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horrorlosers · 4 months
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Las 26 Mejores películas de terror de 2023
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Un nuevo cambio de año y un nuevo repaso a lo que dio de sí el cine de terror y sus títulos más relevantes durante sus 12 meses. Seleccionamos nuestras veinteséis películas favoritas estrenadas comercialmente durante el año 2023 y comentamos por qué creemos que merecen estar en una selección de imprescindibles.
Tras un año plagado de títulos como 2022 era esperable que el género redujera algunas marchas en la siguiente temporada, pero es difícil hablar de un mal año cuando se acaban quedando fuera decenas de títulos. De hecho, en su recta final ha tenido algunos estrenos memorables que nos recuerdan que no se debe cerrar el telón hasta las últimas semanas. El terror ha hecho acto de presencia en numerosos estrenos de la gran pantalla de formas muy variables, de los monstruos de Guardians of the Galaxy 3, deudora de La isla del Dr. Moreau, a los apocalipsis con giro de Shyamalan en Knock at the Cabin, las barreras del género siguen deshilachándose y hasta nos hemos atrevido a subir al podio una obra de género mutante, pero esperamos que encontréis el tiempo para leer las razones.
Han quedado fuera estrenos competentes que misteriosamente han tenido más presencia en España que en otros países, como The Piper, nueva variación de las partituras malditas con el último trabajo de Julian Sands a The Offering, una pesadilla de judíos ortodoxos que funciona como curiosidad. 2023 también ha sido un año de explosión en el cine de género en España, lamentablemente un esfuerzo pocas antes visto en el país que parece darle la razón a los que no se atrevían con el terror en las reuniones de financiación, porque no es ya que pasen desapercibidas, es que se reciben con peores ojos por su procedencia. Con todo, son un buen puñado de esfuerzos muy competentes que merecían tener su representación adecuada. Ha habido muchos monstruos gigantes, muchas monjas terroríficas y exorcistas en la gran pantalla, secuelas y recuelas de clásicos, y alguno de los slashers más marranos que se recuerdan en años. Un menú espectacular que desgranamos título a título.
26- Baby Ruby (2023)
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Una nueva variación del cada vez más diverso subgénero de terror anticonceptivo, en su variación de los primeros meses de crianza de un bebé, que podemos contar desde The Unborn (1991) hasta la miniserie The Baby (2022) y, aunque en este caso hace muy buena pareja con la pequeña False Positive (2020), con la que comparte un negrísimo sentido del humor. Aquí tenemos a la actriz francesa Noémie Merlant haciendo de Jo, una influencer que tiene un bebé con su esposo Spencer, un adecuado Kit Harington, cuya madre Doris (Jayne Atkinson) es la clásica suegra entrometida. Jo tiene éxito con su videovlog "Love, Josephine" en el que presenta su envidiable y lujosa vida como una mujer francesa en Estados Unidos. Allí conecta con una pandilla de mamás primerizas en una boscosa zona rural del norte del estado de Nueva York, pero Jo encuentra que su hija Ruby no se parece ponérselo tan fácil como los bebés de los demás y acaba condicionada por sus lloros constantes mientras los cochecitos de sus amigas son silenciosos, además, la pequeña muerde. El debut como directora de la dramaturga Bess Wohl mezcla thriller de horror surrealista con sátira feminista y un estudio subjetivo de la depresión posparto que funciona como una inmersión en ese estado de ánimo como pocas veces se ha puesto en pantalla.
Reflejando cómo los cuidados de un bebé pueden abrumar y sus efectos no son iguales en todas las mujeres, reflejando de forma siniestra las diferentes presiones sociales sobre las madres para que acepten las cargas de la maternidad como una experiencia privilegiada. El enfoque de Wohl es más sagaz de lo que parece, y por cada aspecto de la lactancia que se intenta romantizar, tiene una coda corrosiva, ya sea los intentos de la abuela por ayudar, amamantando al estilo Hereditary (2018) a la posición del hombre ante los cambios, algunos momentos cotidianos se convierten en pesadillas y gags como el del perro o la olla son tan negros que hacen llevarse las manos a los ojos. Pero el humor no difumina la sensación de inquietud que se acumula en Jo, de hecho, ponen perspectiva a las expectativas sobre las mujeres. Hay elementos reiterativos, como los llantos, que se hacen parte de la banda sonora, aumentando la claustrofobia y la angustia hasta quedar exhaustos como la protagonista, nos guste o no, elevando la sensación de posible fractura mental, con buenos momentos de horror como las visiones de Jo de su propio cadáver desnudo, y la paranoia propia de Rosemary’s Baby (1968) sin llegar nunca a sugerir lo diabólico, pero dotando de todo lo que necesita la película para entrar con honores en la selección House of Psychotic Women de Kier-La Janisse.
Programa doble: El cuco (2023)
El cine de terror español de este año está lleno de propuestas sobrenaturales que hace unos años eran impensables. En este cuento de hadas oscuro y perverso sobre la crisis de la mediana edad se llevan los rituales de intercambio a lo Hereditary al terreno de thriller noventero, rescatando la idea de los cucos de nuevo y aplicándola a una pareja castiza combinando elementos de brujería, folk horror y apps de intercambio de pisos. También se toca el embarazo, la paranoia de la madre y otros temas que seguimos viendo como punto de partida en estos años. Tiene un par de secuencias realmente enfermizas relacionadas con rituales y ocultismo que nos hacen replantear algunas de los diálogos que han tenido lugar en los primeros compases y un giro loquísimo e inesperado que entra en el terreno del disparate pero hace del conjunto un todo muy divertido.
25- Re/Member (2023)
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Esta pequeña locura de Netflix es un slasher sobrenatural con bucles temporales mucho más generoso en muertes ocurrentes y sangre que Happy Death Day (2016), y aunque ambas puedan relacionarse, el manga de 2013 que inspira la presente lo hizo antes. Además, la película de Blumhouse no era el primer cruce entre Groundhog Day (1993) y el slasher, sino que otras como Camp Slaughter (2005), Salvage (2006) y Haunter (2013) probaron la idea. Aquí la forma para salir de la paradoja temporal es encontrar las piezas del cadáver de una niña de 8 años que fue brutalmente descuartizada treinta años antes, lo que da lugar a una clásica ficción de juego mortal, en la línea de Gantz y similares, que se ha hecho común en los productos juveniles violentos japoneses, con unas reglas claras y un esquema que se repite, y aquí el gancho es que los diversos miembros del grupo comiencen a recordar y dejen de lado sus diferencias, mientras les persigue un fantasma-criatura grotesco, con una boca al estilo de los vampiros de The Strain y un diseño inusual, propio de nuevos monstruos de internet dibujados por Trevor Henderson.
Al principio de la película hay visiones dignas de Junji Ito y no hay que olvidar que el autor de moda del manga de terror también tiene un estilo dirigido al público joven. Re/Member no deja de ser otra variación de terror de la idea de The Breakfast Club, con distintos estereotipos de instituto haciendo sociedad, como The Faculty, Detention of the Dead y, sobre todo, Detention (2011), otra película de culto también con viajes en el tiempo, bucles, paradojas, y asesinos. Aquí sus hipotecas al público juvenil rebajan el resultado, y sus bloques de amistad ingenua, sentimentalismo y romance con música cursi, en cierto modo son inherentes a una ficción con espíritu shōjo, pero también le dan un contraste muy chiflado cuando aparecen estudiantes partidos en dos cada poco tiempo. Por mucho que moleste su parte más ñoña, la idea de mezclar dos mundos y tonos distintos como el splatter y el culebrón adolescente es algo que solo podrían hacer los japoneses, y no es tan distinto a lo que convierte a un delirio como Hausu (1977) en cine de culto, y al final del día lo cierto es que el catálogo de muertes es mucho más generoso y salvaje que el de producciones de hype trasnochado como M3GAN (2023). Que Re/Member se haya zarandeado en pos de la comedia de viajes en el tiempo con asesino sin gracia, sangre ni muertes de Totally Killer, resulta sintomático.
Programa doble: Fenómenas (2023)
La apuesta de Netflix por el cine de terror de todo el mundo ha tenido muy distintas encarnaciones este año, cine taiwanés, indonesio, coreano y… español. El sobrenatural patrio ha vivido una explosión sin precedentes en 2023 y esta recreación del grupo Hepta real merece ser rescatado por su cuidado de personajes y cariño por el trío de señoras castizas que investigan lo sobrenatural en el Madrid de los 90. Casi adelantándose a lo que ha sido El otro Lado, es menos comedia de lo que aparenta y tiene sus momentos de terror, aunque no tan intensos como la serie de Berto Romero. Con un poquito más de mimo en las atmósferas podría haber sido un título a destacar este año, pero su idea merece la pena que no caiga en el olvido.
24- Ashkal (2023)
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Esta película africana puede ser el estreno de horror más desapercibido del año, con una distribución anecdótica en salas que no ha tenido una continuidad ni siquiera en plataformas. También es una de las películas de género más elusivas para los aficionados, ya que su aparición en festivales y salas fue enmascarada como thriller político, aunque en realidad estamos ante todo un relato gótico postmoderno sobre inmolaciones en una Túnez fantasmagórica y liminal, rodada con una elegancia hipnótica e inquietante en la tradición deKiyoshi Kurosawa, con algunos detalles de la trama que hasta coinciden con Cure (1997). Sin embargo, Youssef Chebbi no presta tanta atención a la investigación policial en sí misma, que podría ser un capítulo de X-files, sino a detalles como el paisaje arquitectónico de edificios todavía en su esqueleto y nichos sin terminar, cemento y vacío como representación de una ciudad abandonada y con un pasado terrible que aún la embruja. Ashkal desarrolla un misterio más a modo de autodescubrimiento de la protagonista y otros personajes que como solución, abriendo la puerta a una atmósfera de frecuencia murmullante, elipsis silenciosas que siembran el fuego del pueblo sobre las cenizas de la revolución.
La historia utiliza un supuesto fantástico de personas que deciden prenderse a sí mismas sin un motivo aparente para abordar la naturaleza de la rabia y el dolor asociado a las inmolaciones reales del 2010, explorando su significado social y su expresión desde un ángulo sobrenatural que se torna en metafísico, como contrapunto a un legado corrupción policial que hace aflorar el trauma colectivo de un país asolado por las crisis. El enfoque, sin embargo es de cine de terror, tanto en su lenguaje visual como en el uso de una música desasosegante que podría acompañar perfectamente a It Follows (2014). Singular y paciente en su desarrollo, Ashkal es una pequeña obra independiente de ritmo aposentado que alberga algunos de los instantes más hermosos y siniestros del cine fantástico de este año, recordando tanto a algunas producciones orientales como a cierto horror Kafkiano y político reciente como The Antenna (2019) y algunas piezas eslavas de los 70 cargadas de metáfora histórica.
Programa Doble: Naga (2023)
Un rarísimo thriller de Arabia Saudí, que no es tanto una película de terror como un viaje psicotrópico deudor de The Trip (1967) de Roger Corman, en el que percibimos la realidad según la percepción alterada de su protagonista, en un mal viaje cuenta atrás donde todo el punto de vista está aberrado como el de Fear and Loathing in Las Vegas (1998) y es extremadamente amenazante para la mujer. Una persecución que llama la atención por el protagonismo de un camello monstruoso que reta a las mejores películas de terror animal de los últimos años, dando un uso a esos elementos que certifica su lenguaje como una perfecta herramienta para mostrar brechas de género en cualquier cultura.
23- Meg 2: The Trench (2023)
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Una triple sesión de pipas con más tiburones, monstruos, catástrofe, aventura submarina y circo de acción imposible. Exactamente el espectáculo idiota, macarra y trepidante que muestra su tráiler: un mojito de serie B con repelente de snobs que parece la versión cara de una epopeya de Asylum, con complejo de secuela de Fast & Furious. Ben Wheatley deja claro su tono en su secuencia inicial, convirtiendo el Under Pressure de Aftersun en una broma macabra que muestra el descaro carente en la inferior primera parte. Como aquella, el mayor pecado es su calificación PG-13, la falta de sangre y tono indisoluble de su target primario, el público chino. Está secuela es como una versión con vitaminas de las abundantes películas de monstruos gigantes que aparecen cada año en ese mercado. Su premisa repasa Jaws 3D (1983) y la lleva a una exploración submarina que habría firmado el Juan Piquer Simón de La Grieta (1989), convirtiéndose en una hora de escape del Poseidón con peleas de menú de héroes de videoclub que nos hacen olvidar de los escualos gigantes con ritmo apisonadora. No tiene la clásica estructura de película de tiburón asesino, y prefiere jugar a ser una 20.000 metros de viaje submarino con trajes como los de Aliens (1986), en modo misión de Voyage to the Bottom of the Sea (1964-68) con fauna y flora desconocida y peligrosa.
Wheatley consigue comprimir la narración de al menos dos blockbusters diferentes en menos de dos horas sin que nada parezca apresurado. En una época de estrenos que desafían vejigas, la concisión directa a la diversión resulta irresistible a pesar de su guion cochambroso. Los efectos varían de lo pasable a criaturas que mejoran lo visto en Jurassic World: Dominion, pero el acabado pasa a un segundo plano cuando cada escena busca sistemáticamente regalarnos el más difícil todavía, convirtiendo a Jason Statham en un rejoneador de escualos gigantes. Cine para dejar el encefalograma plano, y nunca busca otra cosa que lo inverosímil por bandera. No aspira a mucho más que las producciones de tiburones gigantes del canal SYFY, codificadas como una buddy movie de Statham, una especie de Hobbs & Shark que lleva la expresión “saltar el tiburón” de vuelta a sus orígenes con Fonzie y Ron Howard, solo que aquí es un megalodón. Es la película más disfrutable del director de Kill List (2011) desde aquella, y aunque sea un encargo vuelve a su personal mezcla de géneros totalmente distintos: donde antes mezclaba folk horror y thriller criminal, en esta cruza ciencia ficción de acción y el kaiju acuático. Una colección de disparates y frases lapidarias de chichinabo, pero tiene helicópteros, lanchas, explosiones y villanos devorados por monstruos como en los thrillers con ladrones y tiburones de Enzo G. Castellari. No va a cambiar el género ni falta que hace.
Programa doble: Sharksploitation (2023)
De la pobre oferta original de Shudder este año hay que destacar su potente colección de documentales, y este es uno de los mejores que se han hecho sobre un tema inabarcable como el cine con tiburones asesinos. Con una minuciosa exploración de los orígenes en el cine de aventuras, el punto de bisagra que supuso Jaws (1975) a la deriva de serie Z de Asylum, el recorrido está muy bien hilado y descubre títulos, rasca en tendencias y consigue ubicar su origen de forma precisa. Por ejemplo, localiza el boom del interés por los megalodones y estos hits de taquilla en un engaño de la Shark Week, Megalodon: The Monster Shark Lives (2013) un mockumentary que mucha gente tomó como real y debería reivindicarse como uno de los hitos del found footage de terror.
22- Deleter (2022)
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El cine filipino de terror hace tiempo que dejó de ser el reducto de explotación de los 60-70 y ha entrado en una fase de estilización que cineastas como Erik Matti han llevado como respuesta al terror sobrenatural americano en títulos como Seklusyon (2016) y Kuwaresma (2019). Otras películas como Sunod (2019) y Eerie (2018) han sido pequeños éxitos allí y ahora el director de esta última presentó Deleter (2022), una historia de fantasmas muy tradicional que destaca por el tema concreto en el que ubica su historia. Antes de entrar en ella, volvamos atrás cinco años, cuando el documental The Cleaners (2017) reveló al mundo un problemático perfil laboral que pocos pensaban que existiera en el mundo real: los moderadores de contenido digital en Redes Sociales. Personas que trabajan llenando las 24 horas para garantizar que empresas como Facebook, YouTube, Google y otras plataformas no emitan contenido tóxico. Este puede incluir desde trolls, fotos o videos sexualmente explícitos, amenazas violentas y material gráfico que eventualmente puede entrar en el terreno del cine mondo. Muchos podríamos pensar que esto se gestiona con filtros automatizados por algoritmos, pero aún hay ojos humanos que deben visualizar, explorar y limpiar todo tipo de contenido y decidir “borrar o ignorar”. Esto, claro es un gran punto de partida para una película de terror con aspectos sociales incorporados.
Hay innegables influencias del cine japonés de los años 2000, pero el cine asiático de los últimos años resulta más empático con historias de injusticias sociales y la presión corporativa imperialista, concretamente en filipinas es un tema recurrente que pudimos comprobar el año pasado en Nocebo (2022), con lo que de nuevo aparece la idea de la explotación como    verdadero horror detrás de los espectros. Deleter es casi minimalista en su presentación de los efectos psicológicos y traumáticos de observar violencia continuada, la protagonsita, Lyra, queda atrapada en su tristeza, tratando de mantener serena por fuera, pero acercándose a un punto de ruptura que se alimenta con el suicidio de una compañera debido a la naturaleza de su trabajo y el abuso que había sufrido por parte de su jefe. En esta escena se hace referencia a la muerte de Brian Velasco, quien se quitó la vida de manera similar mientras transmitía en vivo —en un vídeo que tuvo que ser eliminado en Facebook —, pero no es la única referencia al mundo real, como el caso de Elisa Lam. La película es explícita al mostrar algunos vídeos violentos, juega con la atmósfera y los ecos del creepypasta, acaba funcionando como una película de horror psicológico sobre la culpa, no muy diferente a las películas sobre “horrores laborales” de Brad Anderson, en especial a The Machinist (2004), lo que coloca al trabajo de Matti en ese poco habitual grupo de películas de género comprometidas que no esconden que tienen algo que decir ni se quedan cortas en elementos de impacto o sustos.
Programa doble: In My Mother Skin (2023)
El cine filipino no deja de estrenar cine de terror con acabados más que competentes, y en esta curiosa nueva revisión del mito del aswang hacen su propia interpretación de El laberinto del fauno (2006) ubicando su historia en la Segunda Guerra Mundial y las conscuencias de la invasión de Japón. Una constante presencia de cigarras, apariciones marianas kitsch, drama familiar, y un tono de cuento de hadas con gore que rompe súbitamente algunos de los muchos espacios muertos entre diálogos. Con una fotografía muy digna, buenos efectos especiales, algunos momentos visuales inspirados y una construcción de la atmósfera que abraza el terror gótico, podría haber sido una de las sorpresas del año, pero las interpretaciones no están afinadas y sus elementos temáticos zigzaguean al son de un ritmo letárgico. Con todo, merece destacarse como una rareza que hasta ha tenido buena aceptación en festivales.
21- Talk To Me (2023)
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Esta sólida puesta al día del cine de espiritismo y Ouijas para la generación de los desafíos virales, con la posesión como alegoría de la droga y el angst adolescente, es bastante atrevida y oscura, aunque su collage bis de horror sobrenatural promete más de lo que termina dando. Sin duda una propuesta muy interesante, que merece estar dentro de lo mejor del año, con los hermanos youtubers RackaRacka sorprendiendo con una dirección bastante madura para un debut que, a pesar de ser muy pequeño, está mejor acabado y tiene que muchas más ideas que la media del cine juvenil de terror USA, con algunas escenas de impacto que entran entre lo más angustioso visto en esta temporada. Su secreto no llamar la atención al utilizar retales de éxitos recientes, desde Insidious (2010), It Follows (2014), Smile (2022) o Aterrados (2017), para construir una mitología propia que funciona y da para una franquicia, aunque en esta primera entrega nunca llega a explotar todo su potencial. El guion lanza un órdago en su primera mitad, atreviéndose con ideas que nunca aparecerían en una película de gran estudio, para finalmente decantarse por un enfoque psicológico más melancólico y genérico, acorde a otras variaciones de la historia de La pata de mono entre las que se cataloga sin ninguna duda.
La propuesta de los hermanos Philippou se siente fresca porque sabe conectar con la personalidad generacional del presente, ubicando su punto de partida en ideas propias de creepypastas estacionales que se dan por hechos en su universo de adolescentes que viven en los móviles. También está llena de recursos y movimientos de cámara interesantes, aprovechando muy bien sus medios, pero también tiende a caer en lo cursi en momentos concretos, especialmente por el efecto de una banda sonora que se deja llevar por el sentimentalismo ordinario. Lo mejor de Talk To Me son sus apariciones y el imaginario de horror paranormal que despliega, que funciona y se construye alrededor de una mitología sencilla, que parece una corrección de los juegos de posesión juveniles de Head Count (2018), e incluso en su segunda mitad deriva en algo más similar a Verónica (2017), cambiando la Ouija por una mano maldita y una adolescente acorralada por sus circunstancias en la irrupción de lo sobrenatural. Si no está a la altura de sus propias expectativas es porque su final resulta abrupto, da la impresión de que faltara el clímax de un tercer acto que se queda con ganas de continuar. Con todo, plantea mejor el duelo adolescente por la madre muerta que la reciente The Boogeyman, pero al final tenemos dos obras en el mismo año con la misma adolescente deprimida, el mismo conflicto y las mismas metáforas a través del monstruo. Ya toca ir renovando la plantilla.
Programa doble: It Lives Inside (2023)
Una colisión perfecta entre un capítulo de Never Have I Ever y Goosebumps que lleva la mitología hindú a institutos de EEUU con influencias de J-Horror, cine juvenil y el ingrediente básico de una Creature Feature decente: un buen monstruo de FX prácticos. No llega para cambiar el género, pero saca cierto músculo al compararse con superproducciones de terror con las que coincide en numerosos detalles, como The Boogeyman. Los ritos familiares y religiosos de comidas y ofrendas para enfrentarse al monstruo tienen una peculiaridad estrafalaria y Megan Shuri hipnotiza.
20- La piedad (2022)
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Esta tragicomedia de horror psicológico pop sobre madres terribles y síndromes de dependencia tóxica de Eduardo Casanova merecía algo más de atención este año, o al menos no merecía el odio por cierta parte del fandom. El autor continúa con su cine-provocación lleno de mal gusto y estética chicle, sin embargo, con todo lo desagradable o cuqui que parezca, nada de lo que aparece en pantalla está puesto sin una intención, o más bien sin una concreción milimétrica. Casanova consigue convertir la subversión en gags y su cuidada estética en una trampa mental, casi una obra de teatro con escenarios simplificados hasta el abstracto, pero al mismo tiempo con cada detalle bajo control. Su minimalismo es deliberadamente simple, con colores grises y rosas en contraste con una iluminación casi clínica y su estética sirve para definir la forma en la que asimilamos lo que nos presenta en pantalla, desde números musicales orientales a gore explícito, desnudez gráfica y aspectos impactantes como el suicidio, el cáncer o el infanticidio.
Más aguda, ágil y menos episódica que Pieles (2016), consigue eliminar la sensación de antología de cortos que tenía aquella, narrando la trágica historia de Mateo, un joven que vive con su madre, una Ángela Molina que es todo un espectáculo como Libertad, una encarnación del narcisismo y la manipulación llevado a extremos de comedia negra verdaderamente cáustica, llena de situaciones tan divertidas como escalofriantes, casi de risa nerviosa. En parte una historia de terror doméstico y en parte un melodrama enfermizo sobre la obsesión y la codependecia, La piedad se expande a lo más extraño cuando se introduce el tema de Corea del Norte como metáfora, el miedo y la devoción como una relación marcada por un temor irracional que presiona las mismas teclas. La escatología habitual de Casanova pasa aquí a escenas explícitas, como ese parto grotesco propio de la película Xtro (1982) o Society (1989), que converge en nueva perspectiva alegórica artie de “terror de autor”. Es divertida, enfermiza, salvaje y a veces pueril en su intento de epatar, pero también se sabe chabacana y no por ello es menos brillante. Un artefacto subversivo de comedia negra punk con el que el director logra incomodar y divertir. Algo único en el cine Español, pese a quien pese
Programa doble: La niña de la comunión (2022)
Otra muestra de género de cine español en un año de explosión. Esta fue un cuento arquetípico de fantasmas, con terror no muy intenso pero bien ambientado en la España de los 90. Con un reparto con gancho y lo cañí remando a favor, no es un mal reciclaje de Ringu (1998) o La llorona (2018) a la tradición confesional ibérica, con un punto de partida que recuerda a los eventos de uno de los crímenes más oscuros de la década, el asesinato de las niñas de Alcasser, como hacía la serie Paraíso, sin embargo no acaba centrándose en esos aspectos por su simpatía por sus personajes, que acaban siendo el gran descubrimiento de lo que podría ser una película de terror mucho más reseñable, pero con algunas ideas mejores de lo que sugería su título.
19- Unwelcome (2023)
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Si Straw Dogs hubiera sido rodada por Charles Band en los 80 se parecería a esta comedia de terror irlandesa del autor de la infravalorada Grabbers (2012) de Jon Wright. Aquí se centra en una pareja que se muda a una casa rural en el campo irlandés, donde empiezan a sufrir fenómenos extraños al mismo tiempo del acoso de algunos de los lugareños, lo que resulta especialmente angustioso para ellos ya que la razón por la que han decidido cambiar de aires es un asalto doméstico bastante angustioso, que tiene lugar en su oscura introducción en la gran ciudad. Unwelcome juega con muchos de los tropos el género home invasion sin esquivar las sensaciones más incómodas de este, pero al mismo tiempo juega en el terreno de la comedia, quizá más por las reacciones de los personajes que por ofrecer una sucesión de chistes. El tono es similar al de un episodio de una serie juvenil de terror, pero introduciendo violencia e incorporando elementos de cine de fantasía oscura de los 80 de la casa de Jim Henson y Frank Oz, bajo el tamiz de un humor chabacano propia de propuestas splatter británicas al estilo The Cottage (2008) o Tucker & Dale vs Evil (2008).
Juega con la idea de propuestas divertidas y gamberras clásicas de películas de medianoche de festival, pero al mismo tiempo es constante con los temas de trauma de los personajes en una mezcla de tonos que quizá muchos encontrarán extraña, pero que lleva la marca de Jon Wright, quien era capaz de tratar el tema del alcoholismo con monstruos con gracia en su anterior película y aquí hace lo propio con los contrastes de la vida urbana y rural en la Irlanda, explorando aspectos de superstición e intolerancia y contrastando con la perspectiva urbanita. Pero lo bueno es que, aunque juega con todos esos elementos, nunca se le atragantan, y en su segunda mitad se entrega a los gags con sangre y el cine de muñequitos de la Empire, rescatando sagas olvidadas como Leprechaun, Ghoulies o títulos como Hideous, a los que le añade el sabor de las leyendas, la brujería y el folk irlandés relacionado con el intercambio, familiar a The Hallow (2015) o You Are Not My Mother (2022). Su puesta en escena denota muchos interiores que tratan de pasar por exteriores, y algunos desajustes de presupuesto que indican su esfuerzo independiente, pero los efectos de criaturas son alucinantes y su tercer acto es un festival de gore muy coherente con un estilo ochentero que no apela a la nostalgia sino al espíritu de diversión sin prejuicios.
Programa doble: There’s something in the Barn (2023)
Otra comedia de terror navideña heredera de Gremlins (1984) que no sabe si posicionarse en la gamberrada de medianoche o el divertimento familiar. Tarda en arrancar pero es simpática y con un humor con más mala baba de lo que parece. Los fans de Krampus (2015) encontrarán situaciones similares, aunque a veces quiere jugar al gore de sesión golfa y no termina de salpicar con toda la sangre que pudiera, pero se encuentra a gusto en una zona intermedia que tampoco hace daño.
18- Enys Men (2023)
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Si Chantal Akerman hiciera una película de terror se parecería a esta obra de Mark jenkins. Lo primero que llama la atención de su Enys Men es que es como contemplar un episodio perdido de las adaptaciones de M.R. James de la BBC en los 70, solo que no hubiera sido emitido en su momento por ser un experimento formal radical en 16mm. El cineasta vuelve a su mundo de texturas y material cinematográfico obsoleto para crear la ilusión de estar viendo realmente una película de otra era, sin ninguna justificación más allá del juego de texturas. Los productores de Antrum (2018) podrían haberle pedido que Jenkin le hiciera su película maldita, porque habría colado. Es normal que haya creado rechazo, puesto que su trama es una repetitiva secuencia de rutinas de una botánica solitaria que observa la progresión del crecimiento floral en una escarpada isla costera, con una trágica historia de fondo que vamos descubriendo a base de pequeños flashes intercalados. Si hay una película de terror contemplativa es esta, pero nuestra posición externa nos permite familiarizarnos con los rituales, como cuando deja caer una piedra por un pozo, esperando oír su ruido lejano día tras día, sin cambios aparentes, pero una vez entras en su ritmo y las distintas variaciones en la repetición de tareas entendemos el poder maldito de una isla entrando en una hipnosis visual pura.
La dinámica empieza a requebrajarse con recuerdos que se cuelan como pensamientos intrusivos, a veces imágenes incoherentes, pero que insinúan detalles del pasado de la isla. Una placa "in memoriam" de marineros muertos, cambios de estación, una vía férrea casi enterrada y el accidente de un barco visitante. La flora le advierte de que sus recuerdos no son fiables y van y vienen al son de las mareas, piedras ancestrales, y apariciones de fantasmas que indican una atracción magnética de la tierra de puro folk horror y espectros del duelo que recuerdan a los compases del cine de Nicolas Roeg y su Don’t Look Now (1975), a la que se hace referencia a través del chubasquero rojo de la protagonista. Líquenes que van creciendo sobre heridas, conforme la atmósfera opresiva va entrando en la casa, casi como una versión más exquisita y cuidada de Shepherd (2021), también parece inspirarse en la historia galesa del faro que inspiró la película homónima de Robert Eggers. Enys Men es melancólica y oscura, críptica y con olor a sal, es la clásica historia de aflicción bajo el son del sonido del oleaje, que recuerdan a viejas producciones de la BBC que el propio director ha citado como influencias, desde The Stone Tape (1972), Requiem for a Village (1975) a Penda’s Fen (1974), invocando una sensación de verdadero horror telúrico que crece lento como la hierba pero queda pegado en recovecos de la cabeza.
Programa doble: Moon Garden (2023)
Sin parecerse demasiado a Enys Men, esta odisea fantástica en un mundo de pesadilla industrial, oscuro y surrealista está también rodada con técnicas que la hacen parecer de otra época, concretamente en película caducada de 35 mm con lentes antiguas, que se combinan con técnicas stop motion y efectos ópticos tradicionales. Producida por Oscilloscope Films, la compañía de Adam Yauch de The beastie boys, es una especie de mezcla de Labyrinth, Paperhouse y The Fall, con una niña queda en coma tras un accidente y entra en un mundo de sueños donde es atormentada por un hombre del saco de pesadilla que se alimenta de sus lágrimas. Una Mirrormask (2005) modesta, con influencias de Jeunet/Caro o Del Toro y algunos efectismos que dejan sabor agridulce. La niña debe seguir la voz radioestática de su madre para poder regresar a la conciencia en un angustioso viaje carrolliano multicolor y artesanal con un variado crisol de técnicas, para describir mundo imaginario que en sus mejores momentos parece recreado por Švankmajer, los Quay o Borthwick. Su problema es que las conexiones con el drama real son tan melodramáticas y repipis que deslucen un conjunto lleno de belleza macabra, que alcanzando varios momentos siniestros potentes, quedan algo perdidos en un drama real lleno de clichés.
17- Evil Dead Rise (2023)
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Probablemente, la entrega más convencional de la saga, pero una que logra un gran carrusel de sustos y splatter que va de menos a más hasta un fantástico clímax que se hace esperar. Tomando buena nota de ideas de Rec (2007), como la grabación con sacerdotes, o Demons 2 (1986) y el cine indonesio, a efectos de continuidad, pertenece al mismo universo de la original, pero en realidad se mimetiza con cine de género estándar para perder algo de identidad por el camino, adhiriéndose de forma mecánica a tópicos del terror actual. Quizá el mayor lastre de esta secuela es que tarda en empezar a rodar en un primer acto largo lleno de lugares comunes recientes, metiendo con calzador dilemas de maternidad y familia accesorios propios de un guion coyuntural. Una vez logra dejar atrás el drama, es un crescendo sin pausa de gore y fuerzas del mal desatadas con alguna sorpresa, momentos de body horror afín a las creaciones zombies de Yeon Sang-ho y un uso del rayador de queso "creativo". Además de su parecido con Venus (2022), es una nueva adición al cine de terror en grandes edificios de apartamentos, también casi todas secuelas, desde Poltergeist 3 (1990) a la superior Satan's Slaves 2: Communion (2022). Algunos momentos claves en la saga se transfieren al entorno urbano, por ejemplo, cambiando las ramas diabólicas del bosque por cables en el ascensor, llevando el Lore kandariano de posesión a terrenos más transitados de cine de exorcismos católico, con tropos como síntomas más progresivos, uso de moscas como muestra del mal y las contorsiones óseas o la oposición arácnida para trepar en el techo, casi como una entrega de los Warren.
Lo que más destaca es el papel de Lee Cronin tras la cámara, definitivo para lograr imprimir dinamismo en todo momento a base de recursos como ángulos aberrantes, split diopter constante, distorsión, ojos de pez y una fotografía opresiva y lúgubre de Dave Garbett. Por otra parte, la banda sonora es estruendosa, abusa de efectos de sonido para acentuar cualquier movimiento como si fuera un susto, tiene subidas estridentes y en general tiende a arrear al espectador para reaccionar de forma condicionada sin respiro. El gran descubrimiento de la película es Alyssa Sutherland, puede que el deadite con más personalidad y energía de toda la saga, un espectáculo de saltos, muecas y un maquillaje mínimo donde la propia actriz es el mejor efecto especial. La vacante de Ash queda un poco desdibujada en el personaje de Lily Sullivan que, aunque logra sostener el pulso, no está del todo a la altura de la versatilidad y energía de Jane Levy, y acaba siendo una especie de sosias de aquella. Hay convergencias, referencias y homenajes a otras películas de terror, como una escena en particular réplica el baño de sangre de Jessica Chastain en It Chapter 2 (2019) o la mítica caída de chorros del ascensor de The Shining. Pero más allá de homenajes Raimi como productor sabe adaptar el título a las sensibilidades del cine de terror reciente incluso en pequeños detalles de diseño de producción como la forma triangular de su clásica cabaña en el bosque, al estilo de Gretel & Hansel (2020) o Midsommar (2019) y lejos de camuflar su inspiración se referencia en momentos calcados a otra película de Aster como Hereditary (2018), desde la madre asesina, los golpes con la cabeza a la planificación de sus apariciones.
Programa doble: Blood Flower (Harum malam, 2022)
Un festival de visiones macabras, criaturas, posesiones, exorcismos grotescos, babas, fetos devorados, infanticio y gore para un delirio torpe de horror malayo que recupera las charcuterías de los 80 de Shaw Brothers y Joe D'Amato en una visión alucinada y torpe proveniente de Taiwán. Siguiendo el punto de partida de un niño medium viendo movidas grotescas, todo funciona de forma episódica, con clips inconexos a cada cual más extraño. La película comienza como una de posesiones, que como en Evil Dead Rise, quedan en familia, y continúa como un paseo por una casa del terror con señoras embarazadas rajándose, otro fantasma comiéndose un bebé, vómitos en la boca, más niños muertos, monstruos en stop motion, más machetazos a embarazadas (con un cigarrillo en la boca), incesto, fraticidio , dimensiones paralelas infernales y una planta carnívora gigante en el centro de todo. Lo normal.
16- Horror in the High Desert 2: Minerva (2023)
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El falso documental Horror in the High Desert, que exploraba algunos sucesos misteriosos en los rincones más rurales de Nevada, quedó algo desdibujado entre la oferta de terror del año pasado, pero los que la vieron seguro que no olvidan su escena final. Ahora, el prolífico director Dutch Marich ofrece un nuevo capítulo en su misterio del desierto reduciendo las partes de entrevistas y concibiendo largas secuencias found footage que logran algunas de las imágenes más espeluznantes del año. Algunos años después de la desaparición de Gary Hinge, su enigma atrae a muchos curiosos del true crime, hasta que otra chica llamada Minerva también desaparece. La secuela amplía la historia de la primera película y presenta las grabaciones de otros personajes que han corrido destinos similares en medio de la nada. En  75 minutos, la segunda parte es como un gran episodio de Unsolved Mysteries con escenas “reales” en vez de recreaciones. Entre la leyenda urbana y el documental, ambas películas mantienen el interés porque dejan en el misterio lo que realmente en la noche, dejando enigmas abiertos como dónde acaban los desaparecidos, de donde viene la extraña música que suena sobre la montaña o quiénes son las figuras que aparecen.
A diferencia de la alargadísima The Outwaters, Maritch adapta y comprender verdaderamente el tipo de atmósfera en la que se basan muchos creepypastas, como mostrar solo una pequeña cara de una historia más grande, enterrada bajo ocurrencias individuales, secuencias de video crípticas que muestran breves destellos de los últimos momentos de víctimas, dejando al espectador reconstruir lo que puede estar pasando, aunque lo único claro es que hay algo que acecha en la oscuridad. Haciendo uso del menos es más, basa sus instantes de más miedo en que la cámara es capaz de ver algo que el personaje no ve, además de cargar cada plano de  algunas sutilezas de perdérselas si pestañeas, incluso algunas formas que no nos percatamos que están ahí hasta que se mueven. El resultado es una constante sensación de fatalidad inminente, rastros de maldad que solo se hace real en la oscuridad de las zonas más despobladas y aisladas, que trasforma los miedos subjetivos en una sensación de pánico, con mención especial para la escena del coche perdido en la inmensidad y los últimos quince minutos en el sótano de la cabaña desierta que abren un potencial universo de terror completamente nuevo para la franquicia, que tiene ya en camino una tercera parte. Si es tan fácil lograr lo que logra Marich, ¿por qué es tan difícil encontrar terror tan efectivo y epidérmico en el cine para la gran pantalla?
Programa doble: V/H/S/85 (2023)
Otra sólida entrega de la paulatinamente menos fresca antología de found footage, en la que destacan los segmentos de Scott Derrickson, que parece conectado con su universo de Black phone y Sinister, y el más corto del director de Hellraiser que une el resto de historias con más interés que la mayoría de piezas intermedias, a través de una paulatina transformación con ribetes body horror y reminiscencias lovecraftianas. El resto son inferiores, pero no tan infames como se ha comentado, aunque el nivel de la entrega 94’ queda lejos. No estaría mal que le dieran un par de años de descanso a cada una.
15- The Nun II (2023)
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La Endgame del horror católico, una superior secuela que cambia la influencia de Fulci de la anterior por las conspiraciones a lo The Omen (1976), en la que una mitad es un slasher sobrenatural y otra ya directamente aventura con reliquias de poder, gore, levitación, sustos, combustiones y milagros. Probablemente el mejor spin-off de The Conjuring, lo primero que hay que afrontar es que el guion no es su fuerte, se echa de menos a Joseph Bishara y hay algunos frame-flashbacks para tontos innecesarios, pero como otros spin-offs de la saga, que ahora parece se juzgada con otro desdén diferente, la trama es una excusa para desplegar un sinfín de escenas de terror e imágenes de raíz ocultista. Ahora el Universo Warren es casi un equivalente de género a Marvel, tanto por su tono de tebeo de Marv Wolfman como por sus conexiones con la saga, además de entregarse ya totalmente a la acción y la evasión 100% lúdicas, incluso con referencias directas a Indiana Jones. Hay dos subtramas paralelas, una es una investigación de sacerdotes asesinados que rescata la premisa de The Unholy (1988) y la otra sigue la herencia de pelis con seres sobrenaturales en el internado femenino de filmes como Hasta el viento tiene miedo (1968) o The Woods (2006). Cuando ambas se unen todo se convierte en un puro carrusel de horrores, posesiones y distintas manifestaciones de Valak, que sorprendentemente no aparece mucho tiempo en pantalla, quedando su presencia como una huella en distintos lugares, incluso hay easter eggs escondidos con su nombre. Chaves también consigue que nos interesen más los personajes de la primera, dándole algo de esencia trágica a Maurice y proponiendo a Taissa Farmiga como una perfecta alternativa de Lorraine Warren. Storm Reid aporta carisma y hace una gran pareja de monjas detective con Sor Irene.
El director Michael Chaves ha perfeccionado su composición de escenas de terror, pese a que aún hay jumpscares, abundan más las sombras y siluetas, las apariciones al fondo y por el rabillo del ojo, las pareidolias y el punto de vista forzado jugando con la geografía. También hay algunas set pieces antológicas, desde la del kiosko, vista en el tráiler, a las que suceden en la escalera, la habitación de las cucarachas o la que tiene una muerte por monaguillo zombie y botafumeiro que gana el duelo de mejor arma homicida de 2023 al rallador de queso de Evil Dead Rise. Parte del mérito de sus escenas de horror está en la fotografía de Tristan Nyby, experto en gradientes de oscuridad tras la escalofriante The Dark and the Wicked (2020), quien logra atmósferas góticas más sutiles que en la primera, pero realzando la decadencia de las localizaciones. Chaves convierte la iconografía cristiana en mitología cinematográfica de fantasía, usando la imagen de la crucifixión, las vidrieras o el aspecto más turbio de los mártires para hacer literales los rituales de la liturgia y convertir la fe en un superpoder de cómic. Usa las reliquias como arma contra el mal al estilo Demon Knight (1995) y se une a la tendencia actual que convierte a sacerdotes y monjas en cazadores de demonios aventureros de tebeo, desde 30 Monedas a Prey for the Devil y The Pope’s Exorcist. En última instancia, The Nun II no rompe los moldes de la franquicia, pero demuestra que todavía tiene mucha diversión que ofrecer.
Programa doble: Consecration (2022)
Ahora que las posesiones y demonios en conventos están en su cénit, lo nuevo de Christopher Smith prometía surfear la ola, y quizá el recibimiento ha sido muy tibio porque sus implicaciones sobrenaturales son llevadas por caminos menos obvios. Sorprende el director con una notoria mejora tras The Banishing (2020) en la que regresa al cine de terror de sugerencia. Empieza como otras películas de investigación en abadía, jugando con elementos psicológicos y referencias a clásicos de terror religioso más pausados, como Black Narcissus (1947) o Matka Joanna od Aniolów (1961), con imágenes certeras de acantilados con religiosos cayendo o monjas en el suelo en extraños rituales. La resolución es la clave, llevando el evento de los milagros y la fe al terreno paracientífico, en un ángulo agnóstico frente al fundamentalismo coherente y que aplica un doble sentido a lo que hemos visto hasta el momento, dejando claro que la película tiene un motivo sencillo pero muy bien planteado y consecuente desde el primer minuto. Jenna Malone vuelve a demostrar que es uno de los grandes nombres del cine de género haciendo doblete este año en la curiosa Swallowed.
14- No one Will Save You (2023)
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Seguramente la sorpresa de terror, por inesperada, del año. Aparecida de un día para otro en Hulu, esta serie B sobre una chica asaltada por aliens empieza como un home invasion y se convierte en una persecución sin descanso durante 90 minutos de tensión virtuosa... ¡Sin un solo diálogo! en los que pasa por todas la iteraciones posibles del cine de invasiones extraterrestres comprimidas en una sola persecución plagada de sorpresas, giros idas y vueltas. Pese a un cgi modesto y un final que dio que hablar, consigue ser una experiencia absoluta, como un repaso autoconsciente (casi) en tiempo real de lo que ha dado de sí el género, desde el seminal episodio The Invaders (1961) de The Twilight Zone al asalto de Close Encounters of the Third Kind (1977) el clímax de Signs (2002) hasta todo el cine de abducciones y secuestradores de cuerpos. Brian Duffield, guionista de Underwater (2020) vuelve a proponer una película contenida en sí misma, centrada en la peripecia minuto a minuto, en donde todo el peso cae sobre una prodigiosa Kaitlyn Dever, que son decir una sola palabra logra que comprendamos el conflicto de su personaje, aunque hay detalles algo baratos en su presentación, casi fotocopiada de la de Last Night in Soho (2021).
También se le puede achacar algo de exceso de efectos aparatosos en su tramo final que rompen con cierta sobriedad del conjunto, pero la conclusión deja mucho espacio para el debate y no es todo lo que parece. No deja de ser una evolución coherente de las propuestas de género con códigos young adult en donde siempre se ha movido Duffield, con el mismo encanto optimista de Spontaneous (2020) o su guion de Love & Monsters (2020), pero extendiendo su lado melancólico y oscuro, más generacional. Con todo, el principal recorrido de la película es de suspense y tensión, con algunos momentos de terror en la gran tradición de las películas de las que bebe. El hilo argumental es mínimo pero siempre rompe las expectativas en cada momento que esperas que pase algo concreto. La representación de los aliens es el clásico modelo Roswell, con un giro siniestro que se explota en los recovecos y emplazamiento de una casa de la suburbia aislada, lo que permite al director jugar con la profundidad de campo, las siluetas y figuras ocultas en el fotograma. No One Will Save You es una nueva oportunidad de ver cómo habría sido esa Night Skies, la secuela de terror de E.T. nunca realizada que se basaba en el encuentro "real" Kelly-Hopkinsville, que también ha inspirado películas como Critters (1986), Altered (2006), Extraterrestial (2014) o Devil's Gate (2017), entre otras.
Programa doble: Appendage (2023)
Hulu se ha convertido en una pequeña industria de talentos a partir de su muestra de cortos  de Huluween, que ahora están trasladándose e en largos como Matriarch (2022) o Clock (2023). Pero esta Appendage también es una buena muestra de terror con mirada femenina, tratando temas en común aunque aquí la somatización de tensiones y la opresión toma formas más literales, al estilo de las excrecencias de The Brood (1979) pero dándose la mano con Frank Henenlotter y Bad Milo (2013) para conformar una sátira body horror con muñecos prácticos que, si bien nunca llega a desatarse, se sale de lo convencional no permitiendo que su premisa se estanque en una idea, con una trama que va tomando curvas y avanzando hacia lugares inesperados.
13- Skinamarink (2022)
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Aparecida en 2022 en el circuito de festivales, fue una de las sensaciones inesperadas del Fantasia y solo el tráiler ya ponía los pelos de punta. Sin embargo, poco después de su presentación en la sección online del festival de Molins en Filmin, la película se eliminó del catálogo. Una filtración indeseada hizo que acabara con rapidez en páginas de descargas. Pocos podrían imaginar las consecuencias de esa torpeza. Clips en tiktok, hagstags de gente aterrada y los usuarios de youtube aficionados al próximo fenómeno del llamado analog horror haciendo una bola imparable. Todo el mundo tenía que ver Skinamarink y comprobar si realmente es tan terrorífica como decía el de al lado. Sin embargo, aunque alguna cuenta de cine de terror se aventuró a colocarla entre lo mejor del año, lo cierto es que su estreno oficial y comercial no fue hasta 2023, cuando su creador Kyle Edward Ball empezó a ver algún dólar tras observar cómo su película se viralizaba sin poder rentabilizarla. Afortunadamente el fenómeno creció y empezó a recibir la atención de medios generalistas. Había algo nuevo en el género y hasta páginas más intelectuales querían un pedazo de esta propuesta extrema y sin ningún tipo de posibilidad comercial más allá del interés por ella como pieza de videoarte. Skinamarink se desarrolló a partir de su propio cortometraje Heck, siguiendo su premisa con dos niños que se despiertan en medio de la noche y descubren que sus padres, las ventanas y puertas de su casa han desaparecido, mientras algo desconocido les observa desde la oscuridad.
Los que la han visto hablan de ella o bien como una experiencia de miedo puro, con mínimos elementos que no te deja dormir si la ves de noche, o bien como un vídeo interminable de rincones y pasillos mal iluminados. Es normal el rechazo puesto que su desarrollo narrativo es mínimo, pero es refrescante ver cómo un solo cineasta puede proponer un juego radical, en la tradición de Begotten (1990) en la que el miedo proviene de las formas e ideas que se condensan en la cabeza a partir de las imágenes, aunque no estén ahí, por ello el miedo que provoca es tan subjetivo para cada persona como aquellas imágenes 3D de los 90, en las que podías ver o no la figura oculta, de ahí la frustración de muchos frente a ella. En última instancia, su colección de planos inclinados e inusuales es un resumen del universo de capas de oscuridad de Ball, de luces de tele de tubo, juguetes y aislamiento. Busca un terror expresionista y experimental en estructura y estética, lleno de grano de vídeo, para reflejar miedos infantiles a partir de la sensación de vagar de noche por una casa a oscuras frente al ruido blanco crepitante de un viejo televisor frente a dibujos animados inocentes que añaden un aura maldita al recuerdo. Los momentos de auténtico miedo aparecen en voces desde el piso de arriba o gritos de los niños, momentos duros que revelan un posible trasfondo de abuso infantil. Su plano final es verdadero combustible de pesadillas.
Programa doble: Landlocked (2021)
2023 fue el año de los espacios liminales y el analog horror, o al menos en el que el público más allá de youtube empezó a interesarse por ellos, y este caso ha pasado muy de puntillas en su estreno comercial. Desde su paso por festivales en 2021 ha ido conquistando a algunos por su mezcla de escalofríos y melancolía, donde un chico pasa por los lugares de su infancia recordando vídeos familiares con su cámara usada como si fuera una realidad aumentada, pero pronto empieza a ver elementos extraños en la imagen, que puede que estén también en el presente. La idea daba para mucho más, pero los amantes del ruido en la imagen y el proceso analógico encontrarán un compañero interesante a Skinamarink.
12- Thanksgiving (2023)
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Tras una época de deriva en proyectos de estudio y ceder su nombre en producciones televisivas, por fin tenemos el glorioso regreso de Eli Roth a lo que mejor sabe hacer: terror de vieja escuela lleno de adolescentes erráticos despedazados, gente desagradable y la tarea de doblar y sorprender tras las muertes y el gore del tráiler original aparecido en Grindhouse (2007). Es la tercera película oficial salida de los tráilers falsos de aquella, tras las dos películas de Machete (2009) de Robert Rodríguez, aunque Hobo with a Shotgun (2011) también nació de un concurso derivado, por lo que puede contar como parte de ese universo de explotación del cine de los 70 y principios de los 80. Sin embargo, Thanksgiving abandona el aspecto vintage de película dañada y viejuna que hizo célebre el evento de Rodríguez y Tarantino para reincidir en un look visual torpe y anodino, marca de la casa del cine de Roth, que de alguna manera juega a su favor. De la fotografía al casting, lleno de actores con rasgos inusuales en una gran producción, todo es cutre con motivo. Una constante en el cine del director que aquí se transforma en un acierto que marca el tono recordando a los slashers más grasientos de los años 80, con una estructura de venganza clásica en películas como My Bloody Valentine (1981), que también son el modelo de sus brutales muertes.
Porque Roth sabe que el body count es clave e imagina maneras brutales de morir en donde abundan decapitaciones y salvajadas de todo tipo, muy sangrientas, macabras e hilarantes, que dejan homenajes constantes — torsos partidos, asesino con sombrero— y comparte tono con la española Mil gritos tiene la noche (1982), de la que también recupera el aspecto whodunit del giallo. Que la película de Juan Piquer Simón sea la película de terror favorita del director debería dar una indicación de por dónde van los tiros, pero quizá por interés de Sony o como moneda de cambio para realizarla, Thanksgiving también tiene algo en común con la nueva tendencia revival de Scream (2022), y esas clave para encontrar quién es el asesino tras la máscara, también es una herencia de los 90 que Roth incorpora a su homenaje al género. Pero no nos podemos olvidar que el autor de Hostel (2005) no deja de ser un profeta del torture porn, y algo de esa delectación por el dolor queda en alguno de los retorcidos asesinatos de este puritano que no tendrá la misma entidad de un Ghostface o Michael Myers, pero puede competir con Art the Clown en sadismo. De cualquier manera, es una suerte que haya habido un renacer del género que haya podido permitir a Roth completar la promesa de hace 16 años y no solo ha logrado el gran slasher del año, con permiso de la televisiva Chucky, sino probablemente su mejor película de terror desde Cabin Fever (2002).
Programa doble: Sick (2022)
Mientras Scream 6 sigue rascando duros de la gran pantalla, el creador de la original, Kevin Williamson, se alía con John Hyams para concretar un híbrido de survival rural y slasher con el Covid de fondo, en lo que parece una parodia de “la policía del confinamiento” que, más allá de la pereza de recordar esos tiempos, es una simple excusa para una modesta persecución con asesinatos aquí y allá que resulta más trepidante de lo que se podría esperar de ella. Sin ser algo particularmente memorable, es otra propuesta digna del director de la infravalorada Alone (2020).
11- La Espera (2023)
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El terror sobrenatural sigue creciendo en el cine español con esta Los santos inocentes de terror en un claustrofóbico infierno de calor, sudor y bares que adapta las formas de thriller ibérico reciente y lo transfigura en un sórdido spanish gothic puro. F. Javier Gutiérrez regresa a su tierra tras dirigir Rings (2017), investigando en recuerdos de su infancia para levantar este opresivo relato de culpa en la Andalucía de los 70 que rescata el cine más turbio de Saura y Borau para retorcer una tragedia rural con pinceladas de los mismos temas (y estructura) del género kaidan tradicional, cambiando a los señores de la guerra por señoritos de cortijo y sus guardeses en la pobreza. Una tierra de conflicto entre religión y superstición que tiene la caza como modo de vida, casi de subsistencia, y los toros en la televisión como entretenimiento, un dibujo perfecto de la España abotargada por la dictadura que deja a los que viven junto a la tierra a su suerte. La época ayuda a expandir una historia mínima gracias a su ambientación, trasladando el polvo y el sudor de una atmósfera sofocante, con olores conocidos y el trasfondo del mundo de las armas y los puestos, un costumbrismo sureño auténtico que sirve como esqueleto del oscuro retrato de personaje que propone.
Todo el peso de La espera recae sobre los hombros de un gran Víctor Clavijo, en un gran papel al que acompaña Ruth Díaz, que logra conducir su estado de ánimo con la mirada, introduciéndonos en su viaje al centro del remordimiento, en el que la tragedia solo engendra más tragedia, bajos instintos y una paranoia que da lugar a grandes estampas de tenebrismo ibérico: un cuerpo ahorcado con los pies devorados por jabalís, cráneos de cabras enterrados, cadáveres de pájaros y perros, apariciones fantasmales en graneros o transformaciones animales con efectos especiales prácticos impecables. El ritmo hace honor a su título, pero en su dilema paciente permite saborear su fotografía, un trabajo casi pictórico de ocres, tinieblas y blancos de Miguel Ángel Mora, que mejora y se explora con sucesivos visionados, clave para sostener el desarrollo, a veces casi experimental, del conjunto. Una propuesta minimalista pero de las películas de terror mejor dirigidas del año, y que triunfa al mezclar lo autóctono con la magia negra, con referencias de género que van de Burnt Offerings (1976) hasta algunos clásicos satánicos que es mejor no revelar para no dar pistas de su final. Una obra que crece en el recuerdo y merecía mejor suerte en taquilla y en el boca-oreja de los aficionados.
Programa doble: Viejos (2022)
Otra película de terror española con calor y sudor, pero en un entorno urbano. Los directores de La pasajera (2020) dan vida a un guion coescrito por el escritor de género Rubén Sánchez Trigos, que ofrece una especie de versión geriátrica de ¿Quién puede matar a un niño? (1976) en un Madrid infernal que se desvía de la ya conocida tendencia de abuelos terroríficos en pelotas, con un ángulo discutible del que es mejor no saber nada y una realización cuidada llena de ideas. Es probable que sin los últimos 10 segundos hubiera sido una película mucho más enigmática y su idea de partida más potente y terrorífica.
10- Hermana Muerte (2022)
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Paco Plaza debutó en Netflix con su película de terror más clásica, un sencillo misterio en el convento lleno de imaginería macabra que evoca a clásicos del terror español como La residencia (1969) y Marcelino pan y vino (1955) para concretar un excelente complemento retro a su Verónica (2017), con la que enlaza temáticamente, más allá de los lazos argumentales del personaje de Narcisa que interpreta ahora Aria Bedmar, sino por la presencia de un eclipse solar que resulta clave en la trama de ambas. La película recupera la cadencia del cine confesional de posguerra en una propuesta visual alejada de tendencias de terror comercial actual, con modos de fantaterror, estando estrechamente relacionada con el cine de Narciso Ibáñez Serrador, Chicho, al que la película parece estar haciendo un homenaje desde el propio nombre de la protagonista. Por una parte se atreve con el terror mediterráneo a la luz del día de ¿Quién puede matar a un niño? (1976), y sus construcciones de paredes blancas, que ya salía emitiéndose en tv en Verónica. Por otra, La residencia, que es clave en todo el cine de internados femeninos con secretos macabros, y se replica en esta escuela para niñas que también guarda un misterio atroz. No olvidemos que la relación del director con el maestro viene de lejos, incluyéndole en su remake de Freddy (2022) e interpretándole él mismo en la película Saben Aquell (2023). Un nombre que, de hecho, también podría tener relación con un clásico del cine con monjas poseídas y conventos, la hermosa Black Narcissus (1947), de Michael Powell y Emeric Pressburger, en la que además, el atuendo de las religiosas era igualmente blanco.
Un color perfecto para alterarlo con sangre, una iconografía clásica desde la novela The Monk (1796) de Matthew Lewis, en la que un fraile contempla la aparición de un fantasma con forma de monja con el hábito manchado de sangre y un cuchillo. Un clasicismo acorde a su apuesta por el terror sosegado, dosificando sus momentos de impacto para subir de intensidad en un crescendo impecable con un capítulo final plagado de visiones terroríficas, perversiones de la iconografía católica, revelaciones y un gran despliegue visual. De ahí se retoma imaginería consolidada de horrores con monjas, como las hermanas plantadas en el suelo de Matka Joanna od Aniolów (1961), "las disciplinas" herederas del nunxploitation como Satánico pandemonium (1975). Hermana Muerte vuelve a la postguerra española y el franquismo para hacer un programa doble con El Espinazo del Diablo (2000), el clásico de Guillermo del Toro también con niños internados, fantasmas y Guerra Civil,y como aquella, comparte paralelismos con el gran clásico The Changeling (1980) sus bañeras con secretos y pelotitas rodantes, entre otras referencias de terror, como la escena del confesionario de El Exorcista III (1990). Sin embago, en sus detalles históricos recupera la leyenda urbana de los No-Dos secretos sobre apariciones marianas, que ya recogía el film NO-DO (2009), a modo de pequeña introducción de "metraje encontrado" con factura asombrosa, que incluso recuerda en ocasiones a la Tierra sin pan (1933) de Buñuel. Plaza se consagra como un maestro internacional, pero ante todo como tesoro nacional de un género que esperemos no abandone nunca.
Programa doble: Deliver Us (2023)
En un año de terror en conventos y monasterios esta producción de XYZ ofrece una alternativa más áspera y violenta, con un sacerdote investigando el misterio del embarazo de una monja que dice haber recibido la simiente de forma divina, siguiendo una profecía que habla del nacimiento de dos hermanos que representan el bien y el mal respectivamente. Lo que sorprende aquí es que no sigue la misma estructura de misterio, y rápidamente ocurren cosas que lanzan la película a un género de huida más parecido quizá a Son (2021). Su mayor problema es que no sabe continuar el impulso en su nudo, con una especie de dilema amoroso que entra dentro de los designios ancestrales. Con todo, generosa con sexo y gore (incluso con desnudos explícitos) y con una textura granulosa que le da un punto más sórdido que otras fantasías de horror religioso de este 2023.
9- The Pope’s Exorcist (2023)
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El cine de posesiones católicas es un género que parece no agotarse nunca y es tratado con honores por los grandes estudios, que insisten en darle un presupuesto digno y el tratamiento comercial a lo grande. Este año esa operación ha dado un gran fiasco vendido como la secuela del gran clásico, The Exorcist: Believer, que dobla en presupuesto a la sorpresa que ha sido The Pope Exorcist, de nuevo terror visto como gran espectáculo de aventuras y con un gran Russell Crowe socarrón haciendo de un carismático exorcista real. Lejos de ser un subproducto en el que te encuentras a un actor en horas bajas, la película le da la oportunidad de hacer uno de sus mejores papeles, que incluso da para franquicia. Esta es la mejor de esta nueva tendencia de cine de posesiones católicas en la gran pantalla, con un discurso parcialmente crítico como 13 Exorcismos (2023) o Prey for the Devil (2023), aunque pocas pueden presumir de lucir trazas de Evil Dead —incluso es más Raimi a veces que la secuela estrenada en cines— y la exploitation italiana, con el mismo Franco Nero como el Papa y un recuerdo de Paul Naschy en el aspecto de Crowe. Aunque el guion sigue al dedillo los lugares comunes del cine de posesiones le da un cariz de humor y tono pulp casi de cómic, con levitaciones, gore, fuego y acción. Avery no es ajeno a estos festivales, y su misma Overlord (2018) era algo así como una posible historia de Weird War Tales de DC. Este Amorth recuerda al exorcista de los cómics Marvel, que se llamaba Gabriel: el cazademonios, una miniserie dentro de la colección The haunt of horror (1974) que convertía casi en un superhéroe como Blade a un sacerdote con el mismo nombre de pila que el Padre Amorth.
Amorth, sobre quien William Friedkin, el mismísimo director de The Exorcist original hizo un documental, se transmuta en un cazademonios estilo matrimonio Warren, pero a diferencia de The Conjuring (2013) evita en gran medida los sustos, sin prestar mucha atención a la atmósfera sino a la verbena del ritual romano, como una versión católico-festiva de The Rite (2011) que concibe el duelo con el diablo como un espectáculo teatral de levitaciones a lo Raimi, maquillaje grotesco, alucinaciones y visiones engañosas. La encarnación de Amorth de Crowe está a medio camino entre el Van Helsing de Bram stoker's Drácula (1992) y el padre Vergara de 30 Monedas, entrando también en luchas intestinas vaticanas que recuerdan a aquella y la añorada serie The Exorcist (2016). Aquí, el cineasta Julius Avery toma la vía del gran espectáculo circense, convirtiendo a Crowe en un peculiar Indiana Jones con Sotana en un enfoque aventurero que ya puso en práctica Demián Bichir en The Nun (2018) y se adhiere a su condición de cine de evasión con un gran diseño de producción, con osarios lúgubres y subterráneos con secretos de la Inquisición que convierten al sacerdote en protagonista de un serial weird fantasy entre Nigel Kneale y Dennis Wheatley. Sigue la tradición de cine con el mal escondido en subterráneos o muros de viejas iglesias presente en And the Wall Came Tumbling Down (1984) de Hammer, Prince of Darkness (1987), La Chiesa (1989) o, por supuesto, las precuelas de The Exorcist de 2004. Además tiene un fondo interesante sobre la expiación de los pecados de la iglesia que funciona como dardo envenenado.
Programa doble : Qodrat (2022)
El exorcista como héroe de aventura no es ya una novedad en la gran pantalla, pero ya verle como un maestro de artes marciales solo podría ocurrir en el cine indonesio. Qodrat es la versión musulmana de estos héroes, con una lucha entre los seguidores del diablo y de Dios que presenta muchos elementos del Islam, como el concepto de rukiah y la recitación de versículos coránicos, mezclando elementos de cine de venganza y de acción, aunque ojo, que por su mezcla de géneros no deja de tener alguna escena de miedo intensa. Podría haber sido algo mucho más espectacular con algo más de presupuesto o contando con un nombre más potente tras la cámara, como Timo Tjahjanto
8- Huesera (2022)
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En un año en el que las películas sobre embarazadas son una tendencia, hay que destacar que en esta temporada, además de Baby Ruby, otra de las grandes películas sobre el tema es esta fábula sobre el desafío del papel tradicional de la mujer como madre en México. Hemos visto un interesante enfoque en The Womb, con la pobreza y los vientres de alquiler en Indonesia como aspectos reseñables, o la presión social de “el reloj biológico” en Clock, pero ninguna de las dos acaban de rematar sus perspectivas sobre el tema. Huseresa es una verdadera pesadilla de gestaciones por convención que utiliza el body horror óseo para albergar un subversivo subtexto sobre tradición y familia que desafía ideas enquistadas en la cultura católica, empezando desde su impactante primera secuencia, con una gran imagen mariana a la que se rinde culto, para ponernos en situación de lo que las decisiones de la protagonista pueden suponer en la sociedad en la que transcurre el periodo de concepción, gestación y nacimiento de un bebé no deseado. Un contexto clave para entender la obra de la debutante Michelle Garza como una vuelta al cine de terror como elemento transgresor, usualmente domesticado en grandes estrenos provenientes de Estados Unidos.
Sin embargo, Huesera conecta perfectamente con las tendencias actuales del cine sobrenatural con apariciones y algunos sustos, siempre dentro de una matriz de drama psicológico con maldiciones y escenas de terror sutil, con siniestras implicaciones sobre la maternidad para una película de género importante en México, que no reniega de sus referentes, tanto por la aparición de La llorona (1964) en la televisión, o la tradición de El esqueleto de la señora Morales (1960). En ocasiones Garza parece concebir la historia como una secuela tenebrosa en un mundo alternativo del cómic Locas de Jaime Hernández, donde su protagonista pasa del idealismo punk a entrar en el camino de las expectativas de familia creadas para mujeres, viviendo su conflicto como una posesión maléfica intermitente. La novedad es que la protagonista utiliza la magia negra como revulsivo a dinámicas culturales aprendidas, pero esto no significa que deje de ser peligrosa. Su discurso está en el otro lado del cine sobrenatural norteamericano actual y plantea un desafío a lo conservador en la misma frecuencia de clásicos como Rosemary's Baby (1968) o Possession (1980). Garza es uno de los nombres a los que hay que prestar atención los próximos años, y su nuevo proyecto, Palizada, en la que repite con su coguionista Abia Castillo,  explorará la violencia intrafamiliar, atacando otro estamento sagrado universalmente, bajo la óptica del cine de terror.
Programa doble: La Hora marcada - La mano (2023)
Remake libre de uno de los episodios más célebres de la serie de terror mexicana Hora Marcada, probablemente el mejor de la nueva tanda de este revival de una piedra angular del fantástico del país. Michelle Cervera demuestra ser la directora con una voz más reconocible de esta generación de artesanos latinos del terror y ofrece en algo más de media hora una perfecta consecución de los temas y enfoque del género de su Huesera, con otro viaje a la locura con protagonista femenina en el que las ansiedades laborales y edadismo infusionan en un relato de realidades difuminadas, espacios cotidianos que se transforman en avernos de pesadilla con apuntes de iluminación y atmósfera.
7- A Haunting in Venice (2023)
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Kenneth Branagh demuestra que el terror no es un género sino un lenguaje cinematográfico convirtiendo un clásico misterio de asesinatos en una noche espeluznante que recuerda a las viejas "Old Dark House" movies de los 30 y 40. Probablemente, el caso más simple de la trilogía de Poirot, la trama es casi una excusa para cincelar un barroco ejercicio de estilo del género de espantos gracias a sus ángulos de cámara, uso de la perspectiva o lentes de ojo de pez, amplificando la atmósfera sin poner barreras a la posibilidad sobrenatural. Brannagh no es ajeno al género desde Dead Again (1991) un misterio con elementos de giallo y su excesiva y ultragótica adaptación de Frankenstein (1994), en las que se pueden apreciar ideas de puesta en escena que aquí se desparraman sin mesura. Llegó como una sorpresa, pero si miramos atentamente en Belfast (2021), el director ya nos daba una pista de cuál sería su próxima adaptación de Agatha Christie, la novela Hallowe'en Party, que Brannagh debió leer cuando era un niño. Estando menos encorsetado por la deuda a su franquicia o a la autora de lo que se presupone, se juega aquí con la carta del detective racional versus farsa paranormal y decide quedarse en el medio para jugar con la ambigüedad, logrando un carrusel de momentos de escalofrío, puntos de vista siniestros y sustos que jamás renuncia a su opción estética negándola en el último momento.
 A pesar de ser una adaptación de Agatha Christie, explota la límite las posibilidades del texto original para zambullirse sin pedir disculpas en todos los "lugares comunes" del género, es decir, absolutamente todo lo que nos gusta del terror gótico desatado, tal y como lo haría el Mario Bava de Operazione Paura (1966). Aunque Brannagh parece recrearse en las formas de The Haunting (1963), concibe el conjunto como una obra de teatro dirigida por Mike Flanagan y se muestra contiguo a la historia de fondo de El orfanato (2007), mostrando un eco de la tradición británica de las historias de fantasmas más melancólicas. Pese a que gran parte de la película sucede en interiores, Brannagh saca todo el jugo a las posibilidades inquietantes de Venecia como la ciudad más misteriosa del planeta, probablemente ninguna otra desde Don't Look Now (1972) ha logrado captar su cualidad esotérica de esta forma. A Haunting in Venice no solo se diferencia de sus dos predecesoras en su género, ya que, quitando la presencia de Poirot y los detalles aprendidos del personaje, el enfoque es mucho más contenido, sobrio en cuanto a uso de fondos CGI, con una cualidad casi de cine independiente. El resultado es una delicia de Halloween casi autónoma que nos introduce en una noche laberíntica en la que no hay un momento que no sea juguetón o sugerente, una verdadera joya para amantes del cine de terror… de antes de 1970.
