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loshijosdebal · 2 months
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Capítulo XXIX: El huésped
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Alicent se miró frente al espejo que estaba junto a una de las ventanas y posó ambas manos sobre su estómago, con una mueca de disgusto. Los vestidos que Seth le había regalado eran los más bonitos que había tenido y usado nunca, pero también los más incómodos. El corsé del que llevaba puesto apenas le permitía respirar, y ni hablar de sentarse como una persona normal y corriente. Seth se lo había regalado la noche anterior, y a Alicent le pareció una disculpa por haber pasado fuera un par de días sin haber avisado. Lo cierto es que, aunque Seth siempre estaba ocupado, a ella no le contaba demasiado sobre qué lo tenía tan ajetreado. Son cosas complicadas, pensó. Aquello era exactamente lo que Seth respondía cuando ella preguntaba. 
Apretó los labios y, por un instante, se perdió en la nostalgia. Pensó en la mochila que había llevado a Myr el día que empezó su nueva vida. Alicent no sabía qué había pasado con ella, solo que había desaparecido con todas sus cosas dentro. Después de años quejándose silenciosamente de sus vestidos de baja calidad llenos de remiendos, se sintió abochornada al darse cuenta de que los echaba de menos. Al menos con ellos podía agacharme si se me caía algo al suelo. Quiso suspirar, pero cuando trató de dar una bocanada de aire el vestido le oprimió el pecho. 
—¿Estás bien? —preguntó Seth, acercándose a ella—. Pareces agobiada. 
Alicent se recompuso como pudo y le dedicó una pequeña sonrisa. Seth no solía estar allí por las tardes, pero había decidido hacer una excepción después de haber estado separados los últimos días. Aunque la halagó que él quisiera pasar su tiempo con ella, al mismo tiempo también la frustró un poco. Desde que se había hecho a la idea de que su futuro estaba anclado a la torre de Myr, y de eso ya habían pasado más de dos meses, Alicent pasaba casi todo el día en ropa de cama, mucho más cómoda que el resto de sus atuendos. Solo se cambiaba cuando sabía que llegaba la hora de que Seth volviera, para estar presentable. La ropa de diario era demasiado molesta como para usarla cuando nadie miraba. Pero como aquel día estaba Seth, se vistió formalmente desde que se levantó con su nuevo vestido, para que él estuviera satisfecho, y también para que no creyera que no le había gustado su regalo. Alicent ya estaba acostumbrada a él y sabía que cualquier pequeño detalle lo podía irritar, así que se esforzaba todo lo que podía por evitar nada que lo pudiera molestar.
—No es eso. Es que estoy un poco cansada, he dormido mal estos días —suspiró, ocultando la verdad en parte. Si bien sí que estaba agobiada, también había dormido terriblemente mal, despertando cada poco empapada en sudor. Seth frunció el ceño y Alicent se apresuró a aclarar—: Debió de ser porque te echaba de menos. Hoy estabas a mi lado y he dormido bien —mintió.
Seth sonrió complacido. La sujetó de la cintura y pegó sus labios a los de ella. Alicent correspondió a su gesto, aliviada. Por suerte ese día Seth estaba de buen humor. La besó hasta que se aburrió. Cuando se separaron Alicent volvió a sujetar su vientre, ocultando una expresión turbada. Además de dormir mal también tenía el estómago revuelto, y aquel corsé tan apretado no le estaba haciendo ningún favor. 
—Hace mucho que no hacemos magia —comentó Seth—. Dime, ¿has practicado el hechizo que te enseñé? 
Alicent desvió la mirada, echando los labios hacia afuera. El hechizo que Seth le había enseñado en su día era de curación. Entendía lo útil que podría ser en un momento como aquel, pero para practicar Alicent tenía que tomar la poción, ya que no tenía suficiente energía mágica por sí misma ni para los hechizos más sencillos. La poción tenía un sabor tan desagradable que a Alicent se le revolvió todavía más el estómago de tan solo recordarlo. Naturalmente, se había escaqueado para no tener que tomar aquel mejunje.
—Hace un par de semanas que no… —confesó, agachando la cabeza— Lo siento. 
Seth la miró con condescendencia y negó con la cabeza. Se marchó sin decir nada hacia el otro lado de la habitación y volvió al poco con una poción de reforzar magia en la mano. Alicent la cogió sin ganas cuando él se la tendió con una expresión que lo decía todo. 
—¿De verdad la tengo que tomar? —preguntó en voz baja de forma retórica. La destapó y el mero olor le provocó una arcada—. Es horrible… 
—Vamos, no seas exagerada. Tómala —ordenó Seth. Alicent suspiró.
—De acuerdo… 
Bebió la poción de un trago. Tan pronto el contenido cayó en su estómago y el sabor se esparció por su garganta y boca, le vino una nueva arcada, más fuerte que la anterior. Voy a vomitar. No tuvo mucho margen de acción. Por suerte había un frutero sobre una encimera lo bastante cerca como para darle tiempo a llegar hasta él. Alicent cruzó las zancadas que la separaban de este. Le dio tiempo a darle la vuelta antes de expulsar todo lo que había desayunado. Un par de manzanas rodaron por el suelo, a sus pies, mientras que Seth la miró, perplejo y asqueado. 
—¿Sabes? Creo que lo mejor será que te tumbes y reposes hasta que estés mejor. 
Alicent tenía los ojos llorosos por haber estado vomitando. Lo miró, sujetando todavía el frutero por si venía una nueva tanda.
—Pero… —intentó protestar. 
—De verdad que será lo mejor, Alicent. No me sirves de nada en este estado.
Alicent agachó la mirada avergonzada, sabiendo que tenía razón. Quizá fuera todo culpa del vestido, porque se sintió mucho mejor cuando pudo desabrocharlo. Seth desapareció en cuanto se aseguró de dejarla tumbada en la cama. 
Ya había pasado más de una semana cuando Alicent intentó ponerse de nuevo el mismo vestido, después de que Seth preguntara por él. El problema fue descubrir que ya no le abrochaba. Estaba de nuevo de pie frente al espejo, cogiendo aire para ver si así lo conseguía, pero no hubo manera. Lo estaba intentando por enésima vez cuando Seth volvió al cuarto y se puso roja al fracasar una vez más, ésta ante sus ojos. Seth caminó hasta ella,  la abrazó por detrás y besó su mejilla. 
Alicent miró su reflejo en el espejo, apenada. 
—¿Qué pasa? —preguntó Seth al notar su expresión. Le sonrió con cariño y apretó los brazos alrededor de su cintura—. Vamos, sigues estando guapa aunque hayas cogido unos kilos. 
Alicent apretó los labios, notando un nudo formándose en su garganta. Seth la soltó y llevó las manos al cierre de su vestido.
—Coge aire otra vez —pidió. Alicent lo hizo, y Seth consiguió cerrar el vestido. Después le sonrió en el reflejo—. ¿Ves? Preciosa. 
Alicent se forzó a sonreír, pero la verdad es que respirar se acababa de convertir en un reto por culpa del corsé del vestido. La última vez que se lo puso ya le había parecido incómodo, pero ahora era sencillamente insufrible. Rígida, se volvió a mirar al espejo. Seth tenía razón, había engordado. Alicent ya lo sabía, pero escucharlo de sus labios lo hizo todavía más real. Lo peor era que aquello no tenía sentido, porque a pesar de que ya se había hecho a la idea de que debía seguir allí, continuaba sin comer demasiado. Para colmo, esa semana incluso había vomitado un par de veces. Y aun así el vestido decía otra cosa. 
No me tendría que haber comido aquellos caramelos de nuez, se reprochó. Se volvió a mirar al espejo y su cara se tiñó de rojo por las vergüenza. En vez de como una princesa, que era como debería verse así peinada y vestida, se sentía como un bufón. Se martirizó mientras fijaba su atención en su cara hinchada, en su mueca de incomodidad y las ojeras marcadas que tenía. Pero seguía sin poder dormir del tirón y, cuando lo hacía, las pesadillas no la dejaban en paz. Alicent lo miró de reojo, sintiéndose impotente. Seth estaba impoluto, aunque se pasaba el día ocupado en asuntos importantes. Ella no tenía otra cosa que hacer que mantenerse bonita para él, y ni eso podía hacer.
—¿Y esa cara a qué viene? —preguntó Seth.
—Lo siento —se disculpó Alicent tras unos segundos.
Seth soltó un suspiro largo y la giró con las manos en sus caderas. Pegó la frente a la suya y la miró con intensidad. Alicent comprendió que pretendía crear un momento íntimo, pero su respiración forzosa lo hacía imposible. Seth susurró algo, pero Alicent apenas entendió lo que le dijo, concentrada en intentar respirar, sumida en sus propios pensamientos. Se dio cuenta, abochornada, de que si no se quitaba cuanto antes el vestido, se desmayaría. Después de pensarlo bien, decidió que prefería su mohín molesto a la vergüenza de perder el conocimiento frente a él. Tras sufrir una vez más al intentar tomar aire, deshizo el cierre que había hecho Seth y por fin pudo coger aire de verdad.
Seth alzó ambas cejas pero no dijo nada. Ese minúsculo acto de rebeldía desencadenó otro más. Alicent se incorporó tras coger aire y lo miró a los ojos, haciendo un puchero, cogiéndolo por sorpresa.
—¿Podemos salir un poco? —preguntó, poniendo un tono infantil. Seth parpadeó, sorprendido. 
—¿Salir? —repitió, como si no pudiera creer que ella hubiera propuesto eso—. ¿Para qué?
—Hace tiempo que no paseo bajo la luz de Magnus, lo echo de menos. 
Seth no parecía muy convencido.
—El balcón es amplio —replicó. Los hombros de Alicent se hundieron.
—Lo sé, pero… —se detuvo un solo instante, pensando con rapidez—. Creo que es porque no me muevo lo suficiente —dijo de pronto—, el que haya engordado —aclaró, apenada—. Además… —su tono cambió a uno cargado de nostalgia—, a veces no puedo evitar pensar que vivo en una jaula, encerrada todo el día —confesó. 
Seth estrechó los ojos. Por la forma en la que la miró, Alicent supo que él se había dado cuenta de que aquello, a diferencia de lo primero, no había salido de la nada, sino que era algo que llevaba ya un tiempo pensando. 
—Eso tiene sentido —dijo Seth, pasados unos segundos. Alicent lo miró confundida—. Porque eres mi pajarito —añadió, provocando que sonriera tímidamente, con emoción, a la vez en que olvidaba de qué estaban hablando. 
—¿Tu pajarito? —repitió, con la voz temblando. El apodo le sonó demasiado bonito. 
Seth sonrió e hizo el amago de besarla en los labios. Alicent se alzó un poco sobre la punta de los pies, para corresponder, pero Seth se detuvo y frunció el ceño, al mismo tiempo en que miraba hacia la puerta.
—No fastidies —se quejó con un tono que nació del pecho, un tono que no sonó tan controlado y adulto como solía sonar de costumbre. 
Fue como si lo hubiera dicho sin querer, como si algo lo hubiera atrapado por sorpresa. Pero no había pasado nada. O, al menos, Alicent no había notado nada diferente. 
De pronto, alguien llamó a la puerta. Y antes de que ninguno pudiera hacer nada, esta se abrió desde fuera. Alicent se escondió detrás de Seth, asustada. Aquello no era nada habitual, de hecho, era la primera vez que pasaba. 
Escuchó el ruido de la puerta cerrarse sin que nadie mediara palabra. El miedo cedió ante la curiosidad y Alicent se asomó tras Seth, dispuesta a descubrir quién se había atrevido a irrumpir así en sus aposentos. Alicent no sabía cómo sería la vida en las demás habitaciones de la torre, pero conocía a Seth lo bastante bien como para saber que no debía ser molestado si él no quería. Un chico que debía rondar la misma edad que Seth, y que también se parecía bastante, caminó hacia ellos. Era extraño: aunque no se parecían en nada, al mismo tiempo tenía sus mismos rasgos, aunque su piel era más morena, como si se pasara el día bajo el sol, y sus ojos no eran tan afilados como los de Seth, sino un poco más grandes y alegres. Alicent miró de reojo a Seth; tenía el ceño fruncido y la mirada cargada de reproche.
—No sabía que vendrías —acusó.
—Era el plan —replicó el desconocido, sonriendo con burla. Seth bufó.
—Has sido esquivo. Más que de costumbre.
—Puede ser. O puede que tú estuvieras demasiado ocupado con tu pajarito como para darte cuenta de las señales.
¿Pajarito? Alicent sentía las mejillas arder cuando Seth se movió, dejándola a la vista. Puso una mano en la parte baja de su espalda y la hizo dar un paso hacia adelante.
—Alicent, este es Hugo. Mi hermano. Y tenemos un par de cosas de las que hablar. En privado.
Alicent abrió los ojos con sorpresa. Claro. Por eso se parecían tanto. Por eso la llamó pajarito. Seth debía haberle hablado de ella. Su estómago revoloteó. ¿Cuánto tiempo llevaba Seth llamándola pajarito por ahí sin que ella lo supiera? 
—¿Así es como me presentas? —se quejó Hugo. 
En ese momento puso una expresión de completo fastidio y, por un momento, Alicent vio a Seth. Incluso con un color de pelo y mirada distintos, eran idénticos.
—¿En serio? —se quejó Seth. 
Hugo lo ignoró y acortó la distancia entre ambos. Saludó a Alicent besando su mano.
—Así que tú eres la muchacha que le quita el sueño a mi hermano. Al fin nos conocemos.
Alicent retiró la mano cuando fue educado y buscó a Seth con la mirada, comprobando que no estuviera enfadado. Lo estaba, aunque no con ella. Atravesaba a su hermano con la mirada y sus labios estaban torcidos en un mohín fastidiado. 
Hugo por su parte la miraba a ella de la misma forma en la que Alicent siempre quiso que Seth la mirara; como si no existiera nadie más, ni en la habitación ni en el mundo. Su mirada era tan intensa que comenzó a costarle respirar, más incluso que cuando tenía el vestido abrochado. 
Alicent comenzó a enrojecer, y Hugo se rio entre dientes.
—Eres un encanto. La deberías traer a Soledad —propuso y miró a su hermano con parsimonia, como si la rabia que este derrochaba en gestos no fuera con él. 
Alicent consiguió dejar de mirar a Hugo cuando este cortó el contacto. Parpadeó, atolondrada. Nunca había conocido a nadie con una mirada tan… magnética. Aunque había sitio de sobra para los tres, Seth apoyó una mano en su hombro y la movió hacia atrás, interponiéndose entre Alicent y Hugo.
—Hablando de Soledad, ¿qué tal por allí? —preguntó Seth con sequedad. 
La sonrisa de Hugo se amplió. Tenía un matiz raro, Alicent no supo cómo interpretarlo.
—Podrías ir y averiguarlo.
—Ahora mismo no tengo paciencia suficiente como para ir y lidiar con mamá —admitió Seth, cruzando los brazos sobre su pecho. 
Alicent reculó un par de pasos, sintiendo que estaba de más en la conversación. Los miró a ambos y, aunque se sentía estúpida limitándose a estar ahí de pie, intentó no molestar. Seth y Hugo se miraron en un silencio breve. Entonces Hugo sonrió socarrón y Seth resopló, irritado. Aquello era como las conversaciones silenciosas que solía ver entre Idgrod y Joric. 
—Tengo que reconocer que la idea de la torre ha terminado siendo un éxito —dijo Hugo, cambiando de tema mientras empezó a caminar, mirando todo a su alrededor—, y eso que no hubiera dado ni un septim por ti. ¿Te gusta vivir aquí, Ali? —preguntó de pronto, cuando llegó a su altura, y se quedó mirándola de nuevo—. ¿Puedo llamarte así, Ali? 
Alicent asintió con timidez, sin saber cómo reaccionar. Hacía mucho que no hablaba con alguien que no fueran Seth o muy de vez en cuando Joric. Miró hacia Seth, que la miraba con la expresión en blanco pero con la mandíbula tensa. Alicent asintió una vez más y bajó la mirada al suelo.
—Tengo suerte por poder vivir en un sitio así de bonito —murmuró. 
—Volviendo a Soledad—interrumpió Seth. Su mueca cambió a una desagradable—. ¿Cómo está mamá? ¿Sigue con… ese tipo?
—Y parece que van en serio. Se está quedando una temporada en casa. —Hugo sonrió de par en par—. Yo hasta lo llamo papá.
—Eres increíble —murmuró Seth—. ¿Cómo puedes aceptarlo sin más?
Hugo rodó los ojos. Se había acercado a una estantería repleta de libros, y se entretenía sacándolos un poco del sitio para volver a dejarlos donde estaban. 
—En vez de quejarte, deberías agradecer que siga allí. Soy el único que impide que mamá se presente aquí para ver en qué andas metido. 
—Sí, seguro que eres el único —dijo con resentimiento. 
Alicent lo miró preocupada, sabía lo mucho que le afectaba aquel tema que, en aquellos meses, había descubierto que tenían en común. Las madres de ambos los habían dejado de lado por estar con otro hombre. 
Hugo chasqueó la lengua cuando llegó al extremo de la estantería, negando para sí. 
—¿Ni un pasadizo secreto? Menuda decepción. 
Después de suspirar con dramatismo, Hugo se volvió hacia Seth y sonrió de una manera extraña. Sus ojos brillaban con malicia y, a pesar de lo diferentes que podrían parecer de normal, en lo que duró ese gesto volvieron a ser idénticos.
—Si no quieres dar las gracias por mamá, quizá quieras hacerlo por Eve. Ya sabes lo insistente que es; si no fuera porque la tengo entretenida, no tardarías demasiado en tenerla por aquí correteando y toqueteando todo mínimo durante una semana. Sé agradecido, o eso podría cambiar. 
Seth apretó los labios y lo miró con rabia.
—Gracias —siseó contra su voluntad, mientras Hugo levantaba las cejas con sorpresa, como si no se creyera haberlo conseguido. 
Alicent también lo miró sorprendida. Esa era la primera vez que veía a Seth rendirse ante lo que quería alguien más. Seth suspiró de pronto. Otra vez parecían estar hablando con la mirada.
—Quiero a Eve, ¿vale? Pero lo último que necesito ahora mismo es a un niño pequeño a mi alrededor. —Seth frunció el ceño en dirección a Hugo—. ¿Qué ha sido eso?
Hugo desvió la mirada y se encogió de hombros, pero la travesura estaba bien presente en sus facciones.
—No sé de qué me hablas —replicó, conteniendo la risa.
Seth empezó a caminar hacia él y Hugo echó a correr, huyendo. Alicent perdió la cuenta de los minutos que estuvieron así, persiguiéndose. Si no fuera porque Seth se veía enfadado, pensaría que estaban jugando. La risa de Hugo cada vez que daba una zancada rápida en el último momento, alejándose de nuevo de Seth cuando estaba a punto de atraparlo, solo lo confirmaba más. Cuando por fin se detuvieron, ambos estaban jadeando. 
Hugo se desplomó sobre la cama y Seth se dejó caer en una de las sillas que tenían junto a la mesa del desayuno. 
—¿Es que Eve va a venir también? —preguntó Seth una vez hubo recuperado el aire. 
—Que no —replicó Hugo, dando bocanadas rápidas de aire. 
Alicent se apuró en acercar a Seth una jarra y un vaso con agua.
—¿Entonces…? —Seth miró a Hugo con horror—. Dime que mamá no está embarazada. Hugo —su voz sonó desesperada e infantil como no lo había hecho hasta entonces—, responde. 
En lugar de hacerlo, Hugo apoyó los codos sobre el colchón y se incorporó lo suficiente como para poder mirarlos a ambos. Seth no bebió hasta que no comprendió que Hugo no parecía dispuesto a responder a la pregunta. 
—¿Te importa si me quedo aquí un tiempo? —preguntó Hugo de golpe. 
Seth estuvo a punto de escupir el agua. 
—No. 
—Estupendo, porque…
—Digo que no —cortó Seth, entrecerrando los ojos—. No te quedarás aquí. 
Hugo rodó los ojos al mismo tiempo en que dejaba caer la cabeza hacia un lado.
—No te pregunto si puedo, te pregunto si te importa. 
—¡Eres un…! —empezó Seth, aunque dejó la frase en el aire. 
Al mismo tiempo Hugo miró a Alicent y su sonrisa volvió a aparecer, más inocente que antes, gracias a su pelo revuelto y sus mejillas coloradas por la carrera.
—¿Qué te parece, Ali? Vamos a vivir juntos una temporada. 
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loshijosdebal · 3 months
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Capítulo XXVIII: La respuesta de Lami
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Alicent salió de la bañera cuando escuchó el sonido de la llave bloqueando la puerta. Alva había entrado en el cuarto poco después de que Seth se marchara, como cada mañana. Como ya era habitual, se llevó la bandeja con los restos del desayuno y dejó una copa con una infusión de hierbas sobre la mesa del dormitorio. Tómate esto, había dicho el primer día. Después de aquella orden no había vuelto a dirigirle la palabra y Alicent lo prefería así. Había algo en sus ojos, una mezcla entre repulsión y resentimiento, que a parte de no comprender hacía que se sintiera insegura como nunca a su lado, aunque también estaba el hecho de que ahora sabía que era un vampiro. De todos modos, era algo confuso, ya que aunque no tenía ni idea de qué había hecho para enfadar tanto a Alva, si alguien tenía motivos para cabrearse, esa era ella. 
Alicent saltó por encima del semimuro de piedra que separaba el vestidor del dormitorio. Aunque aquella planta era tan amplia como cuatro veces su casa, para esas alturas Alicent ya había descubierto cualquier recobeco de la sala, y estaba harta de tener que rodear el círculo exterior para poder acceder a la habitación. Cogió la taza de té, que todavía humeaba, de encima de la mesa auxiliar que había junto a la cama. Seth y ella siempre desayunaban allí. 
Seth. Alicent apretó la copa entre las manos. Cada mañana, Seth subía una bandeja con el desayuno y la dejaba sobre la mesa junto a la cama. La obligaba a esperarlo allí, desnuda, postrada sobre el colchón como una muñeca que espera a que su dueño vuelva a su lado. También subía una bandeja con la cena por las noches, cuando regresaba de a saber dónde. Ella por su parte cada vez comía menos, aunque se moría de hambre. A pesar de que el olor de todo lo que él traía le abría el apetito, la culpa que sentía al pensar que estaba pagando la comida y el techo con su cuerpo le cerraba el estómago y no era capaz de dar más de un par de bocados por comida. 
Miró hacia las mantas, todavía revueltas tras la despedida de Seth. Los recuerdos se volvieron tan vívidos que se quedó paralizada durante casi un minuto. Fue el olor a belladama infusionada lo que la trajo de vuelta. Alicent volvió en sí dando una bocanada de aire, sintiendo húmedas las mejillas aunque no era consciente de haber roto a llorar. Se estremeció y sacudió la cabeza, enfadada consigo misma; congelarse no la ayudaba de nada, todo lo contrario. Necesitaba ser consciente de todo lo que le hacía Seth, para no vacilar con respecto a sus pensamientos sobre él. 
Vació el té en la misma maceta de siempre. La planta de dicha maceta era alta y verde cuando Alicent llegó a Myr, pero con el paso de las semanas se había ido marchitando. Dejó la taza vacía sobre la mesilla de noche y fue hacia el balcón, limpiándose las lágrimas con impaciencia. 
No entendía por qué la intentaban envenenar. Si era cosa de Seth, ¿por qué simplemente no la encerraba en una celda en lugar de enviar a Alva con un té envenenado? O si tanto quería matarla, ¿por qué no hacerlo de una vez por todas, en lugar de usar un método tan lento? La belladama era una flor potencialmente venenosa cuando se combinaba con otros ingredientes, capaz de acabar con una persona de forma lenta y dolorosa. Pero, ¿realmente era cosa de Seth o Alva estaba actuando por cuenta propia? Alva compraba belladama con cierta frecuencia en la tienda de su madre, y Lami se la servía siempre con tanta discreción que eso había picado la curiosidad de Alicent, motivando que investigara sobre aquel ingrediente. Las muertes por consumo de belladama eran lentas y poco agradables. La piel se empezaba a descamar y luego llegaban las llagas. Y eso solo era el principio. Si Alicent hubiera tomado los tés, sería solo cuestión de tiempo que quedara calva y con la piel en carne viva, hasta terminar ahogada en su propio vómito cuando no tuviera ya fuerzas ni para moverse. Aquello era una opción peor incluso que morir desangrada lentamente por vampiros. 
Se olvidó de Alva, del té, y de que intentaban asesinarla en cuanto abrió las puertas del balcón y escuchó las voces que subían desde el jardín. Se asomó y, desde lo alto, reconoció a Joric peleando espada contra espada con Seth. 
Los ojos se le llenaron otra vez de lágrimas al mismo tiempo en que jadeó emocionada. No se lo merecía, pero Joric había vuelto para rescatarla. Alicent apretó los dedos contra el pasamanos de piedra del balcón y se inclinó hacia adelante. El corazón le dio un giro cuando Joric consiguió desarmar a Seth tras varios movimientos certeros, pero no tardó en encogerse cuando su amigo no solo no dio el golpe de gracia a Seth, sino que también bajó la espalda y esperó a que recuperara la suya. Luego hizo varios movimientos lentos en el aire, mientras parecía explicar algo. Están entrenando. 
Retrocedió y volvió a entrar en la habitación, sintiéndose estúpida. ¿Qué esperaba? Ya habían pasado ocho noches desde que se habían reencontrado. Si alguien la hubiera querido rescatar, ya lo habría hecho. Además, lo que había escrito en la nota que le dio tampoco daba motivos para ello. Además, Joric no estaba de su lado, o al menos no tanto como antes. Debió haberlo sabido desde el principio. Con lo mal que se llevaban, Seth no le habría dejado verla si no supiera que podía contar con su apoyo.
Alicent giró a la derecha y esquivó el biombo que separaba el baño de la zona de pociones, decidida a hacer algo, lo que fuera, para evitar volverse loca mientras esperaba a que subieran. Hacía una semana y un día, el mismo día en que intentó quitarse la vida, que Joric los había visitado en la torre. La alegría por verlo duró poco; Alicent no podía imaginar lo que debió haber vivido durante el secuestro de los nigromantes, pero desde luego no era el mismo que antes. Estaba más apagado, casi sin vida. Mecánico incluso. Sin embargo, podía entenderlo. Ella tampoco volvería a ser nunca la misma después de todo lo que le había tocado vivir. Por ahora, con volver a Morthal se conformaba. Y si Joric estaba en Myr, quizá traía la respuesta a sus súplicas. 
Le había pedido a Joric que le entregara una nota a su madre en su nombre. Como fue algo improvisado, no le llevó mucho tiempo escribirla. Todavía recordaba de memoria lo que había escrito en el papel doblado que le dio a Joric: “Mamá, quiero volver a casa. Te echo de menos. Alicent”. A Seth no le había gustado su atrevimiento, pero no pudo hacer nada por impedirlo.
Alicent cogió un tarro y se acercó a una ventana para examinarlo a la luz del día. Concentrarse en la tarea de hacer pociones le costó un buen rato, incapaz de dejar de dar vueltas a su situación. ¿Cómo saber si podía o no confiar en Joric? A fin de cuentas, la última vez que se habían visto en Morthal las cosas habían ido fatal. ¿Y si piensa que merezco esto? Sorbió su nariz y se prohibió parpadear más de lo estrictamente necesario, negándose a seguir llorando. La mezcla de raíz trepadora y ectoplasma que había preparado hacía unos días parecía ir bien. En solo dos días más, serviría como base para unas cuantas pociones para restaurar magia. Hasta donde Alicent sabía, la magia era como el aguante; cada persona tenía una capacidad y esta se iba agotando si se utilizaba de forma intensa y sin descanso. Hacía tres noches que Seth había hecho instalar un pequeño puesto de alquimia solo para ella, para que pudiera practicar, o eso había dicho él. Pero Alicent no era tonta o, al menos, no lo era tanto como cuando llegó. Sabía que a su madre no le temblaba el pulso a la hora de vetar a clientes de la tienda, y Alicent había notado que la reserva de pociones mágicas de Seth había ido menguando, tanto que ya habían desaparecido incluso las pociones que el brujo tenía repartidas por el cuarto como decoración. 
Apretó los labios mientras devolvía el tarro con la mezcla a su sitio. Quizá por eso le daba la belladona en pequeñas dosis, para poder reabastecerse bien antes de acabar con ella. No. Basta de pensar esas cosas. Cuando Joric suba, me iré con él.  Decidió hacer algunas pociones de reforzar magia mientras esperaba. Si la anterior mezcla servía para regenerar magia cuando un mago ya había consumido toda su energía mágica, esta  nueva mezcla hacía que el mago tuviera más energía mágica de base. Echó un puñado de uvas de jazbay al mortero y empezó a molerlas con ganas. Pero ¿y si me ha traicionado? ¿Y si no le ha dado la nota a mamá? 
Pagó la frustración con las uvas, las cuales machacó con ahínco hasta formar un puré. ¿Qué va a ser de mí si tengo que seguir viviendo aquí? ¿Cuánto aguantaré con vida? Limpió con rapidez una lágrima rebelde y suspiró. Debía dejar de pensar en ello cuanto antes. Joric y Seth podían subir en cualquier momento y Alicent no se podía permitir estar con los nervios a flor de piel. Cuando estaba así no era capaz de pensar con claridad, era todo emoción. Pero si tengo que seguir aquí, ¿cuánto aguantaré con vida? Dejó el mortero a un lado y buscó las aletas de carpa entre todos los tarros que Seth había conseguido. Alicent no sabía de dónde habría sacado todo aquello de un día para otro, allí había ingredientes que no tenían ni en la tienda. Su mirada se detuvo en uno en concreto. Aletas de perca. Alicent cogió el tarro y lo abrió, mirando las colas de pez secas, recordando el día en que casi envenenó sin querer a Falion con ellas. ¿Y si…? Podría camuflar el veneno entre las demás pociones. 
Basta. Una vez más, se obligó a concentrarse en las pociones y a evadirse de su situación. No podía estar pensando en envenenar a alguien, eso no estaba bien. Cerró el tarro de aletas de perca y lo alejó de sí, para coger el de carpa y añadir la proporción necesaria a las uvas de jazbay. Aquella mezcla no necesitaba de reposo, así que para cuando Seth y Joric quisieron entrar, Alicent estaba terminando de embotellar las ocho pociones para las que había dado la mezcla. 
—Alicent —llamó Seth—. Joric ha vuelto de visita. Quería verte antes de regresar a Morthal.
La atraparon con la guardia baja, cuando ya había logrado concentrarse. Alicent dejó un par de pociones sin taponar y se dirigió a ellos, para recibirlos.  Ambos estaban desgarbados y sudorosos por el entrenamiento. Primero besó a Seth en la mejilla, para tenerlo contento; la última vez se había molestado cuando ella saludó a Joric y no a él. Luego se detuvo frente a Joric y lo abrazó con fuerza, cerrando los ojos y escondiendo la cara en uno de sus hombros. Podría haber cambiado, pero seguía vivo. No como Laelette y Alva. Esperaba que Joric la abrazara también, que la envolviera con sus brazos. O al menos que le diera una palmada en la espalda, como solía hacer Benor, a quien el contacto físico tendía a ponerlo bastante incómodo. Pero Joric no hizo nada, solo se quedó allí de pie, tieso como un palo, como un mal presagio que confirmaba sus sospechas de que Joric ahora era más afín a Seth que a ella. Alicent se separó a los pocos segundos y lo miró.
—¿Cómo estás? —preguntó, solo para tantearlo. Joric la miró con la expresión en blanco.
—Preferiría no tener que estar haciendo esto —confesó él. Alicent frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Joric respiró hondo y miró a Seth. Este estaba tenso y asintió, como dando ánimos a Joric. Seth lo sabe.
—Le di la nota a tu madre. 
Los ojos de Alicent se volvieron a aguar, ante la repentina certeza de que su encierro en la torre no terminaría esa tarde. 
—¿Y qué… ? ¿Qué te dijo? —preguntó. Joric apretó los labios y bajó la mirada al suelo, tardando en contestar—. Habla, Joric —espetó con impaciencia. 
Joric suspiró.
—No puedes volver a casa, Alicent.
—¿Le pediste volver a casa? —Seth la miró con reproche antes de rodar los ojos mientras bufaba, como si no se lo pudiera creer. 
Alicent se encogió un poco sobre sí, consciente de que en cuanto Joric se fuera tendría que enfrentar a Seth. Tomó aire y volvió a mirar a Joric, con los ojos vidriosos pero cargados de sospecha. Tiene que estar mintiendo, mamá nunca me dejaría sola. 
—Pero… —susurró, con la voz llorosa—, ¿por qué?
Por primera vez desde que se reencontraron, Alicent fue capaz de atisbar en sus ojos algo del antiguo Joric. La miró con tanta lástima que se lo creyó. Alguien que te miraba así no podía estar mintiendo, no podía lastimarte a propósito. Pero, de repente, la mirada de Joric se volvió a vaciar de emociones.
—Cuando le di tu nota, Lami dijo que no sabía en qué estabas pensando. Que cómo habías podido ser tan descerebrada y egoísta, dejando Morthal para venir aquí con un completo extraño. 
—Perdona, ¿un extraño? —preguntó Seth, ofendido. Alicent y Joric lo ignoraron.
—Los nigromantes iban a atacar, e Idgrod y tú… —se defendió Alicent entre balbuceos. Si pudiera ir ella a Morthal, todo sería más fácil. Se lo explicaría a su madre, ella lo entendería, y…
La expresión de Joric se endureció.
—Sí, dije que te habías ido por eso. Aquello la confundió todavía más: ¿Cómo sabías que esa noche sería el ataque? —dejó la pregunta en el aire y negó con la cabeza. A Alicent se le encogió el corazón—. Aunque eso no importa. Lo que importa es que lo sabías y no avisaste. No solo no te quiere en casa, sino que no quiere saber nada de ti nunca más. Ahora Virkmund y Thonnir viven con ella, y… 
Alicent se tapó los oídos con las manos. Había empezado a temblar, sin querer dar crédito a lo que estaba escuchando. 
—¡No es verdad! —acusó, convencida de que aquello tenía que ser cosa de Seth. Alicent cerró también los ojos. No quería oírlo, ni verlo. No quería saber nada de él. Era tan horrible como Seth, mintiendo con esas cosas tan terribles—. ¡CÁLLATE! ¡ERES UN MENTIROSO! 
Joric esperó en silencio a que ella callara para seguir hablando. 
—Robaste la empuñadura, Alicent. —Su voz se superpuso por encima de sus manos, como si no pudiera huir de ella.
Alicent abrió de nuevo los ojos, de golpe y atónita, como si algo la hubiera golpeado. La conciencia de sus acciones. Sabía que atacarían y no dije nada. Aunque la empuñadura había desaparecido horas antes que ella, Lami no tenía forma de saberlo. 
—Mamá cree que los traicioné —adivinó en un susurro.
Joric no dijo nada, pero tampoco hizo falta. Su silencio fue más que suficiente. Alicent hizo el amago de darles la espalda cuando la voz de Seth la detuvo.
—Deberías escuchar el resto, Ali —dijo con un tono extrañamente cauteloso. 
Alicent lo miró con desconfianza y volvió la vista a Joric. Por su cara, anticipó que lo que iba a decir no era nada bueno.
—¿Qué? —preguntó, cansada. Fuera lo que fuese, en realidad no quería escucharlo.  
—Te ha denunciado —dijo Joric, sin hacerse de rogar.
Alicent parpadeó, confundida.
—¿Cómo?
—Por lo de la empuñadura. Descubrir que ya no estaba fue el colmo. Te denunció a la guardia de la ciudad. Nunca la había visto tan enfadada —contó Joric, desviando la mirada—. No se podía creer que, no contenta con irte, le hubieras quitado lo único que le quedaba de tu padre. 
Alicent miró a Joric, con los ojos cargados de confusión.
—Pero… Pero tú le dijiste que se la devolvería, ¿no? No es como… como si me hubiera deshecho de ella. Todavía la tengo. Seth la tiene —aseguró, girando la cara hacia Seth.
Seth negó. 
—Fue el precio por liberar a Joric —confesó.
—Pero… 
—Los nigromantes lo capturaron y le robaron el alma, Alicent —se excusó Seth—. Si no le hubiera dado la empuñadura a la mujer que lo capturó, hubiera muerto. 
Así que es por eso, comprendió en silencio. Por eso Joric estaba de su lado. Había renunciado a reconstruir la Cuchilla de Mehrunes para salvar su vida. Pero, ¿y la visión de Idgrod?
—La visión de Idgrod… —empezó. 
Seth dio un paso hacia ella, con la expresión cargada de culpa y de angustia. Alicent dejó de hablar y retrocedió por instinto, manteniendo la distancia. Por una vez, al menos desde que estaba en Myr, Seth no pareció enfadado. Pero se reafirmó dando un nuevo paso y la agarró por los hombros, forzando el contacto visual.
—Alicent —habló con la voz grave, con el gesto serio y dolido—, era la vida de Joric. Qué querías que hiciera, ¿dejarlo morir? 
No podía rebatir aquello, así que ni siquiera lo intentó. Alicent dejó de mirarlos, agachó la cabeza y tiró de sí para soltarse de su agarre. Cuando lo consiguió, se marchó en silencio hacia el otro extremo de la habitación, hacia su puesto de alquimia. Eran unos mentirosos. Aquello tenía que ser mentira. Puse a mamá en peligro por un chico. Era mentira. Las visiones de Idgrod siempre se cumplían, y ella había visto que Seth conseguiría la daga. La daga mítica cuya reconstrucción había sido impedida por su familia durante generaciones. Podría haberme negado, pero le di la empuñadura solo porque lo quería impresionar. Su madre tenía todo el derecho del mundo a estar enfadada. Además, me porté fatal los últimos días que estuvimos juntas. Tal y como la había tratado, ocultando cosas, negándose a hablar con ella y demás, Alicent se terminó por creer todo lo que le acababan de contar. 
Se sentó tras el muro y escondió la cabeza entre las rodillas, se abrazó a estas y rompió a llorar silenciosamente, aceptando su destino. Ahora esto es lo único que tengo. No se dio cuenta de que Joric se había marchado hasta que Seth se detuvo de pie a su lado. 
—Así que planeabas abandonarme sin decirme nada. —Su voz sonó paciente y le recordó a la forma de hablar que tenía Idgrod cuando la regañaba por algo sin importancia.
Alicent suspiró, cansada. Podía escuchar a Seth moverse cerca, pero no lo veía. De repente acarició la parte de arriba de su espalda; debía haberse acuclillado a su lado. Alicent se tensó. No podía evitar hacerlo cada vez que él la tocaba desde que había llegado a la torre y, aunque él siempre se enfadaba, en esta ocasión fue diferente. 
—Alicent —la llamó, pero ella no deshizo la pose—. ¿Sabes? Ya estoy harto de hacernos daño —habló y su tono le sonó familiar. Era el del Seth de Morthal, el del chico del que ella se había enamorado—. Siento habértelo ocultado, pero sabía que decirte que había tenido que entregar la empuñadura te haría todavía más daño. Lo único que quería era protegerte. 
Alicent permaneció callada, inmóvil. Por suerte, Seth no parecía tener ganas de discutir, ya que no insistió. Supuso por el sonido que se incorporó y luego escuchó sus pasos, pero no se alejó mucho, sino que la empezó a rondar.
—¿Lo has hecho tú? —preguntó de pronto, poco después. 
¿Se habrá fijado ya en la planta? Alicent se obligó a levantar la mirada, con miedo. Pero Seth no estaba mirando la planta mustia, sino el lote de pociones que acababa de preparar. Exhaló, aliviada, y asintió. Seth se quedó pensativo, sin alejar los ojos de los frascos. Se acercó a la mesa de pociones, cogió uno de los que estaban sin taponar y se lo tendió. Alicent lo miró, todavía con lágrimas en los ojos. Veía borroso por culpa de esto, pero aun así fue capaz de notar la desconfianza en sus facciones. 
—Bébela —ordenó.
Alicent estiró el brazo y cogió el frasco, agradeciendo no haber seguido con el plan del veneno.
—¿Por qué? —preguntó, fingiendo que la posibilidad de envenenarlo ni se le había pasado por la cabeza.
Seth le restó importancia al asunto con un ademán. Alicent se dio cuenta de que debía de tener un aspecto terrible, porque tampoco se enfadó cuando no cumplió su orden a la primera, como solía hacer. 
—Tú hazlo. 
Alicent obedeció y la tomó de un trago, con resignación. Sabía fatal, como a pescado afrutado, y no pudo evitar una mueca de asco. Seth cogió el frasco y, tras comprobar que estaba vacío, lo dejó junto a los otros frascos. Mientras, Alicent sintió que algo crecía en ella, extendiéndose por todo su cuerpo. No era algo totalmente ajeno, sino una energía que siempre estaba ahí pero que era demasiado tenue como para apreciarla, pero que ahora la hacía sentir… poderosa. Alicent parpadeó un par de veces y miró hacia Seth, sorprendida al caer en la cuenta de que así era cómo debía sentirse constantemente un mago. De que así se debían sentir constantemente él.
Seth aprovechó el momento de distracción y la ayudó a ponerse en pie. Luego la cogió en brazos y la llevó así hasta la zona de la chimenea, donde había varias butacas. Seth la dejó en el suelo y luego tiró de ella, haciendo que se sentara sobre él. Lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué…?
—Recuerdo que querías aprender magia —dijo Seth, sorprendiéndola—. He pensado que quizá pueda enseñarte algún truco.
—¿Ahora? —Seth asintió.
—Te vendrá bien no pensar mucho en lo que acaba de ocurrir. 
Alicent echó el cuerpo inconscientemente hacia atrás, apartándose un poco de él, sin llegar a bajarse de su regazo. 
—No estás… ¿enfadado? —preguntó con cautela.
—Lo estás pasando… mal —contestó Seth, apoyando una mano en su pierna, por encima del vestido. 
Alicent se tensó una vez más ante su contacto, pero, para su confusión, Seth no hizo nada raro. Solo la dejó ahí apoyada, pero la miró con el ceño fruncido y una mueca indecisa en los labios. Alicent no tenía ningún otro sitio al que ir, si quería tener alguna opción de sobrevivir, debería aprender a disimular mejor el rechazo que le provocaba su tacto. ¿Por qué lo odio tanto? Lo que le había hecho era horrible pero, ¿no había tenido ella parte de culpa?
—Entiendo que quieras irte, Ali. Es culpa mía por no haberte contado qué era exactamente lo que pasaba. Quería protegerte de todo, incluso de la verdad que podría hacerte daño, pero está claro que no puedo. Siento haberte ocultado cómo logré salvar a Joric. También el que tu madre te odiaba por haberle roto el corazón. Lo único que he querido siempre, desde que te conozco, es cuidarte. 
Seth miró hacia el suelo, con una mueca triste. A Alicent se le revolvieron las tripas y giró la cabeza, confusa, mareada, sorprendida. Él sigue siendo la persona a la que conocí. Era obvio por lo que estaba diciendo, por cómo la estaba tratando a pesar de los desprecios que ella acababa de hacerle. Si tan solo lo hubiera tratado mejor estos últimos días, quizá las cosas hubieran ido mejor. Quizá había estado tan cegada por el rencor que había provocado todo lo demás. 
—Siento mucho que pienses que soy alguien de quien debes alejarte —siguió Seth—. Pero no lo soy. Solo espero que… algún día consigas verlo. 
Alicent lo volvió a mirar, sintiendo que el labio le temblaba, a punto de romper en llanto una vez más. Quizá él no fuera perfecto, quizá tuviera un montón de defectos, pero lo estaba intentando. Ella, sin embargo, lo único que había hecho desde que llegó a la torre había sido hacerse la víctima, quejándose y resistiéndose. 
Incapaz de aguantar más el llanto, se dejó caer contra el hombro de Seth y lo abrazó. Su mueca de sorpresa intensificó sus lágrimas. ¿Qué tan cruel había sido con él para que reaccionara de esa manera ante algo tan básico? ¿Cómo había podido ser tan mala persona con él? Él intentaba protegerme y yo lo traté como a un monstruo. Seth la abrazó contra sí, con cautela, y empezó a acariciar su espalda para reconfortarla. Me salvó, salvó a mamá, a Joric… salvó a todo Morthal. Y yo se lo pagué con odio y con asco. 
—P-perdón… —consiguió pronunciar entre llanto, pegándose más a él—. Perdóname —repitió desesperada, sintiéndose egoísta y culpable —. Lo… lo siento mucho. 
—Shhh, no pasa nada. Todo va a estar bien, Ali—susurró él. 
Alicent se aferró a él con más fuerza. Y a pesar de todo me sigue cuidando, aunque no lo merezco. En ese momento, Alicent tomó una decisión. Se comportaría como la chica que él merecía. Si Seth había podido vivir con su odio a pesar de vivir juntos, ella podría vivir sabiendo que su madre la odiaba, si ese era el precio a pagar porque Seth los hubiera salvado a todos. 
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loshijosdebal · 3 months
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Capítulo XXVII: La voluntad de Joric
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Despertó como todas las mañanas desde que llegó a la torre, de forma mecánica y con gesto apático, deseando gritar y sin poder hacerlo. De todos los futuros que Joric había imaginado para sí desde que tenía conciencia, ninguno había sido tan desalentador como el que le había tocado vivir. Él, que aspiraba a ser Legado o incluso General de la Legión Imperial algún día, había terminado convertido en el recadero de un grupo de vampiros cuyo objetivo era arrebatar Morthal a su propia familia sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Fue un golpe tan fuerte para Joric que, pese a su corta edad, tenía la sensación de haber madurado años en las dos últimas semanas. 
Miró hacia el techo con los ojos vacíos, sin ningún deseo por moverse, cuando su cuerpo se incorporó sobre la cama, listo para ir a reunirse con Laelette. Como cada mañana, Joric se mareó cuando su carne lo levantó antes de que estuviera mentalmente preparado y lo arrastró hasta el salón central, donde se reunió con la vampira. A Laelette le gustaba comer con él. Aunque al principio Joric pensó que era porque se conocían, porque quizá quería sonsacarle información sobre cómo habían ido las cosas en su ausencia, no tardó mucho en darse cuenta de que, en realidad, lo estaba usando como sustituto de su hijo Virkmund. 
Pinchó una patata y la masticó sin entusiasmo. Incluso el esfuerzo de tragar iba guiado por una fuerza que no era suya, pero que a veces era insuficiente a propósito para obligarlo a actuar. Seth no se conformaba con haber doblegado la voluntad de su cuerpo, sino que quería que Joric sintiera que había ciertas cosas que las hacía por propia voluntad. Quería que su mente también cediera. Era el colmo, pero funcionaba. La fuerza para tragar no bastó para que la patata bajara bien por su garganta, así que tuvo que beber un poco de agua para no morir atragantado.
—¿Estás bien, cielo? —preguntó Laelette, sin apartar la boca del cuello de Grynd, un esclavo que debía de tener la edad de su padre. 
