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Capitulo 1
El comienzo
Al abrir sus ojos, un escalofrió recorrió el cuerpo de la pequeña Libarona en ese instante, tuvo la inquietante sensación de estar atrapada en una especie de lugar sin tiempo… algo difícil de explicar, como si ella estuviera en una clase terreno donde las rocas aparentaban respirar y los susurros del viento jugaban con la marea como si el océano fuera un picnic de barcos corroídos. Aunque simplemente no importo mucho, ya que poco después de despertarse olvido dicha sensación.
Fuera de su conocimiento, lejos de despertar en alguno de los espacios médicos del barco o debajo del mismo ropero que momentos atrás la abría aplastado. Esta se encontraba en una extraña caverna repleta de enredaderas y rocas cubiertas de moho, incluyendo gigantes estalactitas que amenazaban con caer en lo alto de esta. No obstante, nada de esto podía ser visto por ella, pero si sentido, como algo que escapaba de su vista, similar a algo onírico que simplemente no puede ser visto pero claramente esta allí. Su primera reacción fue gritar antes de comenzar a buscar en su pequeño cuerpo cualquier rastro de heridas a causa de aquel incidente con el ropero, por suerte o mejor dicho por sus palabras “Gracias a dios” se encontraba bien, y sin ninguna herida visibles, solo un leve entumecimiento en sus brazos como si hubiera forcejeado con algo.
A pesar de esto la pequeña difícilmente se puso de pie en la oscuridad de la cueva, intentando divisar con la mirada sus alrededores, quizás buscando la razón de porque se encontraba ahí en primer lugar, aunque claramente, no serviría de nada en aquella oscuridad que simplemente parecía absórbela con cada segundo que pasaba, a pesar de ya estuviera sumergida en esta.
—Espera, ¿estas narrando lo que estoy sintiendo? -Preguntaría la pequeña con un tono de aprensión en sus palabras.
…
Un segundo… ¿Puedes oír lo que digo? —Cuestiono el narrador con algo de curiosidad latente en su tono usualmente monótono.
—Pues claro… no es tan difícil ¿no?, estamos en una cueva, o eso dijiste al menos… Es normal que el eco resuene. —respondió la pequeña, con un toque de desconfianza y algo de hostilidad en su voz.
Sí, pero...
—A todo esto, ¿dónde está señor? —Preguntaría esta, recordando la escasa visión que el entorno le brindaba.
¿S-señor? qué clase de modales les enseñan a los jóvenes hoy en día… —pensó el narrador, antes de volver a hablar.
—Pues, es que tu vos suena grave pensé que…
No, me re refiero a que…
Bueno, Olvidémoslo por el momento, mi nombre es: Lewitch Edritch Heisem Deicmo —dijo el narrador con un toque de humildad, o al menos eso intentó.
—Qué nombre tan extraño... —la pequeña murmuró, sin querer ser escuchada del todo, como si no pudiera evitarlo. [Incluso narra lo que está haciendo… qué miedo…]
¿Perdón?
—Nada, nada… —respondió ella, algo apenada por su propia hostilidad hacia el narrador. Pero, volviendo a la pregunta, señor… ¿Elwitch?
Es… Lewitch. —corrigió el narrador con una pizca de resignación. A él le molestaban las faltas ortográficas.
—Esto… ¿Dónde está?
ante esto, una pequeña risa cargada de melancolía resonó en las paredes de la cueva.
Oh, es una buena pregunta… —respondió con una voz que parecía provenir de todas partes a la vez. Puedo estar aquí, puedo estar allá... El tiempo es un factor clave para determinar dónde podría encontrarme en el siguiente segundo de…
La respuesta se desvaneció en el aire como un susurro, dejando un eco que parecía prolongarse, como si las palabras mismas se disolvieran en la penumbra, sólo para renacer en otro rincón del espacio.
—Me refiero a dónde te encuentras ahora mismo. La cueva es muy oscura y no puedo verte. —aclaró, interrumpiendo las divagaciones de la voz, buscando centrarse en lo que realmente importaba.
Oh, bueno... —la voz respondió con un tono que parecía esparcirse por la cueva. En ese caso, sería demasiado complicado para tu pequeña cabecita explicarlo. —un breve silencio, como si la voz estuviera saboreando sus propias palabras—. Por ahora, digamos que estoy en tu mente, como una conciencia.
—¿Una conciencia?
—¿Qué clase de mala broma es esa...? —la joven replicó, su voz llena de incredulidad y desdén.
—No es ninguna broma, señorita Libarona. —la voz interrumpió abruptamente, como un golpe seco en el aire, revelando su conocimiento del nombre de la joven con una certeza inquietante.
—Espera… ¿Cómo sabes mí…?
Sin embargo, la pequeña Julis sintió un repentino viento surgiendo desde algún punto de la cueva, que corto sus palabras.
—¿Qué rayos…? -Se preguntó, sosteniéndose a sí misma mientras el viento la empujaba.
No pudo terminar su oración. Ya que el propio viento la levantó del suelo rocoso, cerrando sus ojos ante el miedo apretando su pecho.
De repente, recordó aquella sensación familiar, la misma que sintió cuando despertó en la cueva. Una imagen casi fugaz cruzó su mente: piedras formando un corral, campanas resonando, y el mar, ahora embravecido. Al abrir los ojos, todo había cambiado.
Un paisaje surrealista se desplegó ante ella: un vasto prado, bosques y montañas de arenisca que parecían pertenecer a un mundo completamente ajeno al que esta conocía. Las hojas de los árboles no eran verdes ni otoñales, sino de un púrpura tan intenso que parecían absorber la luz, como uvas maduras bajo una luz extraña, casi etérea. Las montañas, alejadas de los tonos cálidos que solía conocer, resplandecían en un celeste vibrante, como si fueran fragmentos de cielo convertidos en roca, desafiando la lógica y la razón.
Pero el cielo mismo... ya no existía. En su lugar, un vacío absoluto lo cubría todo, un espacio insondable salpicado de cientos de luces que flotaban erráticamente: azules, verdes, moradas.
