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La paradoja de la posesión: cómo la obsolescencia nos hace esclavos de lo que poseemos
Vivimos en un mundo diseñado para consumir, no para conservar. Desde que nacemos, somos parte de un sistema donde el valor de las cosas no radica en su durabilidad, sino en su capacidad de ser reemplazadas. Este fenómeno, conocido como obsolescencia programada, asegura que todo lo que poseemos tenga una fecha de caducidad: ropa que se desgasta demasiado rápido, dispositivos que dejan de funcionar tras unas pocas actualizaciones, e incluso conocimientos que pronto son declarados obsoletos por el avance imparable de la tecnología y las industrias.
¿El resultado? Nos convertimos en esclavos de lo que poseemos. Lo que inicialmente fue creado para hacernos la vida más fácil termina por controlarnos. Los productos que compramos no solo requieren ser reemplazados, sino que nos obligan a invertir tiempo, energía y dinero en mantenernos al día con un sistema que nunca se detiene. Este ciclo es impulsado por una simple razón: las empresas priorizan sus ganancias por encima de cualquier otra consideración, incluido el bienestar del consumidor o la calidad de lo que producen.
Reflexionar en este sistema puede ayudarnos a encontrar la forma de vivir de manera más consciente. Una opción es valorar más lo que ya tenemos, resistiendo la presión de reemplazar algo que aún funciona. También podemos priorizar el conocimiento atemporal, ese que no depende de modas o avances tecnológicos, este que nos ayuda a desarrollar un carácter fuerte y un propósito claro.
En este sentido, los principios cristianos nos ofrecen una perspectiva valiosa. La Biblia nos recuerda que “la vida no depende de las muchas cosas que uno tiene” (Lucas 12:15). Este recordatorio es un antídoto contra el consumismo desenfrenado, ya que nos invita a centrar nuestra vida en valores más duraderos: relaciones significativas, la búsqueda de la sabiduría y un propósito que trascienda lo material.
Así, aunque no podamos escapar por completo del sistema en el que vivimos, podemos tomar decisiones que nos permitan ser menos dependientes de él. Esto podría significar reparar en lugar de reemplazar, aprender a discernir entre lo esencial y lo superfluo, y recordar que las cosas que poseemos deben servirnos, no esclavizarnos. En última instancia, la clave está en reconocer que nuestro valor no está en lo que poseemos, sino en lo que somos.
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Es extraño. Muchas veces no registras los momentos importantes a medida que ocurren. Solo ves que eran importantes cuando miras hacia atrás.
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