Joric asintió, aunque tosió unas cuantas veces más antes de seguir comiendo sin voluntad ni apetito; nada le quitaba el hambre como la escena que tenía lugar ante sus ojos, donde Laelette se seguía alimentando por vicio del cuerpo cansado y torturado del viejo esclavo nórdico. A pesar de todo, Joric no dijo nada. No solo se abstuvo por el control de Seth, sino porque llevarse con Laelette tenía sus ventajas, por más rechazo que le causara. Gracias a ella tenía su propio cuarto en un hueco que antes había servido como despensa. También gracias a ella podía comer comida decente o vestir ropa, y por ahora nadie se había intentado alimentar de él. Hacer gestos o dedicarle miradas inadecuadas a la criatura que le garantizaba estos privilegios no era la mejor de las ideas, no al menos si no quería terminar como los demás esclavos.
Cuando terminó de desayunar se despidió de Laelette, quien le dio la lista de tareas diarias.  Lo primero que hizo fue poner a hervir unas cuantas verduras viejas para que los esclavos tuvieran algo que comer más tarde. Después de eso fue a asearse. Comer, beber, asearse. Todas acciones básicas para estar sano y presentable, tal y como exigía Seth. Si fuera por Joric habría dejado de comer y de beber desde que llegó a Myr, pero Athan había sido claro: si no lo hacía por voluntad propia, lo haría de todos modos. Ser dirigido por el brujo incluso en algo tan básico como comer le pareció tan intrusivo que, con el paso de los días, empezó a hacerlo a propósito. Recobrar el control sobre esos momentos de su vida le pareció una victoria, al menos hasta que se dio cuenta de que eso era lo que buscaba Lord Athan; manipularlo para, poco a poco, hacerse también con el control de su mente. Lord Athan. Se puso de mal humor al darse cuenta de que había pensado en él por ese nombre, el cual era, por supuesto, otra imposición más. 
Joric limpió cada habitación de la torre salvo la última planta, cuyo acceso tenía prohibido desde hacía una semana. Después llevó la comida a los esclavos. Un cuenco de guiso, si así se podía llamar a aquella bazofia hecha de verduras medio podres, y media barra de pan duro por cabeza. 
—Buenos días, chico —saludó débilmente Grynd, a quien Laelette había llevado de vuelta a una jaula después de alimentarse de él—. Volvemos a vernos hoy.
Joric cometió el error de mirarlo a los ojos, que estaban hundidos por el desgaste que le suponía vivir en aquella torre, donde día sí y día también le arrebatan un poco más de vida. Grynd se aferró a su mirada e hizo el esfuerzo por levantarse un poco.
—Chico —susurró—, por favor, dame media barra más. Tu madre me está dejando en los huesos —bromeó. Joric no sabía cómo al esclavo le seguía quedando humor para hacer bromas. 
Aunque Seth no había prohibido que hablase con los esclavos, Grynd era el único que le había dirigido la palabra hasta el momento. Joric suponía que era porque debía llevar ahí poco tiempo. Su estado físico, aunque insalubre, era mucho mejor que el de los otros cuatro esclavos que estaban presos en la torre. 
—Es mejor que no lo haga —replicó, con la voz monótona y las entrañas revueltas. Si lo hacía, no podría darle de cenar. 
Aunque Grynd no lo supiera, Joric sabía de sus lecciones de supervivencia que era mejor comer poco en dos tandas repartidas durante el día que comer todo de una vez y no volver a probar bocado hasta la mañana siguiente. El esclavo suspiró y dejó caer el brazo con pesadez, sin sorpresa. 
—Tenía que intentarlo —suspiró el esclavo, cogiendo su ración. 
Joric se dirigió hacia la celda del otro esclavo nórdico que, aunque era más joven que Grynd, estaba más desmejorado. Se quedó pensando en su situación respecto a los demás esclavos. Quizá él tuviera más comodidades que ellos, pero envidió la capacidad que Grynd seguía teniendo para pedir algo o negociar. A él no le quedaba más alternativa que aceptar sin rechistar cualquier capricho de Athan.
—¿Cuánto llevas aquí? —preguntó Joric, mientras seguía repartiendo la comida. 
Estaba abriendo la jaula de la esclava argoniana cuando volvió a escuchar la voz de Grynd. De los cinco esclavos, era el único al que podía poner nombre.
—No lo sé —respondió el esclavo al rato, justo después de soltar el cuenco vacío. Había devorado el guiso con ansia—. El tiempo aquí no pasa como en el exterior. Me capturaron unas semanas antes de Saturalia, cuando llevaba un cargamento con ingredientes a Morthal. 
Por ese entonces yo estaba en Soledad. En aquel viaje había conocido a la familia de Seth y se había llevado una muy buena opinión de ellos, en especial de su mellizo, con quien había entablado amistad. ¿Qué pensaría Hugo si supiera que su hermano es un monstruo? 
—¿Ingredientes? —preguntó al fin, tras dar su ración al guardia rojo y cerrar su celda, antes de dirigirse hacia la de la mujer imperial. 
—Solía trabajar para una orca alquimista que vive en Narzulbur, cerca de Ventalia. Además de cultivar, Boli sabía cómo conseguir algunos ingredientes no tan sencillos de encontrar, así que teníamos un trato. Ella los reunía y yo repartía la mercancía por las tiendas de alquimia de toda Skyrim. 
Aquella historia le hizo pensar en Alicent.
—Tengo que irme —se excusó en cuanto cerró la celda de la mujer imperial. 
Subió las escaleras con paso fuerte, sintiendo su corazón latir contra su pecho. A veces sus movimientos se coordinaban con sus emociones, siempre y cuando no entrasen en conflicto, y cuando eso pasaba tenía cierta naturalidad al expresarse y moverse. 
Salió de la torre rastrillo en mano; aquel día le tocaba quitar las malas hierbas del jardín. La bruma ya era tan débil que los rayos de Magnus la atravesaban sin problemas, calentando su piel, haciendo que el aire frío fuera mucho más llevadero.Joric disfrutó del contacto del sol y de la brisa, que ahora solo sentía cuando tenía alguna tarea que hacer en el islote. De tanto en tanto, mientras se encargaba de la maleza, Joric lanzaba miradas indiscretas hacia el balcón de la torre, en el último piso. Sabía que no era el último en llegar a la torre, ya había oído hablar de la chica que vivía en los aposentos de Seth desde hacía una semana. Aunque había puesto el oído para descubrir su nombre, no había tenido éxito. De todas formas podía hacerse una idea de quién era ella, por eso mismo hacía días que la intentaba ver. 
Arrancó otro puñado de hierbas y las fue a tirar al saco donde estaba metiendo toda la maleza. Estiró la espalda y los brazos hacia el cielo mientras soltaba un suspiro, cerrando los ojos en el proceso. Cuando los abrió, se quedó sin habla. Una chica joven, más o menos de su edad, acababa de salir al balcón, tal y como había estado esperando desde hacía días. Su corazón se detuvo un instante y después comenzó a latir con rapidez. Claro que eras tú. No podía ver bien su cara desde el jardín, pero la reconocería en cualquier parte. Espero que seas feliz, que al menos a ti te trate bien, Ali. Pero Alicent miró hacia atrás, totalmente ajena a su presencia, buscando algo. Acto seguido se encaramó a la balaustrada y sus movimientos dejaron en claro sus intenciones. 
Los ojos de le salieron de las órbitas y su garganta ardió por las ganas de gritar que no lo hiciera, pero la falta de conocimiento sobre si Seth deseaba que Alicent acabara así fue suficiente para que su voluntad se viera anulada, obligándolo a no intervenir. 
“Tu deber es servirme. No harás nada si no te lo ordeno primero.”
Agachó la mirada, con los ojos llenos de lágrimas. Los cerró y sus labios se apretaron esperando un impacto que no llegó. Pasó un rato hasta que se atrevió a mirar de vuelta hacia arriba, hacia el balcón. Alicent seguía ahí, de pie sobre la balaustrada, atrapada por una pared invisible que no la dejaba saltar. Joric vio su cuerpo apoyado contra la nada, mientras aporreaba el aire, intentando tumbar esa barrera y así conseguir caer de una vez por todas. Gritaba mientras lloraba, pudo escuchar su voz en la distancia, pese a no entender qué decía. Joric apretó las manos en puños y se dio media vuelta para entrar de nuevo en la torre. Aunque lo que deseaba era subir las escaleras corriendo para rescatarla y poder huir juntos, fue a buscar a Seth, para traicionarla.
Una de las órdenes de Athan era que le mantuviera informado de todo lo que le pudiera ser de interés, así que Joric se dejó llevar por su propio y cuerpo hasta el salón principal de Myr. Había amanecido hacía no mucho, así que supuso que Seth estaría reunido con el clan de Movarth antes de que los vampiros se fueran a la sala de ataúdes en la que dormían. 
Abrió la puerta del salón sin llamar y Movarth y Seth miraron hacia él brevemente, sin dejar de hablar. Joric cerró la puerta y se hizo a un lado, esperando a que Seth se dignara a atenderlo. A veces se preguntaba cuánto control tendría sobre él, si iría más allá de lo corporal y podría leer también sus pensamientos. Estaba claro que no podía controlarlos, lo cual era un alivio. Por si acaso podía escucharlos, se esforzó por imaginarlo sin esa pinta repeinada que llevaba siempre; en su lugar lo visualizó calvo como un huevo y vistiendo como de normal lo haría Don Dogma, con un traje ridículamente ostentoso y poco elegante. 
Suspiró mentalmente cuando la imagen no consiguió hacerle ni un poco de gracia. Tener que ser el mozo de un aquelarre de vampiros era una cosa, pero traicionar a sus seres queridos era otra cosa muy diferente. Hasta el momento ya había revelado todos los secretos de su familia, y ahora estaba a punto de traicionar a Alicent. Estaba haciendo todo lo que siempre pensó que no haría, aquello que siempre creyó que le costaría la vida. Y sin embargo, la propia calma de su cabeza lo sorprendió. No había gritos, ni retahílas interminables de por qué no debía hacerlo. Estaba totalmente dominado, sabiendo que lo único que podía hacer era dejar que las cosas fueran como Seth quería que fueran. A pesar de que no llevaba mucho tiempo en Myr, ya había aceptado que rebelarse no servía de nada. 
La última vez que lo intentó fue durante el ataque a los nigromantes. Confió, como un estúpido, en que sería capaz de librarse de aquella maldición y dejar de luchar contra su pueblo. Que verlos le haría salir de aquella prisión mental en la que Seth lo tenía atrapado. Comprendió que no podría librarse nunca de ella cuando Rudolf, un guardia de Morthal al que conocía desde que era un niño, se acercó a él durante el ataque de los nigromantes, aliviado y feliz al ver que seguía con vida. Joric lo atravesó con su propia espada.  
Seth estaba desparramado en una silla, con una pierna cruzada sobre la otra mientras se sujetaba el tobillo con una mano. Movarth estaba de pie frente a él, al otro extremo de la mesa rectangular, tomando notas rápidamente en el diario sobre los avances que comentaban. 
—Bien, entonces Alva seducirá a Hroggar y podremos poner a prueba si pasa desapercibido entre los vecinos. Aunque, antes de dar por cerrada la reunión de hoy, Seth, esto nos llevará meses. Sabes que habría una forma más rápida de conseguir el poder, ¿verdad? 
Seth sacudió la cabeza y se irguió, mirándolo.  
—No te hagas el interesante. Si se te ocurre un plan mejor que el mío, dilo de una vez —exigió, volviendo a recostarse sobre el respaldo, cruzando los brazos.
Movarth apretó los labios en una sonrisa. 
—La hija de la jarl ha perdido la cabeza. No creo que vaya a encontrar mejor pretendiente que un Athan.
A Joric se le paró el corazón. Para su alivio, a Seth no le gustó la idea. 
—No es una opción. 
—Si lo hicieras, solo tendríamos que ocuparnos de la Jarl y la comarca sería tuya por derecho —insistió Movarth.
Seth plantó ambas manos sobre la mesa y miró al vampiro a los ojos. 
—He dicho que no es una opción —dijo despacio, pero con contundencia. 
Cuando Seth hacía eso significaba que no iba a cambiar de idea. Movarth se encogió de hombros.
—Ya veremos —dijo con un tono que Seth solo le permitía a él—. Tampoco estabas de acuerdo con el ataque de los nigromantes, y al final fuiste tú quien lo orquestó. 
Seth entrecerró los ojos en su dirección. Se hizo un silencio incómodo hasta que Seth volvió a hablar.
—Supongo que podemos terminar ya por hoy. Al parecer, Joric y yo tenemos cosas de las que hablar. 
Movarth asintió y abandonó la habitación en silencio. Una vez estuvieron a solas, Joric se acercó a él, hasta quedar de pie a su lado. Seth lo agarró de las mejillas con una mano y lo miró con atención unos segundos, como buscando algo en su mirada. Fuera lo que fuera debió encontrarlo, porque pareció satisfecho. O a lo mejor no lo encontró. A lo mejor lo que buscaba era exactamente lo que encontró: nada. 
—¿Y bien? —preguntó Seth cuando soltó su cara.
—He visto a Alicent —compartió con voz monocorde. 
Seth sonrió con malicia.
—Intentó tirarse del balcón —siguió Joric. 
La expresión de Seth se crispó en un instante y después resopló. Se echó hacia adelante y dio un golpe a la mesa con un puño, frustrado. Volvió a desplomarse en la silla, apoyando la espalda contra el respaldo y clavando sus ojos en el frutero que estaba en el centro. 
—Empieza a hartarme —masculló, malhumorado. Apoyó un codo sobre uno de los reposabrazos y después dejó caer su cabeza contra su puño cerrado—. No entiendo por qué todo está saliendo tan mal con ella —confesó. 
¿En serio no lo entiendes? pensó Joric con cinismo. 
—Desde que está aquí no es la misma —siguió hablando Seth—. Me gustaba cómo era antes, cuando no era una jodida perra. Antes me miraba como a un dios, pero ahora me ve y… es como si fuera… 
—¿Un monstruo? —lo ayudó Joric. 
Seth lo miró de golpe y Joric apretó la mordida, temiendo haberse pasado de la raya. Contra todo pronóstico, Seth levantó lo apuntó con un dedo mientras asentía, todavía apoyado en su propio puño.
—Eso es. Y no me gusta. Es obvio que me mira así, aunque sonría y haga todo lo que le pido. Pero sus ojos… Sus ojos no son iguales —resopló, con esa actitud infantil y quejica que revelaba siempre que estaban solos—. Antes me miraba con adoración, pero ahora lo hace con miedo. Es ridículo. Sigo siendo exactamente igual que cuando la conocí. No ha cambiado nada.
Joric desvió la mirada. No quería decir más de lo necesario. Por lo que había descubierto de Seth, dudaba mucho que las cosas no hubieran cambiado desde que ella llegó a la torre. 
—¿Sabes? —dijo Seth poco después, Joric lo volvió a mirar—. Podrías intentar ser de más ayuda. 
Joric se limitó a aguantar su mirada. Fue en ese momento, cuando se negó a preguntar por cómo podía ayudarlo sin que su boca lo traicionara, que se dio cuenta de que Seth le había dado un poco más de voluntad. Pero no demasiada, porque cuando lo quiso mandar a la mierda su lengua no se movió. 
—Ya me está hartando —rumió Seth—. Si sigue así llegará un punto en el que ya no tendré ganas de aguantarla y, cuando eso pase, ¿sabes a dónde irá? 
A las celdas. Joric se dio cuenta de que Alicent debía tener una impresión terrible de las celdas si pensaba que eran peores que convivir con Seth. Si él estuviera en su posición, no se lo pensaría dos veces. Pero por suerte su único contacto con Seth últimamente consistía en exactamente lo que estaba haciendo en ese momento: escucharlo lloriquear. 
Seth resopló y lo miró con reproche.
—Joric, opina —ordenó—. Si quisiera hablar solo, te habría ordenado irte. 
—¿Lo sabe ella?
—¿Hm? 
Joric suspiró mentalmente. Su cuerpo, sin embargo, le debía reverencia a Seth.
—Que si Alicent sabe que la meterás en una celda si te hartas de ella.
No está seguro. Se dio cuenta por su cara. Había ocasiones como esa en las que Seth parecía incluso más pequeño que él. Como un niño al que nadie le había enseñado a comunicarse con el resto del mundo, solo a dictar órdenes. 
—Creo que… se lo imagina.
—¿Tú sentirías adoración por alguien que pretende darte como regalo a unos vampiros en cuanto se harte de ti?
Seth lo miró en silencio, mordiéndose el labio inferior. Se tomó un rato para reflexionar antes de seguir hablando. 
—Supongo que tienes razón. Eso complica las cosas —admitió—. Pero es que no quería obedecer. Quiero decir, no es tan complicado. No lo entiendo. —Se quedó con la mirada perdida unos segundos antes de fruncir el ceño—. Alva se me tira encima cada vez que tiene la oportunidad. ¿Por qué Alicent no puede ser igual?
—Alva y Alicent no quieren lo mismo de ti —replicó Joric. Seth chasqueó la lengua. 
—¿Y qué importa lo que quieran? Lo importante es que Alicent me tiene, y debería estar contenta con ello. Es lo que ella quería desde el principio. Pero ahora que está aquí es como si todo fuera culpa mía. No lo entiendo. No soy tan malo, ¿vale? Hasta le llevo bollitos para desayunar. Aquí tiene muchas más cosas que en esa chabola en la que vivía, ¿cómo puede preferir matarse a estar conmigo? No es justo. 
—Da igual todo lo que hagas, la has secuestrado —replicó Joric sin emoción, harto de escucharlo decir sandeces—. ¿La has…? —dejó la pregunta en el aire, y la respondió él mismo solo un par de segundos más tarde—. Claro que la has violado. Con lo engañada que la tenías, sería capaz de perdonarte hasta un secuestro. Pero hay barreras que nunca pudiste superar, quedó clavo cuando la rescataste. —Seth le lanzó una mirada de advertencia, pero Joric se reafirmó y sus labios se curvaron en una sonrisa cruel, acorde al odio que debían reflejar sus ojos—. Ahora te ve tal como eres, amo. 
Se había pasado, lo sabía. Que Seth se pusiera en pie y le estampara el puño en la boca del estómago no le sorprendió ni un poco, ya estaba acostumbrado. Joric cerró los ojos y cayó de rodillas, sin aire. Lo agarró del pelo y lo obligó a levantar la mirada, sin soltarlo. Así, manteniendo su mirada a la fuerza, Seth negó con la cabeza, con los labios apretados
—Joric malo —chistó, reprendiéndolo como quien regaña a su mascota—. Aunque… Algo de lo que dices tiene sentido. Alicent es capaz de perdonarme todo, quizá puedo hacer que me mire de nuevo como a un dios. Levántate, perro. 
Seth lo soltó del pelo y empezó a pasear por la habitación, pensando en voz alta. Joric obedeció y se puso en pie. 
—Todavía cree que puede volver a Morthal —reflexionó Seth, parando frente a uno de los orbes de luz que rodeaban la habitación—. Quizá si le quito esa esperanza y le demuestro que no soy tan malo las cosas entre nosotros vuelvan a ser como antes, ¿no crees?
Aunque Joric podía responder, eligió no hacerlo. Aunque sus ojos estaban secos, por dentro sentía un vacío abisal ante la conciencia de lo que debía estar viviendo Alicent en el piso superior de aquella maldita torre. 
—Bueno, da igual lo que creas. Toma asiento, hay que hacerte unas cuantas mejoras para que puedas subir conmigo a la habitación.  
Joric se tensó en el sitio. No necesitó moverse de más para saber que su expresión había reflejado el rechazo que le provocó aquella propuesta, y que Seth lo había percibido. 
—Oh, vamos, no me mires así. Cuando Alicent vea que sigues vivo gracias a mi, verá que no soy tan malo. Además, seguro que si eres tú quien le va con el cuento de que Lami no quiere volver a verla, te creerá. Toma asiento.
Joric se acercó a la silla más próxima a Seth y tomó asiento. Seth se sentó frente a él y cerró los ojos, concentrándose para canalizar el poder que usaría, una vez más, para someter su voluntad. Era la tercera vez que Seth lo hacía y, aunque la segunda vez había ido mejor, en esta ocasión volvió a vomitar cuando llevaba un rato sintiendo el poder de Seth, asfixiante, empezar a comprimirlo aún más dentro de su propio cuerpo, hasta dejar su conciencia medio encerrada, perdida en lo más recóndito de su ser, donde ya no era capaz de controlar sus propios actos. La primera vez había sido la peor, ya que nunca había sentido nada parecido. Joric se preguntó si tendría algo que ver el malestar que sentía ante el hecho de saber que iba a ayudar al cerdo de Athan a volver loca a Alicent. 
—Levanta el brazo derecho, bien —seguía Seth, de fondo. 
No necesitaba escucharlo activamente para que su ser respondiera. Siempre hacía aquello al principio. Empezaba por órdenes básicas y poco a poco iba escalando hacia órdenes más complejas. Joric no tenía ni idea de cómo podía hacerlo, ya que el control de la voluntad era un poder que solo tenían algunos vampiros muy poderosos y Seth no era siquiera un vampiro. 
—Ahora levántate y flexiona la pierna izquierda.
Joric tuvo una arcada en cuanto se puso de pie. Contuvo a tientas el vómito hasta que Seth le pasó un cuenco, con un mohín de asco. Cuando vomitó, siguieron sin pausa con las normas básicas hasta que, al fin, llegaron las nuevas órdenes. 
En lo que Seth siguió, Joric tuvo que vomitar otras tres veces. Era una sensación horrible, asfixiante. Sentía como si algo lo aplastara poco a poco hacia dentro, hasta convertirlo en algo diminuto e inútil, impotente. Cuando todo terminaba su cuerpo ya no era suyo, al menos no lo era en cualquier cosa que contradijera la voluntad de Seth. Seth siguió con las órdenes clásicas. Servir, obedecer, mantenerse sano y presentable. 
—Ahora vamos con las nuevas normas. No intentarás rescatar a Alicent, es más, si en algún momento ves que ella intenta escapar, lo impedirás y la retendrás aquí hasta que yo llegue. No le dirás nada que yo no haya aprobado previamente. Ni tampoco harás gestos o intentarás que ella sepa la verdad de ningún modo. Ah, y cuando estés en su presencia, me tratarás con admiración y respeto y harás todo lo que esté en tu mano para que ella, ¿de acuerdo?
Lo intentó una vez más. Intentó concentrarse en su lengua y en su mandíbula. Solo necesitaba un mordisco seco. Quizá si era lo bastante fuerte podría cercenarse la lengua y así no tendría que formar parte de aquella farsa. Su boca se abrió, se movió su lengua. Pero solo lo hicieron para dictaminar su condena. 
—Sí, Lord Athan. 
—Estupendo —zanjó Seth, quien se puso en pie y dio una palmada, antes de frotarse las manos —. No se hable más, vamos a ver a Alicent. 
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loshijosdebal · 3 months
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Capítulo XXVI: Poción de elocuencia
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Despertó al mediodía. Habría seguido durmiendo si no fuera porque algo, una caricia persistente que recorría su brazo de arriba a abajo, la sacó del sueño. Alicent entreabrió los ojos, aturdida. Los rayos de Magnus caían sobre su rostro, cegándola. Cerró los ojos y giró sobre sí, convencida de que estaba en su casa a pesar de que su cama nunca antes se había sentido tan cómoda. Se estaba a punto de volver a dormir cuando una nueva caricia la ató a la vigilia. Aunque intentó pedir cinco minutos más, solo salió un gruñido de su boca. Tenía demasiada sed. 
—Nunca imaginé que durmieras tanto —dijo Seth—. Estás muy bonita durmiendo, hasta cuando babeas —comentó con una risa suave. 
Alicent parpadeo un par de veces, desconcertada. ¿Qué hace Seth en mi habitación? Se removió en la cama y estiró el brazo, buscando su manta de piel para cubrirse, avergonzada de que él la estuviera viendo así. Tanteó la tela mientras volvía en sí hasta que se dio cuenta de que estaba tocando la manta, pero no su manta. Se parecía más a las que Idgrod y Joric tenían en sus habitaciones. Extrañada y medio despierta volvió a girar sobre sí, hacia la luz, hacia la voz de Seth, dispuesta a descubrir lo que estaba pasando. Fue durante el giro que terminó de despertar, y los recuerdos de la última noche la atravesaron como el rayo la atravesó en el pasado: sintió su cuerpo entumecido paralizarse, y sus brazos empezaron a temblar tanto que parecía estar convulsionando. Incluso podía sentir el escozor justo en la zona por la que había entrado. 
Alicent se aferró a las sábanas. Eran más finas y ligeras que ninguna otra sábana que hubiera usado nunca, tanto que ondeaban un poco por el tembleque de sus manos, haciendo cosquillas sobre su piel. Seguía desnuda, tal y como Seth la dejó en la cama después de… después de… 
Abrió los ojos de par en par. Seth estaba de pie frente a ella, sonriendo como si nada. Como si acabara de regresar del Cerro tras un día normal y todo estuviera bien. Alicent se incorporó despacio sin apartar la vista de él, sin apenas parpadear, aferrada a las sábanas con ambas manos bajo la barbilla, ocultando su desnudez. Sintió la tentación de taparse hasta la cabeza como hacía por las noches, cuando se quería ocultar de los monstruos. Pero ahora vivía en una torre llena de monstruos, de vampiros. Y luego estaba Seth. En aquel momento Seth también le parecía un monstruo, aunque fuera humano. 
—Te he traído esto, supuse que tendrías hambre.
Seth dejó una bandeja de madera redonda junto a ella. Tenía un vaso con zumo, un par de bollos dulces, un trozo de empanada de carne y una jarra con agua. Alicent se lanzó a por el agua y bebió varios vasos con desesperación; la última vez que había comido y bebido había sido en Morthal, en su casa. Miró hacia la comida, pero tenía el estómago revuelto. En realidad, sentía un malestar general por todo el cuerpo que crecía junto a su tensión, como alimentado por los nervios.
—No tengo hambre —murmuró, mientras alzaba la mirada despacio, desde la bandeja hasta sus ojos. 
—Entiendo —dijo él—. Prefieres que hablemos antes. Imagino que tendrás muchas preguntas. 
Seth no parecía sorprendido. Ni siquiera parecía sentirse ni un poco culpable. Le mantuvo la mirada sin problema e incluso suspiró con pesadez, como si le molestara su actitud. Aquello la enfadó. La enfadó tanto que el malestar y las ganas de llorar se convirtieron en coraje. 
—Tampoco quiero hablar contigo —espetó. 
Seth apretó los labios y la miró con advertencia. Su madre siempre la miraba así cuando seguía pidiendo algo que ya le había denegado, como cuando insistió en ir a Soledad junto a sus amigos hacía un par de años, la primera y única vez que la jarl la había invitado a un viaje. Sabía lo que significaba aquella mirada: “Sigue así y te ganarás un castigo”. Seth se sentó a su lado y apoyó una mano en su hombro. Alicent no se atrevió a apartarla de un empujón, amedrentada por su mirada, pero el tacto de su piel era algo insoportable y vertiginoso, tanto que se tuvo que mover. 
—Aléjate de mí —dijo casi en un grito, con la voz llena de desesperación.
Prácticamente, saltó al otro extremo de la cama. Lo hizo de una manera tan brusca que, sin querer, tiró la bandeja. El pastel y los bollitos salieron volando, el zumo se desparramó por la cama y por el suelo, donde tanto el vaso, la jarra, como el resto de la vajilla cayeron, armando un estruendo. Seth se levantó a tiempo de esquivar el zumo y se quedó de pie desde el extremo de la cama. Alicent lo miró, aunque no lo quería ver; se sentía más segura si podía vigilarlo.
—¿Pero se puede saber qué te pasa? —preguntó Seth con sorpresa, mirando el desastre que había hecho en el suelo— ¿Te has vuelto loca? 
—¿Cómo que qué me pasa? Me pegaste —acusó con la voz crispada, incrédula, sin poder creer que tuviera que justificar su actitud—. Seth, me trajiste a un nido de vampiros. Y luego… luego… —Alicent apretó los ojos con fuerza y se le escaparon las lágrimas ante el doloroso recuerdo del abuso—. ¿Cómo pudiste hacerme eso…?
—Pensaba explicártelo ahora, pero… —Seth se pausó un momento y frunció el ceño, como si acabara de caer en la cuenta de algo—. Espera, ¿qué se supone que te he hecho? 
Alicent parpadeó un par de veces, mirándolo. Seth la miró de vuelta con una expresión tan desconcertada que Alicent se la creyó. Tanto que, por un momento, se preguntó si en vez de cruel no sería estúpido. Alicent apretó los puños bajo la barbilla, todavía aferrada a la sábana.
—Te aprovechaste de mí. Me… Me… —violaste. Esa era la palabra, pero Alicent fue incapaz de decirla en voz alta. Intentó buscar otra forma de llamar a lo que había pasado la noche anterior, pero no la encontró—. Yo no quería, y tú me…
—¿Yo, qué? —la cortó Seth, con ambas cejas levantadas y una mirada desafiante. 
Alicent se encogió en el sitio, pero no se dejó amedrentar.
—Me usaste como a una muñeca y me metiste… me metiste eso. Me obligaste a…
—Yo no te obligó a nada. 
Seth la cortó de nuevo. Alicent abrió la boca con indignación e intentó defenderse, pero Seth levantó la mano, haciéndola callar. 
—No, déjame hablar a mí, Alicent. 
Apretó los labios, mirándolo. No le interesaba nada de lo que él tuviera que decir, no había excusa en el mundo que justificara sus actos, pero no tenía otra opción. En aquel momento dependía de Seth para poder volver a Morthal. Dependía de él incluso para abrir la maldita puerta del cuarto. Así que asintió, se cruzó de brazos con cuidado de no soltar la sábana y lo miró en silencio, haciéndo saber que lo escuchaba. 
—Tú elegiste venir, yo no te obligué. ¿No es verdad? —Alicent apretó los labios y asintió—. Y anoche te di muchas oportunidades para parar, pero no hiciste nada, ¿o me equivoco? —Aunque en esa ocasión Alicent no hizo ni dijo nada, Seth se tomó su silencio como una confirmación—. ¿Ves? Tú querías hacerlo tanto como yo, Alicent, no sé cómo puedes acusarme de algo así.
Alicent quedó atónita, sin palabras. ¿Era posible que Seth creyera de verdad que ella había querido? Su boca se torció en un mohín disgustado y bajó la cabeza. Aunque no podía recordar todo con exactitud, era cierto que él le había dado la opción de bañarse sola y que ella no se había negado a su ayuda. ¿Había sido su culpa? Quizá si se hubiera esforzado un poco más podría haber hecho o dicho algo y nada de aquello hubiera pasado. 
Seth pareció darse cuenta de que estaba bastante confundida, porque su mirada adquirió un matiz comprensivo. Rodeó la cama y se volvió a sentar junta a ella, con el cuerpo girado en su dirección. En esa ocasión no la intentó tocar, cosa que ella agradeció internamente. 
—Alicent, lo que pasó fue porque tú quisiste. Porque sientes algo por mí, al igual que yo lo siento por ti. Entiendo que… —miró hacia abajo, hacia su vientre cubierto por la sábana. Alicent se aferró más a la sábana y él subió los ojos a los suyos—. Es normal que te duela, ¿vale? Y se te pasará. Siempre ocurre la primera vez. Pero no es justo que me acuses de algo así solo porque no ha sido como sea que te hayas imaginado. Es que no, Alicent. ¿No te das cuenta de lo horrible que es lo que insinúas? Haces que parezca… que me sienta un monstruo. 
Alicent agachó la mirada, sintiendo una punzada de culpa. Intentó ponerse en su lugar y pensar en cómo se sentiría ella en su situación. Por más vueltas que le dio, no se veía capaz de hacerle daño de manera voluntaria. No se veía capaz de dañar a un extraño, mucho menos a alguien a quien quería. Era imposible. Y como Seth la quería, debía ser lo mismo para él. 
—No sabía lo que estaba pasando —reconoció en un hilo de voz, bajando la mirada—. Estaba tan asustada que ni siquiera me podía mover. ¿Cómo…?¿Cómo pudiste pensar que quería hacer… eso, después de todo lo que acababa de pasar? —lo miró, con lágrimas en los ojos. No solo quería que él la entendiera, sino que también lo quería entender ella misma—. Creía que… Después de lo que pasó en el Cerro… Me prometiste que esperarías —acusó al fin antes de romper en llanto, sintiéndose traicionada al recordar la promesa rota.
Seth parpadeó un par de veces y luego la miró de esa manera que hacía que se sintiera tonta, como si hubiera dicho una estupidez. 
—Y he esperado. He esperado a que estemos juntos, a que vivamos juntos. Estamos comprometidos, por Mol… —Seth se cortó y respiró hondo, su nariz aleteó un par de veces  y la miró con frustración—. Por Los Ocho, Alicent. ¿Cuánto más querías que esperara? ¿A después de la boda? Ya no estamos en la Segunda Era. 
Molag. Casi jura por Molag. 
Seth apoyó una mano en su pierna y Alicent se levantó de la cama sin soltar la sábana, de nuevo atemorizada. Lo poco que sabía de Molag Bal bastaba para saber que jurar por él era algo malo. Muy malo. Quería apartarse más de él, de la cama, pero el cuerpo de Seth tenía atrapada la sábana contra el colchón y Alicent no tenía más ropa con la que cubrirse.
—¡No me toques! —pidió con la voz rota. Se sorbió la nariz, sintiendo como las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. No me toques —repitió más bajo, susurrando. 
Seth se tensó y el enfado brilló en su mirada. Al hablar, su voz sonó mucho más fría que antes, sin ningún rastro ya de comprensión ni paciencia. 
—Lo diré una sola vez. Si quieres vivir aquí, tendrás que empezar a portarte como una adulta. Ya eres una mujer, Alicent —le recordó—. Y yo soy un hombre, y no tengo por qué aguantar esto. 
Seth se levantó de la cama y Alicent pudo retroceder hasta pegarse contra uno de los cuatro pilares que, junto al medio muro de piedra, delimitaban el área de la cama. Reprimió un respingo al sentir la piedra fría contra su piel desnuda. Seth hizo un gesto de desdén con la mano y le dio la espalda. Antes de salir de la habitación, un aura morada rodeó su mano y un lobo salvaje, también rodeado de un halo morado, apareció a los pies de la cama. Siempre que Seth invoca un animal, su magia es morada. Pero cuando no, es blanca. Aquel lobo la miró de una forma extraña, como si quisiera abalanzarse a ella, pero en lugar de eso rodeó la cama y empezó a comer y a lamer la comida y el líquido que habían caído al suelo.
Alicent se quedó mirando hacia el animal y no volvió a alzar la vista hasta que escuchó pasos acercándose. Seth había vuelto a la habitación y caminaba hacia ella, mientras terminaba de beber una poción. Alicent miró el frasco, opaco, amarillo y circular, sin ser capaz de reconocer qué poción era. Se pegó más contra la pared cuando Seth se detuvo, apenas a medio paso de ella. La miró con hartazgo.
—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora? ¿Te vas o te quedas?—preguntó. Alicent lo miró con incertidumbre y sintió una punzada de esperanza—. Pero si te vas…, olvídate de volver nunca, porque… 
—¿Me puedo ir? —interrumpió, mirando hacia la puerta de la habitación y luego a él—. ¿De verdad?
Seth la miró con una extrañeza que su expresión corporal reforzó. 
—Pues claro que te puedes ir. ¿Pero tú has visto cómo me tratas? —reprochó—. Primero te meas encima y haces que te limpie yo. Luego me acusas de que he abusado de ti cuando eras tú la que estaba encima, y no contenta con eso tiras la comida que te he preparado. Que esa es otra —sonó extrañamente herido, como si aquel detalle lo molestara sobremanera—. La preparé yo, porque quería hacer algo especial por ti durante tu primer día aquí, y mira cómo me lo has pagado. Si así va a ser nuestra vida juntos, ¿crees que te quiero aquí? Vete cuando quieras, porque, ¿qué será lo próximo que digas si te intento hacer cambiar de opinión? ¿Que te tengo secuestrada?
Alicent abrió la boca, sorprendida, pero la cerró de inmediato con vergüenza, sintiéndose culpable por haberlo hecho sentir así. Aquella situación era agobiante y le costaba estar segura de nada. A veces parecía obvio que él no había hecho bien las cosas, pero después se mostraba frágil y, desde su perspectiva, ella tampoco se estaba comportando bien. Seth se giró, frustrado. Parecía al límite. A Alicent se le encogió el estómago al verlo resoplar mientras se pasaba una mano por el pelo hasta dejarlo revuelto, como si no supiera qué más hacer para que le entendiera. Ella se sentía exactamente igual. Odiaba aquello, el estar haciéndose daño así, mutuamente. 
De golpe, Seth tuvo un arrebato. Gritó con frustración y lanzó el frasco que tenía en la mano contra una de las paredes exteriores. El frasco explotó y los fragmentos de cristal cayeron por la zona del escritorio bajo la mirada tensa de Alicent. Entonces un nuevo ruido estridente la sacó de sí; Seth acababa de patear la jarra de agua metálica. Se encogió de nuevo por el ruido, asustada, y lo miró con precaución. Seth respiraba de manera superficial, intentando tranquilizarse. Odiaba verlo así, tan afectado. Además, descubrir que él estaba dispuesto a dejarla ir la hizo sentir peor, más culpable. 
—Seth, yo… Yo no quería que pasara nada de esto. Yo… —se intentó explicar.
Seth la cortó con un resoplido derrotado.
—No querías que pasara nada de esto, no querías que pasara lo de ayer… —replicó sin mirarla—. ¿Hay algo que quieras? 
Alicent reprimió un sollozo, por el reproche. Aunque sabía lo que quería, no fue fácil decirlo, porque entendía las consecuencias. Seth lo había dejado claro, nunca volverían a estar juntos. Nunca la dejaría volver con él. Aún así, lo único que Alicent deseaba en aquel momento era volver a Morthal. Daba igual que Lami la fuera a castigar de por vida, porque tras regañarla la abrazaría y cuidaría de ella hasta ayudarla a olvidar todo lo que había pasado. 
Tomó aire, cuando logró hacerse cargo de su decisión. 
—Quiero irme a casa.
Seth la miró con una expresión indescifrable que le heló la sangre. 
—Me temo que no puedes volver a tu casa —dijo Seth—, pero viendo lo visto quizá lo mejor sea que te vayas de aquí. 
—Pero… Pero has dicho… ¿Por qué dices eso? —preguntó, confundida. ¿Cómo no iba a poder volver a su casa? Por muy enfadada que estuviera su madre, Alicent estaba segura de que la recibiría. Entonces su cara perdió el color—. Mi… ¿Mamá ha…? —dejó la pregunta en el aire. 
Seth la miró en silencio, apretando los labios. Cuanto más tardaba en responder, más le dolía cada latido de su conrazón. Hasta las piernas le fallaron, y se empezó a escurrir lentamente hasta el suelo. No podía ser verdad. Su madre no podía estar muerta. Cuando ya estaba sentada sobre la fría piedra, Seth se agachó frente a ella. 
—Lami está viva. Llegué justo a tiempo. —Seth apretó los labios unos segundos antes de seguir hablando—. Mira, Alicent, a pesar de que tú fuiste la primera en agredirme, te quiero pedir perdón por devolverte el golpe. No debí hacerlo, pero perdí los nervios. Venía justo de salvar a tu madre y a todo el pueblo, y lo primero que me encuentro es a ti encerrada en una celda por haber tratado mal a mis amigos. Y en cuanto te saco y te traigo aquí para que estés más tranquila y podamos hablar, vas y me dices que me odias. —Seth agachó la mirada hacia el suelo, hacia el espacio existente entre sus pies y sus rodillas—. No debí traerte aquí. Soy un idiota —musitó—. Está claro que lo haces. Desde que te traje, no dejas de demostrar que lo haces. 
—Yo te quería, Seth —susurró, con la voz ahogada por las lágrimas. 
—Me querías… —repitió él, todavía sin mirarla. Suspiró de nuevo y se levantó. Alicent tuvo que alzar la barbilla para poder mirarlo a la cara. Parecía tan triste que su corazón, maltratado desde la noche anterior, se retorció un poco más en su pecho—. Pues ya está. Aquí se acaba todo. Voy a hablar con Movarth para ver qué hacemos contigo. 
Alicent tardó unos segundos en adivinar quién era Movarth. Laelette había llamado así al vampiro que estaba dibujando los planos cuando ella entró a la sala. 
—¿Cómo que qué vais a hacer conmigo? —preguntó con un hilo de voz, temiendo la respuesta.  
—El clan de Movarth es como mi familia, Alicent. Pensaba que podía confiar en ti y compartirte nuestro secreto, pero… está claro que no puedo confiar en ti. —Alicent abrió los ojos sorprendida, aterrada, empezando a negar al entender lo que sugería— Seguro que vuelves a Morthal y le cuentas a todo el mundo sobre el clan o, peor, que te he violado. No puedo permitir eso, Alicent. No podemos. 
Aquello solo podía significar una cosa. Voy a volver a la celda. Y no por solo unas horas. Empezó a temblar, tanto que la sábana se resbaló de sus manos, cayendo sobre sus piernas. En aquel momento tenía tanto miedo que ni siquiera pudo sentir vergüenza por quedar desnuda; se separó de la pared y quedó de rodillas ante él, se agarró a la tela de sus pantalones y alzó la barbilla para mirarlo, desesperada.
—N-No, Seth… Por favor… Yo… yo te quiero, no me… 
Seth bufó con cinismo. 
—¿Ahora sí me quieres? 
—Te quiero, lo juro. Haré lo que sea para demostrarlo —ofreció en un acto de desesperación—. No quiero… Quiero estar contigo —aseguró, mientras se agarraba a sus piernas con fuerza, impidiendo que él pudiera alejarse—. Por favor, Seth —su llanto se hizo más fuerte—. Lo que sea —repitió—, para que me creas. 
Seth la miró unos segundos antes de ladear un poco la cabeza y estrechar los ojos.
—Bien. Si dices la verdad, demuéstralo. 
Alicent le devolvió la mirada, parpadeando un par de veces con rapidez para deshacerse de las lágrimas. 
—¿C- cómo? —tartamudeó.
—Ya sabes cómo. 
Alicent abrió mucho los ojos al comprender, y tuvo que morderse el labio inferior para contener el ruidoso llanto que quiso acompañar sus lágrimas. Quería que hicieran eso de nuevo.
—Si tan solo supieras lo difícil que es —dijo Seth, suspirando con pesadez—. ¿Crees que me gusta ver cómo lloras y te resistes?  Ayer cuando estuvimos juntos, tú me diste permiso. Lo hiciste en el momento en el que no dijiste no. Te di la opción de parar, y tú te quedaste callada. Lo único que quiero es que me quieras tanto como yo te quiero a ti, Alicent, ¿por qué lo tienes que hacer tan difícil?
—Tienes razón —respondió con un tono apagado, pensando en la celda fría y oscura, rodeada de esclavos semidesnudos que servían de alimento y a saber de qué más a los vampiros. No quería volver allí por nada en el mundo—. Perdón por no haber sabido decir que no quería —añadió, soltando una de sus piernas para limpiarse las lágrimas con un nudillo—. La próxima vez… La próxima vez te lo diré. Lo prometo. 
—No es lo que quería decir —dijo Seth, cansado—. Te quiero y, según tú, también me quieres. Vamos a estar juntos y a pasarlo bien, ¿vale? Nadie dice que tengas que hacer algo que no quieres, pero debes entender que yo no tengo por qué seguir esperando por ti. Si no queremos lo mismo, no tiene sentido que sigas conmigo.
Alicent tragó saliva, sintiendo que se le erizaba la piel. Había captado la amenaza. 
Seth se inclinó y la ayudó a ponerse en pie. Aunque estaba completamente desnuda, él la miró a los ojos.
—Mira, Alicent, no quiero que te sientas obligada a nada. Solo entiende que tengo mis necesidades.
—Vale —aceptó, agotada. Si aquello tenía que pasar, quería que pasara cuanto antes. 
Los ojos de Seth brillaron de una manera extraña, oscura. Dio un paso hacia ella y volvió a ladear la cabeza; ahora su expresión le recordó a la del lobo que había invocado.
—¿Vale? —preguntó. Alicent asintió, con el cuerpo cargado de tensión—. ¿Vale, qué?
Alicent agachó la mirada, muerta de vergüenza y de miedo, odiando que estuviera prolongando aquello, haciéndolo más humillante para ella.
—Que lo haré —masculló—. Lo haré por ti. 
—¿Que lo harás por mí? —cuestionó Seth. El tono que usó la hizo saber que había dicho algo mal, aunque no entendió el qué hasta que él siguió hablando—. Y luego, la próxima vez que no sepas controlar tus emociones, ¿qué harás? ¿Volver a decir que te violé? No, Alicent. Pídemelo. Pídeme hacerlo y entonces, te creeré. 
Seth acortó la distancia con ella y le levantó la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Pídelo, Alicent. O se acabó. 
—Pero… —balbuceó—. Pero no sé cómo… 
Seth suspiró. Su aliento caliente chocó contra su cara. Tenía un olor floral que Alicent reconoció. Olía a lengua de dragón y a cardo lanudo, los ingredientes base de las pociones de elocuencia. Alicent apretó los puños con rabia al comprender que él había hecho trampa, que la había manipulado. Pero optó por no decir nada, consciente de que la rebelión solo la llevaría a una celda.
—Dime que me quieres —ordenó Seth. 
—Te quiero —dijo al instante, sin vacilar. No era mentira, le quería. Al menos a una parte de él, aunque esa no estaba presente en ese momento. Si es que existe. 
Seth sonrió satisfecho, con amplitud. La seguía mirando como si fuera un lobo y, ella, su presa. 
—Ahora di que quieres ser mía. 
—Quiero… Quiero… 
Las palabras no salieron de su boca. No podían. Seth tensó la mandíbula y sus dedos se tensaron, agarrando su mandíbula con más fuerza que antes. 
—Dilo. 
—Quiero… Quiero ser tuya —consiguió decir, con nuevas lágrimas resbalando por su cara. 
Sin pronunciar palabra, Seth rompió la distancia y se pegó a su cuerpo y la empezó a besar a la vez que dirigía su cuerpo hacia la cama. Alicent correspondió al beso con más empeño que nunca, desesperada por cumplir sus expectativas y evitar que la encerrara en el sótano. Se besaron sin pausa hasta que Seth se separó para coger aire. Él retrocedió un paso y la miró de pies a cabeza. 
—Desvísteme —ordenó. 
Alicent contuvo las ganas de negarse y empezó a hacerlo con torpeza. Le quitó primero la camisa, mientras él acariciaba su cuerpo desnudo. Tenía los pezones duros por culpa del frío y esto pareció satisfacer a Seth. 
—En el fondo tú también quieres —comentó tras acariciarlos. 
Alicent no replicó. Luego Seth metió la mano entre sus piernas, pero la sacó a los pocos segundos con un resoplido, mirando sus dedos. Alicent siguió su mirada y vio que estaban completamente secos. La miró con reproche, como si aquello fuera culpa suya, y después cogió una almohada y la tiró al suelo, frente a él. 