Programa doble: Brooklyn 45 (2023)
A Ted Geoghegan hay que reconocerle que levanta sus pequeños proyectos completamente ajeno a tendencias y lo que puedan estar haciendo otros compañeros. En su última película propone una sesión de espiritismo en Nueva York, el crepúsculo de la Segunda Guerra Mundial con un grupo de personajes militares que encuentran una puerta abierta a lo sobrenatural en medio de un juego de confianzas y traiciones. El terror está apartado al mínimo, pero funciona como una obra de teatro que realmente podría representarse en vivo, rescata maneras de un cine de género que ya no se hace, y solo por eso merece nuestra atención. 
6- Cobweb (2023)
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Incomprensiblemente tapada tras el anuncio de su estreno a lo grande por Lionsgate, el debut del director de Marianne (2018) en el cine es otra de las películas de terror sencillas, directas y aisladas de tendencias de este 2023 que ha resultado ignorada por los aficionados. Samuel Bodin compone un pequeño cuento de hadas oscuro que recoge el aura siniestra de Coraline (2009) con una puesta en escena estilizada que capta el poder de las pesadillas infantiles. Puro cine de Halloween basado fugazmente en El corazón delator de Poe que encuentra su razón de ser en sus crujidos nocturnos, voces en la oscuridad, relojes incesantes, telarañas, golpes en el otro lado de la pared, nanas desasosegantes... un buffet libre que despliega todos los trucos del relato gótico en un juego de suspense clásico que podría ser un episodio de Tales from the Darkside que hay que ver con las luces apagadas. La película también recupera algo la lírica perdida del cine francés de terror que prefiere estilo sobre fondo y los excesos formales propios de Fulci o Argento a una trama cuyos giros no necesitan sorpresa, porque lo interesante está en el juego perverso que propone, con un niño encerrado en su propio infierno familiar desde el primer minuto.
 Empezando como un thriller doméstico en el que los padres no son lo que parecen, la primera parte se apoya en unos tremendos Lizzy Caplan y Antony Starr, quienes replican la energía macabra de Parents (1989) y otros clásicos en los que los niños sospechan una conspiración doméstica, en una tradición que va desde Invaders from Mars (1954) a episodios de Goosebumps. Quizá no para todo el mundo, su punto de vista subjetivo toma una lógica infantil en la que lo que ocurre sufre una óptica distorsionada, incluso ingenua y torpe, en la que lo importante es la atmósfera y los pelos de punta y no la coherencia. Hay una ambigüedad omnipresente que se apodera de su retrato suburbano grotesco, planteando un juego de suspense clásico que va dejando cada vez más espacio a lo sórdido, como un The People Under The Stairs (1990) más comprimido que acaba dando paso a un último tramo donde se desata una locura, a caballo entre el cine de Guillermo del Toro y lo que podrían presentarnos unos Alexandre Bustillo y Julien Maury si adaptaran un manga de Junji Ito, que de nuevo vuelve a hacer acto de presencia en los diseños e inspiración del cine americano. Cobweb coexiste en un terreno común a cierta película juvenil de Nickelodeon prohibida por la cadena en Halloween del año 2000, tras las quejas de los padres por ser demasiado terrorífica, pero tiene algunas de las escenas más terroríficas del año, como esa pesadilla que nos recuerda la capacidad que demostró el director en su serie de Netflix.
Programa doble: Family Dinner (2022)
Perversa reimaginación alemana del cuento de hadas de Hansel y Gretel en clave de terror psicológico flemático, con una sutil cubierta de humor muy oscuro para caricaturizar el mundo de las dietas paleo, el nutricionismo detox, la gordofobia encubierta y los gurús de la salud. Una película pequeña, pero muy perversa y que sabe aprovechar al máximo sus cuatro elementos de partida y de producción, consiguiendo un thriller que se transforma en otra cosa más parecida a algo ideado por Ari Aster, más efectivo que The Visit (2015) y que también haría una buena pareja con la disruptiva Club Zero (2023)
5- Dark Harvest (2023)
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El esperado regreso de David Slade al cine de terror, tras dirigir muchos episodios de series muy potentes, habría sido una verdadera rareza en el panorama de producciones para salas, y quizá por ello acabó estrenándose directamente en Amazon Prime Video. El director aplica su estilizada mirada al género invocando a Stephen King y los Misfits en una fascinante fantasía rockabilly-horror que propone un juego de supervivencia adolescente (con monstruo) durante el Halloween de un pueblo atascado en una época indeterminada entre los 50 y los 60. Partiendo de una variación de The Lottery de Shirley Jackson, en la que los jóvenes de un pueblo son sacrificados al estilo The Long Walk de Stephen King, el juego aquí consiste en destruir a un ser con cabeza de calabaza que sale de caza una noche al año. Algunos problemas de producción y montaje no impiden que la idea siga siendo una premisa radical que cuenta una gran tragedia americana de padres sacrificando el progreso y las semillas de la próxima generación. Slade demuestra seguir siendo uno de los directores con un estilo visual más abrumador, con una fotografía azulada y llena de brillos en la oscuridad de Larry Smith, y además de no cortarse con el gore, en algunas de las muertes más impresionantes del cine de terror de este año, sabe ir más allá del simple slasher, y hacer que la parte central más violenta no sea el corazón de la historia. Hay elementos como el secreto del pueblo, el monstruo y la relación del protagonista con la conspiración, que llevan a un tercer acto que deriva en un final inesperado y oscuro.
Pero lo interesante es este mundo propio en el que parece como si Battle Royale (2000) y Children of the Corn (1984) tuvieran un hijo con el melodrama juvenil de los rebeldes de Coppola, las bandas de de The Wanderers/The Warriors y los relatos de noche de difuntos de Ray Bradbury. Un lugar donde suenan los Damned, Eddie Cochran y clásicos de los 50 que aportan la energía a su relato de rebelión juvenil en un microcosmos que refleja el ideal patriarcal y racista de los EEUU de posguerra, dentro de una cultura de miedo que busca perpetuar un sistema cerrado. El festival anual utiliza y motiva a los hijos del pueblo como tío Sam invita a luchar por el país, con promesas y recompensas que aprovechan los instintos y la mente manipulables de la adolescencia. Dark Harvest es una pequeña fábula que relee los pilares de la cultura USA a través de un monstruo que alterna el clásico hombre con cabeza de calabaza que acecha en las noches de Halloween de variaciones como Pumkinhead (1988) o Sam de Trick r' Treat (2007), aunque también hay algo de la leyenda del espantapájaros Harold de Scary Stories to Tell in the Dark (2019). El balance tiene la energía de Jeepers Creepers (2001) y la cadencia de un concierto de los Cramps, la promesa que nunca se cumplirá de decenas de historias más en ese pueblo maldito y el ADN de las películas que trascienden su época para convertirse en obras de culto.
Programa Doble: Pet Sematary (2023)
La precuela del devastador clásico de Stephen King es un más que digno complemento al original con una violenta extensión del relato de Judd que se convierte en casi un remake inesperado de Deathdream (1974) fiel al espíritu del libro. Sí, tiene algunos problemas de edición, pero se ciñe a la idea del relato sin salirse del tiesto, no cae en la reiteración del proceso se "resurrección" y empieza en el punto que todos sabemos lo que ha pasado, de esa forma saca ventaja al insípido remake. Una economía narrativa que recuerda a las clásicas secuelas de grandes éxitos producidas para videoclub, una limitación tan carente de ambición como concreta en su objetivo: plantear un evento violento que explique el horror oculto en Ludlow y su relación con el personaje común. Esto nos deja momentos siniestros y cómplices con el espectador familiarizado con el universo del cementerio viviente, pequeños guiños y una ampliación convincente de la mitología que consolida la familiaridad con el mal ancestral cíclico en los aledaños malditos del pueblo. Cuando hay muertes, son bastante grotescas y con buenos efectos especiales. De nuevo, recupera las conexiones nativas de la leyenda de Ludlow y las conecta con la mitología americana del Donner Party, que está emparentada también con el Wendigo de la novela. solo trata de narrar un "incidente" maligno como si fuera un evento asimilado en el pueblo, para ello introduce un concepto interesante respecto a los secretos de Ludlow, el papel de compromiso de ciertos habitantes que explican la actitud de Judd en el futuro.
4- The Last Voyage of the Demeter (2023)
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Hace más de 90 años, la poco conocida versión hispana de Drácula (1931) tenía una alucinante escena sobre el viaje en barco del vampiro que permanece muy olvidada, pese a ser mucho más pesadillesca y espeluznante que la del film con Bela Lugosi. Había un buen germen para una película de terror autónoma allí y ahora se ha hecho real en medio del curioso el renacimiento que el conde ha tenido en los últimos años, con adaptaciones que reinventan El invitado de Drácula como House of Darkness (2022) o The Invitation (2022) el año pasado, dos en 2023 y el Nosferatu de Eggers y la versión que prepara Zhao a la vuelta de la esquina. Este año Universal rescata su mito por partida doble y, en la mejor de ambas versiones, el cineasta André Øvredal imagina el capítulo marítimo de la novela de Bram Stoker como si fuera la Alien (1979) original, que a su vez se inspiraba en dicha bitácora. Ahora el vampiro se presenta como un murciélago monstruoso tal y como se vio, tanto en la Drácula (1992) de Coppola en la fallida Van Helsing (2004). La versión más larga hasta la fecha centraba en el segundo episodio de la adaptación británica de Netflix, en la que el fragmento de la novela se convertía en un cluedo vampírico, pero la idea ha sido utilizada recientemente en Blood Vessel (2019), que también tenía a una criatura-murciélago. Ahora el director de The Autopsy of Jane Doe (2016) confirma la tendencia de Universal de sacar estrenos bastante chiflados de cine de género de perfil medio y calificaciones R sin remilgos, como Violent Night y Cocaine Bear, a las que están dando una oportunidad en multicines, pese a que algunas parezcan pensadas para el mercado streaming.
Desafortunadamente fue tal fracaso de crítica y público que los estrenos en muchos países se cancelaron, una pena porque la película es una potente serie B contada de forma clásica y sin remilgos con la violencia. Más allá del buen maquillaje y la actuación de Javier Botet, The Last Voyage of the Demeter destaca por construir su aventura marítima oscura paso a paso, con un body count menos generoso del que quizá se esperaba, pero centrándose más en los aspectos del vampiro relacionados con la lucha entre superstición y ciencia que estaban subyacentes en la novela. Hay escenas de terror excepcionales, algunos giros inesperados en una película de gran estudio y un halo de tristeza y honor acorde a la filosofía marinera de los que saben de antemano su destino. Tiene mucho de los textos Wlliam Hope Hodgson, y de hecho, el guion sabe canalizar los ecos victorianos de un mal que va tomando un lugar poco a poco, de alguna forma hasta puede considerarse una especie de remake a escala de la parte inglesa del texto de Stoker, con sus transfusiones y su equipo improvisado para cazar al vampiro, teniendo en cuenta los ataúdes, la tierra y todos los elementos que han construido el mito en un solo espacio. Por ello, puede que no sea una película hecha para los tiempos que exigen tensión, sustos y acción, pero, además de ofrecer algo no muy diferente a la estupenda serie The Terror (2018), debería ser un banquete para los amantes de la Hammer, el libro original y la mitología del vampiro, porque es la mejor película hecha para cines desde la versión con Francis Ford Coppola.
Programa doble: Renfield (2023)
Probablemente la secuela oficial más bizarra del cine de terror: una gamberrada llena de gore explosivo, acción a lo John Wick y un refrito sin disimulo la relación abusiva entre Drácula y su sirviente según la dinámica de Nandor y Guillermo de What We do in the Shadows en los que Nicolas Cage convierte al Drácula de Bela Lugosi en un dibujo animado. Porque esta es, a todos los efectos, una continuación directa del film de Tod Browning, como deja claro su alucinante prólogo, que nos pone en situación reproduciendo la textura y momentos más míticos de la película. Una película definitivamente coyuntural, pero ver a Cage como vampiro, cumpliendo el sueño febril de su personaje en Vampire Kiss (1988), merece la pena por su recital histriónico, exagerado y teatral que cuaja bien con el tono de parodia del conjunto que asimila la influencia de Hong Kong por convergencia a la de la saga Mr. Vampire, con vampiros volantes y elementos del wuxia incorporados a una traducción del horror gótico como espectáculo de comedia física. Una película que mejora cuando se entrega al desparrame splatstick más exagerado, con luchas sangrientas y decapitaciones, alternando sangre digital con algunos maquillajes grotescos poco usuales en producciones de gran estudio, jugando en la liga de comedias vampíricas que los directores John Landis y Wes Craven hicieron en los 90.
3- Godzilla: Minus One (2023)
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El final del año nos dejó en unas pocas salas uno de los mejores kaiju de la historia. La vuelta del poder alegórico del icónico monstruo en su versión más terrorífica y devastadora es casi una respuesta a Oppenheimer desde el lado japonés, explorando el trauma nuclear colectivo. Un éxito sorpresa de taquilla que evidencia un error de cálculo garrafal de algunas distribuidoras que no han medido la respuesta que tendría en salas, un testamento al poder de los rarísimos blockbusters con actitud y FX al servicio de la historia y no al revés. Por una parte, el largometraje consigue un balance insólito entre el peso emocional y el gran espectáculo de efectos especiales perdido en el blockbuster americano actual, logrando aprovechar sus limitados recursos al máximo, poniendo en evidencia a las últimas entregas del Monsterverse. Además, su vocación "acuática" hace que tenga algunos momentos con vocación de aventura marinera que recuerdan a los momentos de peripecia más memorables de Jaws (1975), lo que convierte a Godzilla en una criatura más fiera que crea lazos con el cine de terror animal más tradicional. Con un equilibrio perfecto entre el cine de criaturas y el bélico, la fusión funciona gracias a su parte humana, un drama construido sobre la culpa, el énfasis militarista sobre el honor perdido y el resentimiento nacionalista de un Japón buscando reconstruir su orgullo.
Imposible no pensar en Hiroshima en la forma en la que se presenta el uso del rayo característico de Godzilla, reflejando el efecto devastador de una fuerza inesperada que aparece por efecto de otras pruebas militares americanas, usando al coloso como avatar del terror atómico. Desde las "quemaduras" del lagarto, a la forma de reflejar el pánico civil, la presencia de una lluvia de ceniza... La imaginería es un catálogo de efectos de la bomba nuclear que explora todo lo que a Christopher Nolan no le interesaba reproducir, mostrando la otra cara de la moneda. Curiosamente, Godzilla: Minus One, entre sus varios recursos del cine bélico, recicla algunos momentos del cine reciente de Christopher Nolan, concretamente de Dunkirk, en algunas de sus escenas navales, que dan la distintiva personalidad marítima a esta entrega frente a las demás. Además, es toda una vuelta a la original para seguir la senda ideológica de Shin Godzilla (2016), de nuevo planteando un país en ruinas con un gobierno en el que no se puede confiar y unos EE.UU. dibujados como el enemigo en la sombra, dejando la lucha contra Godzilla a los ciudadanos. El resultado es una de las mejores películas del año en cualquier género, llegada en tiempo de descuento, pero marcando de chilena, Takashi Yamazaki insufla nueva vida al mito y nos prepara para la que puede ser un revival kaiju equiparable al de la trilogía de Gamera en los 90.
Programa doble: 65 (2023)
Serie B blandita pero muy digna que se agarra fuerte a su concepto de "Adam Driver vs dinosaurios feroces" y presenta una modesta aventura a contrarreloj, espantando la admiración zoológica de la saga Jurásica para centrarse en la acción con un ritmo endiablado. No es muy creativa a la hora de sacar jugo a su premisa ganadora, pero la sostiene con eficiencia y pulsa un sencillo mecanismo dramático sobre paternidad que funciona, sin ser muy distinto al de The Last Of Us. Cumple su cometido en 90 minutos y sirve para ver, disfrutar y olvidar. 65 podría ser más violenta y aprovechar mejor sus oportunidades, pero pertenece a ese tipo de producciones de ciencia ficción y terror como Life y Underwater que juega con presupuestos medio-bajos y tratan de enfocarse al gran público. Solvencia sin mucha ambición pero que cumple. Tiene una premisa similar a Outlander (2008) pero en clave minimalista y familiar, con un tono similar a las aventuras de las adaptaciones de Julio Verne de Piquer Simón y sus Islas misteriosas, viajes al centro de la tierra y otros mundos perdidos llenos de saurios gigantes. a de esas películas que se adhieren al término "intrascendente" sin trampa ni cartón. Dinosaurios con mejor CGI que superproducciones que cuatriplican su presupuesto y 90 minutos en la era dorada de las vejigas sufrientes. Es el ejemplo claro de que en salas no hay espacio para el cine de gama media, parece repeler porque no va a cambiar el mundo, mientras que si se estrenara en una plataforma tendría seguimiento masivo y se comentaría como el gran evento de ese mes de Netflix.
2- Malum (2023)
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El director Anthony DiBiasi llevaba una década algo desperdigado tras un inicio de carrera potente, desde que adaptara a Clive Barker en la reivindicable Dread (2009) hasta la joya de culto Last Shift (2014), sobre la cual ha decidido ahora hacer un remake. Tras películas adolescentes y episodios de televisión, Malum es una forma de autoreivindicarse y devolver la visibilidad a una obra que ha producido mucha afición pero poco dinero a sus creadores. No es la primera operación que va en esta dirección, el remake de Night of the Living Dead (1990) no era más que una argucia para conseguir la rentabilidad perdida, y poco más o menos Evil Dead 2 (1987). DiBiasi no ha hecho el salto de producción que podría esperarse, sino que se ha aliado con la productora reciente Welcome Villain para hacer algo así como una versión alternativa del original, en la que permanecen algunos de los elementos claves de aquella, pero en la que se eleva el ritmo, las apariciones y el trasfondo de la secta y sus elementos sobrenaturales. Esto hace que el presupuesto quede algo justo en ocasiones, pero en general la experiencia es más complementaria que repetitiva, siendo menos atmosférica que la primera pero a cambio ofreciendo un viaje onírico lleno de sangre y una mitología demoníaca que vuelve al autor a Clive Barker. Malum no parece una película de 2023, contiene el ADN del terror rabioso de los años 2000 y el ímpetu del Rob Zombie más satánico, la actitud de fuera de Hollywood de Baskin e incluso un tramo final que podría ser la mejor adaptación de los juegos Survival horror que se haya plasmado en pantalla. Aunque tiene algún problema y detalles de interpretación en su desbocado tramo final que podrían mejorar, es despiadada, oscura y urgente, apenas dura 90 minutos y siempre está en movimiento, en una cuenta atrás que no da nunca esperanzas de que vaya a acabar bien.
 El relato de una policía novata en una comisaría abandonada no es nuevo. De hecho, Last Shift no era más que un remake en sí mismo del episodio Eater (2008) de la serie Fear Itself, ademáshemos visto otras variaciones en The Void (2016), con la que la nueva versión hace una rima estupenda. Los añadidos del culto a lo familia Manson son potentes, con una visión más amplia de la ciudad y la presencia omnipresente de la secta, cuyas acciones fuera de la comisaría se hacen presentes. La ruptura espaciotemporal que experimenta la protagonista es una espiral a la locura que rompe cualquier norma narrativa, Dibiasi no se preocupa en dar una lógica a su percepción, todo puede pasar y la experiencia se asemeja a una verdadera pesadilla, lo que le da un parecido inesperado con un clásico de videoclub con otro monstruoso gurú de secta muerto reapareciendo, Bad Dreams (1988). Su segunda mitad tiene apariciones, momentos sangrientos, alucinantes diseños de entidades de los artistas tras los cenobitas de Hellraiser (2022), gore tradicional de vieja escuela y alguna muerte que deja con la boca abierta y nos lleva a otra época. No hay forma de que esto hoy pasara el corte para multicines de masas. En una época en la que triunfan en taquilla M3GAN y The Boogeyman y el terror pareceuna atracción segura para ir en familia, Malum devuelve la fascinación por la sorpresa macabra, la economía narrativa con un montaje afiladísimo y una reivindicación de la literatura de terror de los 80 y 90 en el cine. Poco importa que tenga en común con desarrollos de Venus, The Empty Man o Hereditary — ojo, que la original tenía antes un demonio llamado Paymon—, su descenso a los infiernos no se preocupa por encajar en las plantillas confortables para productores, sino que ofrece de forma valiente todo lo que hemos venido a ver y lo hace de forma implacable.
Programa doble: Where the Devil Roams (2023)
La nueva película de la familia Adams, directores de las sorprendentes Hellbender y The Deeper you Dig, es otra visión del cine satánico más relacionada con cine de otra época que con la tendencia sobrenatural de los sustos de la corriente The Conjuring. Ambientada durante la era de la depresión en Estados Unidos, trata sobre una familia de artistas de feria ambulante asesinos. La familia sigue a lo suyo y ahora se disfrazan de renegados del diablo de la era de la depresión en una extraña road movie que parte de Carnivale y se transforma en una especie de variación de Haeckle's Tale de Clive Barker hasta una videoperformance de un grupo musical de los 90. A veces los anacronismos de estilo resultan ya un tropiezo para que el cine de los Adams de un paso adelante, pero al mismo tiempo todos los momentos metacinematográficos parecen un acto de amor hacia la hija de la familia por parte de sus padres, por lo que tiene algo de entrañable.
1-Beau is Afraid (2023)
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Es difícil catalogar el último trabajo de Ari Aster como una película de terror y probablemente él mismo no estaría de acuerdo en verla encabezando una lista de cine de género, pero lo cierto es que tampoco es una comedia, ni mucho menos la picaresca que él dice que es. Lo cierto es que la etiqueta “comedia de pesadilla” con la que planteó el proyecto se ajusta bien a lo que nos encontramos, y dentro de sus tres horas hay una película de terror onírico puro, en la que el personaje va enfrentándose a sus miedos encarnados uno a uno. Aunque en el fondo hay escondida una secuela de Psycho y el posible origen de todos los traumas sexuales de un asesino que plagaban los giallos, además de ser uno de los mayores exponentes del subgénero de la madre terrible. Pero buscar explicación y etiquetas en esta obra monumental es absurdo. Se nota que el autor de Hereditary y Midsommar está a los mandos y su manejo de la puesta en escena se ha convertido en un obsesivo caldo de detalles y obsesiones, y sí, sabe hacer escenas de tensión más potentes y horripilantes que ninguna película del 2023. Todo su primer capítulo es un viaje al fondo de la ansiedad donde los habitantes de una calle parecen vampiros de I Am Legend esperando un momento de flaqueza de Neville, o miembros de un culto contra el pobre Beau, pero el resto de sus episodios también tienen momentos que dan escalofríos, como ese secuestro en el que los anfitriones esconden secretos extraños, hay adolescentes que mueren grotescamente por beber pintura y vídeos de seguridad que muestran escenas que aún no han ocurrido, como si fuera Lost Highway (1997).
Beau is Afraid es una odisea freudiana llena de momentos perturbadores y extraños que desafían cualquier categoría o lógica narrativa convencional, recogiendo algunas de las obsesiones del autor mostradas en cortos como el germen de la película y Munchausen (2016), en el que ya presentaba un vínculo maternal disfuncional. Aster desarrolla un mundo kafkiano totalmente subjetivo que contiene innumerables pistas y enigmas para resolver un puzzle siniestro en el que va dejando algunas perlas de imaginería macabra. Un cuerpo decapitado en un ataúd, un cuadro que muestra a un ancestro monstruoso, cadáveres descompuestos en piscinas, desvanes con secretos oscuros, penes gigantes horripilantes hechos como los animatrónicos de los 80, hombres enjutos fantamasles, mujeres con máscaras perturbadoras… un caleidoscopio de recuerdos, fobias y subconsciente reprimido hecho realidad tiene más que ver con el Wojciech Jerzy Has de Sanatorium pod klepsydra (1973) y su viaje rozando el terror a los recodos de una vida o el Fellini onírico de Gliulieta degli spiriti (1965) y Toby Dammit (1968). Como un gran cómic de Daniel Clowes llevado a la pantalla, es quizá la obra de Aster más precisa a nivel de dirección, con un nivel planificación pasmosa y una claridad de puesta en escena que no evita que sea una obra inabarcable en un solo visionado. El final de la película es solo el principio e invita a decodificar los momentos de la vida de Beau de forma intuitiva a partir de sus símbolos, memorias e imágenes recurrentes. No hay nada puesto al azar y se convertirá en una pieza de culto que puede que no volvamos a ver, dado el giro comercial de A24.
Programa doble: Dream Scenario (2023)
El sello del Aster de Beau está muy presente en su nueva producción, también a priori una divertida dramedia onírica, prima de la etiqueta “nightmare comedy” y como aquella, va de hacérselo pasar muy mal a un personaje de 50 deprimido. Aquí un gran Nicolas Cage como un hombre gris con el que sueña todo el planeta, que parte de una premisa similar al creepypasta "This-man" y atesora sus mejores momentos en escenas de sueño que relatan las apariciones de Cage, en las que se navega entre el humor surrealista, algunas escenas muy creepy e incluso de puro terror cuando se pone realmente oscura. La extrañeza propia de Jonze, Gondry y Kauffman satiriza los anhelos de ego en la mediana edad. Con la estructura del episodio del "Yo no he sido" de Bart Simpson, pero en este "auge y caída" hay una sardónica exploración de los efectos de la cultura de la cancelación y la ligereza de la percepción del amor y el odio colectivos en la era viral.
Menciones especiales
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Cocaine Bear (2023)
Este éxito sorpresa en su primer fin de semana de estreno se basa en la historia real que tuvo lugar cuando un contrabandista en 1985 sufrió un accidente de avión mientras transportaba casi 15 millones de dólares en cocaína. El oso fue quien la encontró y comió, aunque después del incidente solo encontraron el cadáver del animal, que murió de sobredosis después de provocar el caos. Elizabeth Banks junta a un grupo de policías, delincuentes, turistas y adolescentes en un bosque de Georgia donde un depredador de 230 kilos ha ingerido los kilos de la droga, volviéndose loco y sediento de sangre y de... más droga. Pertenece al género de terror animal pero enfocada en forma comedia llena de gore y un humor bastante amoral. La tendencia de Universal de estrenos bastante chiflados de cine de género de perfil medio y calificaciones R sin remilgos, como Violent Night y esta, a las que están dando una oportunidad en multicines, pese a parecer pensadas para el mercado streaming, es una oportunidad a celebrar.
The Unheard (2023)
La nueva película del director de The Beach House es un tremendo salto de calidad respecto aquella, tanto por dirección como por consistencia, aunque mantiene su espíritu indie como lienzo en donde es capaz de ofrecer elementos diferentes al terror mainstream. La historia trata sobre una adolescente sorda, que se somete a un procedimiento experimental para curar sus problemas de audición tras el que comienza a sufrir alucinaciones auditivas aparentemente relacionadas con la desaparición de su madre. Una propuesta de fantasmas clásica que recupera el glitch y las texturas granulosas de terrores analógicos en la onda de Censor, Broadcast Signal Intrusion o Archive 81, pero lo lleva al terreno auditivo de Masking Threshold, con un diseño de sonido que nos mete en la experiencia de una discapacidad de forma creíble y envolvente. En realidad, la película no acaba de explorar esas alucinaciones auditivas sino que lo utiliza como muestra del subgénero de médiums contra asesinos, en una especie de remake moderno de Lady in White (1988) con elementos de Hush (2016) que se alarga demasiado, pero se erige como una muestra de género sólida y diferente.
Birth/Rebirth (2023)
Tercera actualización más o menos apócrifa de la historia de Frankenstein en 2023 tras The Angry Black Girl and the Monster y Poor Things, esta toma una vía más cercana a una ciencia ficción fría de un Cronenberg en su fase más Dead Ringers (1988), de hecho su personaje principal tiene puntos en común con las hermanas del remake televisivo y el mundo de los embarazos. Este sólido debut de Laura Moss combina los dilemas de la maternidad con la creación de la vida en una afilada sátira sobre los límites de la manipulación de la concepción. En el rango de películas sobre mad doctors jugando a ser dios modernas, como No Telling (1991) o Splice (2009), el gran atractivo de esta pesadilla obstetricia es una Marin Ireland sensacional como racionalista extrema, una pena que más allá de sus dilemas mórbidos no decida explotar más en un tramo final para el que parece que se prepara toda la película.
Batman: The Doom that Came From Gotham (2023)
Lo que ocurre si mezclas al justiciero de DC con Lovecraft. Un film animado que adapta la novela gráfica homónima serializada de DC Elseworlds de 2000, escrita por Mike Mignola, con tono de aventura de horror vintage y referencias a At the Mountains of Madness. Aquí Bruce Wayne pasa por varias aventuras y espantos salidos de obras que van de From Beyond a Call of Cthulhu, un crossover imposible sobre un Bruce Wayne explorador en los años 20, que sin querer desata un antiguo y poderoso mal al estilo de la novela del de Providence, incluso con los pingüinos albinos del texto. Además se enfrenta a versiones nuevas de aliados y enemigos ya conocidos, como Green Arrow, Ra’s al Ghul al estilo Abdul Alhazred, Mr. Freeze, Killer Croc, Dos Caras, en una reinvención próxima a From Beyond y James Gordon.
Wolfkin (2022)
Una versión moderna del conflicto del clásico The Undying Monster (1942), añadiendo la idea del nurture vs nature pero manteniendo su perspectiva de maldiciones de la clase alta para revelar dinámicas conservadoras de la burguesía. Tiene algo de esas secuelas de The Howling (1981) que mostraban sociedades de licántropos pero con una perspectiva dramática que quizá conjuga con la Blood (2023) de Brad Anderson, pero en este caso hay algo más de conflicto y puede ser una de las versiones más hilarantes de la nueva tendencia “eat the rich”, llevando la tendencia a la literalidad.
Les Chambres Rouges (2023)
Perturbador thriller psicológico alrededor del fenómeno real de las "groupies" de psicópatas, el snuff y las infames habitaciones rojas de la dark web, que consigue poner los pelos de punta sin mostrar ninguna escena gráfica, aunque sí un audio estremecedor que nos genera peores situaciones en la cabeza que si las viéramos. En realidad todo circula alrededor de un complejo estudio de personaje, con algún paralelismo con Mantícora, pero en su juego de ping pong con el drama judicial acaba convirtiéndose menos en una obra de terror y más en una especie de fantasía del público true crime.
Insidious: Red Room (2023)
Modesto pero muy digno cierre de la saga de los Lambert que convierte la historia de Dalton y su padre en una Boyhood del terror, con Patrick Wilson más atento a los personajes que a los sustos, logrando contar una historia e incluso emocionar. Una exploración de las consecuencias de lo visto en la segunda parte, representando el despertar de recuerdos reprimidos como una regresión de un trauma real de abuso paterno, con reminiscencias al ciclo del alcoholismo y su impacto, representado como el demonio rojo escondido. Las escenas de miedo alternan entre sustos facilones y golpes de montaje muy pobres con algunas apariciones silenciosas, siluetas y juego con la profundidad de campo muy elegantes. La secuencia del TAC entra automáticamente al podio de las mejores de la franquicia. Es cierto que la dirección de Wilson queda lejos de Wan o Whannell, pero a diferencia de otros títulos más llamativos visualmente, su corrección está al servicio de un relato de perdón intergeneracional que se traslada de abuelo-hijo-nieto en un eco de heridas escondidas en dimensiones ocultas. Insidious 5 redondea bien un arco épico que da valor a momentos clave de la saga y confirma al demonio carmesí como un icono sobrenatural moderno, encajando también con gracia apariciones de personajes clave de la saga en una despedida agradable, mejor de lo que la han pintado.
Five Nights At Freddy’s (2023)
Una película que sorprende porque más que la típica historia de "noche encerrado con marionetas asesinas" priman aspectos de terror psicológico y fantasía infantil: parece una temporada perdida de Channel Zero para chavales. Puede verse como un terror "adulto" muy suavizado o como una introducción al género bastante oscura. Nos inclinamos por la segunda y es gracias a una dirección con cierto poso de Emma Tammi, que se mueve más hacia el Blumhouse de Black Phone que al de Night Swim. Puede que todo su valor de resida en su buena decisión de casting y centrar el peso de la historia en un Josh Hutcherson errático y afectado por el trauma, una subtrama peregrina que consigue hacer creíble y funcional en el marco aún más disparatado de la película. El mayor atractivo a nivel visual reside en los animatronics de la factoría Jim Henson, un pedrigrí que más que por su artesanía cautivadora, apela a una  tradición de cine fantástico juvenil oscuro que dialoga con el terror y la confrontación de temas adultos a través de muñecos.
Jorge Loser
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horrorlosers · 1 year
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Las 28 Mejores películas de terror 2022
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Como cada temporada, el cambio de año nos lleva a hacer una reflexión sobre las ofertas más relevantes del género durante sus 12 meses. Seleccionamos nuestras veintiocho películas favoritas estrenadas comercialmente durante el año 2022 y comentamos por qué creemos que merecen estar entre lo imprescindible del año.
Tras dos años de pandemia hemos vivido un racionamiento de grandes estrenos en la gran pantalla que el año pasado empezó a cambiar, pero en este 2022 ha supuesto una explosión de títulos, calidad y diversidad que han convertido este año en el más grande para el género de este siglo. No solo se han alcanzado cinco números uno en la taquilla, sino que ha habido regresos como el de David Cronenberg o Dario Argento, películas realistas, sobrenaturales, de animales, zombies, vampiros, brujas, found footage, surrealismo, experimental, asiático, español, dirigido por mujeres y hasta sleepers de puro gore en pantalla que han derivado en estudios sociológicos de por qué la gente ha convertido en fenómeno a un payaso asesino sádico.
Además de la coyuntura industrial, no se debe subestimar el poder del cine de terror como termómetro de la historia y las inquietudes colectivas que resultan de las consecuencias de todo lo que pasamos como sociedad. Además, el terror ha servido como alternativa en la gran pantalla a los superhéroes y grandes blockbusters, lo que no significa que este género no se haya visto empapado por el género, con Sam Raimi haciendo su película más Sam Raimi desde Drag me to Hell, y el veterano del género Matt Reeves infiltrando su impronta en un gran revienta taquillas. Sin más pasamos a elegir 28 ejemplos algo diferentes y alternativos, olvidadas de grandes listas y títulos imprescindibles con su correspondiente programa doble tradicional.
 28.- Deadstream (2022) y V/H/S 99 (2022)
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Este divertido casi-remake del episodio de Tales from the Crypt pionero del found footage Television Terror (1990) cambia el programa de televisión con emisión en directo por la era streaming, pero manteniendo muchas de las ideas que ya estaban allí. Un presentador oportunista y desagradable que refleja a los reporteros con pocos escrúpulos que aquí se redefine con su evolución lógica, el youtuber que ha conseguido su fama a través de bromas de mal gusto y el narcisismo. También sigue con una estructura ya típica para este tipo de propuestas, al estilo de Grave Encounters (2011), pero aumentando las dosis de comedia, gracias al carisma de su protagonista, Joseph Winter, también codirector de la película junto a su mujer Vanessa Winter, con la que también ha dirigido To Hell And Back, el mejor segmento de la antología de metraje encontrado V/H/S 99 (2022), una extensión en toda regla del universo de esta, que narra un viaje al infierno en donde podemos encontrar apariciones compartidas en ambas y que se alza por mucho como lo mejor del combinado.
Puede que Deadstream hubiera sido más compacta y superior si se hubiera contado como un episodio de una serie antológica, la consecuencia del exceso de metraje es que tarda un poco en arrancar y su carrusel de sorpresas se hace un poco de rogar, pero cuando explota cuenta con un buen plantel de espectros y monstruitos que animan su viaje de comedia, quizá en ocasiones demasiado escatológica, con bastante sabor a Sam Raimi. No es común ver tantas películas del formato dedicadas al humor y de hecho, este resulta ideal para su sátira del submundo de influencers caranchoa, que se une a las recientes Death of a Vlogger (2019) y la insufrible Dashcam (2021), también estrenada este año. Una película idónea para pases de festival o con amigos en Halloween, pese a que responde al hype como se presume, su catálogo de criaturas final la convierte en una golosina horripilante y ligera que cuenta con la revelación genial de a actriz Melanie Stone —también por partida doble en la antología— y el mérito añadido de sacar brillo de medios muy escasos.
Programa doble: Holes in the Sky: The Sean Miller Story (2022)
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El found footage ha resurgido con fuerza en 2022, pese a que no en todos los casos la distribución ha permitido que muchos se hayan visto más allá del circuito de festivales. Uno de los casos más desconocidos es este Holes in the Sky, que adopta el formato documental para recuperar uno de los temas que ha estado ligado a este subgénero desde antes de The Blair Witch Project (1999), las abducciones extraterrestres, siendo casi una actualización o secuela espiritual de The McPherson Tape (1989) y otra buena muestra de la misma tras The Fourth Kind (2009) o Phoenix Forgotten (2017), solo que mucho más modesta aunque con actuaciones naturales y un carácter amateur que juega a favor, dando bastante escalofríos en al menos tres escenas planteadas como pequeñas piezas alrededor de un caso.
27.- O Corpo aberto (2022)
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Un relato de folk horror en Galicia que parece llevar Sleepy Hollow (1999) a la España rural de 1909, con tinieblas de cine gótico, rituales de hogueras y bailes a lo Midsommar (2019). Dirigida por la debutante en el largometraje de ficción Ángeles Huerta, supone otro caso de una directora patria que afronta el género este año tras la llegada de Cerdita (2022) aunque en este caso es algo más sugerente y clásico, uniéndose a nombres como Laura Alvea o Alice Waddington, quien también nos ofreció una Galicia recóndita en el episodio La pesadilla. Protagonizada por Tamar Novas, se basa en el relato Lobosandaus del escritor gallego Xosé Luis Méndez Ferrín, manteniendo la esencia de la historia, incluso con una apertura epistolar lovecraftiana que da al conjunto un aire atemporal, como un relato de la cripta más mesurado, aunque con un final muy deudor de los clásicos. Un relato pequeño, carente de sustos, apariciones o cualquier herencia del J-Horror que hemos incorporado hoy a cualquier película "de miedo" actual, mirando más en los cuentos fantásticos de autores de la literatura española, con espíritu de cine casi de Tourneur.
Huerta juega con la crónica negra aplicando una ambigüedad sobrenatural sutil, heredera de las producciones, para un atípico tipo de cine basado en atmósferas, las leyendas autóctonas, la superstición y el retrato de un lugar y sus habitantes bajo una óptica naturalista, para manifestar lo siniestro y ultraterreno a través de detalles de puesta en escena, la música o el montaje. Con los mimbres de un relato de fantasmas, conjura algunas de sus estampas recurrentes, con la sutilidad psicológica y las pulsiones sexuales de los cuentos de Henry James, capaz de encontrar su voz propia frente a la impronta patria de Los otros (2001) o El espinazo del diablo (2000), conectando por su conjura brumosa celta con el folk de la tv británica y las adaptaciones de M.R. James de Jonathan Miller, un horror telúrico de texturas y el influjo del monte sobre los aldeanos, recogiendo el acervo cultural gallego, donde la barrera de los vivos y los muertos se difumina, para participa en su tradición folclórica, que ya aparecía en el cine en la adaptación de Valle-Inclán Flor de santidad (1973), que convergía en sus ritos paganos al mismo tiempo que The Wicker Man (1973), también muy presentes en la TV en la estupenda miniserie Néboa (2020).
Programa doble: 13 Exorcismos (2022)
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El terror en Galicia se ha hecho más presente en el cine español, y esta película rodada en Ourense recoge ideas de diferentes casos reales de posesión documentados recientemente en España, con el equipo creativo de Malasaña 32. Un modesto pero muy sólido retrato fantástico de un suceso trágico que usa los tropos del cine de posesiones para exponer una España negra de represión católica que en el fondo tiene mucho más Camino (2008) que The Exorcism of Emily Rose, pese a una cubierta aparentemente influenciada por James Wan que se adentra en el drama de su protagonista, una adolescente con problemas víctima de una educación confesional opresiva. Centrándose en su tormento, 13 exorcismos podría hacer programa doble con Verónica (2017), pero su martirio "sobrenatural" responde más a la metáfora de una tragedia como Requiem (2006). Por ello, José Sacristán, un sacerdote estoico, está lejos de ser un héroe al estilo los Warren, basado en el sacerdote real Jesús Hernández Sahagún, vallisoletano autorizado por la iglesia para realizar exorcismos, que junto a los padres de una adolescente burgalesa acabó en procesos judiciales por la responsabilidad sanitaria de su suicidio. Un caballo de Troya del cine de horror religioso que lanza un dardo envenenado a la intromisión eclesiástica en competencias sanitarias o de educación que funciona mejor como coming of age oscuro que como carrusel de sustos.
26.- Hellhole (2022)
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El polaco Bartosz M. Kowalski vuelve a dar muestra de su versatilidad tras sorprender hace seis años con la brutal Playground (2016), cambiando totalmente de tercio con una opresiva historia esotérica sobre un policía que finge ser un monje para infiltrarse en un monasterio que funciona como clínica de poseídos, pero que podría esconder realmente a una secta que trata de invocar a un ser ancestral. La primera escena parece una mezcla del prólogo y el final de El día de la bestia, aunque sin esa capa de humor negro de Álex de la Iglesia, y el resto de la película comienza ya en los ochenta, donde durante la mayor parte del tiempo es como una "intriga en la abadía" al estilo Der Name der Rose (1986) pero de serie B, es decir con ocultismo, pasadizos, libros prohibidos y oscuros secretos, y sin ser una montaña rusa de investigación, centrándose principalmente en las atmósferas umbrías, pese a que en un primer momento funciona como una variación del cine de posesiones pura, con exorcismos y rituales, pero va retorciéndose hacia el cine de cultos y secretos propia de videoclub. Sin embargo, su segunda mitad cambia hacia la idea de un mal que impregna cada ladrillo antiguo de los lugares escondidos del edificio.
Sus lúgubres pasadizos, las habitaciones a la luz de las velas o las celdas que albergan a los atormentados y gustarán especialmente a fans de horrores religiosos al estilo The Unholy (1988), Dark Waters (1993), Alucarda (1977 ) o los trabajos de Soavi y otros ancestros italianos con aventuras impías al estilo de The Other Hell (1981). El tono podría ser más propio de un episodio de Masters of Horror, con un argumento muy simple pero que sabe jugar con sus sorpresas con algunos giros bien ganados, que llevan a situaciones inesperadamente cómicas dentro de su tono siniestro, acorde a una propuesta modesta. Sin embargo, donde realmente Hellhole se gana su puesto es en su final espectacular, una inesperada coreografía de tintes apocalípticos sin remilgos en mostrar lo que muchas otras suelen evitar, un momento que da más de lo que se le puede pedir a una película pequeña de estas características, que eleva una película más o menos ordinaria a una pesadilla monástica nihilista sin miedo a adoptar con dignidad los tropos del terror satánico con la desvergüenza de las portadas de Creepy o Vampus o el descaro lúdico de nombres sin miedo a los críticos como Lucio Fulci.
Programa doble: The Exorcism of God (2021)
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El mundo de las explotaciones de El exorcista (1973) sigue sus propias reglas, pero su punto común es que la mayoría toman un exorcismo base y cambian algún elemento del ritual conocido para justificar toda una película sobre el mismo. Esta luce mejor que la gran mayoría, con una dirección competente de Alejandro Hidalgo, pero su espíritu sigue siendo igual de sinvergüenza que las primeras aproximaciones italianas al género, utilizando el erotismo barato y los bajos instintos para hacer un espectáculo con implicaciones turbias sobre abusos en la iglesia y otras ocurrencias impías, como un Jesucristo poseído, una actitud a lo Demons (1985), y el supuesto gancho de esta iteración particular, las poseídas haciendo un ritual inverso a Dios. Antes de tomársela demasiado en serio, piense que el equivalente a Merryn aquí está interpretado por Joseph Marcell, Jeffrey el mayordomo de El príncipe de Bel-Air.
25.- The Reef: Stalked (2022)
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El cineasta australiano Andrew Traucki nunca ha engañado con lo que ofrece en su obra. Su estilo casi documental refleja una actitud de cineasta primitivo, ya que normalmente sus películas son baratas y reducen su esencia al mínimo para conseguir transmitir la experiencia de la confrontación más pura del hombre en la naturaleza. Su forma de ver el cine tiene algo de la misma experiencia por la que pasan sus personajes, esa impronta de los aficionados a deportes extremos que deciden grabar sus hazañas. Por ello no le da muchas vueltas a sus historias y concibe el conjunto como una forma de revivir lo que pasaría cuando un grupo de personas se quedan a solas en el hábitat de un gran depredador. Traucki ama los cocodrilos y los grandes tiburones y sus películas son esencialmente variaciones en distintos entornos de la misma narrativa de supervivencia, con la única excepción de The Jungle (2013), que es más explícitamente en formato found footage. Con The Reef (2009) consiguió una de las películas más espeluznantes sobre tiburones blancos, una variación de Open Water (2003) pero con un mejor uso de los recursos disponibles en mar abierto. Si con Black Water: Abyss dio réplica a su primigenia odisea con cocodrilos, tomando prestado el punto de partida de The Descent (2005), aquí asemeja más a su grupo de chicas al de la película de Neil Marshall y las pone a hacer pesca submarina, con la previsible situación de peligro cuando un gran jaquetón las empieza a acechar.
En esta ocasión, el guion crea una pequeña situación de trauma para el personaje principal, con lo que su lucha por sobrevivir en medio del océano tendrá un reflejo en su propia superación, una coletilla no muy original pero que funciona gracias a actrices convincentes y un montaje agobiante de una situación de violencia doméstica realmente desagradable que se entrelaza de forma convincente. The Reef: Stalked vuelve a repetir las claves de su predecesora con un gran manejo de los silencios, las bandadas de pájaros y las inmersiones con agua vacía, dosificando la tensión hasta niveles de infarto y logrando transmitir la amenaza invisible que siempre funciona más cuando no aparece en cámara. Las escasas apariciones siguen la técnica de combinar metraje del animal real con el de las actrices, con algún defecto de fx sin importancia, en comparación con los resultados, siguiendo un minimalismo que consigue exactamente lo que pretende. La segunda mitad del filme hace un homenaje comprimido a Jaws (1975), pero con una perspectiva zoológica, el pez ataca pero no siempre acierta, no siempre es una máquina de matar, y se parece más a lo que podemos ver en un documental. Es extraña la recepción negativa a las obras de Traucki, modestas, competentes y centradas en el suspense puro, un cine del pánico sin aderezos que transmite honestidad de serie b, una apuesta por mojar la cámara y una fascinación por la fauna mortífera encomiable. Que siga haciendo más.
Programa doble: Shark Bait (2022)
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Hay tantas películas de tiburones en el mercado VOD cada año que es casi imposible determinar si una sola de ellas merece realmente la pena. Con el terror —y no porque dé miedo– de Great White (2021) y el delirio trash de The Requin (2022) cerca, pocas ganas de experimentos quedaban para otra excursión genérica de universitarios que se quedan aislados en alta mar a merced de un tiburón blanco. La sorpresa es que Shark Bait abraza el lado más exploit por el lado sangriento, se plantea casi más como un slasher que como un survival deportivo al que tienden estas películas y sustituye al señor de la gasolinera que avisa de que no hay que ir al viejo campamento por un mendigo mutilado por un jaquetón. Luce mejor que la media y los efectos no están nada mal, pero lo que sabe hacer es dar sustos tontos, pero que funcionan y cumplen su función hasta un final tan sinvergüenza como el de 47 meters Down: uncaged (2018). El complemento perfecto para The Reef 2.
24.- The Menu (2022)
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Es raro ver en el cine de terror una propuesta producida por Adam McKay y Will Ferrell, tras colaborar en su triunfal Succession que utilizan aquí el género como una variación perversa de la comedia más corrosiva para dirigir sus disparos al neoliberalismo en forma de brutal gastrosátira de horror, casi teatral, que dispara con humor macabro a críticos, clientes y el arte dirigido a las élites. Una perversión culinaria de The Invitation (2015) en la que seguimos la perspectiva de una gran Anya Taylor-Joy, mientras el guion juega con el thriller, la comedia negra y el terror murder mystery. En realidad, su idea central esconde la misma idea de películas de venganza y terror británicas como Theatre of Blood (1973) pero en el mundo de la cocina conceptual, y como aquellas, nunca se toma demasiado en serio a sí misma, ni deja de ser cáustica en su dibujo de la explotación velada de clase. Ralph Fiennes borda a un personaje enigmático y preciso, una caricatura siniestra de los grandes chefs cuya posición de autoridad frente a los comensales pone de relieve la ironía real de la relación de los clientes de alta cocina con quienes son, al fin de cuentas, el servicio.
The Menu plantea algo bastante radical, reduciendo la experiencia culinaria a un hecho social, cuyos potenciales pagadores experimentan porque pueden, no porque lo aprecien como el autor pretende. El guion resulta brillante al componer una experiencia progresiva en cuanto a la construcción de la tensión, como en una performance surrealista, algo que en cierta forma conecta con Flux Gourmet (2022) y facilita un statu quo digno de El ángel exterminador (1962). La reducción del acto cultural al consumismo por disposición más salvaje ofrece un dilema inteligente que funciona como oda a la belleza inherente del arte “pretencioso” y al mismo tiempo cuestiona su misma existencia, sin dejar ni un hueco por evaluar del microcosmos ideológico y la impostura que se genera durante una simple cena de un restaurante de lujo. Pese a que muchos podrán achacar su adscripción al cine de terror, su clímax haría feliz a Ari Aster y sobre las dudas posibles, cedemos la palabra al guionista de Black Phone, C. Robert Cargill, que tuiteó al respecto ese debate de forma fulminante: “Es una puta película de terror, punto final. Estoy cansado de que la gente intente quitarle parte del mejor terror del género porque les da vergüenza”.
Programa doble: The Northman (2022)
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Anya Taylor-Joy ha hecho doblete este año y vuelve a trabajar con Robert Eggers, quien explora las raíces nórdicas del folk horror de las que en el fondo bebe Midsommar, pero con la atmósfera de The Witch (2015) y la épica de Conan. Más que terror es una fábula de venganza al límite de la locura, llena de violencia y fugas al fantástico a través de imaginería visual grandiosa: drogas, tapices, runas, muertes, rituales y mitologías compartidas, Eggers cita a su amigo Ari Aster como si hiciera una precuela espiritual de su pesadilla sueca, pero también se autocita y encontramos ritos paganos en el bosque, levitaciones y animales mágicos con una gran cantidad de referencias visuales del cine europeo, como la vidente de Na srebrnym globi (1988) y su tono de cuento mira también hacia el cine fantástico soviético de Aleksandr Ptushko y Aleksandr Rou como Sampo (1959) o Kashchey bessmertnyy (1945), pero con muchos elementos de género como la transformación de los Hijos de Fenrir, la cabeza momificada de Willem Dafoe, el zombie fantasma, los cuerpos grapados a la pared o el sacrificio humano de la parte final.
23.- Barbarian (2022)
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Uno de los números 1 de terror en la taquilla USA que se ha considerado la gran sorpresa de terror del año, recibiendo alabanzas de directores como James Gunn y Edgar Wright, con un 92% de críticas positivas en Rotten Tomatoes e incluso siendo bautizada como "la Malignant de 2022". Lo cierto es que bajo las capas de hype, algo exagerado, hay un divertido pastiche de lugares familiares del género, cómplice con el espectador mientras juega con sus expectativas y el suspense, prometiendo mucho más de lo que acaba ofreciendo, pero con suficientes sustos, espacios tenebrosos y gore festivo como para resultar muy destacable. Utilizando cierta iconografía arquetípica muy reconocible para plantar una semilla de paranoia en el público, es consciente de lo que este puede esperar y en su primera mitad trata de jugar con lo que se va a encontrar de forma retorcida. Una vez comprendemos sus revelaciones, Barbarian se conforma un poco y no va demasiado más allá, de hecho, sus giros no muestran nada que no hayamos visto ya en películas de Wes Craven, e incluso clásicos de culto británicos como Raw Meat (1974) y más recientes del cine de terror español y francés.
Si Fresh (2022) representa los nuevos peligros de las citas a ciegas con apps, el debut en el terror de Zach Cregger hace lo propio con el mundo de los AIRBNB y alojamientos dejados de la mano de Dios. El director tuvo la idea a partir del libro The Gift of Fear: Survival Signals That Protect Us from Violence, pero lo que realmente eleva el conjunto es el uso de los suburbios abandonados de Detroit como emplazamiento casi neogótico, un uso recurrente en el cine de terror post-crisis económica, con títulos como Boo! (2018), It Follows (2014), Lost River (2016) o el verdadero tratado que daba Don't Breathe (2016). Llegada directamente a Disney+ en España, puede que no funcione igual en la soledad de un sofá que frente a un público entregado, ya que tiene un punto de barraca de feria, un bootleg en toda regla dedicado a sorprender cueste lo que cueste en el que la experiencia es lo importante. Es fácil comprarle la idea y disfrutar con interacción que propone con decisiones como la elección de Bill Skarsgård en el casting de chico sospechoso, pero su final abrupto crea confusión rompe cierta ilusión creada y deja dudas sobre lo que hemos experimentado es un show explosivo con fecha de caducidad.
Programa doble: Adult Swim Yule Log (2022)
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Los especiales navideños “yule log” para televisión son una tradición americana que se remonta a 1966, que suele tener lugar alrededor de un fuego, y el canal Adult Swim ha decidido convertir el suyo de este año en una película de terror surrealista del director de Too Many Cooks y el anuncio del Cheddar Goblin de Mandy (2018) y guarda unas similitudes, a priori, muy similares a Barbarian, ya que empieza con una pareja en una casa que esconde algo inesperado. Como aquella, parte de la gracia está en no saber nada, ni siquiera la premisa básica, lo que hace que cada giro sea aún más emocionante, pese a que el presupuesto es muy pequeño y hay que tener paciencia en la primera media hora. Empezamos con un asesinato frente a una chimenea y vemos que la premisa incluye de asesinos a flashbacks de momentos oníricos al estilo Twin Peaks, finales alternativos, locuras gore y muchas más sorpresas inesperadas.
22.- Nope (2022)
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Lo nuevo de Jordan Peele ha hecho grandes números en taquilla, pero, sobre todo, ha logrado infiltrarse en la cultura popular con un gran concepto, aunque tarde prácticamente una hora en entrar en él. La idea de hacer una especie de Tremors (1990) en el cielo es muy jugosa, y aunque no desarrolla todas su posibilidades lúdicas hasta su final, con una extravagante revelación, es toda una curiosidad veraniega, la obra más expansiva de su autor, quien ha desparramado varias ideas interesantes dentro de algunas metáforas enrevesadas y, aunque no está a la altura de sus mejores trabajos, demuestra una versatilidad infalible, resultando muy original al afrontar el género de ciencia ficción y terror. Muchas de sus obsesiones están desperdigadas en ideas sin pegamento que tratan de construir una retorcida alegoría sobre el espectáculo, y al mismo tiempo pule una gran cantidad de imágenes muy hermosas en su película mejor dirigida, logrando conexiones con horrores telúricos, e incluso inexplicables —esos gritos que van recorriendo la pantalla—, que en algunos momentos se diluyen en situaciones muy deliberadas que respiran más fuera que dentro de la pantalla. A veces resulta muy difícil conectar con los distintos personajes de Nope, hasta el punto de que algunos de ellos se hacen muy cargantes, pero el que interpreta Michael Wincott es todo un hallazgo.
Puede que lo más decepcionante del conjunto es que posee demasiados apéndices muy interesantes, como el de la sitcom de los 90 y el chimpancé Gordy, que resultan impactantes y apuntan a una película que se hace más y más grande en la cabeza, solo para acabar desinflándose cuando la conexión entre ellos es mucho más simple de lo que parecía. Hay flashbacks, figuras paternas ausentes, caballos, bromas que hacen pensar en algo que no es, Nope tiene infinidad de vías de entrada pero pocas para salir, acumula enigmas para desenvolverlos de forma arbitraria, en el peor de los casos para crear el enésimo terror de reglas tipo "No hacer algo", en la onda de Bird Box (2018), o llegar a un final con ciertas decisiones críticas de diseño en su tramo final que denotan un gran riesgo asumido por Peele, pero que son de tomar o dejar. Como siempre, lo más interesante de la película viene en las pequeñas pistas, y su plano final está colocado de una forma muy ambigua, lo que lleva a nuevas discusiones e interpretaciones que cada uno proyecte en él, haciendo del conjunto una buena adición a la filmografía de un autor que sabe conectar sus ideas e inquietudes a propuestas de gran entretenimiento.
Programa doble: Prey (2022)
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Y si Nope propone un ataque de un alienígena y posterior caza del mismo, Prey, la nueva precuela de Predator dirigida por Dan Trachtenberg, hace lo propio ambientándose hace 300 años, con una guerrera comanche que debe proteger a su tribu de un brutal cazador sideral. Un survival de terror y acción estándar, con Disney+ utilizando la marca para llevar la franquicia al terreno del bajo presupuesto dando la impresión de una "vuelta a lo básico" que esconde una mimesis digna del origen de la mitología. Sustituye grandes estrellas y presupuesto por una economía de medios que no acaba de aprovechar nunca, con efectos especiales digitales en lucha con la intención realista del emplazamiento y su intención de elevar el tono de la franquicia a algo que nunca fue. Un equivalente actual de las secuelas económicas para el estudio en formato doméstico, al igual que en su día Mimic 3 o From Dusk till Dawn 3, un testamento a la confianza del estudio a la saga que aboga por un emplazamiento histórico o un gran concepto escalado que sustituye movimientos de cámara y producción por una innovación que se apoya en un guion lleno de subrayados. Una especie de The Naked Prey de cine fantástico con que aterriza de pie por un final bien resuelto, un gran nuevo diseño del Predator sin evolucionar, y un perrito callejero real que se ha convertido en uno de los mejores actores del conjunto.
21.- Texas Chainsaw Massacre (2022)
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Tras un primer intento en la gran pantalla, fue Netflix el destino de la secuela del gran clásico de los 70 bajo la producción de Fede Álvarez, una apología del gore cafre demasiado salvaje para estrenarse en el cine, con un Leatherface contra la gentrificación reventando a niñatos influencers y modernos en un concepto que no da para más, ni intenta demasiado salirse de ese molde. Puede que su mayor error fuera postularse como secuela "coherente" de la original, pero a la hora de la verdad acaba haciendo lo mismo que la mayoría, reinterpreta la saga como un slasher más, pero con la máxima de "cuanta más sangre, mejor". Además de estar mejor realizada que la mayoría de secuelas, la buena noticia es que consigue introducir un body count inaudito en solo 73 minutos, que es exactamente la misma duración que la original, y en ese tiempo le da tiempo a comprimir tantas escenas de muerte y descuartizamiento que la película parece un manifiesto truculento contra la democratización del capitalismo. El problema es que desaprovecha un emplazamiento fantástico para desarrollar más las texturas de un pueblo fantasma que serviría de igual forma como escenario de un weird western. Como propuesta de estudio no es muy original, vuelve a desaprovechar la oportunidad de revivir la atmósfera de la de Hooper y parece explotar la plantilla de la nueva Halloween (2018), rescatando a una superviviente de la original para convertir la historia de nuevo en una venganza, sin embargo la coincidencia es anecdótica, el papel aquí de la final girl vetusta es menor y el protagonista absoluto es Leatherface.
El resultado es lo más parecido a una obra de explotación inmoral hecha por un estudio, una obra misántropa, demasiado incómoda para exhibir en público, que consigue que absolutamente ninguno de sus protagonistas caiga bien, invitando al espectador a ponerse de parte del asesino con poca vacilación. Como la mayoría de secuelas, Texas Chainsaw Massacre no entiende nada de lo que hace a la original una gran película de terror, pero eso no significa que sea un mal slasher moderno: es tremendamente directo, cruel y con secuencias como la del autobús que dan un nuevo significado a la palabra "matanza". Además, las muertes tienen una puesta en escena de David Blue Garcia con gancho, el gore goza de buenos efectos especiales y gags memorables como ese brazo partido que degüella al mismo personaje. También hay algunas escenas de tensión conseguidas, como la de la furgoneta y tiene una gran fotografía que permite momentos memorables como la aparición de Leatherface entre un campo de girasoles. La música es mejorable y el guion está a nivel de una película de Viernes 13 cualquiera, pero para muchos será un bálsamo contra otros slashers blanditos, culebrones adolescentes meta y terrores de alta autopercepción. A su modo, una rara avis en el panorama actual y tratar de buscar en ella la película que no es no significa que no esté por encima de al menos la mitad de las secuelas. Puede que quede deslucida cuando trata de insertar la agotadísima carta del trauma, pero funciona mejor cuando se vuelve completamente cínica y ridiculiza el mundo de influencers, star ups y la superioridad moral urbanita, estableciéndose como una fantasía American Gothic con sin sutilezas, pura catarsis prohibida, incorrecta y terapéutica.
Programa doble: Christmas, Bloody, Christmas (2022)
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Joe Begos la lió en Sitges2022 con su mejor obra junto a Bliss (2019), una explosiva variación navideña de Chopping Mall (1986) con un Papá Noel mecánico asesino que muestra cómo se hace un gran slasher: sangriento, punk y sin reposo. Nos recuerda que la primera Terminator (1984) también era una película de terror y juega con sus referentes en una carrera de supervivencia salvaje, rodada en 16mm, plagada de neón, personajes a los que apetece seguir y música llena de groove ochentero que parece el resultado de Richard Linklater y Scott Spiegel. Una vez empieza nunca pone el pie el freno. Otro antídoto salvaje contra los slashers con profiláctico y la confusión del subgénero con el whodunit juvenil.
20.-Masking Threshold (2021)
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Salida de la nada, esta pesadilla sonora experimental de horror psicológico se mueve en los mismos códigos que Pi (1998) o Phase IV (1974), combinando elementos de una película de videodiario, un pseudodocumental en primera persona con metraje encontrado, un tutorial de YouTube y la estética de cine de interfaz de escritorio que llega a lo cósmico desde lo macroscópico a través de una propuesta extrema y no para todos los gustos, pero diferente a todo lo que has visto. Johannes Grenzfurthner dirige, escribe y monta todo lo que se ve en pantalla y construye su película casi en su totalidad a partir de un montaje interminable de imágenes con una narrativa esquiva, escondida en una serie de capítulos a saltos, que va dando ráfagas de información digital que van desde los primeros planos extremos de pantallas, gráficos, diagramas, fluidos y equipos de grabación, casi todos diegéticos, que ha rodado y va narrando el propio protagonista. Todo ello para presentarnos un extraño viaje a la madriguera de conejo de un hombre sin nombre con delirios narcisistas que sufre de una forma rara de tinnitus y nos describe su condición y las consecuencias que ha tenido en su vida. Convencido de que los médicos no pueden ayudarlo, decide embarcarse en una serie de experimentos para descifrar qué frecuencias desencadenan su aflicción más que otras, para diagnosticar y, con suerte, curar su enfermedad.  Vemos el proceso y los minuciosos resultados de sus experimentos, que, como si fuera una especie de mad doctor, va catalogando cuidadosamente en su laboratorio casero improvisado.
Esto conduce a una escalada que empieza con tejidos, luego con moho y, finalmente, con insectos y pequeños mamíferos. Esto va siendo progresivamente más y más repulsivo y estomagante. Hay que señalar que a secuencia de créditos indica que "Contrariamente a las apariencias, una hormiga fue el único animal muerto en la realización de esta película. FX FTW". El director de fotografía Florian Hofer y la diseñadora de sonido Lenja Gathmann van haciendo más y más opresiva su experiencia, ilustrando de una forma inusual el estado mental desde dentro de la mente de una persona que se desintegra gradualmente a hasta caer en el abismo de psicosis conspiranoica. Especialmente representativa de la era postpandémica y antivaxx, Masking Threshold nos atrapa dentro de la cabeza de un individuo cada vez más perturbador y descama su terror en texturas a un nivel íntimo para relatar la espiral de un narrador no fiable que desarrolla una descabellada búsqueda de un sonido siniestro, en un año en el que las películas como Flux Gourmet (2022) exploran la idea del ASMR relacionado con el terror. También está en la onda de The Sound of Violence (2021) pero con una perspectiva científica al estilo de Altered States (1980), editando una videobitácora radical y fascinante en la que la ambigüedad de la información volcada también juega al terror.
Programa doble: Something in the Dirt (2022)
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Justin Benson y Aaron Moorhead se convierten en unos Fox y Scully de barrio con mucha química, en un L.A. Gothic que tira de los mismos hilos (y falta de soluciones) del enigma Toynbee y parece el film de horror cósmico que firmaría Kevin Smith. Su desarrollo de conexiones imposibles y análisis científicos caseros la conecta con la obra de Grenzfurthner, aunque su tono ligero la separa del cine de terror de falso documental y crea una constante distancia que llega a lo metacinematográfico, aunque trata la mente conspiranoica de una forma similar.
19.- Doctor Strange in the multiverse of Madness (2022)
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El episodio de What if…? De Doctor Strange convirtió a la serie en la Twilight Zone de Marvel. Una revisión faustiana del día de la marmota con el hechicero haciendo las veces de Orfeo con invocaciones lovecraftianas y consecuencias al estilo de La pata de mono, probablemente lo más turbio visto en el MCU, que este año parece abrirse al género, también con el especial Werewolf by Night (2022). La nueva película del cirujano brujo no es la película de terror que nos habían prometido, pero si una frenética aventura esotérica oscura de gran cine fantástico llena de criaturas, sustos y psicodelia, que recupera a un Sam Raimi en plena forma —eso debería bastar a los fans del género— consiguiendo una narración vibrante y momentos que crearán el éxtasis de los fans de Marvel. Como si fuese una versión tenebrosa de Bill & Ted Bogus Journey (1991), en la película puede pasar casi cualquier cosa y sus reglas siguen su propia lógica dentro de su u̶n̶i̶multiverso, toma algunas decisiones iniciales valientes desde el inicio y plantea dilemas que el usuario medio Marvel actual puede tomar como controvertidas, pero se atreve con todo lo que Wandavision no tuvo arrojo de concretar, llevando a La bruja escarlata al terreno de los cuentos y el mundo del Mago de Oz. Su escena de posesión podría pertenecer a Warrenverso, y tiene detalles Raimi exquisitos: una taza con un océano, comida que cobra vida como en Poltergeist (1982), POV de asesino slasher, fotos y reflejos que cobran vida… además, Raimi utiliza horizontes surrealistas, paisajes abstractos y escenarios caleidoscópicos muy hermosos e inquietantes, dentro de diseño de producción creativo y extraño, aunque siempre de queda a las puertas de hacer algo verdaderamente rompedor con su abanico de posibilidades.
El director incluye muchas referencias a su saga Evil Dead aquí, desde la aparición de Bruce Cambell al punto de vista de las almas de los condenados, pero sobre todo toques de Army of Darkness (1992) y Drag me to Hell (2009), que aunque ni por asomo se acerca a lo que esta última lograba con un PG-13, si que tiene zombies, doppelgängers y momentos tremendos como la confección de una capa de demonios que parecen de una película de Harryhausen. Pese a las cadenas, basta un poquito del Raimi de la trilogía de Spider-man y Darkman (1990) para inyectar diversión y un storytelling visual inédito en las últimas fases Marvel, con soluciones dinámicas, zooms familiares y un montaje pulcro que cuenta todo de forma enérgica y fluida. Además, aplica su sensibilidad pulp e ideas ingeniosas en los combates mágicos, recordando en muchas ocasiones al mítico duelo a muerte de magos de The Raven (1963) de Roger Corman, la adaptación más bizarra posible del relato de Edgar Allan Poe. Tampoco se queda corto en monstruos, necronomicones, demonios, redivivos y otros aderezos de cine de terror. Sin ser espeluznantes, sí acercan la película al género, con una memorable set piece de Kaiju  lovecraftiano cortesía de Shuma-Gorat, renombrado Gargantos, pero en realidad una creación de Robert E. Howard para los mitos de Cthulhu, por lo que Doctor Strange in the Multiverse of Madness podría ser oficialmente parte de estos.
Programa doble: The Batman (2022)
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Matt Reeves reinventa el personaje en una densa pesadilla urbana que introduce al héroe de DC en una investigación criminal a caballo entre Saw y Zodiac, presentando una Gotham mugrienta llena de escenarios góticos y texturas de cine de horror que no se parece a otras películas del hombre murciélago ni sigue las pautas del cine de superhéroes. Matt Reeves construye una atmósfera tétrica irrespirable en la que hasta la relación con Gordon recuerda a Se7en (1995) con muchas claves de cine de terror, como el Batmóvil casi con vida propia inspirado en Christine (1983) y el aspecto de Riddle, inspirado en el atuendo de asesinos como Zodiac o el de la película The Black Panther (1977), su primera escena, un home invasion a lo The Strangers (2008) y un desarrollo de cine de asesinos en serie al estilo Thomas Harris como Manhunter (1986), con su juego de mensajes y acertijos con la policía que comienza en Halloween, tiene escenas propias de un film de Dark Castle como la del orfanato y su villano camina entre un Peeping Tom (1960) con interacción con vídeo constante y asesinos reales como el BTK.
