Tumgik
lookaftertomlinson · 6 years
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lookaftertomlinson · 8 years
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tony stank
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Loki
Hogar
– ¿Estás preparada?
No había una sensación más hermosa que la de tener a Loki junto a mí. Aquellas dos palabras, convertidas en un tenue susurro, dibujaron una sonrisa en mi rostro. Aún con los ojos cerrados, me estremecí. Sus manos me impedían ver pero nunca había oscuridad cuando estaba a su lado.
– Estoy muriendo de impaciencia –lamenté–. Loki, por favor.
Rió durante unos segundos. Era una risa joven, empapada de esa característica magia que desprendía con cada gesto, con cada palabra, con cada acción. Era una risa despreocupada y agradecí escucharla. Era una risa que llevaba tiempo sin oír. Una risa que me llevaba a la mejor versión de él, cuando nada parecía atormentarlo.
Destapó mis ojos con delicadeza, cuidándose de acariciarme antes de separarse definitivamente de mí. Me descubrí situada frente a un pequeño estanque, rodeado de naturaleza y una extraña quietud. Lo miré buscando responder al millar de preguntas que habían surgido en mí pero sólo encontré fascinación en unos ojos que tenían fijados toda su atención en los míos.
– ¿Te gusta? –Preguntó.
– ¿Dónde estamos?
Pestañeó un par de veces antes de ofrecerme una respuesta, como si temiera asustarme.
– Lejos de Asgard –dijo, por fin.
Todo dio un vuelco de inmediato. ¿Cómo habíamos abandonado Asgard? ¿Cuándo habíamos abandonado Asgard? ¿Cómo volveríamos?
– Loki... –musité, con una molesta sequedad impidiéndome hablar con claridad–. Tu padre...
– Mi padre no lo sabrá –interrumpió mis temores con dulzura en su voz y cariño en sus manos atrapando las mías–. Nadie lo sabrá. No hay nada que debas temer.
Negué con la cabeza pero aferré sus manos con fuerza.
– No podemos hacer esto. Debemos regresar.
Se aproximó a mí con la elegancia y la gracia con la que él se movía, con una ceja alzada, como si cuestionase mis propias dudas.
– ¿Crees que haría algo que arriesgase tu vida o tu seguridad? –Se agachó ligeramente, buscando una mayor proximidad entre nuestras miradas–. ¿Confías en mí?
Fruncí los labios pero su expresión me instó a relajarme. Como mi viaje a aquel lugar, la confianza que había depositado en él desde que había irrumpido en mi vida era una confianza ciega.
– Nunca me has dejado otra alternativa que confiar en ti.
Sonrió, satisfecho. Y besó mis labios.
Caminamos hacia las tranquilas aguas sin deshacer la unión de nuestras manos. Loki se tumbó cuando encontró un pequeño claro para hacerlo e imité sus movimientos, sin dejar de observarlo. Tenía la sensación de que el agua, casi traslúcido, proyectaba un brillo especial sobre su rostro, haciéndolo más bello pero también más delicado. Más pálido. Más frágil, como últimamente solía verlo.
A veces, no podía evitar preguntarme quién hubiera cuidado de él si yo no lo hubiera hecho. Quién lo hubiera protegido de sus propios temores, de todas sus dudas, de las incertidumbres a las que parecía someterse a sí mismo de forma constante desde hacía un tiempo, como si nada fuera verdaderamente seguro para él. Ni siquiera su propia existencia.
Apoyé la cabeza sobre su hombro.
– Me gustaría quedarme aquí una vida entera –musité, rompiendo el silencio.
– Lo sé, a mí también.
Me instó a levantar la cabeza y rompió nuestra posición con el cuidado con el que siempre actuaba cuando se trataba de nosotros. Giró sobre sí mismo hasta que quedó prácticamente de espaldas a mí y se tumbó hacia atrás, apoyando la cabeza en mi vientre. Sonreí al acariciar su cabello.
– ¿Cómo me has traído hasta aquí?
– Hay muchos caminos para salir de Asgard sin ser visto –respondió, restándole importancia a un asunto que sería considerado como grave por muchos.
Aguanté la respiración y clavé mi vista en el lago. Me preocupaba su seguridad. Me preocupaba la poca estima que aparentaba tener por su propia seguridad. Me preocupaba su despreocupación. Me preocupaba que perdiera el control y se dejase llevar por todo cuanto podía hacer.
– ¿Yo podría encontrar esos caminos?
– Me temo que, pese a ser tan brillante como eres, no conseguirías hacerlo.
Confirmó los temores que yo misma guardaba y mi mano derecha descendió hasta su frente.
– ¿Cuántas veces has hecho esto?
– Varias veces.
– ¿Hay alguien que lo sepa?
– Tú, ahora.
– ¿Ni siquiera Thor lo sabe?
– Muchos menos Thor –rompió a reír–. No lo permitiría. Nunca permite que haga nada.
– No digas eso.
Fue una protesta leve, adecuada a la situación en la que me había demostrado encontrarse. Se sentía, de alguna manera, dolido. Casi traicionado. Y me dolía su dolor. Me dolía que hubiera olvidado cómo valorarse a sí mismo. Me dolía que vivir a la sombra de otra persona le impidiera llegar a ser todo cuanto podía ser. Me dolía que hubiera empezado a sentirse fuera de lugar. Y, aun más, me dolía que eso siempre hubiera sido así.
– ¿Por qué los buscaste?
Alzó sus ojos hasta que se encontró con los míos.
– ¿El qué?
– Los caminos. Los caminos para abandonar Asgard sin ser visto –aclaré.
Como si se avergonzara de ello, retiró su mirada de mí.
– A veces, necesito alejarme de Asgard –suspiró y entrelazó las manos sobre su pecho. Para mi sorpresa, en aquel momento de reflexión, volvió a mirarme–. Y, a veces, prefiero hacerlo contigo. Por eso te he traído. No quiero que haya secretos entre nosotros.
Fue difícil sonreír pero acabé haciéndolo. Siempre podría escapar conmigo. Siempre podría encontrar en mí un hogar que parecía haber perdido pero prefería que convirtiese en prioridad recuperar ese hogar, mucho más que construir uno nuevo.
– Esto es peligroso.
– No lo es para mí.
– No quiero que vuelvas a hacerlo, Loki. Es peligroso, puede pasarte algo y ni siquiera sabremos dónde, cómo o cuándo ha sucedido. No podremos hacer nada por ti si escapas de nosotros –me observó con interés, con los ojos brillantes–. Prométeme que no lo volverás a hacer –ante su silencio, me revolví con inquietud–. Loki.
Se incorporó pero no se alejó de mí. Nuestros rostros quedaron cerca.
– No puedo prometerte esto.
– Oh.
– Pero puedo prometerte que no me pasará nada malo.
Trazó círculos con las yemas de sus dedos en mis mejillas antes de sostener mi cara para besarme. Quise detenerlo pero su arrebato era m��s grande que mi fuerza de voluntad así que esperé a que él mismo decidiera separarse de mí.
– Loki, esto es precioso –susurré–, pero tenemos que irnos.
Una oleada de decepción recorrió su expresión y por un instante me odié a mí misma. Sentía que era la única persona que nunca lo había decepcionado verdaderamente. No quería fallarle.
Y él era tan frágil. Desde hacía tiempo, desde que Odín había anunciado a Thor como su heredero, sentía como si Loki fuera a desaparecer en cualquier momento. Sentía que un pestañeo ya no estaría conmigo. Sentía que todo ese dolor que llevaba dentro con la mayor de las solemnidades acabaría por tener graves consecuencias. Ese dolor, razonable o no, lógico o no, se había convertido en su demonio personal. Y ese demonio le había convertido a él en alguien frágil.
Apoyé las manos sobre su pecho y lo empujé con fuerza hasta que conseguí tumbarlo de espaldas. Me coloqué sobre él y me observó con asombro.
– Te quiero –su expresión varió hasta la más pura y sincera de las adoraciones–. Y no quiero que te pase nada. Prométeme que no volverás a hacer esto –suspiró–. Loki, por favor –suspiró, más aún–. Prométemelo.
– Te lo prometo.
Me mordí el labio inferior.
– No me gusta que me mientas –pese a mi súplica, rompió a reír–. Loki, por favor.
– No tienes que preocuparte.
– Siempre me preocupo por ti.
Se incorporó y me rodeó con sus brazos. Nos miramos fijamente durante unos instantes. Advertí en sus ojos la misma adoración que había visto instantes antes, la misma adoración que yo misma mostraba hacia él.
– Y por eso precisamente nunca permitiría que me ocurriese nada.
Lo observé como quien observa a alguien al que está a punto de perder.
Me pregunté si siempre sería así. Me pregunté si esos miedos, esas dudas, esas incertidumbres y esos demonios que parecían haberse apoderado de él acabarían por destruirnos. Y lo abracé con fuerza, como quien abraza a alguien al que se niega a perder.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Steve Rogers
Paz
Desde que despertó, la vida de Steve se había desarrollado en un continuo movimiento y lejos de la normalidad con la que algún día había soñado. Acostumbrado en cierto modo a todos aquellos cambios, a un mundo diferente, había aprendido a buscar esa normalidad en los pequeños detalles.
Quizá por eso acudía cada mañana, desde hacía varias semanas, a aquella pequeña cafetería, porque había una cierta normalidad en esa costumbre, en ese hábito, en esa rutina. Y eso le convertía en una persona normal; fuera de su tiempo, pero normal.
Le gustaba. Le gustaba sentirse cómodo en un lugar que ya conocía. Le gustaba sentirse cómodo en un lugar completamente alejado de SHIELD. Le gustaba la paz que respiraba en su mesa de siempre, rodeado de rostros que ya podía reconocer y al margen del movimiento de la ciudad, el mismo que había mecido los últimos acontecimientos de su vida. Había aprendido a respirar paz en esa cafetería.
Las grandes cristaleras ofrecían unas vistas singulares: dos calles perpendiculares abarrotadas de coches, de circulación, de prisas. Steve se sentía fuera de todo aquello y también le gustaba esa sensación; la sensación de quedar, de vez en cuando, fuera del centro de atención.
Y también le gustaban los ojos que le recibían cada mañana.
Alzó la vista cuando la figura de ella se situó a su lado, como cada día. Los mismos labios finos que pretendían dibujar una sonrisa educada y esa mirada tímida que parecía estar gritándole que en ella terminaría de encontrar la paz que le faltaba.
No habían intercambiado demasiadas palabras. Habían hablado del tiempo, un par de veces; del ajetreo de la ciudad, sólo una. De superhéroes, brevemente. Su mirada tímida, que anunciaba una persona reservada, y la inseguridad de Steve a la hora de iniciar una conversación, uno de esos aspectos en los que se sentía desubicado, habían impedido más momentos.
Tampoco había mucho que supiera de ella. Su padre era el dueño de aquella cafetería y parecía estar terminando los estudios. Sí sabía que era más mayor de lo que aparentaba y que tenía una gran sensibilidad con los animales. Sabía que era pensativa y tranquila. Observaba a cada persona antes de atenderla, como si estuviera dispuesta a conocer a cada cliente para así ofrecerle un mejor trato. Y sabía que, en cierto modo, luchando con su vergüenza, ella también buscaba su mirada desde hacía tiempo.
Steve sonrió y se irguió en la silla, preguntándose si aquel sería el día en que por fin se atrevería a verse a sí mismo como algo más que un bicho raro en un mundo que no conocía; como algo más que un instrumento al servicio de una misión. Se preguntó si sería capaz de alejarse de los fantasmas, de aceptar que no podía hacer regresar el pasado y que el presente podía estar a su lado.
O no. Podía no estarlo. Pero... ¿cómo iba a estar seguro sin atreverse a comprobarlo?
– ¿Lo de siempre? –Preguntó ella, tras ofrecer el saludo inicial.
Steve asintió, sin poder decir nada. Carraspeó y se sintió estúpido. Apoyó ambos codos sobre la mesa y cubrió con sus manos entrelazadas la parte inferior de su rostro. Dirigió una breve mirada a un señor de avanzada edad que le propinó un empujón sin intención al pasar tras su asiento; se disculpó con la mano y Steve volvió a asentir, absorto en sus pensamientos. Con la mirada fija en las calles que se cruzaban delante de él, en los coches que iban y venían, en las personas que cruzaban los pasos de peatones con el teléfono en la mano, paseando a su perro, conversando al lado de alguien o desayunando con prisa.
– Es reconfortante, ¿verdad?
