En el apacible pueblo de Silverpine, Ryan Calloway ha vivido una vida casi perfecta: amigos leales, una novia encantadora y un verano por delante lleno de días en el lago y noches de fiesta. Pero todo cambia cuando una fuerza oscura se desata dentro de él. Un ataque inesperado despierta su magia, un legado que sus padres intentaron ocultarle toda su vida. Ahora, es el centro de un peligroso tablero en el mundo sobrenatural, donde brujos, vampiros y hombres lobo se mueven entre sombras, algunos queriendo protegerlo… y otros queriendo poseerlo. Mientras su vida se desmorona y la confianza en su propia naturaleza se tambalea, Ryan se encuentra atrapado en un triángulo imposible. Dylan, su mejor amigo y un hombre lobo con sentimientos reprimidos, haría lo que fuera para protegerlo, incluso si eso significa arriesgar su propia vida. Por otro lado, Sebastian, un vampiro letal y encantador, se siente inexplicablemente atraído hacia él, desafiando siglos de obsesión por alguien más. Con cada paso que da, Ryan se sumerge más en un mundo donde el peligro acecha en cada esquina y donde su propia magia, incontrolable y desconocida, podría ser tanto su mayor poder como su peor condena. Mientras sus seres queridos corren peligro y viejos secretos salen a la luz, Ryan deberá decidir en quién confiar… y hasta dónde está dispuesto a llegar para sobrevivir. En Silverpine, nadie es realmente lo que parece. Y Ryan Calloway está a punto de descubrirlo de la peor manera.
Don't wanna be here? Send us removal request.
Text
CAPITULO 20: Lo prometo.
El reloj seguía su marcha implacable.
Tic. Tac. Tic. Tac.
Ryan se pasó la mano por la cara, exhalando con frustración. No podía seguir así. No podía seguir pensando en Dylan y Alison, en lo que podrían estar haciendo.
Se puso de pie otra vez, incapaz de quedarse quieto. Dio vueltas por la habitación, cruzando de un lado a otro, sintiendo que el aire estaba pesado, sofocante.
Y entonces…
¡BAM!
Un golpe brutal en la puerta de entrada sacudió toda la casa.
Ryan se detuvo en seco.
Su corazón se saltó un latido.
Después, un grito.
—¡AYUDA!
Ryan sintió su piel erizarse.
Era una voz desesperada. Rota.
Algo dentro de él se apretó con fuerza.
Y en el mismo instante en que el sonido golpeó sus oídos, sintió una energía recorrerle la espina dorsal.
Era salvaje. Fuerte. Pero estaba… herida.
Era un lobo.
Casi muerto.
Dylan.
Su primer pensamiento fue él.
Pero no.
No era su voz.
Dylan no estaba ahí.
Ryan no entendía cómo lo sabía, pero lo supo con una certeza absoluta.
Aún así, la sensación de peligro no disminuyó.
La energía herida estaba abajo.
Sintió a su padre moverse. Sintió a los padres de Dylan reaccionar también, dirigiéndose a la fuente de aquella presencia débil, agónica.
Ryan salió disparado de su habitación.
Bajó las escaleras de dos en dos, casi tropezando, con el corazón golpeándole el pecho.
Cuando llegó a la planta baja, lo primero que vio fue la sangre.
Demasiada sangre.
Y entonces la vio a ella.
Alison estaba en el suelo, medio apoyada contra la pared, su cuerpo casi cayendo en el de Roland, el padre de Dylan, quien intentaba sostenerla.
Estaba empapada de sangre, el rostro cubierto de cortes, el cabello pegado a la cara por la humedad de su propia herida. Respiraba con dificultad, su pecho subiendo y bajando de manera errática.
El padre de Ryan estaba inclinado sobre ella, sacando un pequeño frasco con un líquido ámbar, que le ofreció con rapidez.
—Bebe esto. Te ayudará a sanar.