—Ponte de rodillas, sobre la almohada.
Su voz sonó tan malhumorada que Alicent obedeció sin rechistar, pese a las dudas. Se arrodilló encima de la almohada, con el cuerpo orientado hacia él. Seth desanudó sus pantalones con parsimonia y los bajó, dejando libre su miembro. Era… pequeño. Alicent lo miró con atención. Por un momento se preguntó cómo era posible que esa cosa pequeña, flácida y rosa le hubiera hecho tanto daño la noche anterior.
Seth malinterpretó sus ojos sobre él, porque sonrió con orgullo. Se empezó a masajear el miembro y Alicent parpadeó confusa, viendo cómo se inflaba hasta que estuvo completamente duro. Ayer, en la bañera, habría jurado que era del tamaño de su antebrazo, pero, ahora que lo tenía enfrente, pudo apreciar que no era más grande que su mano.
—Bien. Ahora, abre la boca.
Alicent levantó la barbilla, sin entender para qué quería que hiciera eso. 
—¿La boca?
—Hazme caso. Esto lo hago por ti, para que no tengas que hacer nada que te duela.
Aún confundida, le hizo caso y, para su horror, lo acercó a su boca. Alicent la cerró por un impulso, pero Seth empezó a restregar la punta contra sus labios y también los golpeó un par de veces, hasta que Alicent cedió y los separó de nuevo. 
Lo sintió deslizarse por su lengua, caliente, palpitante, e infinitamente desagradable. Cerró los ojos, y aguantó como pudo las ganas de llorar y también de vomitar, mientras Seth se empezaba a mover su boca, agarrando su cabeza para llevar el ritmo, que fue creciendo de intensidad mientras Seth jadeaba. Llegado a un punto Seth gimió y apretó su cabeza contra su pubis. Alicent sintió varios chorros de líquido chocando contra la garganta y el paladar. En cuanto Seth la soltó escupió aterrorizada, temiendo que se hubiera meado, y empezó a toser entre arcadas. Para su confusión, aquello no era pis, sino un líquido blanco y espeso que poco a poco se iba impregnando contra la piedra del suelo. 
Seth soltó una risa aguda, bastante desagradable, y se agachó frente a ella, besando su frente. 
—Ahora eres mía de verdad. 
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loshijosdebal · 3 months
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Capítulo XXV: Feliz cumpleaños [TW 🔞 NO CONSENTIDO]
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Alicent seguía sentada en el suelo. Se había abrazado las rodillas y ahora reposaba la cabeza sobre estas. Sus jadeos ahogados se habían ido apagando hasta que su respiración se calmó. No sabía cuánto llevaba allí sola, encerrada, pero debió ser bastante porque le habían empezado a pesar los párpados.
En algún momento Seth volvió y, aunque tuvo que abrir la puerta y acercarse, Alicent no se enteró hasta que lo tuvo delante. 
—¿Estás ya más tranquila? —preguntó. Su voz todavía sonaba enfadada.
Su única respuesta fue un parpadeo. No, no estaba más calmada. Aunque podía entender por qué lo pensaba, porque ya ni siquiera temblaba. No podía. El miedo le había arrebatado el control de su propio cuerpo hasta tal extremo que, en algún momento, se había hecho pis. Era extraño, como si aquello lo hubiera hecho otra persona que no era ella. Debería estar roja como un tomate y llorando por la vergüenza. Debería haber intentado ocultar lo que había pasado, pero su cuerpo no obedecía. Era paradójico; aunque estaba allí encerrada, era como si su conciencia hubiera encontrado una vía de escape, a pesar de que seguía siendo parcialmente consciente de lo que pasaba a su alrededor.
—¿No me vas a responder? —preguntó molesto. Como no obtuvo respuesta, Seth la sujetó por los hombros y la zarandeó. Alicent sintió cómo su cabeza se bamboleaba. Cuando él paró quedó en un ángulo incómodo, hacia un lado—. ¿Ali? ¡Eh, Alicent! —La voz de Seth se llenó de ansiedad. Sujetó su cara y sus ojos se encontraron, pero en cuanto la soltó esta cayó hacia adelante. Alicent se sorprendió de lo mucho que pesaba su propia cabeza, ¿cómo podía no haberlo notado antes?—. Mierda —lo escuchó susurrar.
Los pasos sonando cada vez más lejos la hicieron saber que se había vuelto a ir. En el fondo, lo agradeció. Su interior estaba dividido en dos. La parte que lo había empezado a temer la avisó de que no se había escuchado la llave, y deseó ponerse en pie y huir. La parte que lo amaba la advirtió de que debía cambiarse de ropa rápido y esconder lo que había hecho. No quería que la oliera, que descubriera que se había meado encima. Preferiría morir. Pero su cuerpo ignoró tanto los deseos de su razón como los de su corazón. 
Supo que volvía con Alva antes incluso de verla. Hablaban tan alto que los escuchó antes de que la puerta se abriera. Estaba bastante segura de que discutían por ella, pero era un poco frustrante porque, aunque los escuchaba gritar, no fue capaz de entender nada de lo que decían.
Alva se agachó frente a ella y agarró su cabeza. Alicent la miró con los ojos vacíos, cansados. Ahora le parecía incluso más guapa que antes y, sin duda, imponía más temor. ¿En qué momento se había transformado? Tuvo que ser tras su viaje. Alicent recordó sus ojeras antes de marchar. ¿Cómo había sido aquello que había dicho? “La manzana no cae muy lejos del árbol.” No supo cómo sentirse al descubrir que la advertencia de Alva había sido sincera, aunque en su momento la achacó a que intentaba separarla de Seth para quedarse ella con él. Lo sabía. Sabía que esto pasaría. Aquel día estaba muy enfadada. ¿Sabía también lo que le pasaría a ella? 
—Está en shock —aclaró Alva, cuya voz cortó su reflexión—. Tarde o temprano volverá en sí —aseguró.
—Más os vale —advirtió Seth. 
Alva frunció el ceño a la vez que las aletas de su nariz se abrieron. Alicent supo en el acto que la había descubierto. Lo había olido. Se puso en pie y se apartó de ella y Seth no tardó en ocupar su lugar. 
—No le vendría mal un baño —dijo la vampira con aspereza.
Seth levantó la mirada en dirección a Alva y luego volvió a clavarla en ella. Entonces él también lo notó. Su nariz se frunció, como quien huele algo desagradable, y la miró con una mezcla entre sorpresa y desagrado. Alicent quiso salir corriendo y esconderse de ambos, pero lo único que pudo hacer fue bajar los ojos al suelo. 
—Será mejor que os deje algo de intimidad.
Alva desapareció de su perímetro de visión y lo siguiente que oyó fue el ruido de la puerta al cerrarse. Cuando volvieron a estar a solas, Seth la hizo ponerse en pie. Alicent levantó la mirada solo para descubrir que él tenía una mueca de asco mal contenida. 
—No me puedo creer que te hayas meado —protestó, tirando de ella. 
Seth la llevó hasta la bañera de piedra. Se sentía como una muñeca. Aunque sus piernas se movieron, lo hicieron con rigidez, de forma torpe, obedeciendo a la voluntad de él. Alicent estaba confundida, enfadada, avergonzada y asustada al mismo tiempo. Quedó parada ante la enorme bañera. Era de piedra blanca y bonita, tenía un veteado gris claro y se llenó con una explosión de agua que la salpicó un poco cuando Seth alzó una mano y proyectó contra esta una bola de luz blanca. Alicent quedó absorta al ver que humeaba, como cuando calentaba agua en el fogón para cocinar. O como cuando la niebla caía sobre Morthal. Por un momento esta idea la abstrajo de la situación que estaba viviendo, hasta que la voz de Seth la volvió a arrastrar al presente.
—Necesito que vuelvas en ti, Alicent. Te tienes que desvestir y meterte en el agua.
Su voz seguía sonando seca, parecía harto. La recorrió un escalofrío ante la certeza de que su seguridad en aquel sitio dependía íntegramente de la voluntad de Seth. Aunque lo último que quería en aquel momento era quedar desnuda ante él, quiso obedecer. Los dioses podían dar fe de que lo intentó, pero su cuerpo seguía en huelga. 
Seth la miró y apretó los labios con impaciencia. Se volvía a sentir extremadamente cansada. 
—¿Me estás escuchando? —azuzó, cabreado—. Desvístete de una vez y entra en el agua. Después, hablaremos y todo estará bien. 
Había algo en su tono, una capa de desesperación oculta bajo el enfado. Seth chasqueó la lengua y rodó los ojos. La agarró con fuerza de los hombros, sus dedos se clavaron en su piel a través de la ropa, pero ni sus uñas atravesando su carne consiguieron una reacción. La volvió a zarandear, con más fuerza que la primera vez, y Alicent sintió cómo su cabeza volvía a bailar hacia los lados, de un modo tan brusco que su cuello se resintió. 
—En fin, supongo que también lo tendré que hacer yo —suspiró cansado, cuando comprendió que ella podía hacer nada por su cuenta. 
Empezó a desanudar el lazo frontal del corsé de su vestido. Conforme sus manos trabajaban sobre el nudo y Alicent sentía el amarre aflojarse, notaba la tensión crecer en su interior. Deseaba forcejear, impedir que él siguiera, pedirle que se fuera, que la dejara bañarse sola. Pero otra parte de ella le decía que se dejara hacer. Quizá si se comportaba justo como él quería, saldría de allí con vida. Clavó los ojos en Seth, con la opresión en el pecho. ¿Qué le pasaría si él se hartaba de ella? ¿Terminaría como los esclavos que había visto en la torre? Medio desnuda y sin fuerzas para nada. ¿Como ahora mismo? Ese pensamiento fue cruel, pero se consoló en que, al menos, ahora solo estaba a disposición de Seth y él no se la quería comer. 
Su vestido cayó al suelo y él respiró tan fuerte que ella lo pudo oír. Sintió sus manos en sus caderas y, luego, la despojó de sus enaguas. Seth la miró de arriba abajo, con los ojos muy abiertos. De repente ya no parecía tan enfadado. 
—A- Alicent —tartamudeó—. Qu-quieres… ¿Quieres que te ayude a bañarte? —preguntó. Seth esperó unos segundos, pero al no recibir respuesta se relamió los labios y la repasó con la mirada antes de insistir—. ¿Necesitas ayuda? —repitió—. Si te quedas en silencio entenderé que sí. 
Una vez más quiso decir que no, que quería estar sola, pero fue en vano. Intentó negar con la cabeza, pero tampoco lo consiguió. 
—Tranquila, te ayudaré —dijo con un tono extraño, ansioso y algo ronco. 
Seth la cogió en brazos con un cuidado que no había tenido desde que había vuelto a la torre y la metió en la bañera. El agua caliente contrastaba con el frío que sentía por dentro y, pese a lo horrible de la situación, se le escapó un gemido de gusto por la sensación. Alicent nunca se había bañado en agua caliente. Ni siquiera se había bañado en otro sitio que no fuera el río. En Morthal usaban calderos y un barreño para asearse, e incluso en verano tenía que lavarse con prisa para no terminar congelada. Aquello era muy diferente, tanto que sintió que sus músculos se relajaban un poco. El agua la mecía, la invitaba a quedarse allí adentro para siempre. Sus ojos se cerraron. Qué bañera tan grande, pensó, adormilada. Por un instante, tuvo la sensación de que estaba levitando. 
Seth la empezó a bañar. Cogió una esponja y comenzó a pasarla por su cuerpo con delicadeza. Qué raro. Sentía la esponja acariciar su espalda, pero era una sensación extraña, como si su piel no fuera realmente su piel. Como si llevara puesto un traje invisible que separaba su interior del resto del mundo. O quizá era así como se sentían las esponjas; en casa solo tenían un paño. Sin abrir los ojos en ningún momento respiró hondo y se dejó flotar. Estaba al borde del sueño cuando la voz de Seth la volvió a atar a la vigilia. 
—Ali, esto sería más fácil si me metiera en el agua contigo. ¿Puedo? —preguntó en un susurro. Ya no parecía enfadado, sino que volvía a hablar de forma dulce. 
La esponja dejó de acariciar su brazo. Alicent unió piezas, cayendo en la cuenta de que debía de ser él quien había estado moviendo la esponja. Pensar con claridad era algo realmente complicado en aquel momento. Ni siquiera entendió el contenido de lo que él decía, ofuscada en procesar cómo podía cambiar tanto en cuestión de minutos. Cuando se enfadaba, Seth se convertía en una persona cruel y egoísta que había demostrado ser perfectamente capaz de dañarla; ¿por qué no podía ser siempre dulce y cariñoso como ahora? ¿Por qué tenía que ser tan complicado y doloroso? ¿Cómo era posible que él fuera dos personas tan distintas?
Una lágrima de impotencia rodó por su mejilla. Aquello no podía ser real, no había manera. ¿Y si no es real? ¿Y si estoy soñando? De pronto, la posibilidad de estar dormida pareció coherente. Había escuchado hablar de ello, de personas que caían en un sueño del que ya no volvían a despertar. Había tenido una pesadilla aquella misma mañana, pero el recuerdo era tan lejano que empezó a sospechar que no había despertado realmente. Aquello tenía sentido y, como tenía sentido, debía de ser verdad. 
¿Cómo se llamaba el daedra con el que Falion la solía asustar cuando era pequeña? Hizo memoria y recordó las palabras que tantas veces le había dicho el guardia rojo: “Si no duermes pronto, Vaermina vendrá y hará que tengas pesadillas”. Sí, tenía que ser eso. Vaermina estaba jugando con ella. Por eso había dormido tan mal, por eso soñaba cosas que no entendía y le hacían daño. Por eso la había hecho creer que estaba despierta, para luego seguir jugando. Qué cruel era. 
La esponja volvió a acariciar su piel. Por algún motivo, pensó en su madre y se alegró de que todo fuera un sueño; eso significaba que ella estaba bien. Hacía ya años que no la bañaba y, en ese momento, podía entender el por qué. Sentía el roce en sus pechos, constante e incómodo. ¿Por qué lo hacía así? ¿Qué buscaba Vaermina con aquello? ¿Y por qué la esponja ya no se sentía como una esponja? 
De pronto las caricias pararon y Alicent sintió que algo estrujaba sus pechos. Quiso protestar, pero sus labios no obedecieron. Lo que sí consiguió fue abrir los ojos. Al hacerlo, vio la esponja flotando en el agua, alejándose lentamente. Lo que estrujaba sus pechos empezó a pellizcar uno de ellos. Aunque el otro quedó libre, algo empezó a acariciar su vientre, bajando. Sintió cómo el miedo se mezclaba con la envidia. ¿Qué sería tan malo que hasta una esponja quería huir? Alicent deseó hacerse diminuta y poder irse con ella, alejarse de allí flotando escondida entre sus pliegues. 
La angustia creció cuando las caricias llegaron a sus muslos, entre sus piernas, cerca de su zona especial. Alicent bajó la mirada para descubrir que lo que la estaba tocando era un par de manos. Se volvió consciente de que algo se movía tras ella, algo que no era el agua. Sólo entonces cayó en la cuenta de que el falso Seth, aquella ilusión creada por Vaermina, se había metido con ella en la bañera y eran sus dedos los que jugaban con su cuerpo. La mano que estaba entre sus muslos alcanzó su entrepierna y empezó a acariciar sus labios inferiores con torpeza y ansia. Las caricias la hicieron sentir rara, pero de un modo familiar. Un gemido de pavor escapó de su garganta al asociar aquella sensación con lo que había pasado en el Cerro tras el rescate.
En cuanto el falso Seth escuchó aquel sonido salir de su boca la giró y la sentó sobre él. También estaba completamente desnudo. No solo veía su pecho, sino que también sentía su piel contra la suya bajo el agua. Lo contempló, atolondrada. ¿Podía ser tan bello un monstruo? Alicent rcordó las flores carnívoras que cultivaban en el jardín y en cómo desprendían un aroma estupendo para atraer a los insectos de los que se alimentaban. Sus dedos rozaron su entrada y Alicent perdió el hilo de sus pensamientos, pero como no podía hacer nada por pararlo, se evadió de sus caricias deteniéndose en el detalle de sus facciones. Vaermina era buena. Aquella ilusión se veía incluso más real que el verdadero Seth, con sus pupilas dilatadas y sus labios entreabiertos. 
Poco a poco, los dedos del falso Seth fueron ganando seguridad sobre su piel. La mano que seguía en su pecho se movió a su trasero, pero él se inclinó y sus labios ocuparon el lugar de su mano. La sensación de succión fue extraña, demasiado vívida. No pasó mucho hasta que sus dientes apretaron la carne de su pezón y tiraron de este. La molestia fue demasiado real como para ser parte de un sueño e hizo que Alicent se hiciera consciente de la situación: Estoy despierta. 
Todo lo que siguió a aquella revelación fue horrible. El hecho de descubrir que todo era cierto, que no había sido un sueño, provocó que rompiera a temblar. Seth la había dejado a su suerte en una torre llena de vampiros, después la había golpeado, y ahora estaba a punto de… 
Para. 
Quiso decirlo, incluso gritarlo, pero las palabras no salieron de su boca. Ni siquiera llegaron a subir por su garganta. Sintió algo duro frotando su entrepierna y levantó los ojos con ansiedad, buscando los de Seth, rogando por que él entendiera la angustia brillando en ellos y pusiera fin a aquello. Pero la mirada que intercambiaron le revolvió el estómago: los ojos de él estaban oscuros, más incluso que cuando la había golpeado. Las aletas de su nariz se movían como si estuviera ansioso por algo. 
Seth debió advertir su temor, porque la abrazó contra sí. Su pecho tocó el suyo y en vez de sentirlo como algo cálido, algo que debía querer y desear, lo sintió como algo inmensamente repulsivo. No lo quería cerca. En esos momentos no lo conocía.
—Tranquila —susurró él sobre su oído. Su voz, siempre cautivadora, sonó pegajosa y asfixiante—. Sé que tienes miedo, pero intentaré que no te duela demasiado. Ahora eres mía. No tienes nada que temer, no dejaré que nadie te dañe Ali, te lo prometo. 
Nadie… salvo tú, pensó. Pero no pudo decirlo en voz alta. 
Seth se recostó en la bañera y la movió con él. En esa ocasión aquello tan duro no se frotó entre sus piernas, sino que Seth la colocó justo encima. Podía sentirlo más caliente incluso que el agua y latiendo contra su entrada, en la cual se acomodó poco a poco, sin llegar a profundizar. 
Cuando lo sintió así se le revolvió el estómago. Tanto que, por un instante, creyó que iba a vomitar. Y en aquel momento incluso lo deseó, con la esperanza de que eso lo detuviera todo. La boca le supo a bilis, pero, para su mala suerte, su cuerpo tampoco cooperó.
Seth enredó una mano en su pelo y la atrajo hacia sí para besarla. Alicent no le correspondió el beso, pero no pareció que eso le importara. Era como si ya contara con ello. No tardó en entender por qué.
Cuando la lengua de Seth llegó a sus labios, su miembro empezó a hundirse en ella, arrancándole un gemido de dolor. La sensación de algo entrando en su intimidad sin invitación fue tan extraña, tan desagradable, que su cuerpo reaccionó lo suficiente como para retorcerse entre sus brazos, intentando soltarse. Para su desgracia, Seth no tenía ninguna intención de parar. Clavó los dedos en su cintura, reteniéndola, y alzó la cadera a la vez que la movió hacia abajo, logrando adentrarse por completo en su cuerpo de una estocada. El gemido de placer de Seth contrastó con su grito de dolor.
Alicent sintió que algo en ella se rompía. Fue algo físico, pero también mental. Por algún motivo, lo único en lo que pudo pensar en ese momento, mientras sentía a Seth invadiendo por completo su interior, fue en Joric. En que había tenido razón en absolutamente todo lo que le había dicho, y que ella, estúpida, no le había hecho ningún caso. Quizá merecía aquello, quizá era su castigo, ya no por fallar a Magnus, sino por fallar a sus amigos. Ellos la habían intentado proteger y, a cambio, ella los había dejado de lado. 
Ajeno a sus lamentos mentales, Seth se empezó a mover en ella, saliendo un poco para volver a entrar mientras gimoteaba su nombre. Alicent, que seguía temblando y había roto a llorar, encontró la voz en su interior. Débil y desgarrada, tenue, pero suficiente para articular una súplica. 
—Seth… —empezó, intentando poner fin a aquello. 
No quería más. Lo quería fuera. Pero Seth no le dio la oportunidad de hablar. La agarró del pelo con más fuerza y volvió a asaltar sus labios con un beso hambriento del que Alicent no pudo zafarse. Mientras la besaba, su movimiento se empezó a hacer más fluido y constante. Ella cerró los ojos, intentando volver al estado previo, a evadirse de su propio cuerpo, deseando poder dejar de sentir lo que estaba pasando.
—Alicent… —murmuró tras un rato, cuando ella desistió de seguir retorciéndose entre sus brazos—. Te quiero… —susurró entre jadeos, todavía sobre sus labios, sin dejar de moverse en ella.
Ante la ausencia de respuesta, Seth paró. Alicent lo agradeció y abrió los ojos, con la esperanza de que se hubiera dado cuenta de que ella quería parar. Pero lo que vio la hizo estremecer. Seth tenía los ojos entrecerrados bajo el ceño fruncido y también tenía los labios apretados. Cuando ponía aquella mueca su boca se desviaba ligeramente a la izquierda y su mandíbula se marcaba más. Conocía de memoria aquella cara, la detestaba. Era la que siempre ponía cuando estaban a punto de discutir.
—¿No me has escuchado, Alicent? Te he dicho que te quiero, ¿no me vas a decir que me quieres? —preguntó con la voz ronca, amenazante. 
Alicent no tuvo tiempo a reaccionar. Lo sintió salir de ella casi del todo pero, cuando casi estaba fuera, se la metió de un nuevo golpe seco, arrancándole un nuevo grito de dolor. Repitió esa misma acción varias veces. Era brusco, lo hacía fuerte, le hacía mucho daño. Alicent se dio cuenta, desesperada, de que, aunque el placer recorría su rostro cada vez que se la clavaba hasta el fondo, Seth la seguía mirando de la misma forma cada vez que estaba a punto de salir del todo y ella permanecía en silencio. 
—Te… te quiero… —consiguió decir con la voz rota tras el grito que siguió a una nueva estocada. 
Lo hizo movida por el dolor y el miedo, con la esperanza de que aquello lo apaciguara y, efectivamente, su expresión se relajó. Seth sonrió y sus penetraciones se volvieron más suaves. 
—Buena chica —murmuró, y acarició su mejilla antes de perderse en su propio placer. 
No supo cuánto pasó así, con él moviéndola sobre él o moviéndose bajo ella, gimiendo cada vez más acelerado. A veces mordía su cuello o atacaba sus pechos, mordiendo y succionando. Otras la obligaba a besarlo. La obligaba, sí, porque si no correspondía, sus penetraciones se volvían más violentas, de forma que corresponder a sus deseos se convirtió en la única vía para evitar más dolor. 
De pronto, Seth se detuvo cuando estaba del todo dentro de ella. Gimió con más fuerza que antes y sus ojos se pusieron en blanco un instante. En ese momento sintió algo más; el miembro de Seth se tensó en su interior, seguido de la sensación de un líquido rellenándola. Tras eso, él salió al fin de ella. 
Cuando lo hizo, Alicent deseó que no lo hubiera hecho. Odiaba la sensación de tenerlo dentro, pero no fue hasta que salió del todo que fue consciente de la quemazón en sus entrañas. Ardía y dolía al mismo tiempo. Hizo un pequeño intento por moverse y entonces sintió que aquello que él había vertido en su interior se deslizaba hacia abajo, resbalando fuera de su cuerpo. 
Miró al agua para intentar descubrir qué era, pero lo único que vio fue algunas hebras rojas mezclarse con el agua, como si alguien se hubiera hecho algún corte. Es mi sangre. No tuvo ninguna duda.
Seth se levantó y la ayudó a ponerse en pie y a salir de la bañera, ignorando sus quejas cada vez que tenía que hacer algún movimiento brusco. La secó con una toalla y luego la cargó en brazos hasta la cama. Ya en el colchón, Alicent se hizo un ovillo y le dio la espalda. Rompió a temblar una vez más, a pesar de que no recordaba haber parado de hacerlo, ya que no había dejado de estar aterrada en ningún momento. Tampoco intentó hablar, suponiendo que no podría y que, de hacerlo, él no la iba a escuchar. Así que se quedó ahí, con la mirada perdida en la puerta que daba al balcón. Cuando cerró los ojos, recordó lo alta que era la caída y, por un momento, saltar no le pareció tan mala idea. 
Seth chasqueó los dedos y los orbes que iluminaban la habitación se apagaron. Luego se tumbó a su lado. Alicent no lo podía ver desde su posición, pero sí podía oírlo. Escuchó como suspiraba y luego sintió que pegaba su cuerpo al propio. Su miembro se rozó contra su trasero y el pánico se intensificó ante la posibilidad de que quisiera repetir lo que había hecho. Para su suerte, Seth solo apoyó una mano en su cintura y la besó en un hombro.
—Descansa. Mañana, cuando estés mejor, te lo aclararé todo. Por cierto, —se quedó en silencio unos segundos antes de añadir—:  feliz cumpleaños, Ali. 
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loshijosdebal · 4 months
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Capítulo XXIV: Bienvenida a casa
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Cuando llegaron al nacimiento del río Hjaal, Seth la ayudó a desmontar del caballo. El majestuoso frisón tenía un aura morada que no recordaba, aunque la verdad es que sus recuerdos del día en que la rescató de los falmer eran algo borrosos. Miró a su alrededor, inquieta y llena de dudas. Había imaginado que irían al Cerro, pero allí estaban, en mitad de la nada. Lo único que había allí era un islote en cuyo centro había una vieja torre en ruinas. Alicent abrió la boca para preguntar dónde estaban, pero no tardó en cerrarla; él ya le había repetido en varias ocasiones que se lo explicaría todo a la vuelta, ya que ahora el tiempo apremiaba. 
Miró hacia el islote, preguntándose si ese sería su destino. Como si Seth hubiera notado sus dudas, alzó una mano y frente a ella hubo un ligero destello blanco seguido de una vibración sutil bajo sus pies. Poco a poco, un camino de piedras empezó a emerger de las profundidades del lago. Las piedras eran lo bastante grandes como para pasar despreocupadamente, pero aunque parecían estables, Alicent vaciló, temerosa de caer al agua helada. Seth la tomó de la cintura, pegándose a su espalda
—Puedes cruzar —susurró con cariño desde atrás, sobre su pelo—. Quiero que conozcas ya nuestro nuevo hogar.
¿Viviremos en unas ruinas? Alicent giró la cabeza para mirarlo, dubitativa. Sonreía. De hecho, parecía estar de muy buen humor. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? Ella tenía un nudo en el estómago, estaba de los nervios pensando en su madre y en Idgrod, pero también en todos sus vecinos.  
Seth le dio un empujón suave para animarla a cruzar. Alicent sujetó los pliegues de su vestido con las manos y lo levantó un poco. Tras juntar algo de valor, se subió a la primera piedra tras tantear su estabilidad. Una vez lo hizo, saltó a la siguiente y así hasta seis veces hasta que alcanzó el islote. Conforme se iba acercando, algo empezó a cambiar a su alrededor. Como si cayera un velo o, mejor, como si lo cruzara, la torre en ruinas se fue transformando ante sus ojos. La maleza desapareció, revelando un bonito jardín, y también lo hicieron los escombros. La torre mostró su forma original, tal y como debía haber sido antaño, antes de que las guerras y el paso del tiempo la hicieran trizas. Era magnífica, de piedra gris clara y tan alta que imponía. Su arquitectura no se parecía a ninguna que ella hubiera visto antes; parecía mágica.
Se bajó del puente, ya en el otro extremo. Un pequeño camino empedrado bordeado de campanillas moradas llevaba hasta la entrada y Alicent correteó hasta la mitad, fascinada, olvidando por un momento lo que qué estaba pasando en Morthal. Allí se giró hacia él. Seth bajó de la última piedra del puente y caminó hacia ella con parsimonia. Cuando estuvieron frente a frente, él volvió a coger su cintura para pegarla contra sí y besarla. 
—Bienvenida a casa.
Alicent sonrió, con el corazón latiendo tan fuerte que podía sentir el pulso en los oídos. Vivirían en una torre escondida donde nadie podría encontrarlos salvo que ellos quisieran. Parecía un cuento de hadas. 
—Ahora debo irme, Ali —siguió él—. Entra y ponte cómoda. A mi regreso te lo explicaré todo —prometió una vez más.
—Vuelve pronto —pidió ella en un susurro. 
—Te lo prometo.
Tras decir esto, Seth se alejó, desandando el camino hacia el puente. 
—¡Ten cuidado! —gritó, viendo cómo desaparecía de su vista.
Cuando quedó sola, Alicent se abrazó a sí misma. Todas las preocupaciones volvieron a su mente y se le hizo un nudo en la garganta. Por un lado quería que él volviera a Morthal rápido para poner a salvo a sus seres queridos, pero, por otro, tenía miedo de que le pasara algo durante el combate. Esa parte deseó que se quedara con ella allí, donde nadie podría hacerles daño nunca.
Una nueva ráfaga de viento le provocó un escalofrío y la hizo volver en sí. Cogió aire y recorrió el camino que la separaba de la entrada. Las puertas de metal eran pesadas, pero se abrieron solas en cuanto posó la mano sobre ellas, como si la torre la aceptara y le diera la bienvenida. Aunque sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad del exterior, la luz del interior era tenue y no la molestó en absoluto. En cuanto se dio cuenta de los pequeños orbes azules que flotaban junto a las paredes, emitiendo luz, jadeó impresionada. Si por fuera la torre parecía mágica, el interior dejaba claro que lo era.
Avanzó mirando todo a su alrededor. A la izquierda, nada más entrar, había unas escaleras de piedra que daban al piso superior, y un gato recostado sobre uno de los escalones se quedó mirando hacia ella. A la derecha había otras escaleras que bajaban. Alicent siguió al frente y llegó a una gran sala circular, en cuyo centro había otra otra sala más, también redonda. Había tanto por explorar que se sintió abrumada. Desde su posición pudo apreciar que en la sala exterior había varias mesas. Una se parecía a la que Falion tenía en su casa, donde a veces encantaba armas, joyas o armaduras. Al otro lado había una parecida que tenía varios bastones al lado. Aunque la curiosidad la invitó a rodear el anillo exterior de la torre, escuchó voces hablando en la sala interior. ¿Serán los criados? Como noble que era, tenía sentido que Seth los tuviera. No supo cómo sentirse al respecto, ya que ella siempre había tenido que hacerlo todo por su cuenta. Como fuera, se animó a entrar para presentarse. 
La puerta era de madera oscura y no chirrió cuando Alicent la empujó. Abrió la boca para saludar, pero lo que vio en el interior la dejó sin habla. Había cuatro personas en el centro de la habitación. Un hombre al que no conocía, calvo y fuerte, estaba de pie frente a un atril sobre el que dibujaba algo en unos planos. Cerca suyo, sentadas junto a la mesa, reconoció a Alva y a Laelette. Entre ellas había otro hombre, arrodillado en el suelo y con la mirada clavada en este. No llevaba más que un taparrabos harapiento y parecía herido. Que Alva estuviera allí era raro, sin embargo, ella y Seth eran amigos. Pero, ¿Laelette? ¿Qué hacía ella allí? ¿Y por qué estaba así ese hombre?
Cuando se quiso dar cuenta, todos salvo el esclavo la estaban mirando. Alicent les devolvió la mirada uno a uno, deteniéndose en Laelette. Sus ojos, extrañamente rojos, se cruzaron con los suyos y la mujer sonrió de par en par. 
—¡Alicent! —exclamó, levantándose de la mesa y abriendo ambos brazos—. ¿Te acuerdas de mí? 
—Laelette —murmuró, demasiado confundida como para articular alguna de las muchas preguntas que tenía en aquel momento—. Pero tú… te fuiste con los Capas de la Tormenta.
Laelette se acercó hacia ella, pero Alicent retrocedió por instinto. Aunque Laelette seguía sonriendo, había algo extraño en ella, algo que no le inspiraba confianza. Sus ojos brillaban con el tono de Masser, su piel tenía el color de Secunda y contrastaba con su pelo oscuro. Esto, mezclado con sus rasgos finos y afilados, la hizo sentir bastante intimidada. Recordaba a Laelette como una mujer frágil y dulce que siempre parecía un poco confundida, pero ahora eso se había desvanecido. Seguía pareciendo frágil, pero de otro modo. Ya no parecía dulce, sino salvaje. Y la confusión se había convertido en algo más. Inestabilidad. Esta se transmitía en su mirada, pero también en su voz aguda. 
—Me fui para empezar una nueva vida, como tú —respondió Laelette, indiferente a su aversión—. Si te conviertes ahora serás joven eternamente. Qué envidia no haberlo hecho a tu edad —lamentó. De pronto sus ojos se abrieron, como si hubiera tenido una idea. Luego, brillaron con ilusión. Su sonrisa se ensanchó y se hizo más fina—. Alva me ha contado que Lami pasa mucho tiempo con mi marido. Si ella se va a quedar con mi pequeño Virkmund, es justo que yo me quede con su hija. Siempre quise tener una niña, ¿sabes? —Laelette giró su cintura en dirección al hombre calvo y batió las pestañas, coqueta—. ¿Qué me dices, Movarth? ¿La adoptamos? 
El hombre rodó los ojos como respuesta y Alicent retrocedió un paso más. Quiso gritar que mentía, que su madre no se había buscado otra familia sin contárselo a ella, pero los recuerdos del último año cayeron sobre Alicent como una revelación. Lami había pasado mucho tiempo con Thonnir y ella se había alegrado por tener un poco de libertad, ¿era posible que se hubieran hecho novios? Sacudió la cabeza, negando para sí. Se aferró a la única incógnita que se atrevió a confrontar en aquel momento. 
—Yo no me voy a convertir en nada, ¿de qué hablas? —preguntó con un hilo de voz. 
Alicent miró a Alva, buscando una explicación. Y la obtuvo, aunque no como esperaba, cuando ella se inclinó sobre el esclavo. Abrió su boca pintada de rojo y sus dientes se volvieron afilados y grotescos antes de hincarse en el cuello del hombre. 
Alicent tardó unos segundos en asimilar lo qué estaba viendo. Vampiros. Son vampiros. Su rostro se descompuso en una expresión de pánico y rompió a temblar.
—¿Te encuentras bien, cielo? Te has puesto pálida —dijo Laelette. 
Alicent la miró a tiempo de ver que le acercaba una mano, dispuesta a tocar su frente. La apartó de un manotazo. 
—¡No me toques! —exclamó, retrocediendo un paso más, aterrada. 
Giró sobre sí, buscando la entrada con la mirada. Estaba a punto de salir corriendo cuando Laelette la agarró de la muñeca y la sujetó con fuerza. Su piel estaba helada y su agarre era tan brusco que le hizo daño. 
—¿Es que Lami no te ha enseñado modales, niña? —preguntó enfadada. El falsete agudo desapareció y dio paso a una voz ronca de tono frío—. Muy bien, si piensas comportarte así, tendré que enseñarte algo de respeto.
—¡Suéltame! —gritó Alicent, asustada, y empezó a forcejear. Se volvió hacia Alva—. ¡Alva! ¡ALVA, AYÚDAME! —suplicó.
Pero Alva levantó la mirada despacio y, luego, negó. Tenía un poco de sangre en la comisura del labio y la retiró con el pulgar. Lo chupó para limpiarlo antes de pronunciarse.
—Te avisé de que te alejaras de él, pero no me hiciste caso. Ahora, te aguantas.
Laelette tiró de ella hasta las escaleras y la obligó a bajar. Por más que forcejeó, no consiguió zafarse de su agarre. El sótano estaba oscuro, tanto que Alicent no podía ver nada, aunque por la soltura con la que se movió su captora, parecía que ella sí que podía ver. La arrastró por la sala y Alicent avanzó a ciegas tras ella, a la fuerza. Cuando pararon, sintió un empujón seguido de un chirrido metálico; no tardó en descubrir que venía de la puerta de la celda en la que Laelette la acababa de dejar encerrada.
Aterrada, gritó y lloró en la oscuridad. Suplicó que la sacaran y amenazó, también a voces, con que Seth se lo haría pagar cuando volviera. En algún momento comprendió que, si Seth sabía que ellos estaban allí, entonces no podrían hacerle daño; él no lo permitiría. Aquello la consiguió calmar algo pero, aunque dejó de gritar, lloró tanto que se quedó sin lágrimas. La oscuridad era insoportable y aterradora. De vez en cuando sonaba algún gemido tenue, vacío, que le daba escalofríos. Recordó al hombre semi desnudo y se preguntó si habría más así en aquel sótano. ¿Cómo puede Seth permitir algo así? La pregunta se repitió en su mente, pero se negó a ella. Quizá había algún motivo, quizá él no lo sabía. Había prometido que se lo explicaría todo a su regreso, pero no imaginaba cómo podría justificar algo así.
No supo cuánto tiempo pasó allí encerrada. Sentía los ojos hinchados por el llanto cuando escuchó un chasquido de dedos, tras el cual varios orbes rojos repartidos por las paredes se encendieron, iluminando el sótano, también circular. Cuando la luz iluminó la estancia, Alicent vio a Seth acercándose a ella, pero también que la sala estaba llena de jaulas como la suya, la mayoría ocupadas por esclavos, hombres y mujeres con aspecto cansado, atolondrados, semi desnudos y casi sin vida, como el hombre que había visto antes. Se le revolvió el estómago y, por un instante, creyó que iba a vomitar.
Seth abrió la puerta. Cuando Alicent alzó la mirada vio que, además de cansado, parecía enfadado. 
—S- Seth —murmuró, con la voz seca y ronca. Lloriqueó sin lágrimas, con un nudo en la garganta y los ojos entumecidos—. Sácame de aquí, por favor. Me… Me quiero ir —suplicó cuando él se agachó junto a ella. 
Alicent intentó abrazarse a él, pero él la sujetó por los hombros y la miró con severidad. 
—¿Qué has hecho? —preguntó. La agarró por debajo de los brazos y la levantó—. Laelette dice que te portaste con ella como una…
Las piernas de Alicent fallaron en cuanto se puso en pie y cayó de bruces contra su pecho, cortando su reproche. Seth olía a sudor, a cenizas y a sangre. Era desagradable, pero no lo suficiente como para apartarse. Se abrazó a él, desesperada.
—Te dije que te lo explicaría todo a la vuelta —reprendió él, acariciando su espalda para tranquilizarla—. ¿Es que no podías esperar?
Alicent negó, apoyada contra su pecho.
—Quiero volver a casa, Seth —pidió, ignorando sus palabras—. Tengo miedo. Esto no me gusta. Esto… ¿Qué es esto? —levantó la barbilla para poder mirarlo a los ojos. Pese a la duda, seguía teniendo la certeza de que él no le haría nada malo, así que no se alejó incluso cuando preguntó—: ¿Eres un vampiro? 
Seth parpadeó, perplejo. 
—¿Qué? No, claro que no soy un vampiro Alicent. Venga, vamos a nuestra habitación y te lo explicaré todo. 
Alicent se tensó contra él. 
—No. No voy a ir a ninguna habitación —aseguró. Lo hizo con tal firmeza que hasta ella misma se sorprendió—.  Quiero… —vaciló al ver que él la miraba con el ceño fruncido, entre extrañado y cabreado—. Quiero ir a casa, Seth.
Seth frunció todavía más el ceño.
—Alicent, no puedes ir a casa. Y lo sabes. Además, esto es lo que querías. Lo que queremos. 
—¿Que esto es lo que quería? —negó, sorprendida—. ¡SETH! —alzó la voz, y él levantó ambas cejas—. ¡VIVES EN UN NIDO DE VAMPIROS! 
Las cejas de Seth volvieron a su lugar, pero apretó la mandíbula. Parecía aún más enfadado que antes. 
—Ya veo. —Su voz sonó fría, decepcionada—. Lo tenías todo planeado, ¿verdad? —Alicent parpadeó—. Querías que te mantuviera a salvo durante el ataque para luego buscar cualquier excusa para volver a Morthal sin mí. ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
—¿Qué? Eso no…
—¿Es cierto? Pues muévete —ordenó Seth. Fue tan brusco que Alicent quedó helada. 
A pesar del miedo y la angustia, a Alicent le bastó un nuevo vistazo a su alrededor para devolverle la mirada con firmeza. No tenía ninguna intención de quedarse en aquel lugar horrible. Desvió la mirada hacia las escaleras. Su plan todavía no había terminado de coger forma cuando Seth se adelantó a sus intenciones.
—¡SUÉLTAME! —gritó cuando la cargó sobre uno de sus hombros, como un saco de patatas—. ¡SETH, BÁJAME! ¡QUIERO IRME! 
Seth la llevó escaleras arriba varios pisos, hasta llegar a lo que debían de ser sus aposentos. Alicent no dejó de patear y sacudirse todo el trayecto y estuvieron a punto de caer un par de veces, pero no le importaba, solo quería irse de allí cuanto antes. Cuando llegaron, Seth  estaba tan harto que prácticamente la arrojó de su hombro. De no ser porque chocó de espaldas contra la pared, se habría caído al suelo. Ni siquiera se molestó en ver cómo era la sala sino que, cuando recuperó el equilibrio, clavó sus ojos en los de él, desafiante, antes de dirigirse a la puerta. Pero Seth se interpuso entre ella y la salida.
—Déjame ir, Seth —exigió.
—Tú no vas a ir a ninguna parte —replicó despacio, enfatizando cada sílaba.
Para esas alturas saltaba a la vista que no le quedaba ni una gota de paciencia. Aunque en cualquier otra ocasión se habría sentido intimidada, estaba tan enfadada que intentó empujarlo. Alicent no tenía demasiada fuerza, así que Seth ni se movió. Frustrada, empezó a golpear su pecho con los puños.
—¡Déjame ir! ¡Déjame ir! ¡Quiero volver a casa! ¡Déjame ir! —exigió sin alzar la voz, atragantándose por los nervios con sus propias palabras. 
—Alicent, si sigues así me vas a obligar a hacer algo de lo que te arrepentirás —avisó. Lo hizo en un tono tan frío y afilado que la consiguió frenar. 
Alicent se detuvo y lo miró, procesando sus palabras. La amenaza avivó su enfado y volvió a empujarlo. Nuevamente, no consiguió nada, así que se dispuso a hacerlo otra vez, pero en esta ocasión Seth la paró a tiempo. Le apartó las manos con las suyas hacia los lados y Alicent perdió el equilibrio. Aunque estuvo a punto de caer de culo al suelo, solo retrocedió dos pasos tambaleándose, hasta que se volvió a erguir. Lo miró a los ojos, con la rabia encendida. No recordaba haber estado así de enfadada con nadie.
—¡Déjame marchar! No quiero vivir contigo, ¡TE ODIO!  —chilló. 
Seth quedó ojiplático, tan sorprendido que tardó en reaccionar cuando Alicent lo esquivó y se escurrió entre él y la puerta. Ya había puesto un pie fuera cuando, de repente, los dedos de Seth se enredaron en su pelo y tiró de ella hasta el interior de la habitación. Aunque su primer impulso fue gritar por la sorpresa, la ira escaló la violencia. Alicent se giró como un resorte y le pegó un bofetón con todas sus fuerzas. El impacto sonó tan fuerte que hasta ella abrió los ojos como platos al ser consciente de lo que acababa de hacer.
Ambos se miraron a los ojos unos segundos, congelados. Luego, Seth alzó la mano y le devolvió el golpe. También lo hizo con fuerza, tanta que la cabeza de Alicent se giró tan de golpe que le giró la cara tanto como su cuello dio de sí. Tanta que, en esta ocasión, sí que cayó de culo al suelo. Lo miró desde allí, con la boca abierta, sin dar crédito a lo que acababa de pasar. La había pegado. La había pegado, y con ganas. Puede que ella lo hubiera hecho antes, pero él ni se había movido. Él sin embargo tenía más fuerza y ella notó el dolor ardiendo en su mejilla. Me ha pegado. Se llevó una mano a la cara, temblando. Su labio tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas. 
Quedó tan desconcertada, tan incrédula por lo que acababa de pasar, que ni se enteró de que Seth había salido de la habitación hasta que escuchó el sonido de la llave cerrando la puerta. Alicent levantó la mirada despacio, comprobando que Seth se había ido. Su pulso se volvió frenético. Tengo que escapar. Se puso de pie casi de un salto, con la adrenalina dirigiendo sus acciones. Alicent giró el pomo plateado varias veces pero la puerta, de madera robusta, no se abrió. Se agarró al pomo y volcó en él todo su peso pero, aunque la zarandeó con todas sus fuerzas, la puerta siguió cerrada. La desesperación continuó creciendo en su pecho. 
Miró a su alrededor por primera vez desde que había llegado, buscando alguna otra vía de escape. Igual que la primera planta, la estancia tenía la forma de una rosca, aunque en este caso las paredes concéntricas eran medios muros que definían la zona del dormitorio. Nuevamente, la iluminación venía de unos orbes que, en este caso, emitían una luz anaranjada y tenue. Alrededor del círculo interior había varias zonas, delimitadas por la organización de los propios muebles; Alicent vio muchos armarios, un tocador e incluso un pequeño hogar alrededor del cual había varias butacas y estanterías llenas de libros. Siguió caminando y llegó a un escritorio y otra mesa que dedujo que sería para comer. En otra zona vio una bañera inmensa, cuadrada y de piedra blanca. Aunque el espacio era magnífico y estaba decorado con gusto, Alicent no sintió ninguna fascinación.
Había unas cuantas ventanas alrededor de la habitación. Una de ellas era especialmente grande, como una puerta.  Alicent se acercó y comprobó que podía abrirla. Con el corazón palpitando y la esperanza en el pecho, la atravesó para comprobar que daba a un balcón tan espacioso que incluso parecía una terraza. Se acercó a la balaustrada, solo para comprobar que la altura era inviable. Si saltaba desde allí, lo más probable es que se partiera las piernas, si es que no moría en el intento. 
Agobiada, sintió el pánico creciendo todavía más en su pecho. Retrocedió hasta volver a entrar en la habitación e intentó abrir la puerta una vez más, sin éxito. Sus pensamientos eran cada vez más difusos. El ambiente, agobiante ante la creciente certeza de que no había escapatoria. Finalmente se dejó caer sobre el suelo, agotada. Se tapó los ojos con las manos y rompió a llorar desangelada, sintiendo que cada vez le costaba más y más respirar por el pánico. Tanto que las últimas bocanadas de aire que tomó sonaron ahogadas entre los sollozos.
No podía estar pasando aquello. Estaba en una torre lejos de todo el mundo, donde nadie la encontraría nunca si él no quería. Lo que al principio pensó que sería un cuento de hadas se había convertido en una pesadilla.