La voz de ella le sacó de sus pensamientos. Depositó la taza sobre la mesa, con el cuidado que acostumbraba, y acompañó el café con dos tostadas y un par de servilletas. Se miraron durante unos segundos, hasta que ella se retiró ligeramente.
– Verse lejos de todo el ruido –añadió, a modo de explicación–. A veces, es reconfortante.
Sonrió y Steve la observó asombrado.
Ante el silencio de él, ella bajó la cabeza y con su siguiente movimiento dejó constancia de su marcha. Volvía a alejarse de él. Y entonces... ¿qué?
En un impulso, Steve sostuvo su mano y la obligó a quedarse. Se arrepintió por un gesto impropio de él pero, al mismo tiempo, ocultó una sonrisa de satisfacción. Quizá fuera el impulso que necesitaba.
Ella lo miró boquiabierta pero no había enfado o malestar en su rostro.
– Lo siento –soltó su mano pero no dejaron de mirarse–. Es reconfortante –reafirmó sus anteriores palabras–. No pensaba que... nadie más pudiera encontrar la misma paz que yo en algo tan...
– ¿Poco pacífico?
Se sonrojó al dirigirse a él de nuevo. A Steve le pareció el gesto más adorable que había visto en las últimas décadas. Fue suficiente.
– Me preguntaba si... –se llevó una mano al cuello, nervioso–. Si no estás muy ocupada quizá... quieras sentarte conmigo y... disfrutar de un instante de paz.
Los ojos de ella chispearon al sonreír y asintió, despacio, aceptando su propuesta.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Clint Barton
Un mal día
No había sido un buen día para Clint Barton.
Condujo a gran velocidad, aparcó esforzarse demasiado en ello y se recostó en el asiento. No había sido un buen día y lo último que quería era que le hiciesen esperar incluso aunque por ella fuera capaz de esperar milenios enteros. Apoyó el brazo izquierdo en la ventana y movió el volante, distraído. Su mal humor convirtió los siguientes minutos en eternos.
Por fin, ella entró en el vehículo. Lo hizo con la sonrisa de siempre, con los mismos ojos llenos de historias y emociones, con la energía con la que vivía cada día. Se abalanzó sobre él y besó sus labios brevemente. Susurró un pequeño “gracias” y se acomodó en el asiento del copiloto, lamentando que su vehículo siguiera estropeado y, al mismo tiempo, agradeciendo que eso fuera así. Le gustaba que Clint fuera la primera persona que viera al salir del trabajo.
No tardó en entender que había sido un mal día para él. Pese a su insistencia, no consiguió arrancarle demasiadas palabras en los minutos siguientes, mientras recorrían las ajetreadas calles de una ciudad que realmente nunca dormía, en dirección a la casa que compartían desde hacía meses.
Para situaciones como aquella, en las que Clint estaba especialmente sombrío, había aprendido a desarrollar dos tácticas diferentes. La primera, puesta en práctica hasta el momento en que entendió que no sería suficiente, consistía precisamente en hacer que él desterrase los problemas de sus pensamientos con distracciones en forma de rápidas conversaciones y gestos de cariño.
Mantuvo su mano izquierda sobre la pierna de él, pero cambió de táctica. Pasó a la segunda: descubrir qué había sucedido. Se colocó en la esquina del asiento, girándose ligeramente hasta quedar más cerca de él, y su voz adoptó un tono dulce.
– ¿Qué te pasa? –Preguntó, acariciando su cuello.
Clint la miró durante un momento.
– Nada.
– No me mientas, prefiero que me digas que no te apetece hablar.
Soltó un amago de risa.
– No me apetece hablar.
Se inclinó hacia él, con cuidado de no dificultar su conducción, y besó su cuello. También un extremo de su rostro.
– Seguro que puedo hacerte cambiar de opinión.
– Estate quieta, anda, estás distrayéndome –se esforzó por alcanzar sus labios pero Clint se apartó–. Estoy conduciendo.
– Odio verte así –murmuró, rozándole el cuello con la nariz.
Clint la apartó con un movimiento un tanto y le dirigió una mirada casi hostil.
– Entonces no me mires.
Ella se mordió el labio, con rabia. Podría haber dicho muchas cosas pero prefirió no decir nada. Recuperó la posición inicial y dedicó el resto del trayecto a mirar por la ventana.
Clint era, entre otras muchas cosas, transparente. En cada movimiento, en todas sus palabras, era fácil apreciar su alegría, su tristeza, su enfado, su arrepentimiento, su ira o su nerviosismo. Sus años como agente podían haberle valido para controlar todo aquello en cualquier misión pero cuando se trataba de ambos, cuando se trataba del terreno personal, era transparente. Como el agua. Un mal día en SHIELD tenía sus consecuencias, siempre. Y aquel parecía haber sido un mal día. Por suerte, estaba acostumbrada a soportar estoicamente ese tipo de situaciones porque todo lo que había entre ambos, todo lo que siempre había habido, compensaba con mucho los malos momentos. Los malos días.
Además, ella ni siquiera podía imaginar lo que era tener un mal día en el trabajo cuando ese trabajo consistía en salvar la vida de las personas. No podía ni siquiera imaginar lo que llegaba a sentir Clint, a lo que se enfrentaba a diario. Por eso, lo respetaba, lo admiraba y trataba de comprenderlo en cada momento. También en situaciones como aquella.
Decidió dejarle a solas con sus emociones y se encerró en el pequeño estudio en el que habían convertido una de las habitaciones del apartamento. Clint, en cambio, se sentó en el sofá.
Se cubrió el rostro con ambas manos y dejó que corrieran los minutos. Su mal humor seguía estando presente pero había quedado enterrado bajo una capa de arrepentimiento, impotencia y frustración. Detestaba pagar con ella lo que de forma incontrolable sucedía en él en días como aquel. No sabía cómo frenarlo y también detestaba no encontrar la manera. Y temía acabar perdiéndola.
Se levantó del sofá una hora después. Caminó en círculos por el amplio salón hasta que decidió ir a buscarla. No sabía qué decir porque cualquier disculpa era insuficiente pero cualquier disculpa insuficiente era mejor que el silencio que estaba guardando.
Entró en el estudio despacio, sigilosamente. Ella estaba sentada frente al ordenador, de espaldas a la puerta. No supo si no había advertido su presencia o si estaba ignorándolo deliberadamente. Tecleaba con rapidez. Se acercó a ella con cierta vergüenza pero acabó por rodear su cuello con un brazo, incapaz de contener más tiempo el perdón que ardía en su garganta. Besó su pelo, con cuidado.
– Lo siento –susurró Clint.
Ella sonrió y apoyó una mano en el brazo protector que aún la rodeaba. Clint se acuclilló a su izquierda y la observó con unos ojos azules llenos de arrepentimiento. Transparente de nuevo.
– Lo siento mucho.
– Eres un cascarrabias –comentó, con media sonrisa.
– Lo sé. Lo siento. Lo siento mucho.
Dejó caer la cabeza sobre las piernas de ella, que acarició su cabello de inmediato. Clint murmuró un nuevo “lo siento” que quedó amortiguado al estar su boca taponada. Cuando alzó la cabeza, comprobó que ella conservaba esa media sonrisa que tanto adoraba. Acarició el rostro de Clint, cubierto por pequeñas cicatrices.
– ¿Un mal día?
Clint asintió.
– No quiero pagarlo contigo y siempre acabo haciéndolo.
– Suele ser así, ¿no? Pagamos los malos días con las personas que más cerca tenemos.
Como si curase o consolase a un niño pequeño, pasó la mano por la frente de Clint y apartó un par de mechones que caían por ella. Después, volvió a acariciar el conjunto de su rostro.
– Siempre he sabido que no te merezco –susurró él–. Me da miedo que llegue el día en que seas tú quien te des cuenta de ello.
Se mordió el labio. Ese día no iba a llegar porque, simplemente, aquello no era verdad.
– Eres un estúpido.
Lo empujó con fuerza y se tiró encima de él hasta caer sobre su pecho. Clint frenó lo que podía haber sido una caída haciendo uso de sus reflejos: apoyó ambas manos sobre el suelo, se sentó en él y los contuvo a ambos.
Después de revolverse durante unos segundos, ella quedó sentada sobre sus piernas. Y lo besó.
– Lo que no te mereces es tu súper nombre. ¿Ojo de Halcón? A veces estás ciego –detuvo su risa con otro beso, más largo–. No dejas de merecerme sólo por tener un mal día.
– Son demasiados días malos. ¿Te compensa?
– Sí –respondió, con rapidez. Sin dudar–. Sí –otro beso. Mucho más largo y cargado de intenciones–. ¿Quieres hablar? –Preguntó, con coqueteo.
Clint alzó las cejas y movió la cabeza de un lado a otro. La abrazó con fuerza y miró sus labios.
– No, ni mucho menos.
Ella rió. Y volvió a besarlo.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Tony Stark
Caer
– ¿Chicos? –Reanudé las comunicaciones, buscando apoyo–. Estoy en el edificio central, en la última planta. Tengo que buscar una salida. Esto va a explotar.
– ¿Cómo piensa hacerlo?
Escuchar la voz de Steve, después de unos minutos en completo aislamiento, fue tranquilizador, pero hubiera esperado otro tipo de respuesta. Una solución. Un plan de rescate. Estaba en la última planta de un edificio de más de 70 metros de altura que iba a reducirse a cenizas en los próximos minutos. Necesitaba esa solución y ese plan de rescate. O tendría que rescatarme a mí misma.
Ascendí las escaleras que conducían a la azotea. Hacía tiempo que el corazón no me latía a una velocidad similar. Estaba alterada, aún conmocionada por los intensos momentos que había vivido y casi asustada. Casi. Quizá fue la mezcla de emociones tan intensas lo que me hizo tomar una decisión complicada.
– Estoy en la azotea. Voy a saltar –afirmé, una vez que tomé posición.
– No.
Fueron varias voces las que respondieron al unísono. Calculaba que eran siete los metros que me separaban del extremo de aquel edificio por el que pretendía precipitarme al vacío. La decisión estaba tomada, pero no era una solución demasiado buena y necesitaba más que nunca un plan de rescate. Sabía quién podía ofrecérmelo y me preparé para ello.
– Estoy en la parte norte del edificio. Voy a saltar –repetí–. ¿Tony?
– No –contestó, de inmediato–. Es peligroso. No estoy seguro de poder llegar. Estoy a unos cuantos metros. Y un poco ocupado –añadió, probablemente después de asestar un nuevo golpe.
Aquella misión se había complicado y no éramos suficientes. Nos habría venido bien el ojo de Clint y la precisión de Natasha pero ambos estaban fuera de país. ¿Cómo una misión en la que estaban al mando Iron Man y Capitán América podía complicarse? Era una pregunta de difícil respuesta. Y era una pregunta que me situaba en aquella azotea.
– Tengo que salir de aquí. Tony, ¿recuerdas que el otro día dije que te confiaría mi vida? No mentía. Voy a saltar. Cógeme.
– ¡No! No. No. ¡No!
Retrocedí hasta chocar contra el muro de hormigón situado a mis espaldas, preparada para tomar impulso. Era eso o morir calcinada. Y confiaba en Tony. Tomé aire.
– Confío en ti –aseguré, ignorando las voces de alarma–. Confío en ti. Voy a saltar –apreté los puños e inicié la carrera–. ¡Confío en ti!
Caer fue más fácil que correr. Sólo caía. Caía y caía. Cerré los ojos. Seguía descendiendo. Durante un instante, imaginé que Tony no llegaba.
Pero llegó. Claro que llegó. Sentí cómo me apresaban con fuerza y volví a ascender, aún sin atreverme a abrir los ojos. No supe decir cuánto tiempo había estado en el aire cuando volví a poner ambos pies en tierra firme, pero tuve que agarrarme a su flamante traje para no caer. Otra vez.
– Gracias –susurré, aún sin aliento.
No obtuve una respuesta ingeniosa, fanfarrona, tan típica de él. No obtuve ningún tipo de respuesta.
Tony dejó su rostro al descubierto. Y era un rostro enfadado. Tenía la mandíbula apretada, ligeramente ladeada hacia la izquierda. Dio un paso adelante y yo quise dar uno hacia atrás. Nunca me había asustado Tony Stark pero siempre suele haber una primera vez para todo.
– ¿¡Has perdido la cabeza!? –Exclamó, haciendo evidente su enfado–. ¿¡Has perdido la cabeza!? ¿Y si no hubiera llegado? ¡Estarías muerta!