Sin embargo, no eran estrellas. No eran nada de lo que pudiera reconocer. Eran algo más, algo cercano a hongos bioluminiscentes, brillando débilmente en la oscuridad, con una energía que parecía propia, iluminando solo su entorno inmediato. Y, sin embargo, todo a su alrededor estaba bañado en una luz cálida y omnipresente, un contraste que desafiaba toda lógica y comprensión.
Su mente se llenó de preguntas, cada una más apremiante que la anterior, cuando una brisa repentina comenzó a empujarla hacia abajo. Fue entonces cuando recordó cuán alto se encontraba y trató de cerrar los ojos, pero algo la retenía, una fuerza invisible que la inmovilizaba. Sus manos apenas respondían, y el miedo comenzó a invadirla, frío y pegajoso. Parpadeó, y el suelo ya estaba peligrosamente cerca.
Entonces, el tañido de una campana resonó en el aire, una vibración profunda que parecía arrancar la quietud misma del paisaje. El eco reverberó con una intensidad desgarradora, acompañado de un temblor incesante que sacudía no solo el aire, sino la misma esencia del lugar, como si todo el entorno estuviera a punto de desmoronarse.
Quiso taparse los oídos, pero se dio cuenta de algo extraordinario: el tiempo se había ralentizado. A centímetros del suelo, todo quedó suspendido en una quietud sobrenatural, como si el universo mismo hubiera detenido su marcha.
—¿Qué fue eso? —susurró, sin esperar respuesta.
De pronto, el eco cesó. Cayendo de golpe, como si su caída hubiera sido súbitamente anulada.
—¡Au! —gimió, llevándose las manos a las mejillas mientras sentía el ardor de haberse estrellado de cara contra el suelo.
Tardo unos segundos en reponerse tras estrellarse, sin embargo, cuando lo hizo miro confusa su entorno.
—Esto es… ¿pasto? -Se preguntaría la pequeña Libarona tocando con sus manos el suelo debajo suyo.
Para su asombro, la textura bajo sus pies evocaba el recuerdo del pasto fresco de antaño: suave, flexible, casi familiar. Sin embargo, el aroma era una historia completamente distinta. No era el perfume terroso ni la fragancia verde que solía acompañar al césped. En su lugar, el aire se impregnaba de un olor extraño, como el de caucho recién liberado de su molde, una mezcla casi punzante de lo nuevo y lo artificial. Cerró los ojos, buscando definirlo, pero la palabra exacta parecía siempre escapársele, como si el lugar mismo se resistiera a ser comprendido del todo.
—Huele horrible —dijo frunciendo el ceño mientras se tapaba la nariz con una mano. El gesto era casi instintivo, como si el simple acto pudiera protegerla de aquel olor que se aferraba al aire. Era un aroma penetrante, químico, tan ajeno a lo que esperaba que parecía burlarse de sus sentidos.
Sin embargo, volvió la mirada a hacia su entorno.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo… cómo se supone que llegué aquí? —murmuró, con un temblor en la voz que traicionaba su aparente calma.
Las preguntas giraban en su mente como un enjambre de abejas inquietas, cada una zumbando más fuerte que la anterior. No estaba acostumbrada a este caos, a la sensación de vacío que dejaban las incógnitas sin respuesta.
—Señor… ¿sigue ahí? —preguntó, su voz quebrándose ligeramente al final.
El silencio que siguió fue ensordecedor, como si el mundo mismo contuviera la respiración. No hubo respuesta, ni un murmullo ni un susurro que confirmara la presencia del narrador. Solo el vacío, opresivo e inmutable. Soltó un suspiro pesado, tratando de aliviar el nudo que se formaba en su pecho, pero el nerviosismo seguía aferrado a ella como una sombra.
—Supongo que… quizás debería volver a la cue… —Su voz se apagó cuando, al girarse, sus ojos se abrieron de par en par.
El lugar donde había despertado, sólido e imponente como una montaña, se había desvanecido. No había ni rastro, ni siquiera una sombra que atestiguara su existencia. Era como si hubiera sido borrado del mundo en un solo parpadeo.
—¡P-pero! ¡Estaba ahí! —exclamó, su voz quebrada por la incredulidad. —¡Yo lo vi! —gritó, como si al afirmar lo obvio pudiera arrancar respuestas al vacío que la rodeaba.
Su mente se tambaleaba bajo el peso de la confusión. ¿Cómo podía desaparecer algo tan vasto, tan tangible? ¿Era siquiera posible? Cada pensamiento era una piedra que caía en un pozo sin fondo, sin eco ni consuelo.
Con la expresión derrotada, solo decidió hacer caso a lo que su madre le había enseñado desde pequeña.
“Cuando te pierdas, quédate en el lugar y espera a que alguien te ayude”
Suspirando ante este hecho, decidió sentarse en el suelo, quizás, con la esperanza de que alguien la viniera a ayudar, algo quizás tonto a simple vista, pero ¿Qué otra opción le quedaba?
Los minutos pasaron y pasaron, el sueño por momentos la enceguecía haciéndola entrecerrar los ojos por instantes, cosa que solía desaparecer tras oír sonidos de parte del bosque cercano.
—¿Cuánto demorara esto?
—En serio tengo sueño… —murmuró la pequeña, su voz apenas un susurro arrastrado por el cansancio.
Sus manos, pequeñas y temblorosas, se alzaron para tallar sus ojos con insistencia, como si el simple gesto pudiera mantenerla despierta. Pero el peso en sus párpados era implacable, un ancla invisible que tiraba de ella hacia un abismo de sueño. Cada parpadeo duraba un poco más que el anterior, y el mundo a su alrededor comenzaba a desdibujarse, como un dibujo al que alguien intentaba borrar.
No obstante, un sonido profundo y gutural interrumpió sus pensamientos. Un rugido. Pero no venía del bosque, sino de su propio estómago, recordándole con crueldad lo mucho que había pasado desde su última comida. Claro, si es que aquel pequeño sándwich de galletitas con una tira casi invisible de jamón podía llamarse comida.