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loshijosdebal · 4 months
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Capítulo XXIII: El ataque de los nigromantes
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Alicent corrió hacia Seth con desesperación. Tenía que llegar a él, pero cuanto más corría en su dirección, más se alejaba. El tiempo era un concepto extraño allí, en aquel mundo al que no sabía cómo había llegado. La niebla impedía ver a su alrededor y no recordaba la última vez que vio la luz de Magnus. No obstante, todo daba igual. Lo único importante era llegar hasta él. No sabía cómo lo había descubierto, pero tenía la certeza de que un mal inmenso lo rondaba. Pendía sobre él como una espada colgada solo de un hilo y ella era la única capaz de romper aquella maldición, de salvarlo. Si no conseguía llegar a donde estaba, lo perdería para siempre, y no estaba dispuesta a permitirlo. De pronto todo tembló, y la inundó la angustia de no saber qué estaba pasando. Intentó correr más rápido, pero en cuestión de un segundo el mundo quedó totalmente a oscuras.
Alicent dio una bocanada de aire y abrió los ojos. La luz tenue de la lámpara de aceite junto a su mesita fue cegadora. Confundida, tardó un rato en comprender que estaba en su casa. En su cama. Solo ha sido un sueño. Miró a su alrededor y vio a su madre acuclillada junto a ella. Tenía mal aspecto, sus ojos reflejaban el cansancio. La noche anterior se había ido a mitad de la cena, después de que un guardia requiriera su presencia en el Salón de la Luna Alta. Cuando Alicent se fue a dormir, todavía no había regresado. Supuso, por sus ojeras, que apenas había dormido unas horas. 
—Escúchame, Alicent —susurró Lami con tono urgente—, me tengo que ir otra vez. Necesito que hoy abras tú la tienda de pociones, ¿podrás hacerlo? 
Alicent miró de reojo hacia la ventana, aún no había amanecido. Luego la miró en silencio y asintió, sin mediar palabra. Hacía ya tres días desde que se había negado a hablar a modo de protesta por el castigo. Lami esperó un rato hasta que comprendió que no respondería y suspiró, irritada. 
—Ayer por la noche Idgrod enfermó —compartió. El corazón de Alicent se detuvo un instante antes de empezar a latir con rapidez—. Debo ir a la casa comunal para seguir ayudando, pero volveré tan pronto como pueda. Es importante que guardes el secreto. Por ahora, la jarl no quiere que nadie más lo sepa, ¿entendido? 
Por un momento no supo qué hacer. Se le formó un nudo en la garganta. Primero Joric y ahora Idgrod. La idea de que ella sería la siguiente en caer la atenazó. Tiró de su manta de piel hasta la barbilla, como si allí adentro, escondida en su cama, estuviera a salvo de cualquier mal. Recordó el Festival de la Bruma, la ofrenda que nunca llegó a hacer. Pero Idgrod sí que la hizo. Se estremeció ante la idea de que aquello pudiera ser un castigo de Magnus, que ahora se cebaba con sus seres queridos por no haber cumplido la promesa que le hizo en la cueva. Se sintió estúpida. Estúpida y culpable. La cicatriz en su hombro era un recordatorio perenne de lo ocurrido aquel día en que casi perdió la vida y, sin embargo, había olvidado su promesa hasta esa misma semana, cuando todo se empezó a derrumbar a su alrededor. 
La preocupación se impuso al enfado y por fin se decidió a hablar.
—¿Está muy mal? —preguntó en un hilo de voz, desviando la mirada para no dar a entender que las cosas se habían solucionado. 
Ella misma arruinó el plan cuando, tras varios segundos en silencio, le pudo la curiosidad y volvió a mirarla. Parecía tan preocupada que a Alicent se le aguó la mirada. Idgrod debía estar realmente mal.  
—Shh calma, todavía es pronto —respondió al fin Lami, con cierta duda—. No lo podemos saber hasta que no despierte. Ahora debo irme. Cuida de la tienda, ¿de acuerdo?
Alicent asintió y su madre fue hasta el armario, de donde sacó su capa. Se la puso mientras caminaba hasta las escaleras y allí se volvió hacia ella, antes de bajar el primer escalón. 
—Feliz cumpleaños, hija. Siento mucho que este día vaya a ser así. 
No respondió. En su lugar, se giró en la cama, dándole la espalda. Lami suspiró con pesar y luego sus pasos siguieron los escalones. Alicent se sintió inhumanamente cruel por haber hecho aquello, pero por otro lado estaba tan enfadada con ella que no lo pudo evitar. A diferencia de otros años en los que esperaba con ansia aquel día, este no sentía ninguna emoción. El único regalo que podría aliviar el malestar que sentía era que su madre le levantara la prohibición de ver a Seth, pero la conocía lo bastante bien como para tener la certeza de que eso no iba a pasar. Seth. Pensar en él la ahogó en llanto. Hacía solo una semana que no lo veía, pero parecía que había pasado mucho más tiempo. Y, desde entonces, se sentía tan vacía que hasta las pequeñas cosas como levantarse cada mañana o comer cuando debía se habían vuelto una imposición. 
Estuvo a punto de no cumplir con su palabra y quedarse en la cama, pero finalmente, cuando consiguió dejar de llorar, se vistió con lo primero que encontró y se hizo una trenza de malas maneras. Desayunó un trozo de un bollito rancio que había sobrado del día anterior y bajó a abrir la tienda. Aunque normalmente le gustaba hacer pociones, esa mañana ni siquiera se molestó en intentarlo. Que las hiciera su madre cuando volviera, si quería. Tampoco barrió ni limpió los estantes como solían hacer cada mañana. En lugar de eso, se quedó sentada sobre el taburete tras el mostrador. 
Pensó en Idgrod, e intentó imaginar qué le habría pasado. Al menos ella estaba allí, en Morthal. No como Joric, de quien todavía no había rastro. Sabía que habían hecho peinar el Cerro, que desconfiaban de Seth por culpa de Idgrod. Pero allí no habían encontrado nada. Ni allí ni en ninguna otra parte.
Levantó la cabeza con pesadez cuando el chirrido de la puerta anunció la primera visita de la mañana. Como era todavía muy pronto, supuso que se trataba de su madre, que volvía para coger algún ingrediente o poción. Cuando vio que quien estaba bajo el marco era Seth, la sorpresa y la felicidad instantánea borraron de golpe la desesperanza que había sentido durante los últimos días con una facilidad absurda.  
—¡SETH! —exclamó, rodeando el mostrador para correr a sus brazos. 
Se abrazó a él con fuerza y Seth le devolvió el abrazo. Estuvieron así hasta que él la hizo alzar la barbilla para besarla con ansia, un beso al que respondió con gusto. 
Cuando se separaron y pudo mirarlo, Seth tenía el semblante serio. La última vez que estuvieron juntos habían discutido, por Joric. La angustia de la separación sin una explicación volvió de golpe, desatando sus nervios. Estuvo a punto de romper a llorar de nuevo.
—Lo… lo siento. Idgrod se… se lo contó a mamá… Lo de… lo de nuestro compromiso, y…, y yo… —intentó explicarse, pero Seth tiró de ella contra sí y acarició su espalda, para tranquilizarla. 
—Lo sé, Ali. Lo sé. Tranquila, no estoy enfadado contigo. —Aquello le sentó incluso mejor que el beso. Todo el miedo que había tenido esos días ante la posibilidad de que él la culpara de la situación se esfumó. Sin embargo, cuando volvió a alzar la mirada, Seth seguía teniendo la misma expresión seria de antes—. Pero no estoy aquí por eso. Ali, tengo que decirte algo importante y no tengo mucho tiempo. 
Alicent se sorbió los mocos, apoyada contra su pecho, incapaz de separarse o de apartar la vista de él. 
—¿Qué pasa? —preguntó con un hilo de voz. 
—Los nigromantes atacarán Morthal esta noche. 
La revelación le cayó como un jarro de agua fría y se quedó congelada, sin saber qué decir o qué hacer. Ni siquiera había vuelto a pensar en aquello, con todo el tema de la desaparición de Joric, su enfado con Idgrod y el castigo de su madre. Sobre todo aquello último; durante la última semana solo había podido pensar en Seth. ¿Cómo había podido ser tan tonta? 
Se dio cuenta de que había empezado a temblar cuando Seth la abrazó con más fuerza contra él. 
—No dejaré que te pase nada —prometió—. Pero Joric está desaparecido, Idgrod nos ha traicionado y tú… tú estás encerrada. Nuestro antiguo plan no va a funcionar. Pero no te preocupes, Ali, se me ha ocurrido otra idea. Aunque…
Dejó las palabras en el aire y Alicent apretó las manos alrededor de su cintura, mirándolo con ansiedad. Parecía dubitativo, casi culpable. 
—¿Qué opción? —quiso saber. Fuera lo que fuera, si eso los salvaba a todos estaba dispuesta a hacerlo—. ¿Qué podemos hacer? Dime. 
Seth tomó aire y lo echó por la boca lentamente antes de responder. 
—Ali, ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar por nuestro compromiso? —preguntó. 
Alicent parpadeó, sin entender qué tenía que ver eso con nada. 
—Hasta el límite de Mundus si hace falta —respondió sin vacilar—. Pero, ¿por qué me preguntas eso ahora? 
Seth la miró fijamente. Parecía estar barajando si sus palabras eran honestas. Después de un rato deshizo el abrazo para tomar su cara con ambas manos, con cariño. Sus ojos estaban cargados de tensión. 
—Ven conmigo. Huyamos de todo esto juntos. Esta noche, cuando empiece el ataque. Yo te pondré a salvo, donde no puedan herirte. Donde nadie pueda separarnos nunca más. 
Alicent se quedó en blanco. Aquello era una locura. Era demasiado. ¿Cómo podría hacer algo así? Por muy enfadada que estuviera con ella, no podía abandonar a su madre.
—Seth… yo… —titubeó, con la mirada vidriosa y la certeza de que él se enfadaría si se negaba.
—Alicent. —Seth bajó las manos de su cara a sus hombros y su agarre se volvió un poco más tosco—. Eres la heredera de Jorgen. Serás la primera persona a la que busquen. Aunque quiera, aunque daría todo lo que fuera por poder hacerlo, tu madre no me va a dejar estar cerca para defenderte. Pero si huimos… Si huimos te salvaré, y al fin podremos estar juntos. De verdad, sin que nadie nos pueda volver a separar.
—Pero mamá… —volvió a dudar, mirando en dirección a la puerta de la tienda. Una parte de ella deseó que Lami apareciera en aquel momento y poder hacerla partícipe del plan. Quizá entonces se diera cuenta de que Seth la amaba. Quizá así no tuviera que renunciar a ella, ni a él. 
—Tu madre te tiene encerrada como si fueras un skeever en un sótano, Alicent —le recordó con dureza—. ¿Es eso lo que quieres para ti? Porque incluso si sobrevives sin mi protección —Alicent se tensó—, tanto tú como yo sabemos que no volverá a dejarnos estar juntos nunca más. Nuestro lazo quedará roto. Dime, ¿es eso lo que quieres? —insistió. 
—N-No, pero… Si me voy contigo… Si nos escapamos, nunca me perdonará, Seth. —En cuanto lo dijo se dio cuenta de que, en realidad, aquello no era lo que más le preocupaba—. ¿Y si le pasa algo? 
Seth apretó los labios. Parecía tan estresado que se sintió mal por estar poniendo trabas, pero no podía evitarlo, era su madre. 
—¿De verdad crees que dejaría que le pasara algo a tu madre? —preguntó, con un gesto dolido—. Escúchame, Alicent. Huye conmigo. Te pondré a salvo y, después, te prometo que volveré y protegeré a tu madre. Protegeré a cuantos pueda, tienes mi palabra. Además, Idgrod lo vio, ¿recuerdas? Yo gano. Pero no tiene sentido ganar si te pierdo en el proceso.
Alicent titubeó, sin apartar la mirada de él. Seth tenía razón, Idgrod lo había visto. Él tenía la cicatriz. Sin embargo, tomar aquella decisión era tan difícil que su corazón estaba dividido. Seth debió ver el conflicto en su mente, porque su tono se volvió más comprensivo.
—Te prometo que, cuando esto haya pasado, lo arreglaremos. Juntos. Convenceremos a tu madre de que no puede separarnos. Cuando vea lo felices que somos, lo mucho que nos queremos y necesitamos, no podrá negarse a que nos casemos. Entonces todo estará bien. Pero, para que eso pase, debes confiar en mí. ¿Confías en mí, Ali? —preguntó con un tono sedoso. 
Alicent se escondió en su pecho, abrumada. Ya había tomado una decisión y sabía lo que quería hacer. Quería estar con él, pero, a pesar de que Seth parecía tener el plan atado, tenía miedo a las consecuencias. Seth esperó con paciencia, acariciando su pelo hasta que, de repente, su voz rompió el silencio. 
—Ah, casi lo olvidaba —murmuró con cariño—. Además tienes que venir conmigo, para que pueda darte tu regalo de cumpleaños. 
A pesar del contexto, el hecho de que él recordara su cumpleaños la logró ilusionar. Levantó la barbilla y lo miró, con un brillo curioso tras sus ojos cargados. 
—¿Un regalo? 
Seth le guiñó un ojo y se inclinó, para dejar un beso breve en sus labios. 
—Pues claro. Estate preparada esta noche, ¿de acuerdo? Cuando el ataque empiece, vendré a buscarte antes de que lo hagan los nigromantes o los guardias. 
La miró intensamente, esperando su respuesta. Alicent sintió un nudo en el pecho ante la inmediatez de la decisión y, por un instante, le faltó el aire. Terminó por asentir lentamente.
—Está bien. Te esperaré aquí—cedió. 
Seth sonrió triunfal al escuchar su promesa y volvió a besarla. En esa ocasión el beso fue más real, tan intenso que tuvo que tomar aire cuando sus labios se separaron. Lo miró. Los ojos de Seth brillaban, cargados de una felicidad que no había tenido antes. Alicent hizo un esfuerzo por ampliar su propia sonrisa pues, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones confusas, no quiso que él creyera que no estaba feliz porque volvieran a estar juntos.
��Entonces, aquí nos vemos —dijo Seth, todavía sujetando su cara con ambas manos—. Te prometo que todo cambiará a partir de esta noche. 
La primera horda de esqueletos accedió al pueblo por la entrada principal, dirigida por el grupo de nigromantes que comandaba Vaela, a quien había conocido en su primera visita al Fuerte Halcón de las Nieves. Tal y como estaba previsto. Seth negó para sí mismo, mientras una risa breve y aguda escapaba de sus labios. Resultaba irónico que el mismo ataque que hacía algunos meses lo había puesto de los nervios y había amenazado con desbaratar sus planes hubiera acabado siendo obra suya. 
El plan había sido precipitado, pero tras su conversación con Dogma supo que tenía que aprovechar aquella oportunidad, porque no habría más. Convencer a Vaela de atacar el pueblo tan pronto fue fácil; tan solo tuvo que mencionar haber visto el garabato de la daga en el diario de Idgrod, así como el falso rumor de que a la mañana siguiente pretendían trasladar algo bastante valioso fuera de Morthal. Aunque el ataque atraería a más guardias al pueblo durante los siguientes meses serviría, además de para limpiar su nombre a ojos de los vecinos, para conseguir de una vez por todas que nadie más se volviera a interponer entre él y Alicent. 
Oculto en la penumbra, vio a Lami salir de la Cabaña del Taumaturgo al poco de que el ataque empezara. Llevaba una cesta con lo que supuso que serían pociones. Entró al edificio en cuanto se alejó lo suficiente. Dentro, Alicent lo estaba esperando en la planta baja, con una mochila donde imaginó que había guardado algunas pertenencias. Salieron de la cabaña y la guió hasta la parte trasera, donde invocó a Tinta, su caballo. Con la huída por delante y el peligro acechando, no tuvieron mucho tiempo para charlar. Con ella montada delante de él, rodeó el cementerio y cabalgó entre la maleza, bordeando el linde entre la montaña y el pantano para salir del pueblo sin ser vistos. 
Una vez accedieron a la carretera principal, tardaron media hora en llegar al sendero que llevaba a la Guardia de Myr. Desde que se desviaron del camino tuvo que esquivar las dudas de Alicent quien, naturalmente, se mostró confundida al descubrir que no irían al Cerro. Por suerte para él, la gravedad del ataque y la urgencia por volver cuanto antes para proteger a su madre sirvieron de excusa para que dejara el tema por el momento. 
La dejó allí, a las puertas de Myr, con un beso en los labios y la promesa de que volvería lo antes posible. Ahora ambos tenían que enfrentar desafíos diferentes. Él debía participar de la batalla, pero sabía que las siguientes horas no serían agradables para ella. A fin de cuentas, él mismo había ordenado a Alva y a Laelette que la intimidaran un poco. Lo suficiente como para coartar sus posibles ansias de explorar la torre por su cuenta durante las siguientes semanas. 
—Vuelve pronto —suplicó ella antes de dejarlo ir. 
—Te lo prometo. 
Besó sus labios una última vez antes de darle la espalda. Estaba montando de nuevo en Tinta cuando, en la oscuridad, escuchó su voz pidiéndole que tuviera cuidado. ¿Qué pensaría si descubriera que, en realidad, no tenía nada que temer? Respiró hondo y suspiró aliviado, consciente de que no lo sabría nunca. Ahora que ella estaba en Myr, nada podría interferir en su relato. A partir de ese momento la realidad sería la que él quisiera. 
Salió del sendero y siguió el camino a Morthal. Las luces de la batalla podían verse desde allí, gracias a la oscuridad de la noche. Cuando al fin llegó al pueblo, accedió por la entrada principal, donde un grupo de nigromantes se había fortificado. Hizo desaparecer a Tinta nada más desmontar y, en su lugar, invocó a un par de atronach de las llamas. Las damas ígneas se balancearon en el aire antes de comenzar a lanzar ráfagas de fuego coordinadas en dirección a un par de nigromantes desprevenidos, demasiado ocupados en comandar a su horda de no muertos como para darse cuenta de su presencia. Murieron envueltos en llamas, llenando el aire de un olor a pelo y grasa quemada. Tan pronto cayeron, un grupo de unos veinte esqueletos se descompuso ante los ojos de los aterrorizados guardias de Morthal, que luchaban sin descanso, superados en número por los no muertos comandados por los nigromantes. 
Seth atravesó la primera defensa y saludó a los guardias con falsa preocupación, preguntando si estaban bien y cómo los podía ayudar. Quería que todos los habitantes posibles de Morthal lo vieran llegar, y que vieran también lo que iba a hacer por ellos. Reconoció el horror en los ojos de los combatientes. Seth no los culpaba. Los esqueletos eran horribles. Algunos no habían sido bien despojados de músculo y las trazas de carne colgaban de sus miembros. Además estaba el hecho de que antaño habían sido personas. Personas que cayeron en manos de los nigromantes y que fueron sometidas a este proceso cruel para pasar a formar parte de sus ejércitos. 
Se abrió paso en la batalla, ayudando en lo que pudo a los guardias, matando a todo nigromante, esqueleto o reanimado con el que se cruzaba. Aunque pareció que sus pasos seguían a los enemigos por las calles, en realidad estaba yendo tras algo. Tras alguien. ¿Dónde diablos estás? Joric andaba por ahí. Quizá no hubiera podido matarlo, pero lo que sí había aniquilado era su voluntad. Preso de la magia, ahora Joric se movía como un títere bajo sus deseos. Lo había hecho ir hasta allí para que los vecinos lo vieran, para hacerlos creer que había caído en las garras de los nigromantes. Eso bastaría para limpiar su nombre y sacarse de encima las sospechas que Idgrod hubiera sembrado.
Pasó sobre el cadáver de un guarida poco antes de que otro nigromante lo levantara con un hechizo de conjuración. Lo mejor de jugar a dos bandos era, sin duda, que no tenía de qué preocuparse pese a estar en mitad de la batalla. El brujo siguió al reanimado, que se unió a otro grupo donde por fin encontró a Joric combatiendo contra sus amigos y vecinos, mezclado entre la horda de no muertos tal y como le había ordenado. Se sorprendió al comprobar que la mayoría de los caídos coincidía con aquellos que no habían conseguido hacer sus ofrendas. Así que era cierto. Sonrió pagado de sí. Definitivamente, hacer arreciar el aire con la coartada de encararse con Joric había sido una estrategia estupenda.  
Lo bueno de las batallas era que nadie prestaba demasiada atención a nada que no fuera su alrededor inmediato, así que Seth se acercó a Joric sin preocuparse por que nadie estuviera espiando. 
—Vuelve a Myr y espérame fuera. Y, Joric, sé discreto. Que nadie te vea —ordenó secamente, seguro de que ya lo habrían visto las suficientes personas como para que su plan saliera adelante. Los reanimados se convertían en montones de ceniza una vez terminaba el conjuro; todos darían por hecho que Joric formaría parte de alguno de todos los que al alba cubrirían las calles de Morthal.
—Si, Lord Athan —respondió con voz átona, antes de cumplir con lo mandado.
Una vez cubierto ese frente, Seth se volcó en la lucha. Su magia era poderosa y su presencia en la batalla logró que las fuerzas de Morthal superasen a las de los nigromantes. Todo lo que tenía que hacer era evitar a Vaela, para que esta no lo reconociera y pusiera en jaque su plan. Casi una hora después, la anciana cayó derrotada tras un uno a uno contra Falion y los pocos nigromantes que seguían con vida huyeron del pueblo que, para entonces, había sido devastado. Seth miró a su alrededor y se sorprendió al sentir cierta lástima al ver las columnas de humo saliendo cubriendo el cielo de Morthal; entre las casas en llamas estaba la Cabaña del Taumaturgo. 
Con la batalla terminada, entró al Salón de la Luna Alta junto al Legado Taurino, un grupo de guardias y Falion, quien estaba malherido y a quien ayudó a llegar hasta la casa comunal. Allí había muchos vecinos, la mayoría ancianos, niños y gente que no sabía combatir, de modo que afuera habrían sido un estorbo más que una ventaja. Lami y Jonna estaban también allí, ayudando a los guardias heridos y a los vecinos aterrados, proporcionándoles comida y pociones. La jarl Idgrod estaba al fondo, en su trono. Aslfur, su marido, se asomó desde el palco de la habitación de Idgrod. Seth frunció el ceño al ver que ella no estaba por ninguna parte. 
¿La habrán herido? Se sorprendió a sí mismo al reconocer que aquella posibilidad no le agradaba en absoluto, a pesar de todo lo que le había hecho. 
El Legado Taurino se adelantó al grupo y la jarl se puso en pie, con expresión cansada pero solemne. 
—Hoy hemos perdido mucho, pero habéis luchado con valentía —dijo, comenzando así su discurso. 
Siguió hablando, pero Seth dejó de escucharla con rapidez. Lo cierto es que no le interesaba nada de lo que pudiera decir. En lugar de eso se acercó a Lami, con su mejor cara de desesperación. Tomó a la mujer por los brazos e incluso se atrevió a zarandearla. 
—¿Dónde está Alicent? ¿Por qué no está aquí?
Sintió una punzada de satisfacción al ver como los ojos de la mujer se inundaron en lágrimas. Ahora sabes lo que se siente. Lami negó como toda respuesta, incapaz de hablar. Después se deshizo de su agarre casi sin fuerzas; Seth la soltó de la misma manera, fingiendo que se derrumbaba. La mujer le dio la espalda y supo, por su gemido de dolor, que estaba llorando. 
Él mismo lo hizo también. Tuvo que recurrir a algunos recuerdos dolorosos de la infancia, esos que solía evitar porque así era más fácil continuar. Consiguió su propósito y sus ojos se empañaron, haciendo más convincente la actuación, consciente de que había gente mirando. Se retiró a un banco, donde fingió llorar en silencio hasta que la jarl terminó su discurso. Entonces, se acercó a ella.
—Jarl Idgrod —saludó, con la voz quebrada. La jarl lo miró agotada, parecía haber envejecido diez años en solo unas horas—. Idgrod. —En esa ocasión no tuvo que fingir la preocupación en su propia voz, pues era real—. ¿Dónde está? ¿Ella también…? —dejó la pregunta en el aire.
La jarl negó y cabeceó en dirección a su marido, que seguía observando desde el palco de la habitación en la que Seth había pasado tantas tardes.
—Cayó enferma ayer de noche —confesó la jarl—. Todavía no ha despertado. 
Seth suspiró con alivio al descubrir que al menos estaba allí, a salvo. Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si el extraño peregrino habría tenido algo que ver. No podía ser casualidad que Lami no estuviera en la tienda aquella mañana. Notó los ojos de la jarl clavados en él y volvió a mirarla.
—Joven Athan, gracias por venir a defender el pueblo —dijo finalmente—. Hoy te has puesto en peligro por todos nosotros. Ha sido un acto noble por tu parte. 
Seth asintió brevemente, aceptando el agradecimiento.
—Las luces se veían desde el Cerro. Idgrod me había compartido su visión, y… bueno, no podía quedarme sin hacer nada. Pero no pude protegerla… —dijo, rompiendo la voz a la vez que miraba en dirección a Lami. 
La jarl lo miró con agradecimiento y lástima. Apretó su hombro brevemente y, luego, titubeó.
—¿Puedo preguntarte algo? —Seth asintió, manteniendo el mohín de angustia—. Mi hijo. Joric. ¿También lo has visto hoy? 
Seth tardó en responder en contra de su voluntad. Romperle el corazón a la jarl no le pareció tan divertido y gratificante como lo había sido hacerlo con Lami. La imagen de su propia madre sentada en su butaca en Markarth, con ojeras bajo los ojos y estos clavados en la puerta mientras esperaba a que Parker volviera, asaltó su mente. Joric, al igual que Parker, no volvería nunca. La diferencia era que su madre sabía que Parker estaba ahí fuera, viviendo su vida tal y como él quería. La jarl no tendría esa suerte. 
—Lo siento mucho, jarl Idgrod —logró decir con un hilo de voz. 
La jarl permaneció en silencio. Aunque Seth pudo ver cómo el dolor la atravesaba tan pronto comprendió el significado de su disculpa, no se mostró sorprendida. 
—Jarl Idgrod, debo volver al Cerro —dijo al fin. Algunos vecinos ya habían empezado a abandonar la casa comunal, para volver a sus casas—. Sorli y Pactur deben estar preocupados. 
La jarl asintió lentamente. 
—Ve pues —murmuró, antes de aclararse la garganta—. Y dile a Pactur de mi parte que mañana necesitaremos a todos sus trabajadores. Tendremos que reconstruir el pueblo.
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loshijosdebal · 4 months
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Capítulo XXII: Los acuerdos de la locura
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Todavía no había empezado a llover, pero el aire estaba húmedo, cargado. Desde el aserradero, podía escuchar los truenos en la distancia y cada vez pasaba menos tiempo entre uno y otro, indicando que la tormenta se dirigía hacia Morthal. 
El clima maridaba con su estado de ánimo, pues hacía días que una tormenta se había desatado en la vida de Seth. Hacía algo menos de una semana desde que se había encontrado a Joric a su regreso a la Guardia de Myr, su verdadera residencia en la Marca de Hjaal. Aunque al principio creyó tenerlo todo bajo control, Idgrod había tomado las riendas de la situación, desbaratando todos sus planes con una facilidad asombrosa. La incapacidad de retomar el control estaba haciendo mella en sus nervios, a tal punto que la ansiedad le impedía poner las ideas en orden. 
Sabía desde el principio que la desaparición de Joric lo cambiaría todo, pero no esperaba que lo hiciera de aquella forma. Quizá lo peor fue descubrir lo poco que le gustaba el nuevo orden de las cosas, revelado como una debilidad que le hacía sentir vergüenza. Intentaba rebelarse contra sí mismo y negar sus propias emociones, pero no podía; echaba de menos las cosas tal y como estaban antes. Extrañaba las tardes en casa de Alicent o de los Cuervo Viejo, tras el aserradero o en la taberna, los cuatro juntos hablando y jugando. Se había convencido de que lo odiaba, que solo lo hacía porque le convenía, pero no fue hasta que lo perdió que se dio cuenta del color que aquellos momentos daban a su día a día. Esa certeza, ese pinchazo de dolor en el pecho cada vez que pensaba en ello le hacía flaquear, cuestionarse cosas que ni debía ni podía poner en duda.
—¿Me has entendido, Athan? —preguntó Idgrod, con tono amenazante. 
Seth apretó la mandíbula, conteniendo la desesperación a duras penas. Idgrod no solo lo había empezado a tratar como a un extraño al que odiaba, sino que también se había cobrado la venganza. Lo había separado de Alicent hacía días, tras contarle a Lami todo lo ocurrido. Naturalmente, esta la había atado en corto, prohibiendo cualquier contacto con él. Además la mujer no se andaba con juegos pues, cuando intentó verla en la Cabaña del Taumaturgo, lo había echado de allí sin vacilar, a pesar de las lágrimas y las súplicas de su hija. 
No contenta con haberle quitado a Alicent, ahora Idgrod también quería quitarle la empuñadura de la daga de Mehrunes. 
—Estás siendo ridícula —replicó con dureza—. Idgrod, los nigromantes atacarán Morthal en cualquier momento. ¿No te basta con que haya muerto tu hermano? Hacernos caer a todos no hará que Joric vuelva. 
Idgrod abrió los ojos de par en par, no hacía falta ser un genio para saber que había metido el dedo en la llaga. Para su disgusto, ella se recompuso con rapidez y le miró con una determinación fría que supo que no podría romper. 
—Mi hermano no está muerto. Devuélvemelo, Seth. Quédate con la estúpida daga si quieres, pero devuélveme a Joric. Y luego, déjanos en paz. 
Rodó los ojos, aprovechando el gesto para escapar de la mirada furiosa de Idgrod. Aunque carecía de pruebas, Idgrod tenía la convicción de que Joric estaba vivo y en sus garras. Parecía que el tiempo que habían pasado juntos no había servido para nada; ante la primera sospecha, Idgrod aceptó con una facilidad absurda que él era el villano de aquella historia. No tenía claro qué le molestaba más, si esta actitud o lo certera que había sido su intuición. Ya ni siquiera podía encontrar paz en su refugio, la presencia de Joric, a quien había sido incapaz de matar incluso tras descubrir que había besado a su Alicent, era un recordatorio de su torpeza y su debilidad. 
—Estás loca, Idgrod —contestó, cansado—. ¿En qué idioma te tengo que decir que no sé dónde está para que lo entiendas? 
—Ya sabes a qué atenerte —dijo Idgrod con seriedad. Seth se obligó a mirarla; seguía mostrando el mismo arrojo que antes—. Si este Sundas Joric no ha vuelto y no me has traído la empuñadura, le contaré todo a mi madre. 
Seth solo le temía a su propia madre, pero una madre que además era jarl era otra cosa diferente. La ira de una madre que también era jarl no solo pondría en peligro su plan, sino también su propio estilo de vida. Sintió que estaba a punto de perder la paciencia, algo que no podía permitirse, así que resopló con fuerza y la miró con dureza. 
—Como quieras, Idgrod. 
Todavía no había salido del pueblo cuando empezó la tormenta. La lluvia comenzó a caer de un momento a otro, tan abundante y con tanta fuerza que lo obligó a esperar a que amainara. Seth se refugió en el cementerio, bajo un viejo pino frondoso, con la esperanza de no encontrar a nadie allí; tras el encuentro con Idgrod, no estaba de humor para socializar. En la soledad, empezó a rumiar todo lo que había ocurrido en la última semana. 
—Todo esto para nada —masculló para sí mismo con rabia.
Se dejó llevar por las emociones y pateó una pequeña piedra que salió disparada hacia adelante. Aunque la niebla no había recuperado su anterior densidad, la lluvia caía con tanta fuerza que Seth no podía ver mucho más allá de su refugio bajo el árbol. 
El primer trueno cayó sobre el pueblo. Lo hizo tan cerca del cementerio que Seth se asustó. Todavía tenía la mano sobre el corazón cuando una figura salió del manto de lluvia y accedió a su refugio bajo el árbol. Lo que me faltaba, pensó al reconocer al peregrino chiflado que había conocido en su primer día.
Don Dogma se irguió. El pelo le caía empapado por la cara, liso por culpa del peso del agua, y era tan alto que parte de su frente se hundía entre las primeras ramas del pino, aunque esto no pareció molestarle. De hecho, parecía estar de buen humor.  
—Vaya, vaya —saludó canturreando—, mira a quién tenemos aquí. ¿No es verdad que el mundo gira?
Seth resopló y lo miró desafiante.
—¿No hay más árboles en el pueblo, Dogma? No estoy de humor. 
Don Dogma rio pausadamente, antes de estirar una sonrisa que a Seth le pareció algo siniestra. 
—Si el mundo gira, el loco mira, chico.  
—Hablo en serio —insistió Seth—. No tengo tiempo para tus juegos. 
Como si pudieras ir a otra parte, dijo la voz de su cabeza. Seth cerró los ojos unos segundos, tratando de reunir algo de paciencia. Cuando los volvió a abrir, Don Dogma se estaba inclinado sobre él y sus ojos azules lo contemplaron, cargados de diversión. Algunas agujas del pino se habían prendido a su pelo, dándole un aspecto peculiar. 
—Que me dejes en paz —avisó de nuevo, anticipándose al loco. 
—¡Ah! —Don Dogma se volvió a erguir y posó una mano sobre el pecho con dramatismo. Sobre sus cabezas se escuchó un nuevo trueno, uno tan fuerte que a Seth le pareció que el suelo temblaba—. ¿Pero qué qué oyen mis ojos? Un río de tristeza, una cascada de rabia. Como se suele decir, “cierro una puerta y abro una ventana”, ¿será así?.
Seth tomó aire por la nariz y lo expulsó lentamente por la boca, mientras se pellizcaba el puente de la nariz. Había quien encontraba encanto en la locura, pero no era el caso. 
—Si vas a decir algo, dilo de una vez —exigió. 
—No hay ningún pino bajo el que refugiarse en tu interior, ¿no es cierto?
Se tensó al darse cuenta de que el peregrino parecía estar al tanto de algo. 
—¿Qué sabrás tú? —replicó a la defensiva, repentinamente intimidado—. Solo eres un loco. 
—¡JA! —gritó Don Dogma, quien parecía divertirse con todo aquello—. Tal vez algo, no lo niego. Pero no me negarás que, a veces, un loco puede ver lo que obvia un sabio. Veamos si estoy en lo cierto. —Don Dogma volvió a inclinarse sobre él y sus ojos azules volvieron a clavarse en los propios, con semejante intensidad que le arrancó un escalofrío—. Te sientes atrapado, ¿no es así? Entre lo que deberías ser y lo que deseas ser.
Seth parpadeó un par de veces, perplejo. Luego soltó una risa seca, sintiendo que estaba a punto de perder los papeles. La magia calentaba sus manos, movida por su subconsciente. La rabia acumulada quería escapar por algún lado y la osadía de aquel tipejo le estaba provocando hasta el extremo.
—¿Has venido a burlarte de mí, viejo? —dijo de malas formas, dando un paso hacia él para encararlo. 
—Pues a lo mejor —respondió Don Dogma sin tacto, sin dejarse amedrentar—. Depende de ti. ¿Serás honesto conmigo, Seth? —su tono, hasta entonces chillón, cambió de forma abrupta a uno más grave—. Porque si lo eres, yo podría hacer algo por ti. 
Seth tragó saliva e hizo un acopio de fuerzas para no retroceder el paso que acababa de cortar. Frunció el ceño, mirándolo con desconfianza, analizándolo. Había algo extraño en él, algo que no había sentido hasta el momento y que no fue capaz de identificar.
—¿Qué vas a poder hacer tú por mi? —replicó con inseguridad. 
Don Dogma chasqueó la lengua varias veces mientras negaba con lentitud. 
—Primero cuéntame qué calienta tanto ese frío corazón tuyo. Y tal vez, solo tal vez, puede que te abra una ventana. 
—No sé de qué me hablas —insistió, desviando la mirada. 
—Ah, ¿no? —Don Dogma se miró las uñas con los dedos encogidos sobre la palma de la mano—. ¿Y qué hay de esa joven virginal con aroma a lirios? ¿O de la sabia chica con ojos de calamar? ¿Qué es del valiente joven que se atrevió a tratarte como a un igual? Hasta el más fuerte puede quebrarse si se le quita lo que más anhela. 
Seth retrocedió un paso. La cercanía resultaba incómoda y, de algún modo, aquel peregrino lo había logrado intimidar. Sabía demasiado. 
—Cállate —ordenó, cuando sus preguntas hicieron diana en sus sentimientos. Hasta él mismo se dio cuenta de lo evidente que era el dolor en su voz, y se avergonzó cuando Don Dogma sonrió burlón; él también lo había notado—. ¡No tienes ni idea de quién soy! ¡No sabes nada! 
La diversión volvió a brillar de un modo siniestro en los ojos del orate. 
—¡JA! ¿Acaso sabes tú quién eres tú? —Seth dudó ante su pregunta y Don Dogma siguió tras dedicarle una sonrisilla traviesa—. Sin duda, la sombra del padre es larga, pero ahora has visto un mundo diferente. Ahora se ha encendido un fuego que no has sabido controlar, que arde y consume todo a su paso, dejándote expuesto y vulnerable. ¿Qué harás para extinguirlo?
Seth retrocedió de nuevo, de espaldas, y chocó contra el tronco del árbol. La vibración del golpe provocó que las gotas que se habían filtrado entre las agujas del pino cayeran sobre ambos. Seth se quedó apoyado en el árbol, agotado.  
—Todo era más fácil antes de mudarme aquí… —reconoció al fin, derrotado por aquel extraño que parecía saber todo de él. Bajó la mirada hacia el suelo, donde las hojas caídas se mezclaban con el barro—. Nunca había tenido nada igual, pero con ellos… —Su voz tembló—. Ellos son unos críos. Alicent, Joric… incluso Idgrod. No entiendo por qué, aun sabiendo eso, me molesta tanto perderlos. Sobre todo a Alicent. Es… era… No sé. La echo de menos —admitió, sorbiendo su nariz. 
Alzó la mirada a tiempo de ver a Don Dogma asentir lentamente, mientras lo miraba con una comprensión que a Seth le pareció condescendiente.
—Ah, la herida del primer amor —comentó volviendo la vista al cielo. Pareció que le respondía, ya que cayó un nuevo trueno más fuerte que el anterior—. Y los amigos, ¿qué decir de ellos? Cuántos buscan un tesoro y encuentran una puñalada. Pero el amor, ese es el corte más profundo.
Seth suspiró y se apartó el pelo de la frente. Hablar con aquel hombre era agotador, para entonces se le hacía obvio que había sentido en sus sinsentidos, pero encontrarlo requería estar leyendo constantemente entre líneas. Ni siquiera entendía cómo había llegado al punto de seguirle el juego en lugar de largarse.  
—¿Te ha pasado? —preguntó al fin, intentando apartar el foco de la conversación de sí mismo.
La expresión de Don Dogma se apagó por un instante.
—Todavía extraño esas comidas familiares. Pero, volviendo al asunto que nos concierne, ¿deseas verla? A tu bella-dama, por supuesto. No va a ser a la mía. 
Seth asintió.
—Claro que quiero verla, pero no puedo.
Los ojos del peregrino brillaron y, una vez más, estiró esa sonrisa que le hacía estremecer. 
—Mañana al alba Lami no estará en la tienda de pociones, aprovecha la oportunidad, pues no habrá otra —dijo, cumpliendo con su palabra. 
Seth parpadeó un par de veces, asimilando lo que Don Dogma acababa de revelar. Lo miró fijamente; había algo raro en él, más allá de su excéntrica actitud.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? ¿Te envía mi padre?—exigió saber, con la seguridad de que aquel extraño estaba allí por algo. 
Don Dogma le dedicó una nueva sonrisa, enigmática y un tanto lunática, que le volvió a poner los pelos de punta. La lluvia se hizo más fuerte, tanto que el sonido de esta al chocar contra el suelo hizo imposible oír nada más. El agua empezó a fluir hacia ellos, amenazando con inundar la zona en cuestión de minutos. Seth miró hacia el suelo al sentir la humedad en un pie. De alguna forma, el agua había logrado atravesar su bota izquierda. 
—Mierda —se quejó. 
Levantó la barbilla para mirar otra vez a Don Dogma, solo para comprobar que ya no estaba allí.
Idgrod maldijo una vez más su mala suerte. Se había quedado un rato más tras el aserradero, después de encarar a Seth, y la tormenta empezó antes de que pudiera volver a casa. Últimamente pasaba allí las tardes, refugiándose en la nostalgia. En menos de una semana había perdido a su hermano, pero también a Alicent, aunque ella siguiera a salvo en el pueblo. El dolor era tan grande que, en ocasiones, tenía la sensación de que también iba a perder la cordura.
Llevaba media hora esperando a que dejara de llover, pero, lejos de amainar, la lluvia había empezado a caer con más fuerza. La luz del atardecer la hizo consciente de que no tendría más remedio que mojarse. No quería llegar tarde a casa, no se lo podía permitir desde que Joric no estaba. Desde ese día, sus padres se ponían muy nerviosos cuando oscurecía y ella todavía no había llegado. Tanto que Idgrod podía dar gracias por no tener un guardia vigilándola todo el tiempo. 
Miró hacia el cielo encapotado e infló las mejillas, antes de echar a correr bajo la lluvia abrazada a su bolsa, para proteger sus libros del agua. Apenas había avanzado unos metros cuando frenó en seco para evitar chocar contra una figura que apareció de la nada entre la niebla y la lluvia. Lo miró con sorpresa, olvidando por un instante que estaban bajo un diluvio. Sus ojos se llenaron de lágrimas contra su voluntad cuando reconoció a Don Dogma. No pudo evitarlo, pues por un momento tuvo la esperanza de que fuera su hermano.  
—Parece que hoy no se sirve ni una sonrisa en todo el pueblo —observó Don Dogma, mientras sacudía la cabeza. 
—Don Dogma, no es un buen momento. Tengo que… 
—Paparruchas —la cortó, sacudiendo una mano—, ¿o acaso no sientes la lluvia calando tus huesos? ¿¡Qué mejor momento para hablar de amor!? La distancia duele, ¿no es así, jovencita? —preguntó, atrapándola con la guardia baja. 
—Esto no tiene nada que ver con el amor —replicó, creyendo que lo preguntaba por sus lágrimas. Trató de limpiarlas, rindiéndose al darse cuenta de que, en realidad, no se diferenciaban demasiado de  las gotas de lluvia que ya resbalaban por su cara—. He perdido a mi hermano, mi mejor amiga me odia por intentar protegerla, y… y encima todos estamos en peligro —confesó.
—Como dijo un sabio una vez, una aventura es más divertida si huele a peligro —canturreó. 
Idgrod parpadeó un par de veces, confusa. No había escuchado nunca un ritmo igual. Aquello la deprimió incluso más; incluso se habían compuesto nuevos versos como prueba de que el mundo seguía avanzando, sin importarle la desaparición de su hermano. 
Don Dogma, por su parte, parecía ajeno a la lluvia que para ese entonces ya los había empapado a ambos. De la nada, sacó una onza de queso del bolsillo y se la ofreció.
—¿Quieres?
Idgrod miró el queso, evitando una mueca de asco por educación. Estaba mojado y tenía unas cuantas pelusas, por haber estado en el bolsillo del hombre. Negó una vez, antes de mirar en dirección al puente que conectaba el aserradero y la Cabaña del Taumaturgo con el resto del pueblo y se abrazó aún más a su bolsa.  
—Tengo que irme pero, ¿me aceptas un consejo? Vete del pueblo mientras puedas, es el peor momento para estar en Morthal. El peligro está al caer. Ahora… —parpadeó, perpleja— ¿Don Dogma? 
Don Dogma la estaba ignorando. Se había puesto a palpar sus bolsillos con urgencia, buscando algo. Tras un par de vueltas sobre sí mismo se giró hacia ella y la miró con gesto acusatorio. 
—¿Dónde está mi queso? ¿Lo has cogido tú?
Aquello fue la gota que colmó el vaso. Hacía días que tenía las emociones a flor de piel, aunque intentaba mantener la compostura delante de sus vecinos y, sobre todo, de sus padres. Por algún motivo, aquella tontería la hizo romperse. 
—¡Esto no es un juego! —gritó, frustrada, y sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas—. ¡No lo entiendes! Confié en Seth en vez de hacerle caso a mi hermano y ahora él le ha hecho algo. Y unos nigromantes atacarán Morthal, y… y…
Se sorbió la nariz, enmudecida por el gesto del peregrino. Quedó pasmada al reconocer a través de sus ojos nublados por las lágrimas el desdén y el hastío en la cara de su acompañante. Aquella era la primera vez que lo veía actuar así, sin sandeces, sin sonrisas ni chistes.
—Malditos sean tus ojos de calamar, Idgrod. ¿Te han dicho alguna vez que eres realmente molesta?
—¿Qué? —preguntó en un hilo de voz que apenas se escuchó sobre el sonido de la lluvia. 
—¿Conoces el quinto acuerdo de la locura? —preguntó de pronto, recuperando la sonrisa pero de una forma diferente, más macabra— ¡Qué divertido enigma! Si los humanos dicen la verdad, pero los daedra mienten, ¿quién es qué? 
—¿Y eso qué importa ahora? —preguntó, alzando la voz. 
Empezó a temblar. La lluvia le había calado ya la ropa y los huesos, y el viento no hacía más que empeorar la situación. 
—Responde a mi acertijo, niña —ordenó Don Dogma, poniendo los brazos en jarra—. Hazlo bien y quizá te revele la verdad sobre el paradero de tu hermano: Un forastero llega a la villa de Morthal y dice ser inofensivo, ¿quién puede ser?
Idgrod comprendió entonces que, al parecer, Don Dogma sabía algo de Seth y también de Joric. 
—¿Qué sabes de ellos? 
—Ah-ah-ah. Primero debes responder —respondió el peregrino con un tono que le pareció amenazante.
Sintió la tentación de rodearlo e irse de allí de una vez, pero la posibilidad de descubrir algo sobre el paradero de Joric se lo impidió. Apretó los labios, pensando en la adivinanza. ¿Me intenta decir algo sobre Seth? La cuchilla de Mehrunes, su afición por todo lo relacionado con los daedra, ¿era posible que el chico fuera un adorador de los daedra? No era tan disparatado pues, según tenía entendido, en Markarth había unos cuantos. 
—Humano o daedra, puede ser cualquier cosa —dijo al fin, mirándolo con sospecha—. ¿Qué me intentas decir? 
—Espera, aún hay más. Tanto humanos como daedra pueden estar… ¡LOCOS! —gritó de pronto elevando los brazos hacia el cielo, como si se tratara de una noticia estupenda—. Mientras que los cuerdos dicen la verdad, los locos mienten. ¿Lo entiendes?
Idgrod asintió.
—Entonces, ¿qué me dirías si te confieso que soy un daedra loco?
—Pues… —Lo miró con recelo, mientras pensaba la solución; le llevó algo más de tiempo, ya que la nueva cláusula complicaba la adivinanza—. Podrías ser un humano loco que cree que es un daedra, o… un daedra loco que cree que miente.