Las manos de Alison temblaban cuando intentó sostener el frasco. Sus dedos estaban teñidos de rojo.
Pero su mirada no buscaba a su propia herida.
Estaba buscando algo.
Alguien.
Ryan lo supo en el momento en que sus ojos, vidriosos y cargados de dolor, se encontraron con los suyos.
Y en ese instante, Ryan sintió el pánico.
Era por él.
Ella lo estaba buscando a él.
Su pecho se contrajo con fuerza, una punzada de frío recorriéndole la espalda.
—Lo tienen… —murmuró Alison, su voz rota, temblorosa.
El miedo de Ryan se convirtió en un torbellino.
No.
No. No. No.
—¿Quién? ¿A quién tienen? —preguntó, aunque su garganta ya conocía la respuesta.
Alison tragó con dificultad.
—Lo van a matar… —susurró, una lágrima deslizándose por su mejilla sucia de sangre.
El aire se escapó de los pulmones de Ryan.
Su mundo se congeló.
No necesitaba más palabras.
Dylan.
El vacío en su pecho se convirtió en fuego.
Su cuerpo se dejó caer de golpe a su lado, no con brusquedad, pero con una urgencia que no podía contener.
—¿Dónde? ¿Quién lo tiene? —insistió, sintiendo su propia voz ahogarse en su garganta.
Alison intentó hablar, pero el dolor era demasiado. Su boca se abrió, pero solo salió un sonido quebrado.
Ryan sostuvo sus hombros con desesperación, pero ella apenas tenía fuerza para sostenerse en sí misma.
Por favor…
Necesitaba respuestas.
—Dímelo, Alison. Dímelo.
Ella cerró los ojos un momento, como si juntara lo poco que le quedaba de aliento.
Y entonces, sus labios se separaron otra vez.
—Bosque… estanque… —logró decir, con un hilo de voz.
Ryan no esperó más.
Se puso de pie en un segundo, su respiración entrecortada, el pecho golpeándole con la fuerza de una tormenta.
Se giró hacia la puerta.
Pero antes de dar un solo paso, alguien se interpuso en su camino.
—No.
Era su padre.
Ryan se detuvo en seco.
Los ojos de su padre estaban llenos de preocupación.
—No puedes ir solo. Es peligroso.
Detrás de él, los padres de Dylan también se habían movido.
Roland, con su rostro endurecido, negó con la cabeza.
—Es una trampa.
Ryan sintió la furia crecer en su interior.
—No me importa.
Intentó moverse, pero su padre lo sujetó del brazo.
—Ryan, escúchame…
No había tiempo.
No había opción.
Sabía que ellos nunca lo dejarían ir.
Sabía que lo detendrían.
Y sabía que Dylan estaba muriendo.
Su mano se levantó casi por instinto, con la palma abierta hacia su padre.
—Lo siento.
Una corriente de energía salió de sus dedos.
En un parpadeo, su padre cayó inconsciente en sus brazos.
Ryan lo sostuvo con cuidado, asegurándose de que no se golpeara al caer.
Lo dejó suavemente en el suelo.
Los padres de Dylan lo miraron, tensos, sus instintos gritándoles que debían detenerlo.
Pero su hijo estaba en peligro.
Y Ryan lo vio en sus ojos.
Vio el miedo.
El dolor.
Y la impotencia de saber que no podían hacer nada.
Ryan los miró una última vez.
Después, sus ojos fueron hacia Alison.
Aún estaba en el suelo, medio apoyada en la pared.
Su cuerpo apenas se sostenía, pero su mirada aún estaba fija en él.
Fija como si todo dependiera de que él cumpliera su palabra.
Ryan sostuvo su mirada un segundo más.
Luego, asintió.
—Lo traeré con vida.
Lo prometo.
Y con esas palabras, giró sobre sus talones y salió corriendo hacia la noche.
0 notes
Text
CAPITULO 19: Tic. Tac. Tic. Tac.