– Sabía que llegarías –me excusé, sin apenas fuerza.
Frunció los labios y desvió su mirada hacia la derecha, mientras Steve insistía en la necesidad de que volviéramos al lugar donde estaba la acción. Me rocé el oído derecho, de donde provenía la súplica del Capitán, esperando que Tony dijese algo más.
– Sabía que llegarías –repetí.
– No, ¡no lo sabías! ¡Y yo tampoco!
Era la primera vez que escuchaba cómo levantaba la voz a alguien. Sus enfados, poco frecuentes, eran enfados tranquilos. Enfados que solían manifestar mediante comentarios incisivos y miradas de reproche. Aquello era algo más.
– Ha sido una locura. ¡Ha sido una maldita locura! ¡Y muy irresponsable por tu parte!
– Tony...
– ¡Qué!
Y entonces lo entendí. Estaba asustado. Escondí una sonrisa que sólo hubiera empeorado la situación, pero volví a acercarme a él. En las últimas semanas, habíamos estado más cerca que nunca. Me había prometido a mí misma no caer en sus encantos, consciente de que sólo saldría malparada, y él parecía haberse prometido a sí mismo colmarme con toda clase de atenciones hasta que finalmente cayera rendida ante él.
– No me mires de esa manera –me apuntó con la mano izquierda, produciendo un sonido metálico–. Has sido una irresponsable qu...
Callé sus palabras con un beso. Apoyé las manos en ambos lados de su rostro y Tony me rodeó con las suyas de inmediato, con un cuidado que advertí de inmediato. No fue un beso duradero porque las circunstancias no permitían que así fuera pero le regalé otro una vez que no separamos.
– ¿Te has asustado? –Pregunté.
– Sí.
Sonreí, en esa ocasión sin miedo.
– ¿Estás más tranquilo ahora?
Soltó una gran cantidad de aire, mirando hacia otro lado. No necesité recibir una respuesta: cuando volvió a posar sus ojos en mí, se había desvanecido toda clase de enfado. Estaba tranquilo. Casi relajado. Como si hubiera olvidado por unos instantes que un edificio entero iba a explotar, que Steve seguía necesitando nuestra ayuda y que esa misión podía acabar en desastre.
– Me va a costar perdonarte esto.
Reí ligeramente.
– Veré que puedo hacer.
Volví a besarlo y me agarró para ya no soltarme.
– Vamos a ayudar al viejo –su rostro volvió a quedar oculto y besé, divertida, la parte inferior del metal que cubría su cara–. Agárrate.
– No me sueltes.
El edificio del que había escapado minutos antes se derrumbó mientras nosotros alzábamos el vuelo.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Brutasha
Búsqueda
Después de lo sucedido en Sokovia, Natasha lo buscó. Lo buscó en todas partes. Lo buscó de mil maneras diferentes. Lo buscó pese a no tener claro si eso era lo que debía hacer. Lo buscó porque se había marchado sin ella. Y ese no era el trato.
Lo buscó, al principio, con esperanza. Después, lo buscó sin ella. Habían perdido su pista y todo parecía indicar que no volverían a encontrarla, a encontrarle a él, a menos que él quisiera ser encontrado. Pero rendirse no estaba en la naturaleza de Natasha. Así que siguió buscando.
Siguió buscando, sobre todo, porque se había preguntado una y mil veces cómo habría actuado él en su lugar y sabía que estaba haciendo exactamente lo que Bruce Banner habría hecho. Él no la habría abandonado, incluso aunque se hubiera marchado sin dar explicaciones. No la habría abandonado, incluso en el caso de no entender su decisión. No la habría abandonado, incluso aunque hubiera incumplido con ese trato que ambos habían establecido. Bruce no la habría abandonado. Y ella no iba a abandonarlo a él pese a que eran muchas las voces que aseguraban que se trataba de una huida voluntaria. Volvería por su cuenta en el caso de querer hacerlo. Nadie se planteaba la posibilidad de que le hubiera sucedido algo. ¿A Bruce Banner? No. Todos parecían tenerlo claro: se había marchado por voluntad propia.
Natasha no los escuchaba. No quería hacerlo. No iba a resguardarse en afirmaciones en las que no creía. ¿Marcharse por voluntad propia? ¿Bruce Banner? No. ¿Abandonarla? No. No podía haber hecho eso. No podía, no después de todo.
Con esperanza o sin ella; con miedo o sin él; con fuerzas o sin ellas... no iba a abandonarlo. Incluso aunque tuviera que estar buscándolo una vida entera.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Steve Rogers
Clásico
Steve volvió a suspirar, planteándose si aquello era una mala idea. El Steve que había sido (muchos) años atrás no habría tenido dudas acerca de si esa sorpresa podría tener un final feliz pero, al fin y al cabo, el Steve que había sido años atrás desapareció cuando se hundió en el hielo. Así que tenía dudas, incluso aunque no supiera hasta qué punto podía ser significativa esa sorpresa.
En realidad, había poco que supiera realmente sobre las relaciones del siglo en el que vivía. Todo parecía haber cambiado en un rápido parpadeo y él, como de costumbre, estaba perdido.
El temor a dejarse llevar de forma excesiva por esos pensamientos se perdió cuando ella apareció. Contuvo el aliento unos segundos, hasta que advirtió que no iba sola. La media sonrisa se desdibujó en su rostro; hubiera sido posible captar en un par de fotogramas el paso de la ansiedad característica de quien está a punto de atrapar un momento deseado a la desilusión más grande de quien siente que ese momento se rompe.
Bajó la cabeza, todo parecía haberse nublado. ¿Es que ella estaba viendo a dos personas al mismo tiempo? ¿Sólo se trataba del hombre que le acompañaba, mientras reían, y del propio Steve o había alguien más en su vida? Antes de hundirse en el hielo, aquello era diferente. Uno se enamoraba y punto. Se enamoraba y quería pasar el resto de su vida al lado de esa persona. Y punto.
¿Estaba él enamorado? ¿De qué otra forma sino podía dolerle tanto esa imagen?
– ¡Steve! –La voz dulce de ella empapó el ambiente y alzó el rostro; tenía la cabeza ladeada y una extraña confusión inscrita en su expresión–. ¿Qué haces aquí?
– Eh... yo... quería darte una sorpresa.
Podía haberse escudado en cualquier cosa pero había viajado durante ocho horas y media para estar junto a ella y consideraba justo que lo supiera. Incluso aunque aquella información no fuera de su agrado, incluso aunque ni siquiera supiera valorarla, él era un hombre sincero.
– Me encantan las sorpresas –su amplia sonrisa le disuadió, además, de disculparse.
Giró ligeramente hacia el hombre, unos centímetros más alto que ella, y apoyó una mano en su brazo. Steve apartó la mirada cuando se fundieron en un pequeño abrazo.
– Cuídate, ¿vale? Espero verte pronto.
Unas cuantas palabras de despedida fueron todo cuanto intercambiaron antes de que la joven volviera a posar su mirada en el hombre que esperaba por ella en la puerta de su casa, después de que una gran nevada sepultara buena parte de las calles de Nueva York.
– Vamos, subamos a casa. ¿No tienes frío?
No recibió respuesta. Steve se limitó a seguirla hacia el portal, subió las escaleras hasta un primer piso que ya conocía bien y entró en su apartamento cuando ella hizo lo mismo.
Llevaban casi dos semanas sin verse. Steve había tenido que marcharse de la ciudad y ella, aunque preocupada, había esperado pacientemente su regreso; regreso que, en principio, no iba a tener lugar hasta días más tarde. Su papel como Capitán América le reportaba tantas alegrías como intranquilidades; tantos momentos de orgullo como de temor. Había sopesado muchas veces la idea de dejarle ir y continuar con la vida que tenía antes de que él apareciese, de pronto, una tarde de verano. Pero entonces recordaba todo lo que habían vivido, la forma en que cuidaba de ella, su manera de mirarla y la magnífica sensación de sentirse querida en sus brazos y entendía que podía con las intranquilidades y los temores. Al menos, podría hacerlo tanto tiempo como sus reencuentros, siempre cálidos, como aquella tarde de verano, le permitieran soportar otra de sus despedidas.
Sin embargo, en ese cuarto, en esos momentos, no era calidez lo que se respiraba. Steve, apoyado sobre la gran mesa de madera, esperaba a que ella se deshiciese de su abrigo. No sabía qué decir. No sabía qué debía deducir de un paseo del brazo de otro hombre. No sabía qué preguntar ni sabía si debía increpar. No sabía los derechos que le otorgaban una relación que no habían formalizado porque realmente para él nunca había sido necesario formalizarla. Era la primera mujer que le importaba en décadas. Décadas. Eso era suficiente.
– ¿Quieres que te enseñe mi nueva adquisición? –Preguntó ella, con su jovialidad habitual, señalando la estantería donde guardaba una buena parte de su colección de libros–. O, mejor aún, ¿por qué no me recuerdas cómo era recibir uno de tus abrazos?
Steve, cruzado de brazos, sonrió. Esa sonrisa fue suficiente para que ella entendiera que algo iba mal. Era un hombre algo reservado, normalmente tranquilo y efusivo sólo en momentos determinados, pero su silencio parecía gritar que había problemas.
– ¿Qué ocurre? –Cuestionó, acercándose a él.
– Es sólo que... –Bajó la mirada, sin saber cómo empezar–. Nunca hasta ahora había pensado en la posibilidad de que tú...
Despegó su cuerpo de la mesa y se dirigió al sofá, nervioso. Ella, por supuesto, lo siguió. Lo hubiera seguido al fin del mundo si se lo hubiera pedido.
Se sentó juntó a él, aún con la mirada gacha, y esperó a que continuase.
– Para mí es algo natural. Es un pensamiento con el que crecí, pero entiendo que las cosas hayan cambiado –le dirigió una rápida mirada–. Quizá haya sido estúpido por no darme cuenta hasta ahora.
– Steve, no sé de qué hablas –posó la mano derecha sobre su barbilla y giró su rostro hasta que ambos se miraron–. ¿Puedes ser un poco más claro, por favor?
Asintió.
– ¿Hay otros hombres en tu vida?
Un impulsó la llevó a reír pero, dada la seriedad que él mostraba, frunció sus labios de nuevo. Examinó sus ojos azules, buscando el temor que intuía en ellos. Sólo respondió una vez que lo encontró y la asustó a ella también. ¿Eso pensaba? Después de tanto tiempo, ¿no había sido capaz de ver que todos sus pensamientos, todos sus sentimientos, llevaban su nombre?
– Steve... por supuesto que no.
Intentó disimular el alivio contenido en la bocanada de aire que salió de él pero fue incapaz.
– ¿Y ese hombr...?
– ¿La persona que me acompañaba? ¿Por eso lo preguntas? –Acarició su mejilla derecha, la más cercana a ella, y sonrió–. Sólo es un amigo. Llevábamos un tiempo sin vernos. Es un amigo, nada más.
Asintió.
– Temía que estuviera haciéndome unas ideas equivocadas sobre...
– ¿Sobre lo nuestro? –Volvió a afirmar con un movimiento de cabeza–. ¿Y qué ideas tienes?
– Tú... me importas. Consideraba casi imposible decirle esto de nuevo a alguien pero... realmente me importas –el temor de sus ojos se trasladó a su voz–. No sé cómo se hacen estas cosas hoy en día.
Se cubrió el rostro con ambas manos; acto seguido, las paso por su cabello, en un gesto de desesperación, casi vergüenza. Ella posó una mano en su nuca, consiguiendo de esa manera captar otra vez su entera atención.
– Normalmente, se tienen conversaciones de este estilo. Vas bien encaminado.
Steve sonrió.
– ¿Cuál es el siguiente paso?
– Podemos ahorrarnos la declaración de amor –bromeó.
– Si quieres, te la ofrezco.
Besó sus labios de inmediato.
– ¿Eso es lo que quieres? –Preguntó, en forma de susurro–. ¿Que hagamos oficial nuestra relación?
– Creo que sí.
– ¿Crees?
– Sí –rectificó–. Lo quiero. ¿Suena demasiado clásico?
