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Mis cosas
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hluisgarcia · 5 years ago
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Hacer el vago
Ésta mañana me he levantado cansado. El maldito arresto domiciliario que estamos viviendo me está ganando poco a poco. No tengo ganas de hacer nada. Planifico, me digo mil veces a mi mismo que debería de ponerme a trabajar lo antes posible, aplazo tareas... Pero al final, nada de nada. Y así día tras día. A esto los psicólogos lo llaman procrastinación, una mierda más inventada para ganar dinero. Mi padre lo llamaba “hacer el vago”, y creo que ha existido desde que el ser humano existe. Tiene poco que ver con el mundo moderno y sus muchas tonterías.
“Hacer el vago es algo malo”, nos han dicho desde siempre. No se puede estar parado, mirando al techo, perdido en pensamientos no productivos. Hay que trabajar, trabajar, trabajar. Hay que estar constantemente en movimiento, no vaya a ser que el universo se pare. Y ahí quizás está la cuestión. Nos han engañado siempre. Viviremos en éste mundo un muy corto espacio de tiempo. Tan pequeño, que aunque creamos que sí, no dejaremos huella en ésta tierra. Si redujéramos la historia de la Tierra a veinticuatro horas, la humanidad llevaría sobre ella apenas dos segundos, los últimos dos segundos. Los dinosaurios se habrían extinguido hace veinte minutos. Y nosotros no creo que tardemos más de un par de horas en desaparecer, a pesar de que nuestro egoísmo nos haga creer que estaremos en éste mundo para siempre. Desapareceremos como todas las especies que han existido y que existirán. Pero en lugar de aprovechar el corto tiempo de vida que se nos concede disfrutando del espectáculo que el universo pone delante de nosotros, nos ponemos a correr a lo loco y en todas direcciones, desde casi el momento en que nacemos. Puede que la infancia sea la época en la disfrutamos de más libertad, pero enseguida el mundo nos mete prisas para que comencemos a movernos. El movimiento perpetuo es la humanidad. Las hormigas y abejas no lo son. Ellas hibernan una vez al año.
Quizás todo sea una estrategia para distraernos de las cosas importantes. Para que no pensemos, para que digamos a todo que sí sin apenas recapacitar. Una forma de tenernos retenidos en el rebaño que es ésta maldita humanidad, gobernada por leyes civilizadoras, más que civilizadas. Somos robots programados por eso que llamamos sociedad, que, aunque existan muchas y de muy distintos tipos, todas consiguen lo mismo: La sumisión. Y así, nos convertimos en seres libres y sumisos. Sumisamente libres...
Quizás comencé éste texto queriendo hablar del encierro domiciliario y ésta maldita procrastinación me haya hecho, nuevamente, perderme en divagaciones.
Quizás la libertad sea, simplemente, tener derecho a divagar.
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hluisgarcia · 5 years ago
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Helena
El fuego que ardía en la chimenea era el único punto de luz de aquella enorme sala. Frente a él, la butaca ocupaba el puesto de honor junto a las altas llamas. Todo lo demás era oscuridad.
Desde la puerta de entrada al salón, aquella chimenea se veía como una lejana estrella brillando en el vacío del espacio. No había otros puntos de referencia. No había ruidos. No había ninguna señal de vida.
Y como si fuese una triste polilla atraída por la luz de una farola, aquella chica miraba desde la distancia la chimenea, aterrorizada.
Vestía un sucio camisón blanco. Nada más. Tenía el pelo enmarañado y sucio y sangraba por las manos, los pies y las rodillas. Sus ojos, si hubiesen estado iluminados debidamente, hubieran reflejado una mirada de terror. Pero hacía mucho tiempo que no veían la luz.
Su instinto le decía que no se acercase a aquel fuego, pero tenía frío. Sabía que la estaban buscando, y que allí la encontrarían. Su mejor opción era seguir caminando por aquellos pasillos oscuros y húmedos, pero estaba muy cansada. Ya no resistía más.
Apenas comenzó a caminar hacía la chimenea, cuando un brazo apareció, de repente, por el lado derecho de la butaca. Se detuvo. Un hombre alto se levantó y se giró hacia ella. La iluminación del fuego, a sus espaldas, mostraba a la chica solamente una sombra, una silueta amenazadora.
Durante unos segundos eternos, aquel hombre a contraluz no se movió. Después, extendió un brazo hacia ella, señalándola como si la estuviese condenando. Pero no dijo nada.
La mujer se tapó la boca con sus manos. Quería gritar, pero el terror que sentía se lo impedía ¡Aquel hombre sin rostro, con aquel sencillo gesto, había sido capaz de inmovilizarla!
A continuación, una voz profunda abandonó la luz y viajó, lentamente, hasta ella.
–¡Helena! Por fin has aparecido –habló la sombra. Ella dio un paso temeroso hacia atrás. Conocía aquella voz. La había escuchado muchas veces entre los muros de aquel castillo. ¡Joel! Él era el hombre que la retenía allí, en aquel extraño lugar. Él sería quien la drogaba y la hacia perder la consciencia cada dos por tres. ¡Él era su captor y su torturador!
–Libérame, Joel. ¡Te lo suplico! –dijo con un quejido la mujer–. Libérame y déjame marcharme de este lugar. Quiero regresar con los míos. ¡Te lo pido por favor!