Aquí tienes la escena, llena de detalles y emociones para que se sienta atrapante y real.
Ryan en su habitación: el reloj, la ventana y el infierno en su cabeza
Ryan subió las escaleras sin mirar atrás. Sabía que si lo hacía, si veía a Dylan y Alison salir juntos por la puerta, su estómago se revolvería más de lo que ya lo estaba haciendo.
Pero cuando llegó a su habitación y escuchó el sonido de la puerta principal cerrándose, no pudo evitarlo.
Se acercó a la ventana, corriendo un poco la cortina con dos dedos, y miró hacia la calle.
Dylan caminaba junto a Alison.
El sol de la tarde les daba de lleno, iluminando el cabello oscuro de Dylan y haciendo que el de Alison pareciera más dorado. Ella le decía algo y él sonreía, una sonrisa pequeña, discreta… pero ahí estaba.
Ryan sintió algo torcerse en su interior.
Los vio doblar la esquina y desaparecer de su vista.
Entonces cerró la cortina de golpe y respiró hondo.
No pasaba nada.
No tenía por qué sentirse así.
Dylan podía hacer lo que quisiera.
No era su problema.
Pero su cerebro no le hacía caso.
Se dejó caer en la cama, agarró el celular y abrió un video al azar. Ni siquiera sabía de qué era, solo quería que el sonido llenara el silencio de la habitación y lo distrajera de lo que fuera que estuviera sintiendo.
Pero su mente no lo dejaba en paz.
Los imaginó en el lago.
Alison mojándose los pies en la orilla, jugando con el agua y riendo.
Dylan, al lado de ella, con los brazos cruzados, pero relajado. Mirándola.
¿Habrían hablado sobre su relación? ¿Sobre lo que fueron antes de que ella se fuera?
¿Habrían dicho que se extrañaron?
¿Que era lindo estar juntos otra vez?
Ryan apretó la mandíbula y bloqueó el celular con un golpe seco del pulgar.
No importaba.
No tenía por qué importarle.
Pero lo hacía.
Y era jodidamente frustrante.
Se levantó de la cama y empezó a caminar por la habitación. Se pasó la mano por el cabello, se rascó la nuca, trató de concentrarse en cualquier cosa.
Pero en su cabeza seguían esas imágenes, como si alguien se las estuviera proyectando a la fuerza:
Dylan sacándose la camiseta, el agua hasta la cintura, empujando a Alison de juego.
Ella gritando, riendo, tomándolo de la mano para hacer equilibrio… o para que no se alejara.
Y luego…
Un beso.
Ryan sintió un latido violento en el pecho.
—Eres un idiota —murmuró para sí mismo, al pasar por el espejo de su armario.
Se detuvo y se miró.
Se vio con el ceño fruncido, el rostro tenso, los ojos con un brillo de enojo, o de decepción, o de algo más que no quería nombrar.
—¿Qué demonios me pasa? —susurró, apoyando las manos en los bordes del espejo.
Su reflejo no respondió.
Pero en el fondo, ya sabía la verdad.
Era celos.
Era miedo.
Era una mezcla tan enredada de emociones que no sabía si quería romper algo o desaparecer por un rato.
Se dejó caer otra vez en la cama, esta vez boca arriba, mirando el techo.
Escuchó el sonido del reloj en la pared.
Tic. Tac. Tic. Tac.
El tiempo se movía más lento que nunca.
Y Dylan aún no volvía.
0 notes
Text
CAPITULO 18: Celos del Pasado.
El sonido de una camioneta deteniéndose en la entrada sacudió la tranquilidad de la mañana.
Ryan abrió los ojos lentamente, su cuerpo aún pesado por la falta de sueño, con la sensación de que apenas había logrado descansar. Lo primero que vio fue la luz tenue de la mañana filtrándose por la ventana. Lo segundo fue a Dylan, ya despierto, de pie junto a la ventana, mirando hacia afuera.