La verdad era que llevaba meses sin probar algo realmente decente a bordo del navío. Se las había arreglado con raciones insípidas y escasas, pero el hambre había sido una constante compañera. Cada vez que su estómago se quejaba, no podía evitar pensar en los bollos caseros que su madre había horneado para el viaje, tiernos y dulces, con el aroma del hogar impregnado en cada bocado.
—Debí haber guardado los bollos… —se reprendió en un susurro, mientras un suspiro pesado escapaba de sus labios. Sus ojos, ahora fijos en el bosque, parecían buscar una respuesta que el hambre no podía darle.
…
De repente, una idea destelló en su mente, tan clara como un rayo. Recordó las enciclopedias que su padre solía devorar, libros gruesos llenos de información técnica y científica. Sus ojos se abrieron, y de pronto se dio cuenta de algo tan simple que casi la hizo sonrojar: estaba frente a un bosque. Y si había un bosque, entonces debía haber animales. Y si había animales, quizás, solo quizás, habría algo que pudiera comer, algo como… bayas.
El pensamiento la invadió con una mezcla de desesperación y determinación. Sin pensarlo más, sin detenerse a considerar las advertencias de su madre sobre no adentrarse en lugares desconocidos, se levantó de un salto. Sus piernas, ligeras por el hambre y la urgencia, la impulsaron hacia el bosque con la velocidad de quien sabe que su vida depende de ello. Y en ese momento, realmente lo hacía.
…
El bosque, sinceramente, le daba mala espina en cuanto puso un pie en él. Pero, ¿qué otra opción le quedaba? No tenía tiempo para dudas.
El entorno estaba cubierto por densas enredaderas que colgaban pesadamente desde los árboles, haciendo que el paso fuera incómodo y difícil. La luz era escasa, apenas filtrada por el follaje, y la única fuente de luminosidad provenía de unos pequeños hongos celestes que iluminaban débilmente el suelo. Se detuvo un momento, mirando las criaturas brillantes con desconfianza; dudaba seriamente que fueran comestibles.
Mientras avanzaba, su sensación de incomodidad se intensificaba. El lugar estaba demasiado callado, como si el bosque mismo contuviera la respiración. Algo no encajaba, algo en el aire la hacía sentir como si estuviera siendo observada. Cada crujido bajo sus pies, cada susurro del viento entre las hojas, la hacía sentirse más vulnerable, más pequeña. Como si algo, o alguien, estuviera siguiéndola, observando sus movimientos.
Cada paso que daba la hundía más en la espesura del bosque. Las lianas se enredaban a sus pies, los hongos celestes parpadeaban con una luz tenue, casi fantasmagórica. El aire se volvía más denso, más difícil de respirar. Pero entonces, finalmente, lo vio.
Un pequeño arbusto, de hojas verdes que le eran familiares, como los que conocía de su hogar. Y lo más importante, en sus ramas brillaban pequeños frutos morados, tan tentadores que casi podía saborearlos en su boca.
El impulso de correr hacia él fue inmediato, pero las lianas, como si también quisieran retenerla, se interponían en su camino. No tenía tiempo para perder, pero tampoco podía arriesgarse a caer en un desastre por apresurarse. Con una paciencia casi forzada, se deslizó entre las lianas, moviéndose con cuidado, asegurándose de no quedar atrapada en su tela viscosa. Cada movimiento era lento, deliberado, hasta que por fin logró llegar al arbusto, su corazón latiendo desbocado por la mezcla de alivio y hambre.
Fue un alivio aliviador cuando finalmente tuvo el arbusto frente a ella. El cansancio y la desesperación por la falta de comida nublaban su juicio, y ya no le importaba si los frutos eran venenosos. El hambre había cobrado el control, anulando cualquier miedo o precaución. Con una rapidez impulsiva, su mano se dirigió hacia uno de los frutos morados, ansiosa por arrancarlo y llevárselo a la boca.
Pero justo en ese momento…
Un sonido, suave pero claro, rompió el aire. Un crujido, seguido de un sutil movimiento entre las sombras del bosque. La sensación de estar observada regresó, y una corriente de frío recorrió su espina dorsal. Su mano se detuvo en el aire, a pocos centímetros del fruto.
—¿¡Qué crees que estás haciendo?! —una voz grave y desconocida cortó el aire, y una mano firme sujetó su muñeca con fuerza, paralizándola al instante.
El susto la hizo abrir los ojos de golpe, y casi por instinto giró sobre sí misma, buscando al dueño de la mano que la había detenido.
No obstante, lo que recibió fue un par de ojos rojos, brillando con una intensidad casi felina, que la atravesaron como cuchillos. Un escalofrío recorrió su espalda, y aunque intentó dar un paso atrás, el agarre de la mano sobre su muñeca no cedió ni un milímetro.
—Lo repito, ¿qué crees que estabas haciendo? —la voz, ahora más afilada que la propia mirada, cortó el aire como una daga, cargada con una amenaza palpable.
El miedo se apoderó de ella, y el pulso le latió fuerte en las sienes. La sensación de ser observada, de estar a la merced de una presencia desconocida, la hizo sentirse más pequeña de lo que jamás había estado.
—Y-yo… simplemente tenía hambre… —musitó, intentando liberar su muñeca del agarre, pero la fuerza que la sujetaba era tan implacable que no lograba hacer ni el menor movimiento.
—Oh, por Hellres… —la figura susurró con una mezcla de incredulidad y molestia, su tono afilado como una espada—. Si tienes hambre, no vas a comer unas "Chasqueadoras".
Con un gesto brusco, la figura se apartó a un lado, dejando caer el agarre sobre su muñeca. La repentina liberación la desorientó, y en un segundo perdió el equilibrio, cayendo hacia atrás. Con un grito mudo, se enredó en las lianas que cubrían el suelo, su caída amortiguada solo por el tejido denso de las plantas, pero no sin un dolor punzante en sus muñecas y piernas.