– Suena perfecto. Pero, en realidad, no lo necesitaba. Quiero decir, desde que te conocí ni siquiera he sido capaz de mirar a otros hombres –se apoyó en el recoveco que existía entre su cuello y el inicio de su brazo y Steve besó su frente–. Guarda tus celos para cuando Tony no te elija como compañero de sus aventuras, Capitán. Conmigo no tienes que sentirlos. Soy tuya.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Thor
Nunca más
Dobló la esquina con tanta velocidad como fue capaz pese a temer resbalar y golpearse contra la pared, contra el suelo, contra cualquier obstáculo que, con toda probabilidad dadas las circunstancias y su gran predisposición a complicarlo todo más aún, aparecería ante ella. Sin embargo, quien apareció fue Thor. Se detuvo en seco, sin miedo. Estaba a salvo. No importaba quién estuviera tras ella mientras fuera él quien estaba delante.
Le dirigió una rápida mirada que entendió de inmediato: debía apartarse, él iba a actuar. Antes de que pudiese darse cuenta, los tres hombres que habían intentado darle caza estaban tendidos sobre el suelo. Thor esperó, sin demasiada paciencia. Debía cerciorarse de que habían quedado inconscientes antes de darlos definitivamente la espalda. Cuando comprobó que así era, se dirigió con una velocidad extrema hacia ella. La observó como siempre la observaba, a poca distancia, reconociendo en aquellos ojos a su problemática, despistada y siempre adorable humana.
– ¿Te diviertes?
– Son ellos los que me obligan a tener problemas –se defendió, señalándolos con un movimiento de cabeza–. No hubiera sido robo si no tuvieran algo que no les pertenece –Thor negó con la cabeza; era inútil discutir con ella–. Además, si meterme en problemas significa una visita tuya... seguiré poniéndolo en práctica.
En esa ocasión, él sonrió con sinceridad. Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que había topado con ella y la fuerza de su carácter había aumentado a medida que la relación entre ambos mejoraba. Thor sentía una ferviente fascinación por ella. No era exactamente una científica, no era exactamente una buscadora de noticias que pasaba a comunicar a más velocidad de la que él podía moverse, no era exactamente una enfermera que dedicaba su vida a los pacientes... era, más o menos, todo aquello al mismo tiempo. Y algo más.
Había aprendido a confiar ciegamente en ella; por varias razones, pero quizá la principal fuera que ella también había demostrado tener una confianza ciega en él. Sentía que sólo podía devolverle aquella fe con más fe. Con seguridad. Con lealtad. Y con protección.
Siempre estaba observándola, no importaba los mundos de distancia que existieran entre ellos. Ella no solía dar más de tres pasos sin que Thor se cerciorase de que seguía segura, sana y salva. No sabía hasta qué punto esa actitud podía ser considerada sobre-protectora pero no soportaba la idea de perder a su joven mortal; incluso aunque ni siquiera fuera suya.
– Tienes que tener más cuidado –reprendió, pese a usar un suave tono de voz.
– ¿Cómo voy a tener cuidado si lo que pretendo es llamar la atención de mi querido Rey de Asgard?
Su réplica estaba llena de significado; algo que ambos, por supuesto, ignoraron deliberadamente. Estaban acostumbrados. Hacía tiempo que habían enterrado sus sentimientos donde nadie, salvo ellos mismos, tenía acceso a ellos. Thor no podía permitirse aquello; no podía permitirse sucumbir a un deseo que podía arrastrarlos a los dos. No podía ponerla en peligro. No podía correr con los riesgos; eran demasiados.
Y ella intuía todo aquello. Parecía leerlo en sus ojos cuando reinaba el silencio. Tal vez en sus manos cuando, de forma disimulada, buscaba un roce entre ambos. Lo sentía con cada despedida, más dura que la anterior. Los minutos que pasaban en compañía del otro eran cada vez menores, tal vez para hacer menor el dolor que traía consigo otro adiós.
– ¿Alguna vez vas a quedarte?
De pronto, ella se le antojó triste. Thor quiso cubrirse con la capa de indiferencia que en tantas ocasiones había utilizado pero parecía ser demasiado tarde.
– No puedo hacer eso –se limitó a decir.
– ¿Alguna vez me llevarás contigo?
Cambió la pregunta, pero no su expresión.
– ¿Eso... deseas?
Se encogió de hombros, como si la respuesta fuera demasiado evidente, o demasiado dolorosa, para dibujarla con palabras. Thor se aproximó a ella y, con mucha delicadeza, acarició su mejilla derecha. Momentáneamente, cerró los ojos.
– Nunca me han gustado las despedidas –explicó, en un susurro–. Pero no había comprendido cuánto dolían hasta que te conocí.
Por un momento, todo se congeló. Aquel instante, su respuesta, la expresión de ella y una reacción por parte de él que no llegó. Podía haberla besado, allí mismo. Podía haberla abrazado hasta perder la conciencia del tiempo. Podía haber prometido que volvería a ella. Pero no hizo nada.
Y ella se alejó.
– En fin, no te preocupes –dijo, al cabo de unos segundos, con cierta resignación–. Estaré bien. Sé apañármelas. Y en contra de lo que pareces pensar –añadió, con burla–, sé cuidar de mí misma.
Cuando retrocedió dos pasos, todo volvió a estar en movimiento para Thor y comprendió, entonces, que estaba perdiéndola de nuevo. Aunque su mirada seguía fija en él, su actitud, su rostro, incluso lo que transmitía, había cambiado.
– Espera –pidió, haciendo trizas la distancia entre ambos. Se agachó hasta que sus ojos quedaron frente a frente–. No puedo prometerte cuándo volveré, pero nunca dejaré de cuidar de ti. Nunca dejaré de... pensarte.
Y entonces fue ella quien lo besó a él, despreocupándose así por todo lo demás. Olvidando las dudas, los temores y las posibles negativas. Para ella, las cosas no se detenían cuando estaba a su lado, al contrario: todo iba más rápido. Su corazón, su pulso, el miedo a perderlo. No había tiempo que perder; ni había nada que perder. Y no podía contenerlo más.
– No quiero un adiós –afirmó ella, buscando su mirada–. Nunca más.
Thor pareció pensárselo. Había muchas cosas que discutir, otras tantas que decidir y demasiado miedo. Pero él tampoco podía contener todo lo que estaba sucediendo mucho más tiempo. Entonces, volvió a sonreír.
– Nunca más.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Tony Stark
Desastre
En los últimos meses, Tony había estado realmente ocupado escribiendo sus memorias. Más bien, conviviendo al lado de otra persona encargada de hacerlo. Le había parecido un buen momento para ello, una vez que todo estaba en calma. Salvo él. Él nunca estaba en calma.
Revoloteaba por el estudio de esa persona responsable de darle forma a la línea temporal de su vida mientras la observaba una y otra vez. Toqueteaba esto y aquello, intranquilo. Llevaba unos cuantos minutos tratando de empezar una conversación pero siempre se detenía, temiendo molestarla. Estaba concentrada. Le gustaba cuando ella estaba concentrada.
Había salido con muchas mujeres, había estado rodeado de mujeres toda su vida porque normalmente habían querido rodearse de él, pero nunca había estado tan cerca de alguien como ella. Hacía semanas había empezado a sopesar cuánta verdad podía haber en el tópico que afirmaba que los hombres como él solían enamorarse de las mujeres como ella. No estaba enamorado, claro que no, pero pensaba en ella. Y se preguntaba si ella pensaba en él lejos de esas cuatro paredes.
Las horas que había pasado a su lado, y habían sido muchas, le habían enseñado varias cosas. Y eso era sorprendente porque ni siquiera se había acercado a ella para aprender. Aquello, en principio, sólo iba a ser, en palabras de su buen amigo Bruce Banner, una piedra más que añadir al gran edificio que conformaba su gigantesco ego. Esa joven lo había construido mientras lo derrumbaba a base de indiferencia y un más que poco probable interés hacia él.
Tras su mesa de escritorio, se colocó las gafas y Tony dio media vuelta para acercarse a ella.
– Creo que ya está. Podemos afirmar que hemos terminado el penúltimo capítulo –alzó la vista–. Tranquilo, sé que querrás retocar, eliminar y añadir a tu antojo. Reservaremos un par de días para ello.
Avanzó hasta situarse frente a ella. Apoyó las manos sobre la mesa de madera y dio un par de golpecitos, indeciso.
– Te agradezco mucho esto que estás haciendo –aseguró, con una seriedad impropia en él–. Es difícil ordenar todos mis pensamientos.
– Es difícil ordenarte a ti, es lo que estamos haciendo –se incorporó con rapidez, con energía, como eran todos sus movimientos–. No estoy segura de que realmente hayas compartido tus pensamientos, ¿eres acaso consciente de ellos?
– Me encanta la imagen que te has formado de mí.
– Aham.
– Soy un desastre.
Rodeó la mesa hasta situarse a su lado. Su pelo castaño le caía por encima de los hombros, sin llegar a rebasarlos. Tenía dos grandes ojos marrones y una sonrisa muy expresiva.
– Lo eres.
– Lo soy. Y tú... –la señaló, obteniendo una mirada por su parte–. Tú has ordenado este desastre.
– Sólo el que me has mostrado. Estoy segura de que hay un desastre aún más grande que nunca llegaré a conocer.
– Sí, tienes razón. Creo que deberíamos salir.
La sugerencia de Tony la pilló tan desprevenida que tuvo que sujetarse al borde del escritorio para no caer rendida sobre el asiento. Frunció el ceño pero la expresión de él permaneció inmutable. Elevó unos milímetros su cabeza y pareció tomar aire; por lo demás, ni un solo gesto.
– ¿Qué? –Preguntó ella, al fin.
– Salir –los señaló a ambos, intermitentemente–. Tú. Yo. Ya sabes.
– No, no sé –respondió, confundida.
Tony suspiró.
– Salir. Una cita –ella abrió la boca, sorprendida–. Déjame invitarte a cenar y después te enseñaré todos los desastres que quieras.
La espontaneidad de aquel genio le hizo reír pero no aplacó su nerviosismo. ¿Tony estaba invitándola a salir? ¿Tony Stark? ¿Qué sentido tenía?
– Pero yo no soy una súper-modelo –observó, segundos más tarde–. No soy una súper-nada. Quedará un capítulo bastante feo en tus memorias.
– Por lo que me has demostrado hasta ahora, eres una súper-mujer. Es difícil aguantarme.
Ladeó la cabeza.
– En eso estamos de acuerdo.
– ¡Estupendo! Sal conmigo. Escribiremos un capítulo precioso –retrocedió dos pasos, sin dejar de mirarla–. Una cena. Te recogeré a las ocho.
Observó cómo se alejaba, con la seguridad que le caracterizaba.
– ¡Tony! –Protestó, aún indecisa. Se detuvo–. No he contestado.
– Claro que lo has hecho –sonrió, con la misma seguridad. Ella bajó la cabeza, entendiendo que no hacía falta dar una respuesta verbal, era demasiado evidente–. A las ocho. Te prometo que no habrá más desastres.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Bruce Banner
La suposición acertada
– Doctora, aquí tienes los resultados que me pediste.
– Oh, ¡muchas gracias! –Exclamó, con un entusiasmo en absoluto fingido–. Los estaba esperando. Gracias.
Bruce, situado a un lado de aquella escena, levantó la cabeza. La primera impresión que había tenido al toparse con ella en uno de los pasillos de aquella base había sido simple: era excesivamente joven para ejercer como doctora en un lugar como aquel. No hicieron falta más que unos cuantos días para que Bruce olvidase aquella impresión: era joven pero también era inteligente, amable, sorprendentemente risueña y con una delicadeza cercana a lo extremo. Era una persona que cualquier centro médico de cualquier país hubiera necesitado; una persona que, con tanta fortuna, había decidido permanecer en SHIELD.
– Me preguntaba si... bueno... ha sido un día largo –el joven muchacho que estaba frente a ella, aún con las manos extendidas, carraspeó–. Quizá querrías tomar algo y despejarte. Un rato. Después –añadió, a trompicones.
Bruce contuvo una pequeña risa mezcla de compasión y diversión, pero la joven permaneció en completa seriedad. Lo miró como miraba a todos los demás. No llegaba a ser lástima, podía encuadrarse dentro de una mirada tierna y, como la risa que él mismo había contenido, llena de compasión.
Bruce había sido su compañero más cercano desde hacía muchos meses y, por su posición privilegiada, había observado negativas de todo tipo por su parte. Se preguntaba qué excusa ofrecería en aquella ocasión.
– Oh, lo siento, estoy muy ocupada. Aún me queda trabajo por aquí –dibujó una perfecta mueca de tristeza y disculpa–. Muchas gracias.
Él asintió, evidentemente decepcionado. Esa amabilidad de la que siempre hacía gala y una perfecta simpatía podían dar indicio a confusiones; era probable que ese muchacho que apenas llevaba unas semanas en aquel lugar se hubiera sentido objeto de su atención. Nada más lejos de la realidad: ella se comportaba del mismo modo con todo el mundo. Ella hacía sentirse importante a todo el mundo.