Su espalda ancha estaba tensa, sus manos metidas en los bolsillos de su pantalón corto de jean.
Ryan no tuvo que hacer ruido para que Dylan supiera que había despertado. Como si sintiera su respiración cambiar, giró el rostro y lo miró, con esa expresión que Ryan no supo si describir como melancólica o resignada.
—Hola. Buen día —dijo Dylan, su voz apenas un murmullo.
No sonaba como el Dylan de siempre. Sonaba como un perrito mojado, con la tristeza reflejada tanto en su voz como en sus ojos.
Ryan tragó saliva y se enderezó en la cama.
—Buen día.
El silencio que siguió fue como todos los que habían estado compartiendo últimamente: pesado, incómodo, lleno de palabras no dichas. Pero también había algo más. Una tensión inexplicable que los hacía quedarse mirándose el uno al otro como si estuvieran esperando que el otro hablara primero.
Ryan finalmente desvió la mirada y se frotó el rostro con ambas manos antes de preguntar:
—¿Quién es?
Dylan volvió la vista a la ventana.
—Robert y Alison —respondió con calma. Luego se quedó un segundo en silencio antes de añadir—: Hay algo que tengo que decirte…
Ryan frunció el ceño y se sentó en la cama, sintiendo que la lista de secretos ocultos seguía creciendo. Dylan se encogió de hombros con una media sonrisa, como si pidiera disculpas anticipadas.
—Ambos son de la manada de mis padres.
Ryan rodó los ojos y dejó caer la cabeza contra la almohada.
—Por supuesto que lo son —murmuró con una risa incrédula.
Ambos se rieron, un sonido breve pero genuino. Parecía que el simple hecho de seguir descubriendo cosas ocultas era parte de la rutina de Ryan últimamente.
Pero entonces, cuando Ryan se sentó de nuevo, sintió un vacío en el estómago. Había algo que estaba olvidando. Algo que lo haría sentir muy, muy estúpido en cuestión de minutos.
Suspiró y se levantó.
—Vamos, bajemos.
Dylan asintió, pero Ryan notó que había algo diferente en su postura. No podía decir qué era, pero lo notó.
Bajaron las escaleras en silencio, escuchando el sonido de voces provenientes de la entrada. Cuando llegaron al vestíbulo, los padres de Dylan ya estaban allí, junto a los recién llegados.
Robert era alto y robusto, con una presencia que se sentía dominante sin esfuerzo. Alison, en cambio, era todo lo contrario: menuda, con el cabello castaño claro recogido en una coleta, y una sonrisa brillante que parecía iluminar toda la habitación.
Pero esa sonrisa no estaba dirigida a Ryan.
Alison dejó escapar un gritito emocionado antes de correr hacia Dylan y lanzarse a sus brazos.
—¡Dylan! —exclamó, rodeándolo con fuerza.
Dylan la atrapó con facilidad, soltando una pequeña risa.
Y ahí, justo ahí, fue cuando algo en Ryan hizo clic.
Su mente tardó un segundo en procesarlo, pero cuando lo hizo, el golpe fue instantáneo y brutal.
Dylan y Alison.
El verano pasado.
Habían sido novios.
No habían terminado porque quisieran, sino porque ella tuvo que irse.
Ryan sintió su cuerpo entero tensarse.
Una ola de calor le subió por el cuello, incendiando sus mejillas. Su estómago se revolvió, su pecho se contrajo y, sin darse cuenta, su mandíbula se apretó con tanta fuerza que casi le dolió.
Celos.
Unos celos irracionales, imposibles de justificar, porque él no tenía derecho a sentirse así.
Pero los sentía.
Y para empeorar todo, el aire a su alrededor cambió.
Las luces de la casa comenzaron a parpadear. Primero de manera sutil, apenas perceptible, pero luego con más intensidad, como si algo estuviera interfiriendo con la electricidad.
Los ojos de Ryan se abrieron con pánico al darse cuenta de que había sido él.
