones. Era su rutina silenciosa, fingir que el otro no existía cuando cruzaban sus caminos y empezar una sana discusión cada tanto para no perder la costumbre. Porque aquello había funcionado por años ya. Para Hermione, Nicholas no era más que uno de los más tranquilos Slytherin, silencioso pero letal en cuanto decidía abrir los labios, una de las pocas serpientes que no se detenía a decirle todos los días lo poco que merecía estar allí por sus origines, aunque eso no le había salvado de que le llamase sangre sucia al menos un par de veces. Para Nicholas, Hermione no había sido más que una impura que trataba de suplir su falta de talento mágico memorizando tanto como podía... Había sido, porque ya no podía verla de esa manera. Sin embargo, estaban allí, en la mitad de un pasillo en la noche, iluminados solamente por el tenue brillo de la varita de Hermione y un deje suave que se colaba por la ventana logrando que sus sombras se unieran sobre la tinta derramada; ella no podía dejar de sonreír, porque por primera vez en semanas se sentía ligeramente reconfortada aunque el motivo de aquello fueran una sarta de insultos hacia Ronald; y él no podía dejar de mirarla como si quisiera grabarse a fuego en la memoria la dulzura de su sonrisa combinada con su acaramelado aroma. La chica estiró la mano tímidamente y tomó su bolso, sin despedirse más que con un asentimiento de cabeza emprendió camino con más prisa por el pasillo hasta perderse en uno de los recovecos, quizá dándose cuenta de que la hora ya no era tan inocente, o quizá notando como los ojos de Nicholas emitían un brillo peligroso, pues por un breve instante se le pasaron las más temibles ideas por la cabeza como lanzarse a besarla, hacerle olvidar a Weasley con sus labios, obligarla a entender todo lo que él no podía poner en palabras porque era demasiado complicado, demasiado confuso, demasiado abrumador. Él se quedó mirando el punto por el que había desaparecido, saboreando aún esa delicada sonrisa, ese íntimo pero lejano momento en el que ambos parecieron olvidar quiénes eran. Lumos, había dicho ella al salir de la biblioteca sin ser consciente de que había encendido otra luz, una que refulgía furiosa y rebelde en el corazón del futuro mortifago. La luz del cuestionamiento, del entendimiento, de la confusión, la luz del enamoramiento. Sabía que jamás serían nada más que cordiales antagonistas en la vida del otro, una pulla ocasional, un reto en clases, un recuerdo juvenil... Pero él no tenía nada y quería aferrarse al todo que era ella, aunque estuviese mal, aunque se convirtiera en una suerte de traidor de pensamiento, aunque aquello le trajera más dolor. Ella siempre fue lumos, capaz de hacer brillar cualquier rincón con su apabullante inteligencia y buena voluntad, calmando a sus propios demonios con una voz más fuerte y valerosa para poder socorrer a quienes sentía lo necesitaban más, con sus defectos aplastados por un torrente de virtudes que dificultaban ver cualquier otra cosa, tan dulce como la brisa otoñal. Y él siempre había sido nox, oculto detrás de pensamientos fatalistas bajo una máscara de realismo innecesario, callado, solitario y centrado en sí mismo y sus particulares objetivos, con un halo de misterio negativo que solo lograba alejar a todo aquel que pensara en acercarse, un pasado tormentoso y la sangre maldita, un explorador de todo aquello que estaba prohibido. Lumos brillaba, pugnaba por derribar sus barreras sin siquiera ser consciente de ello, trataba de arrinconarlo con su brillo y cambiar sus decisiones... Pero lumos es solo un pequeño brillo que no puede competir con la apabullante y fría oscuridad de aquellos que creen no tener salvación. —Nox —susurró él, volviendo a la ventana, dejando como única prueba de lo ocurrido al río de tinta en la mitad del pasillo donde sus huellas habrían quedado marcadas hasta el final de la guerra.