18.- The Cellar (2021)
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Hay ciertas películas de terror que son difíciles de catalogar por su público objetivo. A menudo las expectativas no encajan con la idea del proyecto, principalmente porque la intención del director o la producción no es aclarada correctamente. The Cellar es una película de terror pensada como puerta de entrada al género para chicos preadolescentes. Sin embargo, se ha presentado en diferentes festivales como una obra de horror adulto y esto ha llevado a que se haya considerado como una película suavecita, en vez de como una película para chavales bastante fuertecita. Es un espacio muy desagradecido e incómodo, pero en todo caso, el problema no es de la obra en sí. Hoy por hoy, las películas de terror para gente menuda tienen que estar muy cuadriculadas por códigos heredados de la forma de plantear estos productos de canales como Disney Channel. Sin embargo, series como The Haunting Hour (2010) de R.L. Stine suelen tener momentos de terror muy atmosférico y oscuro, normalmente con finales muy siniestros. El director Brendan Muldowney ha adaptado y ampliado su gran corto The Ten Steps (2004) en una película pensada para asustar a los niños, según comenta en Bloody Disgusting, su inspiración fue Roald Dahl porque “no rebaja las cosas a los niños. A los padres de sus personajes infantiles les suceden cosas terribles. Él no les habla con desdén y hace sus cuentos oscuros y aterradores y creo que de ahí es de lo que vengo. Si vas a hacer una película de terror para niños, aún puedes tratar de asustarles”.
Si es cierto que muchas de estas aventuras juveniles tienden a tocar todos los tropos posibles del cine de casa encantada, y en The Cellar entra la desaparición de una niña de Poltergeist (1982), y otras claves de herederas como Insidious (2010), pero todo está adaptado sin miedo a repetir esquemas porque lo que le interesa es la atmósfera y los recursos clásicos, que ejecuta con pulcritud y narración impecable, pero siempre dentro de una burbuja de obra pensada para una edad preadolescente. Su tono recuerda a obras británicas de los 70 como Shadows (1975-1979) o  Tales of the Unexpected (1979–1988), pensadas para ver en familia, sin violencia o visiones gráficas pero con un buen trabajo de atmósfera. La historia de la adaptación del corto original sigue la historia y explora ideas que conectan el horror gótico con la física cuántica y las matemáticas, al estilo de La habitación del niño (2006) o The Stone Tape (1971) y lleva el concepto a terrenos cine satánico e incluso de películas de Fulci, puesto que hay no pocas referencias a Quella villa accanto al cimitero (1981) y L'aldilà (1981), donde Elisha Cuthbert regresa al género haciendo las veces de Catriona MacColl en una típica investigación que no pierde el tiempo, tiene algunos sustos bien concebidos y un tramo final tremendo, en donde conectan fantasía y horror casi lovecraftiano. Una buena pieza para la colección de cine entre dos mundos junto a The Hole (2009), Gretel & Hansel (2019) o Come Play (2020).
Programa doble: Nocebo (2022)
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El terror llegado de Irlanda ha tenido un gran momento en 2022 y una de sus muestras más incomprendidas es la nueva película de terror de Lorcan Finnegan, que vuelve a exponer un discurso social sobre explotación con el humor negro e imaginería FX de un episodio de Tales from the Crypt. Aquí Eva Green prueba medicinas alternativas filipinas que salen mal en una dinámica que no está centrada en el misterio y permite que la suposición clara de lo que va a pasar juegue a su favor, nuestro punto de vista va trasladándose del personaje de Green al de la criada, haciendo que todo lo que esta hace (y dice) sea macabramente divertido. Finnegan atrapa por su uso de un imaginario grotesco de terror bastante inusual, con la presencia de garrapatas, perros decrépitos y aves grotescas, incluso llegando a usar efectos especiales animatrónicos y otras propuestas afines también, en fondo, a Thinner de Stephen King.
17.- A Banquet (2021)
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A Banquet es la enigmática ópera prima de la directora escocesa Ruth Paxton. Protagonizada por Sienna Guillory, Jessica Alexander, Ruby Stokes, Kaine Zajaz y Lindsay Duncan, es una película de horror psicológico casi imposible de inscribir en un subgénero concreto, pese a que tiene elementos desperdigados de varios de ellos, pero en realidad toda etiqueta es fútil cuando sus códigos fantásticos no son el fin sino la forma de contar el duelo de una viuda luchando por sobrellevar la situación mientras su hija deja de comer misteriosamente. En sus noventa minutos pasan muchas cosas al mismo tiempo, aunque superficialmente es solo un acercamiento atmosférico a una familia que comienza a desquebrajarse mientras intenta recuperarse de la tragedia. Mientras su protagonista trata de averiguar qué le pasa asistimos a un contagio de la ansiedad bajo un aparente trastorno de la alimentación que nos lleva a pensar en Safe (1995) y el misterio de una condición invisible que se traslada al lenguaje de la película, cada plano de un alimento consigue resultar hostil, desagradable. Desde un puré que se tiñe de rojo a unas gotas de salsa cayendo sobre el suelo, el diablo está en los detalles, y es la propia forma de narrar la película la que incomoda, no los temas de posesión, la angustia de la maternidad, la histeria o la fe que van apareciendo conforme los meandros de la película siguen su curso.  El trauma femenino multigeneracional de películas recientes como Reunion (2020) o Relic (2020) se adhiere a unos códigos cada vez más reconocibles de horror corporal y psicológico con raíces en horrores adyacentes al género, desde las anomalías alimentarias, la tensión entre hijas y madres –podría ser una Ladybird (2017) vista a través de Haneke– , y el poder de control, o la falta de este, del propio cuerpo. Con películas como A Banquet, dirigidas por autoras con un mundo por explorar en el terror que buscan transmitir su propia experiencia, se va conformando un subgénero reconocible en sí mismo fuera de los elementos familiares que se utilizan de apoyo para estos temas.
Sin embargo el mayor fuerte del film es su capacidad para transmitir inquietud dejando navegar la historia sobre lo desconocido. Por ejemplo, Betsey regresa de una fiesta una noche después de ser atraída al bosque por susurros de brujas y encantada espiritualmente bajo una luna roja como la sangre, pero nunca obtenemos la respuesta de qué significan toda esa serie de elementos. Los médicos están desconcertados por la misteriosa condición de la adolescente, que ha dejado de comer pero no pierde peso, mientras insiste en que su cuerpo ahora está al servicio de algo más grande que ella. Hay elementos de The Exorcist (1973) o Rosemary's Baby (1968), pero no los que uno espera, sino que tiene más que ver con la visión de la maternidad de Shelley (2016), concibiendo el cuerpo como recipiente, haciendo una metáfora de la voluntad y la independencia vista como un temor al fin del mundo. Paxton explora métodos de narración para aumentar aún más el magnetismo cambiante de la puesta en escena a través de una estética muy particular y paisajes sonoros espeluznante, capturando el mundo íntimo de los personajes, con paredes oscurecidas, esquinas agresivas y una fotografía a veces surrealista con imágenes grotescas. Puede parecer que la película agarra más cosas de las que puede apretar, pero deja posibilidades fascinantes para interpretar su lógica interna para conectar intuitivamente el desorden alimenticio, el martirio metafísico religioso a lo Saint Maud (2020). A veces parece Take Shelter (2011) y otras Melancholia (2011), pero su ambigüedad plantea una mitología esquiva que invita a revisar los detalles, la ausencia de resolución satisfactoria es un acierto. Con su mirada íntima a una familia expande su mundo de leyendas y hasta incluye una convergencia a cierta película de James Wan, sin embargo mejora porque al acabar sigue siendo indescifrable y sabe que es su gran baza para ser inquietante, por lo que no pide permiso.
Programa doble: Shapeless (2022)
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Un drama doloroso sobre el efecto físico y psicológico de un trastorno de la alimentación. La directora Samantha Aldana describe con imágenes el estado de duermevela entre realidad y la autopercepción distorsionada de una víctima de un desorden alimenticio utilizando el lenguaje y la música del cine de horror. No solo la partitura es inquietante, sino que los pasajes de alucinación son exquisitos juegos ópticos y distintos recursos casi experimentales para describir la pesadilla de una espiral sin respuesta ni solución aparente. Imágenes muy duras y desagradables se combinan con otras de body horror alucinante con dedos y ojos apareciendo en lugares que no deben, conformando el monstruo resultante de un proceso de enfermedad que pocas veces suele tratarse en el cine. Algunas partes sobre la carrera musical de la protagonista podrían ser mucho menos extensas pero el conjunto es una experiencia hipnótica, densa y sensorial que pone a Aldana en el punto de mira para sus próximos trabajos.
16.- You Are not My Mother (2022)
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El cine de terror británico está viviendo una nueva era dorada, o al menos la explosión de lo que parece anticipar una resurrección tras una época de intrascendencia a principios de siglo. Pero lo que llama la atención de esta inyección de sangre nueva es que está liderada mayoritariamente por mujeres. Muchas directoras con nombres como Prano Bailey-Bond, Rose Glass, Corinna Faith, Ruth Paxton, Lynne Davison o Romola Garai han dejado huella en sus debuts causando un fenómeno sin precedentes en las islas. Ahora hay que añadir a Kate Dolan, que se une a la gran lista de debuts de jóvenes realizadoras con una película de terror clásica y sencilla que demuestra, como sus compañeras, un gran conocimiento del género. Como otras películas irlandesas recientes, You are not my Mother se adentra en las leyendas clásicas que conforman el folklore local, tratando la influencia del Samhain, y explorando algunos matices de la leyenda del intercambio, convirtiéndola en una película de Halloween en toda regla. Pero en vez de tener un tono de viejo cómic de terror, adopta una estética de cine social crudo, casi de drama familiar, que no hace sino cimentar la atmósfera deprimente y oscura que acompaña el día a día de la protagonista, una adolescente cuya progenitora parece vivir en una constante lucha con su depresión, dotando de cierta ambivalencia, no tanto en la ficción como en la interpretación, de sus elementos fantásticos. Como una versión de terror de Mommie Dearest (1981), la película entra de lleno en la categoría de películas de madre terrible, y hasta cierto punto tiene una relación de punto de vista, puesto que está más centrada en la vida de la niña, en cuyo camino se cruzan otros problemas como el bullying.
Esto da al conjunto un aire nuevo frente a películas que tocan temáticas similares como The Hallow (2015) o The Hole in the Ground (2019). Además, centrarse en la idea de una madre desconocida conecta con miedos infantiles primarios, como si fuese un episodio de Goosebumps para adultos con la misma percepción siniestra del espacio familiar como algo amenazante e inescapable de Invaders from Mars (1953). Pero Dolan es capaz de imbuir de una atmósfera de pesadilla espesa e irrespirable a su conjunto de resortes reconocibles, con una dirección segura, utilizando los marcos de las puertas entreabiertos desde distintos ángulos, para crear una sensación de inseguridad doméstica muy sutil, desde su impactante prólogo a las escenas de pesadilla o momentos increíblemente inquietantes, como en el que Char ve a su madre por el rabillo de la puerta haciendo algo inexplicable y esta le visita en la noche susurrando. Son los instantes en los que lo cotidiano se convierte en una trama los que hacen que la tensión de You Are not my Mother sea una experiencia opresiva, y la forma en la que el guion integra as reglas del mito en ideas aparentemente arbitrarias –el baile espasmódico, la alimentación– es bastante ingenioso. La resolución acusa cierta falta de ambición, pero presiona teclas emocionales adecuadas y el conjunto deja muchas estampas indelebles, y una asimilación del paisaje suburbano como un lugar desamparado y gris que concibe una nueva idea del emplazamiento gótico para las noches de difuntos en las que todo puede pasar.
Programa doble: Hatching (2022)
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Esta pequeña sensación de festivales podría ser la versión inversa de You Are not My Mother, es decir, la versión tradicional del doppelgänger con un hijo siendo sustituido, con la diferencia de que aquí afronta esa trama a través de los mitos de Finlandia, con una niña que cuida de un huevo hasta que aparece un pollito gigante (con efectos animatrónicos impresionantes) que se transforma en una niña como ella. Un caso muy típico de hype exarcebado que acaba siendo algo simpático pero no merecedor de loas desproporcionadas que juegan en su contra. Es mejor y más de terror que Lamb, pero sigue jugando en una liga de metáforas algo postizas, en este caso de maternidades terribles, y todos los logros de su primera parte quedan descompensados por una segunda mitad más rutinaria y predecible de lo que promete, aun así, una muestra de género inusual que debe ser mencionada.
15.- X (2022)
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Ti West se estrenó en A24 con un regreso doble al terror con X y Pearl, la precuela de esta. Aunque la segunda es un complemento muy dependiente del original, la ambientada en los 70 es un regreso a los horrores de cobertizo que cita al Tobe Hooper de Eaten Alive (1976) en una divertida comedia american gothic con un montaje muy creativo que confronta sexo y muerte, reflexiones sobre la vejez algo toscas y sangre en abundancia. Tiene una colección de personajes cuidados y con chispa, juega al divertimento retro de visualizar el mundo del cine de los 70 con claves vistas en Boogie Nights (1997) o Death Proof (2007) y lo adapta a un formato de cine independiente actual con atmósferas heredadas del éxitos de género moderno. La premisa de cine dentro de un rodaje conecta el origen del movimiento indie con la industria del porno, recuperando la idea de las dificultades dentro de una producción desde el otro lado de comedias como Living in Oblivion (1995), Zack & Miri Make a Porno (2008) o el neogiallo Un couteau dans le coeur (2018), utilizando el rodaje como forma de confrontar la liberación sexual frente al puritanismo heredado del evangelismo del sur, un contraste constante del eros y el thanatos que busca el cuestionamiento del propio cine slasher, en ocasiones verbalizando el subtexto en exceso.
Sin embargo, utiliza el tropo de cine dentro del cine para plantear un rodaje de película en el que las víctimas son del equipo de producción, en la tradición de House of Seven Corpses (1974), Terror (1978), Return to Horror High (1986), Cut (2000) o Diary of the Dead (2007). Tanto en Pearl como en X, la cámara de West muestra dedicación y pleitesía a Mia Goth, cada vez más icono morboso e incuestionable en el cine de terror actual, un gran trabajo de la actriz en una dualidad versátil que pone la cara a la naturaleza antitética del discurso de senectud frente a erotismo que mueve el film. También retoma el planteamiento slasher de lo antiguo confrontado a la sangre nueva, adoptando una trama muy, muy similar a la de películas como  Terror at Red Wolf Inn (1972) y American Gothic (1987), con matrimonios de la tercera edad aislados reaccionando frente a las pulsiones. En ambas películas demora bastante el inicio de su carnicería, pero la espera se aclimata con suspense y humor para concentrar en el tramo final bastantes exabruptos macabros, tocando distintos referentes clásicos, desde Reazione a catena (1972) a Psycho (1960), aunque su concatenación de lo grotesco y lo paródico, hasta el límite de bordear la caricatura Grand Guignol tiene más de Nothing but Trouble (1991) y Deranged (1974) que de la propia The Texas Chainsaw Massacre (1974), con la que se la ha comparado.
Programa doble: Studio 666 (2022)
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Si en X tenemos a un equipo de rodaje yendo a una mansión a hacer una película, aquí tenemos un grupo haciendo lo propio con un disco. Producto anómalo imposible para los alérgicos al cantante de Foo Fighters, los de territorio neutral encontrarán una de esas fiestas atolondradas de cine Heavy de los 80 llevado a un terreno más familiar heredero de Tenacious D y la imprescindible Todd and The Book of Pure Evil. Una convención de ancianos llena de homenajes al cine de terror, cameos imposibles de John Carpenter (que hace algo de la banda sonora) y Lionel Richie, apariciones de ojos rojos muy efectivas y una colección de muertes ultragore demencial. Que un producto así tenga mejores efectos tradicionales que festivales de CGI de vergüenza como Malignant es sintomático. Una rareza torpe y divertidísima con el botón del humor estúpido encendido, para colocar junto a otras como Rock'n roll Nightmare, Killer Barbys, La pesadilla de Alice Cooper y Kiss Meets the Phantom of the Park. Una despedida divertida para el llorado batería de la banda, Taylor Hawkins.
14.-Terrifier 2 (2022)
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Esto no nos lo esperábamos. Terrifier fue un slasher ultragore, prácticamente amateur, que ya resultaba algo anacrónico en su afinidad al torture porn de hace casi 20 años, era a tramos divertida, pero no mejoraba los cortos del payaso Art, que había creado cierto ruido en las dos entregas de la antología de terror All Hallows Eve. Sin embargo, ahora su director, Damien Leone, se ha sacado de la manga una muy superior secuela que lleva la idea del slasher sobrenatural a la máxima potencia, transformando a Art de un hombre del saco a genuino artista Grand Guignol del terror de bajo presupuesto. Lo sorprendente es el fenómeno viral que se ha formado a su alrededor, en un proyecto sin el aparato de publicidad de un gran estudio ha llegado a los 10 millones de dólares recaudados, exactamente 40 veces más de los 250.000 dólares que costó, convirtiéndose en una de las películas de terror más rentables de este siglo y uno de los temas de conversación en redes tras su estreno sin calificación, con denuncias de padres por pesadillas de los hijos y gente saliendo de la sala de cine por las salvajadas que se representan en la pantalla.
Como en muchas ocasiones, el circo de controversia, y las proyecciones de festivales o medianoche dejan en el aire la gran prueba de fuego, pero en este caso, casi de forma milagrosa, Terrifier 2 sí sobrevive al hype. Es fundamental ver la película como lo que es, no hay gran trabajo de cámara ni logros de narrativa audiovisual, su opción estética de texturas retro se plantea como un verdadero regreso a la exploitation y el gore como forma de expresión, de la salvaje torpeza naíf de Herschell Gordon Lewis y lo grotesco de clásicos gochos de la era dorada del cine de terror creado para el mercado VHS como Ice Cream Man (1995). Puro cine basura para aterrar a madres y animar fiestas en pisos de los depravados de la clase. Su imposible duración de 2 horas y 28 minutos la convierte en un rito de paso splatter zumbado, una prueba de fuego que va encontrando las formas para ser cada vez más retorcida hasta la sádica muerte central. Su protagonista, Art funciona como una versión salvaje del payaso asesino tradicional, principalmente porque su dinámica se basa en la mímica clásica. El mismo balance de humor de cine mudo y del miedo que produce el maquillaje en la realidad se subvierte con la complicidad vil con el espectador.
Programa doble: Project Wolf Hunting (2022)
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Y si el gore extremo ha vuelto a la pantalla en 2022, cabe destacar esta aportación de Corea del Sur en la que los seres humanos se convierten en bolsas de sangre. Un híbrido de Con Air y Pánico en el Transiberiano en el que literalmente no pasa un minuto sin una muerte ultraviolenta. Gastaron 2'5 toneladas de hemoglobina en el rodaje y se puede asegurar que cada litro aparece en sus casi dos horas y media, como en Terrifier 2, algo exageradas, ya que además hay tanto body count que hasta acaba llegando a provocar empacho de géiser de sangre, principalmente porque no hay demasiada inventiva en las muertes y se acaban convirtiendo en una herramienta algo rutinaria.
13.- A Wounded Fawn (2022)
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The Girl on the Third Floor (2019) es una película que nunca se mueve a donde apunta, pero también extravagante, gore y atrevida, proponiendo un relato feminista desde un narrador protagonista no fiable, una representación de la imagen de hipermacho nocivo sobre la que gira su discurso de venganza sobrenatural con temas uso y abuso de la mujer como objeto sexual, dando un giro extraño que, en realidad, confiere significado completo al resto de la obra, en un movimiento arriesgado pero singular que en A Wounded Fawn se convierte en la base de una estructura poco convencional. El director Travis Stevens reincide en su particular universo de horror sobrenatural, hombres miserables y castigos femeninos, esta vez llevando a cabo una desconcertante representación surreal de la imagen mitológica de la venganza de la Erínias con dos partes bien diferenciadas. Hay un primer tramo que no es otra cosa que una versión de los peligros de las citas a ciegas que coincide con Fresh en muchas ideas, salvo que combina el punto de vista de la mujer invitada con el del hombre, cuyas intenciones tenemos claras. Sin embargo, logra representar muy bien las dudas, la falsa confianza o la incomodidad palpable que se genera en la víctima.  En una segunda parte, el desarrollo de una pesadilla tiene al hombre sufriendo un tormento, una especie de purgatorio virtual que se convierte en una galería de ideas psicodélicas, rupturas narrativas, delirio propio del cine de Dario Argento y la representación de un castigo como una obra de teatro clásico.
No deja de ser una especie de versión a muy pequeña escala de Jigoku (1960), pero lo inesperado de cada nueva situación convierte la película en un delirio fascinante, con escenas memorables y desconcertantes como la aparición de un costillar con ojos que está diseñado exactamente igual que la ilustración del póster polaco de Alien (1979). Coescrita con Nathan Faudree, Stevens ha hecho algo muy diferente a Jakob’s Wife (2021), una película sin el ánimo disruptivo de su último trabajo, que está rodado en 16 mm, lo que le da un grano y una textura que pocos han logrado en los últimos años, y se expande en su diseño estético a las temperaturas de color reminiscentes a la década de 1970. Esto hace que tanto la violencia como las visiones extrañas tengan una cualidad atemporal y que todo el descenso a la locura tome una forma de una obra perdida grindhouse con los parámetros morales de un tebeo de EC. No hay muchas películas de terror como A Wounded Fawn, pero tampoco es algo para todo el mundo, sin embargo, en un año en el que el terror de gran pantalla ha logrado hacerse notar, es necesario recordar que este tipo de propuestas kamikaze son fundamentales para expandir las lindes de género sin necesidad de renunciar a ninguna de sus señas de identidad.
Programa doble: Run Sweetheart, Run (2022)
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Es el año de las citas que salen mal y las chicas metidas en la boca del lobo, y estrenos tan divertidos como Run, Sweetheart, Run demuestran que el menos interesante de todos los ejemplos ha sido Fresh. En este caso es la divina Ella Balinska la que se encuentra en una cena de ensueño que acaba siendo una pesadilla, provocando una persecución alocada que puede definirse como un After Hours (1985) de terror que también está llena de sorpresas y revelaciones que no son lo que parecen en un principio, un montón de muertes y giros inesperados que la convierten en una experiencia impredecible, muy divertida pese a que está llena de consignas muy obvias y facilonas, aunque puede verse como un cierto sabor a las intenciones de Russ Meyer con base sobrenatural.
12.-Watcher (2022)
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Un impresionante debut de Chloe Okuno con Maika Monroe de protagonista, aquí reviviendo fantasmas de It Follows mientras vuelve a ser seguida de cerca por una figura siniestra en Rumanía, aunque en esta ocasión no tenga nada sobrenatural detrás. Okuno se hizo ver cuando se encargó del segmento Storm Drain de la antología de terror V/H/S/94 (2021), el mejor de la entrega, sobre un extraño culto a un dios rata en las alcantarillas de una gran ciudad. En Watcher mantiene el tono oscuro y de horror, pese a que su monstruo sea más terrenal. El espectador se sumerge en la perspectiva de extranjera de Julia, incapaz de entender el idioma y pasando gran parte del tiempo sola cuando su marido está trabajando, lo que amplifica su sensación de aislamiento. Las cosas también se ponen inquietantes cuando la película adopta el punto de vista de un voyeur que observa cómo Julia y Francis hacer el amor. Esto lleva a un thriller turbio que se cuece a fuego lento y afronta la idea de la dificultad de comunicar una amenaza no visible para las mujeres. No hay muchas sorpresas en Watcher, que, de alguna manera, es como una versión minimalista de Fright Night (1985) con un marco de thriller de la escuela Hitchcock, y similitudes con la poco vista Someone's Watching Me! (1978) de John Carpenter.
La diferencia aquí de que todo lo que experimenta Julia tiene un gran componente de especulación y paranoia. Su desconexión va siendo cada vez más opresiva y deriva en un espeluznante juego del gato y el ratón en el que Julia se encuentra constantemente con dudas, barreras culturales y obstáculos sociales mientras su vida corre peligro verdadero. La actuación de Monroe hace conectar instantáneamente con su creciente frustración y claustrofobia en este entorno, y ahí es cuando el misterio sombrío que rodea a su observador se va convirtiendo en un terror casi abstracto. El rostro sin cara mirando por la ventana es simplemente escalofriante y Okuno consigue que su presencia parezca casi salida de un terror gótico, con una silueta a contraluz que pone la piel de gallina.  A ello también contribuye un diseño de sonido taciturno, que ayuda a establecer un tono en el que cada entorno crea un poco de inquietud. Watcher es una pieza de terror sencilla pero intensa, con gran atmósfera y tramo final de infarto. No ofrece nada que no se haya visto antes, pero basa su poder en una puesta en escena tenebrosa, opresiva, con una fotografía decadente y apagada que nos traslada a un Bucarest de pesadilla en donde escenas como la del metro resultan escalofriantes con elementos mínimos y acaba con un impactante acto final, lleno de tensión y en el que el miedo puro ya se desata sin cadenas.
Programa doble: Significant Other (2022)
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Dios salve a Maika Monroe. Mientras todas las miradas recaban en los distintos papeles de Jenna Ortega en el cine de terror, la actriz de It Follows ha regresado a lo grande con Watcher y esta sorpresa estrenada directamente en Paramount+. Una película pequeña que empieza más o menos como Honeymoon, con una pareja haciendo montañismo, pero a la media hora todo cambia y se convierte en una especie de Prey más ingeniosa y desnortada, una sátira de los fines de semana en parejita llena de humor y soluciones disparatadas que nunca se acomoda en su propio status quo y demuestra que un presupuesto humilde puede dar para mucho si los cineastas se lo proponen.
11.-The Timekeepers of Eternity (2022)
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Una de las sorpresas más inclasificables de la proyección en festivales de 2021 y 2022 fue esta remezcla de una película para televisión de Stephen King de los 90 que se comprime y transforma a través de una hipnótica animación en blanco y negro para reconstruir y remodelar meticulosamente su aventura sobrenatural con un efecto inquietante y enigmático. El director griego Aristotelis Maragkos concibe una absoluta genialidad experimental que convierte todos los episodios de The Langoliers (1995) en una locura digna de Buñuel, condensando 3 horas en una versión ligera de 64 minutos con un final diferente a la versión original. La compleja historia de viajes en el tiempo ahora se centra en la ansiedad del personaje de Bronson Pynchot, Craig Toomy, que queda constantemente en el centro de la película, casi reinterpretando toda la obra como una pesadilla del mismo, en donde sus traumas son el motor de los eventos sobrenaturales, y su fetichismo rompiendo papel marca el estilo de todo lo que aparece en pantalla, mezclando animación, con efectos de rasgado, arrugas, concibiendo la realidad planteada como un universo de celulosa que marca los pulsos emocionales de los personajes.
Maragkos imprimió todos los fotogramas originales de la miniserie y luego los ha usado para animar con escenas superpuestas una encima de la otra, rasgaduras de papel y agujeros que revelan ojos incorpóreos, trabajando en elipsis, transiciones y todo tipo de recursos narrativos de puntuación gracias al papel. La apariencia recuerda a un episodio original de Twilight Zone, consiguiendo que los anacronismos del original se fundan en una textura vintage, convirtiendo los envejecidísimos efectos CGI, en criaturas de papel espeluznantes que rompen y devoran el verdadero tejido de la realidad para recrear las escenas del ataque al aeropuerto. The Timekeepers of Eternity es una combinación de proyecto de cine de arte y ensayo, trabajo de amor y espeluznante relato de ciencia ficción y horror psicológico surrealista que recuerda al cine de los 40 y 60, consolidando la estética monocroma de forma elegante y aprovechando el histrionismo del origina para transformarlo en puro expresionismo. Una obra de arte del reciclaje que hay que ver para creer y se convierte en la forma canónica de consumir esta obra de King.
Programa doble: Unicorn Wars (2022)
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El cine de terror animado también ha dejado algunas sorpresas y esta aventura lisérgica española del director Alberto Vázquez reimagina la Batracomiomaquia de Homero pero con osos amorosos y unicornios salidos de series infantiles. Sin embargo, pese a parecer una extensión de un episodio de Happy Three Friends, consigue ser bastante más que el chiste de su título, adentrándose en un oscuro relato animado de génesis, con su Caín y Abel, donde caben de Rankin-Bass a Hideshi Hino, gore, monstruos y horror bélico con aire a fantasía de los 80 hasta un final con un ser mutante digno de The Thing (1982).
10.-Shepherd (2021)
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Hablábamos de la explosión de directoras noveles de terror en las islas británicas, y este año se une al grupo un chico, Russell Owen, que tras dos películas de encargo realiza su proyecto predilecto para Castle Valley Film, GC Films y Darkland en lo que es una aventura totalmente fuera del circuito de productoras habituales. Independientemente de si Owen se acabará metiendo en ese pack de sangre nueva del terror de Reino Unido en el futuro, Shepherd es una película de terror arquetípica, la clásica historia de hombre aislado en una isla rumiando sus pensamientos y culpas para lidiar con fantasmas que despiertan sus demonios personales. A diferencia de sus contemporáneos, Owen no encajaría en los movimientos de renovación del género, de hecho, sus texturas a veces son toscas y hasta cierto punto anacrónicas. Owen se inspira en el mismo incidente del faro Small de Gales que dio lugar a las dos películas The Lighthouse (2016) y The Lighthouse (2018), de hecho cuenta que se enteró del trabajo de Robert Eggers gracias a la actriz de The Witch (2015) Kate Dickie, que se une junto a las ovejas siniestras como toques de influencia del director en esta, mucho más modesta. Y puede que Owen no consiga una obra tan sofisticada como la de Eggers, pero lo cierto es que es mucho más comprometida con sus condición de historia de terror y su manejo de la atmósfera y el espacio generan mucha más inquietud que la comedia negra con Pattinson y Dafoe. Además de ofrecer una variación de la historia original más fresca, Shepherd es una película de terror absoluta, sin freno de mano y que tira todo lo que tiene para fabricar una experiencia completa.
No engaña desde la cita que inicia los créditos y engancha escenas de pesadilla dentro de una realidad consciente de que todos sabemos hacia dónde va desde un principio. El misterio sobre su pasado y la razón que lleva al personaje a una isla perdida a trabajar como pastor es mínimo, aun así todo el metraje está lleno de enigmas, símbolos y texturas, no todas muy sutiles. Su mayor carta maestra es la isla escocesa donde transcurre todo, un apabullante escenario natural con vida propia que convierte cada plano en un Caspar David Friedrich. Las maderas podridas, el óxido como chorros de sangre o el propio faro lleno de pájaros disecados son la propia esencia del desarrollo, que entiende The Woman in Black mejor que el remake de 2012 e imagina las adaptaciones de M.R. James como si fueran una superproducción. El trabajo musical de Callum Donaldson combina sonidos chirriantes, lamentos, olas y viento con una partitura opresiva que, si bien a veces se torna excesiva y agotadora, también se impone con una cualidad casi experimental, una aproximación suicida y casi torpe que sin embargo logra una atmósfera irrepetible que nos traslada a la isla y no nos deja salir de allí. Como una versión de horror de The Edge of the World (1937), dentro de Shepherd caben Edgar Allan Poe y Carnival of Souls (1962), recuerda más a The Dark (2005) que a Lamb (2021) y encaja perfectamente en las rarezas psicológicas sobre la culpa tan olvidadas como Chasing Sleep (2000). Una obra tan valiente como ingenua en su arrojo inconsciente hacia el miedo alquímico, propio de obras que no se preocupan en encajar en movimientos y tendencias. Pasará desapercibida y criticada por los monóculos que buscan piezas deliberadas y simétricas, pero su lanzamiento sin red al gótico costero y el mundo de las pesadillas es un regalo.
Programa doble: The Mare (2020)
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Una pequeña producción noruega dirigida por René Bjerregaard que usa sus recursos limitados para contar una pequeña historia de terror onírico lleno de atmósfera y elecciones de puesta en escena. Paredes pintadas, espacios fríos y azulados y una casa llena de rincones oscuros para describir el espacio de una pesadilla encajonada llena de falsos despertares y una convenientemente confusión entre realidad y el sueño. Hay algún susto barato y torpezas propias de una producción regional y casera, aunque no luzca como tal, pero a cambio hay 70 minutos de terror sin lógica inspirado en The Nightmare (2015) y películas recientes como Come True (2020), del que no se produce en un gran estudio, con la presencia de una mujer mayor que rivaliza en escalofríos con la bruja de Marianne. Además, el final da bastante miedo.
9- Hellraiser (2022)
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No todas las franquicias de terror que han visto secuelas, precuelas o remakes en 2022 han salido airosas del peso de sus marcas, y a la nueva iteración de Hellraiser no le han faltado sus críticas, pero lo cierto es que es una película de terror extraordinaria que sabe distanciarse lo suficiente del original para ofrecer el mejor ejemplo de la irregular saga desde la segunda parte. Como Prey, esta producción de Hulu fue concebida con el mercado streaming en mente, pero en este caso, la intención cinematográfica está claramente pensada para disfrutar en una pantalla grande, con planos concebidos para un 2.39 : 1 suntuoso y con preciosa fotografía de Eli Born, que da un aspecto de gran producción a un imaginario que llevaba demasiado tiempo atrapado en el molde de los directos a vídeo baratos, olvidando que la cosmogonía de Clive Barker tiende al infinito y se merecía una visión con algo de ambiciones, ni que sean estéticas. Y el precio a pagar por su estilización es una restricción en los temas sexuales y de sadomaso que teníamos en la original, que recordemos era una obra más pequeña. Sin embargo, el gore están tan presente como en la más sangrienta de las secuelas, con un diseño de cenobitas enfermizo y estomagante, variaciones de la cultura de la automutilación y la nueva carne que lleva el concepto del dolor y la tortura a auténticas obras de arte vivientes de carne y elementos de metal.
También se nos olvida que esto estaba destinado a ser estrenado en Disney+ en muchos países, aunque es tan gráfica que su distribución ha sufrido una lógica autocensura que ha dejado el título en una posición marginal nada acorde a su calidad. El director David Bruckner continúa su aproximación al género desde la arquitectura que ya perfiló en su The Night House (2021), convirtiendo las ideas del espacio mutante y las entradas al mundo real en verdaderos ejercicios de creatividad escheriana, aperturas imposibles, paredes que se mueven y estructuras fuera del alcance de los humanos, concibiendo un infierno que se infiltra con lógica angular, con escenas imposibles y brutales como la aparición de los cenobitas en el interior de un coche. Aunque Hellraiser reinventa la mitología, puede verse como una secuela más de la saga. Utiliza elementos conocidos como la configuración del lamento y lo expande con ideas vistas en los cómics, recupera al Leviathan y en general implementa la escala de horror cósmico en detrimento de las resurrecciones y sexo con cuerpos sin piel, pero en esencia tiene un espíritu de slasher sobrenatural que juega con reglas de los cenobitas como soldados a los que se puede engañar, matar e intercambiar en los pactos fáusticos que conforman el juego argumental. Lo cierto, guste más o menos, es que ninguna película de Hellraiser está tan bien dirigida, su mundo sigue siendo lovecraftiano, infernal y peligroso, aunque no de la misma forma y, se mire como se mire, Bruckner es un superclase del cine de terror actual. Su compromiso con los efectos especiales tangibles o el diseño de arte modernista y ordenado es también coherente con todas sus producciones, dando una gran producción de autor que sigue sin ser una buena opción para llevar a alguien en la primera cita.  
Programa Doble: Matriarch (2022)
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“You’re not my mother, just the cunt i came out of”. Los incontables relatos de maternidades terribles de este 2022 se complementan con esta pequeña producción para Hulu que demuestra, de nuevo, la variedad y compromiso de la plataforma con el cine de terror. También acompañada por The Visitor en la temporada preHalloween, tenemos otro relato de pueblos con cultos extraños, maldiciones familiares y una tradición con aires a Lovecraft, que en realidad en este caso podría haber salido de uno de los cuentos de Books of Blood de Clive Barker. Una madonna terrorífíca, la degradación de la carne, personajes LGTBI+ y sexo rarito. Podría haber sido mucho mejor con un repaso a su guion e interpretaciones menos al límite, pero es un relato de horror trastornado con una gran escena con Kate Dickie como sacerdotisa suprema en una iglesia que la confirma como una de las caras del terror más imprescindibles este año.
8.-The Cursed (2022)
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Estrenada en Sitges bajo el nombre de Eight for Silver, en esta historia épica, que incluso atraviesa generaciones, concibe la licantropía es una peste, y adquiere un tono de weird western Victoriano que conecta con obras de la antigua productora británica Tigon como The Blood on Satan's Claw (1971). The Cursed se ajusta a la clásica historia de un pueblo aislado que está siendo acosado por un lobo monstruoso, una forma de ver el mito diferente a la perspectiva en primera persona que suele verse en los títulos derivados de The Wolfman (1941) pero que no resultaba ajena al género en títulos como The Undying Monster (1942), Le Loup des Malveneur (1942), o incluso Romasanta (2004). La actualización más conocida en ambientes urbanos es Silver Bullet (1985) de Stephen King, con no pocos detalles en común, y sigue la estela de un pequeño subgénero de “caza de la bestia” en pequeñas poblaciones cercanas al bosque, con casos como la divertida Werewolf: the Beast among us (2012) o incluso la curiosa precuela Ginger Snaps Back: The Beginning (2001), aunque esos escenarios de época y atmósferas sombrías que no es difícil asociar con éxitos recientes como The VVitch (2015). Aquí el protagonista, interpretado por Boyd Holbrook, parece una especie de jovencito Van Helsing, cuyo primer caso ha sido al parecer, ocuparse de la bestia de Gévaudan, que tendría el mismo origen que esta, por lo que esta podría ser una secuela de todas las películas que tratan el tema, como Le Pacte des loups (2000).
Con un reparto con caras conocidas como Alistair Petrie o Kelly Reilly, este esfuerzo de presupuesto limitado hace mucho con poco gracias al empeño de Sean Ellis de rodar en 35mm, lo que supone un regreso al terror con aires de época, sin renunciar a la crudeza de películas actuales con una apuesta por llevar ese tipo de cine de horror decimonónico más decadente a una producción con más visión panorámica de lo habitual, con grandes parajes de exteriores llenos de niebla, atmósfera gótica y paisajes recogidos por gran angular. Esto contrasta con un licántropo distinto a lo habitual, ya que no es convocado por la luna llena ni regresa a su forma humana, ya que es más una enfermedad que consume por completo el cuerpo y el alma, con algunas variaciones anatómicas grotescas que recuerdan al body horror mutante de The Thing (1982). Combinando muertes grotescas y notable dirección de arte, los FX físicos coexisten con un CGI modesto, que está relegado a cortes de montaje corto, evitando lanzar a la cara o fijar la cámara en sus monstruos. The Cursed hace pensar en cómo luciría hoy un gran estreno de horror de vieja escuela, con una actitud anacrónica que complacerá a los que se tragaban todas las de Christopher Lee y Peter Cushing en Alucine, sin buscar reinventar nada pero con sentido de la aventura pulp oscura, con brujería
Programa doble: Raven’s Hollow (2022)
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2022 ha visto un fenómeno en el que han aparecido muchas películas que son hermanas espirituales. Uno de los ejemplos más curiosos es que han coincidido dos piezas de época sobre la juventud de Edgar Allan Poe, ambas en una academia militar con misteriosos asesinatos. La más grande de Netflix, es un thriller gótico con Christian Bale investigando grotescos asesinatos junto al futuro escritor de terror, pero ha resultado peor que la más modesta, Raven’s Hollow una película de terror en el que un pequeño pueblo parece esconder terribles secretos. Sin ser nada que vaya a cambiar el género, hay muchos detalles macabros interesantes, tiene una buena fotografía e imagina una fantasía sobrenatural que encaja muchos más detalles, mejor encajados de lo que parece, que explicarían la innombrable inspiración de Poe para su poema ‘El cuervo’. Para muy fans del escritor.
7.-Men (2022)
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Una de esas películas de terror que rascan a aficionados y negacionistas de A24, en la que Alex Garland consigue su obra más redonda dando la réplica al Antichrist (2009) de Von Trier por la vía de Brian Yuzna y con matices de fábula folk horror sobre el miedo a la manipulación masculina. Llena de simbolismo, imaginería gore surrealista y atmósferas densas, todo el peso acaba recayendo sobre una colosal Jessie Buckley, aunque es imposible no alabar el trabajo de Rory Kinnear, capaz de pasar de lo grotesco a lo vulnerable o la ira sin inmutarse, creando uno (o muchos) de los personajes del cine de terror del año. Men es tan sencilla y directa en su discurso como llena de capas, motivos visuales y pistas para asimilar la complejidad del propio dilema que plantea, no es una película de respuestas sino de preguntas sugeridas —¿son todos los hombres iguales o solo los ve así la protagonista?—, explorando el efecto real y figurado del gaslight en la psique femenina. Aunque está llena de ideas y metáforas relevantes sobre el patriarcado, no deja de ser nunca una película de terror llena de escenas inquietantes, construidas con elegancia por Garland, que emplea tiempo para oxigenar su desarrollo y abrir las puertas a la lógica de pesadilla de su segunda mitad en la que su surrealismo hace parecer convencionales las narrativas de Robert Eggers y Ari Aster.
Garland parece recuperar las tesis del tercer acto de su guion de 28 Days later (2002) y las lleva al terreno del relato gótico, con ecos de las adaptaciones de M.R. James de la televisión británica y el descaro de las alegorías filmadas sin filtro de Louis Malle, encajando bien en el canon de A24, aunque también báscula entre el horror psicológico heredero de Repulsion (1965) y las "Woman in peril" del cine británico de los 70 como See no Evil (1971), llevando el conjunto a un terreno inesperado, inconformista y que ha generado una lógica controversia y rechazo, especialmente en su alucinante final. Uno de los grandes puntos fuertes de Men es el paisaje rural en donde transcurre, uno de los puntos clave del horror pagano británico, pero además incorpora a su imaginario al hombre verde, figura céltica del renacimiento cíclico que la iglesia abrazó a través de la arquitectura, viéndose aún en muchas iglesias europeas, escondidos en paredes y techos, al parecer sobrevivió por su conexión con la resurrección de Jesús. Estos símbolos paganos se confrontan con referencias religiosas bíblicas, como las manzanas del árbol que come Harper o la piel de una serpiente retorciéndose en el póster, que referencia al pecado original, conectando con el tema de la culpa femenina asumida durante siglos. Alex Garland ha citado como influencias el anime Attack on Titan, pero también puede seguirse el rastro de Tomie de Junji Ito, la nueva carne de David Cronenberg o la más reciente parábola feminista de Romola Garai, Amulet (2020), e incluso la (no) lógica de Mother! (2017) de Aronofsky.
Programa doble: Resurrection (2022)
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Un inclasificable drama psicológico que va tomando tintes de horror de paranoia y colapso mental femenino a medida que avanza, dibujando la caída de una mujer profesional soltera interpretada por una —como siempre— sublime Rebecca Hall que debe afrontar que su hija sale del nido. A ratos relato polanskiano, a ratos deriva a lo Possession (1981), el tono es mucho más sobrio y sin muchos momentos de horror, basando su impacto en los diálogos y las pistas del pasado horrible de la personaje junto a un exnovio, interpretado por un maligno Tim Roth. Como la película de Garland, Resurrection explora el daño de la manipulación sobre la psique femenina, y pasa al terreno de la metáfora o la alucinación en un clímax que abraza el body horror para representar el daño heredado por las dinámicas de posesión patriarcales.
6.-The Black Phone (2022)
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Un muy potente regreso de Scott Derrickson al terror con un cuento de hadas sórdido sobre abuso infantil donde confluyen la pesadilla urbana en la Norteamérica suburbial en la era de John Wayne Gacy, el Stephen King de IT y la modernización del relato gótico Lost Hearts de M.R. James. Es probablemente la mejor adaptación de Joe Hill hasta la fecha y una de las mejores obras de su director, que no solo no ha perdido ni un poco de pulso a la hora de crear texturas de horror sino que está en la misma forma de Sinister (2012), repitiendo con un Ethan Hawke absolutamente repulsivo y creepy. Parte del mérito de su personaje recaba en las grotescas máscaras alargadas, entre teatro kabuki y la pesadilla de carnaval, que fueron diseñadas nada menos que por Tom Savini. Aunque el verdadero secreto de la película reside en sus personajes, un grupo de actores preadolescentes muy reales, entre los que destaca la MVP, una maravillosa Madeleine McGraw, capaz de hacer levantar más de una sonrisa dentro de un universo de turbiedad y crudeza gracias a una espontaneidad creíble y contagiosa, es el balance que el director utiliza para lograr un tono positivo dentro de un historia con implicaciones de abuso muy turbias.
Su apoyo en los actores y con mucha parte del metraje en una misma localización, hay una aproximación minimalista en la propuesta, pero el director sabe expandir bien sus pocas piezas y acaba encajando todo de forma satisfactoria, mientras vuelve a crear momentos perturbadores con algunos sustos muy dosificados, pero con máxima efectividad. El guion consigue encajar un microcosmos de vivencias personales de Derrickson a modo de coming of age muy negro en unos 70 muy creíbles, dentro de una historia de fantasmas urbana que conecta directamente con de Stir of echoes (1999). Al mismo tiempo, parece que la obra de Hill busca concentrar un homenaje constante a la obra de su padre, desde los poderes de The Shining (1980) al plan de The Shawshank Redemption (1994), pasando por los fantasmas que avisan de Pet Sematary (1989), en incluso algunas referencias cinéfilas diegéticas a películas terror, haciendo citas directas a The Tingler y The Texas Chainsaw Massacre, la figura de Bruce Lee tiene una importancia que va más allá del guiño meta.
Programa doble: Jaula (2022)
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El debut de Ignacio Tatay es un buen thriller psicológico lleno de misterios y giros, que mantiene su intriga como una novela de aeropuerto condensada que va tomando desvíos muy turbios hasta llegar a un clímax de terror. Como Black Phone, hay sótanos escondidos la vista de todo el mundo y niños secuestrados, pero la propuesta es diferente. Hay tono frío, casi de drama oscuro, atemporal y denso para sugerir y desconcertar al espectador mientras acumula pistas que Elena Anaya descifra en un descenso a la madriguera de conejo con suficientes enigmas como para llenar una temporada de una serie de Netflix. Elena Anaya muestra su pulso como actriz idónea para el terror psicológico un retrato de maternidad proyectada que se mueve desde películas como Pelican Blood (2019) a terrenos de condicionamiento psíquico en donde las "jaulas" son diferentes para cada personaje. Cuanto menos sepas de ella, mejor.
5.-Offseason (2021)
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El director Mike Keating es uno de los últimos supervivientes del mumblecore horror, una escisión del cine indie para catalogar a la generación de cineastas que durante los últimos compases de la década de los 2000 y principios de los 2010 iniciaron una nueva ola de respuesta a la explosión del neoamerican gothic, los remakes de los 70 y el torture porn. Los presupuestos eran prácticamente caseros, pero con la llegada de la tecnología digital los resultados eran válidos y permitía recuperar otras texturas dentro del género, que luego se han ido canalizando con un toque de prestigio gracias al diseño de A24. Si compañeros de Keating como Adam Wingard, Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillett, Dennis Widmyer, Kevin Kolsch han conseguido trasladarse al mainstream, otros han desaparecido, muchos han acabado en la televisión y otros como Ti West han reaparecido a cobijo de la productora de nombres como Ari Aster. Ejemplos como A.D. Calvo y Keating consolidaron la tendencia a regresar a películas de los 70 más desconocidas como fuente de inspiración, con Sweet, Sweet, Lonely Girl (2016) o Darling (2015) como pioneras en la sombra de inspiraciones estéticas inusuales y retro que han sido asimiladas por los cineastas del “terror de autor” más conocidos de la actualidad. Offseason tiene mucho que ver con Darling en su apuesta estética extrema, casi caricaturesca, del cine de medianoche de los 60 que podrían firmar Curtis Harrington o Heck Harvey. De hecho, su punto de partida, con una pareja visitando un cementerio apartado parece replicar, incluso en su vestuario, el inicio de Night of the Living Dead (1968).
Keating ofrece un ejercicio de estilo puro, que apenas presta atención a su argumento, poco más que una reformulación actualizada de The Shadow Over Innsmouth (1931), muy similar a la de la película Cthulhu (2007), ubicada en una isla de Florida que funciona solo en verano, mientras que en la temporada baja es un erial abandonado que parece de otro tiempo. No es aventurado afirmar que Offseason es a Lovecraft lo que House of the Devil (2009) fue al cine satánico, y no solo por la presencia en ambas de Jocelin Donahue, sino por su apuesta estética minimalista, anteponiendo las atmósferas sobre la trama y su elegancia a la hora de proponer un terror de texturas y sonidos, que encuentra su lenguaje en la niebla y las canciones de épocas olvidadas. Keating evoca la lírica fúnebre de Jean Rollin y se detiene a respirar para plantear una pesadilla inmersiva que nos muestra cómo sería una Silent Hill (2006) avant garde, recordando que lo de la bruma ya estaba en Il deserto rosso (1964), más interesada en replicar una experiencia literaria —su inspiración es The Summer People de Shiley Jackson— que en contar algo que no hayamos visto ya mil veces, pero la cámara disfruta y su cuidado aparato de producción convierte lo mínimo en un condicionante, con mínimos sustos y terror basado en figuras en la lejanía de una playa, personas mirando fijamente con ojos antinaturales que evocan el Fulci sobrenatural y apenas sombras para mostrar algo más terrible. Offseason es un regalo para los que disfrutaron de Dead & Buried (1981) y forma una extraña trilogía costera junto a la similar Messiah of Evil (1973), de horrores desconocidos y olor a agua salada y alga en descomposición, pero lamentablemente su recepción apunta a que será tan incomprendida y relegada a la oscuridad como las otras dos, demostrando que Mike Keating es más que nunca un súper clase para paladares selectos.
Programa doble: Venus
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El cine Lovecraftiano sigue ganando terreno en las pantallas, y además de tener una variación curiosa en Glorious hemos tenido varias adaptaciones muy libres. Si Offseason no deja de ser La sombra sobre Innsmouth, la nueva película de e Jaume Balagueró, que adapta a Lovecraft con las claves de su cine de apartamentos embrujados, con ecos de LORDS OF SALEM, en un digno thriller criminal esotérico que deja su parte explosiva para un clímax donde Ester Expósito se convierte en final girl la segunda entrega de The Fear Collection y está inspirada muy libremente en el relato The Dreams in the Witch House de H.P. Lovecraft, que también ha sido adaptado este año en un episodio de Guillermo del Toro's Cabinet of Curiosities y una película independiente. Baagueró se lleva a Lovecraft a su terreno, siendo Venus un punto intermedio entre su survival en un edificio siniestro de Para entrar a vivir (2006) y su universo de "madres alternativas" a la trilogía de Argento que supone Musa (2017), incluso con "cameo" del velo negro. Sigue un patrón definido por cine sobre criminales que se topan con algún mal sobrenatural, desde Beast from Haunted Cave (1959) a From Dusk till Dawn (1996), pero que ya había sido constante en el fantaterror como Más allá del Terror (1980) o La Mansión de Cthulhu (1992).
 4.-Satan’s Slaves 2: Communion (2022)
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Joko Anwar sorprendió con su remake de Satan's Slaves (2017) hace cuatro años, y ahora está de regreso con una secuela muy ambiciosa que no solo trata de ampliar y consolidar la mitología de la anterior, sino crear la plantilla para hacer un universo más extenso que seguro que aplica, al menos a una película más. Esto no significa que este capítulo intermedio no tenga un valor por sí mismo, llevando la historia un terreno suficientemente convincente sin apoyo de la entrega previa, que toma las reglas de la casa embrujada de aquella para aplicarlas a un complejo de apartamentos con más familias además de la protagonista, reconfigurando la misma idea de Poltergeist 3 (1988) o Demons 2 (1986) en un edificio de viviendas protección de arquitectura brutalista que se convierte en un pasaje del terror con una soberbia puesta en escena en un 2:35 que capta las líneas de fuga de la estructura para darle una personalidad única, convirtiéndola de hecho en la protagonista absoluta de una propuesta que pone tanto énfasis en ir picoteando en distintos personajes y apartamentos como en ir explicando la historia del edificio, desde un prólogo en 1955 que nos muestra una macabra escena de decenas de cadáveres exhumados en un observatorio, hasta la investigación de los protagonistas y fotos de la construcción del complejo a lo largo de los años, como una especie de cronología del origen de un lugar maldito.
Pengadbi Setan: Communion amplía, corrige y mejora la primera, deshaciéndose de los lastres de ser un remake de un clásico para ofrecer una terrorífica aventura de horror coral llena de sustos, apariciones, y condenas diabólicas. Lo más interesante es cómo Anwar es capaz de ir haciendo una lasaña de escenas totalmente lúdicas y cómplices con el espectador de una película dirigida a las multisalas con elementos sociales y puntos clave de la historia de indonesia, desde las ejecuciones de delincuentes de Petrus, a la tendencia a las inundaciones en Yakarta, que se apunta bien aquí a un problema que afecta principalmente a los sectores de la población menos agraciados. Un elemento que convierte las desgracias y castigos que suceden en una especie de metáfora de que las catástrofes siempre afectan al escalón más bajo de la pirámide. También es fascinante cómo la construcción de la historia va uniendo detalles de los militares y las sectas a hechos históricos que nos llevan directamente a un terror político propio de la literatura de Mariana Enríquez. Por otra parte, la película llena de secuencias de horror magistrales, como la del ascensor o el tubo de la basura, que sacan gran rendimiento a su localización, dejando una geografía llena de atmósferas, texturas de oscuridad y recodos de un lugar embrujado que se va explorando casi habitación a habitación a ritmo de una partitura fantasmagórica, llena de voces de ultratumba y melodías inquietantes que empapan las imágenes y las llenan de una densidad tétrica incomparable. No faltan homenajes a clásicos del cine de terror, desde el jersey de Freddy, la foto final de The Shining o los flashes de la autopsia de The Texas Chainsaw Massacre. Una superior continuación que corona al director como rey actual del horror asiático,
Programa doble: Incantation (2022)
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“La película más terrorífica de la historia de Taiwán" de Netflix resultó ser un mockumentary bastante trilero de horror sobrenatural con sustos de barraca, magia negra, tropezones de dramón y una juguetona estructura cronológica con trucos interactivos a lo William Castle. Al final, fue otro caso de marketing maximalista de  como el de The Medium, pero no tan exagerado y decepcionante, pero aunque quede lejos de lo que prometían, además, la presente no se demora tanto en comenzar su divertido tren de la bruja, muy descarado y que utiliza todos los trucos de la biblia de las trampas del found footage, resultando desde el principio poco convincente y fullera, pero cuando abraza ese espíritu de feria cae simpática, gracias a su fragmentación temporal y su surtida gama de rituales chamánicos, y mejora cuando trata de parecerse a las películas de los 70 de Shaw Brothers, con prácticas religiosas comparables a títulos como Xie (1980), y a veces su didáctica juega con el espectador para animarle a recitar hechizos y contagiar así la magia fuera de la pantalla. Tiene al menos tres buenas secuencias de terror, pero es muy irregular en su desarrollo dramático, jugando a ser Dark water con torpes tramos de tragedia doméstica que entorpecen la atmósfera y restan a la experiencia de ristra de resortes de miedo.
3.-La abuela (2022)
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La nueva película de terror de Paco Plaza se construye sobre un guion de Carlos Vermut que nos enfrenta al terror inevitable de la vejez con un naturalismo incómodo y obliga a confrontar nuestro mayor miedo, con una elegante narración rica en silencios e imágenes especulares muy artie, que deriva en poderosas estampas de género con una cualidad atemporal. La historia trata sobre una joven modelo  que vuelve a Madrid para encontrar a alguien para cuidar de su abuela, quien la crió como a una hija, y su visita se convierte en una pesadilla. La mujer anciana ha sido un tropo en el cine de terror de los últimos años desde que Lords of Salem (2012) lo empezara a usar de forma cruda, le siguieron decenas, como The Taking of Deborah Logan (2013),  It Follows (2014), Hereditary (2018) o Relic (2020), a menudo derivando en cine sobre la demencia y la enfermedad mental asociada al ocultismo. La abuela invierte tiempo en su representación de la dependencia, sin escapar nunca de los detalles menos agradables la idea de la vulnerabilidad se explota casi sin palabras en diferentes montajes obligando a confrontar el temor más profundo, el mirar la decrepitud propia, centrándose en el propio horror a la decadencia inevitable, al proceso de oxidación del cuerpo hasta la indefensión, tanto a un nivel mental como físico. El guion de Vermut no tiene prisas en introducir escenas de horror y presenta la situación como un lienzo para el trabajo de las dos actrices, mientras la capacidad empática de Plaza define su facilidad para dibujar personajes y conversaciones que resultan reales y cercanas sin que esto suponga una fricción para la aparición de los elementos fantásticos, oscuros rituales a lo The Mephisto Walz (1971) y una aproximación claustrofóbica heredera de Polanski.
La trama de La abuela se parece mucho a la de Gramma (1986) de The Twilight Zone, la adaptación de un cuento corto de Stephen King en el que una abuela moribunda que realizaba ritos esotéricos acaba poseyendo a su nieto en una velada de terror dentro de un mismo piso, el guion toma referentes más clásicos del tema secular de la eterna juventud, entrando en la tradición de The Picture of Dorian Gray (1890) y el retrato que revela la imagen real, al mito de Erzsébet Báthory, El diablo de Guy de Maupassant, un duelo entre moribunda y cuidadora con fuerte componente moral, el subgénero hagsploitation, o la presencia de brujas familiares como La tía Alejandra (1980), dando cierto cariz de cuento de hadas oscuro coronado por un sensacional tercer acto tenebroso que parece recrear La gota de agua de Mario Bava. Pero la película juega con sus temas de forma silenciosa, trata sus referentes mediante un diálogo visual con ecos recurrentes, un naturalismo incómodo, con una elegante narración rica en silencios e imágenes especulares como el reflejo y lo que representa, abriendo nuevos enigmas como la extraña ausencia de espejos en la casa. Plaza utiliza una sola localización deteniéndose para explorar detalles que van más allá de la aparente mirada estética. Hay planos que contienen claves de la película, como el simbolismo de las matrioskas o los fractales de una cortina conteniendo otras imágenes más pequeñas. Paco Plaza ha firmado una obra llena de matices y un ritmo flemático, que va envolviendo de maldad sus fotogramas para completar un binomio oscuro madrileño con Verónica (2017) y convertirse en su película más minimalista y madura, pero también la más enigmática, un cuidado aquelarre en el Barrio de Salamanca de Madrid que bebe más del cine de terror clásico de lo que pudiera parecer y esconde una cuenta atrás inexorable llena de simbolismo, pistas y secretos ancestrales que tan solo podemos intuir, conformándose como el autor más fiel, constante e importante del cine de terror europeo actual.
Programa doble: Moloch (2022)
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No hay muchas películas de terror venidas de Holanda, pero esta mezcla de folk horror y pieza sobrenatural con rasgos de Hereditary y Satan Slaves recupera una tradición marcada por el film de culto The Johnsons, pero la lleva al reciente terreno de “señoras mayores que empiezan a tener síntomas de demencia” y otros grandes éxitos del terror actual independiente que se adaptan bien a la mitología hebrea. Resulta bastante competente en todos sus apartados y, aunque todo suene a déjà vu, consigue inquietar en bastantes momentos, con una espesa atmósfera gótica de nieblas con sabor a la Hammer y tonos azulados, logrando que su pequeña historia de maldiciones familiares tenga una resolución que invita a repasar lo que se nos ha ido mostrando, con detalles de guion que cobran sentido en un plan más atado de lo que parece y alguna aparición convenientemente espeluznante que combina los efectos prácticos y el cgi con buena mano. Hay un elemento en común con la película de Plaza que la hace prima hermana.
2.-Mad God (2021)
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Esta película se empezó a hacer en 1987, antes de que muchos de vosotros nacieseis, y este año se ha podido ver terminada en su gloriosa forma final. El nombre de Phil Tippett quizá a muchos no les diga nada, pero seguramente han visto alguna vez parte de su trabajo, ya que el legendario artista de efectos visuales, diseñador de criaturas, y continuador del arte stop-motion no solo ha trabajado en Star Wars, sino que es responsable de las creaciones más alucinantes de RoboCop (1987), Pirannha (1978), Willow (1988), Starship Troopers (1997) e incluso parte de Jurassic Park (1993). Esta es la obra en la que trabajó en la trastienda desde que empezara con Verhoeven en los 80, dando rienda suelta a sus obsesiones hasta crear un delirio teológico y de paraísos perdidos, ángeles caídos y civilizaciones que están inspirados de forma confesa por las visiones del infierno del Bosco, pero que también evoca a libros intertestamentarios, la obra de William Blake, o Pieter Brueghel. Pura narración visual sin diálogos, ilustrando el verdadero alcance de su imaginación en una estructura no verbal que traza la geografía de un mundo macabro a ritmo de música progresiva. Detrás de la creación de cada monstruo y escenario hay un trabajo de planteamiento mastodóntico, una especie de nueve círculos del infierno de Dante con una dimensión industrial en los subterráneos digna de Metrópolis (1927).En ocasiones parece como si los habitantes de los vertederos y lugares prohibidos de los Fraggle Rock hubieran conquistado todo sin dejar nada bueno en el camino. Todo es feo y grotesco, con carne, líquido y metal oxidado fusionándose de forma nauseabunda.
Los cuerpos son aplastados por todo tipo de objetos, triturados por exprimidores industriales gigantes para alimentar a cosas monstruosas en un interminable dominó de muerte en el que todo es machacado para para crear otra nueva generación a la que machacar. Hay criaturas con bocas hechas con dentaduras postizas reales que parecen creadas por Jan Švankmajer, titanes que aplastan todo lo que encuentran en su camino que parecen creaciones clásicas de Ray Harryhausen de una dimensión alternativa, una en donde Ralph Bakshi convirtió Heavy Traffic (1973) y Wizards (1977) en una sola película. Tippett ni siquiera se limita a usar stop motion para describir la desolación y colapso ambiental apocalíptico a un clímax de verdadero horror cósmico con monolitos y un viaje lisérgico hasta la escatología underground, en la que aparecen desde Metal Hurlant a Crumb o Dave Cooper a Jim Woodring. Un monumento a la fantasía oscura en distintas texturas, desde el steam punk al expresionismo postindustrial, pasando por los cuentos de hadas de Jim Henson si este se inyectara LSD. Puro caos de la transformación con lógica interna que se sigue de forma intuitiva, siempre con una excelencia técnica que convierte su espectáculo mutante en un hito del cine de animación adulto digno de figurar frente a La planéte sauvage (1973) o Midori-ko (2010). Una obra de arte de ingeniería de la imaginación que se coloca en un lugar reservado al cine más allá de expectativas. Necesitaremos años para asimilarla.
 Programa doble: Chuck Steel: Night of the Trampires (2018)
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El cine de terror y la animación hacen a menudo muy buena pareja, y en el caso de Night of the Trampires la aleación parece hecha en el cielo, ya que su técnica claymation está tan depurada que consigue hacer todo tipo de efectos especiales gore y grumosos para imitar a la perfección el gran cine de terror de los años 80. Si imaginas las parodia del cine de acción de Los Simpsons del personaje Rainier Wolfcastle protagonizando su propia película, pero mezclado con Fright Night (1985) se parecería a esta gamberrada de lujo presentada en festivales hace cuatro años, que ahora ha aparecido de tapadillo representando una grotesca y grosera sátira del cine de la Canon, con Cobra o las películas de Charles Bronson encarnadas en un héroe misógino y con todos los defectos de la era Reagan posibles, pero mezclada con el terror de la época. A veces parece una especie de versión americana de Torrente y su humor incide demasiado en el mal gusto, especialmente cuando toca bromas algo rancias de travestismo, pero cuando empieza su brutal tercer acto solo hay sitio para el gore, los vampiros, y una barbaridad de criaturas finales con un clímax a lo Harryhausen antológico, todo ello con un sentido de la acción y una puesta en escena que muchas de acción real desearían.
1.- Smile (2022)
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No vino presentada como la sensación de moda del festival de Sundance, no tiene alegorías sobre el mundo del espectáculo ni reflexiones sobre la vejez, Smile tan solo es una película preocupada en dar miedo. Un carrusel inagotable de sustos y escenas de horror orquestadas con la precisión de un director que ya domina el género como algunos maestros, logrando dar una vuelta de tuerca al cine de maldiciones con la versatilidad del cine de gran estudio y la visión del cine de autor e independiente. Fue también la rara producción mainstream que nunca da un paso atrás para mostrar lo grotesco, convirtiéndose, sin dudarlo, en la película más espeluznante del año, un tren de la bruja capaz de alternar horror psicológico con sustos, impacto e imaginería de pesadilla digna de Junji Ito. El debut del director Parker Finn, se rodó en secreto y supone la rara apuesta por el cine de terror de calificación R, que se traduce en un compromiso con el tono del inicio a su valiente final, sin miedo a ser coherente con sus reglas. Smile también es uno de los casos recientes de traslación a la gran pantalla del fenómeno de los cortos de terror virales en internet pasando al imaginario popular como Bedfellows (2008), y este origen se asimila a su identidad y las intenciones del formato, no tiene interés en un argumento complejo y elabora una trama esencial como excusa para desarrollar una escena tras otra de "planteamiento, suspensión de tensión y golpe de efecto", que antepone la experiencia sobre cualquier otro elemento.
Smile es como un remake apócrifo de películas como Ju-On (2002), pero en realidad no deja de ser una adaptación apócrifa de Le Horla (1886) de Guy de Maupassant, sobre gente que cuestiona su propia cordura hasta acabar con su vida por estar "controlados" por una entidad invisible. Utiliza elementos de maldición como Ringu (1997), pero es la misma variación de Casting the Runes (1911), el seminal relato de M.R. James sobre maldiciones con un demonio que persigue, con fecha de muerte en un tiempo determinado y replicación interminable de persona a persona, aquí bajo el filtro de creepypastas modernos. La variación con todas ellas es la idea de proyectar todo esto en la perspectiva de una mujer a la que nadie cree, una ampliación del cine de fractura de la psique femenina, jugando con la ambigüedad de lo real o imaginado y el concepto de la sonrisa irreal como placebo moderno de problemas que no nos gusta afrontar como reflejo y sátira de tabús de la psicología, tratando desde la impostura de las relaciones de pareja, al burnout laboral. Sim embargo, sus temas no evitan que esté muy dedicada a crear miedo bien dirigido que no necesita ser "algo más", sin metáforas enrevesadas ni querer ser un drama, ni otra cosa y con un humor negro subyacente que la convierte en un artefacto mucho más perverso de lo que se le presupone.
Programa doble: The Yellow Wallpaper (2022)
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La controvertida historia de horror psicológico de Charlotte Perkins Gilman puede ser una de las piezas de literatura más influyentes de todos los tiempos. Prácticamente todo el género de mujeres en pleno colapso mental, de Repulsion (1965), a Images (1972), la reciente Knocking (2021), e incluso algo de Smile son deudoras de una forma u otra de esa historia sobre la influencia del patriarcado en la ruptura con la realidad de una mujer. Sin embargo, la pieza es una gran desconocida dentro de la arqueología del género, pese a que ha sido adaptada en infinidad de ocasiones. En esta, se ha expandido la historia a más de 90 minutos, haciendo de la historia de una madre reciente obsesionada con el peculiar empapelado amarillo de su dormitorio una experiencia agotadora y claustrofóbica, dura pero llena de matices siniestros, una banda sonora de puro horror gótico y un crescendo de duermevela que la colocan como la mejor adaptación hasta la fecha desde la versión de 1989.
 Menciones especiales
El cine de terror de 2022 ha sido extenso en títulos, una explosión de plataformas, estrenos en salas y otros canales de distribución que hacen la cantidad a tratar inabarcable. Podemos ver pequeños fenómenos como el regreso de los vampiros, con títulos más interesantes de lo que parece, como House of Darkness, una reinterpretación feminista de cierto relato de Bram Stoker con Justin Long duplicando su papel de Barbarian, casi prima en concepto es The Invitation, que mejora en su versión unrated, y fue número uno en taquilla en un año en el que los chupasangres han vivido una tranfusión con Let the Wrong One in, Kicking Blood, Blood Relatives, Day Shift, Morbius, Todas las lunas o Slayers.
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No se quedan atrás las películas sobre posesiones, que además de las comentadas hemos tenido Prey for the Devil, un digno terror dirigido al gran público, en la onda de The Rite (2011), con buena producción y fotografía pero desarrollo convencional. Las secuencias de exorcismos son estupendas y alguna escena desafía su calificación PG-13. Plantea algo nuevo dentro del terror religioso: la idea de que una monja pueda hacer exorcismos, dejando alguna idea progresista en la estructura patriarcal de la Iglesia, incluso en materia del aborto, adoptando una estructura casi de piloto de algo más grande. Dirigida por Daniel Stamm, es coherente con su The last Exorcism (2010), centrándose en el protagonista exorcista, incluso planteando algunos comportamientos y contorsiones de los poseídos que conectan directamente con aquella, como si estuvieran en el mismo universo. Además, esta es una prima de la mexicana La exorcista, y también hemos visto la adaptación de My Best Friend Exorcism, Twin, Don't Look at the Demon, Karem: la posesión, The Accursed, The Possessed, Zalava, Possession 2022, The Last Possession, Sin Eater, Exorcist Vengeance o The Free Fall.