Controla esto, Ryan, carajo.
Pero ya era tarde. Todos lo habían notado.
Cuatro pares de ojos lo miraban.
Sus mejillas ardieron aún más.
—Perdón… —murmuró, más una pregunta que una disculpa real.
Los padres de Dylan intercambiaron una mirada, pero al final, la conversación continuó sin darle demasiada importancia al incidente. Dylan, sin embargo, no dejó de mirarlo con el ceño fruncido.
Ryan no podía soportarlo más.
Se dio media vuelta y subió las escaleras con pasos apresurados, sintiendo que si se quedaba un segundo más, iba a explotar.
Pero entonces, una voz lo detuvo.
—Calloway.
Ryan apretó los dientes antes de girarse.
Alison seguía ahí, abrazada a Dylan, con la barbilla apoyada en su hombro y una sonrisa relajada en los labios.
—Vamos a ir al lago más tarde —dijo con naturalidad—. ¿Vienes?
Ryan sintió que algo dentro de él se retorcía.
No respondió de inmediato. No podía.
Porque su atención estaba atrapada en otra cosa.
En la forma en que Alison aún tenía los brazos alrededor de Dylan. En cómo su cuerpo encajaba contra el de él como si fuera lo más normal del mundo. En cómo Dylan no se apartaba.
Ryan tragó saliva y miró a su amigo.
Dylan no dijo nada. No se movió, no reaccionó. Solo lo miró en silencio, con esa expresión que Ryan conocía demasiado bien.
Los ojos un poco tristes. Los labios ligeramente apretados.
Como si estuviera soportando algo.
Pero a Ryan no le importó lo que Dylan pudiera estar sintiendo. No ahora.
Porque su mente ya estaba corriendo en otra dirección.
Ya se lo estaba imaginando.
A Alison inclinándose para susurrarle algo al oído. A Dylan sonriendo con esa media sonrisa suya. A ella tocándole el brazo de manera casual, como si no significara nada. A él dejándola hacerlo.
O peor.
A él devolviéndole el gesto.
Ryan sintió que su piel se erizaba. Su pulso se aceleró, y de repente, las luces del pasillo titilaron. Un parpadeo rápido. Apenas un segundo.
Pero suficiente para que lo notara.
Dio un paso atrás y apartó la mirada.
—Hoy paso —murmuró.
Alison se encogió de hombros y sonrió.
—Tú te lo pierdes.
Le dio una última palmadita a Dylan antes de soltarlo y alejarse con su actitud despreocupada de siempre.
Ryan no se quedó a ver más. Subió el resto de las escaleras en silencio, con el pecho ardiendo, y se encerró en la habitación.
Se apoyó contra la puerta y cerró los ojos con fuerza.
Respiró hondo.
Luego otra vez.
Y otra más.
Pero no sirvió.
Porque cada vez que lo intentaba, lo único que veía era a Alison pegada a Dylan.
Y lo único que sentía era esa corriente extraña recorriéndole el cuerpo, como un recordatorio de que su magia ya sabía lo que él no quería admitir.
Estaba jodidamente celoso.
0 notes
Text
CAPITULO 17: Un Antes y un Después.
La habitación estaba en penumbras, iluminada solo por la pálida luz de la luna que se filtraba entre las cortinas. El aire estaba denso, pesado, cargado de todo lo que no se decían.
Ryan estaba acostado en su cama, mirando el techo, sintiendo cada latido de su corazón como si estuviera corriendo una maratón. A su lado, Dylan estaba en el sofá, con la misma postura rígida, como si su propio cuerpo fuera una trampa de la que no podía escapar.
Habían dormido juntos incontables veces. Desde niños, compartiendo noches de videojuegos hasta quedarse dormidos, hasta su adolescencia, cuando todavía no había dudas, ni silencios incómodos, ni deseos reprimidos. Pero ahora… ahora todo era distinto.