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handofglory8 · 5 years
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#_PlataformaPrj #_P9Act01 #Plataform_S09
 —… y seguramente va a deshonrar a la familia quedando en Ravenclaw —el susurro burlón de Peter se escuchó en todo el comedor con un extraño resonar; sin embargo, ninguno de los Lee sonrió, y Nicholas continuó repasando calladamente el enorme libro que sostenía frente a él y que cada tanto llenaba con diminutas harinas del pan tostado que tenía para desayunar—¿Lo imaginan? Un Rosier en Ravenclaw, alguien criado por los Lee entre todos los empollones.
 Nicholas pasó la página, frente a él saltaron ilustraciones de magos y brujas preparando una poción que echaba chispas y de la cual cada tanto salía disparado algo similar a un pequeñísimo dragón. Sus pies, que aún no alcanzaban el suelo cuando se sentaba en la mayoría de asientos de la mansión comenzaron a moverse con emoción. Peter solía pavonearse en las vacaciones desde hacía dos años, asegurando que Nicholas jamás recibiría su carta o que resultaría ser un squib.
 Al principio de sus vidas ambos se habían llevado bien, tanto como podían. Peter le había enseñado a leer, y Nicholas curaba sus heridas con pociones simples que robaba de las estanterías. Sin embargo, cuando Nicholas hizo estallar todos los cristales de una habitación en medio de una rabieta Peter se alejó, enojado por no haber demostrado ninguna muestra de capacidad mágica a pesar de ser mayor, decepcionado porque su familia parecía preferir al pequeño niñito de los Rosier que a él. Casi fue una sorpresa para los Lee que Peter recibiera su carta, que terminara en Slytherin, que fuera talentoso para las pociones. Nicholas, por su parte, continuaba repasando la biblioteca de la mansión como si no fuera la gran cosa, ignorando deliberadamente las burlas de Peter y las atenciones de los Lee, concentrando casi toda su infancia en las letras, buscando sus significados ocultos en silenciosa contemplación.
 —¿Hay muchos dragones en Escocia? —inquirió el pequeño, señalando la ilustración que no paraba de moverse y al diminuto dragón que cada tanto echaba humo por las fosas nasales—Aquí dice que con esta poción puedes curarles heridas de batalla.
 —Se dice que hay muchos—respondió el señor Lee, y su hijo goleó fieramente la mesa con la mano y empujó el plato hasta derramar parte de sus contenidos, de inmediato, el elfo domestico chasqueó los dedos y un paño húmedo se movió sobre el comedor—Pero no vas a ver ninguno en la escuela, de eso estoy seguro. La mayoría son llevados a refugios para evitar que los muggles los vean.
 —¡Él no irá a Hogwarts! —exclamó Peter, tan profundamente irritado que sus pálidas mejillas se habían coloreado—¡Es un tonto, un llorica y seguramente la muggle que lo robó lo hizo porque es un squib!
 —¡Ni una palabra más! —el rugido de su padre fue tan fuerte que incluso el paño se detuvo en su tarea, como si un trozo de tela pudiese asustarse. Sin embargo, Peter pareció no amedrentarse ni un poco y el plato de su desayuno terminó estampado contra la pared, haciéndose añicos—Los Rosier fueron grandes amigos de nuestra familia, poderosos magos oscuros altamente respetados. Y vas a respetar a su hijo, debes tratarlo como a un hermano.
 —¡No soy hermano de una basura como él!
 Todo pasó en menos de un segundo, el señor Lee se levantó de su asiento y atravesó la estancia con rapidez para estamparle una bofetada a su hijo en el rostro, lo cual provocó un estallido tal que la casa pareció temblar por un instante. Platos, vasos, cubiertos volaban de un lado a otro tratando de golpear a cualquiera, de producir algún daño, pero jamás alcanzaban su objetivo pues eran repelidos rápidamente por un movimiento de varita. La señora Lee cerró el libro de Nicholas y le cubrió con él para evitar que fuese lastimado porque el niñito permanecía tan impasible como si estuviese en medio del jardín, y el elfo pronto comenzó a tratar de repararlo todo poniendo una barrera sobre la mujer y el niño.