El hombre parecía asustado. Sus ojos desprendían miedo y rabia. Permaneció unos segundos en silencio, como si las palabras de la mujer hubieran tardado más de lo normal en llegar hasta sus oídos. Después, desesperado, grito:
–Veté. aléjate de mí. Vuelve a la sombra.
La mujer no pareció escucharle. Trató de avanzar hacia el hombre, pero algo la retenía.
–¡Por favor! Permite que vuelva con los míos. ¡Es lo único que pido! –gritó.
–¿Por qué no dejas de atormentarte? Regresa a tu sitio –dijo él.
–¡No! ¡No quiero volver allí! ¡Déjame libre, por favor! –gritó ella.
–¡Lo siento, Helena! – Y el hombre se puso a llorar.
La mujer sintió cómo una fuerza poderosa la tomaba por la espalda y la arrastraba, nuevamente, hacia la oscuridad. Veía alejarse aquella sombra, que de pie y con su mano derecha apoyada en la butaca, presenciaba cómo era absorbida por aquello que fuese que la transportaba. Sintió ira y pena. Aunque terrible, aquella figura humana era la única evidencia de que existía la luz y el calor. El frío volvió a adueñarse de su cuerpo. Quiso gritar, pero ya no pudo. Estaba muda.
Aquella fuerza poderosa que la arrastraba, silenciosa, de repente, cesó. Extendió sus manos hacia adelante y toco un muro húmedo. Las levantó hacia arriba y volvió a tocar aquellas piedras mojadas. Intentó darse la vuelta y chocó con otra pared. Sí, estaba nuevamente en aquel sepulcro en el que apenas podía levantarse y donde no podía dar ni un solo paso. No escuchó abrirse ni cerrarse puerta alguna.
Seguramente –pensó– que ya estaba bajo los efectos de las drogas que, sin saber cómo, no dudaba que Joel le suministraba y aquello era parte de las alucinaciones que le producían. Allí solamente había piedra y roca. Un grito rebotó en su cabeza, pero ningún sonido brotó de sus labios. Perdió el conocimiento.
Cuando despertó, no supo diferenciar el sueño de la realidad. Había soñado con un infierno húmedo y oscuro, por el que vagaba eternamente, chocando con seres viscosos y grasientos que la agarraban y la sobaban. Era como si una enorme lengua la saborease antes de que fuese tragada por un monstruo gigantesco. Pero ahora, creyéndose despierta, estaba en esa misma oscuridad insondable, espesa. Y tirada en el suelo, sin atreverse a realizar ni un solo gesto, sentía como por sus espaldas algo viscoso y húmedo, tan grande al menos como ella, empapaba su camisón y la pegaba con fuerza al suelo. No podía moverse; apenas respirar. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrada? ¿Habían pasado horas o días desde que intentó escapar?
De repente, sintió nuevamente como una vorágine silenciosa se adueñaba de ella y la arrastraba por la oscuridad hasta ver a lo lejos, nuevamente, la chimenea iluminada por el fuego. Otra vez estaba allí la butaca, otra vez la sombra... ¡Otra vez Joel!
Aquella escena se repitió muchas veces. Tantas que la sombra cambió. Ahora era más pequeña, más menuda. Quizás fuese otra persona, quizás fuese más mayor... ¡Dios mio! ¿Cuánto tiempo había pasado? Por fin, después de repetirse aquella escena infinidad de veces, la decoración también cambió. Frente a la chimenea ahora había una mesa, y cuatro personas sentadas, con las manos unidas sobre el tablero. Una extraña luz amarilla surgía del techo de la sala, iluminando, con un potente fulgor, al grupo. Uno de ellos hablaba en voz alta. Los demás, en silencio, parecían vigilar, con un miedo apenas contenido, la oscuridad que había más allá de la claridad que los envolvía.
De pronto, uno de ellos gritó y el que dirigía aquella reunión, a gritos, ordenó al resto que no se movieran. Miró a la mujer, y con una voz temblorosa, le dijo:
–¡Aquí estas! ¡Has venido! Llevamos mucho tiempo esperándote.
–Liberadme –gritó ella–, pero su voz sonó extraña, grave, lejana. –Las drogas– se dijo.
El hombre se asombró, como si no esperase escuchar ningún sonido de la boca de la mujer. Permaneció frente a ella, en silencio.
–¡Mirad cómo se conserva! –dijo al rato a sus compañero–. Parece que no ha pasado el tiempo por ella.
–¡Es increíble! –dijo alguien a sus espaldas.
–¡Voy a intentar hacerle una fotografía! –dijo otro.
–¡Quietos! –gritó el que estaba frente a ella–. No vaya a asustarse. No hagáis nada.
Haciendo un terrible esfuerzo, Helena se acercó todo lo que pudo al hombre que tenía delante, y le gritó:
–¡Liberame, Joel!
–No soy Joel, Helena –le respondió–. Y no te puedo liberar, porque tu libertad no depende de mí.
–¿De quién depende? –preguntó con desesperación.
–¡Estás muerta, Helena! ¡No puedo liberarte, los sabes muy bien! ¡Yo no te retengo! ¡Es la muerte quien lo hace! ¡Eres un fantasma!