La observó mientras volvía a sentarse y le dedicó una rápida mirada.
– ¿Qué ocurre? –Preguntó, con cierta diversión.
– Sólo me preguntaba... –Bruce no supo cómo continuar y reflexionó durante unos instantes–. Te he visto rechazar, al menos, cuatro proposiciones de ese estilo. Ya viví muy de cerca cómo un compañero ocultaba su vida personal al resto, ¿es tu caso? –Cuestionó, pese a temer entrometerse demasiado–. ¿Estás... casada?
– No, claro que no –respondió, con el ceño fruncido–. No tendría por qué ocultarlo.
Por entonces ya estaban mirándose fijamente. Si se sintiera una persona corriente, una persona tan normal como el resto, Bruce también habría sentido la tentación de reclamar su atención. El tiempo que pasaba a su lado era agradable y confiaba en ella, probablemente más de lo que confiaba en sí mismo. Y tenía una sonrisa preciosa. No era perfecta, pero era preciosa.
– ¿Es un rollo de esos de no mezclar el trabajo con el amor?
– En absoluto –negó–. No soy partidaria de buscar algo así pero, desde luego, no lo rechazaría llegado el caso.
– Entonces... es que... ¿simplemente no te interesa nadie? ¿Realmente es eso?
– ¿Y si simplemente estoy esperando al adecuado y no me interesa otro que no sea él?
Bruce se quitó las gafas. Tenía toda su atención. Empezó a dudar si alguna vez había sido diferente.
– ¿Cómo sabes que el adecuado no es uno de esos pobres muchachos que salen de aquí con el corazón roto?
Ella sonrió. Dejó de mirarlo durante unos segundos, colocó los papeles que le había entregado uno de esos muchachos con el corazón roto y volvió a mirarlo.
– ¿Y si simplemente prefiero quedarme aquí, analizando muestras y compartiendo suposiciones e impresiones con mi compañero?
– Entonces es que estás realmente chiflada.
Rompió a reír, tal y como Bruce quería que hiciera. Aunque estaba en cierto modo confundido, no dejaba de disfrutar de esa situación que había surgido en un momento inesperado.
– Te ha faltado una cosa –dijo, de pronto.
Arrugó la frente.
– ¿Perdón?
– Te ha faltado una suposición –apuntó ella–. La correcta. La auténticamente correcta, para ser más precisos, porque hay alguna verdad en todo lo anterior.
Bruce se revolvió inquieto en su asiento. No quería pensar en una posibilidad que, en ocasiones, había aparecido transparente ante él. No quería pensar en ella porque no sabía hasta qué punto podría convertirse en una verdadera opción.
– ¿Y cuál es? –Preguntó, sin embargo, sin poderlo evitar.
– Quizá simplemente tenga muy claro lo que quiero y por eso no me sirve otra cosa.
Lo observó fijamente y Bruce no supo que decir. Ella, probablemente captando su nerviosismo, carcajeó mientras se incorporaba. Amontonó unos cuantos papeles y los introdujo en una carpeta de forma ordenada.
– Terminaré esto en casa, lejos de distracciones –añadió, con un coqueteo que Bruce fue incapaz de negar–. Hasta mañana, doctor Banner.
Movió la cabeza en señal de despedida pero no contestó. Jugueteó con las gafas, colocadas sobre la mesa. Eran muchas las cosas que podían salir mal pero también eran muchas las oportunidades que había dejado escapar por miedo. Confiaba en ella; quizá, con el tiempo, esa confianza le llevara también a confiar en sí mismo.
Las gafas descansaron cuando Bruce levantó la cabeza, dejándose llevar por un impulso que llevaba mucho tiempo sin sentir.
– ¡Doctora! –Ella se detuvo, con una sonrisa–. Quizá, algún día... –tragó saliva–. Bueno... la compañía de tu compañero de trabajo es un tanto triste pero...
– Sí –sonrió, con gran amplitud–. No, su compañía no es triste, no pienses así. Ese sí es la respuesta a otra suposición –él asintió, satisfecho–. La suposición acertada, Bruce.
Ambos sonrieron.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Clint Barton
Sensaciones
Clint Barton decidió regresar caminando aquel día a casa. Necesitaba despejarse. Necesitaba alzar la cabeza, respirar hondo y entender que el mundo era mucho más que lo que él vivía diariamente. Necesitaba concienciarse de que el mundo era mucho más que un día espantoso.
Siempre era complicado ver cómo se perdían vidas humanas pero lo era más aún cuando esas vidas humanas formaban parte de la tuya. Dos agentes habían caído en las últimas horas, durante la última operación. Dos buenos agentes con vidas que conservar y una familia a la que amar cuando llegaban a casa. Tomó aire y contempló el oscuro cielo, poblado de estrellas que se dejaban ver tras las nubes. El mundo tenía que ser más que todo aquello. No podía reducirse a sufrimiento, a pérdidas.
Natasha había resultado herida. Sin graves consecuencias, finalmente, pero el corazón de Clint se había detenido durante los instantes en los que su amiga más valiosa, su mejor amiga, había caído al suelo y parecía incapaz de moverse. Aún conservaba esa imagen en la memoria; aún no había sido capaz de respirar con tranquilidad. Le costaría dormir aquella noche.
Dos vidas humanas, una amiga herida y un cuerpo, el suyo, destrozado. Y una mente desolada. ¿Cómo encontrar la paz después de todo aquello?
Sacudió la cabeza y metió las manos en la cazadora de cuero. Tenía ganas de llegar a casa.
Abrió la puerta con sigilo. Imaginaba que, siendo tan tarde como era, estaría dormida. Durante los últimos días, una gripe había acabado con buena parte de su energía y no había nada que Clint detestase más que no poder estar con ella cuando lo necesitaba. Ella, que siempre estaba su lado. Ella, que lo había cuidado, querido y comprendido cuando ni siquiera él mismo podía hacerlo. La sensación de no poder devolverle un poco de todo aquello que ella le había dado era una sensación horrible.
Dejó las llaves sobre el mueble de la entrada y lo repasó con un dedo. Estaba impoluto. Tenía gripe y una impresionante capacidad para mantenerse en pie, para poder con todo, para mantener el orden, la paciencia y la cordura en una casa en la que esas tres cosas eran más que bien recibidas.
Anduvo por el pasillo en silencio hasta que el sonido característico de unos pies arrastrándose llegó hasta él. Sonrió pese a soportar una gran tristeza. Ella se había levantado a recibirle, como siempre hacía. Volvió a sonreír cuando se encontró con su rostro; estaba pálida, sus ojeras eran notables y sus ojos estaban a medio cerrar, pero seguía siendo el rostro más hermoso que había visto nunca.
Echó sus brazos hacia adelante y los ancló en el cuello de Clint para después apoyarse en su pecho, con cariño. Él no solo recibió el abrazo, lo fomentó. La levantó unos palmos del suelo mientras la estrechaba con fuerza y cerró los ojos. Tras muchas sensaciones experimentadas en las últimas horas, por fin se empapaba de la mejor de todas: estar cerca de ella.
– ¿Por qué no te has quedado en la cama? No tenías que haberte levantado –susurró–. ¿Cómo te encuentras?
Apartó los mechones que caían por su cara, desprendidos de un perezoso recogido que con toda probabilidad se había hecho sin demasiado cuidado, únicamente para impedir que el cabello le molestase. Apoyó los labios en su frente; seguía teniendo unas décimas de fiebre.
– ¿Cómo ha ido? –Preguntó ella, con la voz ronca.
– ¿Por qué si tú no contestas a mis preguntas yo tengo que contestar a las tuyas?
El tono que empleó convirtió aquella acusación en una acusación tierna. No quería habar de lo sucedido porque no quería que cargara con más cosas. Con el tiempo, había aprendido que su propia conciencia por todo lo que vivía la compartía con ella: todas las penas, las pérdidas, el sacrificio, la impotencia, la ira. Todo aquello había pasado de algún modo a ser parte de ella. No iba a aumentar la cuenta aquel día.
– No me he quedado en la cama porque me gusta encontrarte en el pasillo, como siempre. Y estoy mejor –respondió, con rapidez–. ¿Y bien?
Besó sus labios deprisa, antes de que ella pudiese protestar. Solía alejarse bastante de él, en ese sentido, cuando enfermaba y eso le enfermaba a él. La necesitaba cerca porque era la mejor sensación del mundo.
– Todo bien –respondió, acunándola en sus brazos.
Apoyó una cabeza en su hombro y se dejó llevar abrazada a él. Clint la dejó sobre la cama que compartían y la arropó hasta que quedó cubierta por completo. Volvió a besar su frente y se deshizo del calzado para poder situarse a su lado, rehusando quitarse nada que no fuera imprescindible.
Se tumbó junto a ella y la envolvió con sus brazos. Tenía los ojos cerrados.
– Todo en ti dice que nada ha ido bien.
Se revolvió en aquel abrazo y se inclinó hasta que consiguió besar su nariz. Clint bajó los ojos hasta que pudo observarla bien. Estaba cansada, era evidente. Tenía las manos frías y la voz débil. La abrazó con más fuerza.
– Hoy no –suspiró, haciendo mayor el abrazo–. Tienes que descansar.
– Es difícil para mí descansar cuando tú no puedes hacerlo.
Clint volvió a sonreír. En esa ocasión, con absoluta sinceridad. Y con amplitud. En momentos como aquel, estaba convencido de poder con cualquier cosa mientras ella siguiera estando a su lado.
– Prometo que lo haré.
– Estaré vigilándote, Ojo de Halcón.
Pasó su brazo derecho por el torso de él, completando así el abrazo. Era la mejor sensación del mundo. Clint casi consiguió olvidar todas las demás.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Bucky Barnes
Buenas intenciones
No era una persona excesivamente asustadiza pero caminar sola por una larga calle que podía considerarse deshabitada a altas horas de la madrugada no era uno de mis sueños, desde luego.
Me abracé a mí misma cuando me adentré en ella y avancé vigilando ambos lados de mi cuerpo; incluso mis espaldas, como si fuera capaz de vaticinar qué iba a suceder allí donde mis ojos no podían reparar. Acababa de dejar atrás a tres amigas con las que había disfrutado de una agradable cena en uno de esos locales prácticamente desconocidos de la ciudad y que, precisamente por eso, guardaban un encanto que otros no tenían. Era una especie de lugar secreto para nosotras. Y nos gustaban los lugares secretos.
La parte negativa de todo aquello venía con la vuelta a casa, normalmente en soledad y bastante fría en noches como aquella. Las temperaturas habían descendido considerablemente en los últimos días y se había levantado una imponente niebla que no ayudaba a templar el clima.
No era una persona excesivamente asustadiza pero tenía que admitir que en momentos así no era difícil que experimentase algún escalofrío mientras trataba de mantener un paso constante. Lo estaba consiguiendo. Al menos, lo había conseguido hasta que escuché el primer ruido extraño.
Me detuve y agudicé el oído. Mi curiosidad natural fue más fuerte que mi prudencia y no reanudé el trayecto hasta que no localicé el punto del que provenía. Entonces, se produjo un ruido más. Y otro. Por aquel sonido, hubiera podido jurar que alguien trataba de arrastrar un objeto metálico de gran tamaño. O de gran peso.
Pero entonces escuché un grito. Y un cristal rompiéndose. Y toda la curiosidad que alguna vez había podido sentir se desvaneció: fui prudente y comencé a correr. No pude evitar sentirme repentinamente atrapada en una película de terror mientras el sonido de mis pasos me aseguraban que seguía avanzando pero lo que escuchaba a mis espaldas me advertía que no estaba ni mucho menos cerca de escapar de lo que fuera que estaba sucediendo en uno de los edificios situados a mi izquierda.
Fue otro ruido lo que me hizo volver a detenerme por la seguridad de tenerlo frente a mí. No me costó dibujar una imponente figura, entre la niebla, a solo unos pasos. Sin darme tiempo a reaccionar, avanzó hasta donde me encontraba y mucho antes de que pudiese concienciarme de lo que estaba sucediendo, una especie de brazo metálico rodeó mi cuello y me elevó con fuerza, cortándome la respiración. Sentí cómo mi cuerpo se balanceaba en el aire mientras era desplazado hacia atrás; choqué contra la pared más cercana y temí perder la consciencia de un momento a otro. Sólo entonces pude ver su rostro.