Películas cercanas al terror
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Otra buena cantidad de estrenos han tenido el terror como epicentro de alguna manera, aunque su adscripción al género puede generar mucho debate. Películas como Beast, Fall, The House, Du som er i himlen o All my Friends Hate Me son ejemplos que dan paso a una gran cantidad de propuestas que se apoyan de una forma u otra. Como los siguientes ejemplos.
The Munsters (2022)
Un incomprendido trabajo de amor de Rob Zombie tratando de imitar el estilo tontorrón de la serie The Munsters bajo el filtro de un esteta de la parafernalia rock and roll: colores chillones, planteamiento cómic, homenajes al estilo de Creepshow (1982), diseño de arte increíble, chistes malos, la actitud de un vídeoclip con pin-ups y la subcultura de monstruos haciendo cosas que responde al espíritu de una subcultura ya perdida. Es la típica película que pasarían todas las noches en los bares de punk, rock y cultura pop de Malasaña en los primeros años 2000, o la que se proyectaría en el fondo en un concierto de Killer Barbies. Un dibujo animado viviente muy modesto y que hay que ver con la óptica adecuada.
Don’t Worry Darling (2022)
Es un buen título de fantástico comercial, más retorcido y perverso de lo que parece y han contado. Se reciclan viejos esquemas de misterio con giro que no deberían distraer de su pertinente punto de partida, otro análisis de la Norteamérica MRA organizada y las burbujas social media consentidas por los algoritmos. Más que una parábola feminista, es un relevante corolario de un fenómeno cocinado en internet. Se juzgó mucho por su "revelación" como algo predecible, pero Olivia Wilde es plenamente consciente de la experiencia previa del espectador, no hay ninguna ingenuidad en el planteamiento, de hecho, una vez la película alcanza toda su dimensión, puede comprobarse que el juego de roles de género que plantea es mucho más complejo de lo que aparenta.
The Tragedy of Macbeth (2021)
Joel Coen conecta con la adaptación de Welles en un despliegue teatral de claroscuros tenebrosos con ecos a la visión de las obras de Poe de la Universal en los años 30. Su representación de las brujas es puro horror de vanguardia marca A24. Con más énfasis en el texto original de Shakespeare y el oxígeno para los actores, el minimalismo tableau vivant de Coen no alcanza el poder pesadillesco de Welles o Polanski, pero comulga en tono con la versión de Kurosawa y es mucho más interesante que la del 2015. Con grandes interpretaciones de Denzel Washington, Frances McDormand o Brendan Gleeson, The tragedy of Macbeth apuesta por la literalidad en el verso, funcionando como pieza de cámara experimental, casi como una versión televisiva de la BBC en los 60-70 de una obra de Beckett.
The Eternal Daughter (2022)
Tilda Swinton interpretando a una madre y una hija pasando un fin de semana en una mansión que se va embrujando a cada momento, un cuento de fantasmas o un drama psicológico, bastante amable pero no menos embriagante. La iluminación, mortecina y de colores “verde Vértigo (1959)”, deja estampas de una belleza gótica que mira a los clásicos de fantasmas de la BBC, pese a que nunca lleva el terror hasta el final, juega con todos los tropos, con una banda sonora desasosegante que embriaga los escenarios llenos de sombras, niebla y lápidas. Entre la fantasía del escritor planteada Providence (1977) y el Mike Flanagan relacionando el duelo con los espectros psicológicos, la película de Joanna Hogg se une a la reciente tendencia de directoras británicas que crean cine fantástico, aquí más preocupada de las relaciones madre e hija, pero con un par de apariciones en la ventana que conjura el terror de fantasmas clásico como nadie ya se acuerda.
Mantícora (2022)
Carlos Vermut infecta lo más cotidiano con tabús innombrables creando un mecanismo turbio de precisión que perfecciona su capacidad de incomodar hasta el paroxismo, para relatar la creación de un monstruo desde semillas psicológicas recónditas. Independientemente de lo que escueza lo que narra Mantícora, lo cuenta con matices muy agudos, su sobriedad estomagante lleva a convertir un plano dirigido al vacío en algo atroz, dejando que las sombras invadan a los personajes, con una descarnada interpretación de Nacho Sánchez.
Cerdita (2022)
Crónica negra del medio rural convertida en comedia grotesca sobre bullying que destaca por la gran dirección de Carlota Pereda, que se basa en su propio corto del mismo nombre y con la misma actriz, Laura Galán, como protagonista. Una valiente interpretación que ha sido de los aspectos más laureados en su paso por festivales, aproximando el Spanish Gothic a la era Instagram, siguiendo la herencia de la comedia grotesca española con algún saludo a Tobe Hooper en un clímax que se hace esperar.
Speak no Evil (2022)
Una maliciosa sátira sobre la muerte cultural de los modales que empieza como una dramedia de parejas maduras, continua como un thriller y acaba en un terror gélido al estilo Sluizer y Haneke. Algo predecible, pero no por ello menos oscura.
Bones and All (2022)
Una road movie generacional de amor caníbal en la que Guadagnino propone una especie de secuela espiritual de Raw, con la lírica visual de Badlands, en donde confluyen el romance monstruoso, el horror truculento y el peinado 80s de Timothée Chalamet.
 El regreso de los muertos vivientes.
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Malnazidos (2022) Una muy sólida aventura bélica de terror en la Guerra Civil con mimbres de Romero, Overlord o La vaquilla y una agradecida dosificación del humor costumbrista en el que acaban cayendo este tipo de proyectos en favor de la acción, para otra estupenda adición a la exitosa tradición de cine zombie en España. Maneja bien en un tono de ficción histórica fantástica, utilizando la presencia nazi en la península ibérica para crear un tono similar a la saga Indiana Jones que la dota de un gran sentido del espectáculo a menudo ausente en aproximaciones al género similares. Su cuidado por los personajes, con un guion que pisa un terreno complicado del que sale airoso tirando de sarcasmo y golpes de humor bien medidos, deja espacio también para algunos detalles gore y confianza en el espectador para jugar con los tropos trillados del género zombie. Los zombies obligan a dos bandos rivales a unirse contra un adversario común salido de las tumbas, al más puro del cine de John Carpenter, quien, además de inspirar parte del tono de la película cedió un tema suyo de la banda sonora de Vampires (1998)
The Sadness (2021)
Un regreso a las películas de categoría III chinas de los años 80 y 90, donde lo principal era mostrar sangre y sexo sin que importara demasiado el argumento. En esta hay una especie de regreso al cine de epidemias, al estilo Ebola Syndrome (1996) y zombies que ofrece una versión diferente a lo que nos tiene acostumbrados el cine asiático, centrándose en la violencia que generan los infectados, una especie de variación sádica de The Crazies (1973), pero con más insistencia en su sexualidad perturbada, digamos que lo más cerca que el cine ha estado de hacer una adaptación del cómic Crossed (2008) de Garth Ennis, aunque sin las reminiscencias religiosas. La película falla en darle algún sentido a su salvaje espectáculo de sangre pero hasta cierto punto esto añade la sensación nihilista al conjunto. Podría haber sido algo mejor con un tramo final más expansivo en vez de íntimo.
Cine de Monstruos
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Los monstruos han vuelto a la gran pantalla y en muchos casos con ánimo de diversión desprejuiciada, como el caso de la demasiado maltratada The Lair (2022), el regreso de Neil Marshall a la monster movie bélica de tebeo, con lo puesto y sin vergüenza, con toneladas de plomo, trajes de goma, sangre y frases de baratillo en un monumento a la cochambre con toda la diversión y descaro desaparecidas en la gran pantalla. La sorpresa de fin de curso es la edición extendida de Jurassic World: Dominion (2022), una sustancialmente mejor versión del fin de ciclo de la trilogía, que añade más prólogo prehistórico, más dinosaurios y algo más de sentido a su aventura familiar, con acción competente, muchísimas criaturas distintas y viejos conocidos unidos por escenas bien realizadas y un guion un tanto perezoso. Otros ejemplos divertidos, que recuperan el espíritu kaiju son las curiosas Troll, Crabs o Shin Ultraman.
El retorno de las Brujas
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Las brujas han tenido una revancha importante de forma troncal o tangente, y entre ejemplos no demasiado reseñables, como She Willl o Warhunt hay algunas películas muy destacables como Mal de ojo (2022), que recoge la tendencia actual de cine de brujas y abuelas terribles se pone en modo de cuento de hadas reintegrando clásicos del terror mexicano como La tía Alexandra (1980) o Veneno para las hadas (1986) en un juguete de FX ochenteros y algún giro predecible de más pero con alucinantes efectos prácticos. Mucha de esa imaginería se disfruta en la humilde pero matona Two Witches, que está plagada de brujas grotescas y elementos que recuerdan al cine italiano de los 80. Aunque el plato fuerte es HellBender (2021), la nueva película de la familia Adams, un matrimonio y su hija que se dedican a hacer películas de terror de bajo presupuesto con prácticamente ellos solos de equipo. El resultado de su estupenda The Deeper you Dig (2019) prometía una carrera interesante dentro del género y con su segunda obra han aumentado la apuesta en una historia de brujería desde el punto de vista de una madre que observa cómo su hija comienza a desarrollar su potencial. Otra sorpresa muy a la par de Pyewacket (2017), pero con una perspectiva original del punto de vista narrativo, ya que vemos un equilibro entre la visión de la madre y la hija. Una Ladybird de hechicería y rock con numerosas visiones, alucinaciones y sueños que son el fuerte de la marca Adams, delirios psicodélicos, imaginería tremenda y algún que otro exceso de galería de efectos digitales que no tenía la anterior. Con todo, otro logro que abre muchas posibilidades al cine regional americano de terror actual.
El metraje encontrado y faso documental
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Deadstream, VHS99 y otros muchos títulos han devuelto mucho protagonismo al formato mockumentary, y entre estos hay que destacar Godforsaken (2022) que está disponible de forma gratuita y legal, un modesto found footage de terror sobre unos reporteros que van a investigar el extraño milagro de un funeral en un pueblo de Canadá. Puede verse en VO en el canal Terror Films es una película hecha a nivel local y no profesional, pero el resultado está por encima de ella media de los FF recientes, con una dosificación de las sorpresas diabólicas y los sustos y una locura creciente que no baja en sus 80 minutos escasos. Last Radio Call (2022) es otro muy humilde ejemplo que alterna investigación con metraje body cam, logrando un exploit de Blair Witch Project con escenas bastante espeluznantes y algún que otro susto tontorrón. Se puede ver completamente gratis en youtube y trata sobre la esposa de un policía desaparecido que trata de descubrir qué le pasó en un hospital abandonado, descubriendo la terrible leyenda entre los nativos de una entidad conocida como The Red Sister. Un pastiche de Lake Mungo y Session 9 en solo 75 minutos. Y para cerrar el ciclo, apareció The Found Footage Phenomenon (2022), un completo pero no muy exhaustivo documental sobre el auge del formato, con conclusiones desdibujadas pero un apasionante énfasis en los títulos menos conocidos de origen previos a la cinta de Eduardo Sánchez y Daniel Myrick
Dos recomendaciones extraviadas
What Josiah Saw (2022)
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Un inusual combo de American Gothic, thriller y relato sobrenatural de fantasmas que despliega su trama en una estructura episódica severa, en la que tres hermanos se nos presentan en sus diferentes entornos de forma que ninguna de sus historias parece tener una conexión plena con la anterior, pero de una u otra forma todo lo que pasa en sus vidas está relacionado con su turbio pasado y un momento innombrable del que solo sabremos hasta el final de la película. No es una película de sustos pero su estilo es el de una película de horror intensa, con un diseño de sonido y banda sonora espesa y escalofriante. Es recomendable no revelar mucho, pero su final invita a reinterpretar todo lo visto antes, especialmente su primera parte, que cobra un sentido más perturbador. Un relato desolador cuyos toques fantásticos son sutiles pero cierran un relato de condena inevitable con ecos de Poe y películas como 1922. A rescatar.
Suicide Forest village (2022)
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La vuelta al cine de terror de Takashi Shimizu en 2019, con la estupenda Howling Village (2019) mostraba al autor de Ju-On (2002) con una pericia tras la cámara que muchos de sus compañeros de la explosión J-Horror habían perdido, concibiendo una gran épica de terror de pueblo embrujado como una serie de viñetas vagamente interconectadas, muy al estilo de sus maldiciones. En aquella había muchos hallazgos, especialmente la recreación de fantasmas como imágenes fotográficas difusas en movimiento y un nada apocado uso del gore. En esta nueva secuela espiritual, que conforma una trilogía con la inferior Ox-Village, sigue bastante en forma, pero cambia el aspecto fantasmal por una mezcla entre folk horror ancestral, de naturaleza viviente con la pura fantasía, con dimensiones fantasmales extrañas de reglas difusas para de nuevo componer una serie de buenos momentos de terror con más energía que lógica, convirtiendo a Shumizu en lo más parecido a un Fulci del cine de terror japonés.
 Jorge Loser
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Smile (2022) review: la película más terrorífica del año parece un cruce de ‘It Follows’ y las pesadillas de Junji Ito
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No es la película de moda del festival de Sundance, no tiene alegorías sobre el mundo del espectáculo ni reflexiones sobre la vejez. Por fin hay una película de 2022 que da miedo, un carrusel inagotable de sustos y escenas de horror orquestadas con la precisión de un director que ya domina el género como los maestros, logrando dar una vuelta de tuerca al cine de maldiciones con la versatilidad del cine de gran estudio y la visión del cine de autor e independiente, es la rara producción mainstream que nunca da un paso atrás para mostrar lo grotesco, convirtiéndose sin dudarlo en la película más espeluznante del año.
Nota: 90
Nota del autor: La reseña no tiene spoilers, pero algunas referencias a otras películas pueden dar pistas que quizá el espectador no quiera saber.
 En la última década, la cultura de los cortos de terror se ha hecho muy popular como forma de consumo del género. Puede que alejado de las pantallas de cine o de las plataformas, pero muy presente en los móviles y dispositivos pese a la falta de publicidad. La plataforma Quibi quiso explotar esa tendencia transformando ese contenido en grandes producciones, pero no acabó de funcionar. Sin embargo, dentro de youtube siguen apareciendo piezas como Don’t Peek (2020), algunas de ellas se hacen tan famosas que dan lugar a películas. A menudo, con resultados decepcionantes como Lights Out (2016), otras mejores de lo que parece pero no a la altura de su original, como Come Play (2020), basado en Larry (2017), sin embargo, por fin hay una película que no solo sobrevive a las expectativas de su corto, sino que las supera. Esa película es Smile.
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Los escasos doce minutos que consiguieron la atención de festivales tuvieron una vida más bien corta en internet, porque en Paramount vieron su potencial enseguida, Laura Hasn’t Sleep (2020) apareció en plena pandemia e impresionó tanto al productor Robert Salerno que pronto consiguió luz verde para su versión de largometraje. El director Parker Finn ha extendido ese germen hasta casi dos horas en las que, ante todo, mantiene la idea que mueve y hace que todos esos cortos sean ejercicios de terror absoluto, centrando toda su atención en la experiencia en sí y no en la parafernalia que suele acompañar las prolongaciones de estos hits de internet. Muchos pueden acusarla de ser derivativa en cuanto se analicen sus líneas maestras de desarrollo, indiscutiblemente familiares y sin ambición de cambiar el curso de ningún subgénero, pero su compromiso con el viaje es precisamente lo que hace que resulte fresca, y más en este año de películas cargadas de metáfora, alegoría y justificaciones para ser más que lo que permiten las etiquetas.
Smile cuenta la historia de una psiquiatra que, tras un encuentro muy bizarro y duro con una paciente, empieza a experimentar una serie de sucesos imposibles, aterradores e inexplicables y se convence de que algo diabólico ha entrado en su vida. Su espectacular primera escena antes de los créditos, más o menos un remake del corto original con su misma actriz, deja muy claras las intenciones de lo que viene. Vamos a ver mucho a la doctora Rose enfrentándose a visiones terroríficas de gente con sonrisa siniestra. Y bajo este punto de partida, el guion sigue más o menos al pie de la letra los códigos del cine de maldiciones herederas del J-Horror, desde Ringu (1998) a Kairo (2001), con dosis extras de la mitología de Ju-On (2002), con lo que vamos a ver una investigación adentrándose en la madriguera de conejo conforme la protagonista va tirando del hilo. Pero las reglas y lo que descubre no son demasiado complicadas ni originales, tan solo el lienzo perfecto para que el director destape su creatividad con una cantidad inagotable de escenas de miedo.
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No hay que esperar una gran revelación final —pese a que hay algunas sorpresas inesperadas— que no se salga de lo que ofrece una clásica película de cadenas virales diabólicas, pero una vez entramos en la espiral junto a Rose no para ni un momento. En los 115 minutos de duración del conjunto Finn deja respirar las escenas para orquestarlas con el tiempo necesario y oxigenar también lo justo entre cada set piece, de manera que Smile se convierte en un tren de la bruja en el que caben los sustos de sobresalto, las presencias en el recodo de la sombra del cuarto de estar, las llamadas siniestras, los audios con sonidos extraños, e incluso imágenes de impacto que no se cortan con la violencia (ojo a algunos maquillajes prácticos y efectos tradicionales de Tom Woodruff Jr). La película nunca se echa atrás y se sale con la suya en una buena parte de situaciones que en el cine producido para multisala suele tender a rebajar con agua, incluido su implacable tramo final, en donde los ejecutivos y los pases de prueba se suelen poner más nerviosos.
La mayor diferencia con las películas de maldiciones como Truth or Dare (2018) y similares, pese a sus elementos en común, es el ángulo psicológico con el que se afronta la caída en desgracia de la doctora, un caso claro del subgénero de neurosis femeninas al estilo de Polanski y Altman, pero en vez de con el enfoque de drama contemplativo o artístico que podrían tener la nueva película de terror de moda del festival de Sundance, es llevado a un terreno más comercial y sin complicaciones excesivas, en donde las visiones y sucesos que experimenta tienen un componente de desequilibrio mental, como si los traumas que experimentamos se convirtieran en demonios reales, con lo que hasta cierto punto incluso parece una sátira del cine de terror reciente, en el que el trauma se usa como punto de partida, “comercializando” esa idea de forma más evidente, para dar una película mucho más juguetona, menos grave y solemne —tampoco faltan algunos momentos de humor muy macabro—, con un enfoque totalmente pragmático de la idea original.
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Smile puede pecar de falta de ambición a un nivel argumental. Su obstinación por crear escenas de terror de forma persistente le lleva también a convertirse en una posible víctima de la avidez por la novedad y los cambios de paradigma que asolan un mercado impaciente y plagado de ideas, pero hay muy pocos ejemplos de quien las pueda llevar a cabo de forma pulcra, con lo que no sería extraño que, pese a ello, no le llovieran críticas por ser percibida como convencional. Y puede que en algunos casos no sin razón, porque si algo se le puede achacar al conjunto es que se percibe como un cóctel de todas las tendencias del terror más o menos reciente comprimidas en un mismo artefacto, con lo que podemos ver alguna escena que recuerda mucho a Hereditary (2018), algunas visiones que bien podrían estar en la dupla de IT (2017-19) o Daniel Isn’t Real (2019) e incluso hay una idea general del declive mental de esta y la impotencia de los personajes asaltados por amenazas que solo ellos son conscientes a los que nadie cree de otras muchas películas.
Ya lejos de éxitos recientes, Parker Finn ha citado como influencia Safe (1995) de Todd Haynes, inspirándose en su ansiedad palpable y la manera en la que mete al público en la mente del personaje de Julianne Moore, con el objetivo de experimentar una perspectiva subjetiva, lo que puede comprobarse en la tremenda escena del cumpleaños, un homenaje nada velado a aquella. Otra pieza fundamental es Cure (1997) de Kiyoshi Kurosawa, en la que según él se inspiró para buscar conseguir su particular tono de sueño febril, ya que se plantea la película como una pesadilla que crece constantemente, buscando introducir completamente la misma sensación de irrealidad de lo que experimentamos al vivir algo mientras dormimos, la misma lógica de un mal sueño. Hay momentos en los que la realidad se hace elástica para la protagonista, pero no hay elementos surrealistas que realmente conviertan la experiencia en un viaje verdaderamente onírico. Sin embargo, sí que es permeable al estilo de Kurosawa en los momentos en los que vemos la muerte irracional de algunos personajes, aunque el motor no sea la hipnosis. Ciertas escenas en un caserón abandonado también recuerdan estéticamente a la película japonesa.
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Y no es la única influencia del terror hecho en ese país, si el momento de la "cabeza colgando" del tráiler desprendía muchas vibraciones del trabajo de Junji Ito, era por una buena razón. Finn es muy fan del mangaka de terror y esto se deja notar en algunos momentos de la imaginería de las caras sonrientes y derivaciones, funcionando a veces con la lógica conceptual de sus historias, incluso no solo del famoso autor de Uzumaki, sino de otros coetáneos como Masaaki Nakayama. Aunque nunca llega a romper del todo esa barrera de lo imposible en una película de sus características, Finn aprovecha la oportunidad para mostrar un músculo como director inusual en la gran mayoría de debuts. Su manejo de la cámara es arrollador. Convierte el objetivo en algo omnisciente que se desplaza por los espacios y observa constantemente. Los ojos del espectador están obligados a seguir ese movimiento perpetuo, que en ocasiones rota, y en otras funciona prácticamente como montaje sin cortes en la toma, de esa forma se percibe un control constante de la geografía, logrando que su sistema de sustos e impactos juegue con las expectativas de una forma que pocos han logrado desde Wan.
Esto se combina con una banda sonora inusual de Cristobal Tapia de Veer, alternando sonidos industriales, instrumentos de cuerda y ocasionales efectos y voces que nunca dan respiro ni siquiera a momentos de serenidad o intimistas. Algo que contrasta con el perfil visual de su diseño cromático sosegado, con predominio de las tonalidades crema, como el irreal hospital de paredes rosas, un color recurrente que sugiere una falsa sensación de seguridad y confort para ir sustituyéndose sutilmente por claves más oscuras conforme el entorno de la protagonista se va desmoronando. La fotografía de Charlie Sarroff trata de codificar el estado de la mente de Rose tomando puntos de partida en el cine de Polanski o películas como Jacob’s Ladder (1990), combinando de forma extrema planos con gran angular y primeros planos, mientras que el diseño de producción de Lester Cohen esquiva los lugares comunes de piezas más góticas con un aspecto de ambiente administrativo y burocrático en donde parece que hay algo no cuadra y todo se va enrareciendo.
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Mucha de esa sensación también recae en los hombros de Sosie Bacon —la hija de Kevin—, que hace una combinación brillante de scream queen y de mujer profesional a la que le sobrevienen sus propios miedos, intentando manejar desde la razón y el conocimiento de los mismos, apareciendo en pantalla casi a cada minuto, reflejando todo tipo de niveles extremos de confusión, estrés, depresión y pánico. Smile mantiene un equilibrio excepcional entre la apertura de miras del cine de gran estudio y la visión del cine de autor más independiente, es la rara producción mainstream que nunca da un paso atrás para mostrar lo grotesco con la precisión de un director que ya domina el género como los grandes maestros, logrando dar una vuelta de tuerca versátil al cine de maldiciones, en donde de principio a fin hay un propósito perverso que se puede otear hasta su coda circular, un cierre perfecto para convertirse, sin duda, en la película más espeluznante del año.
Jorge Loser
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horrorlosers · 2 years
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Las 17 mejores series de terror de 2021
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Un repaso de todo lo que dio de sí la televisión de terror de 2021 con las principales 17 aportaciones al género en forma de serie o miniserie. Contando nuevas temporadas y programas de nueva creación, incluimos todo lo emitido durante el año, aunque en alguna ocasión no haya terminado la temporada corriente. Desde Black Summer a Midnight Mass o Chapelwaite, estas son nuestras favoritas del año pasado.
2021 significó ver la luz después de la pandemia tras un año en el que las plataformas de streaming fueron claves para el consumo de entretenimiento audiovisual y, por primera vez, vimos las series que se habían rodado en condiciones muy restrictivas por los protocolos covid, una circunstancia que puede notarse en escenas no muy abarrotadas de extras, pero que también se han beneficiado de más tiempo para macerar los guiones, y la consecuencia es que hemos visto algunas de las mejores temporadas de terror televisivo en los últimos años, con lo que entramos en un repaso en el que incluso hemos tenido que eliminar algunos títulos clave. Veremos una a una, a modo de anuario, las mejores y más destacadas producciones televisivas.
17- Black Summer Season 2    
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La temporada 2 de Black Summer de Netflix es aún mejor que la primera. De ser una interesante variación de las trilladas series postapocalípticas ha pasado a convertirse en un frenético viaje de supervivencia en donde los zombies son un peligro latente pero no los absolutos protagonistas y lo que cuenta de verdad es el suspense casi en tiempo real, elevando la tensión en inmediatas secuencias de acción que llegan a la excelencia con la dirección gonzo de John Hyams, cineasta que ha ido creciendo desde sus trabajos para el mercado de vídeo, definiendo un estilo muy áspero que dio un nuevo giro con su notable Alone (2020). Aquella era una pieza de terror casi minimalista cuya efectividad se corrobora en esta nueva entrega del spin-off de Z-Nation, donde el director ha perfeccionado aquella fisicidad audiovisual latente y se las ha arreglado para ofrecer algo fresco dentro de un género agotado sin realmente hacer nada nuevo. El ambiente nevado recuerda al de ciertos westerns bajo cero y su falta de complicaciones acaba acercándola a dicho género en no pocas ocasiones, como el asalto del episodio cuatro, que viene a ser un clímax de cualquier tiroteo de los grandes duelos clásicos a lo Río Bravo (1959). Algunos planos secuencia de Black Summer parecen en cierta forma reformulaciones o una extensión de lo que propuso George A. Romero en Diary of the Dead (2007) en la que el creador del subgénero innovó con un punto de vista de metraje encontrado, pero que se asemejaba mucho al de la serie, ya que al estar grabado por los protagonistas llevaba a diferentes segmentos a modo de road movie dando una nueva perspectiva al apocalipsis.
 Otra ventaja de Black Summer es que, a diferencia con muchas series de Netflix, no hay relleno porque no trata de nada en particular, es casi un observatorio de supervivientes huyendo a ninguna parte con lo que el atractivo está en la experiencia a tiempo real, la angustia de las persecuciones, la acción con cámara en mano y los planos secuencia. Su presupuesto modesto permite una aproximación minimalista el género y explorar el concepto de meternos en la piel de los protagonistas a un nivel tan sintético que se reduce a correr, correr y correr delante de zombies. El argumento de Black Summer pasa a ser lo de menos. Cada episodio circula alrededor de un pequeño evento o lugar al que los protagonistas llegan de alguna forma, no difiriendo mucho a un videojuego cuando se meten en casa y edificios desconocidos que están llenos de recodos, pasillos largos y sombras.  La temporada 2 mejora y perfecciona todo lo que planteaba la primera, logrando convertirse en un gran survival centrado en la tensión pura pero al que no le falta violencia. Como muchas obras postapocalípticas, el aspecto de la serie es rico en tonos grises y lavados a juego con el tono desangelado de su mundo, y también hay una visión oscura de la humanidad, pero tampoco se detiene a recrearse en el drama como en otras ficciones recientes, porque los muertos vienen detrás sin parar y los duelos suelen tornarse en carreras enloquecidas, acción sin descanso, y diversión con una puesta en escena coreografiada sin que nunca se llegue a notar demasiado.
16- Kingdom Ashin of the North (2021)
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Netflix estrenó este superior episodio especial de la serie de zombies coreana que mantiene la factura cuidada para retratar la era Joseon, llena de exteriores y fotografía panorámica, pero en esta ocasión con una narrativa contenida que sirve como one shot de un personaje del que apenas sabíamos nada. El resultado es una historia que consigue un equilibrio tenue entre el drama, la acción y la violencia, rescatando un eco emocional alrededor del honor que le da una personalidad única dentro de las ficciones de muertos vivientes que llegan habitualmente. Ashin puede verse como una especie de aperitivo a la tercera temporada pero ha resultado ser, de forma inesperada, mejor que la serie en sí, cambiando los problemas y asuntos políticos de la jerarquía social, por una lacónica historia de venganza que toca en los habituales resortes de catarsis de obras como Lady Snowblood (1970). El guion de Kim Eun-hee se adentra en el origen de la flor púrpura de la resurrección, mientras el director Kim Seong-hun narra la catálisis de la epidemia con un montaje ágil de la cadena alimentaria que, si bien muestra un cgi mejorable, es muy efectivo y consigue llegar hasta un tigre zombie mucho más terrorífico y temible que el felino putrefacto de Army of the Dead (2021). Esta aparición del animal convierte la primera mitad de Ashin en un relato clásico de aldeanos a la caza del monstruo como Daeho (2015) de Park Hoon-jung o Mul-goe (2018), saliéndose de las dinámicas típicas de Kingdom sin abandonar temas clásicos del cine de género coreano reciente.
Pero al mismo tiempo que se narra el origen de la plaga el episodio especial nos cuenta una épica historia de venganza en medio del ataque de los muertos vivientes, por lo que seguimos al personaje desde niña en una odisea de aventura y terror, como si Sympathy for Lady Vengeance (2005) fuera de época y tuviera infectados. La historia de la niña ocupa la mitad de la historia y la segunda parte ya nos muestra al personaje con la cara de Jun Ji-hyun, a la que seguimos hasta un tramo final sangriento, espectacular y despiadado en el que confluyen la ira de Ashin, como una especie de implacable ángel exterminador, con el ataque de los infectados. La gran ventaja sobre otras entre entregas de Kingdom es su historia está contenida en sí misma lo que, además de sacar más brillo a los valores de producción al estar comprimida en 90 minutos, hace que pueda verse de forma independiente a la serie, de hecho sirviendo como una precuela idónea o bien una puerta para neófitos para adentrarse en su mundo, aunque Ashin no aparecerá hasta el final de la segunda temporada. Familiarizarnos con la historia Ashin convierte a la villana en más bien un antihéroe dentro del universo de la serie, una especie de agente del caos en nombre de una justicia de vida o muerte. De cualquier manera, la fotografía y la puesta en escena van un paso más allá que en un episodio normal, con un acabado cromático más variado y más localizaciones y exteriores. Nunca se muestra perezosa en enseñarnos el mundo en el que transcurre y ofrece 90 minutos de acción y terror ejemplares.
15 - Are You Afraid of the Dark? The Curse of Shadows
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La serie original Are You Afraid of the Dark? que se emitió en la década de 1990 fue una antología sorprendentemente oscura para ser un producto de Nickelodeon dirigido a chavales. Dentro de las obras de introducción al terror se colocaba un paso por encima a Goosebumps, casi coincidiendo con la obra de Christopher Pike, cuyo The Midnight Club (1994) pareció inspirar el título de la emisión en castellano El club de la medianoche. Antes de que veamos en Netflix la adaptación del libro de Pike de Mike Flanagan, y el terror de franja preadolescente vuelva a televisión, la mítica serie había cogido la ola de It (20017-2019) y Stranger Things (2016-) con un revival que cambiaba la antología de capítulo a capítulo por temporadas uniformes de seis entregas. Si la primera fue un refrescante regreso a las ferias ambulantes malditas con un espíritu Something Wicked This Way Comes (1983) esta segunda temporada se adentra en un terror sobrenatural de leyendas y sustos más oscuro y parecido al que hemos estado viendo en el cine durante los 2010. Cada temporada se concibe como una macropelícula independiente, con un nuevo elenco, una nueva ubicación y un misterio completamente distinto, con el tema del club de la medianoche de jóvenes amantes de las historias de miedo como hilo conductor. Y lo cierto es que este Curse of the Shadows Su segunda temporada mejoró mucho.
Con solo seis episodios, la temporada se las arregla para manterse tremendamente entretenida y sin valles de ritmo, cada episodio mantiene la atención y demuestra que ha conseguido mantener el espíritu original ya con su propia voz, a diferencia de la más titubeante primera temporada. Hay algo de nostalgia por la propiedad, pero en general The Curse of Shadows se erige como una versión aceptable para jóvenes de un posible monstruo del universo Warren, dotando de una oscuridad gótica azulada, a través de una paleta de colores afín a directores como David F. Sandberg, lo que no es de extrañar con el veterano de proyectos de la gran pantalla de Blumhouse Jeff Wadlow. La ciudad de Shadow Bay en donde transcurre la acción es una de las clásicas localizaciones junto al mar salidas de una novela de Stephen King o The Fog (1980),de John Carpenter y es un lugar idóneo para desarrollar una historia de maldiciones y leyendas, aunque la mayoría de escenas de terror juegan con la premisa básica heredera de A Nightmare en Elm Street (1984) de que las pesadillas de una persona pueden hacerse realidad. Aquí en vez de Freddy tenemos al Shadowman una especie de Wendigo, con astas que salen de su cabeza y un aspecto que realmente da escalofríos. Hay tensión y algunos sustos tradicionales, desde golpes en la noche, payasos que miran y persiguen a los adolescentes, un muerto viviente que intenta arrastrar a una chica al agua y muchas sorpresas que tensan el límite de un producto para menores de 13 años, pero que es muy disfrutable por todos los adultos sin complejos.
14- The Serpent (2021)
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Las historias de crímenes reales se han convertido en un material recurrente para las series documentales, cantidades de información, material de archivo y entrevistas que tratan de dar una visión objetiva y desmitificadora a los asesinos, sin embargo, desde Henry: Portrait of a Serial Killer (1986) la crónica ficcionada es un territorio más del cine de terror, ya que los elementos de crimen, policiales y de misterio quedan a merced de lo irracional, la maldad y el miedo por las víctimas. Este es el caso de The Serpent, la inaudita historia real del asesino Charles Sobhraj comprimida en una miniserie en coproducción entre BBC One y Netflix. Encajado en un relato de caza al criminal más o menos arquetípico, con un ángulo burocrático que la emparenta con otras obras como Citizen X (1995), se construyen escenas de tensión irrespirable en un reflejo de Catch Me If You Can (2002) de terror, con una pareja digna de Honeymoon Killers (1970), con un método de captación de víctimas propio de Hostel (2005). El el fascinante arco épico de un personaje diabólico en busca y captura que logró ir sorteando la justicia durante décadas es ensombrecido por el modus operandi particularmente desagradable del asesino interpretado aquí por un fantástico Tahar Rahim. Los viajeros jóvenes del "Sendero hippy" asiático de los años 70 de Tailandia, Nepal e India buscaban sintonizar y experiencias como quien hace el interrail, pero en un entorno mucho más desconocido y hostil, por lo que Sobhraj a menudo aparecía como un ayudante o una figura salvadora, brindándoles asistencia u ofreciéndoles la oportunidad de compartir las ganancias de las joyas que esperaba conseguir.
El actor Rahim conecta con la idea de maestro del disfraz del personaje, cambia su mirada para evadir sospechas y mantiene creíble la constante transformación del criminal con un aire siniestro y al mismo tiempo atractivo. El método de envenenar a sus víctimas resulta mucho más terrorífico que otros de sus medios de ataque más brutales y a menudo las mantenía enfermas e incapacitadas antes de deshacerse de ellas, lo que hace que contemplar cómo caen en al trampa sea especialmente angustioso. Sin embargo, el gran toque maestro de The Serpent es su intrincado montaje en diferentes momentos de un periodo más o menos delimitado antes de su primera captura, con abundantes y constantes saltos temporales en la línea de tiempo de los hechos, con avances de meses y luego vuelta atrás, lo que, lejos de resultar confuso, crea una sensación de peligro constante para el espectador, consciente ya del espeluznante superpoder de Sobhraj para detectar las aspiraciones de los viajeros y usarlas para ponerlas dentro de su hechizo. El espectador aprende y va yendo más pasos por delante de las víctimas, lo que hace que el suspense se transforme en una negra sensación de fatalidad inminente, que se une a la tensión de la persecución dirigida por un diplomático holandés, que va viéndose como único comodín de salida para los engañados. No hay una gran cantidad de violencia gráfica, pero la combinación de la sensación de impunidad de las fechorías y la perversidad aciaga de la facilidad de control sobre las personas del protagonista es suficiente para crear una sensación de indefesión que atraviesa la pantalla y saca escalofríos verdaderos.
13- Mil Colmillos (2021)
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Mil colmillos es una sorprendente producción creada y codirigida por Jaime Osorio Márquez, autor de la notable pesadilla militar El páramo (2011), que, como esta, ya era una inusual traslación latina de horrores militares al estilo de R-point (2004) y Deathwatch (2002). El proyecto es la primera serie colombiana original que desarrolla la plataforma de contenidos audiovisuales HBO Max, y tras iniciar el rodaje en 2018 y un trabajo de más de 5 años, en el que participaron más de 500 personas, se estrenó en todo el mundo con una nota bastante triste, solo unos meses después, el realizador y guionista recurrió a la eutanasia por un cáncer que sufría desde algo más del inicio de la aventura. Una coda final amarga pero que nos deja disfrutar de su ambiciosa visión, coescrita con Guillermo Escalona, en una propuesta de nuevo de horror bélico salvaje que amplía sus referentes a piezas más ambiciosas como Predator (1987), de la que toma prestada su premisa de un comando especial del ejército colombiano en una misión mortal en las densas selvas impenetrables, donde deben escoltar a varios francotiradores, eliminar a un grupo de militantes y volver al punto de extracción. Como en la película de Schwarzenegger, todo se pone patas arriba cuando los cazadores comienzan a ser eliminados uno a uno por una extraña entidad, desatando una carrera para lograr escapar de la selva, mientras están a punto de enfrentarse a un oscuro y tenebroso secreto que lleva más de cinco siglos gestándose.
Durante los siete episodios la selva se convierte en un infierno para este grupo de soldados y en parte, recuerda a veces a la serie The River (2008), que tenía cierto espíritu semiantológico, y aquí el tono oscuro de la propuesta combina la acción, casi sacada de videojuegos como Call of Duty, y una gama variada de ángulos de terror que va variando en distintos episodios, desde un piloto más parecido al film de John McTiernan, a otros más tomando nota de The Descent (2005) e incluso aspirando en momentos a Aliens (1985). Dado el tempo que alcanza con el paso de los capítulos, el viaje va tomando un matiz de odisea, una clásica variación de Heart of Darkness que lleva a una resolución algo aparatosa y que tiene casi su propia lógica dentro de los dos últimos capítulos. Todo el recorrido es consecuente con su descripción del salvajismo y vuelta al lado más primitivo del ser humano, introduciendo algunas ideas fantásticas relacionadas con el folklore indígena, sin llegar a ser el punto concreto del matiz sobrenatural del asunto. Mil Colmillos encuentra su camino incorporando ideas sobre la brutalidad que acosa a Colombia, ya que según Osorio, la violencia endémica del país los impulsó a imaginar la serie.
12- Dark Stories (2019)
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Dark Stories pudo verse en formato de largometraje durante festivales en 2020, pero en realidad, en sus orígenes era una miniserie de Internet que también tuvo emisión en la televisión TV de Francia. Los amantes de las antologías de terror no deben dejarse intimidar por su título genérico y a pesar de ser muy modesta, las 5 historias son de las más divertidas, creativas y con espíritu de vieja escuela que pueden encontrarse a día de hoy, quizá con un tono parecido a lo visto en la genial The Mortuary Collection (2019). Los diferentes estilos de cada historia recuerdan a las historias de EC Comics y otras viejas series de televisión episódicas como Tales from the Darkside y Monsters, y en su corazón se nota su falta de pretensiones más allá que divertir a los fans dispuestos a perdonar sus medios modestos, aunque para nada zarrapastrosos y siempre adecuados a la contención de su escala. En su historia de conexión nos encontramos a Kristanna Loken, la letal asesina de Terminator 3 (2003), interpretando a una madre suburbana atada y atrapada en su sótano por un muñeco de ventrílocuo espeluznante con la voz de Scott Thrun. La mujer le cuenta historias al títere asesino para sobrevivir.
La primera es una creativa variación del tema del cuadro maldito inspirado por el clásico de una de las primeras piezas antológicas de horror, Three Cases of Murder (1955), sobre un ejecutivo de un museo de arte cuyo hijo es succionado por un demonio de las pinturas. La pieza más abiertamente cómica tiene a Sébastien Lalanne como un zombi que busca venganza de los que le llevaron a la morgue antes de que se le caigan todas las partes del cuerpo. El segmento más aterrador tiene a Tiphaine Daviot interpretando a una mujer perseguida por un djinn, descrito casi como si fuera uno de los hombres sombra de la parálisis del sueño de The Nightmare (2015). Otros tienen a fantasmas que siguen a un corredor y un secuestro por parte de extraterrestres, y en general tiene la rara virtud de no tener ninguno de los relatos peores que los demás, quizá porque todos ellos están codirigidos y coescritos por solo dos cineastas, François Descraques y Guillame Lubrano, quienes se mueven sin esfuerzo entre lo serio y lo cómico logrando el equilibrio adecuado entre ambos y sin recurrir demasiado al gore, poniendo su énfasis principal en la atmósfera y la construcción de las piezas de cada segmento, logrando un resultado en el que la voluntad de hacer algo ligero no riñe con el cuidado en los resortes que hacen funcionar la narración, tengas dos millones de euros o solo unos miles.
11- Creepshow (2021) temporada 2 y 3
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Shudder ha ido ganando popularidad como la principal plataforma de terror en los pocos años que lleva funcionando, y uno de sus estandartes asociados a su marca, es la serie inspirada en la película de George A. Romero y Stephen King, Creepshow (1982). Si la primera temporada  de 2019 fue bienvenida por los fans y la crítica, lo cierto es que en su intento de adaptar pequeños relatos no siempre encajaba con el tono de las películas a las que intentaba hacer homenaje, y al final incurría en la irrelevancia de autores que acababan cediendo sus historias a momentos para introducir la secuencia gore del momento. La leyenda de los efectos especiales Greg Nicotero parece haber cogido confianza como productor y director, y ha conseguido sobreponerse a su antecesor para encontrar su propia voz. El Creepshow de televisión es modesto, no brilla en lo narrativo o en la capacidad visual de sus directores, pero con las limitaciones en mente la segunda temporada supo ir al grano en sus 5 episodios, con dos mitades independientes por cada uno, y al final sabe que su fuerte es mostrar monstruos, gags y animatronics, por lo que el concepto se asemeja más a la serie de los 80 Monsters que a otra cosa.
La segunda temporada es la más constante en la calidad de sus episodios. Algunos de los más memorables son Public Television of the Dead, un homenaje casi meta a The Evil Dead (1981) que recupera a Ted Raimi u otro en el que Justin Long se superpone tanto en dentro de Night of the Living Dead (1968) como de Pánico en el transiberiano (1972), con mención especial para la lovecraftiana Within the Walls of Madness, sobre un tipo que se enfrenta a un dios parecido a Cthulhu que le llama y finalmente se revela tan monstruoso y enloquecedor como él imaginaba. En la temporada 3 no hay tantos segmentos brillantes, pero el episodio Drug Traffic es una impresionante muestra de efectos especiales de Nicotero para dar vida al penanggalan, el demonio malayo consistente en una cabeza volante con las vísceras colgando. El episodio A Dead Girl Named Sue  es un auténtico apéndice “oficial” a la primera noche de los muertos de George A. Romero y Queen Bee mezcla criaturas insectoides y poseídos a lo Demons (1985) o The Dead Pit (1989), un conjunto de esfuerzos que quizá podrían disfrutar de mejores guiones y directores para hacer lucir más el asombroso trabajo de efectos, pero hoy por hoy es consciente de sus limitaciones y su propuesta es un trabajo de fans para fans, con todo lo bueno y malo que pueda conllevar eso, un pequeño regalo que cuando funciona merece mucho la pena.
10- Two Sentences Horror Stories - Temporada 2
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Las antologías de terror han sido una constante en la televisión reciente, pero una de las menos conocidas es esta desarrollada por la actriz Vera Miao, que aquí pasa a la tarea de guionista para escribir episodios basados en varias microhistorias de miedo compuestas por dos frases. Esta expresión de ficción empezó como una moda en las redes sociales y se ha convertido en un subgénero literario propio, y gracias a ello es la primera vez que un hilo de Reddit se transforma en una serie de televisión. Cada temporada de este experimento tiene 10 episodios, cada uno con una duración de alrededor de 20 minutos, y estos siempre se abren con la primera oración de la historia y cuando llegan a su conclusión aparece la parte final que ha inspirado el giro, y es ahí cuando el remate del episodio se aclara, normalmente con bastante humor negro. Este formato permite un regreso a un estado natural del género que se había ido perdiendo y es la duración concisa de cada relato, no pierde el tiempo al sembrar su premisa, logrando que no haya una sobrecomplicación en sus tramas y estas fluyan directas a su coda terrorífica y no demasiado halagüeña para sus protagonistas. Una de las características de Two Sentence Horror Stories es que tras sus premisas de terror siempre hay alguna vuelta de tuerca a algún subgénero conocido y un examen más detallado de sus protagonistas revela que siempre hay algún tipo de minoría representado, con lo que de alguna manera cada segmento aborda temas difíciles y, a menudo, controvertidos.
Presiona miedos primarios universales filtrados a través de las ansiedades de la generación más conectada entre ellos y racialmente diversa, abordando la adicción, el acoso trans, la codicia, los contagios, la vanidad y el blanqueo de cultura. A menudo hay un pequeño elemento moral como desencadenante, al estilo de las viejas historias de cómics de los 50, pero siempre hay algo más retorcido y con gamas de grises que hacen que el elemento tratado no sea una consecución de convenciones positivas. Si bien su primera temporada fue algo irregular, la segunda tanda de episodios han estado sorprendentemente inspirados, con grandes episodios como Bag Man una perversión de The Breakfast Club con Hellraiser con el miedo a los tiroteos en escuelas de fondo. Instinct, sobre una asistenta de hogar que comienza a sospechar que su empleador sea un asesino en serie. Impostor, sobre un asiático-estadounidense está a punto de recibir un premio cuando es acosado por un misterioso Doppelgänger, además de centros de venta e-commerce atacados, una hermana presuntamente poseída por un demonio, una esteticista que sospecha que pasa algo extraño en el salón donde trabaja, una niña perseguida por fantasmas en la morgue donde trabaja su madre, una criatura que acecha en un centro de cuidados paliativos… todo tipo de historias que sirven de excusa para ver un rato de horror eficiente y autónomo basado en los dos componentes esenciales del género: expectativa y subversión.
9- Historias para no dormir (2021) – Freddy
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La resurrección de la serie Historias para no dormir de Chicho Ibáñez Serrador por parte de Amazon es un tanto decepcionante. No es que los episodios no estén bien dirigidos, pero los remakes de El doble y La Broma no son demasiado memorables, pese a que el último tiene un cierto punto como comedia negra. Otro como El asfalto sí que plantea una inteligente actualización del contexto social de un episodio clásico sin romper su poder abstracto, en el que la gran dirección de Paul Ortiz maneja la sensación de extrañamiento apoyada en un estupendo Dani Rovira, pero sobre todo dando un contexto social a la precariedad como cepo para los mecanismos más esenciales del ser humano, como es la paternidad. Pero la estrella de la función es el episodio Freddy, que hace un contraste estupendo al doblete que presentó en 2021 el director Paco Plaza, que sigue creciendo como el gran nombre del cine de terror español contemporáneo mientras presentaba en salas su aterradora La abuela
Aquí da un giro en tono y es capaz de adaptarse a un tono mucho más festivo sin condicionar su madurez a una solemnidad impostada. Así, en esta gran reformulación del episodio original cruza Shadow of the Vampire (2000) con Muertos de risa (1999) en un divertido neogiallo en plena era del destape que revive al mismísimo Chicho Ibáñez Serrador para ejecutar la obra meta definitiva de la serie, dándole verdadero sentido a la idea del reboot y haciendo del director un personaje recurrente de la televisión española tras su protagonismo en el episodio Entre dos tiempos (2017) de la serie El ministerio del tiempo. En esta nueva Freddy Lucio Fulci charla con Mariano Ozores y Dario Argento con José Luis Moreno y su monchito para desgranar la eterna relación entre ventrílocuo y el muñeco Charlie, que sigue la tradición psicológica de Dead of Night (1945), The Living Doll (1964) y Magic (1978), pero también se aprovecha la porcelana para dotarle de un sabor a lo Profondo Rosso (1975) y su variación de Dead Silence (2007), lo que se completa con algunos asesinatos planificados como una de aquellas películas de la era, adornado además con un precioso uso surrealista de los colores mientras la psique del protagonista se derrumba a golpe de cuchillo y los divertidos exabruptos de un muñeco que rivaliza en irreverencia a Chucky. Chicho estaría orgulloso.
8- Wellington Paranormal – Temporada 3
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El éxito de What We Do In The Shadows, la serie de culto sobre vampiros que actúan como idiotas vanidosos que surgió de la película homónima, siempre ha eclipsado el hecho de que el primer spin off de la película de 2014 fue Wellington Paranormal. Los productores Jemaine Clement y Taika Waititi cogieron a los oficiales despistados que perseguían a sospechosos paranormales de la película para ponerlos en un formato similar a la serie Cops, —más bien al del crossover de esta con X-Files— con más presencia esta vez de Clement, que es responsable de algunos de los mejores guiones y dirige casi la mitad de los episodios.  Wellington Paranormal está rodado al estilo de un documental policial, siguiendo a los oficiales O'Leary (Karen O'Leary) y Minogue (Mike Minouge) mientras investigan los muy comunes fenómenos paranormales en la capital de Nueva Zelanda. Su aliado principal es el sargento Ruawai Maaka (Maaka Pohatu), cuya trastienda “secreta” es un archivo de todos los casos paranormales en la ciudad desde hace casi 70 años, con lo que Maaka está comenzando a ver un aumento en los fenómenos y decide crear una unidad paranormal, como Mulder y Scully porque “ella es analítica como Scully y él es moreno como Mulder”.
Wellington Paranormal empezó en 2018 y ya lleva tres temporadas y un especial navideño, incluso crearon un clip de de concientización sobre COVID-19 con la policía real de Nueva Zelanda. La serie es un éxito en su país por una buena razón; es muy divertida y tiene un sentido del humor muy, muy peculiar, que en su lugar de origen conecta con el público a la perfección. Es raro, absurdo y a veces tan estúpido que roza un surrealismo no para todos los paladars. Sus personajes son inconscientemente cobardes, supuestamente estúpidos, pero nunca son juzgados, ni la cámara les mira por encima, sino todo lo contrario, son adorablemente ingenuos, les coges muchísimo cariño. Minogue y O'Leary ignoran el peligro de hombres lobo, vampiros, bichos gigantes, fantasmas o poseídos y los tratan como si fueran delincuentes normales, lo que crea un costumbrismo reconocible en contraste con el material fantástico que trata, haciendo del bajo presupuesto su bandera, la torpeza y los diálogos ridículos su lenguaje. Los homenajes al género implican un conocimiento del cine de terror a veces bastante agudo, y en la tercera temporada tenemos, Sasquatchs de la mitología maorí. personas atacadas por sus peores pesadillas o una gran masa de grasa congelada en las alcantarillas de Wellington con un gran homenaje a The Blob (1988) con lo puesto. La cuarta está en emisión y parece no bajar el nivel para convertirse en una comedia de terror a la altura de su prima americana.
7- Chucky (2022) 
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El slasher vuelve a estar de moda justo un par de años del remake de Child’s Play (2019) que se interpuso en los planes de Don Mancini de seguir con su saga predilecta, que estaba marinando para seguir en formato televisivo. Ahora, con secuelas de Scream (2022), Halloween (1978) y The Texas Chainsaw Massacre (1974), los iconos clásicos del terror de body count se reivindican como nunca y el creador del títere asesino ha tenido oportunidad de reivindicarse a lo grande, con un éxito que ha llegado a 9'5 millones de espectadores en plataformas manteniendo la esencia de su creación y logrando la mejor entrega desde Bride of Chucky (1998). Para lograrlo se ha aliado con Nick Antosca, con quien trabajó en la ya legendaria Channel Zero y los marionetistas Tony Gardner y Peter Chevako cuyo diseño se ha construido según el del capítulo con reacción más positiva de la saga a lo largo de los años los años, la estupenda Child’s Play 2 (1990), en la que Kevin Yagher dobló su maestría desde la sencillez. La nueva serie trata de unir todo el universo de las secuelas en un solo producto, recuperando la premisa inicial de la primera película, descartada por ser demasiado oscura, con un chaval, que más allá de ser una víctima, es el objetivo de la corrupción del muñeco, convirtiéndole en su herramienta.
El resultado no puede ser más extraño y diferente a lo que hemos conocido en formato largometraje, una reinvención teen oscura, con más en común con películas como Magic (1978) o The Pit (1981), llevando los tropos clásicos de la relación del hombre y su marioneta viviente a una dimensión psicológica que siempre ha existido en el cine de ventrílocuos desde Dead of Night (1945) hasta la española Freddy (1982) de Chicho Ibáñez Serrador, que hemos comentado. Hay detalles como la escultura de muñecos en donde se deja ver la mano del gran Nick Antosca, quien aporta una visión extraña, mórbida y oscura que sorprende por su ángulo de moral turbia, muy provocador frente al inusual transfondo LGTBI anhelado por Mancini durante años. Chucky aprovecha la apertura de miras de la televisión y afronta su trama queer explorando la vulnerabilidad y conexión del primer amor con más sensibilidad y honestidad que muchas series mucho más autoconscientes, pero lejos de tomarse en serio ofrece un desarrollo malvado, macabro y sin pelos en la lengua. Conforme pasan los episodios esta primera temporada presenta una tremenda colección de set pieces de horror y asesinatos creativos, crueles y verdaderamente gore, sin descuidar una construcción de la tensión que utiliza el formato televisivo para jugar con el tiempo sin miedo, llegando a un equilibro de suspense y sangre envidiable en episodios como el sexto, recogiendo lo mejor del manejo perverso de la tensión de Tom Holland con una inusual crudeza a la hora de elegir a sus víctimas, manteniendo siempre intacta su incorrección grosera, sardónica y empapada de sangre. Salvajemente divertida.
6- Ghost Stories For Christmas: The Mezzotint (2022)
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A Ghost Story for Christmas es una serie de mediometrajes realizados para la televisión británica de forma anual, retransmitidos originalmente en BBC One entre 1971 y 1978, y resucitados esporádicamente por la BBC desde 2005. El actor y experto en cine de terror Mark Gatiss ha sido uno de los mayores impulsores de estas nuevas historias de fantasmas de media hora durante los últimos años, para crear una nueva generación de espeluznantes cuentos de Nochebuena y ahora, adaptando una historia corta del mismo nombre de M.R. James, como casi siempre, con The Mezzotint ha logrado su mejor episodio de esta nueva tanda de nuevo milenio. El episodio está ambientado justo hace 100 años en 1922, y su protagonista, Williams, es una figura clásica de la literatura de James, un solterón académico, enclaustrado en sus despachos de la universidad, disfrutando de las cartas, los libros y el golf y con poca conexión con el mundo exterior y en este caso, ha sido interpretado de forma impecable por Rory Kinnear, al que veremos en Men (2022) de Alex Garland.
Williams, a través de un comerciante, recibe un grabado (mezzotint) algo anodino de una casa señorial para su posible inclusión en el museo de la Universidad. El grabado tiene un maravilloso juego de luz de la luna a través del césped, pero hay algo raro y es que Williams cree recordar que no había ninguna luna en la imagen cuando miró la pintura por primera vez. Durante los siguientes días va notando más los cambios en la imagen, pero sobre todo la aparición de una figura retorcida y tambaleante que se acerca a la casa. Gatiss, añade algo más de momentos de miedo y un final más espeluznante a la historia. Con un presupuesto reducido y con un tiempo de rodaje limitado, el resultado es una redonda adaptación a la altura de las grandes de la serie Whistle and I'll Come to You (1968) o A Warning to the Curious (1972) haciéndole por fin justicia a una de las mejores piezas del autor, y a una historia que ha influenciado a muchas otras historias que tratan sobre una imagen que se mueve y va cambiando misteriosamente, a menudo con figuras espantosas que aparecen, como hizo la serie Night Gallery en su piloto The Cemetery (1969), el cuento corto The Sun Dog (1990) de Stephen King, que cambiaba la pintura por una polaroid, o uno de los mejores momentos de In the mouth of Madness (1995).
5- Yellowjackets (2022)
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Una de las grandes sorpresas del 2021 fue esta magnífica serie aparecida de la nada en el canal Showtime, que guarda su secreto en su habilidad para desarrollar dos narrativas simultáneas, un Lord of the Flies femenino y un presente enigmático con las vidas complicadas de cuatro adultas supervivientes lidiando con el pasado. Los showrunners y creadores Ashley Lyle y Bart Nickerson idearon una historia que sigue a las chicas de un equipo de secundaria que luchan por sobrevivir cuando su avión se estrella en las montañas camino al campeonato nacional. Este punto de partida le ha ganado comparaciones con Lost, que también partía de un accidente aéreo, tenía flashbacks y se movía en un territorio lleno de suspense y preguntas sin respuesta. Sin embargo, en el caso de Yellowjackets hay una mezcla de varios subgéneros fusionados todo rico en escalofríos, parte Stephen King y parte cine de supervivencia o backwoods horror. Esta fue una de las razones por las que la serie llegó casi de tapadillo hasta convertirse gracias al boca a oreja en uno de los fenómenos del año pasado, en donde hasta su magnífica escena de créditos se ha convertido en una pieza de cultura pop reciente.
Su contexto de desesperación salvaje, el oscuro secreto caníbal que sobrevuela y las trampas de thriller psicológico van cimentando un misterio en donde caben ceremonias rituales, drama adolescente, elementos de folk horror, con figuras envueltas en pieles, y tensión constante a medida que hay una evolución desde la ficción de aventuras oscura al posible terror sobrenatural, que no se corta en el gore ni esconde detalles como símbolos misteriosos tallados en árboles, visiones aparentemente proféticas, sonambulismo, posibles elementos de historias de fantasmas e incluso una narrativa de posesión. Yellowjackets se toma su tiempo en desarrollar a sus personajes, y no tiene prisa en contar todo lo que ocurrió en los 90, conformando una sólida parte de presente amargo en donde las consecuencias generan nuevas preguntas, mientras suena una excelente BSO de los 90 que completa la experiencia con temas de Smashing Pumpkins ,Snow, Hole o PJ Harvey. Además, junta a tres iconos de la década como Christina Ricci, con uno de los grandes personajes del año, Juliette Lewis y Melanie Lynskey en un mismo reparto. La dirección del piloto de Karyn Kusama es espectacular y marca un empaque de cine puro, nada acomodado y siempre con un grano alejado de la textura digital que han convertido la serie en una de las imprescindibles de los próximos años.
4- Brand New Cherry Flavor (2022)
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La sorpresa del verano 2021 en Netflix. Una indescriptible serie de terror candidata a rareza de culto para el futura sobre una aspirante a directora de cine que vomita gatitos, busca pelos púbicos para conjuros y que tiene visiones de mujeres con la cara hueca. Adapta la novela homónima de Todd Grimson pero apenas cubre un tercio de la misma, una historia de venganza sobrenatural en el mundo sórdido de Los Ángeles, con Hollywood como telón de fondo, conformando un LA Gothic fascinante que desafía los límites del género con su catálogo de apariciones, zombies vudú, sexo bizarro, demonios extraños, body horror y la imaginería más extraña que se haya encontrado en la plataforma. En parte comedia generacional, en parte la temporada cinco de Channel Zero, la trama va tomando un toma y cada de maleficios que la acercan a un Thinner reimaginado por Tom DiCillio, Lynch y Cronenberg que consagra a Nick Antosca como una de las voces más libres e inclasificables del terror actual con su relato amoral sobre el MeToo y la luchas de poder en el mundo del cine. Bajo un prisma de realismo mágico oscuro y texturas de noir indie de los 90 trata temas similares a películas Hollyweird como Inland Empire, o The Neon Demon, pero su tono no es tan opresivo, sino que trata el agujero negro de Hollywood como una comedia grotesca en la que la ética de todos los personajes es pringosa y cuestionable.
 Hay locuras como producción de fetos de felinos por vía esofágica, órganos sexuales a lo Rabid (1977), y un fetichismo por los mismos digno de Crash (1996) lo que lleva a una escandalosa secuencia de sexo con fist fuckings dorsal explícito que deja el momento similar de Videodrome (1983) como un vídeo educativo de colegio de monjas, meses después de su estreno se convertiría en fenómeno viral en TIkTok. Hay lugares asfixiantes que reflejan los propios demonios, y un corto maldito llamado Lucy’s Eyes que tiene su propio encanto afín a los vhs underground. La actriz Rosa Salazar borda a Liza Nova, la antiheroína de la serie, un personaje oscuro con el que no es difícil empatizar a pesar de su comportamiento cuestionable, aunque la verdadera protagonista sea una Los Ángeles decadente y en contacto con el infierno, con puertas giratorias con Hollywood y el mundo del arte en la tradición de horror de The Day of the Locust (1975) o Under the Silver Lake (2018). Impredecible y con la lógica de horror surrealista de un cómic de Charles Burns (incluso Clowes), consigue un extraño equilibrio con la comedia absurda que la emparenta con otras rarezas únicas como Dellamorte Dellamore (1994). Brand New Cherry Flavor puede ser algo irregular, pero es una experiencia distinta (por fin) para los paladares hambrientos de rarezas que aparecen de la nada y huyen de la dictadura del algoritmo. Un viaje lisérgico y grimoso que muestra que las fronteras al género del terror están por trazar.
3- Evil – temporada 3
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El matrimonio King no desaprovechó la pandemia y hasta consiguió rodar en cuarentena la estupenda parodia zombie de The Bite, totalmente recomendable para fans del terror, pero la nueva temporada de Evil fue un desafío total a las dificultades de producción —uno de los episodios transcurría en el metro y tuvo que ser cambiado— dejando una temporada absolutamente libre, que deja una inesperada sensación de que puede pasar cualquier cosa.  Ya para empezar, cada episodio tiene una deliciosa presentación con un abecedario con los títulos a modo de libro emergente, creadas por el ilustrador Balvis Rubess, autor del  Pop-up Book of Nightmares. Como es habitual, los nuevos episodios centran su terror en la ambigüedad, pero esta vez deja ver visiones, coincidencias extrañas, sueños, y alucinaciones demoníacas más a menudo muy centradas en el uso de efectos prácticos e iluminación antes que el CGI. Las posibilidades de la exploración del origen del mal se expanden con una juguetona plantilla infinita en donde cada casos es un lienzo en blanco para analizar temas relevantes y actuales, como el episodio en el que encuentran un círculo interno dentro de la policía, una forma de afrontar el caso George Floyd con resultados siniestros.
La serie nunca se acomoda, siempre se mueve hacia adelante sin repetir en absoluto dinámicas adquiridas o repetir esquemas de capítulo a capítulo, rompiendo todas las expectativas de su formato procedural. Una de las principales críticas que ha recibido la temporada es que expande mucho su mitología pero no cierra ninguna de sus subtramas. Si la primera estaba llena de códigos y elementos que se iban uniendo a lo largo de sus 13 capítulos, esta parece abrir el abanico de símbolos, claves y enigmas, sin acabar de dar todas las respuestas, algo que refuerza el matiz enigmático del conjunto y abre la puerta a un gran arco que merece paciencia para distintas temporadas. Por lo demás, juega de nuevo con la idea de los casos con posibles explicaciones racionales pero con una idea mucho más frontal del origen esotérico del mal que lleva a momentos atmosféricos, códigos visuales de horror sobrenatural moderno y apariciones que dan bastante miedo. Episodios como el del monasterio de clausura, totalmente en silencio de principio a fin, son brochazos de genio por los que la serie se compara con X-Files, también hay uno escalofriante de un ascensor maldiro yvariaciones geniales del tema de los zombies de Haití, los muñecos poseídos o las apariciones de ángeles. Con un trío de protagonistas lleno de química, tan adictivo como Mulder y Scully, Evil es la serie de terror en activo más absorbente, divertida y autoconsciente, de la televisión.
2- Chapelwaite (2021)
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Stephen King sigue siendo una fuente inagotable de adaptaciones para la televisión de terror. Aunque por debajo de sus posibilidades, la nueva The Stand (2021) ha sido injustamente maltratada, y merece una oportunidad, pero la verdadera sorpresa del año fue Chapelwaite, una exquisita miniserie precuela de Salem’s Lot en 10 episodios que suponen un tremendo buffet libre para amantes del cine gótico de vieja escuela, con criaturas de la noche y un rango que va del horror psicológico al cósmico. Peter Filardi, guionista de la mítica The Craft (1996) actúa como showrunner, completando su visión de la obra de King tras escribir la reivindicable Salem's lot (2004), aunque en esta ocasión el acabado es más añejo, con el mismo director de arte de The Lighthouse (2019), recordando en su aspecto a la primera temporada de The Terror (2018). Aquí adapta el relato lovecratiano Jerusalem's Lot de Stephen King como punto de partida para crear una historia épica en la quinta ficción relacionada con la novela de King, tras las dos adaptaciones oficiales, y las secuelas apócrifas, incluyendo la fantástica temporada 2 de Castle Rock (2019), con la que tiene algún punto en común que da cierta coherencia al universo Marsten. Filardi usa el texto de King como gran fresco para condensar sin reparos todos los ingredientes del cine de terror gótico más decimonónico, con un tono que recoge el espíritu del ciclo Poe-Corman de la AIP: retratos de antepasados con secretos, mansiones chirriantes, maldiciones familiares, deformidad, exhumaciones...
Pero además, la historia deja espacio para incorporar elementos de literatura weird, con un combo de episodios que podrían ser una adaptación de The Rats in the Walls de H.P. Lovecraft, y algo también de The Haunter in the Dark y su protagonista es un viudo que podría haber salido de la pluma de Edgar Allan Poe. Hay tres actos bien diferenciados que introduce en el relato incluso elementos de folk horror. Afronta el género desde la vocación de terror atemporal, resultando casi anacrónica, alejada de tendencias en su paciente aproximación al gótico, centrándose en atmósfera y la gramática del cine de época de otra era, rara avis para amantes de los clásicos de los 60. Durante el primer acto la serie se centra en las leyendas alrededor de Preacher's Corners, los misterios de la mansión y el duelo del protagonista, creando un tono fúnebre y desangelado y se convierte en una espiral de locura paralela a los misterios. El tono lúgubre se mezcla con las leyendas de Nueva Inglaterra y la tradición de folklore americana, con pueblos supersticiosos y temerosos de extraños que parecen dibujados con los trazos de Sleepy Hollow y otros lugares de tinieblas de la obra de Washington Irving. Al llegar a su nudo cambia el horror psicológico por el mundo de horribles seres de la noche y ghouls, familiares en el universo de Stephen King, también estableciendo ciertas alianzas heróicas que parecen una variación genuinamente weird western de la novela. Stephen King explicaba que la inspiración para sus no muertos eran los que salían en las portadas de los viejos tebeos de terror de la EC y similares, y aquí siguen la misma doctrina extendiéndolo a las apariciones en revistas de la Warren.
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La aproximación visual al no muerto se acerca a la podredumbre del cuerpo del Nosferatu (1979) de Herzog, así como la decrepitud de otras películas del género en los 70, como las duplas de Count Yorga y Dark Shadows o filmes tardíos de la Hammer. Ya el tercer acto de circula alrededor del horror cósmico, relacionado aquí con una creación de Robert Bloch que se incorporó en la mitología de H.P. Lovecraft, el De Vermis Mysterii una especie de necromomicón "menor" que aparece no solo el relatos de Bloch como The Shambler from the Stars, sino en obras del propio H.P. Lovecraft como The shadow out of time, pasando a la mitología de Stephen King, quien, también lo incorpora en la escurridiza Revival. El tramo final de Chapelwaite es una gran vuelta a los terrores de barricada de John Carpenter y George A. Romero, puro western horror que no escatima sangre para representar una lucha del bien y el mal épica. Su clímax, es diferente al relato de King, ajustando esa visión del horror cósmico de forma más sutil e indirecta: detalles de la presencia del mal, visiones de gusanos y soluciones sencillas que ajustan el presupuesto para nunca plasmar algo que luzca irreal. Con un epílogo más apoyado en lo emocional y una sentida interpretación de Adrián Brody, muy coherente con el tono melancólico del relato y la naturaleza del romanticismo literario acorde a las influencia victoriana sobre la que se construyen los personajes, la serie es la rara aproximación contemporánea al terror que tan solo quiere ser terror, con aires de otra época, de sesión de Alucine en sábado noche, una de las mejores adaptaciones de Stephen King recientes y un listón muy alto para el próximo Salem's Lot de Gary Douberman y James Wan.