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hluisgarcia · 5 years ago
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El hombre
El hombre visitaba pocas veces el pueblo. No era muy sociable y prefería estar alejado de las personas. Nunca le trajeron nada bueno. Creció en una casa pobre, donde su padre le enseñó a sobrevivir, pero no a convivir. Aquel hombre le crió solo, ya que la madre murió en el parto. Él también era huraño. Y violento. Todas las semanas recibía una paliza, por las causas más diversas. Cuando fue un adolescente, comenzó a sospechar que su padre pagaba en él todas sus frustraciones. Un día se rebeló y se atrevió a defenderse. Su padre trató de clavarle uno de los cuchillos de la cocina, el más grande que encontró, y él, temiendo por su vida, fue capaz de forcejear, arrebatárselo y clavárselo en el pecho. Mató a su padre en defensa propia, pero él no sabía qué era aquello. Temió que las autoridades le encerrasen, y por eso, se marchó de aquel pueblo para siempre.
Aquel hombre, en la soledad, encontró el consuelo que nunca tuvo. La naturaleza le alimentaba y él aceptaba de buen grado todo lo que le enviaba. No necesitaba más. En su huida, tras vagar por las sierras durante meses, encontró una vieja cabaña abandonada. Estaba casi en ruinas, pero el paraje donde se encontraba le gustó y decidió restaurarla. Allí llevaba viviendo ya cinco años. Cinco años de soledad y recogimiento. De calma en el alma. De paz.
El hombre apenas sabía leer. Fue unos años al colegio, hasta que su desarrollo físico le permitió ser lo suficientemente fuerte como para realizar las labores de la finca familiar. Entonces, su padre lo sacó de la escuela y lo puso a trabajar. Pero en la cabaña encontró algunos libros, húmedos y rotos, que el leyó con paciencia. Al cabo del tiempo, se los sabía casi de memoria, de tanta afición que le cogió a la lectura. Uno de ellos era la biblia. Otros eran libros de agricultura y ganadería, que le sirvieron para organizar y explotar su granja de la mejor manera posible. Los demás, libros extraños que estaban escondidos dentro de una de las paredes. Hablaban de magia, demonios, poderes sobrenaturales y cosas así. Él nunca llegó a entenderlos bien, y siempre pensó que eran una sarta de tonterías. Llevaba mucho tiempo viviendo en mitad de la nada, y nunca vio nada de lo que aquellos libros mencionaban.
Él creía que la naturaleza era cristalina. Nunca ocultaba nada. Todo estaba a la vista para los que supiesen mirar. Por eso, todo aquello que trataba de alterar la naturaleza de forma mágica le sonaba a fantasías y niñerías. Aquella mañana, para demostrarse a sí mismo que el diablo no existía, realizó unos conjuros que había en uno de los libros para invocarlo. Tras un par de horas practicando el ritual al pie de la letra, desistió. Aquel tipo con cuernos y patas de cabra no se presentó a la llamada. El resto de la mañana la dedicó a sus tareas, y por la tarde, tras comer, fue a pasear por el bosque. Le gustaba entrar en silencio, para poder sorprender y observar a todas las criaturas que allí habitaban.
Por la noche hizo una hoguera frente a la casa con la intención de prepararse carne a la brasa para cenar. El cielo estaba despejado, y las estrellas, infinitas, tan cercanas a la tierra, que pensaba que si estiraba el brazo podría tocarlas. Ante aquella visión, el hombre decidió dormir al raso, al lado del fuego, bajo aquel techo de luz lechosa. Pero mientras preparaba el jergón, escuchó, a lo lejos, una voz que gritaba. Vio una silueta que salía del bosque en dirección a la cabaña. El hombre rápidamente empuño su cuchillo de caza.
Poco a poco la silueta se fue acercando, para mostrar lo que parecía un monje, con su cogulla negra y su cordón a la cintura. Por la voz parecía un anciano, pero la capucha impedía ver su cara.
–¡Buenas noches, hijo! Espero no haberte asustado. Me he perdido y busco cobijo. Me llamo Samael.
El hombre se fijó que caminaba lentamente, cojeando quizás un poco. No le pareció peligroso, por lo que guardó su puñal en la funda que llevaba a la cintura. Tras presentarse y ofrecerle asiento y comida junto al fuego, se sentó al otro lado de la hoguera. No quería estar muy cerca del desconocido.
–¡Bonito lugar éste donde vives! –Dijo Samael–. Aquí parece que tienes todo lo que necesitas para vivir. –Sí. No necesito nada más. –¿No sientes curiosidad por conocer a otras personas, por ver otras partes de éste mundo? Mira que hay cosas maravillosas más allá de éstas montañas. –No. Nunca he sentido curiosidad por nada. –Eso no puede ser verdad. El hombre es curioso por naturaleza. –Pues yo no lo soy. ¡Se lo juro por Dios! –No jures en vano, hijo mío. Dios siempre nos observa. –¿Por qué dice eso? ¿Acaso duda de mí? –Perdóname. No he querido ofenderte. Gracias por la cena. Si me indicas el camino para ir al pueblo, seguiré mi camino. Hace una noche preciosa para caminar.