—No eres de por aquí ¿verdad? -Preguntaría la figura, ahora siendo iluminada por uno de aquellos hongos.
Era… ¡un chico! Parecía tener su edad, pero al mismo tiempo no se parecía a ningún chico que hubiera visto antes. Había algo en él, en su presencia, que hacía que todo a su alrededor se sintiera fuera de lugar. Su cabello era extraño, más líquido que sólido, como agua que fluctuaba suavemente ante el menor movimiento, desafiando la lógica de lo que debería ser. Por encima de su cabeza, dos protuberancias que a primera vista parecían orejas, pero que no lo eran; más bien se asemejaban a pequeños bollos de pan suave, como si su cuerpo aún estuviera incompleto, a medio formar.
¿Era esto siquiera posible?
Lo más extraño era su ropa, que no solo desentonaba con el entorno, sino que parecía de otro tiempo, otro lugar. Llevaba unos pantalones descomunalmente grandes hechos de la piel de algún animal, sujetos por un par de lianas que terminaban en nudos, tan rudimentarios que contrastaban con su apariencia. Estaba descalzo, pero sus pies, limpios y cuidados, no parecían estar fuera de lugar en el bosque, como si hubiera nacido para caminar descalzo por allí. Sin embargo, lo más llamativo de todo era el poncho rojo, brillante, que cubría su cuello y hombros, tan intenso en color que parecía arder en la oscuridad del bosque. Era como si el chico estuviera envuelto en una parte del atardecer, una chispa de color en medio de la naturaleza gris y oscura del enigmático follaje.
Sin embargo, no pudo pensar mucho en esto, ya que el chico comenzó a mover su mano de un lado a otro frente a ella.
—Oye, te pregunte algo -Diría este con el mismo tono de antes, posiblemente aun desconfiando de ella.
Su mirada intento evitar directamente a este chico, mas haya de la vergüenza, simplemente no entendía el porqué de su apariencia.
—Y-yo… —Estoy perdida. -Resoplo admitiendo a regañadientes su situación actual.
De repente, una idea cruzó su mente, brillante y repentina. Tal vez este chico podría saber dónde estaba la cueva en la que había despertado… o aún mejor, ¡podría llevarla de vuelta al navío! La esperanza se encendió dentro de ella, dándole fuerzas renovadas.
Pero justo cuando estaba a punto de hablar, él resopló, como si toda la situación le fuera completamente indiferente.
—Bueno, qué problema —dijo él, dándose la vuelta con un gesto despreocupado, dándole la espalda y comenzando a alejarse sin ni siquiera mirar atrás.
—EH—su voz tembló, pero antes de que pudiera hacer algo, la desesperación la invadió. ¡No podía dejarlo ir!
—¡Espera! —su mano se estiró, desesperada, intentando alcanzarlo, pero de inmediato la sensación de frustración la golpeó. Aún atrapada por las lianas, su brazo se estiró en vano, y vio cómo él continuaba alejándose sin volver la cabeza ni un segundo.
Notando esto, el chico se giró.
—¿Necesitas una mano? —preguntó él, con un tono cansado que contrastaba completamente con su actitud anterior, como si ya estuviera harto de la situación.
Ella lo miró como si la respuesta fuera obvia, sin embargo, al notar que él seguía esperando, algo en su actitud la exasperó aún más. No pudo evitar soltar un suspiro y asentir brevemente, resignada.
[¿¡Este chico es idiota!?] —pensó, haciendo un puchero y observando cómo se acercaba para ayudarla.
Pero antes de que pudiera siquiera procesarlo, el sonido de su rostro chocando contra el suelo la sacó de sus pensamientos, y una oleada de frustración la invadió.
Quiso girarse, lanzándole una mirada furiosa y reprendiéndolo por su falta de cuidado, pero lo que vio hizo que sus palabras se atoraran en su garganta.
En sus manos, él empuñaba una hoja afilada, que reflejaba la luz tenue del bosque, tan letal como su mirada imponente. La ira se disipó de inmediato, reemplazada por una fría ola de miedo que le hizo tragar sus palabras.
Sin embargo, un sonido escabroso y desgarrador resonó en todo el lugar, como un crujido profundo que hacía retumbar la tierra misma. El aire se cargó de una tensión palpable, y algo en ese sonido hizo que el cabello extraño del chico se irguiera de inmediato, como si le recordara un peligro latente.
—¡Rápido! ¡Detrás de mí! —gritó, su tono urgente y cortante. Sin dar tiempo a una respuesta, lo tomó de la mano con fuerza, arrastrándola hacia detrás de un arbusto cercano.
El mundo pareció moverse a cámara lenta mientras la protagonista era empujada sin poder hacer nada, sus pies deslizándose sobre el suelo mojado, su cuerpo completamente a merced de aquel chico. El pulso de su corazón se aceleró con cada paso, la sensación de estar completamente fuera de control apoderándose de ella.
Nuevamente, el sonido resonó, un rugido profundo y desgarrador que vibraba en el aire, haciéndole palidecer. La resonancia atravesaba su pecho como una ola violenta, y los últimos ecos de aquel chillido distorsionado la dejaban con el alma encogida. Era como si todo el bosque mismo se hubiera detenido en ese instante.
—No se te ocurra… respirar… —advirtió el chico, su voz vacilante por un segundo, como si él mismo no estuviera seguro de lo que había dicho. Su tono había perdido algo de firmeza, y sus ojos reflejaban una sombra de miedo que no había mostrado antes.
Sin pensarlo, se tapó la nariz rápidamente, buscando aguantar la respiración, y la protagonista lo imitaría instintivamente. Su cuerpo se tensó, sus pulmones clamando por aire, pero el miedo de que algo peor sucediera la hizo inmovilizarse, dejando que el silencio, cargado de tensión, envolviera el momento.
Atraída como un gato por su curiosidad, la protagonista se inclinó hacia adelante, intentando ver a través de las hojas del arbusto, su respiración contenida. No podía evitarlo, algo en el aire la empujaba a descubrir qué estaba al otro lado, a pesar del peligro palpable.