1-Midnight Mass (2021)
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El director y guionista Mike Flanagan, consagrado al género del horror y fantástico ha logrado perfeccionar sus fortalezas hasta un lugar donde parecía imposible llegar tras The Haunting of Hill House (2018) y Doctor Sleep (2019) completando su tenebrosa trilogía sobre la desintoxicación con una obra monumental de horror humanista sobre la fe, el fanatismo y la adicción. El director, más devastador que nunca, ha creado en Netflix una miniserie densa y literaria, como una adaptación de un libro perdido del Stephen King más maduro. Oscura como una sotana, y llena de decisiones impensables para una plataforma, Midnight Mass lleva el género a un nivel más profundo sin una sola escena colocada sin propósito, necesitando de un segundo visionado para vislumbrar al completo la dimensión de su arquitectura narrativa. Un clasicismo americano no muy distinto al de Frank Darabont, que sigue más preocupado en establecer los cimientos de una historia bien construida que en mostrar músculo técnico de piruetas, aunque el hecho de que los siete episodios tengan al mismo director detrás les confiere una elegancia cinematográfica inusual en obras de la plataforma y una coherencia sólida entre todos los aparatos de producción. Un trabajo de guion minucioso e inspirado que rinde homenajes a la obra de King como Salem’s Lot (1979), Storm of the Century (1999), The Mist (2007), Needful Things (1993) o Revival.
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Pero quitando algunos parecidos con el punto de partida del relato arquetípico de Something Wicked This Way Comes (1993), la miniserie toca temas troncales al universo del autor como la rehabilitación y el peso de la culpa, y su elección narrativa de aumentar los minutos de largas conversaciones, diálogos densos y una cualidad dramática que a veces se impone sobre el terror, lo que llevó al cuestionamiento del conjunto. No faltan escenas de miedo efectivas, aunque conviven en equilibrio con los grandes temas de la fe, la manipulación de esta, el perdón y la muerte, deleitándose en pequeños momentos y en donde pequeños símbolos se resignifican, especialmente en las relaciones entre personajes que un segundo visionado surgen como revelaciones. Los símbolos cristianos de los estigmas, la señal de la cruz, los ángeles, los milagros o la pasión de Cristo son vistos bajo una óptica lateral, de forma que todos los pilares del cristianismo se ponen en cuestionamiento bajo el prisma del cine fantástico y de terror del género vampírico. Hay sin embargo más en común con la idea del Mad Doctor, encarnado en el Padre Paul, un personaje con una imponente actuación de Hamish Linklater, que decide probar los experimentos que ha vivido él mismo en un pequeño pueblo agonizante, levando el final a equivalencias con Jonestown y otras sectas religiosas con finales devastadores.
La fotografía de Michael Fimognari es exquisita, aprovechando la luz natural de los amaneceres y ocasos de Crockett Island para conseguir planos bucólicos naturales impresionantes, dejando grandes estampas como la icónica aparición del ángel en la misa final. Pero más allá de su cualidad cinematográfica, la historia en siete horas permite numerosos giros y decisiones en frío, tan poco comunes como arriesgadas, que hacen comprender por qué Mike Flanagan y Trevor Macy han ido arrastrando el proyecto durante diez años.   Midnight Mass es su gran obra maestra, relevante, y que certifica la mirada humanista de su director tocando ansiedades eternas y horrores sin caducidad, reafirmando la importancia de su nombre dentro del género y reclamando un reconocimiento urgente un viaje tan hermoso como terrible, un inexorable camino hacia la condena hasta su remolino de emociones final, que pone los pelos de punta con un crescendo devastador que encuentra en los altibajos más oscuros y luminosos de la condición humana un tornasol de sensaciones  quizá la mejor de terror (o no de terror) de la nueva era de la pandemia.
Jorge Loser
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horrorlosers · 2 years
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La abuela (2021) review: el magistral ritual esotérico sobre el miedo a la vejez de Paco Plaza
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Un cuidado aquelarre en el Barrio de Salamanca de Madrid que bebe más del cine de terror clásico de lo que pudiera parecer y esconde una cuenta atrás inexorable llena de simbolismo, pistas y secretos ancestrales que tan solo podemos intuir. Una obra llena de matices y un ritmo flemático, que va envolviendo de maldad sus fotogramas para completar un binomio oscuro madrileño con Verónica (2017). Nos adentramos en algunos de sus secretos, claves, referencias e influencias.
Score: 90
SPOILERS de la trama de principio a fin.
La nueva película de terror de Paco Plaza se construye sobre un guion de Carlos Vermut a  partir de una idea del propio director que, según ha comentado en diversas entrevistas, surgió cuando contempló la lenta decadencia de un familiar, así como de su experiencia en diferentes hospitales durante el rodaje de su estupendo thriller gallego Quien a hierro mata (2018). La idea del horror a la vejez, sin embargo, no sorprende en la filmografía de un autor cuya obra ha estado siempre presente en el tejido social de España, con su particular mirada a las relaciones familiares y cómo estas conectan con lo cotidiano entre diferentes generaciones. La capacidad empática de Plaza define su facilidad para dibujar personajes y conversaciones que resultan reales y cercanas sin que esto suponga una fricción para la aparición de los elementos fantásticos, casi una evolución más sosegada de las dinámicas de tebeo Bruguera de Álex de la Iglesia y una puesta en práctica de los elementos claves de la ficción de Richard Matheson o Stephen King aplicados a las particularidades culturales de España.
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El tema de la vejez no es extraño en la obra de Plaza, ya era la idea central de su corto Abuelitos (1999), pero en La Abuela no solo se trata la gerontofobia, sino que hay un componente familiar turbio que no es tampoco ajeno a su obra. Ya en El segundo nombre (2002) existía un componente subversivo de familias que se devoran a sí mismas, con el sacrificio de la descendencia como parte de rituales ocultistas, y aunque el tono es muy diferente, ambas son sus dos películas con menos humor, más atmosféricas y asfixiantes. En su argumento no hay ninguna sorpresa, tras una escena inicial que muestra todas las cartas desde el principio, aunque de una manera silenciosa y llena de misterio, una joven modelo vuelve a Madrid para encontrar a alguien para cuidar de su abuela, quien la crio como a una hija, y su visita se convierte en una pesadilla en la que debe solucionar varios frentes laborales a distancia mientras se ocupa con paciencia de los cuidados de la anciana, víctima de un ictus y en estado casi catatónico.
El guion de Vermut no tiene prisas en introducir escenas de horror y presenta la situación como un lienzo para el trabajo de las dos actrices, siendo la contraposición de ambas mujeres el elemento más común a su filmografía, con diversos juegos especulares que van reflejando la idea de la decadencia, la belleza y el éxito, no ajenos a Quién te cantará (2018), pero que nunca llega a perder la perspectiva de una situación común a la mayoría. La abuela invierte tiempo en su representación de la dependencia, sin escapar nunca de los detalles menos agradables. Las deposiciones, las duchas, la comida a cucharadas… la idea de la vulnerabilidad se explota casi sin palabras en diferentes montajes que se van sucediendo de forma algo repetitiva, de tal forma que la visión inevitable del destino oxidado de uno se hace imposible de eludir. Son estos los momentos en los que Plaza pone a prueba al espectador, perjudicando algo el contenido fantástico de la obra pero obligando a confrontar el temor más profundo, el mirar la decrepitud propia, cómo se difumina la importancia de la juventud frente a un proceso inevitable. Tanto es así que cuando llegan las escenas de terror más familiares sirven como verdadera vía de escape más lúdica pese a lo tenebroso de su planteamiento.
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Plaza y Vermut abordan el reciente subgénero de horror geriátrico con un relato mucho más centrado en el propio elemento social, superando por muchos enteros propuestas como Relic (2020) o The Manor (2021) y haciendo algo así como una versión inversa de The Father (2021) en la que se toman los mismos referentes espaciales de la trilogía de los apartamentos de Polanski, quizá centrándose más en Le Locataire (1976), en su uso de paleta de colores y oscuridad. También aparece el plato de comida llena de gusanos de Repulsion (1965) y hay mucha afinidad temática con Rosemary’s Baby (1968), cuya tipografía es recreada para el título sin dejar dudas de sus referentes. Una de las variaciones del éxito con Mia Farrow más famosas en los años 70 fue The Sentinel (1977), una película que ya había inspirado muchos momentos de Verónica (2017) y que aquí vuelve a ser un referente temático, con esa protagonista modelo que tiene flashbacks de las orgías de su progenitor, metido en diferentes tramas ocultistas que repercuten a su descendencia. También la presencia de alguien mirando desde la ventana, o esa aparición del anciano semidesnudo en medio de la noche, una de las primeras apariciones de la vejez como elemento perturbador del terror moderno. No es de extrañar que muchos encuentren similitudes con la película de Plaza y Hereditary (2018), ya que la película de Michael Winner también sirvió de inspiración a Ari Aster en y que parece que ha marcado la tendencia del género actual, como la aparición de la mujer en los pasillos de It Follows (2014).
Y aunque es muy fácil conectar La abuela con esa serie de terrores de autor de marca A24, especialmente por su paciencia y delicadeza a la hora de plantear sus escenas de tensión, Plaza tiene una caligrafía mucho más clásica y europea, y sabe que el uso de señoras de la tercera edad como elemento terrorífico no es un invento reciente. Detalles que a primera vista no trascienden, como la ausencia de espejos en la casa, dejan espacio para conectar la idea de la eterna juventud con The Picture of Dorian Gray (1890) y el cuadro que refleja su verdadero yo, aquí funcionando a la inversa, siendo los retratos de pintura la forma predilecta de verse así mismas para estas brujas que, como las vampiras, parecen odiar los espejos, además de poner en práctica a su manera los trucos de belleza de la Condesa Bathory. Desde la mujer de negro que levita de The House on Haunted Hill (1959), pasando por el final de Burnt Offerings (1976) y todo el subgénero hagsploitation, o la presencia de brujas familiares como La tía Alejandra (1980), Plaza y Vermut saben que su aportación llega en un punto en el que se debe cuestionar la figura del anciano como monstruo en sí mismo, por ello dotan de un cierto cariz de relato moral o cuento de hadas oscuro coronado por un sensacional tercer acto tenebroso que parece recrear La gota de agua de Mario Bava, autor cuyo juego de oscuridad y caras iluminadas en La fustra e Il corpo (1963) es otra inspiración confesa de Plaza.
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El guion de Vermut se recrea en la idea del duelo entre una joven cuidadora y una moribunda en la cama, explorando una relación perversa que implica una dinámica de maldad planteada en relatos como El diablo de Guy de Maupassant, con algunos parecidos interesantes con la versión del mismo que se hizo en la serie española El quinto Jinete (1975). Aquí, la bondad inherente de Susana es puesta a prueba por su abuela Pilar, que finge su ictus para atraer a su nieta a tiempo para el día de su cumpleaños, mientras la lleva a la locura con un sibilino plan para retenerla cueste lo que cueste. El subtexto más a la vista contrapone el cuidado de los ancianos en el mundo real con un paulatino hastío que pueden provocar sus diferentes dificultades. Desde la desaparición sin rastro a la risa incoherente frente al televisor, todo son resortes reales que afectan a la paciencia de los que cuidan, y el personaje de Almudena Amor lo vive a costa de perder una gran oportunidad laboral que la lleva a desesperar tanto como para llegar a preparar un puré con un motivo ruin –ojo al sutil zoom de la cámara a su cabeza mientras lo prepara— que recupera una pista anterior cuando la abuela se atraganta por un pedazo de verdura mal picado. Este acto supone la corrupción final del recipiente, un requisito esencial para completar el ritual maligno que parece formar parte del plan.
Y aunque parezca que todo está contado en su escena inicial, hay muchos detalles que la película va desperdigando que esconden mucho más de lo que se puede notar a simple vista. El abyecto plan de Pilar se remonta a la infancia de Susana, que dice, con ingenuidad, que sus padres murieron en un accidente cuando era joven. Criada por su abuela desde bien pequeña, causalmente la ha dejado como única descendiente para ocuparse de ella y se pone enferma justo cuando su nieta le comunica que no podrá acudir a su aniversario. La turbia escena del día en el que las amantes marcan el destino de las dos niñas, cortándoles la coleta y dándoles de beber un enigmático brebaje, explica algunas de las pesadillas de Susana, quien encuentra en su diario –escondido en una contraseña de Estopa– una escalofriante visión de su abuela como un dinosaurio, dejándonos otra pista del mal ancestral que ha ido traspasando el tiempo a través de diferentes recipientes humanos, algo que sugieren los diferentes retratos antiquísimos en el cabecero de la cama. Quizá lo más terrorífico es que nunca sepamos qué es realmente, más allá de su parecido con las brujas o las madres de Argento, lo que empezó a trasladarse a cuerpos más jóvenes en un principio. La posterior visita de Eva es tremendamente siniestra, ya que no solo aparece para comprobar que el plan sigue su curso, sino para conocer mejor el receptáculo de la que será su pareja, tal y como parece que hizo Pilar unos meses antes, según nos deja adivinar la foto en la que aparece con ella, antes de que se completara el primer ritual que vemos al inicio.
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Plaza se acaba pareciendo más a Taboada que a Oz Perkins, y su relato de terror de brujería es muy clásico y frontal, destapando todas sus cartas en su primera escena sin tratar de darle vueltas forzadas, con lo que deja que el espectador vaya tres pasos por delante de la protagonista y aumenta la sensación claustrofóbica e inevitable de la pieza. El terror inexorable de la edad se muestra a través de un naturalismo incómodo, con una elegante narración rica en silencios e imágenes especulares, juegos de espejos y simbolismos. Ideas como mostrar un pájaro que acaba enjaulado cuando Susana queda dentro del envoltorio moribundo o las matrioskas que también nos cuentan el secreto de la “digestión” de la propia línea genealógica de la pareja de brujas protagonista durante muchas generaciones, derivan en poderosas estampas de género con una cualidad atemporal. Es cierto que la premisa no es demasiado original, se parece mucho a la de Gramma (1986) de The Twilight Zone, la adaptación de un cuento corto de Stephen King en el que una abuela moribunda que realizaba ritos esotéricos acaba poseyendo a su nieto en una velada de terror dentro de un mismo piso, pero esto tampoco acaba resultando tan importante como la forma en la que se presenta la historia.
El rito de posesión dirigida del cuerpo por hechizos no es nada nuevo y la idea de las parejas de una edad que deciden poseer carnes más tiernas mediante oscuros rituales es casi un tropo del cine de terror sobrenatural que ya encontrábamos en la fantástica The Mephisto Walz (1971) y resulta prácticamente el mismo que vemos en otras obras más recientes como The Skeleton Key (2005), que ya tomaba como inspiración Get Out (2017). Pero en la sencillez de La abuela hay una falta de artificio que hace que su mirada a la decrepitud deje el poso que busca, además de su sutil imaginería de reflejos y tinieblas elevado por el trabajo de las dos actrices, en especial una Vera Valdez que da verdaderos escalofríos y maneja un lenguaje corporal fascinante que rima con la niña Medeiros de Javier Botet. Plaza completa la media naranja de Verónica (2017) creando un dúo de películas de terror en la gran ciudad que se complementan y relacionan, siendo la primera la versión de barrio obrero de una posesión diabólica, mientras en la última junto a Vermut analizan un aquelarre en el barrio de Salamanca, la zona más elitista y próspera de Madrid.
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La complicada historia de rodaje interrumpido de La abuela hace que sea imposible no relacionarla con lo ocurrido durante 2020 y las muertes masivas en residencias que pusieron en el foco la vulnerabilidad de los mayores de edad, de tal forma que las imágenes de las noticias de la muerte de todos los ancianos de una residencia dan una ración doble de escalofríos y ratifica el momento relevante de una película así, más allá de la cantidad de estrenos de género relacionados con el edadismo social. Paco Plaza ha firmado su obra más minimalista y madura, pero también la más enigmática y llena de sugerencia, demostrando que su presencia se hace notar aquí o en una película como Rec 3: génesis (2012) sin que parezca que haya otra persona tras la cámara, conformándose como el autor más fiel, constante e importante del cine de terror europeo actual.
 Jorge Loser
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horrorlosers · 2 years
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Las 21 mejores películas de terror de 2021
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Como cada temporada, el cambio de año invita a hacer una reflexión sobre las ofertas más relevantes del género durante sus 12 meses. Seleccionamos nuestras veintiún películas favoritas estrenadas comercialmente durante el año 2021 y comentamos por qué creemos que merecen estar entre lo imprescindible del año.
Si 2020 fue todo un viaje, 2021 no le ha ido a la zaga. Una realidad alterada por una pandemia que condiciona todos nuestros movimientos y el pulso social que nos lleva a querer introducirnos en otros mundos, realidades más entretenidas y donde podamos pasar miedo con la seguridad de que lo malo ocurre al otro lado de la pantalla. Si algo bueno ha tenido esta segunda fase de la pandemia es que el cine ha respondido con decenas de películas, muchos proyectos que aguantaron el estreno cuando las salas eran una utopía y otros rodados con medidas de seguridad Covid. No han faltado títulos y hemos hecho hueco para alguno más para poder reflejar la extraordinaria cosecha de pequeños y grandes trabajos, puede que pocos destinados a ser clásicos que cambian el juego, pero sí una muestra de diversidad, de distintas voces haciendo cosas en el terror.
Hay muchas voces femeninas nuevas con debuts impresionantes, un regreso al slasher verdaderamente marcando la pauta de la versión mainstream del cine de terror, pequeños presupuestos que lucen como trabajos de estudio, avalancha de estrenos en plataforma, rescates de festival que no deben quedar en el olvido, muchas secuelas, el resurgir de la escena británica haciéndose cada vez más fuerte, la aparición de Nueva Zelanda en el mapa, nuevas muestras europeas y el regreso de maestros desde la tumba en un gabinete de pequeños caprichos, próximos filmes de culto y obras que requieren de varios visionados para descifrarlas. Pasen y vean.
 21- Sound of violence (2020)
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El director Alex Noyer expande el mundo planteado en su cortometraje Conductor en su debut en el cine para explorar el fenómeno de la sinestesia – estados alterados como sentir colores o saborear formas— filtrándolo a través del género de terror. Alexis es una chica sorda que tiene la capacidad de escuchar sonidos como colores, pero solo a través de hechos violentos, por lo que el sonido en la pantalla se filtra a través de sus oídos, haciendo que la trama en sí no sea tan importante como la experiencia. Noyer, productor de vídeos y documentales musicales, crea un diseño de sonido impecable, tanto para comunicar cómo se siente Alexis cuando no escucha nada como para transmitir sus horribles paisajes sonoros. Esta técnica permite que el espectador se sumerja por completo en su mundo, lo que nos permite centrarnos únicamente en ella y nos pone en una posición incómoda cuando se revela la naturaleza de la fuente de su música. Alexis trata de replicar su primera experiencia sinestésica durante toda su vida; una sensación tan fuerte que nos permite entender por qué quiere volver a experimentarla, con lo que se va convenciendo de que el verdadero arte proviene del sufrimiento de los demás.
Noyer, a través de Alexia, experimenta con los sonidos vistos como explosiones de color de otro mundo, pero estas solo surgen en el contexto de violencia extrema, lo que da lugar a una trama a lo A Bucket of Blood (1959) de “asesinatos por obligación” que equilibra la oscura montaña rusa emocional de la película con un humor perverso que nos hacen empatizar con la sonada misión de Alexis, una verdadera artista en busca de su última frontera. Ella encarna el espíritu del Dr. Frankenstein, tal y como se presenta a Peter Cushing en las películas de Hammer, un poco de Patrick Bateman pero con una ingenuidad curiosa insólita encarnada por una sorprendente Jasmin Savoy Brown, quien aparece en la próxima Scream (2022) y la flamante serie Yellowjackets (2021). Su periplo se nos cuenta a través de una experiencia audiovisual extraña, donde las representaciones de la sinestesia van desde trucos de luz a combinaciones de efectos en cámara, prácticos y digitales, que se unen para crear una fascinación sensorial que ella sintetiza en ritmos que la convierten en un reverso de horror de Sound of Metal (2020), donde la búsqueda del éxtasis místico aparece a través ondas imposibles que aparecen tras muertes atroces que ya quisieran las secuelas de Saw (2004). Sound of Silence tiene algunos momentos inconsistentes, pero es un relato alegórico de autodescubrimiento sexual a través de una especie de neogiallo experimental, lleno de explosiones cromáticas y splatter sónico para alcanzar lo cósmico que la convierten en una rareza insólita para un debut.
Programa doble – The Strings (2020)
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Las posibilidades del cine musical y de terror de Sound of Violence tienen una réplica aún más independiente y modesta en esta especie de reflexión del duelo a través del proceso creativo que mezcla las historias de fantasmas más siniestras con la teoría de las cuerdas, de una forma sutil y quizá demasiado sosegada. No obstante, sus momentos de terror ponen la piel de gallina y el final da sentido a una película que pone tanto esmero en dejarnos ver la rutina de la cantante real Teagan Johnston como en crear una atmósfera opresiva, con escenarios costeros con apariciones que nos recuerdan a Whistle and I'll Come to You (1968). No es para todos los paladares, pero sí una opción para amantes de la música y enigmas circulares que no se descifran en un solo visionado.
 20- V/H/S 94 (2021)
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Vaya sorpresa el regreso de la saga de antologías found footage V/H/S que, no solo está a la altura de sus mejores momentos, sino que crea uno de los recopilatorios más compactos de toda la saga y, pese a que como en todas las antologías, tiene altibajos, el cómputo general es notable y muy divertido, aportando al menos un par de historias que podrían hacer un gran V/H/S Greatest Hits junto a Amateur Night y Safe Heaven, los relatos más icónicos de la franquicia. Aquí tenemos es espeluznante segmento Storm Drain, dirigido por Chloe Okuno, una especie de REC (2007) es los 90, con una presentadora de noticias en busca de una criatura hombre-rata que se ha visto por la zona a modo de leyenda urbana, un homenaje a Blair Witch Project (1999) que aprovecha el emplazamiento de las alcantarillas para crear claustrofobia y cuyo desenlace es mucho más loco y divertido de lo esperado. Muy potente también es Empty Wake de un Simon Barrett más inspirado que en su Seance (2021), sobre una chica que debe vigilar un ataúd en un velatorio nocturno en el que todavía no han llegado los invitados y familiares, una atmósfera que crece lentamente hasta que sucede lo inevitable en una aportación deliciosa y minimalista al género de morgues abandonadas como Nigth Life (1989) o The Possession of Hannah Grace (2018).
Algo más decepcionante es The Subject de Timo Tjahjanto, otro veterano de la saga, coautor de la obra maestra del cortometraje de terror de la segunda parte. Con una ruptura en la cuidada estética de vídeo olvidado y recuperado de los 90 de la película que propone una loca propuesta de Mad Doctor a lo Frankensteins Army (2013) que, pese a ser gore y divertido no va en línea con el resto. El final recupera un poco el tono con Terror de Ryan Prows el más político del conjunto y el que más textura noventera consigue imprimir, sobre un grupo de campesinos sureños decididos a desatar una presencia demoníaca en un complot terrorista. Tiene algo en común con el otro regreso de las franquicias found footage del año, la divertida Paranormal Activity: Next of Kin (2021), también desarrollada en una zona rural y con un final que recuerda mucho a la citada Safe Heaven y The Last Exorcism (2010). Steven Kostanski y Jennifer Reeder contribuyen con pequeños segmentos y la historia que hila las demás, dando la consistencia granulada, desenfoques de la lente, y aspecto vintage de lo que es una agradecida gamberrada gore, con más ganas de divertir que de asustar, que no desmerece en absoluto el nombre de la apreciada franquicia.
Programa doble - Horror in the High Desert (2020)
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Una vez pasada la moda del found footage de gran estudio, el subgénero se ha convertido en un mundo aparte en el mundo del terror, regresando a su lugar natural, el cine independiente y regional. Tal y como el cine de explotación de pequeños autores de los 70, ahora hay un verdadero mercado sumergido en el que no es fácil encontrar títulos. La plataforma Tubi selecciona algunos de ellos como este aterrador híbrido ff salido de la nada, que, imitando las texturas histriónicas de un documental de Discovery Max, sigue la desaparición de un survivalista en Nevada. Sus últimas grabaciones son de lo más escalofriante que ha dado el género en años y ponen el nombre de Dutch Marich, cuya Reaptown (2020) es otro ejercicio de atmósfera espeluznante, en la lista de los cineastas DIY a seguir. Y como rescate adicional, el mockumentary Hollard’s Mills (2021) es digno de ver por su recreación documental llena de verosimilitud, pese a que tan solo juega ligeramente con lo inquietante es una cita ineludible para fans del formato.
19- The Boy Behind the Door (2020)
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Angustiosa vuelta al esquema de Hansel y Gretel en clave survival horror, con dos niños escapando de un ogro moderno en la línea de Whoever Slew Auntie Roo? (1972) o The People Under the Stairs (1991), con un triste fondo de abuso infantil que le da un cariz más dramático y trágico que otras de su misma familia. Los directores y guionistas David Charbonier y Justin Powell nos cuentan la historia de dos mejores amigos que son secuestrados por alguien que no llegan a ver, pero uno de ellos logra zafarse y trata de salvar al otro dentro de una casa sórdida y llena de secretos. El actor principal lleva la película sobre sus hombros con una interpretación sorprendente para su edad y por lo demás angustiosa hasta lo difícil de digerir. El poder de la amistad que mueve al niño mantiene el corazón de la película bombeando esperanza y transmite la sensación inquebrantable de los vínculos infantiles como solo ha transmitido en el terror Stephen King, y su conexión simbiótica es su mayor fortaleza.
Pero la catarsis de las pequeñas victorias del protagonista vienen acompañadas por un terrorífico juego del gato y el ratón que centra toda su energía en transmitir la tensión de un modo parecido al que hacía Alone (2020) el año pasado, jugando con muy pocos elementos y centrando todo en la experiencia desesperada del niño, con quien compartimos la incertidumbre de no saber ni cuándo ni por dónde aparecerá el secuestrador. Nunca llega a ser demasiado explícita en sus elementos más turbios, pero las pequeñas trazas de las posibles consecuencias para la vida de los dos amigos son suficientes para abonar una incomodidad estomagante que contrasta con la voluntad abierta a entretener de la película. Los directores nunca tratan de indagar en los elementos más sociales que puedan implicar el tema sobre el que construye su huida. Revelaciones bien dosificadas y sorpresas son los ingredientes básicos de una película que no descubre nada nuevo, pero logra mantener el suspense durante todo su metraje.
Programa doble: The Djinn (2020)
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Nada mejor para acompañar el visionado de la anterior que otro proyecto de Charbonier y Powell, nada más y nada menos que un doblete con el que debutan en el cine. The Djinn es aún más pequeña que la primera, pero pese a que incluso la fotografía es más tosca y digital, no resulta menos interesante por cómo consiguen levantar una película con apenas dos actores y un emplazamiento doméstico. En esta ocasión hay elementos sobrenaturales, con una entidad que mete al protagonista, uno de los dos amigos de la anterior, enfrentado a un ser que juega con su mente en una refrescante aproximación al revival ochentero con detalles que recuerdan a The Gate (1987) y un final nada complaciente.
18- The Power (2020)
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Una premisa sencilla de vigilia en hospital semiabandonado puede resultar demasiado típica,  pero The Power demuestra que sigue siendo efectiva gracias a una factura impecable en la que Corinna Faith debuta sacando brillo a puntos fuertes de una historia arquetípica: la fragilidad psicológica de una enfermera haciendo turno de noche. No se diferencia mucho a propuestas como Infection (2004) o Last Shift (2014), donde el verdadero protagonista es el potencial fantasmagórico de una localización, y aquí la fuerza de su escenario único y apasionante tiene que ver también con su ubicación temporal en el Londres de 1974, donde las disputas sindicales de mineros llevaron a dosificaciones de electricidad en forma de apagones programados. Esto deja mucho espacio para la esencia de la película, que es perderse junto a una trabajadora novata por los pasillos de un emplazamiento tenebroso, sin amparo y progresivamente más y más amenazador. A medida que pasa la noche, la enfermera tiene alucinaciones y se juega con la posibilidad de que sean antiguas presencias o su cabeza sin poder aguantar la presión. Los compañeros hostiles y la alienación laboral también enlazan con la fantástica Session 9 (2001), aunque esta respira un aire más gótico y es mucho más sencilla.
Pero Faith teje un guion con detalles subversivos interesados en la ausencia de poder que representa la oscuridad, la clase trabajadora o las mujeres de su época. El interés de Val en la conexión entre la enfermedad y la pobreza demuestra que los personajes de The Power tienen muy claro qué es estar en la parte más baja de la sociedad y desconfían de los médicos y administradores demasiado encantadores y felices que tratan de evitar las realidades desagradables y verdades ocultas. Se crea un paralelismo entre los demonios de la protagonista y los enigmas que atormentan el viejo edificio, estableciendo un orgánico cruce de caminos entre ambos, tratando los sensibles temas de fondo con elegancia y una resolución con más que justificado tinte feminista rematada por una macabra y dolorosa subtrama de denuncia y abusos tan vieja como los mejores relatos de fantasmas de M.R. James. Incluso en sus momentos menos sutiles, Faith demuestra un nivel de destreza a la hora de construir atmósfera y trabajar la oscuridad muy por encima de la media de debuts de género, ofreciendo además una obra con búsqueda de justicia sobrenatural totalmente coherente con la tradición de horror espectral británica.
Programa doble: False Positive (2021)
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Una pequeña producción televisiva de A24 para Hulu que ha pasado sorprendentemente desapercibida. Horror psicológico con punto de denuncia feminista sobre la gestación subrogada a través de la experiencia de una mujer que, como la protagonista de The Power, cree estar perdiendo la cabeza. Gozando de un humor negro muy, muy oscuro, esta curiosidad  está creada por la actriz Ilana Glazer, que firma un guion a modo de revisión ginecológica de Rosemary’s Baby (1968) y protagoniza junto a Justin Theroux como una pareja casada desesperada por quedar embarazada, pero ella comienza a pensar que su renombrado y encantador doctor de fertilidad, un Pierce Brosnan como nunca le has visto, tiene otros planes. Una fantástica recreación de la paranoia maternal, el contrabando de úteros y el gaslight gestante, con un final extrañísimo que sigue poniendo a Hulu como una productora de terror envidiable.
17 – Ghostbusters: Afterlife (2020)
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Menuda sorpresa. No se esperaba mucho de la vuelta al universo de Ivan Reitman por parte de su hijo Jason, pero el heredero ofrece una vibrante aventura juvenil de terror y comedia socarrona con sabor a Joe Dante y Fred Dekker que convierte la tecnología de vanguardia del pasado en el equivalente steampunk para la generación Z. Aunque el fan service la hace predecible, es una notable secuela para la era Stranger Things, que entra de lleno en el síndrome Goosebumps (2015) y The Force Awakens (2015), pero aprovecha su plantilla con una mezcla equilibrada de sus elementos nuevos y viejos, estupendas secuencias de acción, gags, y un plan sorprendente que sabe encajar muy bien todas sus piezas en su último acto. El intento funciona gracias a su inspirada elección de casting, con el acierto de dar el protagonismo a Mckenna Grace, conocida y afín al género pero todo un hallazgo en un papel más protagonista que nunca. Le acompañan un ocurrente Logan Kim, el siempre efectivo Finn Wolfhard, la divina Carrie Coon y un Paul Rudd al que es imposible no adorar. Lo que define a esta Ghostbusters: Afterlife esta vez no son sus fantasmas sino sus cacharritos. En su mayor parte trata sobre chavales descubriendo y restaurando trastos hay una fascinación genuina por la interacción de los jóvenes con el pasado, casi como la primera mitad de Explorers (1985), siguiendo la tradición de My Science Project (1985), The Manhattan Project (1986) y, por supuesto, Back to the Future (1985), a la que se le hace un conveniente homenaje de puesta en escena, como si Reitman mezclara el efecto del film de su padre en su memoria con la onda expansiva de cine del año siguiente a su estreno.
Esta tecnología retro crea una barrera para la fantasía ya que no es un traje de nanotecnología todopoderoso, ni rayos en las manos, sino que supone verdadera dificultad, peligro, errores. Las cosas salen mal, y cuando salen bien son ñapas, carambolas. No hay explosiones salvadoras en postproducción. Sí, mucha de esa mirada al catálogo de dispositivos se escuda en la nostalgia, pero si es esa nostalgia la responsable de que "la magia" cueste, tenga consecuencias, y ofrezca fricción al espectáculo de efectos, bienvenida sea sobre la mayor parte de fantástico mainstream actual. Y por cierto, en los efectos visuales hay una mezcla de animatronics y digital admirable en estos tiempos, lo que le da al terror y los monstruos una mezcla de sensación familiar y nueva que funciona mejor cuando se apoya en la atmósfera, recuperando parte del peligro que desprendía la original. Se puede achacar a Ghostbusters: Afterlife apuntarse a la ola con su ángulo de fantástico juvenil con sabor Amblin, pero en realidad, su coguionista Gil Kenan es el director de la fundamental Monster House (2008), la película de terror infantil que se adelantó al revival de los 80 incluso antes que Super 8 (2010) y en el fondo, lo que logra aquí es replicar el engranaje del éxito de la fórmula más difícil, un guion con alma y con personajes que importan.
Programa doble – Don’t Breathe 2 (2020)
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En un año de secuelas innecesarias que nadie pidió pero que han resultado salir sorprendentemente bien destaca este sólido thriller de venganza deprimente y desagradable con solo dos personajes que merezcan redención, uno de los cuales es un perro. No es ni la mitad de potente que su primera entrega, pero a diferencia de otras secuelas clónicas de este año, sabe buscar su camino y probablemente funcionaría mejor como una película independiente. Con violencia bestial, momentos de horror repugnantes y un uso del espacio excelente, esta sólida película de explotación conforma la figura del anti-zatoichi de Stephen Lang como un pequeño icono del cine más bastardo.
 16- The Conjuring: The Devil Made Me Do It (2021)
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Era lo esperable, la ausencia de James Wan en la saga de los Warren derivó en una secuela inferior a las anteriores pero también en algo mejor de lo esperado gracias a la sólida dirección de Michael Chaves, que, tras lo visto en la decepción esperpéntica de Malignant, ha resultado una opción más digna para la saga de lo que nos aventuramos a preveer. The Devil Made Me Do It se atreve a transformar la franquicia en un ágil tebeo de aventuras siniestras y trampas satánicas que podría haber firmado Gene Colan y el viraje hacia la investigación sobrenatural y la aventura satánica no es un tren de la bruja sin fin como las secuelas de Annabelle, sino más un equilibrio de elementos entre cine de posesión, juicios, investigación policial paranormal y enfrentamiento con un rival a la altura del matrimonio Warren. La película está basada libremente en el Juicio de Arne Cheyenne Johnson, el primer caso de asesinato en el que se aceptó como defensa la posesión diabólica, que ya fue adaptado al cine en The Demon Murder case (1983), un inquietante film de terror para televisión en la que ya aparecía la pareja de parapsicólogos. La parte central de aquella es aquí la primera secuencia en frío, un homenaje a The Exorcist (1973) concentrado en diez minutos fantásticos en donde caben contorsiones y apariciones que en otra circunstancia ocuparían el final del film. Una secuencia que destaca por sus efectos visuales, con contorsionistas reales haciendo locuras con el cuerpo humano y un invitado especial que sonará a los que conocen bien el Universo de los Warren, el viejo aliado del matrimonio, el padre Gordon.
El terror es algo más vulgar que las anteriores, con algunos detalles siniestros estupendos en una bienvenida huida hacia los márgenes que no se plantea como un carrusel de sustos y apariciones, de hecho, su mayor virtud es que se atreve a ir por otros derroteros, diluyendo su estructura en un juego de flashbacks que vuelve al punto de partida antes de la explosión del Conjuringverse en The Exorcism of Emily Rose (2005), de la que el guion de David Johnson sabe distanciarse centrando la trama en un enfrentamiento con más en común con la dinámica de The Wailing (2016). El viaje del matrimonio por los aledaños del caso para descubrir el origen de la fuerza maléfica tiene un ritmo intrigante y sin pausa, tomando el molde de una investigación sobrenatural en la que las habilidades de medium de Lorraine serán clave, convirtiéndose en el Frank Black de Lance Henriksen de la serie con asesinos sobrenaturales Millennium (1996-1999), pero con un toque vintage y un enemigo que la emparenta con las películas del psiquiatra David Sorell, un precedente televisivo de Kolchak que se enfrentaba a satanistas y sus conjuros en títulos como Ritual of Evil (1970). Chaves demuestra más nervio que en su debut y se apoya en una fotografía competente, con secuencias al ritmo de Call Me de Blondie y peligros que ponen a prueba al matrimonio Warren, que conforman ya una pareja icónica en su encarnación de Patrick Wilson y Vera Farmiga. Llenos de química, carisma mundano y nobleza naif, si algo demuestran películas como The Devil Made Me Do It es que las grandes franquicias de fantástico sobreviven cuando su corazón bombea al ritmo de grandes personajes.
Programa doble: La funeraria (2020)
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Si la escena del depósito de cadáveres de The Conjuring 3 es una de las más inquietantes del año, esta modesta película argentina transcurre toda ella en una casa funeraria en la que una familia disfuncional empieza a resquebrajarse. Con elementos del universo Wan y de las relaciones familiares enfermizas de Hereditary, este pequeño debut de Mauro Iván Ojeda está lleno de momentos de auténtico miedo, sin recurrir a sustos y reinterpretando los patrones conocidos del nuevo cine de casa encantada, con su parapsicóloga y una cuidada atmósfera vil a través de silenciosos recorridos por las zonas de la casa que recupera la quietud sugerente de la verdadera presencia del mal. Lástima que el cierre se quede corto, pero es una película muy a tener en cuenta.
15- Censor (2020)
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Hay una fascinación reciente alrededor de las cintas de vídeo y el formato mismo como fuente de horrores y estética que lleva apareciendo en obras como She’s Allergic to Cats (2019), Rent-A-Pal (2020), V/H/S/94 (2021) o la misma intro de la serie Yellowjackets (2021), que puede empezarse a considerar tendencia. Censor fue la sensación de terror de festivales y una de las películas más comentadas del año, pero su estreno en Sitges resulto en una recepción más tibia de la esperada. Poner las expectativas de película de terror del año a todo lo que viene de Sundance suele jugar en contra de las propias obras y, si bien el debut de Prano Bailey-Bond no está a la altura de las posibilidades que crea en su primera media hora, no es ni mucho menos una obra que se pueda desestimar a la ligera. Solo su fascinante mirada a la represión a través de la censura de las video nasties, como hacía Rodney Arscher en su corto Visions (2008), ha generado conversación por sí sola, recuperando el interés por el infame episodio de persecución a películas por parte del gobierno británico, y aquí el detalle sirve para replantear la trama de Evil Ed (1995) con mucho estilo, uniéndose a una tradición de películas sobre autores sufriendo alucinaciones con su obra o la violencia que ven en otro metraje que va desde Deadline (1980), The Last Horror Film (1982), Videodrome (1983) a Un gatto nel cervello (1990), en una estructura que no había inventado Berberian Sound Studio (2012). Aquí la directora expande su fantástico corto debut Nasty (2015), sirviéndose del planteamiento para elaborar con más espacio todos sus caprichos experimentales con glitch de VHS, cambios de relación de aspecto, los colores del giallo y las texturas retro, tanto de la época como de las películas que mira su protagonista.
Puede que el principal problema con Censor es que nunca llega a desarrollar un misterio que no alcanza su potencial a causa de un metraje efímero y engaña en su intenciones, acarreando decepciones por la expectativa que su propia intriga de "vídeo maldito” y la enigmática desaparición de un familiar generan, dejando solo pistas, detalles que pueden indicarnos qué pasó en realidad. En realidad la película no llega a encadenarse nunca a esa trama, por muy apetitosa que resulte y sirve más como retrato de un personaje, muy bien interpretado por Niamh Algar, cuyo estado psicológico nunca se define del todo por la violencia que ve como por la represión de sus propios fantasmas, adhiriéndose a la reflexión de Scream (1996) de que “las películas de terror no crean asesinos. Sólo hacen que sean más creativos”, siendo muy sutil en su comentario a la actual cultura de la cancelación, apartando del problema a las obras y centrando el foco en la mirada e interpretación de las mismas en el receptor. Pero Censor no busca responder ni al enigma de su historia ni contestar a las preguntas inherentes a su subtexto, porque estos nunca son tan importantes como la gramática visual en la cuidada puesta de escena de Bailey-Bond, desbordante y obsesiva en su recreación cromática del universo de videocasettes a los que rinde tributo, basándose en el arte de Cindy Sherman, películas prohibidas como Xtro (1982), Killers Moon (1978) o el Fulci más sobrenatural. Además, el diseño de sonido es muy notable, basándose en las escenas de los túneles de Watership Down (1978) para describir los pasillos del búnker de los censores, logrando una experiencia de terror que, incluso con su deprimente y fantasmagórico final, juega también con el humor macabro, lavando con chorretones de sangre las dudas sobre qué película quiere ser con la que se juzgan a muchas películas de “terror de autor” actuales.
Programa doble: Broadcast Signal Intrusion (2021)
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Un thriller psicológico con tantos puntos en común con Censor que parecen hermanas a través del océano. Si la Británica está centrada en las películas prohibidas de los 80 de Reino Unido, esta que se inspira en las interrupciones reales de transmisión en Chicago a fines de la misma década en las que aparecía Max Headroom en medio de una emisión y que siguen sin resolverse a día de hoy. Ambas comparten el punto de vista de personajes obsesivos que pierden la cabeza investigando la desaparición de un ser querido a través de metraje analógico, y llenas de experimentación con texturas y formatos. Esta está ambientada en los 90 y si bien es menos surrealista, si consigue crear una espeluznante pesadilla tecnológica neo-noir basada en thrillers conspiranoicos de los 70 como The Paralax View (1974) o The Conversation (1974). Protagonizada por Harry Shum Jr., Broadcast Signal Intrusion va dejando claro que su clave no es tanto el misterio como el colapso mental y disfruta jugando con las texturas sonoras, el grano VHS y las máscaras perturbadoras que, inspirándose en el creepypasta Tara the Android, recuerda también a otros como Miss Shaye Saint John, dejando un final abierto escalofriante que sabe que la incertidumbre es mayor terror que resolver todos los misterios y permite revisionados y debate.
14- Come True (2020)
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Cuando colocábamos la apreciable Our House (2018) entre lo más destacado del 2018 no sabíamos que el Anthony Scott Burns había declinado reconocer la obra y, aunque seguía teniendo su sello, nos queda la duda de qué habría pasado si se hubiera terminado de la forma planeada, con una banda sonora de Electric Youth desechada por Universal que se puede escuchar en el canal de youtube de Milan Records bajo el nombre de Breathing. Esta experiencia hizo que Burns decidiera hacer las cosas a su manera y su siguiente película, rodada con un equipo de 4 personas aparte de actores, con el director desdoblándose en infinidad de tareas, es una producción que compite con lo que podría haber hecho bajo el paraguas de cualquier estudio, solo que esta vez, además tiene la banda sonora de Electric Youth mano a mano junto al propio Burns, una joya sonora que han macerado durante años antes de empezar a rodar. El resultado es Come True, un inclasificable viaje de horror onírico al fondo del angst adolescente, lleno de hipnóticas (y adictivas) secuencias de horror surrealista, diseñadas para aterrar a víctimas de la parálisis del sueño, a lo que se le añade una buena pila de retro scifi que construye un alucinante híbrido de Donnie Darko (2001) y A Nightmare on Elm Street (1984) bajo el filtro de Tron (1982), que, aunque queda algo perjudicado por su perezoso final, resulta una de las experiencias más hipnóticas y obsesionantes del año.
Si ya el segmento de Burns para la antología Holidays (2016), era una pequeña gran joya de horror cósmico, contada desde la intimidad paternofilial y la tecnología de audio low-fi, esta nueva camina entre el terror young adult y la ciencia ficción ochentera como una hija bastarda deprimente de Dreamscape (1984), los experimentos del sueño de Nightwish (1991) y el terrorífico documental The Nightmare (2015). El director no tiene prisa en responder preguntas y trabaja los estados de ánimo y los colores, absorbiendo hacia su espiral tenebrosa de sueños febriles y relaciones disfuncionales en un etéreo collage con principio y final conscientemente difusos. Siendo dos películas sobre temas bien diferentes, Come True conecta estilísticamente con la citada Our House, que mezclaba el terror sobrenatural y la ciencia ficción de ecos Amblin con unas misteriosas entidades oscuras que podrían convivir en el mismo universo. Además, en Come True aparecen algunos guiños a George A. Romero, desde el clásico visionado de Night of the Living Dead (1968) en un cine, a la camiseta de la protagonista o las gafas de uno de los personajes, lo cuál podría ser una pista de cara a resolver su paradoja final. El estreno deficiente en países como España y la falta de atención de una crítica “especializada” que ni le dedica una palabra en redes en su premiere en plataformas no refleja la singularidad de una propuesta que va a acumular fans con el paso del tiempo.
Programa doble: Al tercer día (2021)
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Otra de esas sorpresas Argentinas que pasan desapercibidas fuera de sus fronteras pese a su originalidad. Una historia de horror sobrenatural de pocos elementos y medios muy modestos contada a lo grande, llena de ideas visuales, fundidos originales y uso del color heterodoxo que recuerda a los mejores momentos del horror esotérico italiano. Cuenta la historia de una mujer que sufre un terrible accidente de coche, despertando aturdida tres días después sin su hijo a su lado, por lo que irán en su busca desesperadamente mientras su realidad parece desmoronarse a su alrededor. Como en Come True, mucho de su argumento se hilvana entre aparentes sueños, o visiones alucinatorias que enturbian lo que es palpable y lo que no, hasta su gran tramo final, que entronca también con el film de Anthony Scott Burns de formas inesperadas. Una película de terror excelente, pese a algunas limitaciones de efectos.
13 - Shadow in the Cloud (2021)
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Una demencial pesadilla bélica a 20.000 pies con lógica de dibujo animado llevada sobre los hombros de una peleona Chloë Grace Moretz que se mueve a un ritmo poseído por el espíritu de Sam Raimi. Su idea sencilla, con tres elementos claros como un avión, un monstruo escondido y una carga preciada que debe ser transportada sin importar las dificultades, no deja de ser un remake apócrifo y alargado hasta la duración de largometraje del relato de  Richard Matheson Nightmare at 20.000 Feet, adaptado por él mismo en la serie The Twilight Zone, y que conoció otras dos nuevas versiones (1983-2019) y hasta su propia parodia en The Simpsons. Terror y aviones han conjugado en muchas ocasiones. Willian Shatner revivió su pesadilla como cura contra el diablo en The Horror at 37.000 Feet (1978), y hasta hemos visto a Cthulhu en Altitude (2010), pero los Gremlins y los aviones son un clásico que van de la mano desde el primer registro literario que aparece en el libro The ATA: Women With Wings (1938) de la piloto británica Pauline Gower que los asociaba a Escocia y describía como seres con tijeras que cortaban cables de los motores de los biplanos. Esta asociación pionera tiene una coherencia histórica en Shadow in the Cloud, que se erige también como un homenaje a esas mujeres piloto de la guerra, como un consciente regreso del mito a sus orígenes.
La mezcla de géneros da un programa doble de terror bélico ideal para ver junto a Overlord (2018), con la que comparte un tono de aventura con lógica de cómics como Weird War Tales (1971-1983) de DC.  Si la producción de J.J. Abrams bebía del tono spielbergiano de The Mission (1985) de la serie Amazing Stories, Shadow in the Cloud comparte el mismo modelo de avión B-17 y parte de la trama clavada en su primer acto, encerrando a su protagonista en el ombligo armado del avión. Pero el verdadero protagonista aquí es el gremlin, una fantástica creación de Weta digital para cuyo diseño se han inspirado en roedores, el murciélago de Gremlins 2 (1990) y algunas características del pez bruja, de grotescos pliegues y boca monstruosa. Llena de situaciones que desafían a la física, la dirección de Roseanne Liang es pura narración visual que fluye siempre de forma frenética alrededor de un Macguffin en forma de una pequeña carga secreta que conecta con cierta película de los hermanos Coen, invitando a absorber palomitas a puñados sin exigir verosimilitud a su ping pong de situaciones inverosímiles. Una gran sorpresa que hace honor a la ahora tan prostituida etiqueta pulp y da todo lo que debería ser el revival de Twilight Zone.
Programa doble: The Deep House (2020)
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Y si la cosa va de llevar el terror a lugares inverosímiles, si Shadow in the Cloud lo hace en las alturas, la nueva película de Julien Maury y Alexandre Bustillo lo lleva a un lugar inédito: en las profundidades de un gran lago. The Deep House convierte el memorable prólogo subacuático de In Dreams (1999) de Neil Jordan en todo un experimento de terror de casa encantada bajo el agua, que trata de llevar los nuevos tropos del cine de rituales, fantasmas y demonios a un espacio sumergido, con las dificultades para salirse del molde lógicas en un desafío técnico sin precedentes. Si 47 Meters 2: Uncaged (2019) lograba un tenso survival submarino con tiburones ciegos que parecían presencias fantasmales, aquí juega más con la parafernalia y la atmósfera, pero el trabajo es muy meritorio y muestra a dos cineastas con ganas de probar y experimentar cosas nuevas, por eso, aparecen por partida doble por aquí.
12- The Night House (2020)
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Lo nuevo del director de The Ritual (2017) es una fantástica variación esotérica del cine de casa encantada con un inquietante uso de la arquitectura para crear terror con pareidolias, misterios llenos de giros y una enorme Rebeca Hall, que borda a un personaje cínico y lleno de heridas profundas en la que puede ser la mejor interpretación en el cine de terror de este año. The Night House es otra más de las producciones de 20th Century Pictures que sufrió uno de esos reveses de pandemia que finalmente acaban en la pantalla pequeña tras el anuncio frustrado de que iba a llegar a los cines en algún momento. Y es una pena, porque David Bruckner huye del estilo del cine de terror sobrenatural reciente con un tono de drama de duelo sin sustos fáciles o apariciones, dejando que sus misterios aparezcan en sueños extraños, momentos de duermevela y enigmas que van destapando un original trasfondo ocultista. La confusión y frustración por la incertidumbre se cruzan con sucesos sin relación aparente, como que el equipo de música se encienda solo en mitad de la noche, o visiones que parecen tener claves sobre la escurridiza finalidad de la muerte de su marido, adentrando a la protagonista en un horror psicológico con ecos a películas como Let’s Scare Jessica to Death (1971) pero casi con un tono de thriller de los 90 que engaña.
Su mejor arma es trabajar los detalles, huyendo del estilo del cine sobrenatural reciente con un tono de drama sin sustos fáciles o apariciones para remover en la butaca. La exploración del duelo a través del terror conecta con el tono melancólico de The Changeling (1980), abordando horrores intangibles, de sombras, presencias y formas, que resultan una metáfora del dolor con implicaciones escalofriantes sobre la depresión y el suicidio. Sus revelaciones hacen reconsiderarla desde el principio y su arquitectura de verdades escondidas esconde mucho más de lo que aparenta. Un pasado donde nada es lo que parece lleva a una lucha oculta que solo intuimos, donde entran en juego la casa en donde vivían y una vuelta inaudita de sus secretos, la información sobre la arquitectura, las figuras que se encuentran y los libros donde la protagonista parece encontrar una línea de migas de pan hacia la verdad. Nada es lo que parece y todo lo que vemos son reflejos de la verdad, y todo lo que priori parece que no tiene importancia se revela importante. No hay nada colocado al azar y su puzzle deja espacio para reconstruirla de nuevo días más tarde y volver a ella en el futuro.
Programa doble: No One Gets Out Alive (2021)
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Netflix estrenó esta fantástica adaptación de la novela del autor de The Ritual, también producida por Bruckner, una estilizada torsión del cine de casas encantadas que explora la geografía de sus espacios de forma espeluznante con el contexto de la emigración de fondo, con una joven en busca del sueño americano que cuando se ve obligada a alquilar una habitación en una pensión, se encuentra en una pesadilla sin salida. Santiago Menghini rueda No One Gets Out Alive con grandes angulares que recogen la geografía de su localización con una elegancia inusual para un debut, con una amplitud de visión muy pensada para la gran pantalla que la diferencia de los estrenos habituales de la plataforma. La obra despliega un terror taciturno, muy basado en una cuidada edición de sonidos y susurros en huecos y desagües, que no busca grandes sustos sino un juego entre las apariciones y la ruptura psicológica por la presión laboral y vital de una situación irregular. La obra es una respuesta urbana al folk horror de The Ritual –hay un guiño que las coloca en el mismo universo– con gran diseño de seres y un final muy satisfactorio.
11- The Tomorrow War (2021)
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La pandemia ha condenado a tantas películas a las plataformas en estos dos años, que parece que se pierde la noción de lo que se produce directamente para la gran y la pequeña pantalla, y esto lo sufren estrenos como The Tomorrow War, una verdadera apuesta por el cine de acción, terror y ciencia ficción hecho para comer con palomitas y el cerebro en modo de viernes noche que ha acabado comprada por Amazon para pasar como una de sus producciones propias.  Afortunadamente, esta rotunda fantasía militar con olor a pólvora, disciplina Heinlein y retorcidas criaturas de pesadilla logró convertirse en un gran éxito de la plataforma. Y es que Chris McKay pasa de solemnidades y ofrece un puro espectáculo Bis de ciencia ficción bélica monstruosa a tiro limpio, coloreado de humor tontorrón y frases lapidarias para redondear un megablockbuster sin muchas complicaciones, más serie B cara que un complejo artefacto de viajes en el tiempo sobrecomplicados. Es una película de monstruos de gran escala que no busca más ser una película de monstruos, con su corazón en los lazos emocionales entre personajes. Y es que The Tomorrow War sigue la tradición del gran cine de palomitas sobre invasiones extraterrestres a gran escala, desde el tono catastrófico de Independence Day (1996), o el ángulo bélico de Starship Troopers (1997) y Battle L.A. (2011) al componente de viajes temporales (simplificado) de Edge of Tomorrow (2014).
Sin embargo McKay revela su corazón de verdadera monster movie en la espeluznante primera aparición de sus seres extraterrestres que parecen los primos mayores de los Critters y acumulan cuerpos muertos como los Predator. La película se reencuentra con la sencillez de las películas con criatura en un delicioso tramo final más íntimo, un clímax a lo Tremors (1990) en las montañas de la locura que homenajea The Thing (1982) y se convierte en una miniaventura de caza al alien, con un J.K. Simmons estoico como Charles Bronson en The White Buffalo (1977). Otro de los toques de comedia marca del director de The Lego Batman Movie (2017) es que sus grupos de expedición no están formado por experimentados soldados, sino por vecinos y personas normales requeridos en el futuro que caen como moscas sin mucha piedad, con un reparto liderado por Chris Pratt, con buena química con Yvonne Strahovski y J.K. Simmons, dejando varias notas de humor absurdo dentro de su punto de juguete geek afín al manga, con el planteamiento de mandar gente a una batalla como si fueran participantes de Gantz, incluidos supervivientes de juegos anteriores, o una especie de Battle royale (2000), solo que aquí los participantes deben ser cuarentones. Una sorpresa inesperada, adictiva y que se deja gustar sin problemas.
Programa doble: Superdeep (2020)
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Uno de los casos más extraños de resurrección de una película que se recuerden en años, esta apuesta de presupuesto holgado por el terror a lo The Thing (1982) se estrenó en un deficiente montaje en Sitges 2020 que tenía problemas de acabado, con un uso ortopédico de la BSO y una falta de tensión que la dejaban en tierra de nadie, sin embargo, en su estreno en Rusia con el montaje terminado parece otra película diferente. Con diversos avances de postproducción ahora luce perfectamente competente, proponiendo una reimaginación de la leyenda urbana de que el proyecto real del túnel Kola Superdeep se detuvo en los 80 porque los científicos perforaron tan profundo que llegaron al infierno. Una sólida película en la línea de Leviathan (1986) o Deep Star Six (1986), con FX grimosos de body horror fúngico a la altura, que si bien podría ir un poco más allá para ser verdaderamente notable no es ni mucho menos el bodrio que se pintó en sus primeras exhibiciones.
 10 - Reunion (2020)
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Aunque les cueste mucho salir fuera y dejar huella comercial, 2021 ha sido un año potente para las películas de terror de Nueva Zelanda. Si Shadow in the Cloud ganó el premio del público Midnight Madness en el TIFF del año pasado, este otro producto kiwi de Jake Mahaffy es una versión muy diferente del género. Su apariencia de melodrama extiende un tapiz perfecto para su historia sobre una mujer adulta embarazada y su difícil relación con su madre separada. Cuando regresa a la casa de su infancia ocurren cosas extrañas: escucha ruidos peculiares y las neurosis controladoras de su madre se vuelven dominantes hasta el punto de provocarle comportamientos erráticos. Los eventos del pasado ​​de la historia se filtran a través de los recuerdos y entramos en un territorio que incluye posible abuso infantil, dilemas familiares, gaslighting, posible daño médico y memoria selectiva. El trauma juega un papel importante en la psique de la familia y a historia desenreda la tensión una sofocante espiral hacia la locura entre madre e hija que se vuelve tan aterradora mientras se revelan los esqueletos en los armarios en una serie de revelaciones impactantes que no son lo que parecen y deja espacio para revisar la película y los pequeños anexos incluidos entre actos, aparentemente sin relación.
Con puntos en común a la inferior Relic (2020), la difícil relación entre madres e hijas, con lo sobrenatural flotando entre los rincones y recovecos de casas antiguas y oscuras, adopta en Reunion la vieja fórmula de la ambigüedad entre enfermedad mental y los espectros mientras desarrolla sucintamente a sus personajes como seres humanos tridimensionales al revelar información sobre ellos gradualmente a través de la acción y no con exposición. Las dudas de por qué la madre bloquea constantemente las puertas de la casa o los constantes ataques de pánico de su protagonista son siempre intrigantes y enigmáticas. Mahaffy adopta conscientemente un perfil bajo de ritmo cuidadoso que se equilibra con el creciente exceso de Julia Ormond, recordando a algunas de las grandes reinas del cine de hagsploitation como Joan Crawford y Bette Davis en Whatever Happened to Baby Jane? (1964). Hay pequeños homenajes a películas como el vestido rojo Don't Look Now (1972), Eraserhead (1977) o The Omen (1976), pero en general el tema en el que se mete es plenamente original, aunque importe menos lo que toca que el desarrollo de una historia angustiosa con atmósfera opresiva y de pesadilla. Reunion consigue una escalada gradual del suspense que acerca los tabúes sigilosamente, una película de horror madura, hábilmente dirigida, con fotografía cuidada y que se deleita en ser exactamente el tipo de género con aroma a los 70 que promete su póster.
Programa doble: Son (2021)
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Y de cine turbio con madres va la cosa, el tono de esta Son también es el de un thriller psicológico sobre el trauma, que aquí toma la forma de una efectiva road movie de horror sobrenatural que combina la paranoia maternal con síndrome de estrés postraumático, como si Martha Marcy May Marlene (2011) y Midnight Special (2016) quisieran ser Baby Blood (1990). Juega sobre lugares comunes del cine satánico y de niños creepy, pero con el gore y mal rollo necesarios surfea cerca del cine con canibalismo, ocultismo, mentes al borde del colapso y flashbacks de sectas que dejan una huella similar en la protagonista a la de The Lodge (2019), pero como si está estuviera en una trama entre Firestarter (1984) y To the Devil a Daughter (1976). Pese a su falta de originalidad, mucho mejor de lo que su tibio impacto en Sitges puede hacer pensar, haciendo del director Ivan Kavanagh un nombre a tener en cuenta tras su muy tétrica The Canal (2014).
9- Sator (2019)
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Puede que nos encontremos ante el proyecto más singular del 2021. Una película sobre un hombre y una cabaña cuyo concepto se reduce a que tal vez haya algo en el bosque, pero que al mismo tiempo funciona como metadocumental, ya que su historia surge de una de las coprotagonistas de la película, la propia abuela del director. Sator, es uno de esos terrores mumblecore con ecos a The Witch (2015) y The Blair Witch Project (1999) que traspasan los límites de lo independiente, puesto que está realizada prácticamente en su totalidad por el director Jordan Graham, quien hasta construyó el mismo la cabaña de la película y aprendió postproducción para elaborar la cuidada dimensión sonora de la obra. El tipo de sorpresa que cambia los sustos por un estado de ánimo y algunas estampas que podrían abrir cualquier película de A24. Pero lo realmente espeluznante de la película es que Sator, el nombre, la evocación de la que habla el personaje de June Peterson que no es una leyenda inventada, sino que realmente fue descrito por ella en sus cuadernos de escritura automática que su nieto encontró. En esos textos se describía una entidad de la que su abuela siempre hablaba, que de hecho era un tema tabú en su familia, y las grabaciones a la actriz hablando de Sator son totalmente reales y pudieron ser captadas por el director de casualidad, puesto que al poco tiempo Peterson fallecía. De hecho, los escritos impresos en los créditos son de puño y letra de la anciana. Esto crea un híbrido de realidad y ficción que pone los pelos de punta.
Descrito por primera vez como un tutor que se le aparecía, el misterioso ser parece tener que ver con una maldición familiar y la película va alternando la línea temporal a recuerdos, representados con un cambio de relación de aspecto y una paleta en blanco y negro, para llevar esa conciencia de lo paranormal hasta el nieto de la película, Adam (Gabriel Nicholson), el hombre del bosque, cuya relación con las voces en su cabeza va revelando una realidad terrible, detalles imperfectamente encajados de una familia magullada en su núcleo, con mucho que comprender para los que tengan el valor de aventurarse de nuevo en el bosque para volver a verla. Porque Sator es aterradora, una experiencia llena de capas que sigue resonando en tu cabeza mucho después de terminar. Su dedicación a su universo de madera, oscuridad, y ruidos nocturnos la emparentan con los terrores de Across the River (2013), aquí estéticamente tan bien realizado que nos introducimos de lleno en su mundo y, aunque no haya un argumento plenamente definido, su acercamiento al enigma familiar dentro y fuera de la película crea un proyecto cercano a la experimentación que se mete bajo la piel.
Programa doble: Antlers (2020)
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Si nos quedamos con hambre de criaturas ancestrales, leyendas de los bosques y cornamentas de ciervo, esta digna heredera de la mitología del Wendigo de Larry Fessenden, entre el American Gothic postcrisis y el cuento de hadas sórdido con gran criatura, es un excelente trabajo en atmósfera opresiva. Antlers está algo dañada por un final blandito donde se nota más a Del Toro de la cuenta, pero aún así, es un destacable de relato rural pequeño con trasfondo ecológico y social de una Norteamérica antes boyante y ahora abandonada a su suerte. Pocas veces hay detalles tan adultos o una representación tan cruda del efecto de un monstruo sobre los cuerpos en el cine comercial actual y su retrato de la América decrépita postcrisis tiene el pedigrí mugriento de Nick Antosca, no muy común en la oferta de multisalas. Merece mucho más atención de la que recibió, puesto que no es para nada la obra tibia y convencional que algunos quisieron ver.
8- PG Psycho Goreman (2020)
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El cine de muy bajo presupuesto se ha convertido últimamente en un cajón de sastre en el que es difícil separar obras que aspiran ser obras de estudio y lo consiguen a medias de las que realmente utilizan la libertad creativa de la total independencia para sacar a delante proyectos que un estudio jamás haría. Steven Kostanski, una las dos mitades pensantes de la tremenda The Void (2016) suele dedicarse a las de la segunda categoría y con PG Psycho Goreman ofrece un auténtico catálogo de aventura, terror gore, comedia y acción llena de mala baba en una matrioska de escenas de inventiva sin límite, conectadas entre sí como historias que expanden un universo que recoge una idea nostálgica de la serie B sin replicar de cara a la galería. PG es una especie de parodia del cine fantástico infantil de los 80 o las series de mediodía de los 90 que trata de explicar con humor macabro, que algunas películas dirigidas para niños eran auténticos festivales de gore y efectos prácticos, confrontando una propuesta como The Gate (1987) frente a E.T. (1982) cambiando al extraterrestre por un destructor de mundos.
En un presente en el que el pasado se nos devuelve empaquetado y rodado con destello de lente y luces de neón, PG corrige la memoria visual del cine de gran estudio o las series de plataforma mundial para decirnos que el cine de los 80 también era sarnoso como un número musical en Mac and Me (1988), donde las pandillas de niños cazamonstruos fumaban mientras espiaban a la vecina a escondidas, y las hermanas pequeñas estaban como cabras. Pero no nos lo cuenta por la simple voluntad de epatar y provocar, sino que disfruta el camino con combates propios de series súper Sentai, diseñando a una plantilla de villanos de Greyskull que se pegan con explosiones de sangre y látex, monstruos, fantasía de space opera y brujería con terror cárnico donde cabe hasta las pesadillas en Elm Street. Lo más similar a ella que hemos visto es la saga The Guyver (1991) o el mítico anuncio fake Every 90s Commercial Ever, invocando la subcultura del videoclub con medios limitados pero una libertad absoluta, lleno de ideas rescatadas de films como The Brain (1988) y fugas flipantes a la fantasía épica espacial de Krull (1983) y medio catálogo de la Empire y Full Moon Pictures. Puede que Kostanski en solitario no tenga los mismos objetivos que parecía prometer su gran pesadilla lovecraftiana, pero ha dejado claro que es la parte más juguetona de su pareja creativa de aquella. En cada nuevo proyecto suyo puede pasar cualquier cosa.
Programa doble: The Resonator: Miskatonic U (2020)
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Cuando nombramos a la Empire, la Full Moon y todas esas compañías dedicadas a crear terror en videoclub cuando un estreno de cine nos recuerda a esa época si nos olvida que Charles Band sigue produciendo películas con música de su hermano Richard y a veces son tan divertidas como esta secuela ¡oficial! de The Beyond (1986) en formato de serie de universitarios en Miskatonic. Con la estética de algo anacrónico como Buffy se enmascara su presupuesto ajustado, pero funciona perfectamente como lo que es, un piloto para una serie en el multiverso extendido de Stuart Gordon y Lovecraft que tiene gore, monstruos y desnudos gratuitos con efectos visuales de colorín y acabado de dibujo animado, respondiendo perfectamente al espíritu que quiere transmitir Psycho Goreman, hecho por verdaderos maestros de la caradura y la diversión pringosa.
7 – Candyman (2021)
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Había dudas frente a lo que podía ofrecer una nueva mirada al clásico de Bernard Rose de 1992 en los tiempos del Black Lives Matter y la expansión cultural del horror noire tras el éxito de Get Out (2017), pero esta rotunda secuela de Nia DaCosta ha despejado las dudas reinterpretando el mito con una dirección llena de matices especulares y elegancia. Un manifiesto slasher del trauma racial que se iba a estrenar un año antes de la muerte de George Floyd, repleto de ideas visuales y body horror que se reapropia de un clásico, expandiendo sus ideas sobre gentrificación y condensando las leyendas urbanas con el legado de dolor para fabricar un monstruo trágico, atemporal, totalmente relevante y válido en 2021. El enfoque de presenta una espiral de decadencia similar a The Fly (1986) de Cronenberg, con temas comunes con la obra de Clive Barker en su sentido más amplio, haciendo paralelismo con la obsesión del protagonista de Midnight Meat Train (2008) aplicado a la inspiración artística. No es casualidad que el film se ambiente en el clasista mundo artístico del Chicago gentrificado, significando su crítica a través del ridículo y la sangre de la frivolidad de las galerías, pero diferenciándose del retrato de Velvet Buzzsaw (2018) al llevar su sátira a los conceptos de apropiación cultural e incluso la crítica blanca sobre la “obviedad del mensaje” que la propia película sufriría en su estreno.
Las muertes son bastante sangrientas y crueles pero no siempre directas; DaCosta utiliza los puntos de vista, el zoom y el juego de distancias en una puesta en escena que trata los asesinatos del ente con una creatividad que se echaba en falta en el cine de terror, más allá de cómo se elige un arma o escenario para las escenas. Candyman también cuenta con deliciosas secuencias de siluetas y sombras chinescas de la artista Kara Walker que narran tanto la historia de Daniel Robitaille como la de casos reales de brutalidad policial o vergonzosas injusticias raciales como la intolerable ejecución de George Stinney Jr., de 14 años. Además, DaCosta enfoca al personaje a través de su poder en los espejos, llenando la pantalla de ellos en la gran mayoría de escenas y a veces sus apariciones se esconden en los reflejos de forma oblicua y de reojo. Todo lo que ocurre alrededor de esa imagen especular, desde los títulos de crédito opuestos a los de la original, que nos avisan que vamos a ver la película “desde el otro lado”. En el fondo una semilla similar a la de Us (2018) en la que los personajes negros integrados, acomodados en un nuevo escalón social pierden su identidad y olvidan. Tanto los ligados como Candyman son espectros del pasado colectivo grotescos, incómodos, que reclaman memoria. La imponente aparición final de Tony Todd reafirma que su imagen icónica, encaje o no con la raíz literaria, pertenece ya a un legado cultural distinto que el de hace 30 años, y el camino hasta ese momento es el fascinante proceso de la reclamación de un mito.