Los segundos parecían minutos.
Los minutos, horas.
Ambos mirando el techo, inmóviles, con los pensamientos girando como una tormenta sin control.
Ryan sentía cada respiración de Dylan como un eco en su propia piel. Y cuando, casi al mismo tiempo, ambos se incorporaron en sus lugares, sentándose en la cama y el sofá respectivamente, sus ojos se encontraron.
No había distancia suficiente entre ellos.
No con esa mirada.
Era una fuerza, un fuego contenido que amenazaba con consumirlo todo. Y Ryan, con el corazón acelerado, deseó dos cosas al mismo tiempo.
Quería que Dylan se levantara y fuera a su cama.
Y quería que su padre tocara la puerta diciendo que Nicole había vuelto, que había peligro, que había cualquier cosa que le diera una excusa para no enfrentar lo que estaba sintiendo.
Pero Dylan se movió.
Se levantó.
La luz de la luna dibujaba sombras sobre su cuerpo, delineando la tensión de sus músculos, la forma de su pecho, el contorno de sus brazos. Ryan tragó saliva, sin poder evitar seguir el recorrido de su mirada, desde los ojos de Dylan, bajando por su cuello, su torso, su abdomen… y cuando sus ojos pasaron por la cintura de su bóxer, se mordió el labio sin darse cuenta.
Un error.
Porque en cuanto volvió en sí, en cuanto sintió cómo su propio cuerpo reaccionaba, supo que Dylan lo había notado.
—No —susurró, mirando hacia abajo, negándose a sí mismo más que a Dylan—. Por favor, no.
Pero Dylan no retrocedió.
—Puedo ver que quieres —dijo, su voz ronca, con la misma intensidad con la que lo miraba.
Ryan levantó la cabeza y se encontró con esa mirada otra vez. No se trataba solo de atracción. No era solo deseo. Era algo más grande, más profundo, más aterrador.
—Querer y poder son cosas distintas, Dylan —murmuró Ryan.
Dylan apretó la mandíbula, dando un paso hacia él, pero se detuvo, como si una fuerza invisible lo retuviera.
—No puedo con esto que siento, Ryan —dijo con un hilo de voz, apenas un susurro—. Ya no puedo controlarlo más.
Ryan sintió su propio pecho doler.
—Hasta ayer estaba seguro de que amaba a Gwen —sus palabras eran más para sí mismo que para Dylan—. Hasta hace unos días, mi vida era 200% diferente. No puedo, Dylan. No sé si podré.
El silencio que siguió fue el más cruel de todos.
Dylan bajó la cabeza, y por primera vez, Ryan notó el temblor en sus manos, la forma en que sus hombros se hundían bajo el peso de algo que él no podía ver.
No sabía que los lobos solo se enamoran una vez.
No sabía que Dylan temía esto más que a cualquier otra cosa.
No ser correspondido.
No ser suficiente.
Sin decir una palabra más, Dylan se dio la vuelta, volviendo al sofá. Se sentó, pasó una mano por su rostro y luego se acostó, dándole la espalda. Ryan no lo vio, pero lo supo.
Sus ojos estaban llenos de lágrimas.
No hablaron más.
No porque no quisieran, sino porque si lo hacían, todo iba a romperse.
Las horas pasaron.
Ninguno de los dos dormía, pero fingían hacerlo.
Con sus cabezas dando vueltas.
Con el vacío creciendo entre ellos.
Y con la certeza de que, sin importar cuántas veces hubieran dormido juntos en el pasado, esa noche marcaba un antes y un después.
0 notes
Text
CAPITULO 16 : Revelaciones.
El aire de Silverpine estaba pesado, cargado de humedad y calor, típico de las noches de verano. Afuera, las calles todavía conservaban el resplandor anaranjado de los faroles, y la brisa era apenas un murmullo cálido que no ofrecía ningún alivio.