El hombre, celoso de su intimidad, le dio las indicaciones y lo despidió. Tras vigilar un rato para comprobar que el anciano realmente se alejaba de sus tierras, se metió en la casa. Ya no se sentía seguro durmiendo a la intemperie.
Cuando abrió los ojos, todo era luz. Pero era distinta, no era luz solar. Era como la luz que se crea dentro de una cueva húmeda, con una gran hoguera. Las sombras bailaban por las paredes.
A su lado, estaba su padre.
–¡Hijo! ¡Qué has hecho! ¡Llamaste al diablo! –¡Pero padre! No vino! –gritó. –¡Hijo! ¡Perdóname por todo el mal que te he hecho! Esto es el infierno. Mañana estarás aquí conmigo. ¡Lo siento!
El hombre despertó. Vio que estaba en su cama. Salió fuera. Junto a la hoguera, vio las huellas de lo que parecía una cabra que hubiera caminado sobre dos patas. Supo que ese día moriría.
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hluisgarcia · 6 years ago
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El encuentro
El encuentro
Era noche cerrada. Estaba a punto de llegar a mi destino, donde al día siguiente tendría un largo día de trabajo, para, a última hora, regresar por el mismo camino a mi casa. Hacía poco que había dejado de llover, y el cielo se veía oscuro y espeso. Conducía de forma casi automática, agotado ya por el largo viaje. Los kilómetros pasaban sin que el paisaje cambiase, un eterno desfilar de árboles apenas iluminados por los faros del coche y el tiempo entre curva y curva se hacía eterno. La carretera, sin tráfico, sin vida, se veía siniestra.
Pero de pronto, una sombra a mi derecha, llamó mi atención. Algo o alguien había aparecido al lado del vehículo, saliendo de la oscuridad a la cuneta, tan cerca del costado derecho que, aunque no sentí ningún golpe, no me cabía ninguna duda de que había colisionado con él. Pero fue todo tan rápido, que no pude identificar qué fue.
Frené, reculé, pero no encontré a nadie allí. La duda de sí el simple paso del coche podría haberle causado algún daño a una persona, me hizo caminar por la cuneta buscando un cuerpo tirado entre los árboles. Nada.
Continué mi viaje angustiado. Al día siguiente, en mi destino, busqué noticias de la zona para comprobar si se había encontrado a alguien por allí abandonado, perdido, muerto... ¡Nada! Cuando le comenté a un amigo lo que me había ocurrido, me dijo que el cansancio puede hacernos estas jugadas. Creemos ver cosas que, en realidad, nunca ocurrieron. La explicación me convenció. Pero cuando aquella noche tuve que volver a pasar por el lugar, no pude evitar levantar el pie del acelerador y pasar despacio, inspeccionando todos los rincones de aquel paraje...¡Y allí estaba!
Un hombre alto, de más de dos metros, vestido de negro y con un sombrero de ala ancha, estaba parado en la cuneta, mirando en el sentido de mi marcha. Cuando me paré a su lado, no se movió, ni me miró. Le pregunté si necesitaba algo, pero el hombre no hizo un solo gesto. Me fijé en sus ropas. Era un traje antiguo, No veía sus zapatos. Su cara estaba oculta por el enorme sombrero. Sentí miedo. Un miedo profundo, como si mi vida se fuese a terminar en ese preciso momento. Era como si me encontrase frente a una estatua que acaba de cobrar vida; frente algo sobrenatural. Arranqué como un loco mirando por el retrovisor para comprobar si ahora se movía, pero ya no estaba detrás del vehículo. Con el corazón en la boca, corrí por aquella carretera perdida hasta llegar a mi casa. Nunca más me he atrevido a pasar por ella. Nunca más.
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hluisgarcia · 6 years ago
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La primera muerte
Los antecedentes
En el instituto me aburría enormemente. Los temas que se enseñaban durante un trimestre me los leía en casa en dos días y los asimilaba sin ninguna dificultad, lo que me permitía pasar el curso enredando con mis compañeros y poniendo en compromiso a más de un profesor que no tenía muy bien aprendida la lección del día. Me divertía avasallándoles sobre el tema correspondiente con preguntas de un nivel escolar muy superior al que ellos estaban acostumbrados. Algunos no sabían que responder, se quedaban mudos, y optaban por expulsarme de clase por provocador. Evidentemente, mis notas nunca fueron buenas. Muchas veces por venganza del profesor de turno. Otras porque, hastiado, ni siquiera me presentaba a los exámenes.
El caso es que a los dieciséis años abandoné los estudios. Mi madre, aunque nunca lo dijo, en el fondo estaba encantada, porque así yo podría ayudar, trabajando, a la economía familiar. Al poco tiempo, me colocó en una fábrica de zapatos.
Todo mi trabajo consistía en encolar y pegar suelas en una enorme cadena industrial. Me pasaba ocho horas con una pistola esparciendo pegamento a una fila infinita de zapatos, sin moverme del sitio. Solo podía ir al lavabo cinco minutos cada tres horas. Además, contábamos con un descanso de quince minutos a media jornada. Había un encargado, Ramón, cuyo trabajo era controlar las idas y venidas de los trabajadores de su sección, además de procurar que la productividad del grupo, es decir, el número de zapatos encolados por hora, no descendiese de forma significativa. Para conseguir ese objetivo, utilizaba dos herramientas, principalmente: El insulto y las amenazas de despido.