Con una mezcla de extrañeza y miedo, la persona que había vaciado mis pulmones de aire me soltó y caí contra el suelo, conmocionada. Llevé ambas manos hasta mi cuello y lo cubrí con necesidad, como si de esa forma fuera a aliviar el dolor. Rompí a llorar sin decidirlo, sin ni siquiera entender qué era lo que estaba sucediendo. Rompí a llorar por miedo a asfixiarme, por miedo a morir, por miedo al propio miedo.
Alcé la vista ante el silencio que se había propagado y supliqué ayuda con la mirada. Quién quiera que fuera, me observaba desde arriba, soltando gigantescas bocanadas de aire. Parecía asustado, pero eso no me tranquilizó. No sabía quién era, no sabía qué quería, no sabía por qué había sido atacada y no me interesaba conocer el por qué de su aparente miedo.
Para mi sorpresa, se agachó hasta colocarse a mi altura. Pegué con tanta fuerza la espalda a la pared que podríamos habernos fusionado. No dejé, sin embargo, de mirarlo mientras trataba de recuperar el aliento. Aún podía sentir el frío metal que había rodeado mi cuello. Dirigí una mirada hacia ese brazo que me había sostenido y sufrí otro de esos escalofríos que ya había experimentado. Realmente era de metal. Era un brazo de metal.
Volví a mirarlo a los ojos. Él me observaba aún más confundido. Como si no entendiera qué hacía yo allí; cómo si no tuviera que estar allí. Como si no entendiera por qué estaba ocurriendo eso. Como si... como si realmente todo aquello sólo hubiera sido una confusión.
Entonces sí, mil preguntas revolotearon en mi cabeza. No formulé ninguna.
– Lo siento, yo... no...
Su voz era ronca y en absoluto firme. Titubeó en cada sílaba y bajó los ojos unos instantes pero pareció volver a estar en alerta de inmediato por algo que no fui capaz de captar. Giró rápidamente su cabeza hacia mi derecha y esperó unos segundos; quizá estuviera escuchando, quizá tratando de observar en la niebla.
Deslicé las manos por mi cuello hasta colocarlas sobre mi pecho, que ya podía inflar con relativa normalidad. Todos los músculos de mi cuerpo estaban rígidos y tenía la mente bloqueada, pero sabía que tenía que alejarme de ese lugar.
Cuando aquel hombre volvió a mirarme, lo hizo atemorizado. Apoyó ambas manos en mis hombros y solté un jadeo, temiendo que volviera a herirme. Como si pudiera leer mis pensamientos, negó con la cabeza y pareció disculparse por haberme asustado arrugando el rostro.
– No era mi intención –manifestó, con cierta dificultad. Aprecié la sinceridad en sus palabras–. Tienes que irte –fue poco menos que un gru��ido–. Corre. Nadie te hará daño.
Recordé su miedo anterior, la confusión que se había extendido por su rostro tras el ataque, la forma en la que se había agachado para observarme de frente y esa sinceridad. Y, por alguna razón, confié en él.
– Me ayudó a incorporarme, con apremio pero con cierta delicadeza. Señaló un extremo de la calle y asentí. Y lo entendí. No era a mí a quién debía atacar; por el contrario, parecía estar protegiéndome.
– Corre –repitió.
Lo hice. Mis piernas respondieron con más facilidad de lo que hubiera imaginado y sólo me detuve una vez que abandoné la larga calle. Me doblé sobre mí misma, de nuevo sin aliento.
Segundos después, me volví para encontrar al hombre que me había asustado como nadie lo había hecho en toda mi vida. Pero sólo encontré niebla.
Por un momento, creí ver a dos figuras danzando en ella. Parecían pelear.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Steve Rogers
Culpa de Nueva York
Los tacones repiquetearon en el asfalto con golpes secos que denotaban velocidad. Durante aquel inicio de mañana, no había hecho otra cosa que no fuera correr. Llegaba tarde a trabajar y sólo un milagro podría salvar el desastroso día al que me enfrentaba. Dos reuniones matinales inmediatamente seguidas por una comida junto a mi madre y dos de sus amigas; una comida por compromiso de la que había sido imposible librarme pese a haberlo intentado con todas mis fuerzas. Otra reunión más de la que posteriormente tendría que elaborar un informe exhaustivo. Resoplé.
Aferré con fuerza el café, que prometía ser mi fuente de energía para aquel día, mientras sujetaba contra mi pecho las dos carpetas que esa mañana portaba. Mi coche había pedido realizar una visita a un buen taller y pasear por las calles de Nueva York en hora punta no era más difícil que conducir por las calles de Nueva York en hora punta, pero parecía necesitar más de dos manos para manejarme.
Crucé un paso de peatones a gran velocidad, disculpándome con la cabeza cuando obligué a frenar a un vehículo gris que evitó como pudo llevarme por delante. Mi corazón latía a gran velocidad por la presión que sentía, la energía que me había impuesto a mí misma y los nervios ante ese día tan espantoso. Di un sorbo a mi café y doblé la esquina que me separaba del edificio donde se encontraban las oficinas. Y sucedió lo que suele suceder en un momento así: choqué contra otra persona.
– ¡Mierda!
Retrocedí un paso cuando unas cuantas gotas de café fueron a parar a mi elegante blusa blanca y las dos carpetas cayeron al suelo cuando, en un acto reflejo, agité los brazos.
– ¡Lo siento! Lo siento, lo siento.
Levanté la cabeza para encontrarme con dos preocupados ojos azules a los que miré con hostilidad. Había sido culpa suya, culpa mía, culpa de ambos, ¡poco me importaba! Necesitaba un milagro que mejorase aquel día y había recibido a cambio un encontronazo con un desconocido que había conseguido derramar mi café, el presumible responsable de que me mantuviera en pie aquella mañana.
– Lo lamento muchísimo. Discúlpeme, por favor, no la he visto venir y...
Para mi sorpresa, dibujé una sonrisa cuando escuché su peculiar forma de hablar. Parecí aceptar sus disculpas con la mirada, aun sin pretenderlo, pues él también sonrió, con cierta timidez. Ignoré su amabilidad y extraje un pañuelo del bolso que me ayudase a limpiar aquel desastre. Fue inútil. Las manchas de café permanecieron alrededor de los primeros botones de aquella blusa. El desconocido aprovechó aquello para agacharse y recoger las dos carpetas, de un color verde oscuro; me las tendió con cierto recelo y las acepté con educación.
– Gracias.
– No sé... no sé qué decir –alcé la cabeza y él señaló las manchas en mi prenda, evidentemente avergonzado–. Lo lamento muchísimo. Yo... estaba un poco perdido y...
– ¿Perdido? –Pregunté, olvidando por un momento el incidente–. ¿No eres de aquí? ¿Necesitas ayuda?
Me sonrió con tristeza, como si no pudiera revelar esa respuesta. De pronto, encontré familiar ese rostro.
El extraño suspiró y recorrió con su mirada las calles abarrotadas de Nueva York. Sólo entonces me conciencié de las muchas personas que estaban pasando, a cada segundo, por nuestro lado; de las muchas personas que habían pasado desde que estábamos allí. Y sólo entonces me di cuenta de algo más importante: mi corazón, que hasta entonces había latido acelerado, parecía haberse detenido en esos instantes.
– Si no me vence la culpa por haber manchado a una desconocida... creo que sabré apañármelas. Siempre lo hago –aseguró.
– Me alegra oír eso, supongo –aireé los brazos con torpeza tras ofrecer esa respuesta, temiendo haber sido malinterpretada–. Oh, no me alegra que puedas sentirte culpable, en absoluto. No tienes que sentirte culpable. No ha sido tu culpa. Es... culpa de Nueva York.
– Culpa de Nueva York –repitió, con cierto aire pensativo.
– Sí, culpa de Nueva York. De sus calles, sus prisas, sus pasos de peatones colocados en sitios peligrosos... Nueva York, ya sabes.
Dirigí una rápida y disimulada mirada al reloj colocado en mi muñeca izquierda, temiendo derramar de nuevo el café. Llegaba tarde. Llegaba muy tarde. Llegaba más que tarde.
– Si puedo hacer algo por... enmendarlo –comentó, de pronto. Volvimos a mirarnos–. Quizá... podría...
Sonreí.
– ¿Invitarme a un café, tal vez?
Bajó la cabeza y mi sonrisa se desvaneció con ese gesto de duda. O de vergüenza. O de reflexión; quizá estaba pensando una forma de rechazarme sin herir mi orgullo. ¿Dónde había aprendido a ser tan impulsiva?
– Un café, sí –respondió segundos más tarde, cogiéndome desprevenida–. ¿Por qué no?
Se encogió de hombros, en un gesto tierno y algo infantil que terminó de hacer desaparecer el enfado que podía haber sentido hasta el momento. Me mordí el labio inferior, sin ocultar una sonrisa.
– Llego tarde a trabajar –me disculpé–. Tengo como mil ciento noventa y tres reuniones en el día de hoy –rió; y fue un sonido precioso–. Y una comida a la que nadie quisiera enfrentarse. Quizá... ¿mañana? ¿En este mismo sitio? ¿Sabrás encontrarlo?
– Encontraré el modo de no sentirme perdido, sí –afirmó; ladeé la cabeza ante su respuesta, un tanto enigmática–. Estoy seguro.
Asentí en señal de despedida, sin saber bien qué añadir.
– Hasta mañana, entonces.
– Hasta mañana. Y... lo siento, de nuevo.
Rodeé su figura con intención de avanzar pero tuve que detenerme antes de alejarme por completo de él. Borré la sonrisa que estaba inscrita en mi rostro y me di la vuelta para comprobar que seguía allí. Estaba en el lugar exacto en el que le había dejado.
– ¿Cómo te llamas?
Se giró medianamente, lo suficiente para mirarme.
– Steve. Steve Rogers, señorita.
– De acuerdo, Steve Rogers. No llegues tarde mañana, no me gusta que me hagan esperar.
– En el caso de llegar tarde, siempre puedo echarle la culpa a Nueva York.
Reí. Eso era lo que muchos podrían considerar un auténtico milagro en un día complicado.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Pietro Maximoff
Problemas
El edificio había quedado prácticamente en ruinas tras el último asalto. No habían sido muchos los que habían propiciado aquel desastre pero sí los suficientes como para causar grandes estragos y sacar de quicio al mismísimo Nick Fury; horas más tarde del ataque, el director de SHIELD se había presentado en la base buscando explicaciones. La única explicación existente partía de la base de que había sido un ataque inesperado coordinado de forma excelente; pese a que finalmente habíamos salido victoriosos, también habíamos recibido grandes golpes. Como ese edificio en ruinas.
Aparté de una patada unos cuantos escombros que se amontaban en una esquina de lo que horas antes había sido un pasillo y contuve un fuerte resoplido. No podía creer que una de las bases más importantes de SHIELD hubiera quedado reducida de esa manera.
Abandoné aquel pasillo sólo para adentrarme en otro, uno de los principales, sabiendo de antemano que no encontraría sino obstáculos hasta que finalmente diera con una de las puertas de salida. O lo que podía quedar de ellas. Habían ordenado evacuar de forma inmediata aquel lugar pero eran muchos los recuerdos, incluso los sentimientos, que seguían aferrándose a ese edificio en el que había vivido los últimos años de mi vida. Sorteé un par de lo que parecían ser vigas de hormigón y salté como pude grandes pilares reducidos, procurando no perder la calma.
Fue entonces cuando lo vi, al otro lado del pasillo. Sabía que en mi expresión había aparecido, de forma inmediata, una mueca de desagrado. Aquello era justo lo que faltaba para completar un día desastroso.
– Tenemos que irnos.
La voz de Pietro invadió el estrecho espacio en el que nos encontrábamos y asentí. No estaba de humor para entablar una conversación con nadie, mucho menos lo estaba para tener que soportar a Pietro Maximoff. Seguí avanzando e hice un gran esfuerzo por ignorar que su mirada estaba clavada en mí. Haberle salvado la vida a Clint, poniendo en peligro la suya propia, le había valido para hacerse con un lugar en SHIELD que, si bien no era demasiado importante, sí le reconocían. Muchos le trataban, incluso, como a un héroe. ¡Como a un héroe, después de todo!