 —¡Suficiente! —el hombre tomó a su hijo por el brazo con tanta fuerza que detuvo el tiempo, o al menos así le pareció a Nicholas. El niño se revolvía furiosamente y trataba de morderlo y golpearlo pero se encontraba con un hechizo que le hacía cerrar la boca o inflaba sus puños hasta que ni siquiera podía mover ni un poco los dedos—Vas a calmarte o a asumirás las peores consecuencias, no lo repetiré.
 Pero Peter no tuvo tiempo de replicar, tampoco hubo tiempo para nada más. Una gorda lechuza entró por el ventanal más grande y sobrevoló el comedor varías veces antes de soltar un sobre amarillo que bailó por la habitación hasta dar a parar en la cabeza de Peter, quien quiso soltar un grito tan potente que quizá les habría reventado los oídos a todos los presentes de no ser porque un previo hechizo de su padre le había hecho enmudecer. La carta cayó de su cabeza por el vaivén del berrinche y el pequeño Nicholas saltó de su asiento dejando a una emocionada madre adoptiva sosteniendo su libro.
 Todos permanecieron en silencio mientras el niño recorría la habitación con parsimonia y levantaba la carta en alto para observar con detenimiento el sello de Hogwarts, incluso Peter se quedó estático mientras lo rompía y revelaba el contenido de aquel sobre marcado con bella caligrafía y tinta verdosa.
 “Señor N. Rosier, la habitación a la derecha del pasillo, antigua mansión Lee”.
 —Querido señor Rosier—comenzó a leer con ese timbre infantil y pulcro, con la suavidad que usaban las nanas para cantar a los bebés dulces melodías—Tenemos el placer de informarle que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería—a cada palabra pronunciada el rostro de Peter parecía hundirse en una desgracia que escapaba de la comprensión de cualquiera en la sala—Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio. Muy cordialmente, Minerva McGonagall, subdirectora—finalizó tras un leve tartamudeo al tratar de pronunciar correctamente el apellido de la mujer.
 Los días subsiguientes a la llegada de la carta fueron una fiesta en la casa de los Lee, el elfo preparaba postres más grandes y deliciosos, y pronto su habitación se vio repleta de libros y túnicas nuevas, un lustroso baúl que aún olía a barniz, y suntuosas plumas con sus respectivos frasquitos de tinta. Peter se paseaba rara vez por su habitación, solía enfurruñarse en el sofá de la sala principal ordenando al elfo y pateándole de vez en cuando para desquitarse del universo.
 Ambos irían a Hogwarts, oficialmente, Peter para usar un lugar seguro con el objetivo de fastidiar al que llamaba el pequeño bastardo, y Nicholas para buscar cuánta información le fuera posible acerca de sus padres.
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handofglory8 · 5 years
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 Comencé a sentir síntomas de la depresión a tan temprana edad que ni siquiera conocía bien el concepto, hubo muchas cosas en mi vida que fueron mal y me hundí en un pozo tan profundo que era difícil siquiera pensar. Una de las razones para ello fue la muerte de un ser querido, la culpabilidad de no haberme despedido como debería de ella, el sentimiento de que, de cierto modo, había sido responsable de su prematura partida.
La más apabullante apatía me poseyó, no quería nada, no encontraba nada que me gustara, perdí todas mis metas, mis deseos, mis ganas de vivir. Pasaron años así, no hacía nada y lo poco que hacía salía mal a mi modo de ver, tampoco pude recibir terapia pues mis padres no me apoyaron en aquel asunto y los pocos profesionales con los que fui me hacían sentir mucho peor.
En medio de todo aquello me atreví a acercarme a Harry Potter, después de pasar años ignorando aquel mundo porque nada tenía sentido. En el libro encontré dos frases:
“Para una mente bien organizada, la muerte no es más que la siguiente gran aventura”.
“Haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos amó no esté, nos deja para siempre una protección. Eso está en tu piel. Quirrell, lleno de odio, codicia, ambición, compartiendo su alma con Voldemort, no podía tocarte por esa razón. Era una agonía el tocar a una persona marcada por algo tan bueno”.
Entonces, y solo entonces, pude deshacerme de parte de la pesadumbre, pude entender la muerte de mi ser querido y ver ese hecho de otra manera. Me convencí de que estaba viviendo su propia aventura lejos del dolor de la enfermedad, que estaba experimentando todo aquello que no había podido experimentar en vida. También comprendí que todo el amor que ella me había tenido estaría conmigo siempre.