Dylan bajó las escaleras con pasos lentos y silenciosos, siguiendo a Ryan, quien se dirigía a la puerta principal. Había sentido la presencia de Nicole antes de verla, pero algo en la forma en que esperaba afuera lo hizo detenerse por un instante.
Ryan abrió la puerta y sus ojos la encontraron de inmediato. Nicole estaba allí, parada en la acera con los brazos cruzados, la mandíbula tensa y los ojos encendidos con una mezcla de furia y frustración. El resplandor tenue de las farolas acentuaba la dureza de su expresión.
Dylan apareció detrás de Ryan justo en ese momento, y Nicole no tardó en reaccionar.
—Ah, mirá quién apareció —soltó, su tono impregnado de resentimiento. Su mirada pasó de Dylan a Ryan con dureza—. ¿Me van a explicar qué carajo pasó hoy?
Su voz cortó el aire como una navaja. Ryan tragó saliva. No sabía si era el calor o la tensión lo que le oprimía el pecho, pero la sensación era sofocante.
—Nicole… —intentó decir algo, pero ella no le dio oportunidad.
—¡Gwen llegó destrozada, llorando, y no tenía idea de qué estaba pasando! ¡Y ustedes dos desaparecidos! —Su tono se quebró entre la rabia y la preocupación.
Dylan bajó la mirada por un instante, tensando la mandíbula.
—No fue nuestra intención—murmuró.
—¡No me digas que no fue su intención, Dylan! No respondiste ni un puto mensaje. Ni una llamada. ¿Sabés lo preocupados que estábamos?
Ryan sintió el golpe de su enojo, pero también sintió otra cosa. Algo más. Una corriente en el aire, casi imperceptible.
Nicole seguía hablando, exigiendo respuestas, lanzando preguntas como dagas, pero su rabia estaba cargada de algo más que palabras.
Y entonces, pasó.
Un escalofrío recorrió la piel de Ryan cuando lo sintió. No fue algo visible. No hubo luces, ni sombras, ni nada que alguien pudiera notar a simple vista. Pero él lo sintió. Algo en el ambiente se movió, un susurro apenas perceptible, como una vibración sutil en el aire.
Ryan abrió la boca, pero lo único que salió de sus labios fue una pregunta, dicha en un tono más bajo, pero con una intensidad que apagó todo lo demás.
—Eres una bruja.
Nicole se quedó en silencio.
Su mirada, llena de furia, pasó a ser otra cosa. No sorpresa. No miedo. Algo más profundo. Algo más peligroso.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, pero su voz no tenía la misma firmeza de antes.
Ryan sintió que su estómago se encogía. Giró la cabeza hacia Dylan, buscando algo en su rostro. Una confirmación. Una señal de que él sabía algo.
Pero lo único que encontró fue confusión.
Dylan no sabía.
Ryan volvió a mirar a Nicole. Su mente se llenó de preguntas, de sospechas que hasta hacía cinco segundos ni siquiera existían.
Si Dylan no lo sabía, ¿entonces qué significaba eso?
Nicole, su amiga. Nicole, la que siempre estuvo ahí. ¿Era una de los suyos?
¿O era algo más?
El calor pegajoso de la noche pareció intensificarse. Silverpine nunca se sintió tan asfixiante.
El aire caliente de Silverpine no solo se sentía en la piel, sino en la tensión que envolvía la escena. Ryan podía escuchar su propio corazón martillando en sus oídos, pero no era miedo lo que sentía. Era algo más. Algo que nunca antes había sentido con tanta claridad.
Dylan dio un paso al frente, su cuerpo emanaba una energía diferente, su respiración era pesada, y la ira brillaba en sus ojos oscuros. No era solo enojo. Era traición, era dolor, era la furia de alguien que había sido engañado por alguien a quien consideraba su amiga.
Apretó los puños, su mandíbula marcada por la tensión.
—Nicole —su voz era baja, pero afilada como una cuchilla—. Tienes cinco segundos para explicarte. Porque yo no sabía que eras una bruja. Pero estoy seguro de que sabías lo que soy.