A mí no me engañaba. En los últimos meses, había procurado que nadie malinterpretase mi opinión: estaba agradecida con él, lo estaría eternamente, por haber salvado la vida de un gran compañero y también de muchas personas inocentes, pero no podía olvidar lo que había hecho antes de Sokovia. Él y su hermana habían luchado contra nosotros; habían manipulado a Bruce, habían deseado la muerte de las personas más valerosas que había conocido nunca y estaba convencida de que, durante demasiado tiempo, para ellos había sido más importante lograr la muerte de Tony que salvaguardar su propia vida. ¡La muerte de Tony! Yo adoraba a Tony. Nadie tenía esos deseos asesinos con Tony.
– ¿Me has escuchado? –Preguntó, cuando quedé a un par de pasos de él–. Tenemos que irnos.
Casi repelí su extraño acento. Era evidente que entre nosotros no existía ningún tipo de afinidad; incluso aunque me hubiera molestado en buscarla, probablemente no hubiera encontrado nada. Habían pasado casi seis meses desde que ingresó en SHIELD pero para mí no era más que una sombra; del mismo modo que yo lo era para él.
– ¿Me has escuch...?
– Hazme un favor, ¿quieres? –Lo interrumpí–. Apártate de mi camino. Tú puedes marcharte, mi vida es asunto mío.
Pareció palidecer.
– Me marcharé –aseguró–. Te quedarás sola aquí.
– Pregúntate si me importa.
No lo hacía. No me importaba.
Volví a estar sola en cuestión de segundos.
Un inusitado ruido, al cabo de unos minutos, me alertó de que algo iba mal. Dirigí mi vista hacia lo que había sido el techo del edificio: una gran viga de hormigón a medio derruir parecía estar tambaleándose. Ese balanceo que creía observar probablemente respondiera a una ilusión óptica causada por la seguridad que en aquel momento tenía: se estaba desprendiendo. Iba a caer.
Contuve el aliento. Podría haber empezado a correr al percibir lo que estaba sucediendo pero temía que no fuera solución suficiente; si esa viga caía, arrastraría a todo lo demás. Y de todo lo demás no podía huir.
Cuando aún no había apartado la mirada, ocurrió lo que tanto temía: poco a poco, fue resquebrajándose y desprendiéndose, chocando contra los muros que aún quedaban en pie y provocando así un caos mayor. Solución o no, empecé a correr. Me cubrí la cabeza con ambas manos y tuve el impulso de cerrar los ojos... hasta que me desvanecí.
Al menos, eso sentí durante unos instantes. Al menos, eso sentí hasta que reuní valentía suficiente para abrir los ojos. Me descubrí en un túnel de velocidad donde las cosas se sucedían rápidamente, sin que pudiera encontrarlas una forma, una imagen. Resultaba turbador. Sentí un ligero mareo y me dejé caer sobre una superficie firme.
Sólo cuando la desconcertante velocidad me abandonó de forma definitiva, volví a abrir los ojos para descubrirme en los brazos de Pietro. Habíamos dejado atrás el edificio. Me depositó sobre el suelo con sumo cuidado, preocupándose por mantenerme sujeta hasta que pude recobrar, medianamente, el equilibrio.
– En unos segundos estarás mejor –le escuché decir.
Levanté la cabeza y lo observé confundida.
– Tú... tú... te habías marchado –negó con la cabeza y se cruzó de brazos–. ¿Estabas siguiéndome?
Pietro suspiró.
– ¡De nada! –Exclamó, con un toque dramático.
Su dramatismo me molestó pero llevaba razón: estaba siendo una desagradecida. Con toda probabilidad, no habría salido con vida si él no hubiera estado presente.
– Lo siento –me disculpé, algo avergonzada–. Y gracias.
– ¿Vas a decirme que no tenía que haberme molestado en salvarte la vida o crees que puedes dejarlo pasar? –Cuestionó, para mi sorpresa–. ¿Podemos enterrar el hacha de guerra, por favor?
– Tú levantaste el hacha –recordé, pese a no querer discutir en un momento como aquel.
Dejé de mirarlo y traté de localizar dónde nos encontrábamos.
– Dime una cosa: ¿por qué? –Me concentré en él, de nuevo–. Todos aquí nos han aceptado, al menos hacen un intento. ¿Por qué tú no puedes hacer lo mismo? –Estaba dispuesta a exponerle el sinfín de motivos que respondían a su pregunta pero me impidió hacerlo–. Ese rencor que sientes fue el mismo que me llevó a mí a cometer los errores que tú ahora condenas.
Quedé bloqueada. Otra vez, llevaba razón. No pensaba concedérsela, pero llevaba razón. Estaba comportándome de forma similar a como habían hecho ellos; estaba dejándome llevar por el rencor, sin permitir de ninguna manera una segunda oportunidad.
– En cualquier caso –sacudí la cabeza, olvidándome de ello–. No creo que importe demasiado.
– ¿No importa? –Preguntó, una vez que decidí poner rumbo hacia el lugar donde se encontraba todo el equipo de trabajo–. ¿No importa? ¡Claro que importa! A mí me importa –me detuve en seco y lo observé, en la distancia, confundida–. Me gustan los problemas en todos los aspectos de mi vida –se encogió de hombros, como si respondiera a una pregunta que estaba haciéndose a sí mismo–. ¿Por qué no puedes ser conmigo la misma que eres con los demás?
Arrugué la frente.
– ¿Eso... quieres?
Había pasado los últimos meses, desde que nos encontramos por primera vez, convencida de que el desprecio que sentía hacia él era mutuo. ¿Qué estaba insinuando?
– Sí –respondió, con firmeza–. Me equivoqué. Nos equivocamos –añadió, acercándose a mí–. Todavía estamos pagando por esos errores, pero ni siquiera tuvimos una auténtica oportunidad de vivir una vida normal, de escoger.
– Todos tenemos elección –refuté, sin estar demasiado convencida de querer ofrecer esa respuesta en un momento así.
– ¿Haces todo esto porque una vez quisimos vengarnos del hombre que fabricó los artefactos que mataron a nuestros padres y nos arrebataron nuestra vida? –Tragué saliva; no había pensado demasiado en ello–. ¿Cuántas historias similares hay aquí? ¿A cuántos de ellos desprecias? Me gustaría que te pusieras en nuestro lugar. Es algo que nunca has hecho.
En esa ocasión, fue él quien comenzó a alejarse mientras entendía que, por tercera vez, llevaba razón. Siempre había tenido una especial dificultad a la hora de confiar en las personas y no llevaba bien aquello de conceder segundas oportunidades pero quizá iba siendo hora de ofrecerlas.
Suspiré. El edificio de SHIELD no era lo único que había caído aquel día.
– ¡Pietro! –Exclamé, consiguiendo que se detuviera–. ¿Me llevas?
Se giró, con media sonrisa en el rostro. Como cabía esperar, no tardó en acercarse a mí y sostenerme en brazos.
Era extraño estar así y, al mismo tiempo, no lo era en absoluto. Eso resultaba aún más extraño.
Me agarré a su camiseta y nos miramos.
– ¿Desde cuándo te importa lo que pueda pensar de ti?
– Desde que te deshiciste de dos de esas máquinas horrendas en apenas un minuto en aquel callejón de Sokovia –abrí la boca, incapaz de creer lo que había escuchado–. Lo sé, apenas nos conocíamos. Ya te lo he dicho, me gustan los problemas. Y las chicas que los causan –sonrió un poco–. Te he seguido desde entonces pero tengo una gran capacidad para evitar ser visto.
– Podría denunciarte por esto –comenté, algo sonrojada.
– No creo que vayas a hacerlo –sonrió–. A ti también te gustan los problemas.
No pude contestar. Pietro comenzó a correr conmigo en sus brazos.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Tony Stark
Amigos
Tony los cubrió a ambos con la sábana mientras las carcajadas de ella resonaban por todo el cuarto. Rozó el cuello de la joven con su nariz y dejó pequeños besos sobre éste, sin que ambos dejaran de reír por un comentario que podría haberse perdido hacía unos minutos pero que, con la euforia del momento, querían seguir manteniendo. Hacía tiempo que Tony no se sentía tan cómodo al lado de una mujer.
Las risas se mantuvieron hasta que la puerta del cuarto se abrió sin previo aviso y entonces ambos trataron de esconderse el uno al otro. Cuando Tony observó a James Rhodes frente a ellos, con la frente arrugada y una singular sonrisa extendida por su rostro, resopló.
– Largo. Largo, ¡venga! –Exclamó, agitando las manos en dirección a la puerta.
Ella volvió a reír y a él le gustó el desenfado mostrado ante una situación así. Fue suficiente para que quisiera despedirse con otro beso. Se vistió con lo primero que encontró por el camino, ante la atenta mirada de ella, y cerró su ojo derecho en forma de guiño antes de salir de la habitación y encontrarse con su amigo en el pasillo. James Rhodes le esperaba con los brazos cruzados pero sin dejar de sonreír.
– Espero que sea importante.
– ¿Quién es ella?
– Nadie.
– ¿Nadie?
– Una amiga.
– ¿Una amiga?
– Sí, una amiga. ¿Vas a repetir en forma de pregunta cada respuesta mía?
– Depende de cuál sea tu respuesta –contestó, evidentemente divertido–. ¿Es una amiga?
– Tengo muchas amigas, ¿por qué te extraña?
– Por nada. ¿Me ves extrañado?
– Sí, te veo extrañado.
– Quizá es porque tú mismo estás extrañado.
Golpeó el pecho de Tony con el dedo índice. Permaneció inmóvil durante unos segundos, preguntándose cuál era exactamente el objetivo de Rhodey con todo aquello.
– ¿Has venido a torturarme desde tan temprano? Porq...
– En absoluto, Tony, tranquilo. Sólo quer...
Ambos callaron cuando la puerta del cuarto volvió a abrirse. Por ella apareció la persona que había acaparado la conversación hasta el momento. Despeinada como estaba y con la camisa que había tomado prestada a medio abotonar, a Tony se le antojó en esos momentos la mujer más hermosa del planeta. No había mentido: en esos momentos, sólo era una amiga. No habían mantenido ningún tipo de conversación que indicase que se habían adentrado en otro de esos niveles que parecían determinar las relaciones humanas, pero tenía algo claro: podría ser su amigo durante el resto de su existencia.
Ella se colocó el cabello y avanzó unos pasos, con cierta timidez y enganchando el labio inferior entre sus dientes. No parecía exactamente avergonzada ni incómoda con aquella situación, aunque sí dubitativa con respecto a cómo comportarse.
– Perdón –se disculpó, con una sonrisa–. Voy al baño.
Tony asintió y la observó mientras se alejaba de ellos con sigilo.
– Una amiga –repitió Rhodes.
– Sí.
– Es guapa.
– Claro que lo es.
– Lo es.
Tony chasqueó la lengua, fingiendo molestia.
– Lo es. Lo es para mí, no tiene que serlo para ti.
– ¿Y si ella quiere ser mi amiga también?
– Ella no quiere ser tu amiga, ¿de acuerdo?
– Tranquilo.
– No digas estupideces.
– No te pongas nervioso.
– No estoy nervioso. Estoy muy tranquilo.
– Estás nervioso, Tony. Vamos, reconoce que no es sólo una amiga.
– Voy a matarte.
– Sólo tienes que reconocerlo.
– En serio, estoy a un segundo de ponerme el traje y matarte.
Un nuevo sonido de una puerta abriéndose y cerrándose volvió a detener la conversación que mantenían. La muchacha caminó hasta ellos, con mucho mejor aspecto, y tendió la mano hacia Rhodes tras colocarse al lado de quien llevaba siendo su amigo muchas noches. Y bastantes días.
– Hola, encantada –saludó, con una sonrisa.
– Es un placer.
– Eres... Rhodey, ¿verdad?
– ¿Rhodey? –Preguntó, divertido por la utilización del apodo que Tony le había otorgado tiempo atrás–. Sí, sí. Ese soy yo.
La joven pasó su brazo izquierdo por la espalda de Tony y le dedicó una pequeña mirada que él correspondió de inmediato.
– Tony habla mucho de ti.
– ¿En serio?
– Lo justo –replicó el aludido.
– En serio. Eres un buen amigo.
– ¿De verdad? –Cuestionó James, encantado con esa información.
– No tanto –refunfuñó Tony, desviando la mirada.
– De verdad.
– Vaya, gracias. Tony no acostumbra a decirme esas cosas.
– No las esperes –respondió él, con una sonrisa.
Ella los observó a ambos. Tony le había explicado que él y Rhodey eran bastante similares en un sinfín de cosas y parecía estar asistiendo a una de sus típicas conversaciones. Sonrió.
– ¿He dicho algo malo?