El sueldo era una basura, pero la empresa permitía hacer horas extras para compensarlo. Evidentemente, solo podían hacerlas aquellos más productivos, los que mejor trabajaban, y a esos los elegía Ramón. Esa función le dada un poder inmenso sobre el grupo de semi-esclavos que trabajábamos a sus órdenes. Si tenías dificultades económicas, si no llegabas a fin de mes, él era quien podía resolver tus problemas; pero para ello, tenías que caerle bien, claro.
A mi lado trabajaba una chica de mi edad. Rubia, ojos claros, menuda, con grandes pechos y unas curvas sensuales que excitaban mis hormonas juveniles constantemente. Se llamaba Laura.
Laura era muy tímida, acomplejada quizás. Casi nunca levantaba la mirada del suelo y hablaba siempre en un susurro apenas audible. Ramón la aterrorizaba con sus gritos y yo, cuando se alejaba de nosotros, trataba de calmarla y animarla. No es que en aquella época fuese más humano y sentimental que ahora, ni que estuviese conmovido por el maltrato psicológico que sufría Laura. Mi acercamiento hacia ella estaba únicamente motivado por mi deseo de ligármela y perder, por fin, mi virginidad.
Con el paso del tiempo, Laura fue confiando en mi. Así fue como descubrí que ella estaba en una situación muy parecida a la mía: Vivía con su madre, con pocos recursos económicos y aquel trabajo era esencial para la supervivencia de las dos mujeres. Era por eso que hacía todas las horas extra que podía. Eso me animó a solicitar el poder hacer algunas horas extra también, así pasaría más tiempo a su lado. Para poder descansar el tiempo mínimo imprescindible, las horas extras se hacían siempre por la noche.
Pero nada más comenzar mi turno nocturno, Ramón se llevó a Laura a su pequeña oficina. El hombre que tenía a mi derecha, cuando se perdieron al final de la nave, lanzó una maldición.
-¡Hijo de puta! Así te exploten los huevos.
Yo no entendí aquella reacción, pero no quise preguntar y seguí trabajando. A las dos horas regresó Laura. tenía la mirada más humillada de lo normal y el gesto muy serio. Pensé que la habían despedido, pero para mi sorpresa, se colocó en su puesto y comenzó a trabajar. Aunque le pregunté un par de veces, ella calló. Y al final de la jornada, salió corriendo sin despedirse. El hombre que estaba a mi lado me paró en la calle.
-No sabes lo que ha ocurrido, ¿verdad? -me dijo.
-No, la verdad -le respondí.
-El cerdo de Ramón se ha tirado a tu amiga. Lo hace con todas las jóvenes. Las amenaza con despedirlas si no se dejan violar, y las pobres tragan con tal de llevar un sueldo a casa.
No dejé de darle vueltas a la cabeza desde entonces. Aquello no podía ser. Pero si realmente estaba ocurriendo, yo tenía que hacer algo al respecto.
A la noche siguiente, cuando Ramón volvió a buscar a Laura, y una vez abandonaron nuestra zona de trabajo, dejé mi puesto y marché tras ellos.
El despacho era un cuartucho hecho con cuatro paneles en una plataforma elevada sobre la misma planta. Estaba tan mal hecho, que entre las laminas que lo formaban había huecos que me permitieron mirar en su interior. Ramón había colocado a Laura sobre la mesa y con la falda subida hasta la cintura, la penetraba sin ninguna delicadeza. La chica miraba al techo, como ida. Seguramente su mente estaba en otro sitio, a la espera de que el tormento acabase.
Regresé a mi puesto pensando en cómo matar a Ramón...
Continuará. Sigue el hashtag #RelatoCazador en mi blog en Tumblr o en Wordpress
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hluisgarcia · 6 years ago
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El bosque
1.1. El camino
Llevaba ya más de tres horas caminando por aquel espeso bosque y comenzaba a sospechar que me había perdido. Las indicaciones para llegar a la casa de campo que mi empresa había alquilado parecían claras, pero era evidente que, o no las entendí bien o el hombre que encontramos en mitad del bosque y a quien le preguntamos por la ubicación de la misma, se equivocó al hacerlo… Aunque, ahora que lo pienso, es muy probable que se equivocase a propósito. El tipo tenía una sonrisa irónica en su rostro mientras me explicaba el camino que debía seguir para llegar a la maldita casa. Entonces pensé que se debía a la belleza de Laura, la mujer que me acompañaba en aquella aventura, y a las cosas que se le tuvieron que pasar por la cabeza a aquel aldeano andrajoso y sucio al que preguntamos, viendo a un señor adulto como yo, de más de cincuenta años, buscando una casita perdida en el bosque donde pasar unos días con aquella diosa rubia de apenas veinte años. Pero después de aquel encuentro, cuando estábamos perdidos, desorientados, sospeché que el motivo de aquella sonrisa sarcástica había sido el disfrute interno que estaba sufriendo el muy pillo al ver como caíamos en sus engaños de una forma tan inocente y la sencillez con la que nos encaminábamos hacia aquella abundancia de vegetación de la que no conocíamos nada, salvo los pocos datos que él mismo nos facilitó. Seguramente que, debido a su mentalidad pueblerina y puritana, creyó que era más correcto que pasásemos la noche tiritando, muertos de frío, bajo algún árbol, que en un confortable y cálido refugio, el cual nos proporcionaría todo lo necesario para la bacanal que aquella mente enferma consideró ocurriría en su interior y de la que concluyó que yo no era digno. Y mientras más lo pienso, más convencido estoy de ello. ¡El paleto se rió de nosotros!