—¿Así respondes a la presentación de un dios, niña? —preguntó Don Dogma, con una sonrisa maliciosa. 
El peregrino puso los brazos en cruz y, entonces, un rayo cayó sobre él, deslumbrando a Idgrod, que se tapó los ojos con el antebrazo por impulso. Cuando volvió a mirar hacia él, asustada, comprobó con asombro que el rayo no le había hecho nada. O casi nada, ya que una nueva onza de queso se había materializado sobre su mano. 
—Oh, aquí estaba —comentó con emoción, antes de darle un bocado para, después, tirarlo al suelo. 
Idgrod retrocedió unos pasos, tratando de entender lo qué estaba pasando. Repasó con rapidez cada conversación, cada gesto de Don Dogma; solo un minuto más tarde sus ojos se ensancharon al caer en la cuenta.
—Dogma —susurró con horror, mientras el peregrino rompió a reír de forma histérica—. Madgod —añadió, reculando un paso más—. Eres… Eres Sheogorath… 
—¡BIEN, BIEN, BIEN! ¡REQUETEBIÉN! ¡HAS ACERTADO! 
Don Dogma dio una vuelta sobre sí mismo antes de avanzar hacia Idgrod, que se había quedado paralizada por el miedo. Tocó su frente con ambos dedos y, entonces, fue como si el mundo se desvaneciera a su alrededor. Sus ojos se opacaron, su cuerpo cayó sobre el suelo enfangado y, entonces, comenzó a convulsionar.  De su boca empezó a salir espuma, y Don Dogma se inclinó sobre ella, riendo mientras la miraba con ojos divertidos. 
—Ah, míranos ahora, pequeña Idgrod. Como si fuera otra de tus visiones, aquí están dos locos, un humano y un daedra. 
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loshijosdebal · 4 months
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Capítulo XXI: La desaparición de Joric
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Las despertaron los golpes en la puerta. Ante la insistencia de la llamada, Lami encendió una lámpara de aceite y bajó a ver quién llamaba a esas horas. Alicent no tardó en seguirla y supo que algo iba mal en cuanto bajó las escaleras y vio a Idgrod allí. 
—¿Idgrod? —preguntó aún somnolienta, deteniéndose junto a su madre—. ¿Qué pasa?
Si Alicent creía haber tenido un día horrible, saltaba a la vista que el de Idgrod estaba siendo mucho peor.
—¿Joric ha estado aquí? —preguntó sin molestarse en saludar. Su voz sonó tan urgente y ansiosa que, por un momento, Alicent olvidó lo enfadada que estaba con ella. 
—¿Por qué preguntas? —quiso saber, adelantándose a su madre.
—Nadie lo ha visto desde esta tarde —respondió ella. Alicent levantó las cejas con sorpresa—. Gorm dijo… —La voz de Idgrod tembló, como si le costara hablar—, dijo que lo vio marcharse a caballo, pero de eso hace horas. Yo… —cogió aire, intentando calmarse. No funcionó pues, cuando habló, lo hizo con la voz quebrada—. Le estamos buscando por todo el pueblo.
Su primer impulso fue negarse. Si Joric se había perdido, por ella podría arreglárselas él solo. Pero las lágrimas en los ojos de Idgrod se impusieron a su enfado. Siguió a su madre hasta el piso de arriba y se vistieron con lo primero que encontraron antes de salir a la calle.
Desde el puente vio  la luz de las repartidas por el pueblo que, en la oscuridad de la noche, parecían flotar entre la niebla. El estómago le dio un vuelco al comprender la gravedad del asunto. Durante el camino hasta el Salón de la Luna Alta se cruzaron con varios guardias, cada uno en una puerta diferente, preguntando a los vecinos si tenían información sobre el paradero de Joric. Cuando llegaron a la casa comunal Aslfur, el padre de Idgrod y de Joric, estaba allí junto a su esposa, un par de guardias y varios perros. La jarl se estaba despidiendo de ellos. 
Alicent apretó los dedos alrededor de su farol e Idgrod sollozó a su lado.
—Lo encontraremos —prometió Lami, apoyando una mano en el hombro de Idgrod. Entonces miró a Alicent con severidad—. Voy a ver en qué puedo ayudar. Podéis buscarlo por aquí, pero ni se os ocurra salir del pueblo. 
—Ten cuidado —le susurró a su madre. Lami se acercó a la jarl y, tras intercambiar algunas palabras, ambas se perdieron en la oscuridad.
Las siguientes horas las pasaron recorriendo el pueblo de cabo a rabo. Estaba a punto de amanecer cuando, agotada, Alicent obligó a Idgrod a detenerse tras el aserradero. La vela del farol se había agotado hacía horas y, en esos momentos, Idgrod sostenía una antorcha a la que ya le quedaba poca vida. 
Alicent se dejó caer sobre un tronco e Idgrod, al darse cuenta de que ya le costaba caminar sin esfuerzo. 
—Pero Joric… —protestó.
—No somos las únicas buscándolo —recordó—. Podemos descansar unos minutos.
Idgrod hizo el amago de replicar, pero en su lugar asintió con resignación y se sentó a su lado. Alicent cerró los ojos y se permitió descansar por un rato; tenía el estómago irritado por los nervios y el cuerpo entumecido por el sueño. Le dolían los pies, y para entonces, resultaba evidente que Joric no estaba en el pueblo. Pero si no está en Morthal, ¿dónde se ha metido? Joric podía ser muy dramático. La posibilidad de que hubiera hecho todo aquello para preocuparla y así ganar su perdón reavivó su enfado. Resopló, irritada no solo con Joric, sino también con Idgrod por haber provocado aquello al contarle todo. 
Como si supiera que estaba pensando en ella, Idgrod estiró su mano libre y acarició una de sus piernas por encima de la tela del vestido. Alicent se la apartó de un manotazo; el gesto le salió solo, ni siquiera se dio cuenta de lo que hizo hasta que ya estaba hecho.
—¡Ay! —Idgrod se frotó la mano—. ¿A qué ha venido eso?
En vez de disculparse, Alicent la miró con reproche. 
—No me puedo creer que se lo dijeras. 
—¿De qué hablas? —preguntó Idgrod, confundida.
—¡Hablo de Joric! ¡Y del collar! ¡Y de lo que pasó en el Cerro! Se supone que eres mi mejor amiga —acusó. 
Aunque Idgrod la miró con sorpresa, su rostro no tardó en reflejar molestia.
—¿De verdad tenemos que hablar de esto ahora? Él es mi hermano, Alicent —se defendió, mirándola con obviedad. Aquello la enfadó aún más, ya que no parecía arrepentida ni dispuesta a pedir perdón—. No podía seguir viendo como sufría creyendo que podría tener una oportunidad contigo. 
Alicent apretó los labios. Sentía la sangre hirviendo de la rabia y tenía ganas de darle una patada a algo. 
—Eso no te daba el derecho —dijo tras un silencio breve—. Debiste preguntarme primero. Tu hermano es un bocazas —protestó, apretando los puños—. Si se lo hubiera dicho a alguien… podría haber arruinado mi vida.
Idgrod resopló con hartazgo.
—Mira, Ali, ya discutiremos esto más tarde —concedió, poniéndose en pie—. Ahora mismo solo me importa encontrarlo. 
Alicent se levantó también. Entonces Idgrod la volvió a encarar, con la duda brillando en los ojos.
—¿Cuándo te lo contó? Hoy estuvimos juntas toda la tarde y antes de eso Joric estuvo en casa. 
Alicent se tensó.
—Esta tarde. Vino a verme mientras Seth y tú estabais en clase. Hablamos —respondió en tono resentido. Dudó un solo segundo y añadió—: Y me besó. Después de eso, discutimos. 
La confusión de Idgrod se volvió incredulidad. Alicent se sintió un poco mejor, creyendo que su amiga estaría de su parte.
—¿Y ME LO DICES AHORA? —gritó, sorprendiéndola—. ¡ALICENT, POR LOS OCHO DIVINOS! —Idgrod parecía querer estrangularla—. ¿Estaba muy enfadado cuando se marchó? ¿Te dijo a dónde iba?
No fue hasta que escuchó esas preguntas que Alicent cayó en la cuenta de por qué estaba tan enfadada. Aquella información era tan importante que se lo debería haber dicho antes. 
—N… no —logró decir, avergonzada—. Y tampoco lo vi irse, yo me marché antes que él. 
Saltaba a la vista que Idgrod quería decir algo, pero no lo hizo. En lugar de eso, dio media vuelta y se fue. Alicent no se atrevió a seguirla; se quedó allí, pensando en que justo donde estaba era donde había dejado a Joric esa misma tarde. Aunque seguía enfadada y no lo quería ni ver delante, se aferró a la posibilidad de que aquello solo fuera un teatrillo de su amigo para ganarse su perdón y deseó con todas sus fuerzas verlo aparecer a la mañana siguiente por la tienda, para contarle alguna aventura fantástica con la que justificar sus actos.
Idgrod llegó al Cerro Pedregoso a primera hora de la mañana con la esperanza de encontrar allí a su hermano. Podía imaginar a Joric tratando de llevar a cabo alguna estúpida heroicidad con la que justificar lo que había hecho para que Alicent lo perdonara. Quizá se le había hecho tarde y no había podido volver a casa, teniendo que refugiarse en el Cerro para no pasar la noche a la intemperie. 
Aunque era temprano, los trabajadores ya se dirigían a las minas. Idgrod se bajó de su caballo y lo dejó en el establo al cargo del mozo de cuadras. Le flaquearon las piernas al ver que Tiber no estaba allí, pero igualmente se dirigió a la casa de Seth. Llamó un par de veces a la puerta, con impaciencia. Cuando Seth abrió, Idgrod se sorprendió al verlo de aquella guisa; despeinado y con ropa de andar por casa. 
—¿Idgrod? —Parecía somnoliento, como si acabara de despertar—. ¿Qué haces aquí? ¿Te ha pasado algo? 
Hasta que él hizo esa pregunta no pensó en el aspecto que debía ofrecer. Miró hacia abajo, hacia su ropa. La parte inferior de su capa estaba llena de barro, y los mechones de pelo que le caían por los hombros estaban tan enredados que parecía que no se había peinado en días. Nadie que se cruzara con ella sin conocerla habría adivinado que estaba ante la hija de la jarl. 
—Es Joric. Por favor, dime que está aquí. 
Lo miró fijamente, rogando por una respuesta tranquilizadora. Sin embargo, la esperanza se desvaneció tan pronto la confusión en la expresión de Seth se acentuó.
—¿Por qué estaría aquí? —Seth se echó a un lado y la invitó a entrar—. Pasa, pero no esperes gran cosa. Terminamos hace poco las reformas y mis cosas todavía están en Soledad. 
Pudo ver a qué se refería en cuanto entró, pero no estaba allí para visitar su casa y mucho menos juzgarla. El estado de esta era lo último que le importaba en esos momentos. Seth cerró la puerta y fue hacia la mesa, donde le ofreció asiento y una bebida. 
—Cuéntame, ¿qué es lo que ha pasado? 
Idgrod dio un trago. Aunque el calor de esta le resultó reconfortante, nada podía sanar su angustia. Estuvo a punto de derrumbarse allí mismo, frente a él. 
—Ayer Joric no volvió a casa. Lo último que sabemos es que marchó a caballo por la tarde, mientras estábamos con Falion. Pensé que… —se detuvo y lo analizó con cautela. Parecía genuinamente preocupado por Joric, así que no debía saber lo que había pasado con Alicent—. No sé. Esperaba encontrarlo aquí. 
—Pues aquí no ha estado, o Sorli y Pactur me lo habrían dicho cuando llegué. ¿En Morthal nadie lo vio o habló con él antes de eso? 
Idgrod tomó aire y suspiró. Prefería no ser ella quien le contara eso pero, dado el contexto, le pareció necesario. 
—Alicent fue la última en hablar con él. —Seth arqueó las cejas e Idgrod se hundió en su asiento. Viendo como habían terminado las cosas tras su última charla quizá no era lo mejor compartir aquello, pero necesitaba desahogarse—. Discutieron. Y, según Alicent, Joric la besó.
De pronto, la ira brilló en la mirada de Seth y ella se arrepintió de haberlo contado. 
—¿Que hizo qué? —preguntó, sin levantar la voz, pero con ella cargada de tensión.
—Joric estaba fatal después de enterarse de que os habíais comprometido —lo excusó—, supongo que lo hizo a la desesperada. Es solo un niño, todavía no sabe controlar sus sentimientos. Alicent se enfadó con él, claro. Y conmigo por habérselo contado —añadió, en un tono un poco más bajo. Agachó la mirada, llevándola hacia la taza entre sus manos—. Ya sé que preferirías que no lo hubiera hecho, y más sabiendo esto, pero… Ojalá estuviera aquí, aunque hubiera venido a hacer una tontería. 
Cuando volvió a levantar los ojos, Seth parecía más relajado. Bebió de su propia taza y volvió a negar.
—Pues aquí no ha venido. Y casi que mejor, no me apetece tenerlo delante.
Escuchar aquello le cayó como un jarro de agua fría. Entendía a Seth, pero estaba hablando de su hermano. 
—Seth… —musitó, buscando algo de empatía—. Ha desaparecido. ¿Y si sí que quería venir pero le ha pasado algo? ¿Y si le atacaron por el camino? No sé qué haría si…
Su voz se quebró antes de poder terminar la última frase. Seth apretó los labios, con una expresión mezcla de molestia y culpa. Se levantó de la silla y estiró una mano por encima de la mesa, hasta apoyarla en uno de sus hombros. 
—Hagamos una cosa. Aunque no lo merezca, voy a vestirme y te acompañaré hasta Morthal. Hablaré con Ali y, luego, lo buscaremos juntos, ¿de acuerdo? Con suerte lo habrá pillado la noche a medio viaje y se habrá refugiado en algún lugar. 
Idgrod parpadeó, sintiendo un par de lágrimas resbalar por sus mejillas. Llevó la mano a la de él aún en su hombro. 
—Muchas gracias, Seth.
—No tienes que dármelas. Pero primero necesito cambiarme. Espérame fuera, enseguida podremos irnos. 
Idgrod terminó su bebida de un trago y salió de la casa. Acababa de sacar al caballo de los establos cuando se cruzó con Jesper, quien llevaba un hacha en las manos. 
—¡Jesper! —lo interceptó. 
—Oh. Hola, idgrod.
—Quería preguntarte algo. —Aunque ya tenía la negativa de Seth, no perdía nada con intentarlo. A lo mejor lo había visto alguien que no creyó importante mencionarlo—. ¿Sabes si Joric pasó por aquí ayer? 
La expresión de Jesper se turbó. Fue tan evidente que a Idgrod se le aceleró el pulso. 
—No vi nada —respondió apurado, sin mantenerle la mirada—. Lo siento,tengo que ir a por leña. 
Tras eso, siguió su rumbo hacia el bosque. Idgrod lo vio alejarse, preguntándose por qué había actuado de aquella forma tan extraña. Lo dejó estar, sabiendo que Jesper podía ser un poco raro. Aunque esta es la primera vez que no hace lo posible por pasar más tiempo conmigo. Poco después, Sirgar salió de casa. Llevaba una cesta con comida y se dirigía hacia la entrada de la mina. Idgrod sabía que a ella le caía bien Joric, así que decidió indagar más.
—¡Sirgar! 
La chica se detuvo en seco y le dedicó una sonrisa amplia y sincera. 
—Hola, Idgrod. Vaya, ¡estos días estamos teniendo muchas visi-...! —Idgrod abrió mucho los ojos, ansiosa, y Sirgar se pausó a la vez que sus mejillas se tiñeron de rojo—. Q… Quiero decir, ayer vino el mensajero, y antes de ayer… 
—Sirgar —la cortó, impaciente—. ¿Joric estuvo ayer aquí?
De pronto parecía tan nerviosa como su hermano. Idgrod notó como apretaba los dedos contra el asa de la cesta. Desvió la mirada al suelo y negó. 
—No. Nadie pasó por aquí. O al menos yo no vi a nadie. Tengo… Tengo que llevar el desayuno a los mineros —se excusó de forma atropellada y con un ligero temblor en la voz.
Para ese momento, Idgrod ya sabía que le estaban ocultando algo; ese nadie no tenía sentido, Sirgar acababa de decir que había ido un mensajero. Cuando se quiso dar cuenta, Sirgar la había bordeado para seguir su camino.
—Sir… ¡Sirgar! —llamó, pero la chica no hizo el ademán de girarse. Es más, al igual que su hermano, apuró el paso hasta casi echar a correr para alejarse de ella. 
Idgrod estaba a punto de seguirla cuando una voz a su espalda la detuvo. 
—¿Qué haces? —la voz de Seth sonó casual, casi confundida. Entonces se giró y, por primera vez desde que lo conocía, Idgrod notó aquello de lo que tanto se había quejado Joric: aunque Seth parecía tan normal como siempre, sus ojos la atravesaban con enfado, casi con odio. Sin embargo al hablar, lo hizo con el mismo tono amable con el que siempre se dirigía a ella—. ¿Nos vamos? 
Quedó congelada en el sitio, sin dejar de mirarlo. Seth debió ver algo en su expresión, porque entrecerró los ojos y sus labios se apretaron hasta convertirse en una fina línea que no tardó en camuflar con una media sonrisa. 
—No tienes buen aspecto —dijo él de pronto, con un tono condescendiente—. Quizá lo mejor sería que cuando lleguemos a Morthal duermas un poco mientras yo hablo con Ali. Entiendo que quieras encontrar a tu hermano cuanto antes, pero una mente cansada podría no hacerte ver las cosas correctamente. 
La sonrisa de Seth se amplió, tratando de mostrarse convincente, pero ella negó antes de caminar de vuelta hacia su caballo.
—Olvídalo —replicó, sin volverse a mirarlo—. No pienso parar hasta encontrarlo.
Seth no se relajó hasta que vio como Idgrod entraba en el Salón de la Luna Alta. Ni se molestó en despedirse; aquella falta de educación tan impropia de ella fue otro signo más de que la sospecha que tenía en mente desde que vio a Sirgar alejarse de su lado en el Cerro era cierta. Ha descubierto algo.
Maldijo para sí. De toda la gente, tenía que ser Idgrod, la única con el potencial de suponer un problema y, además, la única que le caía realmente bien en aquel pueblo. Aquello lo puso de un mal humor inimaginable. Cuando llegó a la Cabaña del Taumaturgo se encontró con la tienda cerrada y tuvo que llamar varias veces hasta conseguir que le abrieran la puerta. El mal humor se volvió rabia cuando los ojos de Alicent, llenos de esperanza, se aguaron al verlo. 
Subieron al piso superior de la cabaña, donde Alicent le explicó que su madre estaba en el Salón de la Luna Alta, repartiendo pociones para ayudar con la búsqueda. Él le contó que Idgrod había ido a buscar a Joric al Cerro, haciendo un esfuerzo por ocultar el malestar en su pecho. Estaban de pie frente a la ventana mirando el silencio las calles del pueblo, que eran un ir y venir de guardias y vecinos. Un nuevo tipo de celos se le asentó en el cuerpo ante la certeza de que nadie allí haría eso mismo por él. Quizá Alicent. La misma Alicent que el día anterior había dejado que Joric la besara. 
La miró de reojo; miraba por la ventana con los ojos llorosos y una mueca triste en los labios. Está pensando en él aunque está conmigo. Aquel pensamiento avivó la rabia. Esta se iba expandiendo a medida que pasaba el tiempo sin que ella le contara lo que había pasado con Joric el día anterior. ¿Así me pagas lo que hago por ti? Dejaba que Joric la besara, pero a él le hacía esperar, lo humillaba, lo rechazaba. Hacía tiempo que quería ir al castillo Volkihar a hablar con Harkon, pero allí estaba, conteniéndose por ella, por su necesidad infantil de ir despacio. 
Colocó cada brazo a un lado de ella y acortó el espacio entre sus cuerpos. Alicent dio un respingo. Sabía que no era ni el momento ni el lugar, pero quería comprobar sus sospechas. Evitó su pelo y mordió suave su mandíbula un par de veces antes de besar su cuello. A diferencia de lo que pasaba otras veces, Alicent se removió. Le lanzó una mirada dura que parecía decir “ahora no”. Sintió la ira escapar por los ojos y apretó tanto la mandíbula que le dolió.
—Así que dejas que Joric te bese, pero a mi me rechazas. 
Alicent se tensó y entreabrió los labios. Se abrazó a sí misma antes de desviar la mirada. 
—Seth, yo no… —empezó, con un hilo de voz, pero no la dejó seguir. 
—¿Hiciste algo más con él? ¿Te gustó? —preguntó, odiando el tono ansioso con el que pronunció el reproche. 
—No digas… 
Tonterías. Alicent no terminó la frase, pero a Seth no le hizo falta. La conocía de memoria; su madre la decía continuamente cuando mentía. “No digas tonterías, Seth, no voy a dejar a tu padre”. “No digas tonterías, Seth, claro que quiero que vivas en Soledad con nosotros”. “No digas tonterías, Seth, Daario es solo un amigo”. Apretó los puños. La expresión de Alicent, agotada, se tiñó de preocupación, mirando su mano. 
—¿Cómo está tu mano? —preguntó. 
Su intento por cambiar de tema fue el colmo, y Seth la agarró con fuerza del brazo. Supo que le hacía daño por su mueca. Es lo mínimo que merece. 
—¿Por qué evitas responder? ¿Qué más hiciste con él? 
Alicent abrió los ojos con sorpresa, antes de mirarlo con arrepentimiento y disculpa. 
—Yo no… perdóname, no me di cuenta. No hicimos nada más, te lo prometo. Y claro que no me gustó… —Sus ojos se empañaron, sollozó. La angustia en su mirada sirvió para aplacar la ira y aflojó el agarre—. Quería ser yo quien… No me puedo creer que Idgrod te lo haya contado, ni que le contara lo de nuestro compromiso a Joric… 
—Ya, no sé en qué estaba pensando. —Seth le soltó el brazo y dejó caer la mano hacia abajo, sin apartar los ojos de los de ella—. Aunque, bueno, tampoco me sorprende.
Alicent volvió a mirarlo, con el ceño fruncido. Su expresión pasó de la angustia a la duda. 
—¿A qué te refieres? 
—Vamos, no me digas que no lo sabes —dijo, imprimiendo cuanta obviedad pudo en cada palabra. 
—¿Qué? —Alicent parecía desconcertada. 
—Pues que a Idgrod le gustan las chicas, ¿no te lo ha contado? —preguntó, usando a propósito un tono incrédulo. Luego, fingió vacilar—. Aunque tiene sentido, siempre he pensado que le gustas tú. 
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, sonando totalmente confundida. 
—¿En serio no te has dado cuenta? —preguntó con condescendencia y acarició su mejilla, suave—. Ali, no puedes ser tan ingenua. Idgrod siempre está encima tuyo, manoseándote.
Alicent quedó pensativa, apabullada. Seth se acercó a la ventana. Hablando de la reina de Cyrodill, reconoció a Idgrod en la calle, caminando en su dirección. Iba dando tumbos por el puente; parecía tan cansada que era un milagro que todavía se mantuviera en pie. Apenas tenía unos minutos antes de que llegara. 
—¿No me crees? —insistió. Alicent todavía parecía reticente—. Mi hermano Hugo me contó que la vio besando a una chica en Soledad, puedo enseñarte la carta. 
—Yo no… ¿cómo que me manosea? —dudó Alicent. 
—Es obvio, Alicent. Te toca más que yo —insistió, rodando los ojos—, y soy tu prometido. 
—No puede ser… —dijo Alicent, aunque su seguridad parecía desplomarse a más pensaba en ello.
Idgrod era una persona muy cercana a la que le gustaba el contacto con los demás, así que estaba seguro que Alicent encontraría evidencias por doquier en cada recuerdo, a poco que lo viera desde la perspectiva que él acababa de introducir. 
—¿Ah, no? —Seth negó con la cabeza antes de apuntar con la barbilla hacia afuera, en dirección a Idgrod—. ¿Y por qué está viniendo hacia aquí, cuando me dijo que iba a intentar descansar un poco?
Alicent miró hacia donde él señalaba y su labio inferior tembló, cargado de dudas. 
—Dijiste que iríais a buscar juntos a Joric después de que durmiera algo. A lo mejor…
—No le dije que estaría aquí —mintió—. Le dije que estaría con los guardias, recopilando información. Y ahí está ella, viniendo hacia ti porque sabe que no estoy yo. 
Seth se retiró de la ventana y fue hacia la mesa. Se sentó en una silla y mientras la miró en silencio. Alicent siguió con los ojos la figura de Idgrod hasta que sonaron los golpes en la puerta. Él se cruzó de brazos, manteniendo cierta rigidez en sus miembros, tratando de crear un escenario de elección ante Alicent sin tener que decirlo en palabras. Los golpes en la puerta siguieron sonando mientras Alicent intercalaba miradas entre él y las escaleras, dubitativa. Aunque Idgrod siguió llamando a la puerta, Alicent terminó sentándose junto a él.
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XX: La Guardia de Myr
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Caminó hasta el establo, cabizbajo y arrastrando los pies. Después de lo que acababa de pasar con Alicent, lo único que le daba fuerzas era la posibilidad de encontrar alguna evidencia lo bastante sólida como para desenmascarar a Seth y ganar así el perdón tanto de ella como de su hermana. Se encontró allí a Gorm, el edecán de la familia. Además de velar por su seguridad, Gorm cuidaba del Salón de la Luna Alta y también de los animales que poseían.
—¿A qué viene esa cara larga muchacho? —saludó el nórdico. 
Joric se limitó a encogerse de hombros. No tenía ganas de dar explicaciones. 
—Un mal día. Voy a dar una vuelta con Tiber, a ver si se me pasa —se justificó mientras se acercaba a su caballo, al cual saludó con una caricia en la crin. 
Gorm lo miró vacilante, pero, por suerte, quizá motivado por su mala cara, no puso demasiadas pegas. 
—Está bien. Pero vuelve antes de que anochezca o los dos estaremos en un lío. 
Joric lo miró y asintió. Se sintió algo mal por él, pero se aferró a la convicción de que, para cuando anocheciera, ya habría regresado a Morthal con las pruebas que necesitaba contra Athan. Al pensar en él cayó en la cuenta de algo que había obviado hasta la fecha; el establo era pequeño y allí solo estaban los caballos de su familia.
—Oye, Gorm, ¿y el caballo de Athan?
El nórdico se rascó la barbilla y luego se encogió de hombros.
—Nunca lo ha dejado aquí. 
Joric frunció el ceño. Menudo capullo. Con el frío que hacía, dejar a un animal a la intemperie durante horas no era lo más humano. Como fuera, todavía tenía una misión que cumplir, así que montó sobre Tiber, su purasangre bayo, y tras asegurarle a Gorm que volvería pronto, partió rumbo al Cerro Pedregoso.
Don Dogma tenía razón. La niebla aquel día estaba mucho más dispersa y permitía ver el camino lo suficiente como para poder cabalgar sin miedo a estamparse contra algún risco o terminar perdido en el bosque. Siguió la carretera y en menos de una hora llegó al Cerro. El lugar lo componían tres casas que formaban entre sí una pequeña plaza, frente a la cual estaba la entrada a la mina. Una era una choza de madera y tejado de paja, Joric dedujo que ahí vivían los trabajadores. Luego estaba la casa del matrimonio que regentaba las minas, de piedra y madera, y por último estaba la casa de Seth, la cual había estado en ruinas hasta ese mismo año, pero que ahora se destacaba sobre las tres.
Joric llevó al caballo hasta la plazoleta y, donde desmontó. Los hijos de Sorli y Pactur dejaron de jugar tan pronto lo vieron y un par de ellos salieron corriendo hacia la casa familiar. Los niños lo miraban curiosos, pero no se acercaron aunque él alzó la mano para saludar. Sorli, la mujer de la casa, no tardó en salir a su encuentro.
—Joven lord, ¿ha ocurrido algo? No esperábamos visita.
Joric la miró a los ojos. Sorli tenía exactamente la mirada que esperaba no tener que ver nunca en el rostro de Alicent, cargaba un bebé consigo y tenía una tripa de embarazada tan grande que le dio apuro pensar que podría ponerse de parto en cualquier momento. No recordaba la última vez que había visto a Sorli sin estar encinta.
Apretó los labios mirando a su alrededor, con rabia. Cuatro críos de edades dispares lo miraban con curiosidad. Jesper, que era un par de años mayor que él, se apostó en la entrada de la casa y observó la escena desde allí. Seth había dicho que el Cerro estaba vacío para convencerlos de que su plan era el mejor. ¿Cómo puede ser tan egoísta? Exponer a aquella familia al peligro de los nigromantes solo por hacerse el protagonista parecía muy propio de él. 
—Está todo bien, Sorli. Tengo asuntos que tratar con Athan —dijo, relajando la expresión para no preocupar más a la mujer. Sin embargo, notó que ella se tensaba. 
—Lord Athan está en las minas con mi marido en este momento, joven lord. Pero… lo puedo hacer llamar. 
Notó los nervios en su voz. Mentía. Claro que lo hacía, Seth estaba en Morthal con Idgrod y con Falion. ¿Por qué miente? Casi sintió alivio al darse cuenta del detalle. Durante todo el trayecto se había sentido angustiado ante la posibilidad de no encontrar nada y haber hecho todo aquello en vano, pero la actitud de Sorli era un buen indicio; allí había gato encerrado.
Joric asintió. Miró en dirección a la casa de Seth y se frotó los hombros, dando a entender que tenía frío.
—Gracias, Sorli. Vive ahí, ¿verdad? Lo esperaré en la casa, ¿puedo? Aquí está helado. 
La mujer asintió sin pensarlo demasiado. 
—Por supuesto, joven lord. Espere un minuto, enseguida vuelvo con la llave. 
Sorli se ausentó y Sirgar, que había salido de la casa, se acercó a donde estaba. La chica tenía su misma edad y Joric tenía la sensación de que ella intentaba flirtear con él cada vez que se cruzaban.
—¡Joric! ¿Has venido a visitarnos? No deberías viajar tú solo entre la niebla. Dicen que este año no hiciste tu ofrenda.
—Sirgar —saludó. Encogió un solo hombro, restándole importancia a su comentario—. Athan hace este trayecto casi a diario y él tampoco hizo sus ofrendas.
Ella asintió, con la boca semiabierta, y luego se balanceó sobre sí al mismo tiempo en que apretaba los labios formando un puchero, sin quitarle la mirada de encima pero sin saber qué decir. Sirgar era una muchacha dulce, pero tenía un problema: no era Alicent. Además, tenía la clase de padre que azuzaba a sus hijas para casarse con otros nobles. Se preguntó cómo habría cambiado su vida la llegada de Seth. 
—¿Qué tal es vivir con él? Con Seth.
La pregunta pareció cogerla desprevenida.
—Las cosas siguen igual que siempre. Seth no pasa…
Enmudeció tan pronto Joric sintió una presencia a sus espaldas. Se giró y allí estaba el mayor de los hermanos, con la vista clavada en él. 
—No pasa demasiado tiempo con nosotros. Está ocupado en las minas con nuestro padre —zanjó. 
Joric se dio cuenta de la dureza con la que miró a su hermana. Le recordó a la forma en la que Idgrod le miraba a él cuando estaba a punto de decir algo que no debía. Le hubiera gustado indagar más, pero Sorli salió de la casa con las llaves y se dirigió hacia la casa de Seth. Joric la siguió tras despedirse de los hermanos. 
—Póngase cómodo, joven lord. Nuestras minas son amplias y es posible que lord Athan tarde un poco.
Hizo un esfuerzo por parecer neutral y asintió. Tras eso, Sorli volvió a su casa y Joric saboreó la victoria de tener un rato para husmear entre las cosas de Seth. Entró a la vivienda y cerró la puerta tras de sí. Le bastó un rápido vistazo para darse cuenta de que algo no cuadraba. Conociendo a Athan, cabría esperar que viviera en una casa tan ostentosa como lo era él mismo. Sin embargo, por dentro estaba desnuda. Ni una biblioteca, ni un tocador, ni una bañera. Nada. Las estanterías estaban casi vacías, a excepción de un par de libros viejos y algunos frascos de pociones apilados. Cuando se acercó para verlo mejor, se dio cuenta de que el polvo lo cubría todo. Abrió un par de cajones, descubriendo que también estaban vacíos. Lo mismo pasaba con el armario, donde solo encontró unas ropas ajadas que, a juzgar por el tamaño, no podían pertenecer a Seth. Era como si la casa fuera de atrezo. Por descontado, la empuñadura no estaba por ninguna parte. 
Aquello no tenía sentido. No había ninguna otra casa deshabitada por la zona; como hijo de la jarl, lo sabía bien. Entonces, ¿dónde vives? La incógnita le empezó a palpitar en la cabeza. Ansioso, se dio cuenta de que había desvelado algo y, sin embargo, no tenía más prueba que su palabra de aquello. Viendo lo indulgentes que podían ser Alicent y su hermana con Seth, tuvo la seguridad de que no darían crédito a lo que él les dijera, y menos en la situación en la que se encontraban. 
Con el ceño fruncido siguió buscando algo, casi de forma desesperada. Solo unos minutos más tarde escuchó afuera los cascos de un caballo. Se asomó a la ventana a tiempo de ver a Jesper salir al galope del Cerro. Decidido como estaba a resolver aquel misterio, no dejó pasar la oportunidad. Salió de la casa a paso acelerado y, sin avisar de que se iba, avanzó a zancadas hasta Tiber, montó al animal y siguió la misma ruta que había tomado el chico. 
Jesper había seguido el camino que conectaba el Cerro con Morthal. Joric se desanimó al creer que se dirigía rumbo al pueblo para avisar a Seth, pero más o menos a la mitad del trayecto, este se desvió por un nuevo sendero. El camino estaba mal escondido entre dos árboles desnudos que tal vez en otra época del año tendrían las hojas suficientes como para ocultar la vereda que, supuso, llevaría a la auténtica casa de su rival. Te tengo, Athan. 
Al poco de seguir el camino, una ola de niebla más espesa que el resto lo envolvió, jugándole una mala pasada y haciendo que perdiera la pista al chico. Siguió avanzando, mucho más despacio que antes, mirando a su alrededor y tratando de buscar alguna pista de por dónde podría haber ido. Fue entonces cuando vio al caballo de Jesper atado al tronco de un árbol cerca del nuevo camino. 
Joric desmontó de Tiber y examinó los alrededores. Pronto detectó unas huellas en la nieve. Huellas que se adentraban en el bosque. Respiró hondo, pensando en qué debía hacer. Si aquello no tenía nada que ver con Seth, estaría poniendo en riesgo su vida para nada. Pero, ¿y si sí que lo hacía? Miró al cielo. No quedaba demasiado para el atardecer e, incluso con la niebla dispersa, era peligroso estar a la intemperie cuando cayera la noche. La posibilidad de descubrir el secreto de Athan volvió a su mente y, pese a todos los motivos que encontró por los que no debía hacerlo, siguió las huellas. 
Se internó en el bosque. En él, sus botas se hundían en la nieve virgen y la densidad de los árboles hacían que la luz que llegaba fuera mucho menor. No obstante, los pasos por donde Jesper había pasado estaban bien marcados y no tuvo dificultad en seguirlos. Después de varios minutos caminando llegó a una nueva vereda entre los árboles, con la nieve pisada y sin maleza. Era como si hubieran dejado así el tramo previo a propósito para ocultar aquel sendero. 
Casi sin darse cuenta, avanzó aferrado a la empuñadura de la espada que colgaba de su cinturón. Las arañas gigantes y los osos eran frecuentes en la comarca. Cuando un cuarto de hora más tarde llegó al final del camino, se sentía afortunado por no haberse cruzado con ninguna bestia salvaje. Pero también sorprendido, pues reconoció el lugar. 
Frente a él se encontraba el nacimiento del río Hjaal. Allí, la nieve que bajaba de la montaña se derretía y formaba un gran lago, en cuyo centro había un islote aislado. En dicho islote todavía estaban los restos de la Guardia de Myr, la torre que en su día ocupó el mago legendario que había sido elegido por Magnus para combatir a las fuerzas de Molag. Pero, aunque la torre estaba en ruinas y el islote era inaccesible, Joric comprobó que los pasos salían de la vegetación y se dirigían hacia el lago. 
Se quedó agazapado entre la maleza, sin saber qué hacer. No estaba tan loco como para sumergirse en las aguas heladas del Hjaal con aquel frío; se congelaría antes de llegar a Morthal. Además, aunque afinó el oído, no escuchó ningún ruido proveniente del islote. Decidió esperar a que Jesper regresara por donde había venido y, entonces, confrontarlo para que le dijera la verdad. Era la alternativa más viable. 
Esperó en la misma posición, aguantando el frío gracias a que se distraía imaginando cómo enfrentaría a Jesper a su regreso cuando, de pronto, sintió una mano sobre el hombro. Se giró como un resorte por el susto y desenvainó la espada como un acto reflejo. Entonces vio a Alva frente a sí y suspiró sonoramente, echando el aire por la boca. 
—Alva, no te había escuchado llegar— reprochó con la voz ahogada. 
Resopló varias veces hasta recobrar la compostura y la miró. Ella lo contemplaba de un modo extraño. Parecía disgustada, pero no era el disgusto característico de siempre, sino que tenía otro matiz. Uno que no supo entender.
—¿Qué haces aquí? —preguntó al ver que no decía nada. 
Alva alzó ambas cejas con una expresión de cinismo.
—Qué curioso, eso mismo te iba a preguntar yo —replicó. 
Una vez recuperado del susto se puso firme, sin perderla de vista. Volvió a envainar la espada y frunció el ceño, recordando las veces que la había visto hablando con Seth en susurros entre las casas de Morthal. También pensó en Benor, en cómo el nórdico había seguido disgustado aún después de que Alva hubiera vuelto de su viaje. Desde entonces no los había vuelto a ver en pareja, como era frecuente antes de que ella se fuera y enfermase. 
—Tienes algo con Athan, ¿no es así? Debí suponerlo, tiene sentido. Por eso Benor y tú habéis roto. 
La mirada de Alva se endureció. Se tocó el interior de la mejilla con la lengua. Ahora estaba enfadada y, sin embargo, su mirada seguía teniendo el mismo deje indescifrable de antes. Parecía culpa, pero no era exactamente eso.
—Ojalá fuera tan simple, Joric. Ven, sígueme —dijo de pronto, con voz cansada. 
Alva siguió los pasos de Jesper y se acercó a la orilla del lago. Joric la siguió de cerca, sin entender nada. Tenía tantas preguntas que formular que se le estaban amontonando en la garganta y, sin embargo, en su pecho nació una sensación de peligro que lo dejó mudo, como si su instinto intentara avisarlo de algo. Si no fuera porque la conocía desde que era un crío, habría salido corriendo.
—Creo que deberíamos volver… —empezó, arrepintiéndose de haber hecho todo aquello. 
Alva ladeó la cabeza y negó. Alzó ambas manos en dirección al lago y de las aguas del Hjaal brotó un puente natural de piedra. Alva esperó al pie de este y le hizo una seña para que avanzara él primero. 
—Debes haberte tomado tus molestias para encontrar este sitio, ¿no tienes curiosidad por saber qué es? 
Joric titubeó, pero Alva tenía razón. Había llegado demasiado lejos para echarse atrás ahora. Fuera lo que fuese que había en aquellas ruinas, pretendía descubrirlo. El hecho de que Alva estuviera al tanto le hizo relajarse, pensar que fuera lo que fuese, debía de haber alguna explicación lógica.
Tan pronto cruzó el puente, ocurrió algo magnífico. Como si hubiera cruzado un velo de ilusión, la imagen de las ruinas antiguas que se veían desde fuera del islote cambió por completo. Ante sí, la Guardia de Myr se alzaba en todo su antiguo esplendor. Era una torre redonda bastante elegante, de varios pisos de altura.
Alva cruzó tras él. Una vez ambos estuvieron en el islote, las piedras que les dieron acceso volvieron a hundirse en el lago. 
—¿Ha reconstruido las ruinas?
Alva asintió. Una vez se le pasó la fascinación, no pudo evitar rodar los ojos. 
—Típico de Athan. No podía vivir en una casa normal y corriente como todo el mundo —farfulló.  
El muy imbécil había tenido que restaurar una torre mítica para convertirla en sus aposentos. Pues él no estaba dispuesto a consentirlo. La torre tenía un valor histórico demasiado importante como para que ese relamido la usase para su propio  beneficio. Además, no podía apropiarse aquellas ruinas así como así, ya que pertenecían a su familia.
—Pronto lo entenderás todo, Joric —se limitó a decir ella, dejándolo confuso.
Alva se acercó a la puerta y la abrió. Una vez más, le cedió el paso. Joric entró a la torre, mirando todo con curiosidad. El interior era mucho más amplio de lo que parecía desde fuera, supuso que por obra de la magia. Joric intentó quedarse con los detalles de cuanto veía. Había una pared redonda concéntrica a los muros exteriores de la torre que dividía el espacio en una zona exterior y otra interior. En la pared un arco de piedra daba lugar a una sala donde se escuchaba la voz de varias personas. Apenas pudo ver lo que había en el círculo exterior al avanzar hacia la sala, ya que Alva lo azuzó para que avanzara hasta el salón central, pero distinguió una mesa de encantamientos y también otra que no supo reconocer, pero que parecía de bastones de mago. 
Joric cruzó el arco de piedra. La sala central estaba iluminada por una esfera azul misteriosa que flotaba sobre las cabezas de los allí presentes, a quienes pudo ver bien por primera vez. Uno era Jesper, había otro hombre al que no conocía y se le heló la sangre al reconocer a la desaparecida Lalette. 
 —¿Lalette? ¿Qué haces aquí? Se supone que tú estabas con los Capas… —enmudeció de pronto, al imaginar una nueva teoría. Se giró, lanzando una mirada acusatoria a Alva —¿Así que de esto va todo? ¿De política? ¿Athan apoya a Ulfric?
 La sorpresa de su voz era sincera, nunca hubiera imaginado que Athan estaba en el bando de Ulfric. Si hubiera tenido que posicionarlo en la guerra, probablemente lo hubiera imaginado del lado de los imperiales. Joric conocía a bastantes nórdicos como para saber que a él le considerarían un bebedor de leche entre sus filas. 
Miró nuevamente a Alva, que se pellizcaba el puente de la nariz y negaba, como si hubiera dicho una tontería. Luego volvió a mirar a Lalette, molesto porque nadie le estuviera dando ni una sola respuesta, solo nuevas dudas que sumar a todas las que ya tenía. Vio que Lalette se quedaba mirando al hombre desconocido, quien se levantó de la mesa con parsimonia. 
Debía ser de la edad de sus padres, pero era mucho más fuerte y, además, estaba completamente calvo.
—Lo pillé husmeando entre la maleza —explicó Alva—. Debe de haber seguido al chico.
Jesper clavó la mirada en la mesa de forma sumisa.
—Se suponía que esperaría en el Cerro… —se justificó. Luego lanzó a Joric una mirada. Aunque esta contenía una acusación, se parecía un poco a la de Alva—. ¿Por qué tuviste que seguirme? 
El desconocido se acercó hasta él y le puso una mano sobre el hombro. Era una mano pesada, y le dedicó una mirada tan amenazante que Joric se tensó. 
—Así que el joven hijo de la jarl ha decidido hacernos una visita —se rió. 
Aunque tenía una risa gutural que le puso la piel de gallina, Joric se obligó a mantener la compostura y, aunque estaba intimidado, fingió no estarlo y le mantuvo la mirada.
—¿Nos conocemos? No me suena tu cara —dijo Joric. 
—¿Debería? 
—Todas las personas que estén viviendo en Morthal necesitan la aprobación previa de la jarl… —apuntó sin demasiada convicción, intentando mantener la fachada de seguridad. 
 El hombre estiró una sonrisa apretada. 
—En ese caso, supongo que nunca es tarde para una presentación formal. Mi nombre es Movarth. Movarth Piquine. 
Parpadeó un par de veces tras escucharlo, reprimiendo las ganas de rodar los ojos. Como si fuera estúpido. Ya conocía ese nombre: Movarth Piquine era el protagonista de Sangre Inmortal, un libro bastante popular en la Marca de Hjaal. Joric se lo había leído hacía un par de años, cuando tuvo que pasar una semana sin andar por culpa de una mala caída del caballo. Contaba la historia de Movarth, un entrenador del Gremio de Luchadores que se dedicaba a cazar vampiros y que acabó cayendo en la trampa de un vampiro cyrodiílico.
—Si, claro —bufó, molesto ante la broma—. Y yo soy la reina Barenziah. 
En ese momento la sonrisa de Movarth se ensanchó y sus dientes se alargaron, volviéndose puntiagudos. Joric sintió cómo la sangre se le congelaba. Quiso gritar, pero hasta su voz se paralizó ante el miedo que sintió al ser consciente de que estaba ante un vampiro. No, ante un nido de vampiros. Como explicaba el libro de Sangre Inmortal, los vampiros cyrodiílicos se caracterizaban por su capacidad para pasar desapercibidos entre los humanos. Miró a Lalette y luego a Alva, reparando por primera vez en que están más pálidas que de costumbre. Volvió a mirar a Movarth, quien le devolvió la mirada con burla. 
—Es todo un placer, su majestad.
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XIX: Corazón de hombre
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A Joric le gustaba pasar el rato en el palco de su habitación. Desde allí podía escuchar los problemas que los aldeanos llevaban ante su madre mientras estudiaba estrategia militar. En realidad, casi todos los problemas eran el mismo problema. Alguna bestia, ya fuera humana o animal, había asaltado algún cargamento y, como consecuencia, el vecino afectado necesitaba de la ayuda económica de su familia. Por suerte, su madre era una líder generosa y estaba dispuesta a ofrecer los recursos que necesitaban. 
A él le parecía bien la actitud de su familia para con su pueblo. Aunque, si fuera cosa suya, invertiría más en defensa para evitar todos esos ataques. El fuerte Halcón de las Nieves era un claro ejemplo de cómo una mejor gestión militar podría cambiar las cosas; era una localización estratégica, ya que estaba al pie de la carretera principal que unía Morthal con Soledad, pero llevaba años abandonado. Si tan solo se lo arrebataran a los bandidos y lo guarnecieran en condiciones, ahorrarían tanto en oro como en disgustos. Sobre todo, en eso último. Durante los últimos meses se habían reportado bastantes ataques de nigromantes por esa zona, y a Joric no le cabía duda de que el grupo que atacaría Morthal se estaba ocultando allí. Pero, por no variar, Idgrod le había dicho que la idea de mandar al fuerte a la guardia era una tontería y que proponerlo solo serviría para despertar las sospechas de sus padres. A él le parecía más tonto esperar a que atacaran para negociar con ellos, pero llevarle la contraria a su hermana no era tan fácil. Le dio dolor de cabeza solo de pensarlo, así que volvió a concentrarse en el estudio. 