Programa doble: Kandisha (2020)
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La primera de las dos películas de Alexandre Bustillo y Julien Maury que nos han hecho recuperar la fe en ellos tras la imposible Leatherface (2018). En este mucho más sencillo slasher sobrenatural, la pareja da toda una réplica a Candyman, con otra figura de leyenda urbana con raíces marroquíes que se encarga de vengar a las mujeres maltratadas. Un grupo de adolescentes que de verdad parecen adolescentes de hoy, muertes brutales y gore sin restricciones de estudio, una buena conexión con la multiculturalidad de barrio moderna francesa y una criatura que va variando según se hace más fuerte, con una inusual aparición desnuda y con patas de cabra, convierten a Kandisha en una extravagancia digna de verse.
6- Woodlands Dark and Days Bewitched: A History of Folk Horror (2021)
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No está mal recordar que los documentales también son películas, y pocas veces tenemos oportunidad de verlos en listas de lo mejor del año frente a frente las otras de ficción y narrativa habitual. En un año en el que se han estrenado muchas y muy diversas obras de terror dirigidas por mujeres, no podría faltar la primera aproximación documental sobre la historia del folk horror de la erudita absoluta del género Kier-La Janisse.  Un monumental recorrido que explora el fenómeno desde todas las perspectivas imaginables durante nada menos que cuatro horas de metraje en la que descubre cinematografías ignotas, incontables títulos olvidados de todas partes del mundo que, además de un ejercicio de arqueología impresionante, hila todo su discurso de una forma orgánica y fluida. Janisse repasa el género desde sus inicios en la trilogía de películas: Witchfinder General (1968), de Michael Reeves, Blood on Satan's Claw (1971), de Piers Haggard y The Wicker Man (1973), de Robin Hardy, escarbando en el origen del término para reescribir la semilla que se le había estado atribuyendo estos años a Mark Gatiss. De ahí sigue a través de su proliferación en la televisión británica en la década de 1970 y sus manifestaciones, mutaciones y convergencias culturales específicas en el horror americano, asiático, australiano y europeo, hasta el resurgimiento del género en la última década hilando la narración con más de 50 entrevistas a expertos y nombres relacionados con el género como Piers Haggard , Lawrence Gordon Clark, Robert Eggers, Robin Hardy o Anthony Shaffer.
Producida para Severin Films, Woodlands Dark and Days Bewitched: A History of Folk Horror es mucho más que un extra para una cajas de dvd, e incluye una banda sonora original de Jim Williams, de A Field in England (2013) y secuencias animadas especiales con arte de collage nada menos que creadas por el cineasta Guy Maddin, por lo que nos encontramos ante una de las piezas más trabajadas dentro del formato este año. Mientras explora las claves cinematográficas del horror rural, tocando más de 200 películas, obras de teatro, episodios de televisión y las raíces literarias que lo inspiran, también examina el surgimiento del paganismo en la sociedad a fines de la década de 1960, la prominencia de la figura de la bruja en relación con la segunda ola del feminismo o el movimiento ecológico de la década de 1970. Se exploran los conceptos que siempre han creado dudas, se separa el grano de la paja y disipa ideas preconcebidas sobre un subgénero en boca de todos poniendo énfasis en elementos clave como el paisaje y la psicogeografía, la variación estadounidense, desde las historias populares desde los cuentos de los marineros y la historia colonial temprana hasta el gótico sureño y el horror de los bosques, la política de la nostalgia popular y en general las muchas formas en que se celebra el folklore, ocultando y manipulando las historias para amoldar su resonancia mística a cada entorno.
Programa doble: Tales of the Uncanny (2021)
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Y si de documentales ha ido la cosa, los amantes de las antologías de terror tienen una cita con este extraordinario recorrido sobre las películas antológicas de terror, un formato en sí mismo que a veces se nos olvida es el estado natural de las historias de miedo. Desde las primeras piezas del cine mudo a las más modernas aglutinaciones de cortos, Tales of the Uncanny va poniendo el foco en los relatos más impactantes, los segmentos más influyentes y recordados, con entrevistas a decenas de autoridades del género, todos a tiro gracias a haber sido creado en la cuarentena de 2020, con lo que no falta a la fiesta ¡ni Roger Corman! Un proyecto certero, modesto y muy completo para llenar una de las asignaturas pendientes de la divulgación audiovisual de terror.
5 - Post Mortem (2020)
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Vivimos en una era en la que el terror ha sido muy popular durante la década de los 2010, y, sin embargo, el terror europeo produce títulos que cuesta mucho poner al nivel de la industria americana. Hacía mucho tiempo que la cinematografía del Este no ofrecía una muestra tan despreocupada por el qué dirán, capaz de aunar las tendencias comerciales de antes de ayer con el gótico tradicional y la fantasía con raíces en el folklore local. El sabor de grandes autores soviéticos como Nikolái Gogol se deja notar en un tono de fábula que confluye con la comedia macabra más fúnebre y despreocupada. Pero aunque tenga detalles de filmes modernos como Insidious (2010), Post Mortem está rodada y planteada como un drama histórico de época, sobre la historia de un fotógrafo de muertos y una niña conectados por un vínculo sobrenatural que deben librar de sus fantasmas a un pueblo embrujado de la Hungría de entreguerras, uniendo el desarrollo de investigadores sobrenaturales como Carnacki de William Hope Hodgson con el splatstick con sabor al Sam Raimi de Drag Me To Hell (2009) o incluso el Peter Jackson más comedido de The Frighteners (1996). Pese a ser una gran apuesta de su país –fue la seleccionada para representar a Hungría en los Óscar–, el film de Péter Bergendy es modesto y usa un naturalismo inmediato que quizá queda corto para plasmar su retrato de época, especialmente para los paladares más acostumbrados a producciones americanas.
Pero a pesar de ello la actitud es la de estar rodando una gran producción, y el resultado es una necesaria incursión en un fantástico singular, afín a la estonia November (2017) —desde el humor, algunas levitaciones y escenas—, con el gamberrismo soviético de los cazabrujas de Gongofer (1992) y el empeño de una película histórica. Sin embargo, a la hora de plasmar algunas apariciones, como sombras reptantes que podrían aparecer en la obra del polaco Zdzisław Beksiński, se realizan con uso de FX digitales, que tienden a la sencillez, usando un efecto difusor de movimiento que recuerda al de los viejos trucajes de emulsión de fotos espiritista victoriana, lo que conecta con la temática Memento Mori. Cerca de su fin, se saca de la chistera un pequeño clímax febril influenciado por el expresionismo alemán, en el que las figuras aparecen en espacios vacíos y desaturados a modo de estampas de cine silente de terror, lo que lleva a la obra de los artistas europeos más oscuros de la época que retrata, como Hugo Steiner o Alfred Kubin. En un momento del fantástico en el que hay tanto análisis agotador de lo que ofrece o no de fresco el terror, forzando una idea del vanguardismo que el tiempo siempre acaba llevando a superficies familiares, es más necesario que nunca torcer la mirada hacia una progresión que no se fuerza, sino que aparece en películas como Post Mortem, una visión de lo de siempre bajo un filtro decididamente exótico, que algunos rechazan por el envoltorio, ignorando que forma parte de un acervo cultural igual de opaco y minoritario que otras nuevas miradas mucho más sencillas (y convenientes) de reivindicar.
Programa doble: La nuée (2020)
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Entre la cosecha de Sitges 2020, además de la obra de Bergendy, también se proyectaron otras que hicieron poco ruido pese a ser tan interesantes como este gran debut de Just Philippot. Como Post Mortem, otra muestra de horror europeo diferente a lo que acostumbramos a ver, entre el horror psicológico en espiral de locura polanskiana y la pesadilla entomológica caníbal de cambio climático, este paciente drama parental francés mira al Peter Weir de Mosquito Coast (1986) con la paranoia catastrofista de Phase IV (1974) y The Curse (1987). Con reminiscencias al ecoterror de los 70, la nueé tiene menos de invasiones de insectos del cine de catástrofes como de la scifi documental de The Helstrom Chronicle (1971), que transcurre como catalizador determinante de las ansiedades de una madre viuda frente a su sueño vital.
4- Trilogía Fear Street (2021)
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La trilogía de terror del verano de Netflix actualizaba la famosa colección de libros de R.L. Stine para la era Stranger Things (2016-) sin llegar realmente a adaptar ninguno en particular. Una gran película de seis horas que iba a estrenarse durante tres meses en cines y no estaba planteada como miniserie como podría asumirse por su destino en la plataforma. La historia que plantea es completamente nueva, pero tiene todos los elementos típicos de la literatura young adult del creador de Goosebumps. La ambientación de los 90 del inicio es un poco disimulado ejercicio de nostalgia no culpable, aprovechando su punto de partida para proponer una carta de amor a Scream (1996) con twist sobrenatural en el que no faltan muertes con gore –muy sorprendente para estar dirigido a adolescentes– y película de terror cajón desastre, en donde caben maldiciones centenarias, poseídos y experiencias al borde de la muerte que guiñan el ojo a Flatliners (1990). La directora Leigh Janiak entiende los mecanismos del género como diversión despreocupada, con violencia irreverente y el uso de las canciones de la época con intuición e intencionalidad. Fear Street también añade elementos al material original, con ciertos detalles sobre clase y ocurrencias atrevidas que demuestra por qué el slasher juvenil posterior a los 90 le debe mucho a series literarias como la homónima, captando las claves del género que ayudó a expandir Kevin Williamson, muy influenciado por las dinámicas del terror de instituto de Stine o Lois Duncan.
La segunda entrega de la trilogía ambientada en los 70, protagonizada por una Sadie Sink que roba la trilogía, desarrolla la historia en un campamento, en una reinterpretación de los slashers de la época dorada del género en campamentos de verano como Friday the 13h (1980), The Burning (1981) y Sleepaway camp (1983). Un episodio brutal, mucho mejor terminado que 1994, aumentando los litros de sangre con un body count aún más generoso – incluido el tabú infanticida– y, sorprendentemente, también incrementando la aparición de sexo, haciendo que el espíritu de final de década huela a borrachera nocturna, chustas a escondidas y sangre. Apariciones, cuevas ocultas y misteriosas masas viscosas se unen a los asesinos posesos en la mejor entrega de la trilogía. El episodio final vuelve a utilizar el flashback para llevarnos a 1666 y mostrarnos el origen de la maldición de Sarah en una colonia en la que empiezan a pasar cosas extrañas, siguiendo la pauta de los relatos clásicos de caza de brujas como The Crucible (1996), con la influencia inevitable de The Witch (2015) o la serie Salem (2014-2017), haciendo de los tres segmentos una historia completa sólida y llena de vasos comunicantes. Fear Street es un soplo de aire fresco por su desparpajo dedicado a un público concreto, al que no priva de algunos momentos realmente turbios para un film de estas características– la escena de la iglesia es lo más tremendo que hemos visto este año–. Está llena de sorpresas y la historia se cierra de forma bien entretejida en sus tres líneas temporales que logra cuadrar muy bien todos sus elementos y personajes para cerrar uno de los experimentos más estimulantes del cine de terror reciente, solo posible gracias a su vía de estreno en plataformas que por cosa del destino la convirtió en uno de los fenómenos de género más indiscutibles del 2021.
Programa doble: Halloween Kills (2021)
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Secuela atolondrada de guion delirante pero mucho mejor dirigida y fotografiada que la previa, directa al grano, más tonta pero al mismo tiempo, también más Carpenter, con muchísimas muertes gore, brutales y crueles, con un prólogo-extensión del final de 1978 delicioso. Se quita la pesada losa del trauma y los giros de trama para cumplir todas las reglas de la secuela escritas por Scream 2 (1998): más cadáveres, más sangre y un asesino casi fantástico. Michael Myers está desatado y sin piedad en un slasher grosero, hiperbólico y grasiento que sube el volumen de salvajismo y roza la amoralidad hasta llegar a ser estúpida, conectando perfectamente con el espíritu de la era dorada del subgénero. La idea de Haddonfield hirviendo en busca de venganza es torpe y chirriante, pero todo se dirige a una secuencia tan inconscientemente grotesca y cafre que parece salida de una exploitation italiana de Umberto Lenzi, momentos de un cine perdido que solo salen de forma involuntaria. Una verdadera fiesta aún más salvaje en su edición extendida.
3- Last Night in Soho (2020)
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La primera aproximación de Edgar Wright al cine de terror sin coartada de comedia es una deslumbrante colisión de horror psicológico pop y fantástico de regusto retro con una dirección estelar en donde caben desde Clouzot hasta la Amicus. El personaje de Eloise, una frágil chica rural que sigue sus sueños hasta la capital y es sobrepasada por la inclemencia de una urbe atroz, está delineada según el modelo de la Suzy de Suspiria (1977). Thomasin McKenzie ofrece una interpretación cálida y empática que gana al instante y sigue la tradición de la chica en residencia femenina con pesadillas reveladoras que descubre misterios que atormentan un edificio mientras sufre una crisis nerviosa, en común con películas como Hasta el viento tiene miedo (1968). Aquí las visiones le llevan mano a mano junto a una Anya Taylor-Joy ultraterrena que canta y baila para deconstruir el glamour del swinging London, en un guion coescrito con la nominada al Óscar Krysty Wilson-Cairns que no tiene tanto de análisis del arte post Me Too como de reconocer la nostalgia como un arma de doble filo donde se puede reconciliar la fascinación con su lado oscuro. Wright no descubre nada nuevo y cita muchos clásicos del cine de terror con la idea de la mujer asediada por la sexualidad masculina agresiva como Repulsion (1965) o Carnival of Souls (1962), de las que además toma no pocas referencias estéticas y oníricas.
Con un juego de espejos de pasado y presente que destapa las trampas de la historia, retrata los 60 con contrastes entre vestuario mod y una BSO espectacular frente a la sordidez urbana llena de utilitarismo sexual patriarcal en una trama llena de grises, que sabe perfectamente por dónde camina y no se hace un lío tampoco en su giro final, conectando con las ficciones feministas de Gillian Flynn. Una colorida representación de una trama arquetípica que sirve de excusa para aprovechar cada fotograma con una apuesta estética llena de clase y delirios caleidoscópicos que difuminan los límites de la realidad y la alucinación con un montaje abrumador y pistas hasta a A Nightmare on Elm Street (1984). Last Night in Soho no es un giallo, pero podría ser la secuela sobrenatural de uno, recupera la gama cromática imposible de Mario Bava, pero también mira hacia sus películas más allá de la estética, con esos ecos del pasado apareciéndose en la cama de La frustra e il corpo (1963) o el escenario de diseño de moda de Sei donne per l'assassino (1964). Algunas visiones del personaje de Anya Taylor-Joy están planteadas como imágenes psicodélicas de su época, con la Romy Schneider de la película perdida L'enfer (1964) de Henri-Georges Clouzot en mente y, en general, toda la apuesta de la película busca parecer más un espectáculo de luz, color, terror y experimentos de puesta en escena que se lo juega todo a una lógica de deleite tan gratuito como pensado para no ponerle muchos obstáculos.
Programa doble: The Woman in the Window (2020)
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Un thriller criminal de horror psicológico canónico, con Amy Adams desatada que conecta con Last Night in Soho al perpetuar la dimensión paranoica de Repulsión y en una puesta en escena espectacular de Joe Wright con el Mario Bava más Giallo en mente. La idea de una mujer encerrada en un piso que presencia un asesinato es puro Hitchcok, pero encuentra su voz a través del estilo y una planificación y diseño de arte magistrales que domina la geografía de la localización crea un espacio mental para la protagonista y el espectador lleno de detalles, posibilidades, distancia e ideas que recuerdan al mejor cine de género de los 70. Casi un ejercicio de fetichismo visual que recrea la pesadilla agorafóbica sin conciencia del tiempo de la protagonista con transiciones chifladas que hasta idealizan hallazgos de Profondo rosso (1975), soluciones secuenciales majaras, planos violentamente divididos, flashbacks vertiginosos, split diopters y otros trucos de la escuela De Palma del que recupera la desfachatez de Body Double (1984), incluso rescata las raíces de Grand Guignol de la hagsploitation al slasher de ramalazo Wes Craven, con su delirio de gags de persecución y trompazo, descarrile cómico y ocasionales momentos de gore que no muestran ningún miedo al ridículo.
2-The Amusement Park (1973)
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La obra perdida de George A. Romero es la gran joya inesperada del año lanzada desde el pasado. Una recuperación póstuma de un maestro del horror que no se ha tratado con la profunda importancia que merece, teniendo en cuenta que se hizo en el año 73, cuando el terror furioso de bajo presupuesto y a la luz del día todavía no se había conformado del todo frente a los horrores góticos de Hammer y AIP hasta llegar a The Texas Chainsaw Massacre (1974). Aunque sea un film creado con intenciones didácticas –fue un encargo de la sociedad luterana para concienciar sobre el edadismo social– tiene forma de pesadilla circular que parece underground de los 90 hecho en los 70, y se convierte ahora en un clásico pionero del subgénero de horror a la vejez de forma retroactiva. En momentos en los que que buscamos lecturas de nuestra era en el cine hecho en el presente podemos comprobar cómo han eclosionado películas de horror a la vejez como Relic (2019), Old (2021), La abuela (2020), The Father (2020) o The Manor (2020), y, en este contexto el descubrimiento de The Amusement Park es revelador, reafirmando la relevancia visionaria póstuma de un maestro del horror social como George A. Romero.
El viaje de un anciano por un parque de atracciones figurado es la obra más surrealista del director, una pesadilla circular que recuerda a un episodio salvaje y cruel de The Twilight Zone en el que un hombre no puede escapar de lo inevitable, un parque de atracciones de la vida para ancianos en el que todos acabamos. Si Carnival of Souls (1962) ha sido siempre relacionada como una influencia para Romero en Night of the Living Dead (1968), su cualidad alucinatoria es mucho más patente en la realidad escurridiza de The Amusement Park, que, como el film de Harvey, también usa una feria de atracciones. La obra comparte el trasfondo moral de otros filmes luteranos, algunos de terror sensacionales como la prima hermana de esta, Stalked (1968) y no se diferencia mucho del espíritu de relato advertencia heredado de los cómics E.C. que el autor practicó en Creepshow (1982). La obra tiene un matiz moderno disruptivo con la tradición del momento y crea un imaginario grotesco en el que aparecen máscaras de Halloween de muerte o de payaso y un grupo de moteros con un rudo grano antigótico que parece un pequeño adelanto a la imaginería visual rabiosa de Tobe Hooper, especialmente en de The Funhouse (1980) y por extensión del universo Rob Zombie. La película es mucho más que una curiosidad, sino un eslabón perdido que confirma a Romero como el pionero del grano crudo y el cambio en el género, y para muestra la secuencia en la que la pitonisa lee el desalentador futuro de una pareja,  angustiosa y horrible, casi un boceto del segmento de Requiem for a Dream (2000) con Ellen Burstyn, que no desentonaría en el cine indie más underground y vanguardista de los 90
Programa doble: The Father (2020)
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Sí, es un drama sobre la demencia, pero esta ganadora de dos Óscar de la Academia utiliza una gramática de horror psicológico sin matices para perdernos en el asfixiante laberinto de la memoria de su protagonista, lo que la acerca a películas como Mother! (2016), la trilogía de los apartamentos de Polanski o Images (1972) de Robert Altman. Una película completamente diferente a lo que su póster y promoción podría sugerir, en realidad, su manejo de los resortes de miedo cinematográfico a través de escenografía y el montaje la convierten en una experiencia empática aterradora, llevando su premisa de thriller surrealista hasta el último minuto. Su cariz de drama se apoya exclusivamente en la tremenda interpretación de Anthony Hopkins, que lleva el carácter de pieza teatral de la obra a un punto sublime, hasta su final desolador, brutal.
1-The Empty Man (2020)
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Normalmente las reglas de nuestros listados de lo mejor del año siguen la fecha del estreno comercial de las películas como requisito principal, pero este un caso especial, y si la pandemia ha cambiado las reglas del cine, las nuestras también. Estrenada de forma kamikaze en medio de salas vacías en los peores momentos de la desescalada, y luego al filo de fin de año, en copias de streaming que mutilaban su suntuosa relación de aspecto widescreen 2:35:1, The Empty Man es una película de 2020 que incluimos a última hora en el listado del año pasado, pero no sería justo ni representaría el ciclo de vida que ha tenido si no la incluimos de nuevo, un año después, como el fenómeno más relevante en el cine de terror de 2021. No solo ha sido vista por primera vez como fue concebida en sus copias de plataformas este año, sino que la aparición de la sección adulta STAR ha permitido que haya sido incluida en el catálogo de Disney+, permitiendo que el público mayoritario accediera a ella por fin, tras ser abandonada por la propia distribuidora en su fantasmal paso por los cines americanos. Este detalle de distribución fue lo que hizo que la conversación empezara a cambiar su relato. Yotubers populares, podcasts, y numerosos medios empezaron a trasladar el boca a oreja como el propio mito del film. “¿Has visto The Empty Man?”, sin publicidad de ningún tipo, sin más eco que el de las propias personas que le dedicaban su tiempo a compartir y hablar sobre ella, estos 12 meses han convertido una rareza en la verdadera película de terror de culto de la era pandémica.
Se podría decir que el nuevo ciclo de vida de The Empty Man empezó un artículo de Film School Rejects en abril en el que se entrevistaba ¡por primera vez! al director desde su estreno en cines. En su día no hubo rastro de sus impresiones en ningún medio y su voz se podía hoy por primera vez, narrando el extraño periplo de la película, que fue rodada en 2017, cómo ha permanecido bloqueada por Disney todo este tiempo tras unos test screenings desastrosos que hicieron que cuando absorbieron 20th Century Fox decidieran dejarla como estaba porque los cambios del nuevo montaje fueron aún peor, algo que precipitó su tratamiento sin ni siquiera una edición física programada hasta hoy. La entrevista a David Prior reveló que las convergencias con Hereditary (2018) –hay sectas y algunos elementos de la trama que a veces son tangentes– estaban lejos de apuntarse a la moda del film de Aster por las fechas de rodaje y creó una onda de estudios analizando los significados del film y sus referencias, así como nuevas entrevistas, con contacto directamente con el director, que nacían siempre del interés por film y nunca por el proceso habitual de promoción de una distribuidora, devolviendo también parte de ese desaire hecho por Disney en 2020. El resultado es que la película ha ido apareciendo en listados de fin de año y repasos de todo tipo, completando por fin la apasionante narrativa de una obra maldita logrando sobreponerse a la tormenta por sus propios méritos.
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Y es que, aunque hablamos de ella largo y tendido, The Empty Man es una extraordinaria película de terror a fuego lento que adapta una novela gráfica siguiendo su propio camino para compactar ideas de horror metafísico puro en un relato de investigación sobre un aparente hombre del saco que, lejos de ser la enésima variación de Candyman (1992), tiene un planteamiento totalmente distinto a la película de miedo ordinaria proveniente de gran estudio. Con un prólogo que de 22 minutos que ofrece una alternativa al Incidente del paso Diátlov con algunas situaciones que recuerdan al remake de La maschera del demonio (1989), David Prior desarrolla un relato Lovecraftiano devastador y elegíaco, un poso melancólico negro, que nos deja a la intemperie frente a una realidad esquiva y pesimista, con una puesta en escena elegante, de tonos fríos y oscuros captados por la impresionante fotografía de Anastas Michos, que ofrece una aproximación visual que es lo más parecido a las pinturas de Dragan Bibin plasmado nunca en el cine. Su desarrollo dialoga con películas como Dead & Buried (1981), Jacob’s Ladder (1990) o Angel’s Heart (1987), si en vez del satanismo o vudú hubiera ecos de nihilismo, ciencia ficción y existencialismo, con algunos momentos ocasionales de terror grotesco y horrores cósmicos de la literatura de Robert Chamers o Thomas Ligotti. Como su propia entidad protagonista, nada existe hasta que es nombrado. The Empty Man solo ha existido de verdad cuando su nombre ha empezado a ser pronunciado, los propios conceptos de la película han tomado forma en la realidad, validando su complicada tesis solipsista en una época en la que las certezas han dejado de tener sentido y cada uno las crea a partir lo que lee a su alrededor. Solo una obra que nos hace dudar de quienes somos podría representar de forma coherente lo que ha sido 2021.  
Programa doble: The Vigil (2019)
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Otro caso de estreno extraño que fue la clausura de Sitges 2019 y se estrenó de forma silenciosa en salas españolas en 2021, sin embargo no llegó a plataformas hasta abril, siendo también estrenada en Estados Unidos este año. Mejor de lo que se la recuerda, The Vigil cuenta la historia de un antiguo Hassid que debe permanecer toda una noche de velando por el cuerpo de un difunto miembro de la comunidad jasídica de Brooklyn, pero en la soledad de la vigilia, empieza a notar signos de que quizá no está solo con el muerto. Una especie de Viy de Gogol para la era WhatsApp con mimbres de La gota de agua de Mario Bava e Insidious (2010), su formidable fondo mitológico y emocional de culpa judía queda algo deslucido por sus jumpscares de sonido. Pero se le perdonan los sustos gracias a su satisfactorio final emocional y secuencias extraordinarias como la del vídeo con la mujer hablando o el viaje a través de un pasillo tenebroso con la desconocida entidad al fondo.
 Menciones especiales 2021
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Dos películas que no pertenecen al género estrictamente han sido importantes para el fantástico y tienen dentro grandes escenas que no deberían faltar en cualquier repaso de lo mejor del horror visto en 2021. La Escandalosamente brillante The Suicide Squad (2021) es como si The Expendables (2010) tuviera a Toxic Avenger, Snake Plissken, Willard y tiburones devorahombres en un demencial cóctel de gore brutal, mugre, furia, humor subversivo y postre con scifi-horror. James Gunn muestra su vocación y oficio en la Troma sembrando de gags, con espíritu de serie B de terror y monstruos, con una salvaje escena de laboratorio de Mad Doctor que cita directamente al George A. Romero de Day of the Dead (1985) y un final de ultracuerpos de ciencia ficción y terror puros con kaiju que recuerdan a It Came Without Warning (1980), Warning from the Space (1956), The Puppet Masters (1994) o los live action de Attack on Titan (2015). Un 10. Por otra parte, la elegante The Green Knight (2021) es un abrumador ejercicio estético de precisión con un aparato visual exquisito, que pese a ser cine fantástico en su sentido más amplio, tiene algunas de las mejores y más bellas secuencias de terror del año como el encuentro con Winifred, que parece una visión de fantasía oscura propia de las adaptaciones de Nikolai Gogol y sus relatos de ahogadas. El estreno tardío de The Devil Outside (2018), no debe despistar, es un coming of age de la familia de The Reflecting Skin (1990) de Philip Ridley con el trasfondo del fanatismo religioso que no es exactamente una obra de terror aunque está rodado como si lo fuera. Sus metáforas bíblicas y connotaciones demoníacas a menudo operan en el nivel onírico, donde nos encontramos secuencias vagamente alucinantes y motivos extraños, como las cosas duplicadas. Su final es muy inquietante y aunque se decante hacia el drama juega con la ambigüedad de forma mucho más efectiva que Saint Maud (2020).
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Dentro de las que si podemos considerar dentro del género podemos rescatar la divertida Black Friday (2020) y sus criaturas de efectos prácticos creados por Robert Kurtzman, en especial ese kaiju que podría ser un habitante de PG Psycho Goreman. No es muy destacable en originalidad The Seventh Day (2021), pero es mucho más competente de lo que se dijo y no todos los días se ve un Training Day (2001) con exorcistas. La muy pequeña Scare Us (2021) es una divertida antología sobre escritores que se reúnen regularmente en una librería para compartir sus historias y mientras tanto un asesino nocturno está aterrorizando el área. The Arbors fue un indie extraño, lento pero siempre en movimiento con criatura como metáfora y un sórdido trasfondo que a aclarándose durante su paciente desarrollo de horror psicológico y pesadilla suburbana llena de atmósfera, una película probablemente hecha de forma casi familiar que ganaría con un metraje más pulido. La simpática Nightbooks (2021) es una producción infantil de Sam Raimi para Netflix, una golosina inofensiva pero con algunos buenos momentos que puede servir de puerta de introducción al cine de terror.
Premio Ed Wood Jr. 2021
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Por último, pero no por ello menos importante está Separation (2021), ganadora de nuestro premio Ed Wood Jr. del año. Una película tan torpe que se va a superando a sí misma en su dislate hasta convertirse en un accidente fascinante. Un hombre que se pone a buscar nada menos que en google si los síntomas de la posesión diabólica coinciden con los de su hija es solo el principio de un compendio de todos los clichés de los dramas de terror recientes, pareciendo una especie de parodia voluntaria (no lo es) de Babadook (2014) o similares, es casi literalmente una ópera bufa del "elevated horror" financiada con dinero de estudio para hacer un gran sketch de Saturday Night Live. Brian Cox, recién salido de la gloria y el prestigio de primera línea con Succession, pasa al abismo absoluto de la peli de tarde de "divorcio de marido creativo y mujer controladora" con todos los tropos que caben en 90 minutos, el mismo complejo misógino extraterrestre de Tommy Wiseau con el añadido de crisis de la mediana edad y proyecciones de guionista convertidas en niñera que se insinúa a un papá madurito que deja sin palabras. Su arquitectura dramática pretende conjugar sus apariciones y el carrusel de sustos de barraca a modo de metáfora, con tal falta de norte que cuando llegan sus dos dementes giros finales la incredulidad se convierte en "esto no puede estar pasando". Dibujos infantiles turbios, diseños que toman vida, marionetas... los recursos tópicos de Separation vienen acompañados por los diseños de Zsombor Huszka que irónicamente son excelentes y hasta las apariciones de Twisty Troy funcionan a su manera. Es una mezcla de vergüenza y confort inexplicable que sigue la idea del dibujante de cómics que crea monstruos de Cellar Dweller (1988) y le da una vuelta Insidious para al final mezclar ideas de thriller de los 90, e intentar jugar con la lírica en imágenes de Guillermo del Toro de forma descacharrante.
Jorge Loser
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Las 15 Mejores series de terror de 2020
Un repaso de todo lo que dio de sí la televisión de terror de 2020 con las principales 15 aportaciones al género en forma de serie o miniserie. Contando nuevas temporadas y programas de nueva creación, incluimos todo lo emitido durante el año, aunque en alguna ocasión no haya terminado la temporada corriente. Desde Lovecraft Country a 30 monedas, estas son nuestras favoritas del año pasado.
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2020 será recordado como uno de los peores años de nuestras vidas, pero la irrupción de la pandemia, la cuarentena, y los estados de alarma nos hicieron depender por primera vez de las plataformas de streaming y no de los cines, una circunstancia que nos permitió conectar aún más en redes sociales, compartiendo nuestras películas y series favoritas. En un periodo tan extraño, la televisión respondió con una oferta sorprendente que compensaba todos los retrasos de blockbusters y grandes estrenos en la gran pantalla. Esto nos ha permitido ver, conocer y ampliar el fascinante panorama de sobreproducción de series y miniseries en todo el mundo, en un estado de competencia en la que muchas de ellas no llegan casi a sacar la cabeza del agua. El terror es un gran beneficiado de la situación y por ello hemos ampliado nuestra selección anual a 15 estrenos reseñables que repasamos uno a uno a modo de anuario, con un pequeño anexo de otras menciones especiales que no merecen quedar en el olvido.
15- Lovecraft Country (2020)
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No es posible pasar por el 2020 televisivo de terror sin hacer una mención a esta adaptación la novela de Matt Ruff, que no deja de tener importancia y representación en el año de las revueltas por la muerte de George Floyd. Sin embargo, es difícil no quedarse con la sensación de que es una aventura decepcionante pese a sus ocasionales momentos de brillo. Empezó en HBO con un piloto espectacular que lograba una mezcla perfecta de acción, misterio y terror con mucha sangre, monstruos y una ambientación exquisita en la América segregada de Jim Crow. Un episodio que hacía pensar en una especie de Supernatural con gran presupuesto y el filtro racial de Jordan Peele, coproductor junto a J.J. Abrams. El jarro de agua fría llegaba ya en su segundo episodio, en donde se notaba un gran bajón en el nivel de producción, prominencia de interiores y efectos especiales digitales como la infame “serpiente en el pantalón”. A partir de ahí la serie alternó buenos episodios como Holy Ghost o Jig-a-Bobo con otros terribles como Strange Case o el mismo final de la serie, con una coda vergonzosa, incómoda y perturbadora en el peor de los sentidos. Personajes que pasan de grises a psicopáticos, fijación anal y escenas de sexo completamente perdidas en el tono, deriva narrativa e inconsistencia visual convierten a Lovecraft Country en una difícil elección entre lo mejor del año. Pese a que todos sus problemas vienen de querer abarcar más de lo que le cabe en la mano (no sabe si quiere ser terror de aventuras, una continuación de la serie Watchmen o un subproducto de Ryan Murphy), sí que es una muestra positiva para exponer que la cultura afroamericana también necesita su interpretación de la ficción pulp, pese a que la presente suena a gran oportunidad perdida.
14- The Third Day (2020)
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El supuesto regreso del folk horror tras el éxito de Midsommar (2019) –cuesta hablar de una vuelta con títulos con solo una década como Wake Wood (2009), Black Death (2010), Kill List (2011) o The Wicker Tree (2011)– ha provocado un interés en nuevas variaciones de The Wicker Man (1973) y esta vez vino en forma de miniserie de HBO. Dividida en dos mitades, (Summer y Winter), The Third Day, empieza con una mitad veraniega, con un hombre (Jude Law) que visita una isla frente a la costa británica y descubre que sus habitantes tratan de mantener sus tradiciones paganas a toda costa. En el Invierno, una mujer (Naomie Harris) llega a la isla en busca de respuestas relacionadas con el tramo anterior, pero provoca una batalla para decidir su destino. Entre ambas partes, hubo un interludio teatral en vivo de doce horas que se pudo seguir también de forma online, que aunque no aporta demasiado a la trama, es un movimiento interesante e inédito en la ficción audiovisual y centra su via crucis en diferentes ritos que ofrece más de lo se supone que propone la propia serie editada. El creador de Utopía logra una actualización interesante de la premisa de Robin Hardy, con una narrativa alucinógena e inmersiva, dando prioridad al drama y al misterio sobre el terror. No deja de ser angustioso seguir a Jude Law desorientado en paisajes de belleza mórbida que acompañan la extrañeza casi fantástica de la isla, por lo que su primera parte es un sólido folk horror psicológico que, pese a que se hace un tanto reiterativo y espeso, es más fascinante que su desangelada conclusión, que confirma la sobrecompensación de elementos dramáticos y convierten The Third Day en una curiosidad que flirtea con el tedio y que podría haber sido una gran película de terror pagano con un montaje más equilibrado y fluido.
13- The Shivering Truth Season 2 (2020)
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La primera temporada Shivering Truth fue una pequeña obra maestra de la televisión subversiva, consistente en varias viñetas interconectadas repartidas en múltiples episodios que duran solo 11 minutos de pesadilla claymation sin ataduras ni más espíritu que la apertura a la imaginería mutante, formas indefinidas y constantemente cambiantes.  Adult Swim ataca con una segunda temporada más ambiciosa, menos contenida si es eso posible, y llena de malos viajes de plastilina, anatomía informe y paisajes de fuga alucinógena. La antología de terror de Vernon Chatman aumenta su cuota de surrealismo de impacto, con ecos al Lynch de sus primeros trabajos, aunque el aumento de escala hace que no sea tan inquietante, pero no menos divertida. El mayor punto débil de esta nueva entrega es que trata de ser aún más incómoda, y como todos los intentos conscientes de provocación, a menudo acaban resultando más gratuitos que incisivos. Afortunadamente sigue siendo variada y fluida en sus historias, que cubren una amplia gama de situaciones, desde un dispositivo de rayos X que proporciona un historial detallado de los Estados Unidos a una religión que rinde culto a la carne, apariciones de todo tipo de criaturas, cambios de personalidad y de cuerpo, argumentos que van dando paso a nuevos emplazamientos, personalidades y mundos dentro de otros a modo de matrioska con ecos a ciencia ficción vintage. The Shivering Truth es difícil de ver, pero al mismo tiempo es casi arte en movimiento, sigue resultando fascinante y su vocación marginal hace pensar en un título de culto en el sentido más textual del mismo.
12- Drácula (2020)
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El primer capítulo de la adaptación de Stephen Moffat y Mark Gatiss es una brillante remezcla hiperbólica, irreverente y gore del clásico de Bram Stoker, con un Claes Bang diabólico, sexy y muy divertido, que convierte su despliegue de body horror decrépito en la mejor ficción sobre la novela desde Coppola. Un homenaje al legado de la Hammer que desafía al espectador con una atrevida deconstrucción del mito que da la vuelta a los pasajes más conocidos, reinventando las reglas de los vampiros, mientras ofrece escenas espeluznantes y novedades como los ghouls no muertos. Con un inteligente guion lleno de humor maléfico, el conde encaja como nunca en el papel del mismísimo demonio: burlón, falaz y con el atractivo absorbente del mal puro. El replanteamiento del texto consigue que el relato de siempre parezca fresco y nuevo, adentrándose en el horror, con FX sangrientos de vieja escuela, gran atmósfera gótica, algunos sustos e incluso cierta iconografía de cine satánico que justifica la naturaleza diabólica de la criatura.
La miniserie concibe cada episodio como una película basada en bloques del libro, por lo que, si el adictivo piloto es casi un resumen de distintas adaptaciones, el tramo del Demeter es un divertidísimo Cluedo sangriento lleno de giros y sorpresas que culmina con algunas decisiones arriesgadísimas que, si bien dejan abierta la puerta a otra serie muy diferente, puede servir como final abierto. En el tercer episodio es cuando recibe el mismo tratamiento que Sherlock en cuanto a formato e intenciones, pero se queda con lo peor de aquella. Y es que tomar riesgos está bien, pero solo si tienes una buena idea para continuar. Tras dos maravillas, el tercer episodio es un bajón enorme y deja un sabor de boca amargo, lleno de muchos hallazgos–ese escenario sacado de Abadía en el robedal (1809) de Caspar David Friedrich– pero pocas buenas resoluciones. Por ello, la miniserie acaba en una nota de decepción que deja a medias. Sin embargo, debido a la naturaleza casi antológica de cada episodio (son como obras de tono independiente), Drácula merece la pena en conjunto, pese a que su conclusión, llena de los irritantes manierismos de la pareja creadora, no hace justicia a los grandes dos episodios previos.
11- Monsterland (2020)
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Hulu es una de las plataformas que más y mejor está apostando por el terror en los últimos tiempos, creando no solo películas con autores como Justin Simien o Babak Anvari, sino dando oportunidad a series como Into the Dark, que quizá no acaba de funcionar por su compromiso con la duración de largometraje de cada episodio, haciéndole más mal que bien a su presupuesto ajustado. Por ello, es una buena noticia que no limiten su apuesta a la carta de Blumhouse y tengamos la posibilidad de ver adaptada la galardonada colección de cuentos terror de Nathan Ballingrud North-American Lake Monsters en ocho capítulos que, si bien desiguales, sí que ofrecen visiones de la mitología americana con acertadas aproximaciones a temas sociales centrados en diferentes estados. La showrunner es Mary Laws, guionista detrás de The Neon Demon (2016) o series como Succession (2019), que lleva su formato de antología al fantástico puro, pero con una aproximación realista y áspera, acorde con las voces seleccionadas. Episodios como Eugene, Oregon recogen la tragedia de suburbio del director de Super Dark Times (2017) con un relato sobre a violencia surgida en los foros de 4chan y las paranoias QAnon no solo relevante sino angustiosa y creepy y un final que dio que hablar por su indefinición pero que tiene implicaciones desoladoras. New Orleans, Louisiana es un gran horror noire faustiano o New York, New York llevando el pecado yuppie a lugares que recuerdan a cierto filme de Larry Cohen, Plainfield Illinois rescata un American Gothic fragmentado y Palacios, Texas propone un cuento de sirenas moderno lleno de atmósfera. Todas comparten un tono de baja intensidad, sin concesiones y bastante depresivo, pero mantiene su espíritu episodio a episodio más que algunas antologías en forma de largo.
10- The Outsider (2020)
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La primera, y por el momento única, temporada de The Outsider (2020) es un conjunto de diez episodios que adaptan la novela de Stephen King del mismo nombre de forma cerrada. Un misterio estructurado con la dinámica de un procedural policial que se mueve en el filo de lo insólito, pero con los pies más cercanos a la tierra de lo que una ficción con el apellido de King puede hacer pensar. Sin embargo, la miniserie de HBO es todo un evento para cualquier fan de X Files (1993-) gracias a su voluntad de establecer su cariz fantástico de forma esquiva, centrando el conflicto precisamente en la capacidad para digerirlo de su protagonista. No es una serie sin sus problemas, y en su recorrido de 10 episodios se mueve entre lo brillante y el puro tedio, con una saturación de relleno y minutos muertos que no siempre encuentran una recompensa. Pese a que su gran baza es el desarrollo a fuego lento, su morosidad y tendencia a la reiteración hacen que sobren fácilmente cuatro capítulos, aunque siempre mantiene parámetros de calidad cinematográfica, cierto cuidado en el guion y una voluntad de crear un tono sobrio y elegante. En conjunto su ansia de prestigio acaba restando en un producto algo anémico y falto de adrenalina hasta su impactante y brutal tercer acto, que demuestra que lo mejor se ha reservado para la hora final. Must / Can’t es el episodio emocionante y con brío que merecía una historia que exige tanta paciencia. La mitología del coco, las reglas del cambia formas y una disquisición sobre cómo lo racional lidia con la aceptación de lo irracional conviven con detalles del universo King y ese resplandor que puede atisbarse en tantas de sus obras.
9- Cryptid (2020)
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El cine y televisión de género en Escandinavia no es demasiado prolífico, pero rascando un poco podemos encontrar cosas como la trilogía noruega Cold Prey (2006), o la serie sueca Black Lake (2016-2018), que se alejan más del clásico formato de thriller criminal con raíces folk que se lleva viendo los últimos años. El director de varios capítulos de esta última, que trataba sobre huéspedes de una estación de esquí atacados por fenómenos sobrenaturales, David Berron, se encarga ahora de esta muy curiosa mirada adolescente al género en diez capítulos tremendamente adictivos y concisos, que se basan en una idea del autor Sylvain Runberg, responsable de la adaptación de la novela gráfica de la trilogía Millennium de Stieg Larsson. Cryptid transcurre en el instituto de una pequeña ciudad sueca cerca de un lago que los jóvenes visitan a menudo. Ya en el primer episodio deja claro que no es la clásica serie limitada al público juvenil al estilo de EE.UU., un comienzo que no escatima en gore explosivo, que puede recordar a Spontaneous (2020), pero que toma caminos muy diferentes.
La historia aquí tiene una buena base de ocultismo ancestral, criaturas míticas y consecuencias imprevisibles con rasgos fantásticos propios de interpretaciones muy modernas de horror cósmico. Todo ello sin perder de vista que, ante todo, lo que vemos es una historia para chavales de secundaria con ansiedades y prioridades no muy diferentes a lo que podemos encontrar en Riverdale, pero sin alivios cómicos, en cierta forma conectando con un tono melancólico europeo común a Dark, con la que comparte cierta afinidad por Twin Peaks. Las referencias culturales son más selectas que la mayoría de trabajos de este estilo, como la sudadera de Revelation Records de Ester, un guiño para los amantes del punk y el hardcore de pedigrí, lo que le da a Cryptid un toque de autenticidad coronado por el temazo principal de la cabecera, que es asimismo el single de la banda de los protagonistas. Así, la serie busca su propio encanto dentro de su entorno nórdico con un reparto convincente, dando una sorprendentemente compacta pieza de terror juvenil con episodios de 20 minutos que vuelan y sorprenden por algunos giros muy feroces y mantiene interesado por el extraño trasfondo de seres de los que no sabemos nada.
8- 50 States of Fright (2020)
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La idea de crear una plataforma de streaming para móviles tenía sentido en un mundo en el que el consumo de vídeo se ha ido haciendo cada vez en pantallas más pequeñas, casi al mismo tiempo en el que las televisiones ofrecen más centímetros cuadrados por mucho menos dinero que hace 10 años. Sin embargo, Quibi no ha sobrevivido al año de la pandemia, con contendidos preparados exclusivamente para ver en el móvil. Las series que han creado no eran precisamente baratijas, y la inversión en micro-series como 50 States of Fright no ha sido nada rácana, poniendo nada menos que a Sam Raimi al frente de esta antología que, como Monsterland, va recorriendo los Estados Unidos estado a estado para sacar una historia de terror de cada uno, basándose en alguna leyenda o relativo a alguna particularidad relacionada con lo oscuro y el terror. El resultado, como la mayoría de antologías, es desigual, concentrándose aquí las historias menos potentes en la primera temporada, con una mejora considerable en la colección de la segunda entrega.
El tono es más o menos el de un Tales from the Crypt moderno, mucho más ligero y gamberro de lo que estamos acostumbrados a ver estos días, recuperando cierta voluntad de entretenimiento por el entretenimiento añorada que se puede percibir en otras producciones de Raimi para el cine como Crawl (2019), aunque no siempre acaba siendo una receta para mejorar episodios mediocres como Oregón, Minnesotta o Missouri. Sin embargo, piezas como Iowa, Washington o Florida son memorables. En total son solo 9 estados, pero casa episodio se divide en pequeños fragmentos para conservar el espíritu de micropiezas para móvil. Una pena porque las interrupciones cortan la inercia que consiguen generar los episodios y mejoraría si se reeditaran en su duración completa. Hay monstruos, gore, atmósfera, codas siniestras y finales oscuros, todo lo que reafirma el formato corto como el mejor continente para el terror, pero su propuesta, con nombres interesantes en el género como Scott Beck y Bryan Woods, Alejandro Brugués, Ryan Spindell o el propio Raimi, no fue suficiente para salvar Quibi, que quizá no contó que hay mucho contendido en youtube, o Facebook, como Crypt Tv o los cortos de David F. Sandberg que son más que competitivos con recursos mucho menos lujosos.
7- Paranormal (2020)
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Netflix puede estar perdiendo inercia en cuanto a ofrecer calidad en sus series estrella. La sobreproducción pasa factura y da la sensación de que su contenido es lanzado como pienso en un corral para no disgustar a sus suscriptores, con el desgaste que esto conlleva en cuanto al impacto real del producto, pero esa política también ofrece posibilidades para la diversidad creativa que pueden pasarse por alto. La conexión global está permitiendo que países como Polonia, La India o Egipto también tengan un hueco para mostrar su cara en el terror con medios suficientes y una presentación digna. Este último ha sorprendido con la historia de un hematólogo gafe enfrentado a casos inexplicables al estilo Lin Shaye en Indisious (2010), pero en El Cairo de los 60. A diferencia de la obra de Wan, la mayor cualidad de Paranormal no está en los momentos de terror, que son bastante suaves, sino en el delicioso humor negro que circula sobre su gran personaje, entrañable y adictivo. Refaat Ismail, interpretado por un flemático Ahmed Amin, es un médico que siempre ha ignorado todo lo que parece sobrenatural y basa todo su razonamiento en la ciencia, es como una versión africana de investigadores de lo oculto clásicos, desde Carnacki a Kolchak, pero este se hace verdaderamente singular, en cuanto que tenemos acceso a su diálogo interior, que a menudo es exactamente lo opuesto a lo que dice. El actor logra agregar una capa de cercanía costumbrista y con humor bastante sarcástico y oscuro, creando un personaje huraño, retraído y cínico  es como ver a Saza o Jose Luis López Vázquez protagonizando X Files (1993-).
El personaje da a la serie un tono amable, más inquietante que espeluznante, y cada uno de sus seis episodios es un caso al estilo Dylan Dog pero con menos peso en los misterios que en las relaciones y reacciones al fantástico de Refaat, sarcástico y descreído, que narra en primera persona sus aventuras sobrenaturales, que adaptan historias de la serie de novelas Ma Waraa al Tabiaa, una exitosa colección con hasta 81 títulos que han vendido 15 millones de copias y recuperan figuras como momias, fantasmas, náyades, súcubos y demonios, con más peso en el drama y la aventura que en convertir estos elementos folkloricos en una actualización de sustos. Con un presupuesto moderado para una serie de estas características, Paranormal supone un pequeño hito para la industria egipcia, que cuenta con medios que usualmente no están allí tan a mano, y a cambio, el mundo tiene acceso a una producción cuando menos competente, que hace pensar en cómo sería una Evil (2019-) en una cultura y emplazamiento completamente diferentes, transportando al público por el país con un nivel o producción suntuoso y bien ambientado que recuerda en su exotismo a Under the Shadow (2016), sin llegar a tener la gravedad de esta.
6- Eli Roth’s History of Horror: season 2 (2020)
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Que la figura de Eli Roth en el cine de terror se ha ido apagando como autor es una muestra de lo difícil que lo tuvo la generación splat pack para trasladar la crudeza de su cine más allá de la cada vez más lejana década de los 2000. Casi 20 años después de su debut, Roth permanece como una cara reconocible para los aficionados, con más influencia en Estado Unidos que en el resto del mundo, pero de alguna manera sobrevive con pequeñas gamberradas deliciosas de terror infantil como The House With a Clock in its Walls (2018). Sin embargo, su faceta como promotor y activista del género no cesa, y como el Clive Barker's A-Z of Horror (1997) o el Mark Gatiss’s A History of Horror (2010), su serie de historia del terror supone un hito para los aficionados y los que deseen adentrarse en el género por primera vez. Pero en esta ocasión ha logrado incluso que se haga una segunda temporada. Esto hace que sea algo más completa la experiencia que los siete primeros episodios dejaba renqueante, con seis nuevos especiales adicionales en donde no hay una gran exhaustividad, pero sí una selección experta a través de los ojos y las experiencias de Roth, contenido curado con un sello personal que da a la visión la perspectiva de la generación del videoclub, dejando que la narración nos informe de cómo los filmes han influido al director desde una mirada de fan, con la que, en realidad, cualquier generación circundante encontrará afín. Si la primera temporada cubrió historias de fantasmas, vampiros, criaturas asesinas, los demonios de la mente, Slashers (Parte 1 y 2) y Zombies, la segunda temporada abarca casas del infierno, (lugares encantados más allá del cine de espectros), Monstruos (esta vez con más atención al Kaiju), el Body Horror desde Cronenberg a la actualidad, niños terroríficos y brujas.
Esta vez hay un episodio extra llamado nueve pesadillas que desafían las categorías y límites del horror, en donde encaja Midsommar, The Wicker Man, Us o favoritas personales de Roth como Cannibal Holocaust y Mil gritos tiene la noche, un cajón desastre agradable que parece una forma de agrupar un anexo con adiciones de última hora con intención de darle a la temporada un toque de actualidad y recopilar algunas carencias que no encajan del todo en las categorías anteriores. Parece que parte de esta temporada se ha hecho con segmentos de entrevistas que sobraron de la anterior, como las realizadas a Rob Zombie, Stephen King y Tarantino, añadiendo nuevas como las de Jordan Peele, Joe Dante, Mick Garris, Bryan Fuller, Bill Hader Megan Fox, Chris Hardwick, Jack Black o Katharine Isabelle. Además, Roth se rodea de otros expertos y académicos como Kier-La Janisse, Jordan Chrucchiola, Jennifer Moorman, Tananarive Due o Chris Dumas. La selección de películas y metraje es estupendo, con un indudable cariz estadounidense, pero con suficiente material para alternar, gore, efectos especiales con la belleza más poética de muchas de las películas, de las que se trata de rescatar las razones de su impacto e importancia, desde el contexto y la influencia, sin excederse en subrayar subtextos y resultando siempre muy entretenido y absorbente. Esta segunda temporada hace de la experiencia completa de 13 episodios un valioso recorrido por el género que servirá, además, como testamento de la importancia industrial de este en el momento actual.
5- Caminantes (2020)
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Una vertiginosa y salvaje miniserie de siete capítulos dirigidos por Koldo Serra que bien podría ser una película de dos horas si le quitáramos los créditos y el capítulo complementario (un divertido e interesante making-of dirigido por Borja Crespo). A pesar de ser una propuesta de Found Footage, es uno de los raros ejemplos del formato que está lleno de recursos e ideas, y eso se traduce en una versatilidad de puesta en escena muy poco común en otros productos del estilo. Aquí, el metraje encontrado se compone básicamente del material de vídeo de los móviles y el dron de un grupo de peregrinos adolescentes del camino de Santiago. El único salto sobre ese patrón se produce con la inclusión de algunos fragmentos de telediarios ficticios de los 90, que inyectan en el imaginario cotidiano las temáticas del cine de terror con las que juega Caminantes. El cine español no terminó de subirse a la ola del regreso de los 70 al género de los años 2000, no hubo un verdadero conector con las raíces rurales de nuestra geografía que tuviera la audacia de ir algo más allá al proponer ideas más radicales en cuanto a la representación de la violencia.
Aquí, Serra reimagina la Selva de Irati como un lugar de peligros afines a filmes de supervivencia menos populares que Deliverance (1972), pero con un manejo del terror invisible más sofisticado, desde Southern Confort (1981) a Rituals (1977), para llenar un hueco muy importante en la cinematografía española de forma excepcional, reactivando el formato gracias a referentes del cine salvaje que trasladan el horror físico y tangible de clásicos con un pulso lleno de tensión y violencia herederos de Wes Craven, Rob Zombie o Alexadre Aja en formato de Found Footage. Una planificación metódica y una vocación frenética de acción constante —con gran uso de la geografía y la profundidad de campo— con localizaciones en un bosque lleno de niebla que convierten la miniserie en un perfecto condensado de referentes resuelto con un ritmo vertiginoso, buenas actuaciones de un reparto juvenil y un brutal catálogo de crueldades, incluso con un uso escalofriante de los filtros aumentados de snapchat. Una sorpresa que llega desde Orange Tv y complementa la cinematografía del terror español con una de las mejores series de género del 2020.
4- What We do in the Shadows – temporada 2 (2020)
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A estas alturas no debería ser necesario aclarar que una comedia también es terror, por mucho que no de miedo, pero por si acaso, es tan fácil como ver el género como un conjunto de temas y estéticas que pueden estar destinadas también a proponer carcajadas a partir de los lugares más conocidos del cine de monstruos, como, por ejemplo, los vampiros. La serie basada en la película de Taika Waititi y Jemaine Clement sorprendió hace dos años con un plantel de nuevos personajes que igualaban a los de su original y con su segunda temporada no solo se consagra sino que llega a superar al film. Un regreso a lo grande en el que la serie no sólo sigue siendo brillante, ingeniosa y creativa, sino que ahora se presenta con una fotografía renovada, que eleva el formato documental con un grano más cinematográficos, y FX de otra división que la alinea con las grandes comedias de terror del cine como Ghostbusters (1984).
No es ninguna sorpresa que tuviera 6 nominaciones en los Emmys 2020, incluida Mejor serie de comedia y Mejor guion, aunque urge empezar a reconocer a su reparto exquisito, capaces de crear personalidades reconocibles, desastrosas y absolutamente adorables. En esta temporada, además de Nandor, Laszlo, Nadja, Guillermo y Colin tenemos de nuevo cameos brutales como los de Haley Joel Osment y Mark Hamill, y se amplía la gama de temas sobrenaturales con los que se enfrentan los vampiros. De nigromantes a aquelarres de brujas, pasando por fantasmas y otras sorpresas. Si el gran momento en la anterior temporada fue la noche de fiesta con el Barón, el episodio 6 es el imprescindible de la temporada ya conocemos por primera vez nada menos que al inigualable Jackie Daytona, el alter ego de Laszlo que podría tener su propio spin off. No sería justo no incluir en esta lista la serie Ghosts, porque es casi tan buena como esta, pero es inevitable reconocer la temporada 2 de What We Do In The Shadows como una de las mejores comedias de terror del año.
3- Raised by Wolves (2020)
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Creada por el guionista de Prisoners (2013), Aaron Guzikowski, y supervisada para la pantalla por Ridley Scott, puede que esta serie de ciencia ficción y mitología tenga una adscripción dudosa al género de terror, pero aunque no sea estrictamente ubicable en un mismo cajón, es ineludible que es una obra acorde al universo del director británico, tanto de Blade Runner (1982) como de la saga Alien (1979), siendo un ejemplo más confiado, sólido y salvaje que las precuelas con su misma firma. Por ello, independientemente de las diserciones sobre su etiqueta, es un auténtico festín, imprescindible no solo para los amantes del fantástico en su sentido más amplio, sino también para los que consideran el viaje de la Nostromo una pesadilla clave del horror espacial, es decir, plenamente ineludible en un listado de género con lo mejor del año. Su trama sobre androides que crían a niños humanos en un misterioso planeta virgen, mientras una colonia de humanos les acecha por sus diferencias religiosas sirve a Scott para proponer una versión galáctica de los caballeros templarios con un estilo tan extraño y esotérico que a veces toca lo experimental y resulta todo un continente para sus ideas más oscuras que llegan hasta la metafísica de Na srebrnym globie (1987) de Andrzej Zulawski. La actriz danesa Amanda Collin ha sido todo un descubrimiento como Madre, una loba androide que asombra con su lenguaje corporal de movimientos salvajes, representado una ira aterradora y una vulnerabilidad que genera compasión. Un ser tan trágico como terrorífico, un auténtico monstruo de cine de terror, que acompaña con sus poderes explosivos con resultado ultraviolento y muy gore: explosiones de sangre, transformaciones en masas tumorosas, criaturas anfibias… decenas de detalles que conectan con el influyente mundo de Scott.
Además de parecerse a no pocas películas con monstruo, la violencia exacerbada de Raised by Wolves se combina con operaciones a replicantes que acumulan una colección de Body Horror no menos perturbadora y brutal que el que nos muestra Cronenberg por tratarse de autómatas. Desde los primeros fetos conservados fuera de una matriz, ojos de quita y pon, operaciones de todo tipo y la muestra de unidades mutiladas, quemadas o con diseños siniestros, la senda del género se combina con temas de monstruo y creador salidos de Frankenstein, homenajes directos a la escena más grotesca de Poltergeist, criaturas que podrían estar en Dreamcatcher de Stephen King o incluso From Beyond de Lovecraft. La serie no solo es una cita obligada para los amantes del horror espacial: ojos como armas y herramientas para visitas al médico de los sintéticos, transfusiones imposibles, embarazos imposibles, naves, fauna y flora hostil y sexo VR con litros de “semen” para una ópera fantástica, violenta, hipnótica y sorprendente que se postula como la confirmación de que estamos en el momento clave en el que los grandes autores literarios inadaptables como el Isaac Asimov de Foundation y sus epopeyas robóticas u otros clásicos de la colección de ciencia ficción de bolsillo de Ultramar son posibles, y en este caso hay un mundo violento y fascinante que no para de crecer y que explota en su último episodio, abriendo posibilidades inmensas
2- The Haunting of Bly Manor (2021)
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Mike Flanagan continuó su particular taxonomía del fantasma literario para Netflix con una continuación independiente a The Haunting of Hill House (2018) que consigue sobrevivir a las expectativas, pese a no llegar a la excelencia de aquella. La aproximación en este caso apuesta por un formato semiantológico que toma The Turn of the Screw (1898) de Henry James como matriz y, sabiendo que ha tenido infinidad de adaptaciones, variaciones e inspiraciones, decide separarse bastante de esta, como ya lo hacía Hill House. Pero en esta ocasión el desvío sirve como una forma de estructurar el plan real de la serie: conectar a través de las historias de los diferentes personajes una colección de adaptaciones de varios cuentos cortos de James que quedan embebidos en la línea general de Otra vuelta de tuerca, y sirven como trasfondo y cuerpo de conflicto de los protagonistas. Un tapiz completo de la obra de horror del autor completamente inédito hasta la fecha en el cine o la televisión que crea una variación caleidoscópica de tonos y sensibilidades en los diferentes episodios, ayudando a que cada miniadaptación tenga cierta personalidad y el experimento se beneficie de una mayor entidad.
The Haunting of Bly Manor se aleja de la familiaridad j-horror que James Wan y el propio Flanagan convirtieron en norma en el terror comercial americano de los 2010 con un tono más cercano al de una producción actual de la BBC de clasicismo rotundo que ya no se limita a la claridad narrativa típica del director, sino que se adhiere a un tono más retro y atemporal, apagado y propio del melodrama cinematográfico más universal. Flanagan homenajea a otras adaptaciones de James, con especial reverencia a The Innocents (1961), de la que toma prestada la canción O Willow Waly, y la sensibilidad del cine de terror italiano más romántico y tenebroso, como Danza Macabra (1964). Probablemente el punto más decepcionante sea el reciclaje del tema principal de la anterior temporada y una caligrafía más modesta que acusa la ausencia de Flanagan detrás de todos los episodios. Pero de nuevo, llega al punto B sin salirse de los renglones y vuelve a ofrecer una historia sorprendentemente sólida, bien atada en todos los flancos y con otro tipo de sorpresas, quizá no tan espectaculares, pero que dejan una recta final más potente, más oscura y bien conectada con el hilo conductor de la novela original, dejando la sensación de haber presenciado un producto de terror especial, con un juego constante con la realidad y el sueño, el recuerdo y el presente.
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Un terror trágico y melancólico, que conecta más con la concepción de la obra de James en su sentido más amplio, moviéndose hacia el romance gótico, con fuertes atmósferas siniestras o de agonía sobrenatural, y personajes condenados que exploran el significado de los fantasmas como expresión de nuestro miedo a la muerte, a modo de un misticismo psicológico con poso de tristeza, que nos habla finalmente de convivir con el dolor y la ausencia. Pero Bly Manor también tiene suficientes momentos macabros y aterradores, algunas apariciones fantasmales perturbadoras, y un uso inquietante de la casa de muñecas de Flora, que va contando algo en segundo plano con figuritas creepy y estampas siniestras. Bly Manor muestra una madurez insólita en el género que tiende a modelar su aura según el estado emocional de los personajes una historia redonda, donde cada pieza tenía una razón de ser y cuyo final es tan conmovedor y agridulce como el de la anterior. Otro éxito para la televisión de terror de Netflix, imprescindible para amantes de Henry James, o la literatura gótica, abiertos al halo romántico y emocional intenso y puro, sin coartadas cínicas
 1-30 Monedas (2021)
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30 Monedas es el gran regreso de Álex de la Iglesia al horror que todos los seguidores de El día de la Bestia (1995) esperaron en su momento y no había llegado hasta ahora. Una trepidante aventura satánica de gótico costumbrista, con el director pletórico invocando a personajes de Miguel Delibes y Jonh Carpenter en una misa negra donde caben Lovecraft y Jose Luis Cuerda, Stephen King y Fernando Fernán Gómez, Jose Luis Borau y Dennis Weatley. Probablemente la mejor serie de terror española desde Historias para no dormir, y la más importante de la década hecha en Europa desde que empezó la década pasada. De la Iglesia está más interesado en el miedo que de costumbre, con un tono más serio en donde lo grotesco sigue moviéndose hacia el esperpento pero sin dejar de ser inquietante en ningún momento. Hay un constante juego fantástico con la imaginería católica, y al igual que la película que le dio la fama se mezcla con la exploración ocultista y un sacerdote encargado de librar una gran batalla contra el mal que encuentra recodos en el dogma para proponer una mitología irreverente con personajes siguiendo pistas, signos y vueltas que le llevan de un lugar a otro. La narrativa de una partida de juego de rol se trasforma en sus ocho capítulos en toda una campaña con módulos casi independientes. 30 monedas desata un crisol de influencias en donde aparecen Larry Cohen, momentos a lo X-Tro (1982) y la trilogía del apocalipsis de John Carpenter.
Cada capítulo responde a un subgénero de terror, casi a modo de semiantología, pasando por el cine de posesiones, la necromancia, las visiones de todo tipo y hasta las realidades paralelas. Mientras, de fondo avanza una trama de cismas siniestros en la propia iglesia que recuerda a la que desarrollaba la película Memorias del Ángel Caído (1997), con la que también podría compartir universo y mitología. Un episodio parece una continuación lógica de La habitación del niño (2006), explorando las mismas ideas de forma complementaria y coherente, tanto que podríamos decir que hay un universo de la Iglesia con reglas precisas, y un ámbito expansivo, inabarcable, que deja espacio para casi cualquier suceso sobrenatural concebible en el género. Eduard Fernández, que fue el diablo en Fausto 5.0 (2001), está tremendo como Vergara, el cura especializado en exorcismos que guarda un arsenal en la sacristía, y vamos siguiéndole por todo el mundo. Destacan una Carmen Machi aterradora o Miguel Ángel Silvestre como Paco, el alcalde del pueblo, inseguro, algo torpón, muy reconocible y diferente a lo que puede proyectar otros trabajos del actor. Megan Montaner también logra que su Elena sea más cercana que la clásica heroína de cine de terror o acción y los villanos de la función son un contrapunto de auténtica maldad con el brillante Manolo Solo a la cabeza.
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La serie abraza el discurso teosófico sobre la aceptación del mal en la doctrina católica que vertebra toda The Exorcist III (1990), pero llega hasta H.P. Lovecraft y el Stephen King de Salem’s Lot, adelantando elementos que hemos visto este año en Midnight Mass (2021) o Evil (2021). De la iglesia tiene en cuenta los pueblos neblinosos de The Fog (1980) y Operazione Paura (1968) de Mario Bava, pero también hay sitio para Azarías de Los santos inocentes (1984), los rituales diabólicos sangrientos y desagradables a escala municipal, los hechizos a lo Helllblazer, los viajes oníricos y las criaturas monstruosas hechas con una impresionante combinación de animatronics y trabajo digital. Su banda sonora es también espectacular, vertebrada sobre el tritono prohibido del diablo, con el que un atinado Roque Baños inquieta con algunos temas de murmullo gutural en baja frecuencia y un tema principal que suena a Semana Santa maligna que proporciona momentos épicos. Guste más o menos, con sus imperfecciones y momentos que buscan abarcar más de lo que puede el presupuesto, 30 monedas es algo único, ajeno a modas y con su propio mundo, un delirio controlado pero que invita al disfrute sin complejos. Puro torrezno para amantes de una forma de entender el terror y la aventura siempre al límite, siempre en llamas, que, simplemente, ya no se hace.
 Menciones especiales – Algunas series de terror que merecen recordarse
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Betaal (2020) una miniserie en Netflix de horror militar en la onda de The Outpost (2007) y Demons (1985) que toma sus raíces en el folklore hindú para ubicar tensiones políticas locales actuales y fantasmas del colonialismo, que no renuncia a un espíritu ochentero de serie B de zombies y posesiones sin escatimar en gore.
El Palmar de Troya (2020) un documental seriado sobre una de las sectas más desconocidas de la península ibérica. Parte del modelo conocido de Wild Wild Country (2018) de Netflix pero encuentra su propia personalidad al retratar al papa Clemente, una figura tan ridícula y costumbrista como siniestra. Sus grabaciones susurradas son espeluznantes.
Motherland: Fort Salem (2020) una disparatada serie juvenil distópica que parece reimaginar cómo sería The Craft (1996) expandida y aumentada en una fantasía bélica matriarcal con formación militar de hechizos, armas con cánticos y lucha antiterrorista mágica con elementos de terror crecientes en la siguiente temporada.
Freud (2020) la miniserie de Netflix pasa de la historia oficial y ofrece un relato criminal pulp con doctores contra Svengalis, ribetes folk horror, posesiones, viajes psíquicos con presencias diabólicas y las teorías de Sigmund desperdigadas en un sangriento tebeo Weird Fiction bastante calentorro.
Ares (2020).  Netflix expande a Holanda con 8 capítulos de sociedades secretas, extraños ritos, muertes salvajes, fluidos negros, rivalidad letal y estética aséptica con ecos de Eyes Wide Shut (1999) y Argento. Terror young adult con algo de gore, enigmático y gélido, donde las logias de élite diseñan crueles ritos de paso con personajes grises y suicidios traumáticos dentro de un trasfondo sobrenatural de expiación de los pecados y trapos sucios de la alta sociedad de Amsterdam. Episodios cortos con ritmo y absorbentes. Ares fue una sangrienta sorpresa.
Bloodride (2020) – Una antología de terror noruega de Netflix que recuerda en su humor negro a Tales from the Crypt. Aunque es barata y le falta imaginería de horror, lo suple con perversidad, humor salvaje y mala baba. No todos los episodios merecen la pena pero Small town y Dark secrets merecen un vistazo.
Jorge Loser
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‘Grotespunk: tres pesadillas de horror extremo’ de John Tones (2020) book review: Antología grumosa con sabor a tebeos de otra era
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El nuevo libro de terror del escritor John Tones, autor de la pequeña novela pulp Nigromancia en el Reformatorio Femenino (2012) y otros muchos volúmenes sobre cine como Cine de terror contemporáneo (2001) o Empire. El cine de Charles Band, Volumen 1 (2018), es en sí mismo un compendio de tres novelitas de terror de muy diferentes texturas e intenciones. Lo que sí se puede decir es que Carne de omnivagante en la nevera, La matrona y Los monstruos no existen y los muertos resucitan tienen en común es una actitud que bien resume el título de la antología, recogen por una parte lo grotesco de la literatura (y el cine) de horror de los 70 u 80 y por otra la actitud punk que el autor practica, desde la música a la aproximación frontal a la cultura popular para espantar postureos. Pero lejos de ser un cajón desastre en donde se han impreso tres obras de forma conveniente, Grotespunk existe como concepto de antología casi cinematográfica, con su pequeña historia conectiva, a modo de relato que amamanta al resto como en una buena película de la Amicus, lo que redondea una experiencia retro sin pretenderlo, una que sabe que los buenos cuentos de terror se presentan embotellados dentro de otros. Pasemos a desgranar cada uno de ellos.