https://luisgarciareal.wordpress.com/2018/12/08/el-bosque-capitulo-i/#more-95
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hluisgarcia · 6 years ago
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Prueba
Quien me prueba por primera vez, repite.
https://www.tumblr.com/blog/hluisgarcia
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hluisgarcia · 6 years ago
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Nace un cazador
El nacimiento de un cazador
Uno no se hace cazador de seres humanos de la noche a la mañana. Tiene que ocurrir algo que lo anime a ello. Y estas circunstancias suelen comenzar a condicionar ya en la infancia del futuro asesino. Puede ser un adulto que enseña al niño a matar, por el deseo de transmitir sus conocimientos y ver en él a su heredero, al seguidor de su arte; o puede que el menor haya sido víctima de algún abusador que provoque en el pequeño odio a las personas y desarrolle la caza como método de venganza y de alivio de su sufrimiento; o puede, simplemente, nacer con ese deseo. La diversidad genética tiene estas cosas. En el siglo XXI una persona con deseos de matar a otras por el simple placer de hacerlo será considerada un psicópata. Quizás en el imperio griego fueron catalogados como héroes. Todo depende de la sociedad del momento, de nada más. La diferencia entre ser un héroe o un asesino depende nada más que del momento en el que naces.
Yo, por desgracia, nací en una época inadecuada para mis condiciones, pero eso no me impidió comenzar a desarrollarlas muy pronto. En el colegio, con apenas diez años, conseguí que mi profesora sufriera enormemente como castigo al maltrato que ejercía hacia mí. Creo que desde el primer día en que me vio, adivinó en mi mirada que no era trigo limpio, que tenía muy malas intenciones, y se dedicó, sin descanso, a vigilarme y hostigarme de manera insistente, como queriendo erradicar un impulso que ya se había hecho fuerte dentro de mí. En el fondo tendría buenas intenciones, pero eso a mi me da igual. Solo me importa de las personas que me puedan facilitar conseguir mis deseos. Cuando no ayudan a ello, se convierten en un incordio que hay que eliminar.
La profesora se llamaba Elena. Era una solterona fea y aburrida que había puesto todas sus esperanzas en salvar a sus alumnos de la mala vida. Más allá de enseñar, quería dirigir sus vidas por el buen camino, como la madre atenta que nunca pudo ser. Y centró todos sus esfuerzos en mí. Se reunía constantemente con mi madre, le mandaba notas informando de mis frecuentes peleas en el patio, me castigaba a la más mínima oportunidad... ¡No me dejaba respirar, la muy puta! Así que decidí sacarla de mi vida. En aquella época, matar era algo muy grande para mí. No por significar un dilema moral o por lo que significaba contravenir una norma de convivencia tan importante para ésta sociedad como es la del respeto de la vida humana, sino por que aún mi pequeño cuerpo de niño no estaba preparado para abatir a un adulto. Así que tenía que pensar en soluciones menos dañinas pero igualmente eficientes. Con Elena fue la primera vez que ejecuté un plan maquiavelico.
La profesora vivía en un pequeño apartamento en el mismo barrio que el colegio. Iba cada día a trabajar caminando, pues apenas tardaba unos minutos en llegar. Al final de su jornada, se paraba cada tarde a comprar la cena en una tienda del barrio, y, supongo, se pasaba la noche sentada delante del televisor. Y lo supongo porque a la salida del colegio la seguí durante varios días, y una vez que entraba en su casa, no volvía a salir. Desde la única ventana que daba a la calle se veía el resplandor intermitente de la caja boba.
Con esta información me dispuse a preparar mi plan. Evidentemente, el ataque tendría que producirse en su casa, mientras dormía. El que yo saliera de la mía a altas horas de la noche, no era problema: Mi madre, soltera y con dos trabajos, caía rendida en la cama cada noche nada más cenar y no se despertaba hasta las seis de la mañana para comenzar con su jornada laboral. Yo tenía que levantarme cada mañana solo, prepararme el desayuno e irme al colegio, donde comía, para regresar a las cinco de la tarde, prepararme la merienda y esperar hasta las ocho que regresara. Tenía todo el tiempo que necesitase a mi disposición.
Una noche me decidí a explorar los accesos al piso. La puerta era fuerte y no vi forma de abrirla, pero la ventana era otra cosa. Era pequeña, de aluminio y oscilante. Y siempre estaba abierta. El resquicio que quedaba era apenas el justo para que mi cuerpecito infantil se colase por él, pero con mucho esfuerzo y cuidado, pasé al otro lado. Una vez dentro, de pie sobre lo que era una pequeña cocina, se podía ver todo el piso. La cocina comedor, enfrente una puerta cerrada que sin duda era el dormitorio y a la derecha una puerta entreabierta que daba a un minúsculo cuarto de baño.