Estos hechos se reforzaron a medida que leía y veía las películas. Podía identificarme con la guerra porque yo también la vivía en mi interior, y quería ser valiente, quería entender, quería luchar.
Y esa lucha continuó el año pasado, cuando un amigo cercano decidió irse del mundo y Harry Potter me ayudó a sobrellevar esa pena y a hacer una despedida para él, de hecho, pensé que se trataba de aquella magia que habla de amor, la magia blanca, cuando soñé con él, cuando lo sentí cerca tras su partida.
No recibí jamás una terapia adecuada para mis problemas, me aferré a un análisis más profundo de la serie y haciendo uso de ella y de otras cosas, como un álbum musical y el arte de la escritura, comencé a luchar por mí y por mi propia recuperación. En mis peores momentos recurría a la saga. Puedo decir, sin lugar a dudas, que Harry Potter salvó mi vida pues si no fuera por la saga me habría suicidado hace mucho tiempo.
Harry Potter para mí representa algo más que un libro o una serie de películas, ¡vamos! Incluso usé al universo Harry Potter como sujeto de estudio para mi tesis de grado, tanto significa para mí. No puedo imaginar mi vida sin la saga porque simplemente esta es parte primordial de mi vida, mi escudo, mi apoyo, mi pilar, y mi camino.
Mi libro y película favorita es The Half Blood Prince, es el último año que vivimos en Hogwarts con Harry y además comienza el desarrollo más profundo de varios aspectos de la guerra y personajes primordiales durante la misma. Además, en ellos se puede ver la lucha interna de mi personaje favorito, Draco Malfoy, quien es, en mi concepto, uno de los personajes más complejos y profundos de toda la serie, aunque muchos se queden netamente en el superficial “es el rubio quejica y molesto”. Me gustan los personajes rotos, que se cuestionan, que tratan de ver, de parecer, que ponen su propio mundo de cabeza y están dispuestos a cambiar sus ideales aunque les cueste la vida entera, que han sido tocados por oscuros abismos y aun así tratan de sobrevivir y ver algo correcto; me gustan los personajes como él, porque son los más reales, porque puedo identificarme con ellos. Long life to Draco Lucius Malfoy. Además, con mi querido Draco Malfoy, compite Luna Lovegood, también me gusta lo extraño y durante toda mi vida he creído en múltiples cosas, muchos dicen que lo hago porque necesito llenar el vacío al no creer en Dios, pero creo en ellas porque sé que el mundo es demasiado complejo como para que no existan cosas que creamos algo locas y sobrenaturales, porque es lógico pensar que si estas cosas existen desearían que creamos que son una patraña; por eso logré identificarme con ella y por ello mismo y mis momentos de abstracción observando cosas que para muchos pasan desapercibidas es que me gane el nombre de Lovegood como apodo durante toda la universidad al punto que incluso los profesores olvidaban muchas veces como me llamaba y debía poner mi nombre y entre paréntesis mi apodo en los exámenes para que supieran de quién rayos era.
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handofglory8 · 5 years
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Hay un revuelo generalizado, una idolatría casi perpetua que se mueve por los pasillos tan invisible para los incautos como las partículas de polvo revoloteando por el viento. Está allí, tan abstracto, casi irreal hasta que alguien sonríe con suficiencia, hasta que se acercan con una falsa mueca amistosa, hasta que sus verdaderas intenciones se funden con maestría en pilares de teatral bondad. ¿Qué se necesita para ser un mártir moderno?
 Como un culto se mueven a su alrededor justificándose en que representa el lado de las buenas ideas, de lo que es correcto, sin detenerse a pensar por un momento que aquel concepto es tan voluble y cambiante como la mente humana. ¿En qué se diferencia su sufrimiento del de cientos de otros magos que caminan por los mismos pasillos, que también se llevan la pluma a los labios y la muerden de manera insistente en sus exámenes, que alzan sus varitas para recitar en voz baja algún encantamiento en los jardines?