– En absoluto –respondió James–. Eres un cielo. Me cae bien esta chica. Me gusta, Tony.
– Sí, ya. Me gusta a mí –protestó, rodeándola con su brazo en un gesto protector que arrancó una sonrisa en ambos–. ¿Qué querías?
James Rhodes los observó durante unos instantes, hasta que negó con la cabeza.
– Puede esperar.
El teniente coronel dio media vuelta y descendió las escaleras a gran velocidad, mientras ella volvía a reír como estaba haciéndolo antes de que Rhodes apareciera.
Tony esperó hasta confirmar que estaban solos y entonces la miró.
– ¿Qué pasa? –Preguntó ella.
– Nada –besó sus labios, brevemente–. No deberías haberte vestido.
Ella sonrió. Y a Tony se le ocurrió que quizá deberían mantener una conversación que les ayudase a escalar muchos niveles de golpe en eso de las relaciones humanas.
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lookaftertomlinson · 9 years
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One Shot: Loki
Heridas
Esconderse tras una columna cada vez que un ruido extraño llegaba hasta ella era la estrategia que había adoptado, al menos hasta que finalmente pudiese encontrar a Loki en medio de aquel caos. Ya eran muchos los que afirmaban que todo aquello estaba sucediendo por su culpa, por su locura, por un secreto guardado bajo llave durante muchos años y descubierto en el momento menos idóneo. Con Thor desterrado y Odín sumido en su profundo sueño, ¿quién quedaba para enfrentar al enemigo? ¿Quién quedaba para acallar las estúpidas murmuraciones que resonaban en su cabeza mientras seguía escondiéndose detrás de cada columna? Tenía que dar con él. Tenía que decirle que, como siempre, ella estaba de su lado. Confiaba en él. Lo amaba. Lo había hecho siempre.
Encontrarle sentado sobre el trono que había deseado ocupar durante toda su vida no fue una sorpresa pero el corazón le dio un vuelco. Loki se incorporó de inmediato cuando la vio aparecer, sofocada, asustada y confundida. Apretó la mandíbula y todos los pensamientos en los que había estado concentrado hasta entonces de deshicieron para dar paso a uno solo: ella. La amaba. Lo había hecho siempre.
– ¡Loki! –Exclamó, acudiendo casi con desesperación a su encuentro; él, en cambio, caminaba tranquilo–. ¿Qué está ocurriendo?
– Tienes que marcharte –respondió, con un gesto sombrío.
No existía entre ellos la proximidad de la que habían disfrutado en los últimos tiempos, cuando sus sentimientos habían dejado de ser un misterio para convertirse en una realidad. Se amaban. Siempre lo habían hecho aunque no siempre hubieran podido expresarlo.
Ella alzó su mano y trató de acariciar su rostro. Fue en vano. Loki se apartó con una mueca de dolor, como si aquel potencial roce fuera a quemarlo.
– ¿Qué ocurre? –Cuestionó, de nuevo.
La desesperación que había mostrado en sus pasos, en sus movimientos, había alcanzado a su voz. Lo observó como quien observa a alguien que está a punto de marcharse de la peor de las maneras: sin despedidas, sin palabras de consuelo, sin promesas de retorno. ¿Eso era lo que Loki estaba haciendo? ¿Abandonarla?
– ¿Qué te ocurre? Sólo quiero estar a tu lado, Loki. Como siempre.
– Tienes que marcharte –repitió, impávido.
– ¿Marcharme a dónde? ¿A dónde quieres que me vaya?
Las puntas de sus dedos rozaron su cara, bañada en una profunda tristeza. Loki se retiró despacio, invitándola a pensar que era desprecio lo que sentía dentro de él. ¿Desprecio? ¿Hacia ella?
Desprecio hacia él mismo.
– ¿Qué...?
Antes de que pudiese siquiera realizar la pregunta, Loki apoyó una mano sobre su estómago y, con la fuerza que le caracterizaba, la arrastró hasta que quedó atrapada entre él y una columna similar a las que había utilizado unos momentos antes para esconderse. Contuvo las lágrimas y evitó mirarlo por miedo a lo que pudiera encontrar en su expresión. ¿Más desprecio? ¿Ira? ¿La locura de la que tantos hablaban?
– Me estás asustando –jadeó, con la voz entrecortada–. Y me estás haciendo daño. ¿Por qué haces esto?
– No quiero hacerte daño –replicó, con gravedad, rebajando la presión con la que la sostenía–. Es lo último que quiero. Por eso tienes que marcharte –ella negó con la cabeza, arrancando un profundo suspiro en él–. ¡Tienes que marcharte! ¡Aléjate de mí!
Su último bramido resonó en aquel espacio vacío y, cumpliendo sus palabras, fue Loki quien se alejó y dio la espalda a quien siempre querría mirar de frente. Durante los últimos días, había reflexionado sobre las consecuencias que traerían sus actos pero nunca imaginó que aquella despedida, que ni siquiera podría ser considerada como tal, pudiera llegar a causarle un dolor tan extremadamente grande.
– Tú no eres así –escuchó su dulce voz; parecía estar acercándose a él–. Tú no eres así. ¿Qué está ocurriendo? No voy a dejarte –sollozó.
Loki se volvió para mirarla.
– Vas a hacerlo.
– Loki...
– ¡Te lo ordeno! –Exclamó, fuera de sí.
Ella tenía que marcharse. Ese inmenso palacio en el que había crecido podría ser reducido a cenizas si aquello escapaba a su control y ese no era el destino que ella merecía. No iba a permitir que saliera dañada por culpa de sus propias heridas.
– Ahora soy tu Rey –explicó, recuperando la calma y escondiendo ese dolor que le acompañaba–. Y te ordeno que te marches.
– No.
Loki rió, angustiado. ¿De qué manera podía obligarla a marcharse cuando ni él mismo estaba convencido de querer que eso fuera así? ¿De qué manera podía evitarle la aflicción tras un adiós a quien parecía estar dispuesta a morir por él?
Por primera vez, se acercó a ella. Sostuvo su mano y la electricidad unida a aquel gesto se apoderó de él durante unos instantes. Se miraron, pero no lo hicieron como siempre habían hecho. Ella estaba asustada y él estaba sufriendo. Ella estaba confundida y él ya nunca dejaría de estarlo.
La llevó consigo hasta la armería, el único lugar en el que podía mostrarle el auténtico motivo por el que debía marcharse. Loki nunca sería merecedor de su compañía, no después de lo que había hecho, pero la decisión de abandonarlo recaía sobre ella. Y debía tomar esa decisión conociendo la verdad.
Soltó su mano una vez que descendieron los escalones que anunciaban la pasarela que ya había recorrido con anterioridad. Al fondo de ésta, el Cofre que tantas verdades había escondido parecía estar llamándolo. Acudió a esta llamada, en silencio y con la persona que amaba caminando tras él. Podía escuchar sus pasos, incluso sentir su respiración, pero ambos estaban ya lejos el uno del otro. Loki sabía que después de aquello la distancia iba a ser definitiva.
Rodeó el Cofre con sus manos y un frío desgarrador se apoderó de él. Durante unos segundos, todo pareció estar en completa quietud.
– Loki...
Su voz ya no era dulce: sólo denotaba miedo. Loki se dio la vuelta, con lágrimas en los ojos, y se encontró con ella.
– Esto es lo que soy.
Su primer instinto le ordenó escapar de aquel lugar. Huir. No volver la vista atrás. Marcharse, como su Rey había ordenado. Todo lo que hizo, sin embargo, fue mover la cabeza de un lado a otro. Negar. Negar lo que estaba sucediendo pero, sobre todo, negar sus últimas palabras. Loki era calor. Loki era un sentimiento ardiente. Loki era todas esas sonrisas que alguna vez le había provocado y los abrazos que nunca había pedido, porque nunca había estado a la altura del hijo de Odín, pero que siempre había obtenido.
Sin pensarlo dos veces, volvió a acercarse a él, concentrada en las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Le arrebató el Cofre, lo depositó sobre el suelo y apoyó las manos a ambos lados de su cara. Loki cerró los ojos y ella juntó sus rostros.
– No. Yo sé quién eres –murmuró–. Yo sé quién eres.
No era la primera vez que un golpe seco helaba su sangre pero en aquella ocasión sonó cercano. Se giró a tiempo de ver cómo dos grandes seres de escarcha aparecían ante ellos. Lanzó un grito ahogado. Tardó en comprender que eran dos de aquellos Gigantes de Hielo de los que hablaban las historias. Asió con fuerza la mano de Loki. Él los miró receloso pero en absoluto asombrado.
Uno de aquellos seres se aproximó lo suficiente para aferrar con fuerza el antebrazo de la joven, que se retorció sobre sí misma.
– ¡Suéltala! –Exigió Loki, con la autoridad propia de quien se sabe Rey–. ¡Suéltala! ¡Ahora mismo!
Lo hizo. La lanzó contra una de las paredes que conformaban aquella estancia y cayó sobre el suelo prácticamente inerte. Loki gritó. Podría haber empleado toda su furia para arrebatar la vida de quien le había hecho daño pero su prioridad siempre sería proteger a quien amaba, así que corrió hasta ella.
Incorporó con facilidad su pequeño cuerpo y lo acunó en sus brazos. Tenía un corte, que sangraba, en la frente pero era más llamativo el dolor que había en sus ojos.
– Loki... –murmuró, sin apenas fuerza–. ¿Qué está pasando?
– Nadie va a hacerte daño –respondió, acariciando su rostro.
Fue insuficiente. Ya la habían hecho daño. Lo miró con tristeza. No quería un Rey que asegurase su bienestar, quería a quien siempre había conocido. Quería escapar, con él. Quería entender qué estaba sucediendo.
– ¿Qué estás haciendo? –Preguntó, sollozando–. ¿Qué estás haciendo? ¿Quiénes son ellos?
Los labios de Loki temblaron. No podía responder porque no existía una respuesta reconfortante. Se limitó a depositar el cuerpo de ella sobre el frío suelo, prometiéndose a sí mismo, en silencio, solucionar todo aquello antes de que alguien volviera a hacerla daño.
– No te muevas de aquí, ¿de acuerdo? No te muevas de aquí.
– No te vayas, por favor. No hagas esto. Me duele.
Loki recorrió con rapidez su cuerpo hasta dar con otro corte en su costado, más profundo, producto del golpe que había recibido. Lo palpó con cuidado, ardiendo de rabia. Sólo entonces entendió que ya no había vuelta atrás: sus actos ya sangraban. No había remedio para todo lo que había hecho, no había soluciones para sus errores, no había otro futuro que el que había dispuesto cometiendo la peor de las traiciones. Sólo existía un desenlace, uno que no incluía a la persona que siempre había amado. Tenía que dejarla ir.
– No te muevas de aquí. Mandaré a alguien para que te ayude a escapar. No te harán daño, te lo prometo.
Ella cerró los ojos. Y se empapó de la dolorosa verdad. De todas esas murmuraciones que había desacreditado de mil maneras, de las sospechas en las que no quería pensar. Ya no podía negar lo que estaba sucediendo pero hubiera creído al primero que hubiera intentado convencerla de lo contrario. Prefería la mentira porque la verdad implicaba demasiado.
Loki no era quien siempre habían creído que era. No era como ella, no era como el resto de su familia, no era como el resto de los habitantes de Asgard. Ese era el secreto. Esa era su locura. Podía sentir su dolor. Podía sentir su herida, abierta y envenenada.
– Tu familia está aquí, Loki –trató de incorporarse pero un punzante dolor la obligó a permanecer tumbada, en contra de su voluntad–. Yo estoy aquí. Estoy aquí. No tienes que hacer esto. Buscaremos una sol...
Los labios de Loki presionaron los suyos. Nunca los había sentido tan fríos pero apenas duró un instante. Quedarse a su lado no fue más que una ilusión. Su sitio ya no estaba con ella.
En realidad, su sitio nunca había estado con ella..
– Loki, por favor, no olvides quién eres. Por favor.
Él sonrió, con tristeza. Acarició su rostro y se incorporó.
– Nunca he sabido quién soy.
– ¡Loki!
Alargó su brazo para impedir su marcha pero él ya estaba lejos. Pese a que el dolor que sentía podía haberla dejado inconsciente, luchó contra todo para no dejarse llevar por el sueño. Prefirió seguir preguntándose si volvería a verle y si, en el caso de hacerlo, seguiría siendo quien siempre había sido. Hubiera dado su consciencia, su memoria y hasta su alma si con eso hubiera conseguido que Loki conservara las suyas.
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