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Carne de omnivagante en la nevera
El primer segmento de la antología es una propuesta tan directa que te pasa por encima. Como si William Burroughs hubiese escrito tras una indigestión de portadas de tebeos de terror de la Warren y Toutain, llenas de imágenes satánicas y ocultismo voluptuoso, con ecos de peligro, cierta vocación punk, de fanzines y revistas de línea tremenda entendidos con una semántica de picaresca de tebeo, con cotidianeidad propios de un Pulgarcito. Un mundo en el que se dialoga con el demonio diciéndole “era un suponer” o “me cago en Dios, tío” después de hacer un brebaje con hierbas, orín de perro y sangre menstrual. Esta es la historia elegida por Albert Monteys para dedicarle la portada y según el autor surgió de imágenes de viejas portadas de fumetti eróticos de terror italiano dibujadas por Emanuele Taglietti, que mostraban a demonios, monstruos y seres cohabitando con voluptuosas musas y los cómics como El vecino de abajo de Doménec. La portada, que parece que toma la imagen de Cazafantasmas (1984) en la que Sigourney Weaver encuentra un portal ancestral en su nevera, desarrolla una mitología que circula sobre un trozo de carne maldito, extraterrestre y desconocido. Así, asistimos a un festín demente que rescata pactos con el demonio, con motivaciones con un punto de La pata de mono y Season of the Witch (1973) de George A. Romero y planes y subterfugios de novela de espías ocultistas. Hay obscenidades sexuales, encantamientos llamados “empujes” y  con un gran final lleno de vísceras y caras partidas, ojos en llamas como “choricitos flambeados”. Demonios y carne cósmica que crea consciencias aumentadas y magos y portales en una lógica de jugos más allá del entendimiento que provocarían un orgasmo a Don Coscarelli.
La matrona
Una aproximación muy distinta a la anterior, que parte de una narrativa mucho más cristalina y la sensación de estar en uno de las espirales obsesivas de un relato de Clive Barker, al que el título no oculta una admiración especial. Aquí, la investigación de asesinato de una adolescente que podríamos ubicar en la España Negra pone como protagonista a una mujer que parece tener informaciones de primera mano con las que ayuda a la policía. Una médium como Lorraine Warrren en la última The Conjuring. Su estilo mucho más directo y contenido recuerda a una novela criminal más clásica y menos caótica, con descripciones más atmosféricas de casas desvencijadas y abandonadas que comulgan casi con el gótico más clásico y crea una tensión sencilla y efectiva cuando la protagonista se adentra en su investigación entrando en lugares lúgubres. La antigua morada de una médium da lugar a una investigación sobre una mujer con supuesta sensibilidad paranormal que también ayudaba a la policía a resolver crímenes en el pasado le lleva una conclusión llena de espantos cárnicos y palpitantes dignos de la película Amulet (2020). Mezclando la fascinación por expertos en ocultismo mediáticos españoles de los 70 y 80 como Jiménez de Oso y otros menos conocidos, el autor también cita las madres de Argento o The Sentinel (1977) como inspiración, por lo que el ocultismo sigue siendo una parte importante del pastel, que aquí vuelve a mostrar imágenes de body horror demenciales que tan solo podrían ser adaptadas por grandes maestros del látex de los 80.
Los monstruos no existen y los muertos resucitan
La última y más sorprendente novelita, puede ubicarse más dentro de un concepto más amplio de fantasía, puede que la escrita con más inspiración lírica, con un aura de relato entre la duermevela y viaje de Randolph Carter a un escenario con nigromancia, monstruos extraños y también, muertos vivientes. Una reconstrucción de recuerdos e ideas que van aclarando el propósito de su narrador, no muy fiable. A veces como una historia de búsqueda de respuestas y venganza de ultratumba que podría conectar con momentos de Dellamorte Dellamore (1994), a veces casi cyberpunk y ciencia ficción salida de una portad de CIMOC o Zona 84 y finalmente una espiral a los recuerdos que se funden con paisajes de pesadilla, infiernos que descritos con una prosa de un mundo sensorial, un espacio indeterminado poblado por seres de pesadilla, grandes criaturas de kaiju extravagante y reglas propias que se encamina a una conclusión desoladora, también llena de imágenes de nueva carne pero con un poso de tristeza ausente en las otras novelas que la convierten en la más inclasificable de las tres.  Los monstruos no existen y los muertos resucitan es continuada por la conclusión de la simpática historia conectiva, cerrando un panorama de terrores muy diversos que se alejan de tendencias actuales y con una voz muy segura que nos muestra a un autor de voz muy clara e insobornable.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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The Amusement Park (1973) review: la película de horror perdida de George A. Romero es un nuevo clásico llegado del pasado
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Perdida durante casi 50 años, ‘The Amusement Park’ es el eslabón perdido en la filmografía de uno de los grandes maestros del cine de terror moderno entre su Night of the Living Dead (1968) y Martin (1977). Cargada de claves para descifrar algunas de sus obsesiones futuras, su mirada a los horrores de la vejez en forma de pesadilla circular que adelantaba imaginario de Tobe Hooper o Rob Zombie, incluso de Aronofsky, antes de que lo supiéramos, como si el episodio más cruento de The Twilight Zone se chocara con su metáfora social, más relevante que nunca.
Nota: 100
 La última película de George A. Romero destinada a la gran pantalla, Land of the Dead (2005), tenía dentro un pequeño anuncio intradiegético que describe en pocas imágenes las ventajas de la vida en el edificio aislado de los muertos vivientes en un postapocalipsis donde los ricos se permiten imitar la vida del pasado a costa de una masa de supervivientes a los que se ha conseguido adocenar con vicios y juegos. Tiene esa falsa publicidad un toque de humor negro y sarcasmo afilado que resume bien las intenciones de buena parte de su obra, y conecta especialmente con su última pieza desde la tumba, la película perdida y reencontrada en 2018 The Amusement Park (1972).
Conecta porque este pequeño largometraje de apenas una hora es de alguna manera un gran anuncio como el de Land of the Dead, una expresión cínica y salvaje de una idea que no conforma en sí misma el carácter de relato de ficción tradicional sino que realmente es un trabajo didáctico sobre el problema del edadismo social, pero que utiliza, como el rascacielos de la cuarta parte de su saga, un espacio a modo de microcosmos, donde se concentran los reflejos de distintas situaciones de la vida adulta como si en realidad el espacio geográfico trasladara la idea a modo de alegoría tangible y contenida. De hecho, esta mini película es en realidad un gran anuncio de información pública de encargo, con lo que puede que sea la película más inequívocamente implicada con el contenido social de toda su filmografía.
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Esto no es por casualidad, ya que en origen el proyecto surge como una producción de una organización con sede en Pittsburgh llamada Lutheran Services que contrató al cineasta, en apuros económicos en 1973, entre la producción de Season of the Witch (1972) y The Crazies (1973), para preparar algo con lo que pudieran denunciar las diferentes formas en que las que sociedad discrimina a los ancianos. Deseoso de trabajar, Romero rodó en tres días con Lincoln Maazel, más tarde el abuelo religioso del personaje principal en Martin (1977), un viaje por un parque que refleja el mundo moderno que olvida a las personas a partir de cierta edad, filtrado bajo la óptica de estos, cuyo resultado final consternó tanto a los luteranos que se negaron a publicarlo sin que el director tuviera el tiempo o la energía para pelear por un estreno en televisión del especial.
A diferencia de la mayoría de sus obras, películas dotadas de un naturalismo paralelo con Emile Zola, que en realidad funcionan como sátiras enmascaradas en cine fantástico, The Amusement Park es un film centrado en el contenido social real como objetivo principal al que se le despoja de cualquier elemento de realidad, funcionando como un ejercicio inverso al de las películas habituales de Romero, resultando la más surrealista de todas ellas al transcurrir en un escenario inexistente, que puede ser considerado un espacio mental, un parque de atracciones como la feria de Carnival of Souls (1962), la película que siempre se ha citado como una de sus influencias en Night of the Living Dead (1968), que aquí sí tiene, verdaderamente, un componente onírico compartido.
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Hay dudas sobre si un producto de encargo de estas características puede considerarse estrictamente una película del director, o si por el contrario es un trabajo menor que debería colocarse en el típico anexo de los trabajos televisivos de los grandes maestros de terror modernos, y es posible que ni siquiera el propio Romero la tuviera en gran consideración a juzgar por las nulas referencias a su existencia en entrevistas durante los años posteriores, pero lo cierto es que si la pieza hubiera formado parte de una antología de terror al estilo The Twilight Zone (1959-1964) sería considerada uno de los episodios más recordados. Sin embargo, su duración es algo mayor al de un capítulo de antología y menor al de un largometraje, por lo que permanece en ese ángulo muerto de obras inclasificables que le da un carácter aún más único.
Lo cierto es que la limitación a una hora ayuda a dar incluso algo de autocontrol a Romero, que en aquella época acusaba una duración excesiva en algunos de sus films, un hándicap asociado a su forma de trabajo, acumulando el máximo de tomas y metraje en el set de rodaje y por otra parte a la habitual explosión de ideas que acababan colándose en sus guiones. En esta ocasión el ritmo es frenético, gracias al carácter episódico del periplo del protagonista, y que su habitual estilo de montaje relámpago está aquí perfeccionado y con un resultado aún más sorprendente por su fecha de producción, no era tan habitual esa capacidad de componer la acción a base de edición, y todo puede derivarse de la falta de medios con los que contaba.
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‘The Amusement Park’ comienza en un lugar sin mobiliario, de un blanco clínico que lo acerca a una visión de un purgatorio neutro, con un hombre también de blanco hablando con una versión de sí mismo derrotado, sangrando y sollozando. Sin hacer caso a ese dopplegänger, decide salir a un parque que representa distintas facetas vitales. Aquí se despliegan obsesiones clásicas de Romero, desde el vendedor de boletos dibujado como un usurero, que tantas veces aparecerá en su filmografía, a los letreros con preguntas como formularios de seguro o advertencias sobre medicamentos. Hay trenes con apariciones siniestras de figuras con grotescas máscaras de Halloween de muerte o de payaso entre los pasajeros que parece que solo el anciano es capaz de ver –esto, junto a la aparición de las mismas entre un peligroso grupo de moteros dan un pequeño adelanto a la imaginería visual de Rob Zombie que se puede aplicar a la propia The Funhouse (1980) de Tobe Hooper–, dejando pequeños momentos inquietantes por su cualidad contingente.
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Pequeños episodios como la entrada en el centro de rehabilitación son angustiosos y perturbadores, logrando un crescendo de absurdo tangente al tejido de una pesadilla circular, hasta que el protagonista se rompe cuando la niña a la que le lee un cuento es arrancada de su lado por su madre, como si él no estuviera allí, quizá el momento más cruel y desolador de los 60 minutos. En la lógica de sueño febril podemos adivinar al Romero de las escenas imaginarias de Martin y las pesadillas de Season of the Witch – preludio de las más sofisticadas de Day of the Dead (1985)–, pero es en el aspecto más doméstico de aquella en donde se puede ubicar al autor más centrado aún en el drama cercano, donde conforma una ahora aún más sólida visión agria de las estructuras sociales, del fracaso del matrimonio en Season a la visión cínica del amor juvenil de There’s Always Vanilla (1971), que tiene continuidad temática en el momento en el que dos enamorados contemplan su desalentador futuro gracias a la horrible clarividencia de una pitonisa, casi un boceto del segmento de Requiem for a Dream (2000) con Ellen Burstyn, que no desentonaría en el cine indie más underground y vanguardista de los 90.
De alguna manera, The Amusement Park serviría como tercera pieza de una trilogía espiritual del cine de Romero en la que pasamos por “tres edades” en las que se mete más profundamente en aspectos sociales más domésticos, un núcleo virtualmente invisible, ya que son sus tres obras que han conocido peor distribución o acceso a lo largo de los años. No obstante, esta última no solo es la mejor, sino que resulta de incalculable valor para adivinar algunos motivos de sus películas posteriores, como los moteros de Dawn of the Dead (1978), o el miedo a la vejez del propio director, encapsulado en un extraño momento de Diary of the Dead (2007) en el que el personaje del profesor aseguraba que “las mañanas y los espejos se han creado para aterrar a los ancianos”, un cabo suelto que se antojaba un detalle muy personal del film que ahora reconecta con otra pieza temática de su filmografía cerrando el círculo.
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El descubrimiento de The Amusement Park no solo es un hecho histórico por sí mismo, sino que además es uno de los trabajos más potentes de la etapa de los 70 de George A. Romero. La particularidad de haberse concebido como un film de información pública no debería tener más peso que la circunstancia de financiación, y no es un caso extraño en grandes directores como Dreyer, cuyo corto They Caught the Ferry (1948), que podría ser el equivalente a un anuncio de la DGT, no es menos atmosférico y siniestro que sus obras maestras. Aunque tiene el trasfondo moral de otros filmes luteranos —también algunos de terror sensacionales como la prima hermana de esta, Stalked (1968)– la pieza no se diferencia mucho del espíritu de relato advertencia heredado de los cómics E.C. que ha practicado en Creepshow (1982) o la serie Tales from the Darkside (1983-1988), tan solo este episodio cambia el sabor gótico por una aproximación más cruda y al mismo tiempo experimental.
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Una pequeña obra maestra, clave para deshacer y reconstruir la historia del género, que hay que contextualizar para asimilar su verdadera importancia, especialmente en tiempos de bombardeo de contenido de quita y pon, donde parece que ya se ha visto todo y se tiende a tratar a la ligera todo lo que llega del pasado. En plena era del horror geriátrico, The Amusement Park llega puntual de su hibernación, no cuenta algo muy diferente a La Abuela (2021) de Paco Plaza, Old (2021) de M.Night Shymalan, The Manor (2021) o el aterrador vehículo de Óscar para Anthony Hopkins The Father (2020), y sin embargo posee en sus imágenes crudas, de grano rabioso y ásperas texturas, mayor relevancia que variaciones del modelo de The Taking of Deborah Logan (2013) como The Visit (2015) o Relic (2020), convirtiéndose casi automáticamente —apenas había alguna que tratara el tema en su momento, salvo quizá películas de vampiros como House of Dark Shadows (1970)— en la película de terror seminal de referencia para el futuro subgénero de miedos de la vejez, aunque hasta este momento no lo supiéramos.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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Midnight Mass (2021) review: Mike Flanagan se supera con otra obra maestra de la televisión de horror
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El director y guionista Mike Flanagan, más incendiario y devastador que nunca, ha creado en Netflix una obra monumental de horror humanista sobre la fe, el fanatismo y la adicción. Densa y literaria como un libro perdido del Stephen King más maduro, oscura como una sotana, y llena de decisiones impensables para una plataforma, lleva el género a un nivel más profundo sin una sola escena colocada sin propósito, necesitando de un segundo visionado para vislumbrar al completo la dimensión de su perfecta arquitectura narrativa. Estreno 24 septiembre en Netflix. Review SIN SPOILERS.
Nota: 100
Si al director Mike Flanagan le importaran las opiniones de las redes sociales habría empezado hace tiempo a modernizar su estilo, estudiado radicales movimientos de cámara o influencias de autores europeos para tratar de cuadrarlo con los tiempos culturales, esos de hambre de festival y cine como chapita para la galería. Lo cierto es que a nivel formal, toda su obra es muy uniforme, con algunos detalles de puesta en escena en evolución pero sin abandonar un estilo tan puro y sencillo que le ha valido ser criticado como un realizador "plano y televisivo" (sic). Va a ser difícil que con Midnight Mass vaya a convencer a los que le exigen ser el cineasta que no es, pero él sigue a lo suyo, imperturbable, consagrado al género del horror y fantástico, logrando perfeccionar sus fortalezas hasta un lugar donde parecía imposible llegar tras The Haunting of Hill House (2018) y Doctor Sleep (2019).
Puede decirse sin riesgo de exagerar que esta nueva miniserie es su gran obra maestra, quizá la mejor de terror (o no de terror) de la nueva era de la pandemia. Su estilo, un clasicismo americano puro, no muy distinto al de Frank Darabont, sigue más preocupado en establecer los cimientos de una historia bien construida que en mostrar músculo técnico de lentes, piruetas y detalles para quienes están más pendientes cada año de revoluciones en el cine que de guiones bien escritos, personajes creíbles y actuaciones llenas de matices. Como un equivalente moderno de Dan Curtis, Flanagan se mueve con la misma soltura en la televisión que en el cine, y apenas varía su caligrafía más allá de detalles de acabado obvios y las limitaciones propias de un material descomprimido en un metraje muy superior.
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No es habitual que toda una serie tenga al mismo director detrás, y esto confiere a Midnight Mass una elegancia cinematográfica que The Haunting of Bly Manor acababa perdiendo en algunos momentos, pese a sus notables resultados como antología de la obra fantasmal de Henry James. En esta ocasión, aunque que se prometió no volver a hacerlo, Flanagan se pone de nuevo detrás de la cámara en cada uno de los siete episodios de más de una hora de duración, para asegurar que su visión no queda alterada en lo más mínimo y ofrecer una coherencia sólida entre todos los aparatos de producción. Se nota que este es su proyecto predilecto y el cuidado en cada paso salta a la vista y al oído. Es un trabajo de guion minucioso e inspirado que ha conseguido junto a su hermano James, y apenas algunas colaboraciones acreditadas que redondean una historia coral épica donde cada frase, cada sermón (y hay bastantes), cada escena, cuenta.
 Aunque en el terreno del fantástico Midnigt Mass comparte varios elementos claves en imaginería de su autor, como esa “fantasma” que atormenta al protagonista, es muy difícil hablar de ella sin desvelar muchos de sus secretos, o en qué parcelas del terror encaja y puede que esas revelaciones sean una decepción para algunos cuando se muestren, más o menos de forma clara, en el tercer episodio, pero lo cierto es que en realidad esto da un poco igual, porque lo que realmente importa son los numerosos giros y decisiones en frío, tan poco comunes como arriesgadas, que hacen comprender por qué Mike Flanagan y Trevor Macy han ido arrastrando el proyecto durante diez años por diferentes cadenas, productoras de cine y plataformas hasta conseguir luz verde. El compromiso con la historia es una aleación imperturbable que no deja espacio para las improvisaciones y peticiones desde la mesa del despacho. No solo porque su aproximación tan personal incluya temas troncales al universo del autor como la adicción, la recuperación y el peso de la culpa, sino porque la elección narrativa de esta serie aumenta los minutos de largas conversaciones, diálogos densos y una cualidad dramática que a veces se impone sobre el terror.
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Sin embargo, no faltan escenas de miedo efectivas, aunque conviven en equilibrio con los grandes temas de la fe, la manipulación de esta, el perdón y la muerte que la miniserie acaba tratando, alternando la atmósfera inquietante, el misterio y algunos detalles capaces de helar la sangre dentro de fuertes nudos emocionales que hacen del conjunto un viaje tan hermoso como terrible, con un crescendo devastador que encuentra en los altibajos más oscuros y luminosos de la condición humana un tornasol de sensaciones en el que el mayor de los horrores baila con la tragedia y los momentos de esplendor más transparentes. Desde unos capítulos iniciales, más contemplativos, a su impresionante tercer acto, Midnight Mass se desarrolla con paciencia, deleitándose en pequeños momentos que nunca están ahí por capricho. Es difícil explicarlo sin despellejar sorpresas, pero el conjunto solo puede verse como un todo en el que conversaciones que parecen escritas sin un propósito acaban siendo determinantes, donde pequeños símbolos se resignifican, especialmente en las relaciones entre personajes para lo que un segundo visionado es todo un gabinete de revelaciones que muestran que todo, absolutamente todo, incluidos algunos monólogos a primera vista autocomplacientes, estaba ahí por un buen motivo, atado de una forma escrupulosa.
Puede que lo más interesante de la miniserie sea contemplar cómo da la vuelta a la simbología cristiana con las convenientes reinterpretaciones del padre Paul (un personaje con una imponente actuación de Hamish Linklater) y algunos paralelismos según cierta mitología de género, que desafía algunos postulados católicos aproximándolos a otros axiomas de la cultura de terror muy conocidos. Los estigmas, la señal de la cruz, los ángeles, los milagros o la pasión de Cristo son vistos bajo una óptica lateral, de forma que todos los pilares del cristianismo se ponen en cuestionamiento bajo el prisma del cine fantástico. De nuevo, no es posible explicarlo sin revelar sorpresas, pero el trabajo de analogía es tan brillante que cuesta entender cómo a nadie se le había ocurrido antes. Profundizando en el terror religioso desde una perspectiva nueva, pero para nada extraña para el aficionado, Flanagan ha creado un compañero perfecto para la actual ola del subgénero en la televisión, acompañando a Evil (2019-) y 30 monedas (2020-) en su irreverente, pero a la vez comprensiva, mirada al culto más extendido.
Midnight Mass podría ser una novela perdida de Stephen King que nadie se hubiera atrevido a adaptar por ser demasiado amarga, pero siguiendo su tradición, Flanagan muestra un gran conocimiento de la obra del escritor, concibiendo su historia de forastero enigmático predicando en pequeño pueblo como una mezcla de muchos textos, desde Storm of the Century (1999), The Mist (2007) –con esa Samantha Sloyan en clave Mrs. Carmody– o Needful Things (1993) hasta Revival, que curiosamente Flanagan iba a llevar al cine antes de que se cancelara el proyecto. Pero quitando algunos parecidos con el punto de partida del relato arquetípico de Something Wicked This Way Comes (1993), y que la cualidad general del trabajo es muy literario —recordemos que lo que relata es el contenido del libro que aparece en Hush (2016) y Gerald's Game (2017)—, Flanagan no busca hacer un pastiche referencial. Es una historia que no se parece demasiado a nada visto recientemente, aunque el cine de cultos y el folk horror hayan sembrado mucho terreno con mimbres similares. Quizá tenga más en cuenta ciertos hechos históricos reales, recortes de noticias increíbles y otros sucesos olvidados que películas concretas pero aunque hay momentos que suenan a déjà vu, consigue redirigir las ideas por la vía de lo siniestro, con un inexorable camino hacia la condena hasta su remolino de emociones final, que pone los pelos de punta en todos los sentidos.
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Mike Flanagan concluye su tenebrosa trilogía sobre la desintoxicación tras The Haunting of Hill House y Doctor Sleep con un colofón de siete horas prácticamente perfecto en todos los ámbitos. La fotografía de Fliognardi es exquisita, aprovechando la luz natural de los amaneceres y ocasos de Crockett Island para conseguir planos bucólicos naturales impresionantes, que son acompañados por la partitura más variada de los Newton Brothers. Minimalista en lo terrorífico y emocionante y oscura en sus bellísimas piezas corales de música sacra, la banda sonora amplifica la sensación de gran liturgia tétrica. Explorando los ecos más oscuros de la existencia sin propósito, desafiando la idea del dogma y el poder fanatismo ciego en una era en la que la desinformación, manipulación y negacionismo coexisten con la razón en una lucha impensable hace una década, Midnight Mass es, simple y llanamente, una monumental obra de arte. No solo resulta relevante, sino que la mirada humanista de su director toca ansiedades eternas y horrores sin caducidad, reafirmando la importancia de su nombre dentro del género y reclamando un reconocimiento urgente como uno de los grandes narradores cinematográficos actuales en pantalla grande y televisión.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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Malignant (2021) review: decepcionante regreso de un James Wan sangriento pero sin rumbo
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James Wan rescata muchas de sus obsesiones en una irregular mezcla de thriller, giallo, slasher y cine de mad doctors que, ocasionamente, logra funcionar como excentricidad cara, pero cuya careta de cine trash y serie B esconde realmente el trabajo de un director que ha perdido la mano y no consigue insuflar fluidez orgánica a su capricho de body horror, gore y traumas atolondrados.
Nota: 55
 Casos como el de Malignant nos hacen comprobar la apetencia de los grandes estudios a la hora de promocionar un film. Si el estreno de The Conjuring: The Devil Made Me Do It fue anunciado desde antes de la pandemia, con todo el aparato de marketing funcionando hasta su estreno, el esperadísimo regreso del creador de aquella franquicia al cine de terror ha sido tratado de una forma diferente. Los dos tráilers son casi iguales, no ha habido demasiado material, el énfasis no ha sido igual… no es lo mismo vender una franquicia hecha que un nuevo proyecto sin asideros previos. También queda la posibilidad de que no quisieran desvelar demasiado del final, pero cuando no han puesto la película a disposición de la prensa para hacer críticas previas algo hay bajo la alfombra.
Si hace unos meses muchos fans se lamentaban de que Wan no estuviera tras los mandos de la más que competente The Conjuring 3, visto el lugar en el que se encuentra el director de la original en el año 2021, quizá el cierre de la trilogía hubiera sido el fin definitivo de la franquicia. El autor de esta Maligno sigue juguetón y sin ningún tipo de vergüenza a la hora de afrontar el género, pero su otrora filigrana técnica se ha convertido en una ostentación de movimientos de cámara más grosera, mucho más fea y rozando lo molesto cuando hace maridaje con una banda sonora, a ratos electrónica, que hace cosas incomprensibles, como esa pieza basada en resamplers de Where is my mind? De The Pixies que aparece sin sentido ni rumbo de cuando en cuando.
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Cuenta Wan en varias entrevistas que esta es su mirada al giallo, al cine de videoclub con el que creció, a De Palma, Argento y Cronenberg, y no le falta razón cuando explica su plantilla. Aparentemente estamos ante un giallo más tardío, en el que podemos ver escenas muy inspiradas en Trauma (1993), Tenebre (1982) y, sobre todo, Phenomena (1985), con una trama de visión a través de los ojos del asesino, deudora de Eyes of Laura Mars (1978) pero con un estilo de Fear (1990), Hideaway (1995) e incluso Monkey Shines (1988) de George A. Romero, sin embargo nunca hay un aclimatamiento estético verdaderamente a la altura de sus referentes. Hay tonalidades azuladas, una matriz de color oscura y mucha niebla que indican que el creador de Dead Silence (2007) está de vuelta, pero también un montaje anacrónico, un uso de cámara digital que parece vídeo –parece mentira que la fotografía sea de Michael Burgess, tras el cuidado mostrado en Conjuring 3— y un uso de sangre digital perezoso, que chirría con la voluntad de usar efectos prácticos e incluso animatronics en otras ocasiones.
Maligno se redime en parte con un tramo final en el que se desata la locura y entra en juego el gore y la bendita insensatez que debería haber empezado mucho antes, pero en sus casi dos horas se apoya demasiado en un argumento predecible, que se ve venir incluso con algunos giros locos presentados de forma bastante cómica. El problema es que mucha parte de su metraje parece tener un tono serio, un dramatismo que se va haciendo bola entre frases de guion que parecen escritas por un niño de 12 años y actuaciones de película directa a vídeo que se parecen más a la nueva Saw: Spiral (2021) que a las de su propia entrega de la franquicia. Hay una dimensión de horror psicológico en la que juega a Raising Cain (1992) pero en la que el frenesí enajenado de aquella se convierte en una imitación llena de humor involuntario. En ocasiones el conjunto recuerda a una producción perdida de los remakes de Dark Castle, con ese espíritu industrial y hortera de primeros de los 2000, que asemejan más la película a cosas como Gothika (2003) que al cine de Argento que trata de homenajear. Quizá estemos ante el fin de ciclo de uno de los más grandes.
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A partir de este momento hay SPOILERS de la trama
Aunque si somos honestos, Maligno va de frente. Se propone ser una extravagancia de videoclub y lo consigue, aunque es una de esas películas de vídeo que recordábamos mejores en VHS que cuando la recuperas en su edición remasterizada. Su mezcla de géneros es imposible y por tanto el resultado es una locura digna de ver, aunque la ejecución sea más cercana a la de cine trash que del autor virtuoso que nos dio Insidious (2010). A decir verdad, parece que hay algo que se rompió en el autor con la llegada de Aquaman (2018) y no ha regresado, como deja ver su tercer acto, en el que realmente vemos que las intenciones desde un principio eran las que eran: adaptar su cómic Malignant Man al cine, como había anunciado hace unos años. Sus secuencias finales muestran el poso que ha dejado el cine de acción en Wan, con escenas de lucha feas que muestran la verdadera cara del film. En realidad todo esconde una historia de orígenes de un superhéroe oscuro, deforme, al estilo de Darkman (1990), solo que la ejecución es torpe y fea, parece que más bien esté haciendo su versión de Faust (2000) de la fantastic Factory.
No hay nada específicamente malo si te apetece una ración de serie Z con acción y sangre, pero da la impresión de que el larguísimo prólogo es una excusa, un intento de meter todo en el saco que esta vez no funciona. La idea del amigo imaginario que comete asesinatos, al estilo I, Madman (1989) convive con el muy previsible giro del hermano deforme, una evolución de Belial de Basket Case (1982) ) o una versión supervillanesca del Hideki de Evil Dead Trap (1988), que más que Cronenberg es muy Yuzna y más que Sisters (1973) de De Palma es The Manster (1959) o The Manitou (1978). Es divertido ver a Gabriel mover las manitas y luchar con su media cara malvada, pero quitando que la idea es delirante, James Wan no la convierte en algo realmente memorable, más allá de la sorpresa, hay algo que no acaba de cuajar. Maligno no es desdeñable y merece un aplauso por la idea atolondrada que intenta llevar a cabo, pero en el fondo no es más que un intento de tratar de adaptar un cómic grotesco con una coartada de thriller psicológico para el que Wan ni su guionista estaban preparados. Hay dos películas cosidas como dos siameses que tratan de seguir su camino y la operación es tan chapucera que ninguna de las dos es especialmente memorable y el conjunto solo puede mirarse como un admirable engendro.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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Verano de terror en Netlix (2021) especial: De ‘Fear Street’ a ‘Red Blood Sky’
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Julio es un mes dedicado a los grandes estrenos en salas de cine y blockbusters para toda la familia, pero también ha sido el mes elegido por Netflix para desplegar una buena cantidad de estrenos de terror para saciar la sed de sangre, asesinos, brujas, vampiros y sectas del fan del género. Comentamos, título a título, sus producciones originales que llegan al catálogo los próximos 30 días.
TRILOGÍA FEAR STREET
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Fear Street: 1994 (2021) 75/100
Estreno 2 de julio
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El divertidísimo inicio de la trilogía de terror de Netflix actualiza la famosa colección de libros de R.L. Stine para la era Stranger Things (2016-) sin llegar realmente a adaptar ninguno en particular. Más el primer acto de una gran película de seis horas, la historia que plantea es completamente nueva, pero tiene todos los elementos típicos de la literatura young adult del creador de Goosebumps. La ambientación de los 90 es un poco disimulado ejercicio de nostalgia no culpable, aprovechando su punto de partida para proponer una carta de amor a Scream (1996) con twist sobrenatural que funciona un poco como slasher, en el que no faltan muertes con bastante gore –muy sorprendente para estar dirigido a adolescentes– y película de terror cajón desastre, en donde caben maldiciones centenarias, poseídos y experiencias al borde de la muerte que guiñan el ojo a Flatliners (1990).
Este primer encuentro con la trilogía muestra un acabado algo televisivo que revela más un concepto de miniserie en tres piezas que de algo que pudiera estrenarse en el cine, algunos desajustes de postproducción y uso dudoso de la música de Marco Beltrami en ocasiones deja la impresión de prisas en el acabado. Pero la directora Leigh Janiak, que ha completado la trilogía completa, entiende los mecanismos del género como diversión despreocupada, con violencia irreverente y el uso de las canciones de la época con intuición e intencionalidad. Fear Street también añade elementos al material original, con ciertos detalles sobre clase y ocurrencias atrevidas que demuestra por qué el slasher juvenil de los 90 le debe mucho a series literarias como la homónima, captando las claves del género que ayudó a expandir Kevin Williamson, muy influenciado por las dinámicas del terror de instituto de Stine o Lois Duncan.
Fear Street 2: 1978 (2021) 90/100
Estreno 9 de julio
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Con la segunda entrega de la trilogía basa en los textos de Stine queda claro que cada una de las películas no son sino la consecución de una misma historia dividida en tres actos que descubren distintos secretos de la maldición de Shadyside y Sunnyside, algo que incide en la idea de que, en realidad, puede verse todo el evento como una miniserie dosificada en píldoras de casi dos horas, una duración que podría hacerse pesada en un producto de estas características, pero que funciona como un tiro, en especial en este segmento ambientado en los 70. Fear Street parte 2 cuenta la historia de la superviviente que conocimos al final de la anterior, interpretada por Sadie Sink, haciendo a la anterior mejor, desarrollando la historia en el campamento Nightwing, el lugar de vacaciones para los jóvenes Shadysiders, donde las actividades al sol pronto se teñirán de sangre cuando uno de los residentes empieza a asesinar a sus compañeros.
En una clara reinterpretación juvenil de los slashers de la época dorada del género en campamentos de verano como Friday the 13h (1980), The Burning(1981) y Sleepaway camp (1983), Leigh Janiak ofrece un episodio brutal, mucho mejor terminado que 1994, aumentando los litros de sangre y, sorprendentemente, también de sexo, haciendo que el espíritu de final de década huela a borrachera nocturna, chustas a escondidas y sangre. Con un body count aún más generoso – incluido el tabú infanticida– y un ritmo incesante, la historia de la maldición se expande con elementos fantásticos de pura lógica Stine: apariciones, cuevas ocultas y misteriosas masas viscosas se unen a los asesinos posesos en la mejor entrega de la trilogía. Es uno de los pocos regresos al subgénero que realmente ofrece una fiesta sin arrugarse en último momento como la serie Dead of Summer (2016), sin guiños y humor que pretenda estar por encima del material que visita como American Horror Story 1984 (2019) o The Final Girls (2016). Además, de nuevo hay un genial uso de la música de la época con intenciones concretas, haciendo un eco brillante con cierta canción de David Bowie que hacen de este nudo un fantástico refresco de sangría en el cine de terror en el que parece que hasta sus creadores solo buscan pasarlo bien.
Fear Street 3: 1666 (2021)
Estreno 16 de julio
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El capítulo final de la trilogía vuelve a utilizar el flashback para llevarnos a 1666 y mostrarnos el origen de la maldición de Sarah Fier revelando todos los secretos que cierran el círculo, haciendo de los tres episodios una historia completa sólida y llena de vasos comunicantes. En esta ocasión regresamos a Shadyshide cuando apenas es una colonia en la que empiezan a pasar cosas extrañas, siguiendo la pauta de los relatos clásicos de caza de brujas como El Crisol (1996), con la influencia inevitable de The Witch (2015) o la serie Salem (2014-2017). Esto da un cambio de pauta muy curioso, con algunos momentos realmente turbios para un film dirigido a público adolescente. Además, hay algunas sorpresas y la historia se cierra de forma bien entretejida junto al resto de líneas temporales, con una coda quizá menos sangrienta pero que logra cuadrar muy bien todos sus elementos y personajes para cerrar uno de los experimentos más estimulantes del cine de terror reciente, solo posible gracias a su vía de estreno en plataformas.
THE 8TH NIGHT (2021) 60/100
Estreno 2 de julio
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Un trepidante bolsilibro de investigación criminal y fantasía oscura lleno de magia negra, chamanes, talismanes y poseídos, con algunos detalles inquietantes que la acercan al terror coreano sobrenatural que funcionan de forma desigual a causa de su factura modesta. La historia de un monje que tiene un pasado fue exorcista a la caza a un espíritu milenario que está poseyendo a humanos durante siete noches, buscando su octava víctima para desatar el infierno en la Tierra es dirigida y escrita por Kim Tae Hyung con eficiencia de K-Drama –a veces parece como una historia perdida de la serie The Guest (2018), pero con efectos especiales digitales que no están demasiado bien acabados– no hay nada especial en la puesta en escena pero logra mantener su historia siempre interesante, con una relación entrañable entre el monje y su alumno, pese a que algunas inclusiones, como un fantasma en busca de retribución, entorpecen la buena mezcla entre el thriller procedimental tradicional y el fantástico. Para incondicionales del pulp coreano y fans de The Wailing (2016) que quieran ver cómo su éxito se sigue perpetuando.
A CLASSIC HORROR STORY (2021) 60/100
Estreno 14 de julio
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Una misteriosa producción italiana que Netflix definía como un cruce entre ‘Midsommar’ y ‘La matanza de Texas’ y que supone el regreso del país del pomodoro a lo que mejor sabe hacer: rescatar éxitos del cine de terror internacional e inventar la forma para replicarlos sin ninguna vergüenza aumentando las dosis de sangre y explotación. En este caso, la premisa no iba desencaminada, con un argumento arquetípico de cinco desconocidos que viajan por el sur de Italia para llegar a un destino en común. Cuando la caravana en la que viajan tiene un accidente, quedan atrapados en un bosque donde deben luchar desesperadamente para escapar.
Dirigida y escrita por Roberto De Feo, quien estrenó el año pasado Il Nido (2019), y Paolo Strippoli, A Classic Horror Story es un revuelto consciente de decenas de películas de terror recientes, pero que pone su mirada en el torture porn de la década pasada pero sin llegar a ser el despiporre de gore que promete, incluso con algunas muertes en plano general y un interés extraño en estilizar la imagen para crear paisajes de pesadilla a plena luz del día, con algunos añadidos de la cultura local, con muchos planos calcados a la película de Ari Aster pero con una irónica relectura de lo que significan las “sectas” en el sur de Italia. También ofrece un ángulo metacinematográfico un tanto pobre, jugando incluso con su identidad de película Netflix pero sin ningún comentario afilado que haga meritoria su extraña experiencia de desmitificación. Como un Frontieres (2008) aligerado y algunos elementos de terror de cultos sin llegar a desmelenarse nunca, da esperanza ver de vuelta el descaro del terror a la calabrese, pero parece demasiado encorsetado por una vocación de hacer algo más solemne de lo que le corresponde.
BLOOD RED SKY (2021) 50/100
Estreno el 23 de julio
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La premisa de esta película de terror alemana no podía ser más interesante, una mujer con una misteriosa enfermedad se ve obligada a actuar cuando un grupo de terroristas intenta secuestrar un vuelo transatlántico nocturno. Para proteger a su hijo tendrá que revelar un oscuro secreto, y desatar su monstruo interior (que todos sabemos cuál es por las imágenes promocionales). Peter Thorwarth, director de la famosa The Wave (2008), hace una especie de híbrido entre Passenger 57 (1992) y el final de 30 Days of Night (2007), pero aunque la trama está bien llevada y no hay nada especialmente sorprendente o vibrante, aplicando una frialdad poco recomendable a un thriller de vuelos en peligro y terror. Su estética visual recuerda demasiado a las producciones alemanas para las tardes de fin de semana en el peor de los sentidos y no hay un desarrollo trepidante a lo Executive Decision (1996) o elementos de vampiros y terror que mejoren lo visto en Monster Squad (1987), cuando Drácula era transportado en un avión con resultados letales, The Night Flyer (1997) y el chupasangre de Stephen King que se desplaza en avioneta o el episodio piloto de The Strain (2014) que imitaba la llegada del Démeter a Whitby con un Boeing desolado. Sabe a poco, pero quizá la culpa sea de que la trilogía Fear Street le ha puesto el listón muy alto.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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The Conjuring - The Devil Made Me Do It (2021) review: una sólida aventura satánica de los Warren
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La temida ausencia de James Wan se traduce en un viraje de la saga hacia la investigación sobrenatural y la aventura satánica. El terror es más vulgar que las anteriores, pero el carisma de los Warren brilla como nunca en una secuela digna, con algunos detalles siniestros estupendos y un ritmo intrigante y sin pausa. No es recomendable ir con las dos entregas anteriores frescas en la memoria porque la bajada es prominente e inevitable, pero es una bienvenida huida hacia los márgenes que se pasa volando.
Nota: 70
Que Michael Chaves tenía muy complicado sustituir a James Wan es redundar en una idea que deberíamos haber digerido hace un par de años, cuando se anunció que el director de la sosa The Curse of La Llorona(2019) iba a encargarse de la nueva entrega de la saga troncal sobre la que flotan las demás, generalmente consideradas menores. Cuanto antes se acepte que es imposible acercarse a The Conjuring 2 (2016), una obra maestra de la composición expresionista que dominaba todas las posibilidades visuales y espaciales de la puesta en escena gótica, sin la voluntad de su mismo autor por superarse a sí mismo, más se disfrutará esta nueva secuela, que es plenamente consciente de la dificultad aparente de ir más allá.
El retiro de Wan –ya se juzgará su regreso al terror en Malignant (2021)– indica que en gran parte dijo todo lo que tenía que decir en el universo que aún tutela desde las sombras, por lo que hay cierto nivel de sumisión a una verdad clave: que ninguna de estas nuevas películas van a marcar el camino o reconfigurar el género del terror de ninguna manera, sino que se están dedicando desde hace mucho tiempo a seguir las sendas marcadas, echando alguna especia exótica que otra por el camino. De hecho, conviene no ilusionarse demasiado con las sorpresas, puesto que cuanto más nos acercamos al décimo aniversario del episodio original, más se diluyen las ondas de esa primera pedrada en el estanque de la cultura pop y más irrelevantes y miméticas se hacen sus herederas.
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Por ello, no debe suponer ningún escándalo reconocer que esta The Conjuring 3 es peor película de terror que Annabelle: Creation(2017) y no mucho mejor que Annabelle Comes Home (2019), aunque siendo justos, no lo es porque no se plantea como un carrusel de sustos, apariciones y set pieces de terror, de hecho su mayor virtud es que se atreve a ir por otros derroteros, aunque a menudo tenga que justificar su escapada con algún peaje de jumpscares facilones que por fortuna no son demasiado abundantes. Afrontando un caso real algo turbio como para hacer mucha chanza sobre el origen diabólico de un asesinato real —el tema ético de todo lo relacionado con los Warren hay que dejarlo, si eso es posible, en la puerta de la sala– la película diluye su estructura en un juego de flashbacksy un juicio por asesinato con alegaciones religiosas que vuelve al punto de partida antes de la explosión del Conjuringverse, The Exorcism of Emily Rose (2005), de la que el guion de David Johnson sabe distanciarse centrando la trama en un enfrentamiento con más en común con The Wailing (2016).
Lo que quieran ver una adaptación más cercana en el tiempo del caso real pueden acudir a la nada desdeñable TV movie The Demon Murder Case(1983), la que puede considerarse como la primera película de los Warren, en donde la pareja, bajo otro nombre pero hasta con su museo de objetos malditos, se enfrentaba al exorcismo del niño y la posesión de su hermano de la manera más cercana al relato de Arne Cheyenne Johnson, que estaba interpretado nada menos que por Kevin Bacon. En The Conjuring 3 el proceso se aparta a un lado y nos centramos en el viaje del matrimonio por los aledaños del caso para descubrir una fuerza maléfica tremendamente peligrosa, tomando el molde de una investigación sobrenatural en la que las habilidades de medium de Lorraine serán clave, convirtiéndose en el Frank Black de Lance Henriksen de la serie con asesinos sobrenaturales Millennium (1996-1999), pero con un toque vintage y un enemigo que la emparenta con las películas del psiquiatra David Sorell, un precedente televisivo de Kolchak que se enfrentaba a satanistas y sus conjuros en títulos como Ritual of Evil (1970).
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Pero no hay nada televisivo en la potente producción de The Conjuring 3, Chaves demuestra más nervio que en su debut y se apoya en una fotografía competente, secuencias al ritmo de Call Me de Blondie o incluso secundarios tan interesantes como el que interpreta John Noble. Hechizos escondidos similares a los de episodios de Supernatural (2005-2020), momentos que parecen sacados de Silence of the Lambs (1991) o incluso Doctor Sleep (2019), conforman una matriz muy diferente para el matrimonio Warren, que parecen vivir en las páginas de un tebeo de Marvel, de los de Gene Colan, y conforman ya una pareja icónica en su encarnación de Patrick Wilson y Vera Farmiga. Llenos de química, carisma mundano y nobleza naif, sus momentos de matrimonio veterano –geniales detalles de Lorraine dando por hechos los despistes de su marido– hacen que el motivo del film, tan explícitamente cursi y ausente de cinismo como el amor, funcione dentro de su microcosmos de grandes temas esenciales de la lucha entre el bien y el mal.
La impertinente comparación a las entregas anteriores nos recordará que no habrá grandes secuencias de miedo puro pero la banda sonora de Joseph Bishara consolida la atmósfera diabólica a lo largo del film y la aparición del Padre Gordon añade argamasa a un universo cinematográfico sólido, que supone un agradable espacio para el geekque busque su ración de terror y aventuras siniestras en un patio de juegos familiar y confortable. No es extraño que DC cómics haya creado una línea especial para tebeos como The Conjuring: the lover, una precuela en viñetas a la que seguro que siguen más misiones en este territorio de amuletos y reglas para la posesión, y puede que en ella estuviera la clave del contenido de la escena post-créditos que Chaves dice haber eliminado. Sería la conexión definitiva con los MCUs y DCUs de la gran pantalla, aunque sin ella ya parece casi un intento de reinicio de la franquicia.
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No es extraño que algunas de las reglas de este episodio parezcan sacadas de películas como Hereditary (2018), que a su vez suponía un paso adelante en el terror de cultos, hechizos y demonios que sacudió Insidious (2010). Son las eras y las tendencias, pero el concepto de cine de marca Wan ya no posee la influencia de antaño y se encuentra en un final de ciclo, pero si Buffy, Mulder, Scully o los Winchester sobrevivieron años dando lo mejor de sí mismos a sus fans, no hay ningún impedimento para que no veamos envejecer a los Warren cazando demonios en el cine, porque si algo demuestran películas como The Devil Made Me Do It es que las grandes franquicias de fantástico sobreviven cuando su corazón bombea al ritmo de grandes personajes.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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Army of the Dead (2020): la hermana idiota y con esteroides del remake de ‘Dawn of the Dead’
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Zack Snyder combina muertos vivientes y atracos en una salvaje pero irregular recreación del espíritu de videojuegos como Dead Rising a la experiencia cinematográfica, con mucha acción, dramones, ritmo a trompicones, hectolitros de sangre, Zombies kung fu, orcos y unos cuantos arrebatos de mal gusto en una decepcionante vuelta al género del gran renovador del mismo en el siglo XXI, que luce como un directo a vídeo de 90 millones de dólares.
Nota: 55
En un momento clave del clímax de Dawn of the Dead (2004), de entre las masas de muertos vivientes, aparecía uno de ellos con un bidón de gas que los héroes habían lanzado, levantándolo como un atleta de halterofilia para que uno de los personajes pudiera disparar. En aquel momento, entre el frenético acontecer de escaramuzas, tiros, huidas y disparos, que cambiaron el género a partir del clásico de George A. Romero de los 70, ese pequeño detalle parecía casi un momento gracioso, el hecho de que entre los resucitados hubiera un hombretón, que seguramente ya daría miedo en vida, no hacía sino aumentar la sensación de que el contagio no entiende de clases, sexo, razas, tamaño ni profesión. Pero no dejaba de ser también un poco chirriante, casi naif, al parecer un ser monstruoso de otro tipo de película.
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Cuando llegó 300 (2006) parecía que la anterior película la había dirigido otra persona, pero de alguna manera se forjó el Zack Snyder que todos conocemos ahora. Por supuesto, entre los ejércitos de Jerjes aparecía otro hombre gigante, monstruoso, usado como gran arma que tenía esa misma caracterización de fantasía épica que era presentado con la lógica de videojuego de “rival más grande”. Ahora, 17 años más tarde, Snyder vuelve al terreno de los zombies con Army of the Dead, no solo ignorando las mejores virtudes de su espectacular debut, sino que plagando la pantalla de esos uber zombies de fin de fase, tan grotescos que parecen descartes de una mala secuela a vídeo de algún éxito de taquilla, de esos que no entienden nada de lo que hacía especial a la original. Solo que aquí la secuela a vídeo es muy, muy cara. De hecho, es en esta película donde decide convertir a ese zombie jefe final en un Uruk Hai, concretamente el berserker “suicida” de Lord of the Rings, con su casco de metal y todo. Y ahora se explica mejor aquel primer grandote de su precoz obra maestra.
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Pero el detalle de cambiar a los zombies por orcos no es tanto un problema como un síntoma. La evolución de Zack Snyder como cineasta se ha curtido a base de anabolizantes, uso arbitrario del slow motion y la cada vez más clara vocación de ser el sustituto natural de Michael Bay en Hollywood. Si al final de los créditos viniera firmada por el director de Transformers (2007) a nadie le sorprendería demasiado. Si el Snyder de 2004 hubiera empezado sus créditos con el Viva Las Vegas de Dead Kennedys aquí lo hace con una empalagosa versión de Karaoke con voz de Operación Triunfo o cantante en evento de la Super Bowl que acompañarán el resto de versiones con las que adereza de cuando en cuando las escenas. Las imágenes que acompañan esa cover son, por supuesto, en cámara lenta, una divertida orgía gore que tiene también parte de trasfondo de los personajes, pero que, más allá del salvajismo al que se atreve en esta ocasión, no son más que un remedo de los geniales títulos de Zombieland. No esperéis a Johnny Cash aquí.
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Los créditos vienen precedidos de un pequeño prólogo en el que ya vemos las primeras carencias. Un chabacano momento que lleva a la liberación de un zombie que parece un luchador Wrestling. Zombies sin camiseta, zombies mazados. La tónica general del film. Un gusto de película de acción de televisión y protagonistas cortados por el patrón de comprobar quién tiene menos grasa entre fibras, con una descripción que hace que los personajes de Den of Thieves (2018) parezcan apocados. Los primeros minutos, llenos de tiros y gore, son un espejismo. Durante la primera hora de prolegómenos se desarrollan los planes de entrar a rescatar un dinero de Las Vegas con un par de subtramas dibujadas y la acción no empieza hasta que logran entrar, un poco al estilo de Escape from New York(1981), o más bien Doomsday (2008), pero cuyo mayor parecido a John Carpenter es en el maquillaje de la tribu de Ghosts of Mars (2001). Sin embargo todos los dibujos han sido difusos, parece que tampoco hubiera hecho ninguna falta, pero aquí estamos. Quizá lo más decepcionante es que se plantan detalles, como esos zombies “latentes” de los que el guion se olvida, que no llegan a utilizarse nunca.
A partir de ese momento, Army of the Dead se vuelve un blockbuster de estructura de libro, pese a que debería ser una misión contrarreloj. Alterna escenas de acción con lógica de shooter que no escatiman en disparos a la cabeza, sangre y todo el gore que se le puede pedir a un film de zombies, con parones de ritmo de drama familiar espeso y forzado, que no pegan nada con el supuesto tono divertido y macarra de la propuesta. En una de esas tramas toma prestada la idea de los muertos evolucionados, tan cuidadosamente presentada por George A. Romero película a película —esa idea que en el 2005 le valió agrias críticas de los aficionados— y trata de darles empatía y sentido de comunidad sin ningún tipo de preparación previa, dando unos cuantos momentos trash que podrían ser disfrutables si no se tomaran absolutamente en serio a sí mismos, dando lugar a los instantes más críticos de la filmografía del director. Espera a los que no acabaron de ver claro el parto de Dawn of the Dead.
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Por cada buen efecto especial gore y géiser de sangre hay un maquillaje de monstruo de Buffy, Cazavampiros –la reina zombie principal parece de Night of the Demons 2 (1994)– o un tigre de CGI y la tónica general es el de querer ser la Aliens (1986) del cine de zombies. Tanto es así que se replican muchos, muchos, momentos de aquella como si su guion fuera ya una plantilla a la que el cliché del traidor que busca un ejemplar no lo hubiera visto nadie o, bueno, toda la parte final. Tampoco se corta en poner a su Vasquez latina con bandana roja, pero además tomando su arco paso a paso. “Homenaje” completo. También replica de forma idéntica el momento “zombie novia” de Land of the Dead y lo que el remake de Dawn of the Dead (1978) no utilizada, con el helicóptero en la azotea, sí que se pone aquí en el filo del tercer acto. El problema de apoyarse en tantos recursos no es que no sea demasiado original –podría ser un remake, final incluido, también de House of the Dead 2 (2005), que irónicamente se tituló en España Amanecer de los zombies– sino que se hace demasiado predecible, incluso morosa.
Army of the Dead trata de ser descerebrada, malota y edgy, pero su libreto no llega. La falta de James Gunn pesa tanto como sus parones sentimentales, pero su falta de ingenio y humor podría tener un pase si no tuviera esos detalles de ínfulas, ya sea por los insertos sociopolíticos aquí y allá, que por la simbología clásica, con ese Olimpo de los Dioses (literal) en el que viven los zombies instruidos, con el jefe bautizado como "Zeus”. Son esos momentos cuando Snyder se expone sin miedo, como cuando en Man of Steel (2013) quería emular la arquitectura de Krypton al stilo Giger, y por ello la civilización tenía cápsulas de escape en forma de dildo de sex shop. Resuta tan entrañable su forma de no entender del todo lo que está haciendo que parece que utiliza la canción de Cramberries Zombie, con su “and their bombs, and their bombs” y bien, “Zombie”, en cierto momento de la película en el que no queda claro si sabe que la canción trataba del IRA.
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Los 90 millones de presupuesto de Army of the Dead no evitan que luzca como otra película Netflix más, con sobreabundancia de primeros planos que parecen consecuencia de cropear un 2.35:1 a un 1.78 : 1 que se alternan con generales bastante espectaculares, pero que no dejan de tener un look de cine hecho para tabletas y no para una gran pantalla, cerrando los planos en una fotografía lavada y vulgar que implementan la sensación de cine de usar y tirar y la separan aún más de la añorada Dawn of the Dead. Hoy ese espejismo de autor se sustituye por torpeza en la dirección de autores y la escritura, plagados de momentos de mal gusto que se agrían con cada nueva película. Una pena porque, el film es entretenido a pesar de sus arritmias y deja disfrutar sus ganas de transgredir a base de cubos de sangre, pero al mismo tiempo sabe todo a segunda mano, y más que el inicio de una nueva época para el género de los muertos vivientes parece más bien un cierre de círculo, enterrar para siempre una época de luces y sombras para un género explotado en cine y televisión hasta la desesperación. Puede que no haya una mejor manera de cerrar el epitafio con la obra que mejor refleja esa fatiga, con el reflejo casposo de la que sigue siendo, aún hoy, la obra insuperable del género en el siglo XXI.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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Them (2021) review: una suntuosa serie de horror noire en los años 50 sobre los fantasmas de la suburbia racista
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La primera temporada de la serie de terror antológica de Amazon Prime explora la cara B del sueño americano a través de los tropos de casa embrujada, tratando de imaginar cómo sería una temporada de The Haunting of Hill House dirigida por Jordan Peele, sin embargo, su relevancia tras George Floyd no es suficiente para que su batiburrillo de drama racial, estética deslumbrante, metáforas y terror acaben cuajando para justificar sus excesivos 10 episodios.
Nota: 55
Es muy posible que Little Marvin, el creador de la serie Them, esté preparado para todas las comparaciones posibles con la obra de Jordan Peele, después de todo, su título no es sino una respuesta al de Us (2019), la última película del director de Get Out (2017), cuyo póster incluso tiene la misma fuente tipográfica que la elegida en la campaña gráfica de la serie de Amazon Prime. Para redondear el pacto, entre su reparto, con Deborah Ayorinde, Ashley Thomas, o Alison Pill, se encuentra Shahadi Wright Joseph, la niña de la familia atacada por sus doppelgängers de la película de Universal. El estilo de Peele se extiende a su propuesta visual y temática, de horror puramente centrado en el problema racial de Estados Unidos, lo que venimos llamando Horror Noire, desde que apareciera el libro homónimo de Robin R. Means Coleman en 2011.
De hecho, la primera temporada de la serie antológica, titulada Covenant, toma no solo un punto de partida que deja espacio para algunos paralelismos con Get Out, sino un estilo de terror que recuerda a los episodios más inquietantes de Lovecraft Country (2020), también producida por Peele. Curiosamente, Them! es el título de una de las películas de terror más míticas de los años 50, sobre hormigas gigantes que representan los temores nucleares de la guerra fría, algo que también podría tener un doble sentido, ya que la historia ambientada en esa misma época de Estados Unidos, cuenta el proceso de adaptación de una familia afroamericana que se muda al vecindario blanco Compton, en el condado de Los Angeles, recogiendo así la cara B de ese “ellos” que temía la sociedad en la época, dejando claro que para las familias negras que empezaron la gran migración del sur el terror estaba en el racismo asimilado por la gran mayoría de la población blanca de algunos municipios.
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El mayor interés de Them radica en su profusión documental para dibujar ese trasfondo histórico de los barrios idílicos de la suburbia americana y cómo esta esconde un lado tenebroso bajo los colores pastel, sus jardines perfectos y el sol de California. Hasta cierto punto, relata una historia muy similar a la que plantea Suburbicon (2017) de George Clooney, solo que cambiando el punto de vista de la familia de la subtrama racista de aquella para hacerlos protagonistas de una historia con menos parecido a una trama criminal de los hermanos Coen y que una variación de horror sobrenatural que se infiltra en la vida de los protagonistas, como reflejo de sus propios conflictos y temores. Sobre el papel es un planteamiento muy interesante, y hasta cierto punto podría haber sido una serie mejor que Lovecraft Country, pero arrastra algunos problemas que hacen del evento una oportunidad perdida para confirmar que el subgénero tiene algo más que decir más allá de una recapitulación del trauma.
Por supuesto, es de esperar que tras la muerte de George Floyd y los posteriores disturbios del movimiento Black Lives Matter la ficción recoja esa rabia social y la articule en un relato donde el dolor esté presente, pero la idea de un drama agrio, y en ocasiones durísimo, sobre un problema tan real, al que se le suman amenazas paranormales, acaba provocando una mala reacción y la sensación de peligro no solo se anula sino que resulta agotadora y hasta cierto punto simplista, ya que no recoge ninguna reflexión especialmente brillante sobre el problema, salvo la conclusión de que está muy bien arraigado y se perpetúa como una especie de maldición para los afroamericanos que siguen buscando su sitio, tras ser rechazados al acercarse a terreno ya ocupado por los blancos, y es aquí donde quizá le hubiera venido bien imitar a Peele también en su capacidad de sátira y no solo en su estética.
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Existe algo de didáctica de barrio, de cómo se ha llegado a donde se ha llegado, el poco tiempo que ha pasado desde Jim Crow y hasta cierto punto, cómo esto sigue perpetuándose, pero en ningún momento hay una sutilidad que compare el pasado que presenta con el presente, el guion es disperso y poco afilado, de tal forma que las actitudes racistas acaban resultando casi frívolas, con el sufrimiento casi como fin del terror que presenta, con una escena particularmente horrible, en la que se recrea de forma muy innecesaria y que tendrá consecución en otros capítulos que recuerdan lo peor de los linchamientos. La idea de presentar esos motivos históricos como elemento de terror funcionaría en otro contexto, pero en Them, llegado cierto punto, comienza a parecer una colección de penurias que meten el dedo en la llaga del trauma pero no hacen nada para avanzar en el discurso, por lo que acaba resultando una pornografía del racismo hueca, que incluso encuentra cierta oposición cultural reciente en la comunidad afroamericana, en donde el resto de elementos de terror son meros aderezos para justificar su pertenencia al género, no la catarsis por la que los personajes dan la vuelta a la situación.
Y esto es algo decepcionante no por las propias expectativas que despertaba la serie, sino porque para llegar a ello hace muchas cosas bien y da rabia que la historia y los personajes no estén a la altura, por ejemplo, de su deliciosa paleta visual y su trabajada puesta en escena, que es muy cinematográfica y goza de una fotografía espectacular. Las escenas de miedo varían entre lo inquietante y lo indiferente, pero por lo general siguen las reglas del terror onírico de A Nigtmare on Elm Street (1984) o IT (2017-2019), en concreto hay cierta escena de terror sacada de la segunda parte de esta, a lo que se suma ese fantasma del “black face”, que no deja de parecer un Pennywise inverso, rescatando el terror de los Pickaniny del episodio 8 de Lovecraft Country.
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También hay ecos de El resplandor (The Shining, 1980) en la progresiva descomposición de Lucky, cuyo trauma comparte ciertos ecos de la magistral Beloved (1998), pero conforme avanza la serie queda claro que el modelo es la Carla Gugino de The Haunting of Hill House (2018), de la que también rescata su “hombre alto”, sin resistirse tampoco a utilizar la estructura de su continuación, ya que tenemos un episodio 8 en blanco y negro como en The Haunting of Bly Manor (2020). Sin embargo, Little Marvin no explora el significado de los fantasmas y la resolución del origen del terror es un batiburrillo de metáforas, fantasmas del pasado, trauma y llamada de los ancestros para afrontar las amenazas del presente que no tienen ningún sentido, dando la sensación de que no hay más que ideas sin cuerpo que tratan de hacer algún tipo de simbolismo forzado sin ningún plan prefijado.
Tampoco ayuda que durante la serie se dedique una buena cantidad de tiempo al personaje interpretado por Alison Pill para cerrar su historia en una nota sin conexión con el tema principal, sin llegar a humanizarla y sin que su arco sirva para desarrollar o llevar a ningún punto su antagonismo con los protagonistas. Durante gran parte de Them pensamos que hay un cierto elemento de comunidad secreta como la de películas recientes como 1BR (2019) o Spiral (2020), pero esa idea de “vecinos ultracuerpos” queda en la cabeza del espectador puesto que los planos en los que nos son mostrados como inquietantes observadores responden más a la búsqueda de un momento plástico para los tráilers que por un verdadero desarrollo bajo los márgenes de algo más inexplicable o un terror mayor.
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De hecho, ni siquiera hay una cadena de acontecimientos para que el clímax se precipite como el la mentada Suburbicon, sino que tan solo acaba pasando precisamente lo esperable desde el primer minuto. El único problema es que durante los 10 episodios no se han enredado suficientes hilos de interés y tan solo hemos visto secuencias de visiones para cada miembro de la familia que juegan sobre un terreno seguro ya que una y otra vez acaban sin consecuencia. Esto crea una dinámica repetitiva, en la que el drama se intercala con algunas apariciones y blancos agresivos cerrando el círculo durante los diez días que dura el relato. En general, es más consistente que Lovecraft Country y más contenida que una temporada de American Horror Story, pero la serie de Misha Green al menos tenía tres buenos episodios autocontenidos, el problema de Them es que camina hacia la nada, le sobran muchos capítulos y horas y trata de compensarlo con una solemnidad postiza que no hacen más potentes su terror de simbolismos como el uso de pintura blanca como deseo de integrarse.
No ayuda tampoco que haya interpretaciones por debajo de lo esperable por su nivel de producción o que a veces plasme escenas de terror reciente de forma casi similar –esas pesadillas de madre homicida de Hereditary (2018)­– o que la propia lógica de su estructura se desarme al mínimo rasguño, por cómo los fantasmas afectan a cada uno de los miembros de la familia. Lo más frustrante es que Them es, en el fondo, una buena serie escondida a la que no han conseguido sacar potencial, a la que le cuesta tanto arrancar que no llega a hacerlo del todo nunca, y es tan atractiva visualmente que se lo perdonas y tratas de no aburrirte con ella para disfrutar de sus cosas buenas. Pero en el fondo hay un problema de fondo que solo se habría solucionado menos metáforas y más vocación de hacer un producto de terror a la altura de las circunstancias, con vocación de sátira como Bad Hair (2020) o ciñéndose a los resortes del cine de fantasmas tradicional, como Body Cam (2020), tan estupenda en su sencillez, como relevante por su discurso de fondo.
 Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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The Empty Man (2020) review: un flemático relato nihilista de horror cósmico que será de culto
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Se estrena The Empty Man, una extraordinaria película de terror a fuego lento que adapta la novela gráfica homónima de Boom Studios ilustrada por Vanesa Del Rey y escrita por Cullen Bunn siguiendo su propio camino para conseguir compactar un relato de investigación sobre un aparente hombre del saco que, lejos de ser la enésima variación de Candyman (1992) o similares, plasma horrores cósmicos y metafísicos de la literatura de Robert Chamers o Thomas Ligotti.
Nota:90
Escuchar el tema principal de la banda sonora de Christopher Young para The Empty Man debería ser suficiente para darse cuenta de que no estamos frente a un film de terror adolescente sobre hombres del saco, maldiciones en siete días y apariciones con susto. Sí, hay un poco de todo eso, y la película no evita buscar los momentos siniestros de horror bajo la piel con presencia sobrenatural de por medio. Pero la partitura, hermosa, coral, y fúnebre, nos habla de un film devastador y elegíaco, un poso melancólico negro, que nos deja a la intemperie frente a una realidad esquiva y pesimista, quizá más grande e incomprensible de lo que podemos asimilar.
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No es de extrañar que el film resultara apático para Disney,  que le organizó un estreno sorpresa y casi suicida en medio de la pandemia, sin dar más que una semana al tráiler para anunciarlo, un poco el mismo caso de España, donde ha aparecido sin ningún tráiler previo, directamente en Movistar+ y por un tiempo limitado. Es sintomático que una época en la que los grandes estrenos de terror en pantalla gran han brillado por su ausencia, se trate una producción en glorioso panorámico 2:39:1, y una producción exquisita, que mejora la mayoría de originales de género de las plataformas, como si fuese un descarte. Hace reflexionar sobre el uso que ha dado Disney a los proyectos desarrollados por Fox que habían quedado colgados en el fondo de catálogo, como The New Mutants (2020) o este ejemplo, aún más descortés, puesto que ni hay una sola entrevista con el director, ni rastro de promoción o diálogo en medios.
Lo peor de esta decisión es que se ha ido dejando pensar que el film es otra versión de films con hombre del saco herederos de Candyman (1992), como una leyenda urbana dirigida a adolescentes como Bye Bye Man (2017) o Slenderman (2018). Decir que no es un film para adolescentes no es peyorativo, pero imagina la sorpresa del grupo de chavales que acude a la sala con ganas de llevarse unos sustos que se encuentran una densa adaptación, en clave de horror metafísico puro, de la prestigiosa novela gráfica de Boom! Estudios, con calificación R y un planteamiento totalmente distinto a la película de miedo ordinaria proveniente de gran estudio. También puede valer la máxima para quienes, tras ver el tráiler, no acaben de comprar ese tipo de película, perdiéndose un viaje a las tinieblas reposado y oscuro, denso y que exige al espectador.
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Es curioso que el film tenga algunas convergencias con Hereditary (2018) –hay sectas y algunos elementos de la trama que a veces son tangentes– y pueda ser ahora acusado de tratar de apuntarse a la moda del film de Aster. Sin embargo, no solo el tono es muy diferente al de las producciones A24, o su base de ciencia ficción las separa lo suficiente, sino que además, fue rodada en 2017, y ha permanecido bloqueada por Disney todo este tiempo. The Empty Man es una rara avis a día de hoy, un testamento del cine de terror con presupuestos holgados de 20th Century Fox, puede que el último estudio capaz de invertir para permitir gran diseño de producción en filmes de horror adulto no basados en la fórmula Warner de jumpscares, y que se toman el tiempo necesario, 137 minutos en este caso, para desarrollar su historia, aunque incluso en páginas especializadas famosas decidan ignorar completamente las intenciones de la propuesta y la fusilen exclusivamente por este hecho. Tampoco ayuda a mejorar la impresión general que algunas copias que se están viendo en streaming mutilen la suntuosa relación de aspecto widescreen en la que ha sido concebida.
Un caso no muy diferente al de The Cure for Wellness (2017), aunque ahora presenciamos un debut menos firme, el de David Prior – que deja notar en su estilo sus colaboraciones con David Fincher–, autor del alucinante mediometraje de horror lovecraftiano AM1200 (2008), con la que esta se relaciona de tantas formas que podrían transcurrir en el mismo universo. Dirigida con una puesta en escena elegante, de tonos fríos y oscuros captados por la impresionante fotografía de Anastas Michos, sorprende una aproximación visual tan hermosa en una película que se plantea como una investigación paciente, sin grandes set pieces, aunque sí desarrollada con riesgo desde su estructura. Con un prólogo que podría ser The Ritual (2017) resumida en 22 minutos. Prior ofrece una alternativa al Incidente del paso Diátlov con algunas situaciones que recuerdan al remake de La maschera del demonio (1989) de Lamberto Bava, para desarrollar muchas reglas de lo que vamos a ver a continuación y plantar algunas ideas que se retomarán más adelante en el verdadero núcleo del film.
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Durante el resto de The Empty Man la trama se centra en una investigación en clave The Ring (2002), llevada en los hombros de un adecuado James Badge Dale, adentrándose en un mundo de sectas dianéticas, retratadas como la cienciología, pero con detalles cinematográficos que la aproximan a la de Blue Sunshine (1977), derivando su viaje en un opresivo laberinto mental de horror, más que cósmico, filosófico, profundamente existencial y muy arriesgado, al tratar conceptos ontológicos complicados como los tulpas, desde una perspectiva inusual. Debates sobre citas de Nietzsche, detalles como bautizar Derrida al instituto en el que estudian los protagonistas o mensajes sobre la creencia en Dios y la religión a través de películas como Quo Vadis? (1951), plantean el film como un gran rompecabezas, donde hasta pausar la imagen en las consultas de Wikipedia del protagonista pueden ayudar a unir piezas al final del film.