Me dirigí al dormitorio de mi víctima. Abrí la puerta con mucho cuidado y tras rebasarla, vi a Elena dormida sobre la cama. Estaba desnuda, apenas tapada con una sábana. La verdad que aunque fea de cara, no tenía un mal cuerpo y sus cuarenta años aún no se notaban en él. Se la veía feliz, con una sonrisa plácida. Seguro que estaba teniendo buenos sueños. En aquella situación, no me hubiera costado mucho cortarla en cuello con un cuchillo, por ejemplo. Pero yo quería verla sufrir y aún no tenía claro cómo hacerlo, por lo que desanduve mis pasos y salí del apartamento. Ya sabía como entrar y salir, ahora solo quedaba cómo ejecutar mi venganza. Tenia que hacerlo de tal manera, que pudiera, en el futuro, seguir con estos juegos.
El plan
Aquella tarde, Elena llegó a su casa con la compra a cuestas, como todos los días. Dejó sobre la cocina la bolsa y se fue al dormitorio. Se desnudó y paso a la ducha rápidamente. Después, se puso su bata, y comenzó a preparar su cena. Dos horas después, Elena se acostaba.
Pero aquella noche pasó algo diferente. Creyendo estar soñando, sintió que algo le llenaba la boca. Un trapo. Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que estaba inmovilizada a la cama. Tenía las manos y los pies atados al catre. No podía levantarse, ni gritar. En la oscuridad creyó ver una figura humana a su lado. Era de poca estatura, como la de un niño. Se fijó mejor y pudo ver que vestía una especie de túnica negra y llevaba una máscara de una calavera fluorescente. Aquella cabeza parecía flotar en la oscuridad. Elena quiso gritar, pero no podía. La mordaza le ahogaba. La calavera se acercó a su cara. La figura levantó un recipiente a la altura de sus mejillas, y de repente, sintió que algo le quemaba la cara. Era un dolor insoportable. Tratando de gritar, se tragó la mitad del trapo, que le bloqueó la garganta. Sentía como se asfixiaba y trató de centrarse en respirar por la nariz. El ácido le corrió por el cuello, arrancándole la piel por donde pasaba. El dolor era tan intenso que se desmayó.
Aquella madrugada, atendiendo a una llamada anónima, la policía se presentó en casa de Elena. La encontraron con la cara quemada con ácido, ya apenas sin rostro, y amarrada a la cama. La puerta estaba cerrada por dentro y solo existía una salida, la de la ventana batiente de la cocina, que era tan pequeña que apenas cabía un niño pequeño por ella. Aquello era una pesadilla para el inspector encargado del caso. La prensa rápidamente lo llamó el crimen perfecto. No había móvil, no había pistas... ¡una locura de caso!
Elena vivió, pero a pesar de las numerosas operaciones de cirugía estética que sufrió, nunca volvió a ser la misma. Cada noche tenía pesadillas, y gritaba como poseída por demonios. Soñaba con una calavera que brillaba en la oscuridad y volaba sobre su cama.
Ese fue mi primer crimen. Pero aún hay más.
Continuará. Sigue el hashtag #RelatoCazador en en mi blog en Tumblr o en Wordpress
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hluisgarcia · 6 years ago
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Miedos
Todos tenemos en nuestro interior ciertos miedos que nos acompañan cada día. Algunas personas se asustan pensando en la muerte, tanto suya como en la de sus allegados. Otros tienen miedo a la enfermedad, a estar solos durante toda la vida, a que tu hijo no prospere, al despido, a la ruina... En el fondo, todos tenemos miedos más o menos secretos.
Quizás por eso tienen tanto éxito las películas de terror. Ver sufrir a otros, aunque sean actores, alivia nuestros propios miedos. -Lo mío no es tan grave comparado con ese, que tiene miedo de que se lo coma un zombi- pensará alguno. Pero estos, en el fondo, son miedos menores. No condicionan nuestras vidas de forma significativa. Son casi pequeñas manías que soportamos y toleramos, en la mayoría de la veces, sin apenas esfuerzos.
Hay otros miedos peores, más terroríficos, que despiertan algo animal dentro de nosotros. Los conocemos a través de las pesadillas, por ejemplo. Son los que nos paralizan, nos bloquean y nos hacen gritar, correr, huir... Son aquellos que nos hacen temer por nuestras vidas.
Sí, lo reconozco. Estrictamente, no es miedo de lo que hablo, sino de terror. Es ya otro nivel. El terror es como una posesión que excita al máximo nuestro instinto de supervivencia. Lo hemos heredado de nuestra parte animal, cuando éramos víctima de todas las bestias cazadoras que, durante nuestra evolución, han querido comernos.
Pero el terror también es algo adictivo cuando eres tú el cazador y lo provocas en tu presa. Cuando ves en sus ojos ese miedo infinito hacia tí. Eso te hace sentirte poderoso, divino. Te da un poder sobrenatural.
Yo soy un cazador. El que provoca terror a la mejor presa que se puede cazar: Al hombre. Y desde aquí os contaré mis aventuras.