Pero en cuanto sus ojos divisaron la enorme pata de pelaje frondoso que se detenía firme frente a ella, su corazón se paralizó en un instante.
El miedo le heló la sangre. Su respiración se escapó como un suspiro, un sonido que, en el silencio absoluto del bosque, pareció ensordecerla. En un solo movimiento, la extremidad giró hacia ella, y algo en la suavidad de su movimiento la hizo sentir aún más vulnerable.
El aire se volvió pesado y caluroso, tan espeso que casi podía sentir la humedad que la respiración del ser dejaba a su alrededor. De repente, las hojas del arbusto se agitaron, revelando una hilera de caninos afilados, llenos de manchas azules que destellaban en la luz tenue. Cada diente parecía más grande que el anterior, acercándose lentamente, mientras el calor del aliento de la criatura se le pegaba a la piel, haciéndola sudar frío.
Ante los movimientos de la criatura, ella palideció, su piel se tornó casi translúcida bajo el terror al que se encontraba sometida. Su cuerpo comenzó a temblar, y el sonido de su respiración se volvió irregular, casi inaudible en comparación con el latido frenético de su corazón.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y un nudo la ahogó por dentro al darse cuenta de que había sido descubierta. El pánico la envolvía, queriendo gritar, pero el aire le faltaba, y su boca solo se abría en vano. Cada centímetro de su ser parecía estar a punto de ceder ante el monstruo frente a ella.
Los colmillos, enormes y afilados, se acercaban lentamente, como si disfrutaran del miedo que irradiaba de su víctima. En ese instante, ella se congeló, su mente en blanco, incapaz de moverse, atrapada en una pesadilla palpable.
Cuando los colmillos estaban a escasos centímetros de su rostro, la criatura exhaló un bufido grave y resonante, como un rugido contenido que recorrió todo su cuerpo. La boca de la bestia se abrió de par en par, y ella pudo ver cómo su oscuro interior se abría, listo para devorarla de un solo bocado. El aire se llenó de un olor húmedo y nauseabundo, mientras la protagonista cerraba los ojos, ya resignada a lo inevitable.
Rápidamente sintió un jalón detrás de ella que la arrastro fuera de aquel arbusto, a la par que dichas fauces mordían frenéticamente la planta frente a ella, en aquel momento pudo apreciar mejor la figura de dicha criatura, tenía un pelaje azul oscuro, casi negro, con manchas que se desdibujaban en las sombras del bosque. Su silueta era borrosa, pero su presencia era tan palpable que parecía llenar el espacio. El rugido resonaba en sus oídos mientras el peligro se acercaba lentamente, pero no tuvo tiempo de contemplar más detalles de su rostro cubierto por las hojas del arbusto, pues un tirón en su brazo la sacó de su lugar.
El chico, en un movimiento desesperado, la arrastró tras él, sin dejarle tiempo para procesar lo que estaba ocurriendo. Sus piernas tropezaban con las raíces y lianas que crecían alrededor, pero él no soltaba su mano, tirando de ella con una fuerza frenética.
—¡Rápido! ¡Corramos! —La orden salió de los labios del chico con una urgencia que cortó el aire, pero él ni siquiera se atrevió a mirar atrás.
El pánico era palpable en su voz, pero más allá de la angustia, algo en su comportamiento captó la atención de la protagonista. Mientras él la arrastraba con rapidez, la presión de su agarre sobre su muñeca se hacía evidente, y a pesar de la urgencia del momento, ella notó un discreto temblor en sus manos. No era solo miedo lo que reflejaba su cuerpo, sino algo más profundo.
Era una tristeza que él parecía intentar esconder, como si su alma estuviera marcada por algo mucho más pesado que el peligro inminente que los acechaba. Ella no podía comprenderlo, pero algo en su expresión —algo fugaz, casi invisible— le hizo preguntarse si había más detrás de este chico de lo que él mostraba.
Un estruendo ensordecedor cortó el aire, reverberando a través del bosque, y una gran nube de humo morado comenzó a formarse donde antes se encontraba la bestia. El viento comenzó a arrastrarla hacia ellos, envolviendo el entorno en un manto espeso y pesado que dificultaba la respiración. La niebla morada se arremolinaba alrededor de ellos, oscureciendo parcialmente el paisaje, mientras el chico lanzaba una mirada rápida por encima de su hombro, como si asegurándose de que el peligro se había alejado… o tal vez, simplemente tratando de comprender lo que acababa de suceder.
—Se tragó las chasqueadoras… —El chico murmuró para sí mismo, una ligera tensión en su voz, antes de seguir corriendo sin detenerse.
Libarona frunció el ceño, procesando lo que acababa de escuchar. Unos segundos después, una pregunta escapó de sus labios, más por curiosidad que por necesidad de entender:
—… ¿Chasqueadoras? —repitió ella, recordando que ese era el nombre con el que él había denominado las bayas en el arbusto.
El chico no respondió inmediatamente. Podía ver la confusión en los ojos de la pequeña, pero tampoco parecía dispuesto a detenerse a explicarle demasiado en ese momento. Sin embargo, algo en su mirada delataba que esa respuesta era importante, que las "chasqueadoras" no eran simplemente una fruta, sino algo mucho más peligroso.
Antes de que Libarona pudiera articular otra palabra, una explosión de movimiento la sorprendió: el chico, en un acto casi imposible, dio un salto tan alto que desafió cualquier lógica. A pesar de su complexión y tamaño, se elevó por los aires con una agilidad que rozaba lo sobrenatural, alcanzando una de las ramas más altas de un árbol cercano.
Libarona quedó paralizada, su mente incapaz de procesar lo que acababa de ver. No era solo un salto; era un truco de destreza que parecía desafiar las leyes de la gravedad. No entendía cómo lo había logrado, pero lo cierto era que él estaba allá arriba, aferrándose con firmeza a la rama, con su otra mano aún sujeta a la de ella.