Pegó un bocado a su manzana, leyó un nuevo párrafo y, después, representó en su mapa los movimientos de las legiones de Páramo del Martillo durante la Batalla del Anillo Rojo. Las decisiones tácticas del general Dacianus habían sido vitales para la reconquista de la capital imperial durante la Gran Guerra contra los elfos. Aquello había pasado solo unos pocos años antes de nacer él y, aunque el Imperio y el Dominio habían firmado la paz, corría el rumor de que los elfos se estaban preparando para una nueva guerra. Entre eso y la rebelión de los Capas de la Tormenta, no le cabía duda de que su vida militar iba a ser bastante intensa. 
Joric tenía clara su posición en el conflicto: mientras que el Dominio creía en la superioridad de los elfos como raza, los Capas de la Tormenta defendían la superioridad de los nórdicos, y ambos bandos fundamentaban en eso su derecho para gobernar; por otro lado al Imperio, y también a Joric, le daba igual la raza mientras sus ciudadanos se mantuvieran leales al Emperador y a la ley.
Miró al frente, hacia la habitación de su hermana. Idgrod tiene suerte. Desde su habitación se podía escuchar con claridad todo lo que se decía en la sala de guerra. Desde la suya, sin embargo, lo único que se escuchaba era a sus padres por las noches. Lo atravesó un escalofrío de asco ante el recuerdo al tiempo que vio la puerta de su hermana abrirse. Idgrod salió de su cuarto con la capa puesta y la mochila al hombro. Ambos intercambiaron una mirada tensa antes de que ella bajara las escaleras y abandonase el Salón de la Luna Alta.
Dejó el libro sobre el mapa y entró a su habitación tan pronto Idgrod salió de la casa comunal. Hoy ni siquiera me ha invitado a su clase, refunfuñó para sus adentros mientras se cambiaba de ropa. No era que la quisiera acompañar, pero la ausencia de invitación era una declaración de cómo seguían las cosas entre ambos. La noche anterior habían discutido con dureza sobre lo que había pasado con Seth durante el entrenamiento. Desde entonces, su hermana no le había vuelto a dirigir la palabra. 
Puede que sea lo mejor después de todo. Porque si hubieran hablado, le podría haber sonsacado lo que planeaba, y estaba seguro de que, de haberse enterado, Idgrod no le hubiera dejado hacer lo que pretendía. Y no la culpaba. Él mismo no quería hacer lo que estaba a punto de hacer, pero era necesario. Permitir que el compromiso de Alicent con Seth siguiera en pie era un error. Conocía aquella historia demasiado bien; aunque había nobles buenos (y le gustaba pensar que él era uno de ellos), también estaban los nobles como Seth. Sus mujeres siempre parecían radiantes y felices el día de la boda, pero con el paso de los meses todas acababan teniendo el mismo vacío en la mirada que parecía pedir auxilio, aunque lo intentasen disimular con vestidos bonitos y joyas caras. Estaba dispuesto a cargar con el mal nombre de ser un rompehogares antes que ver esa angustia en los ojos de Alicent.
La sola idea de mantener esa conversación con ella lo agotó. Se dejó caer sobre la cama con una mueca apesadumbrada, clavando la mirada en el techo inclinado de su cuarto. Falion, la araña a la que había apodado así por la manera que tenía de escrutar su alrededor como si todo fuera una molestia, descendió por la tela hasta caer sobre su estantería, la cual estaba llena de pequeñas figuras de madera que él mismo había tallado, pero también de libros juveniles y de estrategia militar, así como de los mapas que había completado mientras los leía. Intentó tranquilizarse mientras la veía pulular entre los libros, pero la ansiedad ante su deber no desapareció. Consciente de que la única forma de librarse de ella era afrontar su decisión, se incorporó para calzarse, cogió su capa y abandonó la habitación cabizbajo. 
Se detuvo varias veces de camino a la Cabaña del Taumaturgo, con la duda palpitando con fuerza en su pecho. Cuando llegó, tardó más en entrar a la tienda de pociones de lo que había tardado en llegar. Lami estaba atendiendo a Don Dogma, a quien reconoció enseguida por su excéntrica capa púrpura con detalles dorados. Alicent estaba de espaldas tras el mostrador, preparando algunos ingredientes en la mesa de pociones, y no se enteró de su presencia. Intentó saludar, pero su lengua se sublevó contra sus intenciones.  
—Es una lástima que no esté en el catálogo —comentó el peregrino—. Un corazón de hombre y un corazón de daedra es justo lo que venía buscando hoy. —Giró la cara hacia Joric. Sonreía como si hubiera dicho algo tremendamente gracioso—. Hablando de hombres, mirad quién nos acompaña hoy. 
Joric saludó a Don Dogma con una pequeña sonrisa, sin pasar por alto que Alicent, quien se había girado tras el comentario, volvió la cabeza tan pronto como lo vio. Sigue enfadada.
—Don Dogma, hacía mucho que no lo veía por Morthal —dijo en un tono bajo y átono provocado por el nudo en su garganta. 
—Ah, me había perdido en la niebla —respondió el peregrino—. Pero hoy está tímida y me ha dejado ver los carteles. Debe saber que ya le queda poco. 
Joric parpadeó un par de veces y luego se dirigió a Lami. El final de la temporada de niebla sin que se hubiera cumplido el mal presagio que pendía sobre el pueblo era un tema candente, y cada vez que alguien lo comentaba no podía evitar sentirse mal por no poder advertir a sus vecinos de lo que estaba por llegar. 
—Lami —llamó, algo apurado—. Necesito hablar con Alicent, ¿puede salir un rato?
Lami le sonrió y abrió la boca para contestar, al mismo tiempo que Alicent posó el mortero de un golpe en la mesa y se giró. 
—Estoy trabajando —espetó. 
Lo miró tan mal que estuvo a punto de rendirse e irse de la tienda. Si estaba así de cabreada no iba a asimilar nada bien lo que él tenía que decir, pero el tiempo apremiaba. La nieve ya había empezado a derretirse, lo que significaba que en cualquier momento los nigromantes atacarían Morthal, y nada les aseguraba que saldrían bien parados. Más siendo que ellos dos no habían hecho sus ofrendas. La incertidumbre, el miedo apabullante de que pudiera pasarle algo a alguno y no haber podido sincerarse con ella le dio el aplomo necesario para seguir adelante con el plan. 
Lami apretó los labios y miró a Joric con desconcierto y disculpa. Por suerte para él, Don Dogma hizo gala de su gusto por meterse en asuntos ajenos e intercedió en su favor. 
—Juventud, divino tesoro. ¡Qué adecuado cómo sigue! —exclamó con un brillo en la mirada—. Dales un respiro, mujer. O se harán viejos aquí. 
Lami soltó un pequeño suspiro y miró a su hija antes de volver la vista a Joric. 
—Pero que sea rápido. Todavía tiene muchas cosas que hacer. 
Joric sonrió con amplitud y asintió. Alicent, por su parte, miró a su madre con los ojos cargados de reproche antes de alejarse de la mesa de pociones, pisando con fuerza el suelo de madera para dejar claro su descontento.
—Voy a por mi capa. 
Alicent subió las escaleras y desapareció de su vista y Lami lo miró con curiosidad. Joric pudo intuir sus preguntas, igual que intuyó la culpa en su rostro. Lami había pasado mucho tiempo con Thonnir últimamente, algo que se había notado bastante en la vida de Alicent. Su madre podía llegar a ser muy protectora, pero aquel año ni siquiera se había enterado de lo que estaba pasando con Seth. Joric tenía la certeza de que, si tan solo supiera la mitad, ya habría prohibido que Athan se acercara a su hija. 
—Ayer discutí con Seth y nos hemos peleado —compartió. 
Lami suspiró profundamente y asintió, con el ceño fruncido. 
—Pasan mucho tiempo juntos últimamente, ¿verdad?
—Demasiado… —respondió él entre dientes. 
La mujer abrió bastante los ojos, recibiendo con sorpresa la revelación implícita. Entonces Don Dogma tamborileó con los dedos sobre el mostrador. 
—Qué bromista es el destino, ¿verdad? Cuántos corazones deja fuera de catálogo. 
Joric no supo qué responder, pero tampoco tuvo tiempo. Alicent bajó las escaleras malhumorada y, sin dirigirle ni la mirada, pasó junto a los tres en dirección a la puerta. Él alzó una mano como despedida y fue tras ella. 
Cuando quería, cuando estaba enfadada, Alicent podía ser bastante rápida, a pesar del largo de sus piernas. Joric no la consiguió alcanzar hasta que ya estaba a mitad de camino del aserradero, pero ninguno se detuvo ni dijo nada hasta que llegaron a la parte de atrás, lejos de ojos y oídos indiscretos. 
—Tú dirás —dijo Alicent, nada más detenerse. 
Se giró para encararlo, con los brazos cruzados. Joric tragó saliva; hasta ese momento nunca se le había parecido tanto a Lami, quien tenía el don de hacer que cualquiera se echara a temblar con tan solo una mirada severa.
—Te… Tenemos que hablar —empezó. Pero Alicent no le dejó seguir. 
—No, tú tienes que hablar. Pedir perdón, en realidad. Y por si no era obvio, no es a mí a quien debes hacerlo. 
Se quedó mirándola, sin saber qué decir. Por lo general, con Alicent las cosas se solucionaban solas, dejando pasar algo de tiempo. El justo para que sus emociones se enfriaran y ambos pudieran volver a hablar como personas civilizadas. Pero en esa ocasión seguía tan molesta con él como lo había estado el día anterior. 
—Yo no… —balbuceó, dejando la frase a medias. Quizá debería dejarlo estar, disculparse con Alicent y volver a su casa. Sí, claro. Y dejar que se casen, dijo su mente, haciéndolo reaccionar. Joric frunció el ceño y la miró, frustrado—. Alicent, Idgrod me contó lo del collar. Estás cometiendo un error. 
Alicent abrió los ojos de par en par, con la mirada cargada de sorpresa y una chispa de traición. Joric se tragó las ganas de llorar al pensar en su hermana; Idgrod no le perdonaría eso ni en mil años. 
—No me puedo creer que te lo haya contado… —murmuró Alicent en cuanto recuperó el habla. Su labio inferior tembló, así que lo apretó contra el superior en un mohín—. Si es o no un error, no es asunto tuyo, Joric. Yo le quiero, y él me quiere a mí —añadió segundos más tarde, lo dijo con tal seguridad que a él le dolió—. Mira, siento mucho si te molesta mi decisión, pero Seth me hace feliz y vamos a casarnos, y tú no tienes ningún derecho a meterte. 
Aquello lo atrapó con la guardia baja. El corazón le empezó a latir con rapidez, y la cara se le congestionó, pero no por la vergüenza sino por la rabia. En realidad ya sabía que Alicent pensaba aquello, pero ella solía tener bastante tacto con los demás y no esperaba que se lo dijera a la cara. 
—No te hace feliz, Ali —insistió, dando un paso hacia ella. Alicent lo retrocedió al instante, manteniendo la distancia—. He visto cómo actúa, cómo te trata; te hace sentir insegura, asustada y triste, y luego arregla lo que él mismo ha causado para que tú sientas que…
—Al menos lo arregla —interrumpió ella, sin ceder. Había descruzado los brazos, que en esos momentos caían a ambos lados de su cuerpo, perdiéndose entre los pliegues de su vestido. Sus ojos estaban húmedos, pero por cómo contenía los parpadeos, parecía dispuesta a no llorar en aquella ocasión—. Pero no se puede decir lo mismo de ti, Joric. De todas las cosas malas que has hecho desde que Seth se mudó, todavía no te he visto pedir perdón por ninguna. 
Bufó y se llevó la mano al pelo, echándolo hacia atrás, frustrado. Vale que él no era un santo y nunca lo había aceptado en el grupo, pero lo que habían hecho ambos no tenía ni punto de comparación. Sin embargo, ella parecía tan dispuesta a pasar por alto todo lo que hacía Seth como a magnificar cualquier cosa que él mismo hiciera. 
—Eres mi amiga, Alicent —habló, recalcando la palabra amiga—. Me preocupo por ti. Es por eso que te estoy diciendo todo esto, no porque esté enamorado de ti. Está jugando contigo. Te manipula. —Se volvió a pasar la mano por el pelo, tan frustrado que tuvo que aguantar las ganas de tirarse de él—. Primero te niega la palabra, luego te agrede, después usa a Alva para darte celos… ¿Y luego coge y te pide matrimonio? Venga ya, no puedes estar tan ciega. No podéis estarlo —se corrigió, pensando en su hermana—. ¡Ni siquiera es tan buen actor!
Alicent rodó los ojos y se volvió a cruzar de brazos. Alzó ambas cejas en silencio, como poniendo en duda cuanto él había dicho. Tras un silencio incómodo, Joric se hartó de la treta. De hacer como que no sabía nada, cuando sí que lo sabía. Por más que ella intentara vender que todo estaba bien, lo que pasó en el Cerro era el ejemplo más evidente de lo que intentaba decir. 
—Sé lo que pasó cuando te rescató —confesó, perdiendo la paciencia—. ¿Crees que alguien decente haría eso? Mierda, Ali, estabas malherida y te intentó… —cerró los puños con rabia—. ¿Cómo lo puedes seguir queriendo después de eso? ¿Crees que no volverá a hacerlo? Yo nunca te… 
—¡YA BASTA! —gritó Alicent, tan de repente que le hizo dar un respingo—. Tienes razón, no sé cómo he podido estar tan ciega —Joric la miró, con un atisbo de esperanza brillando en las pupilas—. Siempre has estado ahí, observando desde la sombra, esperando cualquier error de Seth para intentar apartarme de él.
La esperanza se extinguió tan pronto como había aparecido. 
—¿¡Cualquier error!? Eso no es…  
—Eres un egoísta, Joric. —Alicent rompió a llorar. Subió los puños a su cara y se limpió las lágrimas antes de volver a mirarlo—. Si de verdad fueras mi amigo, si me quisieras tanto como finges quererme, dejarías a Seth en paz y estarías feliz por verme feliz. Pero en vez de eso has hecho daño a la persona de la que estoy enamorada, y ahora, en vez de intentar arreglarlo, sigues intentando separarnos. ¿Cuál es tu problema?
—Mi problema es Seth, Ali. Te juro que no hago esto por mí. Por lo que siento. Es por él, por ti. No es un buen tipo, ¿cómo es que no lo ves? —preguntó, con la voz rota. Hasta ese momento ni se dio cuenta de que también estaba llorando—. ¿Es que no ves lo que nos ha hecho? Nos conocemos de toda la vida, ¿de verdad piensas que soy así? ¿Por qué…? ¿Por qué no te das cuenta de que todo esto es culpa suya?
La mirada de Alicent cambió, o tal vez se lo pareció por las lágrimas. Lo que sí estaba seguro que cambió fue la forma en la que habló, con más tranquilidad y determinación que antes.
—Él es todo lo que siempre soñé, Joric. Así que no quiero que te metas más entre nosotros. La próxima vez que lo hagas, te retiraré la palabra de por vida. 
Las palabras le cayeron como un golpe en el pecho. Alicent lo miró en silencio, esperando alguna reacción. Joric no se movió, estaba tan enfadado que no podía ni hablar. No podía creer que fuera tan ingenua, que todos lo fueran. Para colmo, lo más seguro era que hubiera arruinado su relación con su hermana para siempre y para nada. No se dio cuenta de que, ante su silencio, Alicent decidió marcharse hasta que la vio pasar a su lado por el rabillo del ojo. 
Giró el cuerpo y estiró un brazo, sujetándola de una muñeca. 
—¿Qué haces, Joric? —preguntó ella, soltando un quejido cuando la empujó contra su propio cuerpo.
Se inclinó sobre ella antes de comprender siquiera lo que hacía. Lo último que vio antes de cerrar los ojos, fue su mirada confundida.  No fue consciente de cómo llegó a pegar la boca contra la suya, pero lo hizo. Y la besó. Sus labios se apoderaron de los de ella y todas las emociones en ebullición, el enfado, la rabia, se manifestaron en un beso hambriento y salado por el llanto. No fue consciente de cuánto tiempo pasó, aunque para él fue una eternidad. Había imaginado aquel momento demasiadas veces, pero ninguna había sido así de amarga. 
Unas manos golpearon su pecho, apartando sus cuerpos. Joric tardó un rato en recomponerse y asimilar que lo había apartado de un empujón. La miró a los ojos, pero en estos solo encontró frío. Frío y disgusto. Al verla en aquel estado se dio cuenta de lo que había hecho y se le heló la sangre. Alicent intentó irse de nuevo, pero la volvió a agarrar del brazo.
—¿Es por su familia? —preguntó, en voz baja y entre dientes, desesperado y con el corazón roto—. ¿Porque tiene más dinero? Yo soy el hijo de la jarl. Podrías tener todo Morthal para ti, no una casucha a las afueras. 
Alicent le golpeó el pecho con su mano libre, forcejeando para soltarse.
—¡Que me sueltes, Joric! Entérate de una vez, ¡no me gustarías ni aunque fueras a ser el rey de Skyrim!
Los dos se quedaron de nuevo en silencio, mirándose el uno al otro con expresiones similares de rabia y frustración. La odiaba, al menos en ese momento. La odiaba por haber dicho eso, por preferir a Seth antes que a él, que había estado siempre a su lado. Por no elegirlo cuando la trataría mil veces mejor de lo que sabía que él lo haría. No, en realidad quería odiarla, pero no podía; pero ella sin duda alguna lo hacía y, después de lo que acababa de pasar, no lo iba a querer ver delante. Lo más seguro era que, en cuanto la soltara, no volverían a verse a solas nunca más. Ni siquiera con Idgrod, y mucho menos con Seth. Todo se acababa allí, en ese momento, después de su intento desesperado por hacerla consciente de que si no se alejaba de Seth, pasarían cosas terribles. Peores incluso que aquello. 
—Se acabó, Joric. No vuelvas a hablarme en tu vida. Ni siquiera me mires. Para mí, a partir de ahora estás muerto.
Y aunque quiso decir algo, replicar, no fue capaz. Su corazón, ya roto, se partió aún en más pedazos al ser consciente de que, desde ese momento, tendría que pasarse el resto de su vida conformándose con verla de lejos. Sabiendo de ella solo por lo que le dijeran los demás. La observó marcharse, desaparecer entre la bruma, y esta vez no hizo nada por impedirlo. Sus pies lo arrastraron hasta los troncos del aserradero y se sentó sobre estos, sin importarle que estuvieran mojados. No fue consciente del tiempo que pasó allí solo, llorando. 
Cuando su consciencia fue volviendo en sí, lo hizo con la seguridad de que, si no hacía algo cuanto antes para arreglar las cosas, la habría perdido para siempre. Si tan solo hubiera un modo de demostrarle que sus sospechas sobre Seth eran ciertas, quizá entonces le perdonaría. Pero ¿cómo?
Entonces recordó las palabras de Don Dogma. Con la primavera próxima, la niebla empezaba a ser menos densa. Miró a su alrededor, comprobando que aquel día el campo de visión era mayor que de costumbre. Seth e Idgrod estaban en clase y todavía les faltaba un rato para salir. Además, cuando terminaran, seguro que pasarían la tarde juntos y, por supuesto, él no sería bien recibido. Eso le dejaba un par de horas de margen. Pensó una vez más en las palabras del peregrino. Si este había hecho el camino con la niebla, seguro que él también podía. Más si era hasta el Cerro; conocía el trayecto de memoria. Así que tomó una decisión. Iría al Cerro Pedregoso para recuperar a Alicent y desenmascarar a Seth Athan de una vez por todas.
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XVIII: La cicatriz
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Seth movió una pieza negra. Tras eso, Alicent se acomodó sobre su regazo y ojeó el tablero, intentando entender su movimiento. Desistió al minuto; el ajedrez era demasiado complicado para ella. Complicado y, consecuentemente, aburrido. Seguía sin entender las reglas del juego, aunque se lo habían explicado varias veces, pero ni siquiera terminaba de comprender por qué acababan las partidas, ya que muchas veces seguían quedando piezas en él. 
Seth se lo había regalado a Idgrod por su cumpleaños hacía un par de semanas. Ninguno de los chicos había visto u oído hablar de un juego semejante, lo que tenía sentido ya que, al parecer, él lo había descubierto en uno de sus viajes fuera de Skyrim. El regalo fue un acierto: desde ese día, no había tarde en la que Idgrod no retase a Seth a jugar mínimo una partida. Parecía decidida a ganarle aunque, por el momento, todavía no lo había logrado ni una sola vez.
Seth prefería jugar negras; Idgrod, las blancas. Aunque Joric tampoco jugaba, él ponía mucho más interés que ella y, en ocasiones, incluso intervenía intentando ayudar a su hermana. Pese a que en un principio la desanimó ser la única que no se enteraba de nada, con el paso de los días le llegó a ver el lado positivo. Mientras sus amigos se devanaban los sesos buscando la mejor estrategia para derrotar a Seth, ellos tenían un breve rato para hacerse arrumacos. 
Ambos habían llegado a un trato. Aunque mantenían las formas en público y fingían normalidad, delante de Idgrod y Joric se podían permitir actuar como la pareja que eran, sin importar lo mucho que le molestara a Joric. Los primeros días habían sido raros y hasta incómodos, pero a esas alturas cosas como que Seth la abrazara o la besara se habían vuelto algo habitual y perfectamente normal. 
Idgrod movió una pieza y soltó un suspiro hondo, que sonó aliviado, mientras miraba el tablero con satisfacción. Alicent se dio cuenta de que Seth contenía una sonrisa.  Su amiga levantó la mirada y la clavó en Seth, el desafío brillando en sus ojos. 
—Tu turno. 
Seth soltó su cintura y movió una pieza, sin pensarlo demasiado. A diferencia de los de Idgrod, sus turnos solían ser breves. Tras el movimiento, su amiga bloqueó y lo miró con desconcierto antes de lanzarse a pensar la siguiente estrategia a seguir. Aquello también ocurría con relativa frecuencia; aunque Seth le sacaba un par de años de experiencia, Idgrod no alcanzaba a entender o se negaba a aceptar la clara ventaja que él tenía sobre ella. 
Una vez Idgrod estuvo centrada por completo en el tablero, Alicent buscó que Seth le hiciera caso y rozó disimuladamente la nariz contra su mejilla, consciente de que pasaría un rato hasta que le volviera a llegar el turno. 
Sin desviar la mirada del tablero, Seth devolvió la mano a su cintura y la apretó más contra sí, besando varias veces su mejilla. Eran besos breves que le hacían cosquillas en la piel, pero también en el corazón. Aunque a cada día que pasaba estaba más ansiosa por saber que se acercaba la fecha del ataque, desde su compromiso, cuando caía la tarde y se encontraba con Seth, sus preocupaciones disminuían hasta volverse apenas un susurro discordante en su cabeza, fácil de ignorar. Cuando estaban juntos, volvía a sentir como si nada pudiera hacerle daño. 
Joric dio un manotazo en la mesa, haciendo temblar las piezas. Alicent pegó un salto sobre Seth por el susto y lo miró. Joric los estaba observando con un mohín de disgusto, aunque se volvió hacia su hermana, fingiendo indiferencia. 
—No entiendo qué piensas tanto —le dijo a Idgrod—. Tiene ahí ese peón. Puedes comerlo con la torre, ¿o no? 
Idgrod, que también había levantado la mirada tras el golpe, se volvió a concentrar en el tablero antes de asentir. 
—Supongo que tienes razón —aceptó, antes de ejecutar el movimiento propuesto por él. 
Seth sonrió triunfal y movió a su reina, capturando la torre de Idgrod.
—Jaque mate —dijo con calma. Joric se puso rojo de la vergüenza—. Era un cebo —explicó. Solía aprovechar cada victoria para enseñar nuevas tácticas a Idgrod—. A veces hay que hacer sacrificios para poder ganar. Si de verdad quieres comandar la legión algún día —añadió, mirando a Joric—, deberás aprender estas cosas. Si no lo haces, ya lo siento por la Marca de Hjaal. 
—Quiero la revancha —interrumpió Idgrod, antes de que Joric pudiera replicar. 
Alicent contuvo una sonrisa, mirando a su mejor amiga. Incluso había inflado las mejillas de frustración. Estaba tan acostumbrada a ser la mejor en todo lo que implicaba usar el cerebro, que la incapacidad de ganar una partida contra Seth la tenía de los nervios. 
—No, ya basta —dijo Joric con rotundidad, plantándose—. Ya ha dejado de llover. Dijisteis que cuando parara, podríamos salir. —Entonces miró a Seth—. ¿Olvidaste lo de hace unos días? Todavía me debes un combate. ¿O te has echado atrás? 
Seth apretó los labios y le sonrió, con un brillo extraño en los ojos. 
—Está bien. Pero cuando pierdas, no llores. 
Salieron de la casa comunal y fueron hacia el patio donde solía entrenar la guardia, no muy lejos del Salón de la Luna Alta. Desde que habían aclarado la estrategia para enfrentar a los nigromantes, Joric había decretado que, por si acaso, debían aprender a defenderse. Aunque ni a Idgrod ni a ella les había hecho mucha ilusión el tener que empuñar un arma, Seth se había puesto de su lado en aquella ocasión y no pudieron oponerse.
Alicent no tardó en descubrir, al igual que Idgrod y Joric, que Seth no había accedido por preocupación por ellas, como habían supuesto al principio, sino porque su uso de la espada era verdaderamente torpe. Aunque era lo normal, siendo un brujo. Pero a pesar de que su falta de habilidad era algo lógico, Joric no dejaba de burlarse de él, aun cuando no lo hacía con ellas. Pero Seth no se dejaba amedrentar. Si bien las estocadas de Joric eran duras y certeras, sus palabras lo eran todavía más, y muchas veces conseguía hacer actuar a Joric de manera impulsiva a base de enfadarlo. 
Idgrod eligió el arco, y Joric le asignó a ella una daga. Seth y él cogieron cada uno una espada. Aunque sus duelos amistosos solían ser ligeros y sin malicia, al menos no más de la esperada, esa tarde había algo diferente en el ambiente. Una especie de tensión que no presagiaba nada bueno. Alicent lo notó por el sonido de los golpes, más fuertes que de costumbre, y por el silencio que reinó entre ellos, solo roto por algún que otro quejido o jadeo por el esfuerzo. 
—¿Eso es todo lo que puedes hacer? —se burló Joric, descargando un golpe tan fuerte contra el escudo de Seth que consiguió desestabilizarlo. 
Alicent dejó de practicar los movimientos que Joric le había propuesto aquella tarde y se acercó a Idgrod. Ella también estaba mirando la escena con preocupación. 
—Por favor, no hagas ninguna estupidez —escuchó susurrar a su amiga. 
La miró y, por cómo lo dijo y por su expresión, se dio cuenta de que se refería a Joric.
—¿No se están peleando demasiado fuerte? —preguntó, también en voz baja. 
Idgrod asintió. La miró de reojo y notó algo extraño en el modo de hacerlo, como si se sintiera culpable por algo. Alicent frunció el ceño, pero confiaba en su amiga, así que decidió pasarlo por alto y concentrarse en los chicos. Ambos parecían cansados. Ya estaban sudando, e incluso los golpes de Joric empezaban a verse algo torpes. 
—En guardia, Athan —retó este, con la voz ahogada. Hizo girar su espada en la mano—. Aquí no te va a salvar ni todo tu dinero, ni tu clase social, ni tampoco tus juegos mentales. 
Seth se tensó.
—Te recuerdo que solo estamos entrenando. 
Se detuvieron e intercambiaron una mirada que, desde donde estaba, Alicent no pudo apreciar con claridad; la bruma tampoco ayudaba. Entonces Seth esbozó una sonrisa y Joric apretó la mandíbula, antes de lanzarse a por él. Volvieron a chocar las espadas, con movimientos bruscos y poco trabajados. En el tiempo que llevaban peleando juntos, aquella era la vez que más miedo había pasado viéndolos. Eran como dos animales que solo querían hacerse daño.
Llegó un punto en el que, impulsado por a saber qué, Joric atacó con más fuerza que las veces anteriores, rompiendo la defensa de Seth. Su escudo salió volando hasta caer al suelo y el brujo tuvo que retroceder, esquivando a duras penas los ataques de Joric. Alicent estaba a punto de interceder cuando vio como le devolvía un espadazo a Joric, haciendo que perdiera el equilibrio. Aprovechó el movimiento para intentar recuperar el escudo, pero cuando ya estaba a punto de cogerlo, Joric lo pisó y lo clavó contra el suelo enlodado. Entonces, apuntó a Seth con la espada.  
—¿Crees que en una pelea de verdad el rival te deja recoger tu escudo como si nada? No seas ridículo, Athan. Levántate y defiéndete como un hombre. 
Joric sacudió la espada y Seth se puso en pie, sin quitarle los ojos de encima. 
—En una pelea de verdad podría usar la magia —le recordó—, y tú ya estarías muerto.
Un remolino de niebla los envolvió de pronto, como atraído por una ráfaga de viento, impidiendo que Idgrod y Alicent pudieran ver algo. El patio se quedó en silencio durante unos segundos, y entonces se escucharon dos gritos; primero un grito de ataque de Joric seguido de otro de Seth, este último de dolor. Al mismo tiempo, sonó el ruido metálico de las espadas cayendo al suelo. 
—¡¿PERO QUÉ ESTÁS HACIENDO?! —La voz de Seth retumbó en el patio. Alicent se tensó; nunca lo había escuchado alzar tanto la voz, ni hablarle a nadie con ese tono. Sonó tan enfadado como asustado—. ¡CASI ME MATAS! 
—¡SETH! —gritó al escuchar aquello, y echó a correr en su dirección. Al llegar a su lado, Alicent se dio cuenta de que la sangre empapaba su mano—. Estás… ¡Estás herido! —se quejó y miró hacia Joric, lanzándole una acusación silenciosa. 
Joric palideció de golpe en el sitio. Idgrod llegó a su altura en ese momento. Miraba en dirección a su hermano con un reproche mudo y más acusado que el suyo propio.  
—¿Es muy grave? —preguntó Alicent con preocupación, sin atreverse a tocar su mano. 
Sin decir nada, Seth abrió y cerró los dedos un par de veces, comprobando que podía moverlos bien. El tajo no parecía haber dañado la movilidad, pero a cada movimiento la sangre salía a borbotones, goteando sin parar sobre el suelo del patio; Alicent se mareó un poco al ver tanta. 
Joric recogió la espada del suelo y se acercó a ellos. 
—No quise… —empezó, con un tartamudeo—. No pensé que…
Seth levantó la mirada lentamente de su mano a Joric, a quien se dirigió con dureza. 
—Siempre he sabido que no me quieres aquí, pero, ¿hasta este punto? Si no llego a poner la mano me hubieras dado en la cabeza. ¿Es que estás loco? —reprochó, antes de soltar un quejido entre dientes y llevar su mano sana a la otra, apretando la herida como si hubiera sentido una punzada de dolor. 
Joric separó los labios para decir algo, pero de pronto, el arrepentimiento en su cara fue sustituido por una mirada cargada de rabia. 
—¡Iba a parar el golpe, como siempre! —exclamó, haciendo hincapié en las últimas palabras—. Si no hubieras puesto la mano… —se detuvo un instante antes de mirarlo con incredulidad—. Lo has hecho a propósito. Eres un hijo de… 
—¡JORIC! —gritó Idgrod, consiguiendo que se callara. 
Aunque no hizo falta que terminara la frase para que todos supieran qué iba a decir. Pero aunque se tragó el insulto, siguió en sus trece con la acusación.
—Es lo que acaba de hacer en el ajedrez, ¿no os dais cuenta? Es un puerco manipulador. 
Seth tenía la mandíbula apretada y parecía a punto de lanzarse a por él. Alicent se preparó para meterse entre ambos si hacía falta, pero Seth mantuvo la compostura y, en lugar de atacar, le dio la espalda y volvió a destapar su mano, comprobando el estado de su herida. Seguía sangrando bastante. 
—Ali —llamó Joric en voz baja. Alicent lo miró de manera inconsciente, arrepintiéndose nada más hacerlo. Los ojos de Joric estaban cargados de angustia—. Te prometo que no…
—Vete de aquí, Joric —dijo con una frialdad inusual en ella. No tenía tiempo para eso, quería ir con Seth a la Cabaña cuanto antes, para poder ayudarlo con el corte—. Me parece que ya has hecho bastante. 
Joric los miró a los tres, sin saber qué decir. Bajó la mirada al suelo, con cara de pocos amigos. Lo conocía lo bastante bien como para saber que estaba conteniendo las ganas de llorar.
—Como queráis —espetó, apretando los puños—. Tú ganas otra vez, Athan —añadió antes de darse la vuelta. 
Los tres miraron en silencio como Joric caminaba cabizbajo de vuelta al Salón de la Luna Alta, hasta que desapareció entre la niebla. Entonces, Alicent miró a Seth, viendo que volvía a mirar su mano. Llevó una mano a su mejilla, buscando su atención. Seth salió de su ensimismamiento y parpadeó un par de veces, antes de suspirar.
—¿Te duele mucho? —preguntó. 
—Ha sido más por la sorpresa que porque me duela —aseguró Seth. Aunque trató de sonar convincente, volvió a mirarse la mano con una mueca de dolor muy mal disimulada. 
Alicent se armó de valor, más enfocada en su preocupación por Seth que por su rechazo natural a la sangre. Le cogió por la muñeca y acercó su mano a sí misma, para poder verla bien. Sujetó su mano con ternura, mientras sacaba un pañuelo limpio de uno de los bolsillos de su vestido y envolvió la mano de Seth con cuidado. Luego le hizo cerrar el puño. Cuando alzó la mirada, se sorprendió al ver que su enfado había sido sustituido por el desconcierto y la ternura.
—Mamá también cura a la gente del pueblo cuando se hacen heridas —explicó—. Aprieta esto fuerte para que deje de sangrar. En la tienda tenemos algunos ungüentos que son buenos para estas cosas. 
—Chicos —murmuró Idgrod, sacándolos a ambos de su burbuja. 
Los dos la miraron. La preocupación en su voz era evidente. 
—¿Estás bien? —preguntó Alicent, al ver que ella también había perdido el color. 
—Tu… Tu herida, Seth —balbuceó, mirándolo a los ojos—. Es la misma cicatriz de mi visión.
Los tres se quedaron en silencio, sin saber qué decir. De pronto el aire parecía más denso, al menos para Alicent, que recibió la revelación como un recordatorio de lo poco que faltaba para el ataque de los nigromantes. Las visiones empezaban a cumplirse. 
Miró a Seth; a diferencia de ella y de Idgrod, él tenía una sonrisa victoriosa en los labios. 
—Si en la visión yo tenía la daga, eso es que lo conseguiremos, ¿no?
Idgrod parpadeó un par de veces, barajando su respuesta. Sus palabras parecieron convencerla; sus cejas perdieron tensión y terminó por sonreír también, y en su mueca se apreció el alivio.
—Tienes razón —reconoció—, si eres tú quien tiene la daga, entonces hemos ganado.  
Sin embargo, aunque ellos estaban contentos, Alicent no pudo evitar la sensación de que aquello no era algo bueno, sino todo lo contrario. Por más que quisiera estar conforme con el plan como los demás, seguía sin ver el lado positivo de la reconstrucción de la daga. Al fin y al cabo, si la habían dividido era por algo, y si su padre tenía uno de los trozos, evitando con ello que ocurriera lo que pretendían hacer, ¿no estaba ella fallando a su memoria al permitir su reconstrucción?
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XVII: El amuleto de Mara
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—¿Qué preferís? —preguntó Joric, rompiendo el silencio—. ¿Que algún erudito escriba sobre nuestra hazaña o que la cante un bardo? 
Alicent lo miró desde la cama de Idgrod, donde estaba recostada sobre su amiga. 
—Libro —replicó Idgrod sin pensarlo demasiado, mientras dejaba a un lado sobre el colchón el que estaba leyendo hasta ese momento. 
—Nunca lo hubiera imaginado —replicó Joric, tras una risa breve—. ¿Y tú, Ali?
Alicent se encogió de hombros. 
—Depende del bardo, supongo.
Joric frunció el ceño ante su respuesta, haciendo que Alicent se sonrojara, temerosa de haber dicho algo estúpido. 
—Es un buen punto. Yo iba a decir que bardo pero, claro, si va a ser Lurbuk quien componga la canción…
Alicent e Idgrod se rieron. Lurbuk ostentaba el título de ser el peor bardo de toda Skyrim por algo.
Después de eso Idgrod volvió a coger su libro y Joric volvió a concentrarse en la carta que estaba escribiendo antes de hacer aquella pregunta. Alicent lo observó en silencio, repentinamente interesada. Joric no solía escribir cartas a nadie, y menos con tanta concentración. 
—¿A quién le escribes? 
Joric alzó la mirada del papel y apretó los labios. Saltaba a la vista que no quería responder. 
—Oh, al parecer él y Hugo se hicieron buenos amigos cuando visitamos Soledad —aclaró Idgrod. 
¿Hugo? Alicent se irguió en la cama, quedando sentada. Miró a Joric y después a Idgrod con los ojos muy abiertos. La sonrisa contenida de su amiga y la expresión de apuro de Joric respondieron su pregunta antes de que la formulara. 
—¿Hugo Athan? —preguntó, haciendo especial énfasis en el apellido. 
Joric suspiró resignado, asintiendo. Alicent lo miró con incredulidad pero, de inmediato, se le encogió el corazón al recordar a Seth. Hacía una semana que no lo veía; la noche de su último encuentro había caído una gran tormenta de nieve que no había parado en los siguientes tres días, dejando la villa totalmente incomunicada. Cada día sin noticias de Seth y con la promesa de la conversación pendiente había sido una auténtica tortura para ella. Por su parte, el humor de Joric había mejorado indudablemente esa misma semana. 
—No hay privacidad en esta casa —dramatizó él, cruzando los brazos encima del papel, como si temiera que alguna se levantara en cualquier momento para ver qué había escrito en él—. Te sorprendería lo poco repeinado que es. Parece mentira que sean mellizos. Hoy me llegó una carta suya y, Ali, te prometo que es la cosa más graciosa que he leído nunca. 
—Debo reconocer que no le falta ingenio —asintió Idgrod, tras reír brevemente—. Nunca imaginé que la venta de tres coles pudiera dar tanto juego. 
Joric se sumó a su risa, asintiendo con euforia. 
—¿Verdad que sí? Le estoy contando sobre nuestros planes. Si alguien escribe nuestra historia, debería ser él. 
—Hugo… —empezó Idgrod. 
Su expresión divertida había sido sustituída por otra muy diferente, preocupada. Pero Alicent la cortó en el acto. 
—¿¡Cómo que hoy te llegó una carta suya!? —exigió saber, en un tono más alto de lo que pretendía. 
Joric la miró con confusión, sin entender por qué se ponía así.
—Pues eso, que el mensajero llegó hoy con… 
El sonido de unos nudillos chocando contra la puerta dejó a Joric a mitad de la frase. Con renovadas esperanzas, Alicent se levantó de un salto de la cama antes de que ninguno de los hermanos pudiera reaccionar. Abrió la puerta y allí estaba Seth, como si lo hubieran invocado. Quiso abrazarlo, decirle lo mucho que había pensado en él y lo preocupada que había estado esos días pensando en cómo estaría en el Cerro, pero volver a tenerlo en frente la enmudeció; seguía tan abrumadoramente guapo como siempre. Y eso que está lloviendo a cántaros. Cualquier persona que hubiera cabalgado desde el Cerro hasta Morthal con aquel tiempo horrible estaría empapada y hecha un desastre, pero Seth estaba impoluto. 
Él la miró con calidez y su corazón se aceleró por un momento, hasta que abrió la boca. 
—Ali, ¿me dejas pasar?
Sintió el calor en sus mejillas y se hizo a un lado, muerta de vergüenza. Seth cerró la puerta tras de sí y los saludó a todos con una mirada. Fue hacia Joric para dejar su capa sobre la silla que había junto a la que ocupaba él. 
—He venido tan pronto como he podido. He aprovechado estos días de aislamiento para seguir avanzando en el plan pero… —Su mirada se clavó en la carta que Joric había estado escribiendo. Parecía contrariado por lo que consiguió leer, a pesar de sus esfuerzos por taparlo—. ¿Le estás escribiendo a mi hermano?
Joric, cuya expresión se había amargado tan pronto como Seth entró a la habitación, bufó. 
—Está claro que en cuestión de hermanos, uno sale repelente y otro bien agradable y majo. 
Aunque Idgrod lo miró con desaprobación por su comentario, a Alicent se le saltó la risa. Seth por su parte alzó ambas cejas, y terminó por palmear brevemente la espalda de Joric. 
—Yo también me alegro de verte, Cuervo Imberbe —replicó con cierto sarcasmo. 
Joric lo miró con cara de malas pulgas por un instante.
—Déjate de tonterías y cuéntanos eso que estuviste pensando para que pueda decirte de una vez que no te vas a llevar el mango.
Como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez que se reunieron, volvieron a discutir con vehemencia sobre cuál era la mejor estrategia para poner a salvo Morthal. Una vez más, todos salvo Joric estuvieron de acuerdo en que llevar la empuñadura al Cerro era la mejor estrategia posible. Pero, en esta ocasión, Alicent se posicionó en el debate y defendió la propuesta de Seth. Seguía sin gustarle ni un poco la idea de separarse de la reliquia familiar, pero menos le gustaba la posibilidad de que los nigromantes pudieran dañar a la gente a la que quería, o a cualquiera. Además, el reencuentro había sido tan frío que no pudo evitar intentar llamar la atención de Seth, que la trataba como si no hubiera cambiado nada.
—Que no me vas a convencer, que no te vas a llevar el mango —repitió Joric por enésima vez, cuando ya llevaban casi dos horas de debate. 
Idgrod resopló a su lado junto a ella. 
—¿Puedes ser racional por una vez en tu vida, Joric? —pidió.
Seth, que se pellizcaba el puente de la nariz, terminó por encogerse de hombros. 
—Tiene razón, Idgrod. No lo vamos a convencer.
Todos los presentes lo miraron con sorpresa. Seth no parecía el tipo de persona que se echara atrás por la terquedad de nadie. A Alicent incluso le pareció tierno que él estuviera dispuesto a ceder si con eso Joric se quedaba más tranquilo, pero Seth la sorprendió una vez más. Bajo la mirada triunfal de Joric, el brujo sonrió de medio lado, mirándolas a ambas.
—Pero aunque no lo podamos convencer, hay tres votos contra uno, ¿verdad?
Idgrod y ella intercambiaron una rápida mirada antes de asentir. Joric, por su parte, apretó un puño y lo estampó contra la madera del escritorio, haciendo temblar el tintero. 
—De eso nada, si no estamos todos de acuerdo, no os pienso ayudar con el plan —espetó. 
—Tampoco es que lo hayas hecho demasiado hasta ahora. De hecho, ya habríamos podido avanzar mucho más si no lo estuvieras obstaculizando —replicó Seth con un tono calmado. 
Aquello fue la gota que colmó la paciencia de Joric, que se puso de pie gruñendo. 
—Muy bien, ¡pues llévatela! Cuando os traicione y se quede la empuñadura no digáis que no os lo avisé —protestó mientras se dirigía a la puerta, momento que aprovechó para darle con el hombro a Seth, quien ni se inmutó. 
Alicent miró a Seth y luego a Idgrod con incredulidad. Era como si se estuviera repitiendo lo de la semana pasada. Idgrod se levantó de la cama mirando a Seth con una expresión de disculpa.
—Pues está decidido. Voy a hablar con él, ¿vale? 
—Claro. Yo debería irme antes de que oscurezca. ¿Qué os parece si me llevo ya la empuñadura? Mientras estaba en el Cerro incomunicado, no podía dejar de pensar en lo que podría pasar si los nigromantes atacaban la villa. 
Idgrod se paró a unos pasos de la puerta, pensativa. Finalmente asintió. 
—Cuanto antes, mejor. 
Alicent se levantó también, con el corazón en un puño. Por un lado, aquello significaba tener un rato a solas con Seth, para retomar la conversación que quedó pendiente. Pero, por otro, no se esperaba tener que desprenderse de la empuñadura tan pronto. La angustia por lo último le amargó el humor por completo. 
—Entonces, nos vamos. ¿Ali? 
Alicent bajó la mirada al suelo al darse cuenta de que Idgrod y Seth la miraban, extrañados.
—Vale… —accedió por presión, sin atreverse a pedir unos días más para hacerse a la idea. 
Cogió su capa, aun sin mirarlos, y los tres jóvenes salieron de la habitación de Idgrod y bajaron en fila por la escalera que daba al hall principal del Salón de la luna Alta. 
Caminaron hasta la Cabaña del Taumaturgo sin intercambiar una palabra, sin que a Seth pareciera molestarle el silencio. Alicent agradeció ese rato para poner en orden sus sentimientos. No quería romper a llorar una vez más delante de él.
Ya en su casa, sacó la empuñadura de la daga del cajón de su mesita de noche, donde la había guardado durante los últimos años. Allí, de espaldas a él y con el recuerdo entre las manos, no pudo contener un par de lágrimas. Apretó el objeto contra su pecho, todavía envuelto en el trozo de tela vieja que lo envolvía, y se concedió unos segundos para despedirse. No pasó mucho tiempo hasta que Seth la llamó. 
—Ali, ¿pasa algo?
Se limpió las lágrimas con el antebrazo antes de girarse, conteniendo un sollozo. 
—Estoy bien… —dijo con la voz ahogada, acercándose a él con pasos cortos. Cada uno se sintió como un abismo. 
Se dio cuenta de que Seth también sostenía algo, una pequeña bolsa de un verde escarlata. La miró con curiosidad antes de levantar la vista a sus ojos, buscando respuestas. Seth sonrió con cariño y acarició su mejilla, como limpiándole las lágrimas que poco antes habían estado allí. 
—Sé lo mucho que te duele desprenderte de la empuñadura, así que me pareció justo darte algo a cambio. 
Desató el fino lazo de la bolsa con delicadeza. Por un momento, la curiosidad y la intriga hicieron a un lado el sentimiento de tristeza que la inundaba. Cuando al fin sacó el collar de la bolsa, Alicent sintió que se le paraba la respiración. Reconocía la forma de aquel colgante: era un Lazo de Mara, símbolo de eterna unión y compromiso entre dos personas. Cada mujer casada de Morthal tenía el suyo propio, pero ninguno era tan lujoso como el que estaba viendo. Ni siquiera el de la madre de Idgrod, que era la jarl. Lo miró con sorpresa, sin creerse que fuera real. Tenía que ser una broma.
—¿Es… para mí?
Seth asintió, estirando una sonrisa melancólica. 
—Era de mi madre. Una reliquia familiar por otra.
Le costó hablar. Sentía como si se atragantara con las palabras.
—Pero debe significar… significa mucho… —dudó una vez más—. ¿Significa algo? Quiero decir, es un… Ya sabes. Y tú y yo… 
Seth rió brevemente, de garganta. Lo cogió por ambos extremos de la cadena, dejando que lo viera bien. El oro del collar brillaba a la luz de los faroles que iluminaban la estancia; en el centro del colgante, también de oro y adornado por el símbolo de Mara, la diosa madre, había una turquesa. 