El film de Prior no es tampoco para todo el mundo, su desarrollfo pausado y sus vueltas sobre ciertos puntos pueden resultar agotadores, pero es el tipo del film de horror alejado del efectismo fácil, podría dialogar con con Dead & Buried (1981), Jacob’s Ladder (1990) o Angel’s Heart (1987), si en vez del satanismo o vudú hubiera ecos de nihilismo, ciencia ficción y existencialismo, con algunos momentos ocasionales de terror grotesco, que crean también algunos puntos en común con Wounds (2019) en su desarrollo. Pero en la entidad maligna que sobrevuela todo el film se pueden apreciar detalles de la mitología de H.P. Lovecraft que no sorprenden a quien haya visto su primer corto, desde algunas formas que parecen inspiradas en Nyarlathotep, ideas sobre el caos que parecen estar describiendo a Azathoth o incluso referencias visuales a Zdzislaw Beksinski y su The Horn Player, usado para ilustrar algunas portadas del autor de Providence.
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Sin embargo, The Empty Man se relaciona más con algunas ficciones de literatura afín, como Robert Chambers y su Rey de Amarillo –desde la obsesión vírica que plantea, a los andrajos de la aparición iguales a los descritos en Yellow Sign– o, sobre todo, Thomas Ligotti. Es cuanto menos irónico que se invoque a menudo The Conspiracy Against the Human Race (2010) para elevar las virtudes de una serie policial que usa citas del autor sin tener gran conexión con la trama, y a la película que más se ha llegado a acercar a parecerse a una adaptación puramente nihilista de sus temas y obsesiones se la haya recibido con gran rechazo. Cuando echemos de menos las producciones diseñadas para gran pantalla y no para la de una tableta, el tiempo irá tratando mejor a un film con ambición suicida pero con todos los ingredientes para crear debate durante los años, con el ADN de los verdaderos filmes de culto.
Jorge Loser
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horrorlosers · 3 years
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Las 20 Mejores películas de terror de 2020
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Como cada temporada, el cambio de año invita a hacer una reflexión sobre las ofertas más relevantes del género durante sus 12 meses. Seleccionamos nuestras veinte películas favoritas estrenadas comercialmente durante el año 2020 y comentamos por qué creemos que deben de ser destacadas.
2020 ha sido todo un viaje y, aunque nadie nos asegure que no vamos a pasar un 2021 muy diferente, desde luego no vamos a salir de él siendo los mismos. El cine tampoco, pero aún es muy pronto para conjeturar cómo le va a afectar exactamente. Los movimientos han fortalecido a las plataformas, pero no todo es un lucha entre dos vías de distribución o producción, lo que está claro es que el cine de terror ha tenido uno de sus años más ricos, variados y diferentes en oferta, aunque también ha supuesto un endurecimiento de ciertas vías de exhibición que ha convertido en fantasmas sin rumbo a algunas joyas que se han quedado sin ventana internacional, lo que no quiere decir que no existan.
Es un hecho que no hay una gran película de terror de estudio que haya sido estrenada a lo grande y haya tenido cierto impacto, pero lo cierto es que, desde hace unos años, lo más interesante en el terror no ocurre exclusivamente (más bien al contrario) en las multisalas. Sintomático de esto es que una película fundamental de 2013 como Under the Skin haya llegado a España tras siete años. Dificultades económicas, riesgos inasumibles y un público menos interesado de lo que quisiéramos, hacen que la realidad de la producción dependa de mercados que no están guiados exclusivamente por gustos masivos, sino que las tendencias, movimientos y realidades del género se dividen y viven sus distintas situaciones por ámbito social, grupos de edad o dispersión geográfica.
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Es decir, ahora ya no solo podemos mirar hacia Hollywood y los estrenos masivos, sino que tenemos que buscar en lugares como Indonesia para ver fenómenos que allí son incontestables. Puede que no hayamos vuelto a tener un Babadook (2014), un Get Out (2017) o un Hereditary (2018), pero estamos empezando a recoger los frutos de su influencia. Cada vez más películas de horror dirigidas por mujeres, gente de distintas razas con diferentes inquietudes culturales animados por el cine de Jordan Peele, y estupendos ejercicios de atmósfera secos que llevan la visión de lo maligno de Ari Aster a la América profunda.  ¿Alguna película que vaya a cambiar el género? No, y es algo que tampoco debería convertirse en la obsesión que muestran los habituales críticos que buscan el Santo Grial en cada estreno.
No todos los filmes de terror están llamados a transformarlo, no lo hacía ninguna nueva película de la Hammer y, de 1958 a los 70 no cambiaron demasiado su fórmula. Por eso, es preocupante que la obsesión de buscar esos cálices de la eterna juventud, lo diferente a toda costa, “las nuevas voces” y otras ilusiones que acaban en pólvora mojada e impiden ver películas que tan solo buscan contar historias o crear experiencias. Incluso podemos comprobar visitando distintos medios que, realmente, ha sido un año tan variado como para que las distintas listas de lo más destacado difieran mucho de medio a medio. Solo incluimos las estrenadas comercialmente durante el año, con la excepción de las que lo hayan hecho estrictamente en unas pocas salas y no hayan visto vida digital. Como novedad este año, a causa de la gran cantidad de películas de interés, aumentamos la selección a 20 y añadimos una recomendación adicional para ver mano a mano.
20- The Invisible Man (2020)
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Blumhouse se redime de sus horrendas películas para televisión y Amazon de 2020 con una apuesta por la espectacularidad en esta estupenda reinvención del mito de la Universal que plantea una vuelta a los thrillers adultos como Sleeping with the Enemy (1991), pero bañada de ciencia ficción, cruzando el relato de aislamiento social de la mujer frente a un agresor invisible de The Entity (1982) con un terror puro a los espacios vacíos que parece más Predator (1987) que H.G Wells. Quizá la influencia más clara en sea el film de terror 100 Feet (2008), en el que el fantasma invisible del marido maltratador sigue atormentando a una mujer después de muerto, sumando a esa idea el juego de subversión de expectativas con giros, suspense y decisiones que hacen de sus dos horas una montaña rusa que se pasa en un suspiro, dejando por el camino alguna escena memorable como la violenta coreografía del asalto al psiquátrico.
Leigh Whannell se consagra como nombre a seguir incondicionalmente con un film que utiliza al hombre invisible como antagonista y no como protagonista, manteniendo el ritmo y la tensión al límite desde su tremenda secuencia inicial. Funciona en sus dimensiones de drama, thriller y terror clásico, además, el director hace uso del movimiento lateral de la cámara que aplicaba a las escenas de acción de Upgrade (2018), convirtiéndolo aquí en un sello personal no solo en los momentos más dinámicos, sino en una forma de acentuar el punto de vista de la protagonista. Elisabeth Moss, el mejor efecto especial The Invisible Man, hace sentir el miedo de una mujer maltratada y acosada a la que nadie cree aunque el subrayado del discurso no solo acaba rebajando el conjunto, sino descarrilando un poco en su discutible y poco elegante plano final. Pero lo importante es cómo se genera terror con miradas y luchas con el aire, para redondear la película con máxima Blumhouse definitiva. ¿Qué puede ser más barato que plantear las escenas de terror más costosas con una cámara que apunta al vacío para causar miedo?
Programa doble: Alone (2020)
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No la versión americana del film de zombies coreanos, este trepidante survival tiene puntos en común con el film de Blumhouse por plantearse como una huida constante de una mujer acechada por un perturbado sexual. Un thriller lleno de momentos de terror, tensión y angustia, que plantea su viaje a través del bosque entre la ansiedad de la incertidumbre con un ritmo preciso y una sencillez encomiable, que no tiene ningún elemento ruidoso para vindicarse, ni ofrece ninguna lectura oculta sobre nada en particular, con lo que ha sido apartada del foco de atención.
19- Little Joe (2019)
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La directora austríaca Jessica Hausner plantea un relato de ciencia ficción y terror lo-fi, contado de forma silenciosa y pausada, pero con un ritmo interno fascinante que despliega a la vez un gusto exquisito en su diseño de producción, que da un oxígeno coherente para que el relato reme al mismo tiempo que la reproducción en Angiospermas. Hausner propone un punto de partida casi paralelo al que se narra en la creación de los Trífidos en la obra capital de John Wyndham, con un elemento corporativo digno de la factoría de Yogurt de The Stuff (1985), que da como resultado una nueva visión de Invasion of the Body Snatchers (1978), con la que se ha comparado, pero de la que se distancia cuando decide dejar de lado los aspectos más relacionados al horror botánico para centrarse en la psicosis de una mujer adulta a través de una aséptica y muy hermosa puesta en escena minimalista que parece dibujar una casi atemporal sociedad alternativa en Reino Unido. Su exploración de la identidad y el extrañamiento social, tiene similitudes con los dramas de horror y psique femenina de Robert Altman, aunque también puede verse como una versión contemplativa y artie de The Little Shop of Horrors (1960) desde una perspectiva biológica, ofreciendo una subversiva reflexión sobre la naturaleza narcotizante de la felicidad, capaz de asimilar sus concepto mediante una narración que emula el efecto inhibidor de emociones de un sedante.
Programa doble: Sputnik (2019)
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La mezcla de terror y ciencia ficción ha dejado buenas películas en 2020, algunas tan interesantes como el rotundo debut de Egor Abramenko, al que las comparaciones con Alien (1979) no le sientan bien por su planteamiento muy diferente al del film de Scott u otras imitaciones de personajes encerrados con monstruo, a lo que nos tienen acostumbrados reciclajes ramplones e higienizados desde EE.UU. como Life (2017). Muchos pueden quedar decepcionados al encontrar algo más similar a un thriller de conspiración política de los 70 u 80, con una minuciosa exploración científica de los efectos de un parásito espacial sobre un astronauta. Con más de la ciencia ficción soviética dura, este paciente relato de simbiontes, experimentos y trastiendas del gobierno es en realidad un film de orígenes de un superhéroe de terror, un poco la Venom (2018) que no pudimos ver, con todo el body horror, gore y criaturas parásitas postCronenberg ausentes en la adaptación de Marvel.
18- The Lodge (2019)
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La aparición de Saint Maud (2020) ha abierto distancia frente al estreno –relegado en España a un triste paso por plataformas de alquiler menores– de la gran película de terror religioso del año. Codirigida por una mujer, The Lodge podría ser el epílogo de la interesante The Other Lamb (2019), otro drama de horror religioso en sectas de Malgorzata Szumowska, o visto de otra forma, si con el planteamiento de la serie Unbreakable Kimmy Schmidt (2015-2020) se planteara una película de terror psicológico, se parecería algo a esta elegante paranoia bajo cero con ecos a los ribetes menos sobrenaturales de The Shining (1980) y algún homenaje directo a The Thing (1982). El cine de fiebres de cabaña, e incluso ciertos aspectos de The Innocents (1961) conviven en este thriller cocinado a fuego lento que no tiene miedo de tomar decisiones en seco y sabe cómo construir una atmósfera opresiva de forma prácticamente visual. Los directores de Goodnight Mommy (2014) consiguen una obra mucho más sólida que su comentado debut, desde la puesta en escena, a la ambición con sus personajes, sin abandonar su tono cortante y algunos de sus temas estrella.
Emparentada con filmes como The Invitation (2015), no pierde ocasión de cercar al espectador con alguna decisión algo lastrada por ciertas asperezas de escritura en el nudo, pero su argumento pasa a segundo plano frente a su manejo de la tensión, que va cargando las tintas hasta su brillante clímax. Sus elementos más tramposos cambian de sentido en revisiones, puesto que el conjunto sigue funcionando como un tic toc siniestro hacia un destino inevitable en el que da un poco lo mismo lo que hagan los personajes. Desde las escenas de casa de muñecas –su única deuda formal con Hereditary (2018), que le ha llevado a absurdas comparaciones– a la primera escena de impacto, seguida por el vuelo de globos negros en un funeral, The Lodge funciona como una consecución macabra de funestos presagios que conducen a un tercer acto en el que la autoflagelación y los momentos de body horror no son gratuitos, sino los atributos con los que Riley Keough se revela como un escalofriante monstruo de cine.
Programa Doble: Horse Girl (2020)
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Otra de las películas de mentes femeninas fracturadas del año, esta rareza de Netflix pasa de la comedia romántica incómoda de Todd Solondz al horror psicológico canónico y la scifi paranoica, con fracturas de realidad casi Lynchiana. La esquizofrenia vista desde dentro, Horse Girl está llena de visiones bizarras y angustia que congelan la sonrisa gracias a una matizada interpretación de Alison Brie, que escribe el film y se nota que ha buscado crear un estudio de personaje en forma de drama indie multigénero, con influencias de la perturbadora Equus (1977) y Polanski, que supone una victoria en su mismo terreno al petulante ejercicio de tedio perpetrado por Charlie Kauffman en la misma plataforma.
17- Gretel & Hansel (2020)
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Una notable traducción del célebre cuento de hadas a un universo de horror afín a los trabajos de Angela Carter, visualmente bella y con una siniestra puesta en escena deudora de The Witch (2015). Quizá por ello, y la presencia de brujas y bosques se ha querido catalogar, dentro del mismo saco que autores activos en A24, aplicándole la torpe denominación de Elevated Horror, pero se ajusta más bien a la tradición del cuento de hadas adulto, decrépito y oscuro de A Company of Wolves (1987), Snow White: A Tale of Terror (1997) o Il racconto dei racconti (2015), ya codificados por la fantasía pura y lo grotesco, sin que a nadie se le ocurriera ponerles la etiqueta estrella entre la crítica más perezosa. Esto no significa que Gretel & Hansel no se mimetice con algunos elementos formales del terror más marcadamente de autor de los últimos años, como el uso de construcciones violentamente geométricas, como las cabañas de tejado con ángulos tan agudos que forman triángulos simbólicos, algo que, junto al atuendo de la bruja y determinada iconografía mágika o esotérica tiene un nexo visual con películas como La montaña sagrada (1973) de Jodorowsky, lo cual, en un filme dirigido a adolescentes, no deja de ser un movimiento interesante.
Sin embargo, Gretel & Hansel tiene mucho más que ver con películas que exploran la pubertad a través del terror y las fábulas, con una confrontación con bruja como eje central del relato, muy al estilo de films de culto escondidos como Lemora (1973) o Valerie a týden divů (1970), que funcionaban como una parábola del rito de paso femenino, con criaturas que representan la explosión sexual, la menstruación o los miedos de/a la feminidad. Detalles como la puerta de la casa de la bruja referencian directamente a Suspiria (1977), aquella basada parcialmente en Blancanieves, con la que también conecta en detalles surrealistas, sus colores vivos a lo Mario Bava, siluetas siniestras, presencias susurrantes y uso del rojo para codificar el peligro. La mejor película de Oz Perkins se postula como un libro ilustrado con pasajes de pesadilla como el espejo múltiple que conecta con otras odiseas de horror young adult como Coraline (2009) o The Watcher in the Woods (2010) y como aquella, destaca el duelo de dos mujeres en diferentes edades, aquí Sophia Lillis y la siempre escalofriante Alice Krige, de nuevo, uno de los monstruos más memorables del año.
Programa doble: The New Mutants (2020)
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Si Gretel & Hansel es un filme de horror que acaba pareciendo los orígenes de una superheroína –esa Sophia Lillis doblando sus poderes telekinéticos antes de I’m not Ok About This (2020)–, The New Mutants es una película de orígenes de superhéroes que se convierte en un film de terror. Planteada como el club de los cinco guerreros del sueño, esta aventura de cómics Fórum mezcla el horror onírico juvenil y el espíritu Buffy, con algunos toques de rebeldía posibles gracias a Fox, que echaremos de menos en el Marvel que viene: tacos, héroes LGTB sexualmente activos y terror con implicaciones muy sórdidas para un film muy pequeño, alejado de la espectacularidad de los grandes blockbusters, que destila mimo por sus personajes, casi un testamento a otra forma de ver el cine de mutantes. Si en Gretel & Hansel tenemos a la bruja, aquí a una Anya Taylor-Joy que roba todo el protagonismo con una sociopática, sexy, bravucona, valiente y entrañable en su muy humana vulnerabilidad, Illyana Rasputin.
16- The Wretched (2019)
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Si hace unos años le dicen a James Cameron que la única película en igualar el récord de fines de semana en el número uno de la taquilla de Avatar (2009) es una producción independiente de terror hecha con 66.000 dólares soltaría una risotada de fanfarrón, pero en 2020 las reglas cambiaron, y por esto las únicas que se atrevieron a salir al circuito de autocines consiguieron hacerse un nombre en la sequía de taquilla durante la gran cuarentena. The Wretched no consiguió mucho dinero, pero sí la atención que nunca habría tenido de otra forma un pequeño proyecto de dos hermanos enamorados del cine de terror tratando de recuperar la figura de la bruja alejándose de la mirada mitológica y seria, más cercana a las creatures features juveniles de los 80 que normalmente pasaron por esa misma operación a vampiros, hombres lobos y otros monstruos arquetípicos, siguiendo unas reglas claras con las que actúan y contra las que se deben buscar soluciones.
Brett Pierce y Drew T. Pierce evitan la gravedad sin buscar el tono de comedia paródica y estiran de forma milagrosa su exiguo presupuesto para hacer lucir su juguete mejor que la media de producciones del estilo de Blumhouse, logrando una pequeña gran joya que posee un guion más agudo de lo que aparenta – lleno de señales y detalles sembrados para construir su magnífico giro central–, FX prácticos que recuerdan a The Thing (1982), gore y una de las secuencias más aterradoras del año, la de la mujer llamando desde el marco de la puerta. Usando la premisa de Fright Night (1985), The Wretched utiliza un cóctel sobrenatural de horror ancestral que toca desde Invasion of the Body Snatchers (1978), a dos formas de entender las brujas de 1990: la ancestral de The Guardian (1990) y la infantil de The Witches, que también ha sido objeto de un divertido remake este mismo año. La diferencia es que esta, al no tener que rendir cuentas a nadie, no tiene inconveniente en mostrar a brujas que no se cortan en robar y comerse a niños sin que la cámara se achante. Algo que en el cine comercial es casi imposible de ver hoy.
Programa doble: Voces (2020)
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Junto a Malasaña 32 (2020), la sorpresa del cine español de terror sobrenatural de 2020, empieza como la clásica película de psicofonías y apariciones primas de Insidious (2010) y la saga Amityville, pero acaba cogiendo regusto a fantaterror añejo que funciona gracias a un Ramón Barea cazafantasmas – como Jiménez del Oso o Sebastián D'Arbó– giros inesperados, una crudeza inusual y una estética castiza de lo paranormal tradicional en series españolas como Crónicas del Mal (1992) o Sabbath (1990). Su final es devastador y tiene sorprendentes rimas con The Wretched.
15- Anything for Jackson (2020)
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En un año en el que la plataforma americana Shudder ha dado un estirón importante, estrenando muchos títulos interesantes de cine de terror de bajo presupuesto, destaca entre su catálogo esta película canadiense, ignorada extrañamente por festivales especializados, cuando es sin duda de lo más original del año. Empezando por lo extraño de su origen, siendo el primer trabajo de cine de terror de Justin G. Dyck, director de decenas de películas navideñas de Hallmark, una especie de equivalente a los telefilmes de sobremesa alemanes de Antena 3, con temática de las fiestas. No deja de ser muy punk que su primer trabajo “real” trate las aventuras de un par de abuelos satanistas en duelo que secuestran a una mujer embarazada para meterle el espíritu de su nieto muerto en el feto. Un punto de partida de comedia negra pero que no debe engañar, Anything for Jackson no es una película que se quede en la gracieta de un par de ancianos haciendo perrerías a una secuestrada, sino que es suficientemente inteligente para convertir su premisa en un tren de la bruja de apariciones y situaciones macabras, grotescas e inesperadas cuando sus rituales acaban convocando más de lo que esperan, sin perder de vista el drama subyacente.
El resultado es que por una parte hay una aventura esotérica abocada a la calamidad, con un tono propio de una producción de los Coen (si hicieran algo de horror sobrenatural), y por otra un film melancólico y triste, que no deja de tener, además, un ácido cometario sobre el privilegio de clase, o más bien, la actitud de los que están acostumbrados a comprar todo lo que quieren. Respecto al ángulo ocultista, la descripción de los rituales no es tan detallada como A Dark Song (2016), pero evita la verborrea de aquel para dotar de un gran ritmo a su tragedia, que también tiene más de uno y dos puntos en común con el episodio Fair-Haired Child (2006) de la serie Masters of Horror. El film aparenta formas y maneras de un debut en el género, pero con el callo de muchos filmes de encargo a las espaldas, lo que se deja notar en su impecable puesta en escena y su fotografía gélida, que contrasta con sus arrebatos gore e implementa sus set pieces de horror, como la brutal aparición de Twisty Troy o de esos fantasmas de sabanita que aquí vuelven a dar miedo.  
Programa doble: The Sonata (2019)
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Otra de esas películas bien producidas y competentes que acaban perdidas en el mercado de vod sin que ni siquiera lleguen a estrenarse en plataformas de en muchos países. Una rutilante odisea gótica que tiene uno de los papeles póstumos de Rutger Hauer y se centra en la investigación sobre una vieja melodía maldita, muy al estilo del cine de Pupi Avati, lo que la convierte en una rareza absorbente y adictiva donde lo sobrenatural es algo prohibido. Se le puede achacar algún momento de cgi pobre, pero está relegado a un segundo plano porque lo que le interesa es crear atmósfera, su conexión de símbolos ocultistas, sus oscuros misterios y un magnífico clímax musical que la emparenta con Lords of Salem (2012), aunque su naturaleza sea más tradicional y retro.
14- She’s Allergic to Cats (2016)
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Si algo nos ha enseñado 2020 es que la falta de grandes estrenos que hay que ver por imperativo social no es el fin del mundo cuando el mercado está lleno de ideas y películas más pequeñas que buscan un hueco entre las avalanchas en plataformas. Algunas de ellas quedan en el limbo, sin productoras detrás, sin ningún aparato publicitario que las respalde y les dé una oportunidad. Este es el caso de She’s Allergic to Cats, una absoluta rareza hecha en 2016 que ha visto la luz cuatro años después en algunos mercados de VOD de difícil acceso para todo el mundo. Parte videoarte, parte mofa del género mixtape, parte adaptación de un cómic underground al estilo de Joe Matt, está especie de Barton Fink (1991) de barrio residencial se mueve entre la parodia de comedia indie y la pesadilla avant-garde, utilizando imágenes de perros y gatos, simbolismo absurdo y cultura pop en montajes experimentales alucinógenos e inenarrables que apenas podrían compararse con los de Damon Packard o Randy Moore, que se alternan con el día a día de un perdedor que trabaja en una peluquería canina.
Rodada en vídeo y con verdadera textura VHS, los insertos animales son como un mal viaje de LSD a partir de los pensamientos del protagonista, capaces de crear un tono que inquieta y genera carcajada al mismo tiempo. Una gamberrada que acaba resultando aterradora, divertidísima y con un lenguaje propio en lo que parece un inaudito híbrido entre la comedia romántica indie de los 90 y el horror alucinógeno. Protagonizada por Mike Pinkney y Sonja Kinski (hija de Nastassja), She’s Allergic to Cats es el primer largometraje del director de videos musicales Michael Reich, director de videoclips en la escena punk de Los Ángeles que con She’s Allergic to Cats hace una bizarra autobiografía con insertos de videoarte perturbador y surrealista no para todos los paladares, pero sí para los más exquisitos.
Programa doble: The Berlin Bride (2020)
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Otra gran gema independiente desconocida del terror 2020. Rodada en los 80 y completada en la actualidad, es un delicioso film silente con base de E.T.A. Hoffman, Poe y Hitchcock, entre la parodia afectuosa y la mimesis de la estética de films europeos de bajo presupuesto de los 70 como la Amicus. Un relato abstracto que parece una parodia y no lo es, toca temas de transexualidad –ojo en la década que estamos– a través de maniquíes y deliciosas escenas oníricas. Si tuviera un apellido Strickland o Maddin no cabrían las caricias de la cinéfilia de pro, pero le será difícil entrar siquiera en el debate porque es de esas películas que aparecen de la nada, de las que verdaderamente justifican ver cine hecho sin presupuesto.
13- Leap of Faith: William Friedkin on The Exorcist (2019)
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Muchas veces en los resúmenes del año se tiende a crear una cortina de humor frente a las películas no exclusivamente de ficción, algo que a menudo nos hace perder grandes documentales como este, un complemento a la altura de la considerada por muchos la mejor película de terror de la historia. Aquí, Alexandre O. Philippe redondea su trabajo más brillante con la inestimable ayuda de William Friedkin, que, siendo justos, es prácticamente el que dirige el filme con su conversación y su tremenda capacidad para crear un foco de atención en todo lo que cuenta. Un storyteller nato, su voz va haciendo mover el relato del proceso de creación de la adaptación de William Peter Blatty, hipnotizando con sus trucos de viejo zorro e incluso haciendo cómico un momento tan grave como sus dudosos métodos en el rodaje, como el uso de una pistola.
Mientras, Philippe monta las imágenes que colorean el seminario con un timing preciso y una selección de material artístico extraordinario. Desde el análisis de escenas oníricas o las más triviales, a la discusión sobre el final junto a Blatty, todo lo que se expone hace aún más fascinante a The Exorcist, auténtico porno para los fans de la obra y lección maestra en menos de dos horas para cualquier cineasta que, más que un documental, es una clase magistral de la boca de un tipo que encarna el valor de transformación del cine de los 70, decodificando la gran paradoja del terror moderno de forma estructurada, absorbente y sabia. Una absoluta virguería.
Programa doble: Fulci for Fake (2020)
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En un año de grandes documentales de terror, como el imprescindible Phil Tippett: Mad Dreams and Monsters (2019), destaca una rareza sobre el director italiano Lucio Fulci, que más que un repaso riguroso de su obra, es un acercamiento biográfico y emocional a su persona. Lejos de ser un trabajo dedicado a limpiar su nombre, como algunos análisis perezosos del trabajo indican, Fulci for Fake no niega –de hecho parte de ello para justificar su existencia–que fuera una figura problemática, pero sí encuentra un camino para lograr entender que muchas de sus filias, fobias y rabia convertidas en fotogramas de violencia no son, ni más ni menos, que la expresión pura y dura de un autor.
12 - Historia de lo oculto (2020)
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Incorporación de última hora en Filmin, tras su paso por festivales, el debut en el largometraje con de Cristian Ponce, el autor de la estupenda miniserie de Netflix La frecuencia Kirlian (2017), es un singular thriller político de terror esotérico que circula alrededor de un programa llamado 60 minutos antes de la medianoche, un espacio de periodismo ficticio muy famoso de la televisión argentina. Un grupo de periodistas consigue que un personaje luciferesco llamado Adrian Marcato acuda al programa, en principio para exponer una conspiración que vincula al Gobierno con fuerzas ocultas. A partir de esta premisa y en solo 82 minutos, Historia de lo oculto se plantea como una colisión de Good Night, and Good Luck (2005) con Ghostwatch (1992), el célebre falso programa de la BBC en el que se hizo creer a todo Reino Unido que se estaba retransmitiendo un ataque poltergeist en directo.
Con un presupuesto de risa y elementos mínimos, durante los 60 minutos del programa hay una cuenta atrás a través de dos líneas argumentales con una puesta en escena elegante construida en un blanco y negro casi expresionista, en donde caben Narciso Ibáñez Menta, Alan J. Pakula, Mariana Enríquez, Aleister Crowley y hasta HP. Lovecraft. Como hacía su miniserie de Netflix con la radio, todos sus referentes circulan en el recuerdo de una televisión olvidada, de ondas catódicas salvajes que nos llevan a programas como La Clave, que ayudan a desencriptar una memoria traumática de la realidad social, válida para Argentina, como para España o cualquier país con un pasado turbulento, a través de la fantasía y el miedo a lo oculto. Una de las grandes sorpresas del año que examina la herencia política con elementos de literatura weird fiction y el ingenio como bandera
Programa doble: Al morir la matinée (2020)
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El cine de terror de Latinoamérica vive un momento de eclosión que hace necesario tornar las miradas ante las interesantes propuestas que están apareciendo. Casos como Diablo Rojo (2019), la primera película de terror de Panamá o esta coproducción de Argentina y Uruguay que no es sino un slasher modélico dentro de un cine. En la tradición de Angustia (1987) y Demons (1985), Al morir la matinée tiene un punto nostálgico de la experiencia de ir al cine, de coincidencia poética y necesaria en estos tiempos, por momentos cercana al costumbrismo de Paco Plaza y por otros con una cualidad técnica que la acerca en ocasiones al cine de Hélène Cattet y Bruno Forzani, aunque nunca pierde el interés por ser un espectáculo sangriento. Incluso si quiere ser vista solo como un body count sangriento, le lleva muchas millas de distancia en ganas y puesta en escena a ejemplos de del subgénero cercanos como Freaky (2020).
11- The Antenna (2019)
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La ópera prima de Orçun Behram es una inusual muestra de cine turco que ignora las tendencias del género de su país, fuertemente centradas en tradición religiosa y sustos, para moverse por la distopía de ecos experimentales más afín a la ciencia ficción oscura de la unión soviética o el videoarte, que definitivamente entra en la categoría de horror de ondas que transforman a las masas. Desde la poco conocida Extraña Invasión (1965) proveniente de Argentina –aunque también tenga mucho que ver con la propia La Antena (2007) de ese país–, o las variaciones de John Carpenter en Halloween III (1982) y la herramienta de control político extraterrestre de They Live (1988), el uso de las ondas como control no son ajenas al cine de terror. Primas más lejanas son The Signal (2007) y Pontypool (2008), que comparten puntos en común con esta espesa pero superior pesadilla expresionista moderna, cuyo ritmo exige mucho al espectador pero permite que la atmósfera vaya envolviendo la historia para ofrecer una deliciosa y asfixiante segunda mitad casi sin diálogos de un surrealismo deudor de Brakhage, David Lynch, Shinya  Tsukamoto, Clive Barker, David Cronenberg, Kafka o Ballard. Su metáfora del control es diáfana, tanto que no pretende hacer una intrincada parábola política porque sus tesis son obvias, pero Behram va más allá que buscar expresar el poder opresor de la propaganda.
La situación en la Turquía de Erdogan habla directamente con la ficción, ofreciendo The Antenna casi más una llamada de socorro desde dentro que una sátira política de ciencia ficción al uso que, además, ha cobrado un nuevo sentido durante la cuarentena de la pandemia. Familias encerradas que se van volviendo locas ante la televisión supurante de fake news, debates absurdos y consignas que se revelan como una masa negra y pringosa. Toda la película está llena de ideas de puesta en escena y simbolismos sencillos condensados en un líquido supurante, relojes que se paran, grifos que gotean y, en general, una tendencia a la repetición que busca asemejar la sensación social actual de un pueblo superado por cambios demasiado recientes en una nación que era mucho más moderna de lo que se cree. Brutalismo siniestro y un modo de vida gris que emula el conformismo ante el cambio hacia el autoritarismo mediante la transformación en una noche de espantos. Un film de texturas y con un diseño de sonido extraordinario, que acompaña su imaginario adyacente a Alfred Kubin, Tetsuya Ishida o Zdzisław Beksiński. Una lógica que emula la cámara lenta y la imposibilidad, la impotencia claustrofóbica, que hacen de The Antenna una experiencia salida de otro planeta, única, en espiral, que parece cine polaco de los 70.
Programa doble: Vivarium (2019)
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Otra opresiva sátira kafkiana que sintetiza el ciclo social programado a una rutina monótona que puede resultar tan tediosa para el espectador como para los protagonistas, pero a la que apetece volver y reflexionar sobre ella. Como si el reboot de Twilight Zone de Jordan Peele tuviera un episodio bueno, estilizado y con gusto de la ciencia ficción británica. Desde Village of the Dammed (1960) y otros "cucos" extraterrestres a un espíritu similar al mítico episodio Child’s Play (1984) de la serie Hammer's House of Mystery and Suspense, está llena de fugas hacia el terror laberíntico de las arquitecturas imposibles de M.C. Escher, o la fotografía de Andreas Gursky y Gregory Crewdson.
10- The Dark and the Wicked (2020)
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Puede que la nueva película de Bryan Bertino tenga algún susto facilón de más, pero su trabajo de atmósfera prepara con mimo para ello y no todos esos sustos se apoyan en puro volumen, ni la instrumentación utilizada es la misma que en el de cualquier producto descuidado. Detalles como la aparición mínima de un extraño hombre entre el ganado son material salido de pesadillas, que valen por sí mismos todo el metraje, y si no eres un extremista que se dedique a filtrar las películas por el número de jumpscares o cómo estos se ejecutan, The Dark and the Wicked tiene también que ofrecer un rotundo ejercicio de terror rural minimalista, capaz de traducir los silencios y claroscuros del filo de la noche en el entorno de una granja del oeste en una sensación que hace tangible lo maligno, creando escalofríos intraepidérmicos y una oscuridad desoladora. Es fácilmente la mejor película del director de The Strangers (2008), que esta vez propone una producción independiente, menos representativa de las corrientes del horror comercial, pese a algún momento similar a Hereditary (2018), y que no tiene que justificar su trama laxa ni su intención principal de lograr un áspero relato sobre la muerte en donde la ambientación es prácticamente lo único que le importa.
Su aparición en el difícil panorama de 2020 resulta tan casual y desligada como efectiva gracias a su sencillo y asfixiante relato de American Gothic sobrenatural. The Dark and the Wicked tiene un punto de partida similar al de Relic (2020) de este mismo año, con un anciano enfermo cuyos familiares deben ir a visitar para encargarse de él en sus última horas. Sin embargo, esta es mucho menos cristalina, y explora un misterio imposible en medio del drama familiar que se va desmarcando de otras producciones de horror sobrenatural similares con un twist nihilista al cine de posesiones. Además, Bertino logra sugerir con imágenes mucho de lo que otras obras de terror de este año ahogan en un discurso al dictado, a través de aureas enloquecedoras, diálogos ásperos entre Michael Abbot Jr. y una notable Marin Ireland, que dejan entrever antiguas costumbres de estirpe, y dinámicas –quién se queda a cuidar del padre, madre anciana relegada al mantenimiento de la casa… – que indican un patriarcado dominante sin hacer subrayados repiqueteantes. Un film minimalista y abierto, sin conclusiones ni soluciones, que se percibe como un fragmento de una historia más grande que no alcanzamos a adivinar del todo, parte del encantamiento de incertidumbres que la colocan como uno de los títulos verdaderamente escalofriantes de los últimos años.
Programa doble: The Deeper you Dig (2019)
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Hacer una película de 10.000 dólares con tu pareja y tu hija y que luzca mejor que gran parte de lo producido por Netflix en 2020 es meritorio, pero además, esta pequeña joya independiente logra escapar de su etiqueta de “tiene mucho mérito” para postularse como un excelente relato de crimen rural con fantasmas, con notas del cine de Larry Fesseden y el tono de películas como Winter’s Bone (2010), pero con un verdadero eco sobrenatural. Afín al American Gothic de Bertino por su mirada al medio rural americano, este relato de una madre médium en busca de su hija asesinada se permite estupendas escenas de visiones oníricas y generosas muestras de imágenes macabras que actualizan la lírica de Edgar Allan Poe para el nuevo milenio en un Norte del estado de Nueva York helado y árido. Venganza de ultratumba, drama amargo sobre gente solitaria sin posibilidad conectar y nada tímido en la violencia, el mayor problema de estos esfuerzos es lo difícil que es hacer que lleguen a su público potencial.
9- La casa lobo (2018)
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Aunque este año han aparecido obras reseñables como Kill It and Leave This Town (2019), El cine de animación como envoltorio de horrores atávicos no tiene apenas ya representación en el tejido comercial actual, por ello, aunque se estrenara en Chile en 2018, conviene recuperar La casa lobo, una maravilla insondable que ha visto cómo 2020 le ha permitido el acceso internacional, siendo uno de los estrenos más destacados del género en Estados Unidos y exhibiéndose también por primera vez en países como España. Puede decirse que este ha sido el año de la eclosión comercial de este tenebroso viaje experimental al interior de una casa encantada que transforma en pesadilla los pensamientos, un cóctel de cuento de hadas, performance artística y animación tétrica a la Švankmajer y los Quay. La Casa Lobo es una sátira política más cercana al videoarte –no en vano, se grabó durante cinco años en instalaciones de museo– que se mueve entre la pintura en directo y la animación stop-motion más tétrica, cuyo discurrir de pintura derretida y residuos que cambian de forma constantemente tratan de visualizar el miedo y el trauma asociado a la infame Colonia Dignidad. La conocida secta alemana funcionó como centro de prisión, tortura y desaparición de opositores durante la dictadura de Augusto Pinochet, y fue fundada y dirigida por el ex-militar nazi Paul Schäfer, quien escapó de Alemania por acusaciones de pedofilia y que en suelo chileno siguió cometiendo abusos, protegido por una red de aliados de la derecha política.
El filme inicia con un video propagandístico de este lugar, donde se mencionan sus supuestas bondades como si fuera uno de los ejercicios de lavado de imagen habituales respecto a sus actividades. Inspirada en los mismos hechos, una niña llamada María (Amalia Kassai) logra huir de este lugar y busca refugio en una casa, donde a través de un cuidadoso plano secuencia se desarrolla todo el filme, convirtiendo el lugar en un personaje más, que se transforma y modifica a partir del abrumado estado mental de la protagonista debido a la experiencia en la colonia. La lucha entre el recuerdo y el trabajo de ocultación por parte del lobo es como introducirse en el subconsciente turbio de las imágenes, con personajes y escenarios en constante transformación y descomposición, como una versión atormentada de un trabajo de Bruce Bickford. Una pesadilla única y desatada, profundamente perturbadora y sugerente en su torbellino de estímulos visuales y música, que van asociando levemente ideas que tratan de decodificar el dolor de los abusos sexuales a personas menores de edad a base de símbolos, lucha y metáforas terribles que la convierten en una pieza de arte mutante que gana en revisiones y es imposible recordar en su totalidad.
Programa doble: Pinocchio (2019)
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Si La casa lobo se dibuja como un cuento de hadas corrupto, Mateo Garrone retrata fielmente la crueldad de la obra de Collodi al estilo de un neorrealismo italiano reimaginado por Terry Gilliam, entre la visión de las leyendas para niños que se pasan de frenada de The Storyteller (1988), con muñecos y personajes que bien podrían aparecer en la etapa más brumosa de Jim Henson, hasta la visita al valle inquietante, esta versión de Pinocho alterna la belleza más conmovedora con auténticos momentos adyacentes al horror, proponiendo educar a niños con todo lo que no vamos a ver en las versiones de acción real de los clásicos Disney.
8- Bad Hair (2020)
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Aunque en 2020 no hayamos visto ninguna película de Jordan Peele, y el estreno de Candyman (2020) se haya pospuesto, puede decirse sin ningún pudor que ha sido el gran año del Horror Noire. Además de estrenos televisivos como Soul City o Lovecraft Country en HBO, ha habido una avalancha de películas americanas que tratan el género desde la perspectiva de la comunidad afroamericana o que al menos tienen mayormente protagonistas de raza negra, muy influenciadas o animadas por el éxito de Get Out (2017) y Us (2019). Aunque apenas hayan tenido oportunidad en la pantalla grande, como sí ha sido el caso de Antebellum (2020), 2020 ha recibido películas como Vampires vs Bronx (2020) de Netflix, Spell (2020), Tales from the Hood 3 (2020), The Devil to Pay (2020), Hecks (2020), Black Box (2020), la británica Kindred (2020)… sin embargo, la voz más interesante del lote es la de Justin Simien, creador de Dear White People (2014) y artífice de esta Bad Hair (2020), una excelente película de terror de pelos malditos que camina entre la comedia absurda, el drama social y el horror más impúdico y libre, aunque lamentablemente solo se ha estrenado en Hulu. La plataforma americana ha sido en 2020 la casa de un buen número de propuestas interesantes y bien acabadas como esta, que lleva su comentario social asociado al peinado de la mujer afroamericana en Estados Unidos, centrándose en la sátira del uso de extensiones como forma de presión social, semilla de clasismo racial y obligación adquirida entre la comunidad afroamericana. Bad Hair ha sido objeto de controversia, puesto que su mensaje puede tener una perspectiva frívola sobre un tema sensible para las mujeres de raza negra, pero el foco de Simien está más en la lucha social que se genera alrededor de un elemento cultural impuesto.
Además, es una gran sátira de horror, que se puede tomar a broma por la exageración que la llevan al extremo de lo Camp, pese a que no está escrita con diálogos de comedia. Su tono se parece en parte al de otra película con objetos inanimados asesinos como In Fabric (2019) de Peter Strickland o Pelts (2006) de Dario Argento, aunque en realidad es como una nueva versión de uno de los cortos de Body Bags (1993), o películas orientales de pelos malditos como Gabal (2005) o Ekusute (2007). A estas les añade cierto punto de relato faustiano, cerca del mito del vampiro, y a los zombies haitianos, pero con un surrealismo visual en su body horror como sacado de tebeo de Junji Ito. En realidad, lo más interesante de Bad Hair es como Simien integra esos referentes de horror en una mirada a la cultura de videoclip de los 80 como la que describían películas como Tapeheads (1988), para lo que da un aspecto de film underground vetusto, con textura llena de grano, que conecta con el cine independiente de su época, a medio camino entre el retrato urbano de Frank Henenlooter y la atmósfera decadente de Vampire's Kiss (1989). Casi con más en común con el cine de Spike Lee que con el de Peele, su relato de pelos monstruosos habla de subyugación forzada y el control como ecos del esclavismo en un ciclo interminable que se relaciona con el mundo laboral y su difícil acceso para los afroamericanos, otro punto en común con la fantasía surrealista de culto Sorry to Bother You (2018).
Programa doble: Body Cam (2020)
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Una modesta película de terror que hibrida el género de fantasmas vengativos con el drama policial y el misterio con una puesta en escena superior a la media de productos de su categoría. Su idea de partida es parecida al episodio X-Cops (2000) de X-Files, sin embargo, lo más escalofriante del film es cómo parece haber leído el futuro del caso George Floyd y haberlo integrado en la trama, como si los sucesos paranormales de la propia película tuvieran ese mismo poder de premonición. Un horror noire particularmente relevante en el año del Black Lives Matter, mostrando que de nuevo el valor del cine de terror cómo documento de las ansiedades sociales más intangibles, dándoles forma y contexto, esta vez de forma inaudita. Un film importante en 2020.
7- Mortuary Collection (2020)
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De un tiempo a esta parte, el mundo de las antologías de horror parecía haber perdido mucha de su magia, principalmente porque parece que el pequeño subgénero ha sido relegado a meras colecciones de cortos, más o menos alargados, que se unen por una línea conductora rodada al efecto, reuniendo a varios directores que hacen sus filmes por separado y se unen los resultados con más o menos criterio por un coordinador, incluso con trabajos de distintas épocas, ya presentados en festivales o incluso publicados en la red. Mejores o peores, son muestras heterogéneas con más o menos coherencia temática, pero una diversidad de formato que menoscaba el valor de la propia antología. Es por esto que a The Mortuary Collection no le hace falta mucho para ser la más redonda y divertida desde Trick ‘r Treat (2007), que tenía los mandos de Michael Dougherty en todos y cada uno de sus segmentos. El debut de Ryan Spindell es una de esas raras ensaladas de terror desde un único autor, que guarda consistencia no solo por estar escrita y dirigida por él mismo, sino porque tiene como objetivo analizar el espíritu que mueve al cine compuesto por historias.
A través del humor negro y la referencialidad sin condescendencia, Spindell pasa a examen la validez de las antiguas estructuras y temáticas morales tradicionales, celebrando al mismo tiempo el formato. Un trabajo sacado adelante desde la más absoluta independencia, durante varios años, que pese a su modestia, deja notar en cada plano el mimo puesto en la deliciosa escenografía y dirección de arte, con ecos de Jeunet o un Wes Anderson borracho del George A. Romero de Creepshow (1982), de hecho, su espíritu se parece al de las historias de la serie nacida a partir de dicho film, Tales from the Darkside, en la que convivía lo grotesco con lo arquetípico y el apego por la viñeta. Cada relato alterna temáticas familiares, con tono de humor negro, criaturas, gore generoso hecho con efectos prácticos, y algo que no puede faltar en una buena recopilación de cuentos, un anfitrión de lujo, con Clancy Brown como presunto del tío Creepy, dueño de una Morgue, como el propietario de la genial Tales from the Hood (1995). Como aquella, será un clásico para recuperar en Halloween.
Programa doble: Books of Blood (2020)
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Otro de los pequeños regalos de este año de Hulu, primero proyectada como serie de terror y condensada en una introducción para lo que deberían convertirse en una colección de películas que adaptan la obra de Barker. Este primer intento deja ver su origen híbrido de cine y televisión, adaptando solamente las mismas historias que ya hizo The Book of Blood (2009), con la inclusión de un relato nuevo, supervisado por el propio Barker, que da su bendición a esta infravalorada visión de su mundo en pantalla, con un acabado formal estupendo y la libertad suficiente para aplicar el splatter necesario. El único “pero” es que se nota que es tan solo un aperitivo a algo más grande que más adelante debería incluir relatos más ambiciosos.
6- Amulet (2020)
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2020 fue un año en donde se pueden rastrear varios fenómenos de eclosión, pero también podemos comprobar fácilmente la consolidación del cine de terror dirigido por mujeres, un hecho que está dejando de ser un detalle a resaltar o celebrar ya que definitivamente se ha integrado en la constante de los estrenos y los festivales, tanto que varios de los títulos más comentados del año tienen dotación XX. Obras de ciencia ficción y terror marino como Sea Fever (2019) y otros títulos más divisivos como She Dies Tomorrow (2020), o la más popular Relic (2020) se han colado en los primeros puestos de las listas de favoritas, pero el ruido también esconde otros trabajos menos publicitados, bien por su procedencia, como Bulbbul (2020) o Tvar (2019), bien porque han generado menos conversación como 12 Hour Shift (2020), Nocturne (2020), The Other Lamb (2020), o por ser televisivo, como el mejor episodio de The Haunting of Bly Manor, Monsterland, Lovecraft Country o Into the Dark: Delivered (2020). Amulet lidera el conjunto de todas ellas con la historia más explícitamente feminista, incómoda y sin ningún reparo en presentarse como un film con intención de provocar miedo.
El debut de la actriz Romola Garai es un enigmático relato de oscuros misterios en una casa con una habitación habitada por una mujer encerrada, al estilo de Burnt Offerings (1976) y se acaba revelando como una historia moral típica de viejos tebeos Creepy, que no desentonaría en una antología de Amicus, en la que se nos describe un malsano plan a fuego lento con exabruptos de horror surreal, criaturas extrañas, simbolismos recurrentes y ecos del primer David Cronenberg y, sobre todo, el buen Clive Barker de los Books of Blood. Su banda sonora es diferente, arriesgada y absolutamente memorable, ayudando a consolidar el film como una verdadera sorpresa de horror que ofrece un estudio ambivalente de la toxicidad masculina más difícil de diseccionar, la de la falta de conciencia, a través de una mirada compasiva y multidimensional a un personaje complejo y torturado que hace replantearse conductas asumidas. Tiene secuencias estremecedoras con lo mínimo, como la del murciélago en el WC, y su tercer acto es una inmersión en un sueño febril coronado por un final que resulta en una absoluta lavadora mental. Además, Imelda Stauton da miedo, dando como resultado una películas de terror que, adaptando una trama de castigo sobrenatural arquetípico en el género, consigue uno de los planteamientos más kamikazes y estimulantes del año.
Programa doble: The Turning (2020)
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La segunda versión de A Turn of the Screw de Henry James de 2020, es muy diferente a The Haunting of Bly Manor, y no solo es mejor de lo que se ha comentado, sino que hace una reinterpretación valiente del texto de James para conectar con miedos femeninos y horrores hereditarios dentro del universo gótico decadente de su directora Floria Sigismondi, quien llena el film de señales, simbolismo y detalles que dan pistas para interpretar su ambiguo final, dejando espacio para los revisionados, que permiten también deleitarse en su alucinante diseño de arte, lleno de maniquíes, espejos rotos y pinturas.
5- The Empty Man (2020)
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En un año en el que los grandes estrenos de terror en pantalla gran han brillado por su ausencia, vale la pena reflexionar sobre el uso que ha dado Disney a los proyectos desarrollados por Fox que habían quedado colgados en el fondo de catálogo, relegados a un estreno suicida en medio de la pandemia, como The New Mutants o este ejemplo, aún más descortés, siendo anunciado solo una semana antes del estreno, sin entrevistas al autor y un tráiler lanzado a la nada, dejando pensar que el film es otra versión cualquiera de Bye Bye Man (2017) o Slenderman (2018). Imagina la sorpresa del grupo de adolescentes que acude a la sala con ganas de llevarse unos sustos que se encuentran una densa adaptación, en clave de horror metafísico puro, de la prestigiosa novela gráfica de Boom! Estudios, con calificación R y un planteamiento totalmente distinto a la película de miedo ordinaria proveniente de gran estudio. Rodada en 2017, The Empty Man es el testamento del cine de terror con presupuestos holgados de Fox, puede que el último estudio capaz de invertir para permitir gran diseño de producción en filmes de horror adulto no basados en la fórmula Warner de jumpscares, que se toman el tiempo necesario, 137 minutos en este caso, para desarrollar su historia, aunque incluso en páginas especializadas famosas decidan ignorar completamente las intenciones de la propuesta y la fusilen exclusivamente por este hecho. Tampoco ayuda a mejorar la impresión general que algunas copias que se están viendo en streaming mutilen el suntuoso formato panorámico de 2:39 con el que ha sido concebida.
Un caso no muy diferente al de The Cure for Wellness (2017), aunque ahora presenciamos un debut menos firme, el de David Prior, autor del alucinante mediometraje de horror lovecraftiano AM1200 (2008), con la que esta se relaciona de tantas formas que podrían transcurrir en el mismo universo. Dirigida con una puesta en escena elegante, de tonos fríos y oscuros captados por la impresionante fotografía de Anastas Michos, sorprende una aproximación visual tan hermosa en una película que se plantea como una investigación paciente, sin grandes set pieces, aunque sí desarrollada con riesgo desde su estructura. Con un prólogo que podría ser The Ritual (2017) resumida en 22 minutos, Prior desarrolla muchas reglas de lo que vamos a ver a continuación y planta ideas que se retomarán más adelante durante el núcleo del film, una investigación en clave The Ring (2002), llevada en los hombros de un adecuado James Badge Dale, adentrándose en un mundo de sectas dianéticas próximas a Blue Sunshine (1977), que va derivando en un opresivo laberinto mental de horror, más que cósmico, fiilosófico, profundamente existencial, muy arriesgado y tratando conceptos complicados como los tulpas desde una perspectiva inusual. Con algunos momentos de terror grotesco, The Empty Man referencia a Zdzislaw Beksinski y su The Horn Player y tiene algunos puntos en común con Wounds (2019), o Angel’s Heart (1987), si en vez del satanismo o vudú hubiera ecos de Nietzsche. Es cuanto menos irónico que se invoque a menudo a Thomas Ligotti para elevar las virtudes de una serie policial que usa citas del autor sin acreditarle o sin tener gran conexión con la trama y a la película que más se ha llegado a acercar a parecerse a una adaptación puramente nihilista de sus temas y obsesiones se la reciba con gran rechazo.
Programa doble - Come Play (2020)
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Probablemente la película que muchos habrían esperado encontrar en The Empty Man, una variación de hombre del saco post Babadook dirigida al público juvenil, versión en largometraje del corto Larry (cuyo personaje daba más miedo que en la película), pero que no obstante funciona bastante bien y representa, de nuevo, el terror de estudio que se arriesgó a llegar a la gran pantalla en el triste 2020. La estupenda Z (2019) también se mueve en el mismo ámbito con incluso algún parecido con el film de Prior.
4- May the Devil take you 2 (2020)
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Algo está pasando en Indonesia y 2020 es el año en el que la proliferación de películas de terror de su cinematografía ha dejado de verse en el mundo como un plato exótico propio de algún capítulo del libro Mondo Macabro a atisbarse como la consecuencia de una industria cada vez más sólida y competitiva, confirmándose ya como un fenómeno comprobable no solo por cantidad de títulos sino por calidad, un viraje de terror asiático que ha tomado terreno frente a una Corea de Sur bastante ausente, y un Japón entregado ya a la charcutería con pocos medios, que salvo casos honrosos como el de Tetsuya Nakashima parece haber enterrado el eco de la explosión J-Horror que cambió el género a principios de siglo. Sin esa onda de influencia, la aparición de nombres como Kimo Stamboel, Joko Anwar o Timo Tjahjanto están confluyendo en un movimiento que podría asemejarse al de los directores de terror italiano de los 70 y 80 si sigue progresando. El mejor ejemplo es el de la secuela de May the Devil Take You superior en todos los aspectos a aquella, limando momentos muertos para lograr un sublime espectáculo de horror físico, gore frenético, posesiones y golpes vía Satán que certifica el movimiento del país.
Sin dejar un momento de descanso, Tjahjanto muestra su arsenal de puesta en escena y narrativa visual que nos dejó ver en The Night Comes for Us (2018) y lo aplica a su mezcla de splatterpunk y horror de posesiones desquiciado, ofreciendo todo lo que podríamos esperar de una puesta al día de Evil Dead para el siglo XXI –superior al propio remake de Raimi–, pero dentro del universo con flecos religiosos del mundo musulmán, influenciado de vuelta por la onda occidental de The Conjuring (2013) y un pulso trepidante gracias al montaje. Además, May the Devil Take You 2 tiene mucho de la desvergüenza del citado terror italiano en su fase más charcutera y de desfase, pura verbena de grumo y baba sin rendir cuentas a nadie, como las propias secuelas de Demons (1985) en los ochenta. Toda una maratón de escalofríos y gore, pero que marca la diferencia con muchas muestras actuales de occidente gracias a su dirección, con gran uso del panorámico de Tjahjanto, algo que, aunque parezca mentira, no es tan fácil de encontrar en una serie B media en USA que no busque ser “algo más” que un viaje de estímulos de adrenalina y sangre.
 Programa doble: Queen of Black Magic (2020) / Impetigore (2020)
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Imposible decantarse por una de estas dos, cualquiera puede servir para cerrar un programa doble tremendo con la de Tjahjanto. Impetigore es algo así como el folk horror visto por Joko Anwar, con ecos de un cuento de hadas de marionetas atroz o una fantasía entre Clive Barker y Tobe Hooper. Su gran punto débil es no poder estar a la altura de su inicio, una  secuencia de terror en la noche de un manejo del tempo y la profundidad de campo absolutamente magistrales que puede ser la más efectiva del año. Presente también como guionista, Anwar retoma los remakes, como su estupenda Satan’s Slaves (2017), y ofrece otro vendaval con la nueva versión de un clásico del cine oriental de magia negra, con escenas primas de Centipede Horror (1982) y maldiciones al estilo de lo Shaw Brothers. Distinto en tono, este delirante y sangriento slasher sobrenatural, con Kimo Stamboel al mando, confirma que la frescura gore y el terror más macabro no están reñidos con una gran dirección y fotografía.
3- His House (2020)
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Una de las películas mejor valoradas por el público y crítica de 2020, apareciendo en la lista de lo mejor del año de medios tan prestigiosos como Sight and Sound, que ha tenido la eventualidad de haber llegado a muchos hogares gracias a Netflix. Y aunque algunos rápidamente la hayan metido en el saco del sistema de producción de la plataforma de forma despectiva, es una producción independiente de la BBC y Vertigo. De hecho, la crítica más despistada la relaciona como un subproducto influido por Jordan Peele, pese a que salvo sus actores africanos y el diseño de su póster, no podía ser más diferente en tono e intenciones, respondiendo más a un relato arquetípico de casa encantada y fantasmas, cuyos elementos sociales conectan más con los del propio cine de género africano, matices evidentes, aunque seguramente ignorados por los que la han interpretado a la ligera. Porque His House podría ser el reflejo especular en el otro lado de películas como Atlantique (2019), más conectado a las raíces mágicas africanas de la literatura de Amos Tutuola que a los homenajes a Wes Craven que pueda tener Us (2019). De hecho, su imaginería fantástica conecta con el realismo mágico del cine fantástico australiano con ascendencia aborigen, presente en títulos como Bedevil (1993) que alguna de las fallidas producciones para TV de Peele. Solo que aquí nos muestran la realidad de Sudán –inaudito escuchar que tiene “un mensaje obvio” cuando la situación allí es el mismo punto de partida– con un trasfondo con más en común con Hotel Ruanda (2004).
A Remi Weekes, director debutante, le bastan dos minutos para ponernos en la piel de sus protagonistas, pero cuanto más sabemos de su historia más complejo es el meandro emocional que nos lleva a deliberar sobre sus decisiones frente al conflicto de la inmigración, que queda en un plano superficial. His House pasa por el brexit por encima – devastador el encuentro con británicos de raza negra humillando a la protagonista– y deja su núcleo en una sensible historia de identidad y culpabilidad que sigue el patrón del cine de terror moderno, sin abandonar el motor clásico que la mueve, una revisión de cierto relato de Poe que pocos han sabido leer, junto a toda una tradición británica que recuerda a relatos de M.R. James como Lost Hearts (1904). His House ha conquistado por su rotunda honestidad y su capacidad para hacer empatizar al espectador con el complicado conflicto de los protagonistas, llegando a emocionar en sus durísimos giros, gracias a las apabullantes miradas de Wunmi Mosaku, y a aterrar en sus contenidas y estupendas set pieces de terror, que se atreven a dibujar secuencias de pesadilla angustiosas con inventiva e incluso con algún homenaje a The Shining (1980), utilizando con ingenio el laberíntico emplazamiento de las construcciones miméticas típicas de los barrios obreros y de extrarradio británico, algo que extrañamente, nunca había sido utilizado para el terror antes.
Programa doble: Detention (2019)
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El terror con una base política de genocidios silenciados y crímenes de estado, tiene en esta producción de Taiwán un ejemplo sorprendente. Adapta un videojuego homónimo que se ambienta en la época del “terror blanco”, con unos estudiantes atrapados en un instituto con un oscuro pasado que se refleja en inquietantes apariciones y viajes a una realidad alternativa con seres extraños, no muy diferente a la lógica de Silent Hill. Una estupenda película de género asiático con cierta vocación didáctica y superior a la adaptación en formato serie que se puede encontrar en Netflix.
2- Colour Out of Space (2019)
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Que el horror cósmico ha estado siempre presente, de una u otra forma, en el ADN del cine con elementos sobrenaturales y de ciencia ficción es una reiteración innecesaria, ya que nunca han faltado ejemplos de influencia literaria, incluso con numerosas adaptaciones oficiales H.P. Lovecraft a lo largo de los años. Otra cosa es tomar esa realidad como un comodín para obviar un fenómeno cada vez más tangible en la ficción audiovisual afín al fantástico, que es la presencia creciente de adaptaciones, apócrifas u oficiales de la mitología y las formas del de Providence, que, si bien no ha dejado de tener una presencia constante, apenas ha visto su obra adaptada al cine con los medios de un estudio en condiciones, salvo contadas excepciones. Ya sea por la necesidad de ampliar horizontes temáticos o perceptivos, o bien por la democratización de los efectos visuales, el cine y la televisión de los últimos años ha comenzado a ser más perseverante en tratar de traducir lo cósmico en pantalla, desde intentos independientes como The Void (2016) o The Endless (2018) a la confirmación de horrores de Eldritch en la televisión, con casos como Lovecraft Country, 30 Monedas o la última temporada de Chilling Adventures of Sabrina. Hay una seducción de los horrores primordiales en los despachos de producción, confirmándose por la puerta grande con esta nueva adaptación de Colour Out of Space, la más fiel, rigurosa y arriesgada hasta el momento.
El regreso triunfal de Richard Stanley, tras su obra maestra Dust Devil (1992), nos ofrece la mejor adaptación del relato, con una paleta de colores prima de From Beyond (1986), monstruos salidos de The Thing (1982) de John Carpenter, FX prácticos de carne mutante,  pura psicodelia cósmica gelatinosa en gradiente púrpura, transmisiones en frecuencia alien y conexiones psíquicas con otros mundos que devuelven al cine fantástico y de terror a un territorio olvidado que camina entre la diversión y el fatalismo, con el sello cada vez más inconfundible de Spectrevision. Quizá por esto tenemos a Nicolas Cage de protagonista, un más que adecuado Nahum Gardner, cuyos excesos están más comedidos, y no funcionan mal con la sucesiva espiral de demencia que propone Colour Out of Space. Sin ser lo mejor del film, el actor hace las veces de un Jeffrey Combs que no desentonaría en su tono cercano a Stuart Gordon. Pero Stanley sigue su camino, más interesado en plasmar lo imposible, con una inusitada comprensión de la ciencia ficción weird solo conseguida en trabajos de riesgo como Butcher’s Block (2017) y, sin dejar de lado su vis mágika, que pone al servicio del relato con una dirección potente y rica visualmente, sorprendiendo con decisiones como usar stop motion en pleno 2020 o estructurar el relato sin actos claramente diferenciados, exponiendo la secuencia de efectos del meteoro con una curiosidad científica descriptiva propia de un documental, en realidad tal y cómo se desarrolla en el texto. Planeada como la primera de una trilogía unida por el personaje Ward Phillips, de la universidad de Miskatonik, Colour Out of Space salda una deuda con el autor de literatura de terror más influyente del siglo XX, tratado por fin como merece en pantalla sin las ataduras de gran estudio que han impedido que piezas capitales del género como At the Mountains of Madness lleguen a la gran pantalla sin las deudas propias de un blockbuster. Un momento para celebrar.  
Programa doble: Love and Monsters (2020)
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La otra película sobre asteroides que al llegar a la Tierra hacen que los animales muten en monstruos de este año es una comedia de terror juvenil parte Zombieland (2009), parte Tremors (1990), en la que Dylan O'Brien nos guía por una aventura apocalíptica con criaturas alucinantes, muy logradas en diseño y ejecución, que pese a su toque de romance adolescente no deja de ser una actualización de las fantasías de Kevin Connor y el cine clásico de continentes perdidos con homenajes directos a filmes y creaciones de Ray Harryhausen como es cangrejo gigante a pleno sol, digno del de Mysterious Island (1961).
 1- Murder Death Koreatown (2020)
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Un found footage anónimo basado en un crimen real aparecido de la nada, sin tener detrás a productoras o estudio ni autores o actores acreditados, que se ha convertido la película de terror de culto del año más raro del siglo XXI. Murder Death Koreatown fue lanzada en todo el mundo en su propia web para ir ganando notoriedad boca a boca entre los aficionados al cine de terror y, más concretamente, los connoisseurs más fieles al formato, que han llevado el nombre a la controversia en redes por su bajo presupuesto y su propuesta diferente en un género machacado que, irónicamente, parece haberse reanimado “oficialmente” en otro frente gracias a la distribución en Shudder de esa enésima mimesis de Unfriended (2014) que es Host (2020). El interés de MDK reside, más allá de su misteriosa procedencia, en su carácter poliédrico, primero por su punto de partida, no muy diferente a un True Crime aficionado que refleja el interés morboso en el subgénero gracias a las plataformas de streaming, tirando del hilo de una crónica negra real el barrio coreano de Los Ángeles, que no es muy diferente a documentales sobre asesinos de zonas cercanas, como Tales Of The Grim Sleeper (2014). Pero pronto se torna material de puro creepypasta moderno y funciona como complemento (o conclusión) del material diseminado en la página web, que construye previamente la mitología del relato con numerosas capturas, noticias, y bitácoras desde un investigador que ha encontrado y editado el material que estamos viendo. Aunque el efecto de su esfuerzo es imposible de hacer pasar por algo real, no deja de ser una voluntariosa vuelta al origen que recupera la pasión que generaba Blair Witch Project (1999) con su material satélite, sacrificando la autoría y el ego para conseguir el efecto máximo de la narración por proxy de tradición literaria que viene desde Lovecraft, o como cita el podcast La cola del escorpión “el Inferno de Strindberg hecho película”.
Murder Death Koreatown parece, además, un “descenso a la madriguera de conejo” que parece el reverso de terror puro de Under the Silver Lake (2018), con la que converge en el dibujo de un Los Ángeles irreal y pesadillesco, acorde ya casi a un subgénero de L.A. gothic en el que los mendigos tienen una mitología propia que va desde Day of the Locusts (1975) o Prince of Darkness (1987) a Mulholland Drive (2001). MDK converge incluso con ese mismo David Lynch en su juego con la percepción, logrado a partir de rupturas de la realidad que llegan a traspasar la cámara, en alguna secuencia tan alucinógena como rompedora para el mockumentary, que solo podría funcionar en el cocido de ideas paranoicas en el que nada el protagonista. Y es en ese aspecto en donde se puede encontrar el nivel de análisis más abstracto del film, ya que lo que se inicia como un misterio de “sigue las pistas” acaba dando vueltas en torno al narrador, que en una innovación totalmente inédita en el subgénero, nunca llega a aparecer frente a la pantalla, convirtiéndose en el propio objeto sobre el que todo acaba girando. A través de la omisión y de la progresiva antipatía hacia el protagonista–que también puede generar empatías a cualquiera que haya vivido un periodo alargado de carencia de empleo–, MDK se convierte en un estudio de la conspiranoia tóxica, muy acorde con los movimientos QAnon surgidos en la era Trump en la que ha sido concebida. De hecho, el creador fue volcando toda la información previa en foros a lo 4Chan con el elocuente pseudónimo “K Anon”, con lo que el film forma ya parte de una performance completa, con cierta mofa del norteamericano creyente en maga, más oportuna imposible en un 2020 que ha terminado dando lugar al asalto al Capitolio por conspiranoicos del mismo movimiento disfrazados de Búfalo.
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No por casualidad todos los horrores se basan en la otredad del desconocido, el coreano con su propio lenguaje ininteligible y contactos privados, coronando en su desagradable personaje no solo un narrador no fiable sino el portador de una xenofobia encubierta más representativa de la metáfora de los temores de Lovecraft que lo que puedan explicar las diez horas de cierta serie de HBO. Puede que Murder Death Koreatown no sea la mejor película del año en una consideración tradicional, puede que muchos la encuentren tan odiosa que crean que es una broma, pero, cuanto menos, merece destacarse para dar coraje a en una época de dificultades para la cultura y la industria, porque, si algo demuestra es que para hacer una película de terror memorable, a la que se puede volver una y otra vez encontrando nuevos detalles, no hace falta un presupuesto millonario sino ingenio, emoción y talento. ¿Por qué no destacar a una película hecha desde los márgenes, con la misma ausencia de pretensiones de autor que de aparato publicitario y de marketing? Puro punk y libertad en plena época de google trends, palabras clave y click bait. Un manifiesto hecho cine que, con apenas cuatro elementos consigue construir un universo digno de un foro para sí mismo.
Programa doble: Death of a Vlogger (2020)
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Tan meritoria como Murder Death Koreatown, esta especie de extensión streamer de Lake Mungo (2008) consigue todo lo que tratan de explicar intentos como Followed (2020) o Spree (2020) pero consiguiendo dar mucho miedo, de nuevo con cuatro elementos y un juego con la parodia de los youtubers que consigue elevarse sobre su propia idea de partida de “caranchoa contra los fantasmas” con un opresivo juego de veracidad en el que el cuento de Pedro y el lobo recibe interacciones y difumina las líneas de la veracidad, haciendo más plausible y asfixiante el miedo del protagonista. Llena de estupendas escenas de terror verité, su tramo final es un crescendo de miedo en blucle, espirales de locura en cámara que te harán pensar dos veces volver a meterte en las imágenes latentes de google maps.
Otros filmes destacables de 2020
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Incluso aumentando la selección hasta 20, con sus 20 compañeras correspondientes, el año ha dejado muchos ejemplos adicionales que, al menos son dignos de una mención especial. La peculiar forma de mirar al género del autor Jim Cummings convierte a The Wolf of Snow Hollow (2020) en una verdadera rareza de tono imposible de comedia negra a descubrir, el horror acuático ha visto una resurrección con cintas como Sea Fever (2019) o Underwater (2020), el híbrido de horror bélico vuelve a La Rivière du hibou sin miedo a los giros Shyamanescos con la más que destacable Ghosts of War (2020), las noches de terror en un mismo emplazamiento reciben una nueva variación kosher de Viy (1967) en la reivindicable The Vigil (2019), a la que se le perdonan los sustos gracias a su final, las conspiraciones vecinales a lo Community (2008) de Mary Harron tienen una digna continuación en 1BR (2019), el terror infantil de Rache Talalay de A Babysitter's Guide to Monster Hunting (2020) y la atolondrada y muy gore secuela The Babysitter: Killer Queen (2020) demuestran que la fórmula niñera le funciona a Netflix y la decepción vivida con Península (2020) no le quita ser una divertida heist movie de zombies a toda velocidad que puede verse separando sabores con la original, y muy diferente, Train to Busan (2016).
Jorge Loser
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