El humo morado se acercaba rápidamente, amenazando con envolverse alrededor de ellos. No había tiempo para preguntas. El chico, sin dudarlo, la jaló hacia él con fuerza, y en un solo movimiento, logró que ella se aferrara a la base del árbol.
—¡Sube! —le ordenó, su voz grave y urgente, mientras se preparaba para el siguiente salto.
El temblor de los pasos resonaba con fuerza, cada vez más cerca. El chico, con su agilidad sobrenatural, intentó ayudarla a subir mientras sus piernas aún oscilaban en el aire, viendo cómo la nube de humo morado pasaba por debajo de ellos.
El aire se tornó denso, pesado, y el olor… era insoportable. Un aroma nauseabundo que la invadió, como si un cordero muerto hubiera revivido y paseara sin rumbo por el espacio bajo sus pies. El calor del humo era abrasador, tan intenso que la piel de Libarona parecía arder al contacto, como si una capa de fuego invisible tratara de devorarla.
—¿Q-que es todo es—? comenzó a preguntar, la ansiedad en su voz clara.
—Shhh... —El chico la interrumpió con un gesto de su mano, su mirada fija hacia el vacío frente a ellos. Sus ojos reflejaban tensión y algo más… un tipo de urgencia que parecía casi desesperada. Su respiración era agitada, como si incluso él sintiera el peso de cada segundo que pasaba.
Libarona se quedó en silencio, mirando al chico, pero su cuerpo temblaba ligeramente de tanto miedo y ansiedad. Podía sentir la presión de la amenaza acercándose, y con cada crujido del suelo bajo sus pies, el aire se volvía más espeso, como si el mundo mismo estuviera conteniendo la respiración.
Un silencio rotundo se formo entre los dos, a la par que los quejidos y respiraciones de la criatura resonaban debajo de ellos, el sudor frio bajaba por su su frente dejando en claro que la situación que estaba viviendo era demasiado tensa para ella. ¿Cómo era siquiera posible esto? ¿Qué era esa cosa?
El dolor en su cabeza se intensificaba, un martilleo constante que parecía querer doblegarla. Cada vez más, su vista se nublaba, tornándose borrosa ante la abrumadora sensación de caos que la rodeaba. Desde que había llegado aquí, ninguna de sus preguntas había sido respondida. ¿Qué era todo esto? La incomodidad y el miedo se habían colado en su mente, apoderándose de cada rincón de sus pensamientos.
¿Dónde siquiera estoy...?
La desesperación se apoderó de ella, y antes de que pudiera asimilar sus propios pensamientos, su cuerpo comenzó a deslizarse hacia el abismo, al borde de caer.
En ese preciso momento, una mano fuerte la sujetó con firmeza, impidiendo su caída. La miró. Era el chico. Su cabello, como un torrente de agua, fluctuaba al viento, moviéndose con la suavidad de una cascada. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue su mirada. Aquella expresión que antes era afilada y llena de tensión, ahora se había suavizado. Sus ojos, antes duros y decididos, ahora mostraban una vulnerabilidad inesperada.
Parecía genuinamente preocupado, o más bien… dolido.
Ella no pudo evitar sorprenderse ante ese cambio, confundida. ¿Por qué se preocupaba por ella? Si alguien tan distante como él se veía tan afectado por su situación.
—Oye… ¿Estás bien? —preguntó, su voz más suave que antes, mientras la acercaba cuidadosamente al centro de la rama. Con una mano firme, la aseguró, impidiendo que cayera, como si su vida dependiera de ello.
Julis, aun sintiendo el mareo por el dolor en su cabeza y la angustia que se apoderaba de su cuerpo, intentó enfocarse en su voz, buscando algo en su tono que le diera respuesta. Pero lo único que podía captar era la incertidumbre de su propia mente. ¿Estaba bien? ¿Cómo podría estarlo en ese momento? Sin embargo, algo en la manera en que él la sostuvo, tan decidida pero tan delicada, la hizo dudar de su propio juicio.
Miró hacia arriba, encontrando sus ojos fijos en ella. Los ojos que antes parecían cortantes y distantes ahora mostraban algo más. ¿Preocupación? ¿Culpa? No estaba segura de qué leer en ellos, pero el cambio era palpable
—El ya… se fue.
Señalaría debajo de donde ambos se encontraban, permitiéndole notar como el humo debajo suyo había desaparecido totalmente.
—S-si… Solo, me duele un poco la cabeza —respondió, su voz quebrada por el agotamiento mientras se sobaba suavemente la frente, intentando calmar la presión en su mente. El sudor frío se deslizaba por su piel, pero no podía evitarlo, la sensación de estar atrapada en un lugar que no comprendía era más intensa que el dolor físico.
Al ver el gesto de ella, el chico suspiró con una mezcla de cansancio y resignación, antes de acercarse más al tronco del árbol, dejando que su espalda chocara con la corteza rugosa. La mirada que tenía ahora era menos rígida, algo más suave, como si empezara a comprender que no era solo una viajera perdida, sino alguien completamente ajeno a este lugar.
—Realmente no eres de por aquí, ¿verdad? —preguntó, su voz impregnada de una curiosidad que apenas podía esconder. Mientras hablaba, sus ojos se fijaron en las hojas de color morado que caían lentamente de las ramas del árbol, como si el mismo aire las hubiera empujado hacia el suelo.
Sus palabras resonaron con una carga de agotamiento, quizás ¿nostalgia? Libarona no estaba segura, pero lo que sí sabía era que aquello era algo que no podía identificar. Sin embargo, eso no la detuvo de responderle.
—Eso parece —murmuró, dejando que su mirada vagara por el entorno, una tristeza evidente en sus ojos, como si su alma comprendiera la lejanía entre su hogar y este lugar que solo le había traído dolores de cabeza y confusión.
El chico no desvió la mirada, su voz algo grave, pero con un tono tan melancólico que hacía que su presencia pareciera más pesada.
—Dijiste... que estabas perdida.
—Yo también lo estoy —dijo con una calma inquietante. Libarona giró rápidamente hacia él, sorprendida. Sus ojos se fijaron en su rostro, buscando alguna pista, algún indicio de que sus palabras no eran ciertas.