—No he dejado de pensar en lo que me dijiste el otro día, sobre tu preocupación ante mis intenciones. No quiero que te sientas así, que creas que solo te veo como a un juguete. Espero que esto aclare lo que realmente deseo, Alicent.
Alternó la mirada entre él y el collar, con los nervios a flor de piel. Aunque tenía claro lo que quería, que era decir que sí, de pronto tuvo demasiado miedo a las consecuencias de hacerlo. Seth malinterpretó su silencio; su ceño se frunció y su mirada se volvió fría. La expresión de su rostro se parecía demasiado a la que le dedicó aquel día, en el Cerro. 
—Ya veo. Lo había traído con la intención de demostrarte que sigo interesado en ti. Pero, si no crees ser capaz de poder estar conmigo, entonces… —dejó la frase a medias para volver a guardar el amuleto en su bolsa—. Tal vez solo estoy perdiendo el tiempo. Si tú no lo quieres, quizás alguien más lo haga. 
Alicent se quebró. Estiró la mano con la que no sostenía el mango y empujó el colgante con fuerza contra el pecho de Seth, para que no lo guardara, pero él se zafó de su mano con facilidad y lo metió en la bolsa. Una vez más, se le saltaron las lágrimas. 
 —Yo… yo sí quiero ser tu novia Seth. Lo quiero más que nada en este mundo. Pero… —Lo miró, nerviosa—. No sé si… No creo que… —Seth agrió el gesto—. ¿Por qué tenemos que hacer eso para ser novios? —Rompió a llorar de angustia, con los sollozos cortando cada palabra—. ¿Por qué no podemos serlo sin más? Sí quiero cogerte de la mano, besarte, pero todavía no estoy preparada para más y me da mucho miedo, Seth.
Seth abrió mucho los ojos cuando pareció darse cuenta de lo que había entendido. Guardó la bolsa con el colgante en uno de los bolsillos de su pantalón de cuero negro y luego tiró de ella hacia sí, abrazándola para calmarla. Ella se refugió en su pecho, donde tuvo un momento para tranquilizarse mientras sentía sus dedos enredarse entre su pelo, mientras acariciaba su cabeza en silencio. Cuando su respiración se calmó un poco, la separó de sí, tomándola por los hombros para mirarla. 
—Ali, ¿seguro que lo que me dijiste el otro día no lo hiciste por celos después de verme con Alva? 
Lo miró con sorpresa y se apresuró a negar. Aunque, tras pensarlo, decidió ser honesta. 
—S…sí que sentí celos. Pero no te lo dije solo por eso. Yo estaba asustada y… —su voz se perdió ahí, al no saber cómo expresar lo que sabía que quería decir. 
—Puedo entender que estuvieras celosa —musitó Seth—. Creo que yo también lo estaría si te viera con otro. A veces incluso me siento un poco así cuando te veo con Joric. Pero al mismo tiempo… No sé, Alicent. No puedes tenerme esperando toda la vida. No quiero sentirme como un juguete que no te gusta, pero que tampoco quieres compartir con otra persona.
—¡No eres ningún juguete Seth! —se defendió. Intentó separarse, pero él no la dejó—. Pero… después de lo que pasó en el Cerro... 
Seth le dedicó una mirada dura.
— Lo… lo siento, no quería decir eso. Pero me asusté tanto, y luego tú me hablaste tan feo que yo… yo me asusté mucho. Y… me da miedo que vuelva a pasar algo así… Creo que si me vuelves a mirar así me moriré de pena —reconoció, antes de volver a agachar la cabeza. 
Lo escuchó suspirar antes de notar sus dedos bajo su barbilla, obligándola a alzar la mirada.
—Algo así no volverá a pasar, Ali. Te lo prometo. —Él mantuvo su mirada en silencio hasta que ella asintió—. Cuando te dije que temía no gustarte de verdad y me respondiste que sí que lo haría, en el fondo sabía que no. Comprobarlo fue tan doloroso que por eso reaccioné mal.  
— No... No digas eso. Claro que me gustas de verdad, pero yo…
—Lo sé, Ali. Créeme que lo sé —la interrumpió, con la voz quebrada— También era mi primera vez, ¿sabes? Y pensé que era lo normal. Ya te he hablado de mi padre, pero sigues sin entenderlo. Me educó para tomar lo que quisiera cuando quisiera, sin importarme las consecuencias. Pero yo no quiero ser ese hombre y creo que tú... tú puedes enseñarme a ser mejor, Alicent. Como persona y… como novio. Si me rechazas, te prometo que no te molestaré más. Pero si estás dispuesta a comprometerte conmigo, esperaré todo el tiempo que necesites hasta que estés lista. Te lo prometo.
Ahora fue ella quien quiso consolarlo. Adelantó las manos hacia él. La intensidad de la conversación hacía que, en ocasiones, olvidara que seguía teniendo la empuñadura encima, como en aquel momento. Seth, que se dio cuenta, puso su mano sobre la reliquia sin tirar del objeto, dejando que fuera ella misma quien lo soltara. En el torbellino de emociones de aquel instante, el gesto fue más indoloro de lo que había esperado. 
—Si acepto el amuleto… ¿de verdad me prometes que esperarás? —preguntó al fin, con el corazón en un puño. Seth asintió—  No quiero perderte. Me moriré de pena si te pierdo Seth. 
—Y no lo harás, si tú no quieres. 
Se acercó a ella lentamente y le limpió las lágrimas, con ternura. Hasta ese momento, Alicent no se había dado cuenta de que había vuelto a llorar. Seth se quedó mirando su boca y se inclinó brevemente, sin llegar a besarla. En su lugar, la tomó de la cintura y le sonrió con calidez. 
—Alicent, ¿quieres ser mi chica?
Era la misma pregunta pero en un contexto completamente diferente. En esta ocasión las palabras no la traicionaron, sino que se alinearon con sus sentimientos. 
—Sí. Sí quiero, Seth. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. 
Escuchar aquello le arrancó una sonrisa satisfecha. Con suma delicadeza, Seth sostuvo su rostro y la besó con ternura, sin voracidad. Volver a sentir sus labios sobre los propios desencadenó una explosión de euforia que nubló las emociones negativas que la habían acosado hasta el momento. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió feliz. Correspondió al beso, e incluso persiguió sus labios para alargarlo cuando él hizo el amago de separarse. 
 El crujido de la puerta en el piso de abajo, seguido del saludo de Lami, rompió el momento y ambos se separaron, apurados. Seth hurgó en el bolsillo y sacó la bolsa, dándosela. Cuando ella la cogió, él se llevó un dedo a los labios.
—Será mejor que esto sea un secreto entre nosotros hasta tu próximo cumpleaños —susurró sobre su oído.  
Alicent asintió, aliviada por escuchar aquello. Si su madre se enteraba de lo que acababa de pasar, los mataría a ambos.
Los pasos de Lami subiendo las escaleras fueron como una cuenta atrás. Alicent guardó la elegante bolsa en el cajón de su mesita, donde antes estaba la empuñadura, y luego fue hasta la ventana. La abrió al mismo tiempo que él terminó de colocarse la capa. Seth la miró con complicidad una última vez antes de repetir la operación del último encuentro; invocó una luz blanca que arrojó al suelo y saltó tras ella por la ventana. Alicent se asomó, fascinada por verlo hacer magia. Pudo distinguir cómo él miraba en su dirección antes de darse la vuelta y perderse en la niebla, justo cuando sintió la voz de su madre a sus espaldas. 
—Pero ¿qué haces asomada a la ventana, hija? Cierra eso anda, que vas a coger un catarro.
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XVI: Fragmentos del pasado
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El mango de la daga reposaba sobre la mesa en el centro del comedor. Alicent, Seth, Idgrod y Joric lo admiraron en silencio, con una mueca grave. Habían pasado algunas semanas desde que Alicent había revelado el paradero de aquel fragmento mítico, después de que Idgrod compartiera con ellos su última visión. Desde ese día, se habían reunido cada tarde para planear cuál era la mejor forma de proceder. A veces lo hacían allí, en su casa, cuando su madre no estaba. Cuando esto no era posible, se reunían en el Salón de la Luna Alta, donde Idgrod y Joric disponían de toda la privacidad que querían. Sin embargo, ella tenía la sensación de que preferían estar en su casa, como en aquel momento, donde la presencia de aquella pieza de artesanía daedrica  parecía recordarles la magnitud de lo que enfrentaban. 
Incluso ella misma había empezado a ver el mango con otros ojos. Lo que antaño fue un simple recuerdo ahora se había convertido en algo más. Algo misterioso y poderoso, pero también peligroso. Pensó en las veces que había tenido aquel objeto entre sus manos; tantas que conocía de memoria el tacto de la empuñadura de cuero, y también lo afilados que estaban los gavilanes metálicos de la guarda, con los que se había pinchado en más de una ocasión. Se estremeció al recordar aquello. Ahora que sabía que era mucho más que el recuerdo de su padre, era como si pudiera sentir el poder que desprendía el objeto, o quizá era sugestión sumada a su aprehensión natural. 
¿Cómo llegó a manos de papá?,  se preguntó una vez más. Había pensado en aquello demasiadas veces a lo largo de las últimas semanas, pero no se había atrevido a preguntar por ello a su madre. Primero, para no abrir viejas heridas y, segundo, para no levantar sospechas. La conocía lo bastante bien como para saber que no pasaría por alto una pregunta así.
—Insisto en que es el mejor plan —dijo Seth por cuarta vez en la última hora, sacándola de sus pensamientos. 
—Por supuesto que piensas que es el mejor plan, porque es el tuyo —replicó Joric, sin paciencia. 
Con el paso de los días y de las semanas, había ido perdiendo por completo las formas cuando se trataba de Seth, hasta tal punto que parecía dispuesto a posicionarse contra cualquier idea que saliera de la boca de este, por buena que fuera. 
Idgrod y Alicent intercambiaron una mirada agotada, tanto por Joric como por la situación. Desde que empezaron aquellas reuniones habían barajado bastantes planes que habían ido descartando, uno a uno, hasta que al final tomaron una decisión unánime. Esconderían el mango hasta que los nigromantes atacaran el pueblo, como sabían que pasaría. Entonces, negociarían con ellos un intercambio: la empuñadura a cambio de que dejaran Morthal en paz. Aunque todos estaban de acuerdo en que era lo más inteligente que podían hacer, seguían sin llegar a un acuerdo sobre cómo lo harían. Seth se había ofrecido a esconder el fragmento en el Cerro, pero Joric se negaba en rotundo. 
—¿Pero por qué no? —preguntó Idgrod. 
Alicent, cansada de la discusión, se acercó a la ventana. Esa tarde la niebla era más espesa de lo normal y el aire se sentía helado incluso allí adentro, pese al brasero que crepitaba en una esquina de la habitación. El cielo estaba tan oscuro que parecía que iba a romper a nevar en cualquier momento.
—¿Es que no os parece sospechoso? —preguntó Joric. Alicent lo vio reflejado en el cristal, con los brazos cruzados y la expresión molesta que no se había quitado de encima desde que habían llegado—. ¿Por qué de todos los sitios lo quieres esconder ahí? —preguntó, girando el cuerpo hacia Seth—. ¿No creéis que es un poco raro que no le preocupe ni un poco que una banda de nigromantes pueda ir a su casa a por el mango?
Seth resopló, perdiendo también la paciencia. Alicent había empezado a sentir lástima por él. Cuando quería, Joric era insoportable. 
—No me preocupa porque solo es una casa, imbécil. No hay nadie allí a quien puedan hacer daño. ¿Es que prefieres que vengan aquí? —preguntó con dureza. Alicent pensó en Sorli y en sus hijos, pero se abstuvo de quitarle la razón—. ¿Quieres que entren en casa de Alicent? ¿Que le hagan daño? ¿Quieres que la maten? Mandándolos al Cerro, se alejarán del pueblo. 
Era extraño. Aunque las palabras de Seth no auguraban nada bueno, no las sintió como si fueran sobre ella. No las sintió como si fueran sobre nadie, en realidad. Tal vez era porque no podía dejar de pensar en la daga. En el mango que, aunque seguía allí, cada día estaba más lejos de su lado. Aquello era lo último que le quedaba de su padre y era, a parte de sí misma, lo único que quedaba como prueba de que había existido alguna vez, de que había vivido en Morthal. Siempre había sido un objeto sin más importancia que la emocional, algo que simplemente estaba por casa, pero en ese momento Alicent no podía asimilar la posibilidad de no volver a verlo nunca. 
Si no conseguían frenar el ataque y a ella le pasaba algo, ¿qué le quedaría entonces a su madre?. Casi me pierde ya en la cueva, pensó, mirando la niebla arremolinarse contra la ventana. De haber muerto a manos de los falmer, a su madre solo le habría quedado aquella empuñadura como recuerdo de la familia que un día tuvo. Y ahora va a perderla. ¿Cómo le afectaría eso? Aunque era muy pequeña cuando pasó todo, podía recordar a su madre tumbada día y noche en la cama, negándose a trabajar, a limpiar y, casi, incluso a comer. ¿Qué habría sido de ella si Seth no la hubiera rescatado? 
—Alicent, ¿tú qué opinas? —preguntó Idgrod. 
Escuchar su propio nombre la trajo de vuelta a la realidad. Se giró sobresaltada y los miró con un mohín de disculpa. 
—¿Qué? 
—Esto es increíble —se quejó Joric, con un bufido.
Idgrod reprendió a su hermano con una mirada y luego se dirigió a ella con un gesto serio pero paciente.
—De lo que ha dicho Seth. Que hay otra opción.
Alicent lo miró, avergonzada por haberse perdido la última parte de la conversación. Él apretó los labios antes de hablar. 
—Decía que no tenemos por qué darles la empuñadura —explicó. Al escuchar aquello Alicent se irguió un poco y abrió los ojos de par en par, con la atención revitalizada ante la posibilidad de conservar la reliquia familiar—. La guardaremos en otro sitio, pero a ellos los enviaremos al Cerro. Y, allí, les tenderemos una trampa. 
—¿Y entonces mamá y yo nos la podríamos quedar? 
Por la manera en la que Idgrod desvió la mirada, adivinó la respuesta antes de que Seth respondiera su pregunta. 
—No —dijo él, confirmando su certeza. Su voz sonó apagada, como si hubiera preferido no tener que decirlo, sin embargo sus ojos brillaban con emoción—. Haremos algo mucho mejor. Cuando la temporada de brumas pase, la llevaremos al próstilo de Mehrunes, que está en la montaña que hay sobre el Cerro. Es posible que el daedra nos ofrezca el artefacto como agradecimiento. Podríamos ser sus guardianes. 
Ella apartó la mirada ante el entusiasmo de Seth. Como si no tuviéramos ya bastantes problemas con solo el mango. Ella no quería eso, quería la empuñadura tal y como estaba, donde estaba; en su casa. Pero incluso Joric, pese a su inmensa repulsa hacia Seth, parecía atraído por esa idea. Alicent comprendió que, lo quisiera o no, la empuñadura se iría sí o sí de su casa para siempre, de modo que permaneció en silencio. 
—Pero aunque hagamos eso al final —volvió a hablar Joric—, no serás tú quien la esconda mientras tanto. ¡Me niego! 
Seth cerró los ojos y apretó la mandíbula. Parecía estar conteniendo el bufido que Idgrod no se molestó en ocultar.
—Ya basta, Joric. 
El chico rodó los ojos. Alicent permaneció en silencio, conteniendo el impulso de echarlos de casa para evadirse, aunque fuera un rato, de aquella situación. En lugar de eso volvió a darles la espalda y se concentró en la bruma. Estuvo así un par de minutos hasta que sintió la mirada de alguien clavada en su nuca. Volvió la cabeza, molesta, para ver qué querían, pero solo se encontró con la mirada de Seth, que frunció el ceño. Sorprendida, se dio cuenta de que lo había pillado mirándola mientras Idgrod y Joric discutían. Él hizo el amago de acercarse a donde estaba, pero un rápido vistazo en dirección a los hermanos le hizo cambiar de idea, como si se contuviera de acercarse solo porque ellos estaban allí. 
Su corazón y su respiración se aceleraron, compinchados. Se llevó una mano al pecho, sorprendida por la fuerza de sus emociones. La cercanía de las últimas semanas la estaba empezando a afectar. Conforme el recelo que sentía en su presencia se había ido diluyendo, los sentimientos que tenía por él volvían a controlar sus reacciones. La conversación que había mantenido con Idgrod, en la que su amiga le había contado en detalle todo lo que Seth había dicho, había ayudado a que pudiera perdonarlo y, desde entonces, sentía que tenían una charla pendiente. 
Quería hablar con Seth a solas. Disculparse por no haber dejado que se explicara. Pero todavía no había surgido la oportunidad. Cada tarde era igual: para cuando terminaba de ayudar a su madre en la tienda, Seth ya estaba con Idgrod y Joric. 
En realidad había tenido la oportunidad de hablar a solas con él en un par de ocasiones. Alva había vuelto a Morthal hacía algo más de una semana. Alicent acababa de entregar un pedido de pociones a Falion cuando lo vio salir de su casa. Aunque sintió el impulso de acercarse a él y hablarle, saber que ella no podía compartir un rato con él sin que alguien los interrumpiera mientras que Alva lo podía recibir en su casa cuando quisiera, hizo que le hirviera la sangre. Así que, en lugar de saludarlo, aceleró el paso de vuelta a la tienda, pisoteando el camino de tierra enlodada con más fuerza de la necesaria y llenándose el vestido de barro. Exactamente lo mismo que ocurrió la segunda vez que se lo encontró, también saliendo de casa de Alva. Aquella última vez, además de enlodarse el vestido, terminó con los ojos empañados por los celos. 
—¡Haced lo que queráis! —espetó Joric, casi en un grito enrabiado. Alicent se sobresaltó al darse cuenta de que se había quedado mirando a Seth y se ruborizó, mientras Joric se dirigió con brío hacia las escaleras que llevaban al piso de abajo. Se giró hacia ellos antes de bajar el primer escalón—. Me largo. Está claro que mi opinión aquí no cuenta para nada. 
Se marchó acelerado, con pasos fuertes que hicieron crujir las tablas.
—¡Joric, espera! —reclamó Idgrod. Resopló exasperada e intercaló una rápida mirada con ella y con Seth antes de suspirar. Parecía estresada—. Iré a hablar con él, a ver si se calma un poco. Mañana tomaremos la decisión final —prometió, antes de ir tras su hermano. 
Y así, de la nada, como un golpe de suerte que no se esperaba, se quedaron solos. Seth ya se estaba poniendo la capa para irse cuando Alicent lo llamó. 
—Seth —musitó, nerviosa—. ¿Podrías quedarte un rato? —preguntó, sintiendo como se le empezaban a calentar las orejas—. Necesito hablar contigo.
Seth frunció el ceño. 
—¿Estás segura de que quieres que estemos a solas? —su voz tenía un ligero tono de reproche, pero no lo podía culpar. Asintió con torpeza. 
Seth dejó de nuevo la capa sobre una esquina de la cama y se sentó. Después hizo un gesto con la mano sobre el colchón, como una invitación muda a que se sentara a su lado. Alicent sintió como se le revolvía el estómago, pero hizo caso omiso a la sensación. Se enfadó consigo misma cuando, a cada paso que dio desde la ventana a la cama, su cabeza la hizo revivir lo que había pasado en el Cerro. 
—¿Y bien? —preguntó Seth, rompiendo el silencio. 
Alicent suspiró, sin saber qué decir. No debería haber sido tan impulsiva; debería haber esperado a otra oportunidad, después de pensar bien en cuáles iban a ser sus palabras. 
—Me sigues gustando mucho, Seth —confesó al fin, creyendo que lo mejor era dejar que la conversación fluyera por sí misma. 
No se atrevió a mirarlo. En lugar de eso, se concentró en las tablillas del suelo. Era mucho más fácil así, sin tener que enfrentarse a esos ojos del color de la miel que tenían el poder de hipnotizarla. Una de las tablas bajo sus pies estaba un poco levantada y bailaba al apoyar el pie. Mientras esperaba una respuesta, se entretuvo balanceándola. De pronto sintió vergüenza por el suelo de su casa. Incluso en eso la casa de Seth, donde no había vivido nadie durante años, era mucho mejor. Era ridículo.
—No te gusto, Alicent. Solo lo dices porque me viste salir de casa de Alva. —Alicent levantó la cabeza y lo miró con sorpresa; hasta ese momento, estaba segura de que él no la había visto en ambas ocasiones—. Lamento que estés confusa, pero no puedo arriesgarme a que se repita lo que ocurrió en el Cerro. Por ti. No quiero volver a herirte. 
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No es justo —musitó, con la voz rota—. No sabía lo que pasaba. Yo… No es culpa nuestra que tus padres… —se detuvo en seco, tapándose la boca.
Seth abrió los ojos de par en par y, por un instante, su expresión fue un cuadro de emociones que no supo interpretar. Ira, miedo, culpa, nostalgia; tantas emociones al mismo tiempo que se desdibujaron, no dejando ver ninguna con claridad. Seth no tardó en desviar la mirada. Ninguno dijo nada durante casi un minuto. 
—Idgrod te lo ha contado —murmuró Seth, con la voz cargada de incredulidad. Parecía tan avergonzado que a ella se le encogió de nuevo el corazón en el pecho. 
—No te enfades con ella —suplicó, apurándose a coger su mano, que el chico había cerrado en un puño sobre el pantalón—. Me lo dijo porque quería que te entendiera, para que pudiera perdonarte. 
Seth negó con la cabeza, aún sin levantar los ojos del suelo.
—Seth. Mírame, por favor.
Él no la miró, pero escuchó su risa, amarga.
—Da igual lo que te contara. Aunque tú e Idgrod creáis que lo hacéis, no podéis entenderme. Nadie puede.
—Pues habla conmigo —pidió en un hilo de voz, sintiendo su angustia como propia. 
Seth la miró de reojo, con una mueca triste en los labios. Alicent no le había visto nunca aquella cara, ni tampoco quería volver a hacerlo. Entonces, después de dudarlo unos segundos, empezó a hablar. 
—Mi padre no era como el tuyo, me doy cuenta por cómo miras la empuñadura. —Alicent desvió la mirada hacia la mesa brevemente, antes de volver a centrar su atención en él. Había dejado caer la cabeza entre los brazos, los cuales apoyaba sobre los muslos—. Imagino que él hubiera querido que siguieras tu propio camino. Con mi padre, eso era imposible. En Markarth nunca pude llevar una vida normal, relacionarme con gente de mi edad o tener… amigos. Y no porque no quisiera. Pero llevarle la contraria ni siquiera era una opción. No sabes… —Su voz se rompió—. No te puedes imaginar las cosas que nos hacía cuando las cosas no salían como él planeaba. 
Alicent recordó la conversación que tuvo con Alva, hacía ya algunos meses, en la taberna. Pero también en lo que dijo Seth el día del festival. Frunció el ceño, había algo que no encajaba. 
—Pero dijiste que deseabas que él se sintiera orgulloso, ¿por qué querrías algo así, siendo como era?
Seth ladeo la cabeza y le lanzó una mirada dolida. 
—Te dije que no podrías entenderlo. Todavía a día de hoy sigo con la sensación de que si no soy como él hubiera querido, aparecerá y me lo hará pagar.
—Seth… 
Sabía lo que quería decir, que su padre estaba muerto, que ahora era libre para ser como él quisiera ser. Pero eran palabras duras y no fue capaz de pronunciarlas en voz alta. En su lugar, alzó la mano para ponerla en su hombro. Seth se irguió y subió la suya hasta posarla sobre la de ella. 
—No sabía lo que era tener amigos de verdad hasta que llegué a Morthal y conocí a Idgrod, e incluso a Joric —admitió, bajando la mirada a sus botas—. Y hasta que te conocí, no supe lo que era querer a alguien. Desde que descubrí que lo que te hice estaba mal, que te había dañado, no me lo he podido perdonar. 
Ninguno volvió a decir nada más. Seth parecía mortificado por lo que acababa de contar y Alicent se había quedado sin palabras. Volvió la vista al mango en el centro de la habitación, sobre la mesa de madera, solo para huir de la imagen desolada del brujo junto a ella. No podía dejar de pensar en lo mal que se debía de sentir, no solo por lo que había hecho, sino por el descubrimiento de que toda su vida había sido muy diferente a la de los demás. Se sintió egoísta por haber hecho tanto drama por lo que había ocurrido; estaba claro que, si Seth le había llegado a hacer daño, era a consecuencia del daño que le había hecho a él su propia familia, y él no iba por ahí quejándose ni llorando. 
—Yo te quiero, Seth —dijo de pronto, con una firmeza que la sorprendió incluso a ella. Seth la miró, con las cejas levantadas y un gesto de incredulidad que le rompió el corazón—. Aún con lo que ha pasado —insistió—. Cuando te dije que no quería ser tu novia, no me refería a eso. Sino a que… —Su voz tembló—. Entendí que para serlo, teníamos que hacer… eso. 
Seth la miró, con una mueca de horror. 
—Alicent, no…
—Espera —lo cortó, volviendo a coger su mano, apretándola.
—No, espera tú. Ali, yo aún quiero estar contigo. Y sé que todavía no te merezco, y que quizá no llegue a hacerlo nunca, pero… 
La voz de Lami anunciando su llegada los alertó, haciendo que ambos se pusieran en pie. Su madre no vería con buenos ojos que Seth estuviera allí, sobre todo sin Idgrod y Joric. Así que, tras intercambiar una mirada cargada de frustración, Seth se puso su capa.
—Será mejor que me marche. —Se acercó a ella y, sin preguntar, la sujetó de la cara y le besó la frente antes de volver a separarse—. Mañana seguiremos donde lo hemos dejado.
Alicent asintió, sintiendo una oleada de frustración recorrer todo su cuerpo. ¿Su madre no podría haber tardado solo un minuto más? 
Seth se acercó a la ventana y la abrió; ya se había encaramado al alféizar cuando le lanzó una última mirada. 
—Y Alicent… —ella se tensó en el sitio, buscando su mirada—. Guarda la empuñadura. 
Le dedicó una última sonrisa tras aquello y entonces, una magia blanca brotó de sus manos. La lanzó contra el suelo antes de saltar tras el haz de luz. Lo vio partir en silencio y, con las manos temblorosas, fue hasta el mango y lo sujetó con fuerza contra su pecho antes de guardarlo. Ni siquiera la certeza de que lo iba a perder para siempre consiguió hacer que dejara de pensar en Seth y en qué sería aquello que no le llegó a decir. 
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XV: El legado de Jorgen
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Alicent resopló junto a él, aburrida. Joric miró hacia el otro lado de la habitación, donde su hermana, Falion y Seth debatían intensamente sobre el reinado de Potema, o algo así. Que no lo tuviera claro era otra prueba más de que no debería estar allí. Aquella idea de Falion de hacer una clase todos juntos estaba resultando tan horrible como le dijo a Idgrod que sería cuando se la contó. 
—¿Crees que se darán cuenta si nos vamos? —susurró.
Aunque lo dijo en tono de broma no estaban haciendo nada y, por cómo lo estaban excluyendo de la conversación, resultaba evidente que no tenían nada que aportar. Lo que era cierto, al menos en su caso. Lo único que sabía del reinado de Potema eran sus batallas, porque la historia bélica sí le interesaba. Pero su hermana, Falion y Seth consideraban mucho más interesantes las discrepancias políticas que las habían causado. 
Son unos muermos. 
Como si le hubiera leído la mente, Falion apartó la mirada de su hermana y de Seth y la clavó en ellos, de una forma tan penetrante que heló a Joric en el sitio. Sorprendido y asustado, volvió rápidamente los ojos hacia su libro, y fingió seguir estudiando. Alicent hizo lo mismo. Pasó un rato así, hasta que comprobó que Falion parecía haber vuelto a olvidar que ellos dos también estaban en la clase. Así que, previendo que continuarían aburriéndose un buen rato más, se echó un poco hacia atrás sobre su silla y sacó de debajo de la mesa su tomo de Colb y el Dragón, retomando la lectura por donde la había dejado.
Pero, aunque lo intentó, Seth no lo dejaba de desconcentrar. Lo miró de reojo. El muy imbécil se reía de algo que había dicho Idgrod. Joric no tenía ni idea de cuándo se habían hecho tan amigos, pero no le gustaba ni un pelo. Era todo mucho mejor antes, cuando parecía que, al igual que hacía él, solo pasaba su tiempo con Seth por cosa de Alicent. La miró de reojo. A juzgar por su expresión Alicent parecía estar pensando lo mismo. 
Contra todo pronóstico, aquello no lo animó demasiado. Aunque había pasado un mes desde la desaparición de Alicent y el rescate por parte de Seth, las cosas parecían haber muerto entre ellos. Joric no sabía por qué; desde su punto de vista, no tenía ningún sentido: la había salvado. ¿Por qué actuaba como si, en vez de hacerle un favor, se hubiera vuelto un apestado? No era evidente, por supuesto. Alicent era demasiado buena persona como para tratar mal a alguien a la cara. Pero en comparación a cómo lo trataba antes de eso, saltaba a la vista que había pasado algo. Pero aún así, y eso era lo que más le molestaba de todo el asunto, incluso con esa nueva distancia entre ellos, Alicent seguía pendiente de todo lo que hacía Seth, como si siguiera sin haber nadie más para ella.
Seth se volvió a reír y Alicent apretó los labios con tanta fuerza que a Joric, al imitar el gesto, le dolieron los dientes. —Es una pena que ya no queden dragones vivos —soltó en voz baja, para llamar su atención. Alicent se volvió hacia él, desconcertada. 
—¿Qué? —preguntó en un susurro. 
Se dio cuenta tarde de que Alicent lo había malinterpretado. Abrió los ojos de par en par al ser consciente de lo que ella había interpretado y se apresuró a  matizar sus palabras.
—Quiero decir —balbuceó entre murmullos—. Si quedara aunque fuera uno ahí afuera, ¿no sería genial descubrir que yo soy el último sangre de dragón? 
Alicent apretó de nuevo los labios, en esa ocasión conteniendo una risa. Bajó los ojos hacia las piernas de Joric, hacia el libro, y puso entonces una mueca triste.
—¿Has ganado? Yo siempre me muero. 
—Acércate —susurró Joric, después de comprobar de un rápido vistazo que Falion seguía sin prestarles atención—. Te ayudaré.
Alicent  también miró en su dirección y su sonrisa decayó un poco. Pero como si se negara a estar triste, a dejar que Seth y lo que fuera que había ocurrido entre ellos la deprimiera, terminó por acercar su silla discretamente a la suya. Joric puso el libro entre ambos y empezaron desde el principio. Era fácil entender por qué Alicent moría siempre. Confiaba demasiado en los demás, creyendo que todos eran tan buenos como ella. Que cuando alguien ofrecía su ayuda, o le daba alguna pista, estaba actuando de buena fe. Nunca veía las trampas, o al menos no lo hacía hasta que ya era demasiado tarde. Joric le fue dando indicaciones, explicando por qué era bueno o malo escoger cada ruta. No habían conseguido pasar más de cuatro páginas cuando el cuchicheo llamó la atención de Falion. El mago se acercó a ellos con seriedad y les quitó el libro de un tirón, manteniéndolo en alto, frente a sus caras mortificadas.
—¿Esto es lo que habéis hecho durante toda la clase? —reprendió—. ¿Leer un libro infantil? Definitivamente, no hay magia de ilusión más poderosa que la esperanza de vuestros padres de que os entre algo en esas cabezas de chorlito. 
Alicent agachó la mirada con vergüenza, y Joric se mordió la lengua para no replicar. Que no hubieran hecho nada de provecho durante la clase había sido enteramente culpa de Falion, que los había ignorado todo el tiempo. Idgrod y Seth los miraron también desde la otra punta de la casa. Idgrod se estaba aguantando la risa, lo que lo puso de peor humor. Seth, sin embargo, los miraba a ambos con una expresión que consiguió erizar todos los vellos de su cuerpo. Aunque intentaba no reflejar ninguna emoción, Joric percibió su odio.
—Lo siento… —empezó Alicent. Parecía a punto de echarse a llorar.
—¿Cómo que libro infantil? —la cortó Joric, queriendo evitarle más vergüenza—. Es una guía del todo válida para saber cómo enfrentarse a un dragón. Mucho más útil que eso que estabais hablando vosotros tres. —Falion levantó ambas cejas, con una sonrisa tirante que lo retaba a seguir—. ¿De qué sirve la diplomacia en una situación de peligro? Como no sea para matar de aburrimiento a tu rival…
Sabía que había dicho una tontería, no era tan estúpido. Pero por suerte, sus palabras surtieron un efecto mucho mejor que el que había previsto. Solo quería despistar a Falion, sin embargo, a Alicent se le escapó una risa y el mago soltó el libro sobre la mesa, con un suspiro cargado de cansancio.
—Mi paciencia no da más de sí por hoy. Así que venga, fuera todo el mundo. 
Cuando salieron de la casa de Falion su estómago rugió con fuerza. Joric recordó el agradable aroma a dulce que salía de la posada antes de clase, cuando fue a buscar a Alicent hasta su casa para acompañarla.
—Me muero de hambre —protestó, tocándose el estómago con una mano mientras con la otra sostenía su libro—. ¿Qué tal si vamos al Brezal? Antes me pareció que Jonna estaba haciendo bollitos de manzana —propuso Joric, dirigiéndose a Alicent y a su hermana. 
Para su desgracia Seth, que todavía estaba allí, también aceptó la propuesta. Joric quiso acercarse a Alicent para caminar junto a ella, pero su hermana lo sujetó de un brazo. Miró a Idgrod con cara de malas pulgas, palideciendo al instante. Conocía esa expresión, le iba a echar la bronca. 
—¿Colb y el Dragón? ¿En serio? —empezó Idgrod cuando echaron a caminar, dejando a Alicent y a Seth atrás—. ¿Y eso que has dicho? Joric, conocer la historia es importante para no repetir los errores del pasado.
Joric había escuchado aquello tantas veces que no le prestó más atención de la necesaria, por si le hacía alguna pregunta al respecto. Siempre era la misma historia, con diferentes matices pero desembocando en lo mismo. Alguien nuevo quería el trono y hacía lo que fuera por conseguirlo. Unas veces lo conseguía y otras no. Miró a su hermana con los labios apretados, mientras ella seguía quejándose. Al contrario de lo que algunos pensaban, no envidiaba en nada a Idgrod por ser la heredera de su madre. Al contrario; estaba agradecido por no tener que verse envuelto en ese mundo de serpientes. Eso era más para otro tipo de personas Personas que no tenían una conciencia a la que deber cuentas cada noche antes de dormir. Personas como Seth. 
—La próxima vez no me atrapará —prometió cuando se dio cuenta de que Idgrod lo miraba esperando una respuesta. 
No era la que quería, ni mucho menos. Pero su hermana lo conocía lo suficiente como para saber que era la mejor que obtendría, así que se dio por satisfecha. Aún así, siguió con la reprimenda. Joric volvió a no prestarle atención. 
Alicent y Seth caminaban tras ellos, lo bastante cerca como para poder verlos a pesar de la niebla, que era menos densa que otros días. La miró de reojo y frunció el ceño, dándose cuenta de que parecía triste. Qué le habrá dicho ahora, pensó, mosqueado. Joric le dedicó una mirada breve a Seth, que le bastó para sentir arder la sangre dentro de su cuerpo al reconocer la falsedad en su expresión. 
No podía evitarlo. Su hermana había nacido con el don para ver el futuro, pero él sentía que tenía el de ver el presente. A Joric le gustaba hacerse el tonto, y lo hacía tan bien que todos habían terminado por creerlo en cierta medida. La gente no le prestaba demasiada atención a los estúpidos, porque para qué. Aquello lo había ayudado a entender rápidamente ciertas cosas, como que lo único que quería Alva de él era la posibilidad de sentarse junto a la silla del jarl, si el día de mañana le ocurría algo a Idgrod. También le había ayudado a saber que Seth ocultaba algo. Lo veía en sus ojos; nunca expresaban las mismas emociones que el resto de su cara, lo traicionaban continuamente. 
Intentó afinar el oído. Las palabras de Idgrod, hasta ese momento inaudibles para él se volvieron un ruido de fondo que se le hacía bastante molesto. Tardó casi un minuto que se le hizo eterno en ser capaz de ignorarlas de nuevo, y por fin consiguió oír lo que decía Seth.
—Alicent, conmigo no tienes que fingir. Os he visto en clase. Y quizá sea lo mejor, tú y Joric tenéis más cosas en común, como…
—¿Idgrod y tú? —preguntó ella, con tono derrotista. 
Sus dientes rechinaron. Quería darse la vuelta y meterle un puñetazo. Alicent era la persona más pura que conocía. Su madre lo había pasado muy mal cuando su padre desapareció, tanto, que durante los primeros años Alicent no solo había tenido que lidiar con su pérdida, sino que también había tenido que cuidar de Lami. Joric aún podía recordar a sus padres hablando entre susurros sobre el tema, diciendo que aquello casi volvía loca a la alquimista. Por suerte para ambas, Lami no solo se había repuesto sino que también logró rehacer su vida. Pero todo aquello había dañado a Alicent para siempre. No solo sentía que debía cuidar al resto, sino que tenía un gran miedo al rechazo y al abandono. Él lo sabía porque la conocía desde que tenía memoria, pero era como si Seth tuviera un don para percibir aquellas debilidades. 
Sabe exactamente de qué palancas tirar para que diga lo que él quiere. 
—Idgrod y yo somos amigos, sabemos discernir entre amistad y otra cosa. Pero Joric y tú sois más críos.
Se le estaba revolviendo el estómago. ¿Así era como quería solucionar las cosas con Alicent? ¿Manipulándola? Entonces, se dio cuenta de algo. Apenas puedo oírlos. Si no les prestaban atención, ellos tampoco podrían escucharlos a Idgrod y a él.
—Idgrod —interrumpió en voz baja, volviendo a mirar a su hermana. Esta se detuvo de golpe al darse cuenta de su tono y frunció el ceño—. ¿Ali te contó algo? Ya sabes, sobre lo que pasó cuando él la rescató.
Idgrod apartó la mirada, con una mueca incómoda. Joric suspiró, sin sorpresa. Claro que Idgrod lo sabía, como siempre. Y, por no variar, se lo había ocultado. Si podía evitar contarle cualquier cosa personal sobre Alicent, lo hacía. Y de cualquier cosa sobre ella misma, también, pensó, con una pizca de resentimiento. Pensó en Soledad, en la chica con la que la vio besándose. Aunque no estaba siendo demasiado justo. Estaba seguro de que si Idgrod no le había hablado del tema tendría sus buenas razones para ello. 
—No me des explicaciones, Alicent. Lo entiendo, de verdad —se escuchó decir a Seth.
Joric volvió a mirar a Idgrod. Se notaba que estaba fingiendo no haberlo oído. 
—¿Por qué crees que pasó algo?
Joric abrió la boca para responder, pero en lugar de eso soltó una risa entre dientes, incrédula, y subió las escaleras de madera que daban al Brezal. 
—Tampoco hace falta que me llames estúpido a la cara —se quejó, en un murmuro. 
Idgrod suspiró y lo adelantó, abriéndole la puerta. 
—Joric —lo frenó, antes de que entrara—. Déjalo estar, ¿de acuerdo? Si quiere que lo sepas, te lo dirá ella misma. 
Joric le aguantó unos segundos la mirada a su hermana antes de asentir, a regañadientes. Entró en la posada, buscando una mesa libre con la mirada. La encontró al fondo y caminó hasta allí, saludando con unos cuantos cabeceos a toda la gente reunida en el local. Había mucha gente; a esas horas casi todos los negocios habían cerrado y medio pueblo se congregaba en la posada para descargar un poco la tensión acumulada durante el día. Todavía no había llegado a la mesa cuando la puerta de la entrada volvió a crujir. Joric no necesitó volverse para saber que Alicent y Seth habían entrado; las voces de los vecinos se fueron apagando hasta que no quedó más que un rumor. Eso también había cambiado desde el rescate. Si antes los cuchicheos sobre Seth tenían un tono negativo, desde entonces se habían teñido de admiración. 
Joric se sentó y lo observó mientras se acercaba a la mesa. Seth caminaba con los hombros erguidos y una sonrisa de suficiencia insoportable. Alicent se había quedado atrás, saludando a Benor en la barra. Pensó en Alva, en que hacía más de un mes que estaba fuera. Aunque intentaba ocultarlo, Benor parecía más preocupado a cada día que pasaba. 
—¿Te enteraste de algo? —le preguntó a Alicent en cuanto se reunió con ellos. 
Ahora que Seth ya estaba sentado a la vista de todos, las voces y conversaciones no tardaron en recuperar su tono anterior. 
Alicent entendió rápidamente a qué se refería y asintió, con una mirada apenada. 
—Le escribió una carta. Al parecer, está enferma y no puede viajar. Volverá en cuanto se encuentre mejor. 
Seth se tensó, llamando su atención. Fue algo tan sutil que ni su hermana ni Alicent se dieron cuenta, pero Joric lo tenía justo delante. Intercambiaron una mirada extraña; la de Joric, cargada de desconfianza; la de Seth, como si estuviera enfadado porque lo hubiera atrapado. Aquello le confirmó que lo que había visto había sido real y no fruto de su imaginación. Iba a continuar preguntando sobre el tema para molestarlo, pero Idgrod se le adelantó. 
—Ahora que estamos solos, quería contaros algo.
Joric giró la cara hacia ella, con el ceño frunciendo el ceño. Más le valía que no fuera lo que él creía que era. Idgrod rebuscó en su bolsa hasta que encontró su diario. Mierda. Queriendo que parara de pasar páginas, le pegó una pequeña patada por debajo de la mesa. Idgrod se detuvo un instante y lo miró antes de negar y seguir buscando. 
—Idgrod —insistió en voz baja—. No creo que sea buena idea —insistió. 
Tenía varias razones. La primera era que hablar de ello solo asustaría a Alicent; todavía seguía teniendo miedo del ataque de nigromantes que los cuatro sabían que llegaría. La segunda era Seth.
—Cállate, Joric—ordenó Idgrod.
Joric frunció el ceño y abrió la boca para replicar, pero Jonna llegó a la mesa para tomar la comanda. Todos pidieron un zumo de calabaza y un pastel de manzana para compartir. Tras eso, se cruzó de brazos, molesto con su hermana. Cuando Jonna se volvió a alejar, Idgrod extendió el diario en la mesa, abierto por la página en la que había dibujado la daga de su visión. 
—¿Qué es? —preguntó Alicent, quien se había inclinado sobre la mesa para ver bien el dibujo. 
Seth cogió el diario y lo acercó a sí mismo, para examinarlo mejor. Frunció el ceño. 
—¿Otra visión? 
Idgrod asintió, mirándolos uno a uno. Joric la miró todo lo mal que pudo, e Idgrod rodó los ojos como si le diera igual. 
Contuvo un bufido. Sabía que era la Cuchilla de Mehrunes porque lo había hablado con su hermana, pero le seguía pareciendo una idea pésima compartirla con Alicent y Seth. 
—No os lo toméis tan en serio, no todas las visiones tienen por qué ser algo importante. Igual solo es el regalo de Saturalia de Brelas —sugirió. 
—Joric, esto es serio —volvió a hablar Idgrod, exasperada. Miró a su alrededor para comprobar que no los estaba escuchando nadie—. No puede salir de aquí, ¿de acuerdo? Sí. Vi la daga en una visión.
—¿Puedo verla otra vez? —pidió Alicent.
Al parecer, solo Joric se dio cuenta de que se había hundido en la silla, y que al hablar lo hizo con un hilo de voz. Joric sintió una mala sensación recorrer su cuerpo; Alicent estaba demasiado asustada para el poco contexto que tenía. Colocó un pie junto al de ella para darle ánimos, pero a Alicent le faltó tiempo para separar el suyo. 
Seth chasqueó la lengua y cerró el diario, como si no hubiera oído a Alicent. 
—¿Viste algo más? —preguntó, mientras se lo devolvía a Idgrod. 
—Fue una visión breve —explicó ella—. Solo vi la daga y unas manos que la sostenían. Seth alzó ambas cejas, haciendo una pregunta sin necesidad de usar palabras. Idgrod negó—. No tengo ni idea. Solo sé que, sea quien sea, tiene una cicatriz en la palma. —Hizo una pausa de un par de segundos y preguntó, en tono contenido—. Sabes lo que es, ¿verdad? 
—Sí, La Cuchilla de Mehrunes —murmuró solo para ellos. 
—Puedo… ¿Puedo verlo otra vez? —repitió Alicent, alzando un poco más la voz. 
Seth la reprendió con la mirada. 
—Ya lo hemos enseñado suficiente —dijo con dureza. 
—Seth —preguntó Idgrod, arqueando una ceja—. ¿Sabes algo que quieras compartir con los demás? 
Su reacción había sido tan extraña que hasta ella se había dado cuenta. Seth suspiró, con cierta teatralidad. Una vez más, solo Joric pareció darse cuenta de ello. 
—No os quería asustar, pero… estuve investigando el asunto de los nigromantes. Si lo que he descubierto es correcto, es justo esto lo que están buscando. 
Joric volvió a mirar a Alicent, dándose cuenta de que sus nervios parecían ir en aumento. Estaba a punto de ponerse a llorar.
—¿Y por qué no nos lo has contado antes? —reprochó Idgrod. 
—Bueno, tú tampoco nos has dicho lo de la visión hasta ahora —se defendió él. 
Idgrod apretó los labios, en un mohín fastidiado. 
—¿Crees que la cuchilla está en Morthal, verdad? —preguntó de pronto, sorprendiendo a Joric. 
Seth asintió.
—O al menos uno de sus fragmentos. La cuchilla fue destruida durante la Crisis de Oblivion. 
Jonna volvió a acercarse a la mesa y les sirvió con lo que habían pedido. Cuando la camarera se fue, Alicent se limpió las lágrimas que se le empezaron a escurrir por las mejillas. 
—¿Ves por qué no era una buena idea hablar de ello? —se quejó Joric—. Ali, no te asustes. No voy a dejar que te pase nada. 
Alicent hizo un puchero y apretó los puños ya sobre la mesa.
—No es eso, Joric. Déjame verla otra vez, Idgrod —pidió, con la voz rota—. Por favor. 
Idgrod la miró con sorpresa y asintió. Joric quiso estudiar atentamente la reacción de Seth pero, como si el chico estuviera preparado, le devolvió una mirada retadora. Entre tanto, Idgrod volvió a buscar el diario y lo abrió por la página del dibujo antes de dárselo. Las lágrimas se convirtieron en llanto. Una cayó sobre la página, emborronando la tinta. 
—¡Ali, no! —gritó, llamando la atención de los que los rodeaban. Tuvo que esperar unos segundos antes de poder continuar, a que dejaran de mirarlas—. Se ha borrado el pomo… —susurró cuando recuperó el diario. 
—Da igual —susurró Alicent, negando con la cabeza—. Sé bien cómo es. 