 Les he visto hacer todas las cosas rutinarias que señalan a aquellos de correctas costumbres, y también he visto aquel reflejo en sus ojos cuando recuerdan sus peculiares y personales marcas. Pero se contonean de manera diferente, sus figuras se pierden irremediablemente entre la multitud. ¿Quién puede decir que no ha perdido algo en los últimos años? Y sin embargo… ¿cuántos pueden darse a sí mismo la insignia de un mártir? ¿Cuántos de ellos son héroes sin serlo, en realidad?
 Considero una hipocresía vanagloriar a alguien por hacer algo que no recuerda, por un dolor que no solo él ha sufrido, por unas condiciones que comparte con un porcentaje tan alto de la población que es ridículo siquiera dar un número. ¿Un mártir por una victoria inesperada? ¿Un mártir por una difusa visión? ¿Un mártir por un heroísmo inexistente? ¿Un mártir por una perdida? ¿O acaso solo por una cicatriz?
 Si fuese así entonces… ¿sería yo considerado el mártir de las serpientes alguna vez? ¿Podría ufanarme de mis cicatrices? ¿Sería tomado como el icono de un movimiento solo por haber perdido a mis padres? Y si se trataba de matar a alguien sin tener consciencia de ello, entonces, ¿podría verse la muerte de la muggle que me tenía en brazos antes de ser encontrado como mi humilde contribución?
 No.
 Hay algo en la figura de un mártir que es particularmente molesto, porque no hay victima que pueda levantar el rostro en señal de victoria, no hay guerra que no deje una amarga sensación, no hay un portador solitario de todas las desgracias.
 Si alguna vez me lo preguntaran, si alguien se atreviera a romper con la burbuja que he construido a mi alrededor en estos momentos en el Gran Comedor, respondería sin titubeos que el regreso del Señor Tenebroso no apunta a la creación o renovación de ningún título como mártir, que nadie por sí solo tendría la capacidad de sobreponerse a un poder mayor en ninguno de los bandos, que Potter solo es un hijo de la guerra como lo somos todos los que venimos de una familia con al menos un ancestro mágico. Porque no hay poder en una leyenda más allá de las simples fantasías de aquellos que son demasiado débiles para reconocer el peso de una abrumadora realidad.  
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handofglory8 · 5 years
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¿Debería ser la muerte considerada la culminación de toda ambición? He vuelto a leer sobre él por mera casualidad y de nuevo me he cuestionado, he revuelto la biblioteca entera en busca de algún texto que me ayudase a comprender sus motivaciones sin éxito alguno. Supongo que nada de eso estará en los libros, al menos no en ninguno de Hogwarts, pues la carencia básica de lógica en su comportamiento lo habrá sacado de manera tajante de cualquiera de ellos.
¿Es la ambición lo suficientemente fuerte como para nublar los sentidos hasta decidir abandonar por ella lo único conocido? ¿Acaso ese no es el símbolo perfecto, el baluarte de la estupidez? Le doy vueltas una y otra vez tratando de no entregarle de inmediato la insignia de la falta de practicidad.
Soy ambicioso, pero no un tonto. Soy un Rosier, pero no un suicida. ¿Acaso de verdad puedo ser un Rosier de esa forma? Repaso los ideales como un mantra, han perdido su sentido original; quizá es por ello, ese cuestionamiento perpetuo mientras él solo creyó ciegamente sin detenerse.
¿Soy realmente ambicioso si no estoy dispuesto a morir por algo de poder? Me corroe el más puro deseo de estar, de ser, de pertenecer, de significar, y sin embargo no puedo lanzarme a un vacío en el que sé que todo pensamiento se me va a escapar entre los dedos hasta llegar a su mera inexistencia. Porque la vida es solo eso, una continuación del pensamiento anterior, un enlace perpetuo de ideas que se funden y se mezclan, ¿acaso significar, ser, estar, pertenecer no es directamente proporcional a existir con una idea?
Quizá no soy realmente ambicioso, quizá ni siquiera soy realmente un Rosier. ¿Pensaría que soy una vergüenza para su apellido, para sus ideales, para sus ansias de poder? Pero yo sigo vivo.
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