Lo observó con atención, tratando de leer cada uno de los matices en su expresión. Y aunque él no mostraba una sonrisa ni una mueca, algo en su mirada le dijo que hablaba en serio, o al menos, en parte.
—¿También estás... perdido? —preguntó, su voz llena de dudas.
El chico no respondió, solo quedó en silencio. La pregunta quedó suspendida en el aire, flotando entre ellos como un pesado manto. La tensión no era la misma que la que había habido momentos antes, cuando el peligro los acechaba. Esta era diferente, más profunda. Era una tristeza compartida, un reconocimiento tácito de que ambos se encontraban atrapados en este lugar desconocido, lejos de todo lo que conocían.
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Prologo
El descenso
Corría el año 1877. Con los desastres armados a causa de la guerra, el continente de Hennelsoff era un remolino de problemáticas, obligando a centenares de personas a huir de sus hogares con tal de mantener a salvo la integridad de cada una de sus familias, aun si eso significaba abandonar todo por una esperanza pasajera.
Hoy 12 de junio era una fría noche de invierno cerca del hemisferio de Canderolla. Acompañado por nada mas de crujidos y el sonido del viento, un viejo y desgastado transatlántico se encontraba surcando el océano a pesar de las pésimas condiciones de este y el errático comportamiento del mar. Con mas de 5200 personas que habían abordado en la ultima parada un hecho era claro, la incompetencia mostrada por gran parte del personal del navío era simplemente inaudita. Habían superado por 1100 pasajeros la capacidad máxima obligando a tener que compartir las habitaciones de este y reducir las raciones de comida para el viaje.
Por si fuera poco, la oscuridad del entorno era casi tan basta como el frio en esta área, no solo varios de los pasajeros seguían en sus camas con las sabanas hasta el cuello a causa de esto. Sino que, por este mismo motivo, una pequeña niña de cabello naranja se refugiaba con cercanía a las calderas, envuelta en una pequeña manta, posiblemente atraída por el calor en esta zona del barco. Sus pequeñas manos sujetaban firmemente un libro casi tan grande como su cabeza, casi similar a una enciclopedia por la cantidad de hojas, aunque lejos de serlo se trataba de una novela bastante conocido por aquel entonces, “Las Lunas de Canverot: La historia de Liloth” Este era un cuento acerca de un joven mago que viajaba por el gigantesco reino de Canverot con el único objetivo de vencer a las fuerzas del mal que acosaban a su reino y a la princesa de este. Para bien el final de esta obra era ameno mostrando como este hacia amigos y tenía una gran aventura luego de triunfar con su objetivo.
Volviendo con la niña esta llevaba un pequeño overol de mezclilla bastante adecuado para su tamaño, y acompañado de este por lo bajo un suéter de lana clara que al contrario del overol parecía ser algunas tallas más de lo necesario, dejándose notar en sus mangas un poco de polvo y tierra en ellas. Aunque posiblemente lo más llamativo además de sus botas rojas que desentonaban al completo con su vestimenta era un pequeño parche de un hilo dorado en el tirante izquierdo de su overol, el cual decía Julis. G. Libarona. Posiblemente el nombre esta.
Al parecer el calor proveniente de las calderas era bastante ameno, cosa que se corroboraba con solo ver el rostro de satisfacción de la pequeña, el cual se notaba a gusto mientras abrazaba su libro.
¿Cuántos años tendría? ¿Dónde estaban sus padres?
Son preguntas que tal vez tendrán una respuesta más delante en esta historia. Por ahora, me limitare a decir que ella es nuestra pequeña y adorable protagonista, así que, sin más, demos paso, a lo que yo definiría como:
El descenso
Ajeno tanto para la joven Liberona como para el resto de los pasajeros, el mar no parecía muy favor de la idea de recibir visitas a estas horas de la noche, no solo el viento se levantaba fuertemente tras un repentino cambio en el clima sino que también las olas arremetían firmemente contra la desgastada y maltratada estructura del navío que difícilmente soportaba la presión dejando a su camino varios crujidos metálicos acompañados de algunas barandilla de la proa, las cuales salían disparadas a la oscuridad de la noche, hundiéndose en el mar tras no soportar su propio deterioro presagiando así el destino que podría esperarle a este mismo en caso que los encargados de este no se dieran cuenta a tiempo. Por si fuera poco, ninguno de los que estaban a cargo del barco parecía percatarse del cambio errático en el clima, ni siquiera el capitán quien reposaba tranquilamente frente al timón tomando una humeante taza de té despreocupándose de las turbulencias.
-Wohohoho, casi se me escapa el té, ¿has visto Jeremy? -El capitán reía despreocupadamente mientras se aferraba a su taza.
Ante esto, Jeremy frunció el ceño sin poder ocultar del todo su inquietud.
—Señor Weller, ¿no cree que esta bastante despreocupado? -Preguntaría con algo de remordimiento el ayudante de este al ver al capitán tan calmado a pesar del claro conocimiento del estado del navío.
—Oh, vamos, Jeremy -río el capitán, sacudiendo una mano como si ahuyentara una mosca—. He navegado el Euru'Rus por años, ¿qué podría salir mal? Conozco este trayecto como la palma de mi mano.
—Sí, pero… —Jeremy comenzó, pero otro crujido del barco le hizo detenerse, sintiendo un nudo de duda en el estómago.
—¿Que diantres fue eso…? -Se preguntaría el mismo capitán dejando su taza aun humeante por encima de los comandos y acomodando su gorra a punto de ir a investigar.
—¡Señor Weller, espéreme!” -Gritaría el asistente al notar como este se iba despertando de su Trance corriendo detrás de él.
Ajeno a estos dos, algo más aconteció en el momento. Cerca de las calderas, la pequeña Julis Libarona, había sido despertada a causa de aquel estruendo, sobo suavemente sus ojos intentando aclarar su vista lo más pronto posible con tal de saber que había sido el causante de aquel sonido que la había despertado. Al parecer nada había cambiado a los alrededores, no obstante, cuando se levantó para ver más de cerca su entorno tropezaría ante un inmenso temblor el cual provocó que el barco se inclinara más de lo usual, llevándola a deslizarse por el suelo hacia la pared más cercana.