Fue tanto lo que dijo como la forma en que lo dijo, como si estuviera totalmente convencida de sus palabras. Los tres la miraron de inmediato, sorprendidos. 
—¿De qué hablas? —preguntó Seth. 
Alicent tenía los ojos puestos en la mesa, y no respondió. Era como si ni siquiera hubiera escuchado a Seth, demasiado enfrascada en lo que fuera que pasaba por su mente. 
—Alicent —insistió Seth—, es importante que nos cuentes lo que sepas —pero ni eso surgió efecto. 
—¿Alicent? —la voz de Idgrod sonó preocupada—. ¿Estás bien? 
Joric quiso hacerle un gesto de ánimo, tocarla y así ayudarla a despertar de su ensimismamiento. Pero para su disgusto, Seth se le había adelantado y acababa de hacer lo que él había hecho antes. En esa ocasión, Alicent no solo no retiró su pie, sino que pareció volver en sí, levantando entonces poco a poco la mirada. Aquello lo indignó tanto que le quitó las pocas ganas que tenía de por sí de participar en la conversación, así que cogió un trozo de tarta y empezó a merendar. A algunas personas las malas noticias les quitaban el apetito, pero, por suerte, ese no era su caso. 
—Alicent —la voz de Seth cambió a una más conciliadora—. Si sabes algo debes de contárnoslo. Así podremos protegerte. ¿Dónde está el fragmento? 
Alicent tomó una bocanada de aire y dijo: —Está en mi casa. 
A Joric casi se le cayó el trozo de tarta de la mano. Los tres volvieron a mirarla, con los ojos abiertos de par en par. Aquello era lo último que esperaba oír y, por la expresión del resto, dedujo que también era su caso. Incluso el de Seth.
—¿En tu casa? —repitió, aun cuando se había prometido que no se entrometería—. ¿Estás segura? 
Alicent asintió, pero Idgrod negó.
—Eso no tiene ningún sentido, Ali. ¿Qué haría un artefacto daédrico en tu casa? 
—Es todo lo que me queda de mi padre —dijo Alicent, a la defensiva. La pregunta le había sentado mal. 
Los cuatro compartieron una mirada tensa y preocupada. Aquello era malo, muy malo. 
—Tenemos que hacer algo. Tirarla al lago, enterrarla, o… 
—Está claro que van a encontrarla, Joric —le recordó Idgrod. 
—Pues mejor que la encuentren en el barro del pantano que en su casa, ¿no? —espetó con obviedad y enfado antes de dar un nuevo bocado a la tarta.
—En la visión de la daga… ¿Estaba completa? —preguntó Alicent, con temor.
Idgrod asintió. A Joric le pareció que a Seth le brillaban los ojos a pesar de su gesto mortalmente serio.
—Que se lleven la empuñadura no tiene por qué significar que te harán daño —dijo Seth—. Ahora que sabemos lo que quieren y dónde está, tenemos ventaja. Solo tenemos que jugar bien nuestras cartas —prometió.
Lo dijo tan convencido que incluso Joric estuvo a punto de asentir. En eso tenía que darle la razón. Pero según él, jugar bien sus cartas era gestionar mejor con quién se compartía la información, y las reacciones de Seth habían sido del todo menos naturales.
Más tarde, en casa, cuando compartió con Idgrod sus sospechas antes de irse cada uno a su cuarto, su hermana se aferró al tema de los celos para negarle lo que había visto. Joric se marchó a su habitación lleno de rabia. Desde que Seth había llegado a Morthal no habían dejado de ocurrir cosas raras, y estaba claro que el comportamiento de Seth, por mucho que todos se empeñaran en decirle que eran ilusiones suyas, no era el de alguien que fuera trigo limpio. Pero una vez más, por algún motivo, su hermana y Alicent preferían seguir ciegas ante los hechos. Tanto que hasta él mismo había llegado a dudar de sus intuiciones. A lo mejor sí que es por los celos, pensó cuando ya estuvo en la cama. Entonces recordó la manera de brillar sus ojos esa tarde. La tensión al mencionar a Alva cuando escuchó que volvería cuando estuviera mejor, como si no le gustara la idea. La manera en la que le habló a Alicent mientras iban hacia el Brezal. No, todo aquello no eran imaginaciones suyas. No podían serlo. En ese momento decidió que haría lo que fuera necesario para que ellas también se dieran cuenta. Para que todos lo hicieran y vieran la verdadera cara de Seth Athan.
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XIV: Una nueva visión
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Aunque la Cabaña de Taumaturgo era conocida en toda Skyrim por sus pociones, y vendían más que cualquier otra tienda de alquimia, Lami y Alicent llevaban una vida humilde. Idgrod pensó una vez más en que si Lami no hubiera tenido un carácter tan dado a la caridad, probablemente ambas vivirían en una casa mucho mejor que la suya propia, pese a que ella vivía en la casa comunal de la jarl. Sin embargo, el piso superior de la Cabaña era tan modesto como cualquier otra choza de Morthal; sus estancias no tenían separación alguna y ni siquiera tenían un baño. Lo que debía reconocer es que ninguna otra casa era tan pintoresca como aquella. Los coloridos ingredientes y los frascos de pociones daban un toque místico a la habitación. Y en una esquina apartada, en una estantería de tamaño considerable, había un montón de libros de alquimia, de entre los cuales destacaba por su gran desgaste la Guía del Herbolario de Skyrim.
Idgrod desvió la mirada hacia la ventana a su lado mientras Alicent, sentada de espaldas a ella en una banqueta de madera, se desanudaba el vestido para enseñarle la cicatriz. Seguía lloviendo. Las gotas que caían y chocaban contra el cristal eran lo único que se podía apreciar debido a la niebla, pero en los meses cálidos del año, desde allí se veía el pantano y también el camino que llevaba hasta el cementerio. Recordó la cantidad de veces que se había imaginado yendo a adornar una tumba vacía antes de que Alicent apareciera sana y salva. Se le aguó la mirada y se sorbió la nariz, tratando de recomponerse y controlar el nudo en su garganta.
Idgrod volvió la mirada hacia la espalda de su mejor amiga y se aguantó las ganas de darle un abrazo. No tenía ganas de hablar sobre cómo se había sentido cuando la imaginó muerta, o algo peor. 
—Mamá dice que es bonita. ¿Crees que lo es? —preguntó Alicent, sacándola de sus pensamientos. 
Tardó unos segundos en caer en la cuenta de a qué se refería. Idgrod se mordió los labios por dentro. No, no se lo parecía. Curiosa, sí, pero no había nada de bonito en ella; ni en su forma de rayo, que recordaba el peligro que corrió cuando se la hizo; ni tampoco en sus colores violáceos, más propios de las flores, de la magia o incluso del cielo nocturno; y menos en el ligero tono marrón de la piel muerta que ahora cubría algunas zonas de la herida. 
—Ya te dije que sí —mintió, al igual que había hecho la tarde anterior.
—Por más que lo intento, solo consigo verme el hombro —dijo Alicent con fastidio, como si no la hubiera escuchado. 
Alicent hizo su mejor esfuerzo por ver más allá de su hombro, bizqueando en el intento, poniendo una mueca que consiguió que Idgrod soltara una risa. Al darse cuenta de que se reía de ella, juntó los labios y los echó hacia afuera en un mohín, y se subió de nuevo el vestido, ofendida.  
—Ahora está prácticamente cicatrizada. Dentro de poco no quedará ni rastro de ella —prometió. 
Alicent la miró de reojo y sonrió esperanzada, yendo después a dejar el taburete bajo la mesa. Junto a esta había una estantería llena de diferentes sales. Allí se entretuvo un rato, aplastando varias sales entre los dedos que luego se llevó a la boca. Al ver la expresión que puso, asqueada pero maravillada al mismo tiempo, Idgrod volvió a sonreír. 
Es tan cría todavía… Esa idea la llevó a pensar en algo más. 
—Oye —susurró, tras mirar con cautela hacia las escaleras. Aunque era casi la hora de comer, Lami seguía en la tienda, así que no podía interrumpirlas. Aun así, a Idgrod le preocupaba que pudiera escucharlas—. ¿Cómo llevas lo otro? Ya sabes… —preguntó con cuidado, bajando el tono de voz. Alicent se tensó visiblemente y ella la miró con arrepentimiento—. Lo siento. Si no quieres, no tenemos que hablar de ello. 
—Ayer vino a la tienda —confesó tras pensarlo. 
Idgrod la observó en silencio y tuvo la sensación, por la forma en la se mordisqueaba el labio con nerviosismo, de que quería hablar de ello pero no sabía cómo hacerlo. Se tragó el reproche porque no se lo hubiera contado antes, aunque llevase ahí ya varias horas. Después de lo nerviosa que se puso la primera vez, cuando le contó lo que había ocurrido en el Cerro, no le extrañaba ni un poco que su amiga estuviera tan reticente.
—Espero que viniera a disculparse, después del comportamiento que tuvo —dijo tajante. 
—Solo quería saber si le conté a alguien lo que pasó en el Cerro —replicó desanimada.
Aunque lo intentó, no pudo evitar la mueca de desagrado al oírla. Ni tampoco el enfado contra la propia Alicent, por lo decepcionada que parecía al respecto. 
—¿Y lo hiciste? A parte de mí, claro. —Lo preguntó por preguntar, ya que podía imaginar la respuesta. La otra opción sería su propia madre y, si Lami estuviera al tanto, Seth no habría podido ni acercarse a la tienda.
Alicent negó mientras se sentaba en su propia cama, pegando la espalda contra la pared.
—Le dije que solo a ti. 
Idgrod desvió de nuevo la mirada, tragándose un resoplido. En momentos así, le gustaría tener un carácter más similar al de Joric, quien no tenía ningún pudor en decir a la gente las cosas a la cara. Así podría decirle a Alicent que lo que había hecho era una estupidez; Seth se merecía, como mínimo, alguna réplica que lo hiciera quedar con la intriga, para que la incertidumbre le revolviera las tripas, dejándolo hecho un manojo de nervios. 
—Voy a verlo esta tarde —admitió después de un largo silencio en el que pensó en lo incómodo que iba a ser el encuentro. 
Tenía claro que lo iba a ser antes de eso, pero con Seth siendo consciente de que sabía lo que había hecho, lo sería todavía más. Aún no había llegado la hora y ya se sentía agotada. 
Alicent se tensó sobre la cama y la miró con sorpresa. 
—¿Qué?
Se encogió de hombros, restándole importancia y dejando claro que no era por decisión propia.
—Falion lo ha invitado a mis clases de literatura e historia.
Aunque se notaba a leguas que Alicent quería preguntar más al respecto, no dijo nada. Idgrod intentó cambiar de tema para relajar la situación. Se acercó hasta la mesita de noche de su amiga, sobre la que había un libro que, si no era nuevo, era la primera vez que veía en la Cabaña. 
—Juego en la cena —leyó el título grabado sobre el cuero de la portada antes de abrir el tomo—. ¿Es nuevo?
—Es un regalo de Don Dogma…
La invadió una sensación familiar, como si algo tirase de su consciencia hasta sacarla de sí. Las palabras de Alicent cada vez se hicieron más distantes, hasta que no pudo oír ni entender nada de lo que su amiga dijera o hiciera.
Alguien sostenía una daga sobre la palma de ambas manos. La daga era impresionante, su vaina negra tenía el símbolo de Oblivion, la terminación de la guarda del arma era puntiaguda en ambos sentidos y varios pinchos nacían también de la base del pomo. Las manos pertenecían probablemente a un joven de tez blanca, y la zurda tenía una cicatriz distintiva que iba desde la base del índice hasta casi la mitad de la palma.
—¡Viene mamá!
La voz de su amiga la devolvió al mundo. Parpadeó un par de veces desorientada, sin entender muy bien qué acababa de ver. En ocasiones las visiones venían así, como una simple imagen. Idgrod maldijo para sí, sabiendo que aquella intriga la iba a tener en vilo hasta que consiguiera encajar la pieza en su realidad. Siempre pasaba igual. 
Se volvió hacia su amiga y, para su alivio, comprobó que ella no se había dado cuenta de lo que acababa de pasar. El crujido de las escaleras bajo los pasos de Lami fue cada vez más notable y, al poco, la puerta se abrió. La alquimista estaba un poco despeinada y parecía agitada, pero sonrió en su dirección como si esas cosas no tuvieran ninguna importancia.
—Voy a preparar la comida. Idgrod, ¿te quedas con nosotras?
Idgrod negó lentamente, con agradecimiento. 
—Hoy no puedo, pero gracias, Lami.
La mujer le quitó importancia con un gesto. Por su parte, Alicent la miró haciendo un puchero. Idgrod supo lo que quería. 
—¿Quieres que venga mañana también? 
Alicent asintió varias veces. 
—Entonces nos vemos mañana. —Le guiñó un ojo a Alicent a modo de promesa muda y su amiga sonrió, asintiendo. 
—Por la mañana —matizó la joven. 
—Por la mañana —prometió. 
Tras esto, Idgrod marchó a la carrera hasta su hogar, en el otro extremo de la villa. El Salón de la Luna Alta tenía una segunda planta parcial compuesta por dos habitaciones, cada una con su palco propio, a las cuales se accedía por las escaleras que había a cada lado del gran salón; su habitación y la de su hermano. No tenía mucho más de una hora hasta su clase con Falion así que, después de informar a su madre de que no comería con la familia, subió a su cuarto. 
Sacó su diario de entre el colchón y el armazón de la cama, tomó asiento en su escritorio e intentó representar lo mejor posible la daga que había visto antes, en casa de Alicent. Mientras lo hacía, escuchó con fastidio al Legado Taurino discutir acaloradamente sobre cómo se estaban gestionando los recursos aquel invierno. Joric tiene suerte. Debajo de su habitación estaba el cuarto de sus padres, y allí no había nadie hablando a voces por las tardes. Al mismo tiempo, tampoco se podía quejar. Al menos tengo intimidad. No se podía imaginar viviendo en una casa abierta como la de su amiga, sin un cuarto propio en el que poder relajarse.
Mientras esperaba a que se secara la tinta aprovechó para escribir una carta a Hari, contándole cómo habían ido las cosas desde que había vuelto de Soledad. Sintió un vacío agradable en el pecho al recordar las semanas que habían pasado juntas en la capital.  Todavía no había terminado cuando la puerta se abrió y su padre entró. Dejó un plato de pan y queso sobre el escritorio y le revolvió el pelo con cariño. Idgrod agradeció el detalle con una sonrisa, pero su padre se había quedado serio mirando el dibujo.
 —¿Sabes qué es? —preguntó curiosa.
Supo por la expresión de su padre que estaba haciendo memoria. Mientras esperaba, pellizcó un pedazo de pan y cogió una onza de queso tras darse cuenta del hambre que tenía. 
—Sé que es la Cuchilla de Mehrunes, pero no me preguntes más —dijo al fin—. ¿Otra visión?
Idgrod suspiró antes de asentir. 
—Una breve. Solo vi la daga y las manos que la sostenían. 
Las cejas de su padre, pobladas, casi se tocaban cuando fruncía el ceño. Esta vez no fue la excepción.
—Ten cuidado, ¿vale? —pidió tras un momento de reflexión—. Las cosas no suelen acabar bien cuando los daedra meten las narices en la vida de los hombres.
Idgrod lo miró a los ojos con seriedad, asintiendo. Tras esto, su padre salió de la habitación e Idgrod intentó terminar la carta mientras comía, pero las palabras de su padre seguían resonando en su mente, entre otras cosas; el ataque de los nigromantes, lo ocurrido durante el festival y, ahora, la Cuchilla de Mehrunes. No podía ser una coincidencia. Estaba pasando algo y ella no era capaz de descubrir el qué. Terminó por rendirse y decidió que terminaría de noche, ahora tenía una cita con Seth y con Falion. 
Aquella tarde, la clase se hizo eterna por varios motivos. Por un lado, no podía dejar de pensar en la daga, pero tampoco le podía preguntar a Falion delante de Seth, en quien no confiaba lo suficiente como para compartir dicha información. Por otro lado, sentía cada dos por tres su mirada clavada en ella. Para colmo, Falion la reprendió en un par de ocasiones por no estar participando tanto como de costumbre. Pero incluso con todo, había sido bastante enriquecedor.
Seth intervino bastante conforme Falion fue definiendo el tema. Aquel día estudiarían sobre la historia política de Tamriel. Como ella no participó demasiado, la clase no tardó en convertirse en un diálogo entre los dos magos. Eso sí, las veces que intervino aprovechó para dirigir el tema hacia sus propios intereses de forma sutil, preguntando, por ejemplo, cuánto de cierto había en las intervenciones divinas que acompañaban muchos de los relatos históricos a los que Falion había hecho alusión durante la clase. Seth pareció seguirle el hilo; estaba claro que le apasionaba el tema de lo divino. Al final, ambos hombres terminaron discutiendo sobre la dicotomía Molag Bal-Mehrunes Dagon y, aunque al principio Falion se negó en rotundo a su tesis, las preguntas de Seth lo hicieron vacilar y, para el final de la clase, el mago estaba entusiasmado ante esa nueva idea. 
Salió de la casa de Falion soltando un resoplido cargado de envidia. Aunque era molesto, no podía negarlo: Seth sabía mucho más que ella, al menos de mitología. Estaba claro que, debido a su posición social, había sido instruido en un montón de cosas. Tal vez si ella hubiera nacido en Markarth, o en cualquier otra gran ciudad, también hubiera tenido las mismas oportunidades que él. O más, al fin y al cabo, él solo era el hijo de alguien poderoso, pero ella habría sido la hija de la jarl. Allí, en Morthal, a parte de Falion, Idgrod había tenido que aprender todo por sí misma, con la ayuda de los libros y, bueno, también de sus padres. Pero estaba segura de que Seth había tenido una multitud de profesores, y ninguno le había enseñado dos veces lo mismo.  
Pisó con más fuerza la tierra, de mal humor, y el barro le salpicó las botas. Acababa de dejar la casa de Falion atrás cuando escuchó una voz que la hizo detenerse en seco.
—¡Idgrod, espera! —era Seth, que corrió hasta alcanzarla. 
Idgrod no tenía demasiadas ganas de hablar con él. El episodio con Alicent empezó a arder en su mente, de modo que, cuando se giró, le dedicó su peor cara. 
—¿Qué quieres? —espetó. 
Seth abrió los ojos con sorpresa, como si no esperara que lo tratara así. Apretó los labios y se pasó una mano por la nuca, avergonzado.
—Alicent me ha dicho que te contó todo.
Idgrod lo miró también con sorpresa y a continuación echó un rápido vistazo a su alrededor, sin poder creer que sacara el tema así como así en plena calle. 
—¿Qué…? —empezó Seth, cuando lo sujetó de un brazo y tiró de él.
—Shh —lo calló, sin mirarlo. 
Seguía lloviendo. Idgrod buscó refugio bajo el saliente de la segunda planta de la tienda de bienes generales. Caminó sobre la pasarela de madera hasta llegar a la parte trasera de la choza, elevada sobre las aguas del Hjaal. Allí la bruma los protegería de miradas indiscretas y, dado que la tienda llevaba meses cerrada desde la desaparición de Lalette, no corrían el riesgo de que nadie escuchara su conversación. Idgrod se movió hasta estar cara a cara con él y se cruzó de brazos, mirándolo con reproche. 
—¿Pero a ti qué te pasa? 
—¿A mí? —Seth sonó incrédulo. Soltó un rápido suspiro y dijo:— Mira, solo quiero decirte que me siento avergonzado. No querría haberle dicho esas cosas, pero no supe cómo reaccionar —explicó. 
Idgrod se limitó a parpadear un par de veces, incrédula. No podía asimilar lo que estaba escuchando. 
—¿Solo por eso? —preguntó al fin, sin molestarse en limpiar de cinismo el tono que le dirigió. 
Seth frunció el ceño. Parecía molesto. 
—¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Por qué otra cosa me debería disculpar? —preguntó a la defensiva. 
Seguía sin poder creerse lo que estaba escuchando. O Seth era el tipo más cínico del mundo, o ella se estaba perdiendo algo. Lo que no era normal era aquella reacción tras lo que su amiga le había contado. 
—¿De verdad me estás haciendo esa pregunta? —cuestionó, alzando ambas cejas—. Casi la violas. 
—¿Que casi qué? —La incredulidad de Seth fue tan convincente que Idgrod estuvo a punto de retractarse, pero no lo hizo. 
—Que casi la violas —repitió, cruzándose de brazos y manteniendo su mirada. 
Seth golpeó la pared de madera con la mano. Idgrod se tensó ante el repentino revés de ira del chico, que ahora se miraba la palma con fastidio. Ella aprovechó para examinarla; las manos de su visión bien podrían haber sido las de Seth, pero él no tenía ninguna cicatriz. Él resopló antes de volver a encararla.
—Para colmo. Idgrod, yo no casi nada. No hice nada que ella no quisiera y cuando dejó de querer, paré. Pero ella me siguió el juego todo el rato y no dijo que no hasta… —carraspeó y le dedicó una mirada de obviedad que la invitó a completar mentalmente la frase—. De repente empezó a llorar, ¿y yo qué hago? Pues me enfadé y le dije de todo, lo admito. Pero eso no justifica que ella diga esas barbaridades de mí. 
Sonaba tan dolido, tan traicionado, que a Idgrod le pareció sincero. Pero conocía bien a Alicent y ella jamás mentiría en algo así, y menos por venganza. Sin embargo, ahora que había escuchado esta parte de la versión de Seth, no pudo evitar preguntarse si él era consciente de lo inocente que era Alicent en ciertos temas.
—Antes de nada, dime una cosa. Cuando… cuando pasó eso —Seth tensó los hombros—. Sabías que Alicent no había estado todavía con nadie, ¿no?
—Me lo imaginaba —contestó. Pero Idgrod se dio cuenta de que no estaba entendiendo a qué se refería. 
—Seth, ella no sabía lo que estaba pasando hasta que casi ocurre. 
Seth frunció el ceño. 
—¿A qué te…? —se quedó a medias y abrió los ojos de par en par, completamente sorprendido—. Vaya. Eso explica algunas cosas. 
La chispa de mortificación que cruzó sus ojos cuando comprendió la magnitud de lo que había hecho hizo que Idgrod creyera que ya se había resarcido al menos un poco. Aun con todo, permaneció cruzada de brazos, dando vueltas a la versión de Alicent. Ella le contó que él había insistido bastante. 
—¿Creías que las cosas se hacían por la fuerza e insistiendo? 
Todo lo que había pensado de él durante la clase, sobre sus altos conocimientos, empezó a tambalearse. ¿Sus instructores tuvieron tiempo de hablarle de dioses y ninguno había podido comentarle cómo funcionaba la intimidad entre dos personas? 
Entonces Seth desvió la mirada, incómodo. Idgrod frunció el ceño.
—Yo… En mi casa sí era lo normal, Idgrod —dijo Seth, con la voz cargada de vergüenza. 
Aquello le cayó como un jarro de agua fría, trayendo de vuelta a su mente lo que Alicent le había contado unos días atrás sobre su conversación con Alva. Desde luego, Seth no se había criado en un entorno precisamente sano. 
—Pero… —volvió a hablar Seth—. Ahora ya sé que no lo es, y… la verdad que todavía no sé cómo debo sentirme, pero sí sé que no quiero volver a hacerlo. No te imaginas lo violento que fue. Para ambos.  
Una vez más, parecía sincero. Idgrod quería creerlo, quería pensar que de verdad Seth no era un mal chico. Que todo era culpa de su padre, y que solo necesitaba que alguien le enseñara cómo se hacían bien las cosas. Apretó los labios, sin saber qué hacer.
—Prométemelo —dijo finalmente—. Promete que nunca volverás a hacer algo así. 
Seth asintió al instante, sin necesidad de pararse a pensarlo.
—Te lo prometo. A partir de ahora, haré bien las cosas.
—Está bien —cedió ella, descruzando los brazos—. Pero que sepas que te estaré vigilando —avisó, apuntándole con un dedo—. En Morthal no solemos dar segundas oportunidades. 
Seth volvió a asentir, con una pequeña sonrisa adornando su boca. 
—Gracias, Idgrod. Aunque no creo que Alicent quiera saber nada de mí después de todo.
Idgrod suspiró y se encogió de hombros. Le sonrió de vuelta, con algo de reticencia.
—Tiempo al tiempo, Seth.No quedó mucho más por decir tras aquello, así que ambos se despidieron y cada uno retomó su propio camino.
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loshijosdebal · 5 months
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Capítulo XIII: El Cerro Pedregoso pt. II
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La despertaron los rayos de sol atravesando la ventana. Seth estaba sentado a su lado en la cama, leyendo. Alicent parpadeó, aturdida. Miró a su alrededor, sin reconocer el lugar. ¿Cómo he llegado aquí? Tardó unos segundos en comprender la magnitud de la situación. Estaba en una cama, con Seth. Se puso roja de la cabeza a los pies mientras trataba de hacer memoria de lo ocurrido. 
Miró hacia el frente, hacia la pequeña elevación que representaban las puntas de sus pies bajo la pesada manta. Las respuestas llegaron a su mente por fascículos, como un puzzle que no fue capaz de resolver hasta que las tuvo ya todas. Recordó la cueva, los huevos de cauro, el falmer que la había atacado, los chillidos de los skeever, tan desesperados como ella por salir de sus celdas, y el rescate. También el beso. Se detuvo ahí, tensando los hombros. Seth la había besado. 
Empezó a temblar por los nervios y Seth se volvió hacia ella, confundido, haciendo que se congelara. Avergonzada movió el cuerpo con rapidez en su dirección, escondiendo la cara contra sus costillas. No quería que viera lo roja que estaba, por miedo a que descubriera por qué era y tuvieran que hablar de ello. 
—¿Ali? —Seth bajó una mano para apartarla. La empujó suavemente pero con firmeza—. ¿Qué estás…? —Se quedó a medias. Torturada, Alicent se había levantado y sentado sobre su regazo, de manera en que pudo ocultar la cara en su cuello. 
Seth soltó un resoplido que sonó como una risa, y ella sintió las vibraciones en su mejilla. Dejó el libro a un lado sobre la cama y Alicent cerró los ojos cuando empezó a acariciar su pelo. Lo hacía con tanto cuidado que, una vez se le pasó el susto, estuvo a punto de quedarse otra vez dormida.
—Antes estaba pensando en lo que dijiste en la cueva —dijo Seth de la nada, pasado un rato—. Entonces, ¿sabes hacer pociones?
Alicent asintió de manera tirante, volviendo a abrir los ojos para tratar de desperezarse.
—Sí —susurró al fin, mientras los frotaba con las mangas. Apoyó la sien en el hueco de su clavícula y respiró hondo antes de bostezar. Al hacerlo, sus pulmones se llenaron del aroma de su piel; incluso con todo lo ocurrido seguía oliendo bien. Y sin necesidad de un baño—. Empecé a ayudar a mamá cuando era pequeña, así que tengo mucha práctica —compartió, sin levantar la voz—. En realidad, muchas de las pociones de la tienda hace ya tiempo que las preparo yo sola. Mamá solo me supervisa. 
—¿Y te gusta hacerlo? 
—Mucho —confesó—. Es como cocinar, pero más mágico. 
Desvió la mirada hacia la pared frente a ella, contra la que estaba el cabecero de la cama. Era de la misma piedra que el resto de la casa. Alicent la miró con un poco de envidia. La suya era de madera ya vieja. En ocasiones, sobre todo en las épocas más frías, el viento se colaba por alguna abertura ocasionada por el desgaste que acompañaba al paso del tiempo, helando la casa por completo. Allí seguro que eso no pasaba ni en invierno, cuando llegaba a caer tanta nieve que el Cerro quedaba incomunicado. 
Algo se movió a su izquierda, llamando su atención. Abrió los ojos con sorpresa. Sin que se diera cuenta, Seth la había apartado de su cuello y en esos momentos sus caras estaban a solo unos centímetros de distancia. Adivinó que le había preguntado algo por cómo la miraba.
—¿Qué? —preguntó en un hilo de voz. 
—Que si te gusta la magia —respondió Seth con paciencia.
Asintió, apenada. 
—Pero… nunca tuve mano para ella.
—Está claro que la tienes —respondió Seth, con una sonrisa discreta—, solo que no de la manera en la que te gustaría. Nunca hubiera imaginado que pudieras hacer una poción de invisibilidad efectiva tú sola —completó, dejándola perpleja. 
—¿Cómo…?
—La reconocí en uno de los frascos que tiraste al suelo mientras buscabas la poción para el frío. —Alicent lo miró impresionada. Se acordaba. 
En realidad no, no recordaba qué frascos había sacado de la bolsa, pero sí que había sacado unos cuantos. Seth es increíble. Incluso en una situación como la que habían vivido, en vez de centrarse únicamente en salir de la cueva cuanto antes, Seth había estado atento a todo, por muy tonto que fuera el detalle. Ella no habría podido.
—¿Qué más cosas te gustan? —preguntó Seth. 
Alicent se bloqueó, sin saber qué decir. De pronto quiso ser un poco más interesante, como Idgrod. Contarle que era aficionada a la lectura, a la historia y demás cosas que en realidad no le importaban demasiado pero que suponía que a él sí que le gustaban. 
—Viajar —respondió pasados unos segundos, creyendo que esa parte de ella sí le agradaría—. Nunca he podido hacerlo, pero siempre he querido. ¿Tú lo has hecho?
Se sintió estúpida nada más hacer la pregunta. Claro que lo había hecho. Morthal en sí ya era un viaje; él era originario de Markarth. Y había estado también en Soledad, junto a su familia. Alicent hundió un poco sus hombros. Lo más cerca que había estado ella de Soledad había sido al estar en el pantano. 
Seth asintió, como si la pregunta le pareciera válida. Entonces, empezó a hablar de ellos. No solo conocía Markarth, Soledad y Morthal, sino que también Lucero del Alba, Carrera Blanca e incluso Riften. Alicent lo escuchó con atención y con los ojos bien abiertos, sobre todo cuando mencionó Riften. Los rumores de que la ciudad estaba llena de ladrones llegaban incluso hasta Morthal, pero Seth se mostró una vez más impresionante cuando compartió que a él no habían logrado robarle ni una sola vez. 
Seth se detuvo de golpe, sin venir a cuento. Alicent lo miró con confusión y la inquietud la inundó por completo cuando notó cómo sus ojos bajaban hacia su boca. Comprendió por fin la posición en la que se encontraban; seguía sentada sobre él, con su vestido tirante debido a sus piernas abiertas, cada una a un lado de la cintura de Seth.
Él lo había notado también, y en esos momentos ya tenía las manos apoyadas en sus caderas. ¿Cómo no se había dado cuenta? Ahora que las veía y era consciente de ellas, las sentía tan calientes a través de la tela que no concebía cómo lo podía haber pasado por alto antes. 
Subió la mirada, con un pequeño mohín en la boca. Estaba decidida a pedirle perdón cuando Seth acortó la distancia, pegando los labios a los suyos. A diferencia de las veces anteriores, Seth empezó a moverlos y a ella se le hizo natural seguir su gesto. Cuando él se apartó poco después, lo hizo dejándola con el cuerpo cargado de frustración. 
El deseo de volver a besarlo desencadenó un impulso. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia adelante y volvió a juntar sus bocas. Sin tanta soltura como lo había hecho él, pero con más ímpetu, durante apenas un segundo antes de retirarse y volver a juntarlos. Repitió el gesto varias veces hasta que Seth no permitió que se alejara de nuevo, empezando él también a besarla. Sus labios eran esponjosos y se movían sobre los suyos, animándola a imitarlo. Mientras se besaban sintió como se aferraba con un poco más de fuerza a su cintura, enviando una descarga extraña a su bajo vientre. 
Quería… algo. Pero no entendía el qué. 
Minutos más tarde Seth rompió el beso y, todavía con la respiración acelerada, ambos compartieron una mirada. Lo contempló aturdida, con el corazón retumbando en el pecho, sin saber qué pensar y mucho menos qué decir. Seth volvió a inclinarse sobre ella y besó su mandíbula para morderla a continuación. Aquello la desconcertó, pero cuando bajó un poco más y le mordió el cuello lo olvidó por completo.
Seth siguió con el juego de besos y mordiscos y Alicent no tardó en hacer lo mismo con gestos más suaves. Sonrió contra la piel de su cuello al escuchar cómo se reía, y se dejó hacer cuando Seth la apartó con una mirada traviesa. 
—Te vas a enterar —amenazó con tono juguetón, haciendo que la sonrisa de Alicent se ampliase. 
Seth la empujó hacia atrás mientras él se echaba hacia adelante, hasta terminar tumbado sobre ella. Sus cuerpos se amoldaron.
Alicent miró a su alrededor, respirando de manera superficial. No tenía forma de escapar, pero tampoco motivos para hacerlo. ¿O sí? Pensó en su madre, en que si ella la viera así lo más suave que haría sería castigarla de por vida. Pero su madre estaba muy lejos y no sabía que ella estaba allí. A salvo. Esa idea hizo brotar la culpa en su pecho. 
—Ali.
Su voz la hizo volver en sí. Suspiró bajo su cuerpo. 
—Perdón. Pensaba en mamá. ¿Sabe ella  que estoy aquí?
Seth apretó los labios y sus fosas nasales se abrieron; estiró una sonrisa. La volvió a besar con ternura.
—Te llevaré pronto —prometió, rozando sus labios con cada palabra—. No pienses en eso ahora.
Sentía una fracción de su peso sobre ella y el calor de su cuerpo era agradable. También su olor. 
—Vale —accedió, rendida al momento y con la tranquilidad de saber que pronto estaría en casa.
Seth la volvió a besar. Estuvieron así un buen rato hasta que empezó a acariciar su cuerpo sobre la ropa. Una de sus manos se abrió camino entre ambos cuerpos hasta llegar a su pecho y lo empezó a magrear. Deslizó la otra mano entre su trasero y el colchón y agarró una nalga. La situación la empezó a agobiar: no sabía si debía acariciarle acariciarlo también, tampoco dónde de ser el caso. 
Intentó frenar el ritmo y volver a cómo estaban antes, así que le empezó a hacer cosquillas. Seth cedió y siguió el juego, pero igual que la vez anterior, no la tardó en derrotar. La atrapó de las muñecas y las levantó hasta apoyarlas en el colchón por encima de su cabeza. Ese movimiento repentino de los músculos de la espalda y el hombro le arrancó un quejido. Seth paró en el acto. 
—¿Estás bien, Ali? 
Alicent lo miró, angustiada. Su expresión se mostraba tan preocupada que sintió el impulso de restarle importancia.
—No ha sido nada —aseguró, ignorando la sensación tirante que le iba desde el cuello hasta el omóplato.
—No ha sido nada —aseguró, ignorando la tirantez y el escozor entre el cuello y el omóplato.
Seth dudó unos segundos antes de sonreír otra vez y volver a besarla. No lo hizo con tanta pasión como antes, pero sus labios seguían moviéndose firmes contra los suyos. Alicent cerró los ojos y se dejó hacer, notando como hurgaba en su vestido, deshaciendo los nudos que lo mantenían firme a su cuerpo. Apretó los labios, incómoda, y Seth dejó de mover los suyos al darse cuenta. Cuando abrió de nuevo los ojos, Seth tenía el ceño fruncido y la miraba con una expresión indescifrable. 
—Enséñame la herida.
Asintió tímidamente, sin atreverse a negarse. Si eso era lo que necesitaba para estar más tranquilo, se lo podía conceder. 
Ambos se incorporaron y se sentaron en la cama. Seth hizo caer nuevamente el vestido y ella intentó cubrirse el pecho, ruborizada.
—¿Qué haces? —El tono que usó Seth, como si hubiera hecho una estupidez, hizo que se tensara—. Ya te dije que no debes tener vergüenza conmigo. A fin de cuentas, ahora eres mi chica, ¿o no? Mira —se llevó las manos al cuello y se desabotonó la camisa. Se la quitó, quedando con ella en la mano—. Yo tampoco la tengo contigo. 
Alicent clavó la mirada en el pecho de Seth, viendo como subía y bajaba al ritmo de su respiración. Dejó caer los brazos a los lados de su cuerpo, todavía sin decir nada. Aquello era tan vergonzoso como lo fue antes de dormir. Incluso más, porque él también estaba semidesnudo. 
No se parece en nada a Benor, notó. No era que Alicent fuera una experta en el cuerpo de Benor, y menos sin ropa, pero había sido justo ese año, durante la época más calurosa, cuando lo había visto casi desnudo en el río una tarde especialmente sofocante. Donde Benor tenía una gruesa capa de pelo oscuro que impedía ver bien su pecho, Seth no tenía nada. 
Como si hubiera recibido una nueva descarga eléctrica, algo se activó en su cerebro, logrando que volviera los ojos hacia los de Seth y lo mirara con sorpresa. 
Ella. La chica de Seth Athan. No lo podía creer.
El siguiente beso que le dio Seth consiguió sentirse raro incluso entre la niebla que espesaba su mente en ese momento. Seth la apretaba con tanta fuerza contra él que podía notar los latidos de su corazón contra su propia piel. Sintió cómo movía las manos por su cuerpo, ascendiendo lentamente por sus costados al mismo tiempo en que se retiraba un poco, sin dejar de besarla. Alicent creyó, por la manera en la que subía directo a esa zona, que le iba a tocar los pechos. Pero Seth se separó, a solo unas pulgadas, y le dedicó una pequeña sonrisa. 
Gran parte de ella estaba aliviada, pero otra, terriblemente decepcionada. 
—Ahora sí —dijo Seth—. Veamos cómo está tu espalda. 
La rodeó, y Alicent aprovechó eso para intentar recomponerse. Se cubrió el pecho con una mano, incómoda. No tanto por el frío, algo mitigado por el fuego de la chimenea calentando la habitación, ni por la presencia de Seth en sí, sino por la falta de costumbre. 
Cerró los ojos, sintiendo los dedos de Seth recorriendo su espalda, siguiendo lentamente con sus yemas lo que supuso que era el trazo de la herida. A medida que empezó a describirla, ella fue sintiéndose cada vez más ansiosa. Sonaba como algo demasiado aterrador para lo poco mal que se sentía en esos momentos. Cuando Seth llegó a la mitad de la columna reabrió los ojos y se atrevió a girar por fin la cabeza para echar un vistazo. 
Se quedó sin aliento. Seth había sido bastante amable con sus palabras; la herida se veía espantosa. Alicent no entendía cómo, con ese aspecto, había podido siquiera pensar en besarla. 
Como si hubiera oído sus pensamientos, Seth aún detrás de ella le apartó el pelo de su hombro hasta dejarlo caer por su espalda y besó su cuello lastimado. Alicent cerró de nuevo los ojos, mordiendo su labio inferior al sentir como sus labios se deslizaban hacia abajo por su piel hasta llegar a su clavícula. Los abrió otra vez al darse cuenta de que intentaba quitarle una manga del vestido.
—¿Qué haces? —susurró, turbada. 
Sus labios deshicieron el camino y subieron por su cuello. 
—Confía en mí —susurró en su oído. Un escalofrío agradable la recorrió por dentro y tensó los hombros. Giró la cabeza, buscándole. Se encontró con sus labios; él sonreía. Luego buscó sus ojos y encontró una mirada cargada de decisión—. Te va a gustar.
Asintió, muda ante sus palabras. No tenía claro qué era eso que le iba a gustar, pero la situación tenía algo de prohibido. Mientras Seth le terminó de quitar la otra manga, en su interior se libraba una guerra. Por un lado, las caricias y los besos de Seth eran algo nuevo y despertaban sensaciones tan agradables que una parte de ella no quería que aquel momento terminara nunca. Por otro lado, todo estaba pasando tan rápido que la otra parte estaba asustada por la circunstancia y solo quería parar de inmediato.
Seth apoyó las manos en su cintura y la levantó hasta sentarla de nuevo en su regazo, a horcajadas. Terminó de quitarle el vestido y volvió a besarla, separándose en varias ocasiones, con el ceño ligeramente fruncido. Aunque lo hacía sin decir nada, a Alicent le pareció que era porque esperaba que ella buscara otra vez sus labios, como antes. Pero la desnudez la cohibía, así que tenía que ser él quien lo hiciera. Poco a poco, los besos fueron ganando intensidad y sus manos fueron ganando terreno. Ahora, mientras se besaban, él acariciaba sus pechos. Empezó con suavidad, pero cada vez los amasaba con más ansia.
Seth se apartó de sus labios para mirarla y acarició un par de veces sus pezones con los pulgares, antes de pellizcarlos entre dos dedos y apretarlos varias veces. El gesto la cogió por sorpresa y se le escapó un gemido. Una vez más, descubrió una reacción inesperada de su cuerpo y la guerra se intensificó en su interior. 
Él la miró divertido. Intentó bajar la mirada, pero él sostuvo su barbilla y lo impidió. 
—¿Te  gusta cómo se siente? —Alicent abrió los labios y los cerró, buscando la mejor forma de expresar que, aunque le gustaban aquellas sensaciones, tenía miedo. Pero Seth la espoleó—. ¿No dices nada?
Alzó ambas cejas, parecía expectante. Desbordada, se limitó a asentir. Se sentía perdida, sin saber si aquello era lo normal, si sus nervios estaban justificados o si ella lo estaba exagerando todo. El miedo a estropear las cosas con Seth la amordazó.
Tras su gesto, él la volvió a besar y esta vez se fue inclinando sobre ella hasta quedar tumbados. Seth hizo que lo rodease con ambas piernas mientras descendía a besos por su cuello, hasta que sus labios atraparon uno de sus pezones. Con la ausencia de ropa, cada vez que Seth se movía sobre ella, Alicent lo sentía como una descarga de gusto entre las piernas. Pero cada una de estas descargas aumentaba su ansiedad.
Pasó un rato hasta que él se separó de su cuerpo. Cuando lo hizo, empezó a bajar sus bragas. Aquello fue demasiado y la protesta salió sola de sus labios. 
—No, Seth… 
La mirada que le lanzó el chico la dejó muda. 
—Dijiste que harías lo que fuera por mí, ¿no? ¿O estabas mintiendo? 
Negó. Seth sonrió.
—Entonces hazlo por mí —susurró, al mismo tiempo en que terminó de quitarle la última prenda que le quedaba.
—Seth…
La mano del chico se coló entre sus piernas arrancándole un nuevo gemido de sorpresa. Cuando la sacó, abrió los dedos frente a ella. Sus propios fluidos envolvían sus dedos como una membrana transparente.
—¿Ves esto? Es que te está gustando, Ali. Confía en mí.
Sus palabras sonaron como una exigencia. Alicent cerró los ojos y, aunque volvió a asentir, la reticencia de él por parar agravó su incomodidad. Seth volvió a besar sus labios, pero nada volvió a ser como antes. En su estómago se formó un nudo que logró amargar las sensaciones que, hasta el momento, habían sido agradables. 
Mientras se besaban, Seth coló su brazo entre ambos cuerpos. Tras una maniobra, Alicent sintió algo duro golpear su vientre; eso mismo que antes había sentido duro bajo la tela de sus pantalones. Seth atrapó su mano y la guió hasta hacerla agarrar su miembro. Con su mano sobre la de ella, empezó a dirigir sus movimientos. 
Alicent se alzó un poco para poder ver lo que pasaba entre sus cuerpos. Seth pareció notar su curiosidad y se incorporó hasta quedar arrodillado entre sus piernas, para dejarla ver. Ella terminó sentada y abierta de piernas, expuesta ante él. Seth apretó más la mano intensificando el movimiento, entreabrió los labios y gimió. Cuando lo miró a los ojos, vio en estos el hambre, el deseo de más. Justo entonces, soltó su mano. Alicent la retiró con alivio; el agarre y aquellos movimientos habían sido algo bruscos. Entonces lo sintió. Bajó la mirada y comprobó que él estaba pasando su miembro por entre sus piernas, frotando con su cabeza toda la extensión de su intimidad. 
Aquel gesto fue como una revelación. De pronto, Alicent comprendió sus intenciones, en qué terminaría aquella situación. Me lo va a meter. La sola idea la aterró. El nudo de su estómago creció hasta volverse insoportable. Su respiración se agitó hasta hacerla hiperventilar. Intentó separarse, pero él no la dejó. Seguía frotando su miembro contra ella, deteniéndose cada vez más en su entrada.
Las lágrimas se desbordaron de sus ojos y rodaron por sus mejillas. Se apoyó en la cama para ganar impulso y, esta vez sí, se logró alejar. Él alzó la mirada lentamente; su ceño estaba fruncido y sus ojos exigían una explicación. 
—Para… Seth, para… por favor. No me siento bien… 
Seth se detuvo y se quedó en silencio un rato, sin cambiar la mirada. Finalmente, su boca se frunció en una expresión de ira y desagrado. Guardó el miembro en los pantalones y los empezó a anudar con parsimonia, sin quitarle la mirada de encima. Avergonzada, no pudo soportarlo; la culpa por haber arruinado la situación vino a sustituir al nudo de su estómago. Intentando evadirse, buscó las bragas por la cama y se las puso tan pronto las localizó. No se dio cuenta hasta ese momento de lo mucho que estaba temblando. 
—Ya veo… —Con las lágrimas todavía en las mejillas, Alicent lo miró en silencio al escuchar la decepción en su voz. Lo siguiente que dijo Seth consiguió hundirla un poco más—. Eres igual que Alva. Solo quieres jugar con la gente. 
—Eso no es… 
—Eso no es qué, ¿verdad?—la cortó. Estaba muy enfadado—.  ¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Tenerme detrás como a Joric? Porque, por si no te has dado cuenta, eso es exactamente lo que hace Alva con Benor. 
Aquella acusación empeoró su llanto e hizo temblar su labio. Sentía que lo había decepcionado por completo.
—No estás siendo justo —se atrevió a decir. Solo estaba asustada y nerviosa. Tal vez si no quisiera ir tan rápido… 
—Tú eres la que no es justa conmigo. Te he salvado la vida, dado pociones, asilo, y mira cómo me lo pagas. 
Alicent se encogió en el sitio. Tenía razón. Agachó la mirada, con las manos hechas puños sobre las piernas. 
—Seguro que, en realidad, ni siquiera quieres ser mi novia—dijo Seth, tras soltar una risa incrédula. 
—¡Pues claro que quiero! —protestó de inmediato, con desconsuelo.
—¿De verdad? 
Alzó la vista para reafirmarse, pero, al hacerlo, notó que Seth tenía una mano en su pantalón, sobre su entrepierna. Su mirada firme unida a su gesto dejó claro lo que implicaban sus palabras. Negó sin ser consciente de que el gesto se podría malinterpretar. 
Seth se quedó de piedra, mirándola. Ninguno dijo nada durante por lo menos un minuto, hasta que Seth le dio la espalda y empezó a ponerse la camisa. Alicent bajó de nuevo los ojos hacia la manta, sin poder creerse lo que acababa de pasar. Quiso levantar la voz y decirle que sí, que quería estar con él; pero no así, al menos no por el momento. Pero, por mucho que lo intentó, las palabras no salieron de su garganta. 
—¿A qué esperas? —preguntó él de malas formas, sin girarse—. Vístete. Nos marchamos. 
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