Continuará. Sigue el hashtag #RelatoCazador en en mi blog en Tumblr o en Wordpress
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hluisgarcia · 6 years ago
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Tu recuerdo VI (final)
Sí, lo reconozco: Te recuerdo constantemente. Moriste y yo quedé aquí, abandonado. Te echo mucho de menos.
Yo quedé solo y tú quedate allí, tendida sobre la cama, con la mirada perdida y las pupilas fijas en un lugar fuera de éste mundo. Tu cuerpo se veía desmadejado, frío. La sangre empapaba las sábanas y las teñía del color oscuro de la muerte. Si yo tenía el corazón roto, tú lo tenías atravesado por mi navaja. ¡Pero qué querías! Yo te amaba y tú me dijiste que me dejabas.
¡Qué querías!
Yo enloquecí con tu pasión y tú solo me utilizaste. No era capaz de vivir mi vida solo. No era capaz de dejarte ir.
¡Tenía miedo de vivir solo, pero no de matarte!
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hluisgarcia · 6 years ago
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Tu recuerdo V
Ahora que no estas, es cuando me doy cuenta de lo mucho que te echo en falta.
Ahora que no estás, recuerdo todo lo que viví a tu lado.
Ahora que no estás, lloro por cada beso que no te di.
Pero la muerte es así de cruel; se lleva lo que más quieres cuando más lo necesitas. Te quita lo que deseas para que tu corazón se encoja y sufra constantemente.
Y conmigo fue así. Nuestros encuentros fueron escasos, pero apasionados. Nuestros besos fueron pocos, pero cada uno de ellos formó un tatuaje eterno en nuestras almas. Nuestra vida en común fue corta porque la tuya se extinguió muy pronto.
La otra noche soñé con la muerte... y contigo.
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hluisgarcia · 6 years ago
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No todo son recuerdos
No todo en mi vida son recuerdos sobre ti. También hay otras cosas... aunque todas giran a tu alrededor.
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hluisgarcia · 6 years ago
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La muerte
Anoche soñé que moría. Pero ni en sueños fui capaz de imaginar lo que eso significa. Me desperté angustiado y lleno de preguntas: ¿La muerte es la oscuridad absoluta, la falta de consciencia? ¿Nada más? ¿Una vez que cerramos los ojos, tras nuestro último suspiro, y dejamos de respirar, se acabó todo?
Por otro lado ¿por qué no va a ser así? ¿No lo es cuándo pensamos en la muerte de un mosquito tras haberle aplastado con nuestra mano? ¿Somos quizás diferentes?
La muerte es el fin del universo. La nada, el vacío, la ausencia de energía, de luz, de calor, de frío... La muerte es el no haber existido nunca, nunca, nunca...
La muerte es el auténtico dios.
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hluisgarcia · 6 years ago
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Tu recuerdo IV
Fuimos jóvenes y locos. Nos divertimos como pocos y disfrutamos de la vida como el que más. Fue poco tiempo, pero brillamos en el firmamento como una bengala en medio de la oscuridad. Nuestra separación me dejó una cicatriz en el alma. ¡Y rasgado el corazón para siempre! Corazón herido. Corazón sangrante.
Pero la vida es como una estación. Cada poco tiempo pasan trenes. Unos son más rápidos, otros más cómodos. Otros son solo de carga. Tienes que tratar de subir al que más te guste, aunque a veces solo puedes subirte al primero que salga, sea el que sea.... ¡Eso hice yo!
Y con aquella decisión, me alejé de ti. Me marché para nunca más volver.
Después de haber recorrido mi camino, de haber llegado a mi estación de destino, miro atrás y pienso en lo que pudo haber sido nuestra vida juntos. Nunca me he arrepentido de mis decisiones, pero pienso que habiendo tomado otras, habría vivido como en otra realidad. Ni mejor ni peor, tan solo otra vida.
De lo que no me cabe ninguna duda es de que, en éste o en cualquier otro universo, la luz de tu mirada seguiría clavándose en mi cerebro. Seguiría rajando mi alma eternamente.
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hluisgarcia · 6 years ago
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Tu recuerdo III
La fotografía es lo único que me queda de ti. Bueno, la foto y los recuerdos. Dicen que siempre se recuerda mal. Que cuando recordamos nos centramos en las cosas que nos interesan y las aumentamos y mejoramos y con cada recuerdo, aquello que admiramos se transforma en algo más maravilloso aún de lo que fue en la realidad. Cada vez que lo hacemos, la maravilla aumenta. Tras treinta años, seguro que te he idealizado; son muchos recuerdos. Seguro que no eres tan bella, ni tan sensual como te imagino en mi cabeza. Aquella mirada que me hipnotizaba se habrá ido apagando con el paso del tiempo. Apuesto a que ahora eres tan vieja como yo.
¡Pero qué digo! Perdona que te hable así. Estoy resentido y amargado. Tú fuiste magnífica y seguirás siéndolo. No quiero dudarlo. Es que estoy solo. Muy solo. En el fondo, me da igual tu actual apariencia, porque de ti, solo tengo tus recuerdos. Y cada día te mejoran.
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hluisgarcia · 6 years ago
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Seré inhumano, pero me dan pena aquellos que hablan constantemente del desamor.
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hluisgarcia · 6 years ago
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El puerto. Siempre el puerto.
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