Intento detener el avance, pero sus manos simplemente se resbalaban en aquel suelo. Sin éxito alguno en sus intentos esta cerro sus ojos esperando el impacto, el cual para suerte nunca llegaría ya que su suéter se había enganchado a uno de los recovecos del suelo de roble, haciendo que detuviera su avance.
—Dios… Pensé que me iba a estrellar -Pensaría para sí misma soltando un largo suspiro de tranquilidad. sin embargo, a último minuto esta se percató de cómo a un lado suyo había un gigantesco mueble de madera peligrosamente inclinado hacia ella.
Poco después de eso, un nuevo temblor sacudió la estructura del navío. El ropero de algarrobo, macizo y antiguo, comenzó a deslizarse hacia ella, como si una fuerza invisible lo empujase con furia. Sus ojos se abrieron de par en par, paralizados, mientras observaba cómo el mueble, imponente y pesado, caía hacia ella con una inercia fatal. No podía hacer nada para evitarlo.
El tiempo pareció estancarse por unos segundos, como si el mundo entero se suspendiera en el aire. Lo único que logró distinguir, antes de que todo se desdibujara, fue una campana de cobre oxidado, colgando de una repisa. Su color verde opaco parecía brillar débilmente en la penumbra, un resplandor extraño e inquietante.
¡Ding! ¡Dong!
El estruendo del mueble al golpear el suelo fue sordo, casi como un suspiro profundo de la nave misma. El peso de aquel ropero hizo crujir el piso de roble bajo sus pies, pero todo parecía opacado por el tintinear lejano de aquella campana, que, como si tuviera vida propia, continuó sonando lentamente, colgando de su cordel como un presagio de algo inevitable.
Volviendo con el capitán este se encontraba en la proa, acompañado de su asistente, ambos con pequeños faroles de queroseno en las manos, iluminando la oscuridad que los rodeaba. El suave resplandor de las lámparas apenas rompía la espesa niebla que se cernía sobre el mar.
—Señor… las barandillas —dijo el asistente con voz tensa, señalando hacia el costado del navío.
Jeremy observó desconcertado, su mirada recorriendo el horizonte. La mayoría de las barandillas ya no estaban. Parecían haber caído mucho tiempo atrás, dejando solo los restos de lo que alguna vez protegió a la tripulación de la furia del océano.
—Dios… Sabía que debíamos haberlas reforzado. Qué imprudencia —murmuró el capitán, apretando los dientes. Dejó escapar un largo suspiro, y con el farol alzado, comenzó a iluminar cada rincón, como si de esa luz dependiera encontrar alguna respuesta al origen de los temblores.
—¿Eh? Espera… ¿Usted sabia de esto? -La mirada perpleja y algo irritada de su compañero fulmino al capitán, reprochándole por su negligencia.
-Bueno, el presupuesto es corto y…
—¡¿Corto?! ¡Nada de corto! ¡¿Sabe siquiera la cantidad de pasajeros que surcan este bar…-
De repente otro temblor surgió obligando a ambos a sujetarse de lo más cercano a ambos, en este caso una de las pocas barandillas medianamente estables que quedaban. No obstante, el temblor era demasiado fuerte y esto acompañado del pésimo estado de la barandilla en general, hizo que esta se rompiera a medias, dejando al capitán de un extremo a pocos centímetros de caer al mar.
—¡Diantres! -Fue lo único que exclamaría este, antes de intentar sujetarse aún más de esta, provocando que el acero crujiera debido a su peso.
—¡Jeremy! —gritó, buscando ayuda, pero la respuesta nunca llegó.
Desesperado, su mirada descendió rápidamente, buscando alguna forma de frenar su caída. Pero lo que vio lo paralizó de horror: la pequeña lámpara de queroseno, que momentos antes apenas iluminaba el mar debajo de él, ahora parecía brillar con una luz macabra. A pesar de su tenue resplandor, era suficiente para revelar la pesadilla que se extendía bajo sus pies.
El mar, oscuro y turbulento, danzaba como si tuviera vida propia. Las olas se retorcían y chocaban con una violencia casi inhumana, como si el agua misma estuviera clamando por su caída, ansiosa por devorarlo entre sus fauces, como una bestia hambrienta esperando a su presa.
Sin embargo, algo más llamo su atención algo incluso más macabro que aquel movimiento errático del mismísimo mar.
— “¡Jeremy la hélice se ha atascado con una-! – De repente el estruendo volvió a sonar una vez más incluso aún más fuerte que las anteriores, cuando la hélice en conjunto a un estallido corto la barandilla que bloqueaba su paso, comenzando a girar nuevamente a pesar de su ahora daño y succionando algo cercano para dejar de funcionar poco después.
-Dios… Bueno, al menos… Supongo que, eso es mejor que nada… ¿No es así, Jeremy?
—¿Jeremy?
Sin embargo, no recibió respuesta de nada, ni nadie, la oscuridad era tan densa, basta que le impedía ver con claridad hacia el otro extremo, y con la farola en el océano era imposible tratar de ver la ubicación de su compañero. Un tanto perturbado por el silencio de su amigo, este dirigió su mirada hacia debajo de vuelta con el objetivo de ver el estado mas claro de la hélice solo para palidecer al ver lo que había succionado esta.
Como si fuera poco, de repente la lluvia comenzó a caer desde lo alto del cielo, como si las oscuras nubes de la noche hubieran escuchado el clamante deseo del mar este comenzó a resbalarse debido a sus manos ahora húmedas a causa de la lluvia.
-No, no, no, no -Grito con pavor tratando de sostenerse un poco más de aquella barandilla, no obstante, nada es eterno y por más de sus intentos perdió el poco agarre que tenía cayendo a las profundidades del océano, quien felizmente lo engullo entre sus olas, como una bestia alegre de su botin.
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