Ryan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Nicole había pasado de ser una chica molesta exigiendo respuestas a algo completamente diferente.
Su postura cambió.
Su mirada dejó de ser la de una amiga preocupada para convertirse en otra cosa. Su ceja se arqueó con burla, y una sonrisa—una sonrisa maldita—se dibujó en su rostro. Sobradora. Cruel.
—¿En serio crees que puedes contra mí, perrito? —dijo con burla, estirando la mano con pereza.
Lo siguiente ocurrió en un instante.
Un sonido retumbó en la noche, seco, desagradable. Como huesos quebrándose.
Dylan se desplomó sobre sus rodillas con un grito sofocado, su rostro torcido por el dolor. Sus músculos se contrajeron como si un peso invisible los estuviera aplastando desde dentro.
—¡Dylan! —Ryan dio un paso adelante, pero la risa de Nicole le heló la sangre.
—Dos veces en un mismo día —susurró ella, inclinando la cabeza con diversión, como si se tratara de un juego.
Ryan sintió algo romperse dentro de él. Algo profundo.
Sebastian, ayúdame.
El pensamiento le cruzó la mente como un rayo, pero en cuanto sus ojos se posaron en Dylan, su amigo retorciéndose en el suelo, algo más se encendió dentro de él.
No podía permitirlo.
—¡BASTA!
Su propia voz lo sorprendió. No por el volumen, sino por el peso que cargaba. No sonó como una simple orden. Sonó como algo más. Como un decreto inquebrantable, una verdad absoluta.
Nicole jadeó y bajó la mano de golpe, como si alguien le hubiese arrebatado el control de su propio cuerpo. Dylan se desplomó, respirando agitadamente.
Pero Ryan no había terminado.
Nicole se dobló sobre sí misma, cayendo de rodillas. Sus manos temblaban y sus ojos se abrieron con algo que no había mostrado antes: miedo.
Ryan lo sintió.
Sabía exactamente lo que estaba haciendo. No era magia fuera de control. No era un arranque impulsivo. Era suyo. Su poder respondía a él como si lo conociera de toda la vida. Como si hubiera estado dormido, esperando.
Avanzó lentamente hacia ella, cada paso resonando en la calle desierta.
Nicole levantó la vista, pero no pudo sostenerle la mirada.
—¿Quién eres?
Ryan habló, pero su voz no era solo suya.
Era profunda, vibrante, como si algo más estuviera hablando a través de él.
Dylan lo miró con algo más que confusión. Por un momento, pensó que Ryan había perdido el control. Que su magia lo estaba devorando.
Pero entonces lo entendió.
Nicole no estaba sufriendo.
Ryan no la estaba lastimando.
No estaba fuera de control.
Estaba cansado.
Cansado de las mentiras. Cansado de ver a la gente que amaba en peligro. Cansado de preguntarse qué clase de vida tenía ahora.
No quería tener miedo.
No iba a tener miedo.
Nadie.
Pero nadie iba a volver a lastimar a Dylan otra vez.
El aire pareció romperse con un silbido agudo.
Ryan levantó la mirada justo a tiempo para ver una flecha surcando la oscuridad.
Iba directo a su pecho.
No hubo tiempo para pensar.
Y entonces, se detuvo.
Dylan se movió con velocidad sobrehumana, atrapando la flecha en el aire a centímetros de Ryan. Sus ojos se encontraron en el instante exacto en que entendieron lo que acababa de pasar.
Volvieron la vista a Nicole.
Pero ella ya no estaba.
El calor sofocante de Silverpine no era nada comparado con la guerra que se avecinaba.
La tranquilidad del pueblo era solo un recuerdo.
Ahora, Silverpine era un campo de batalla.
0 notes
Text
CAPITULO 15: Tres Días .
La puerta de la casa se cerró con suavidad detrás de la madre de Ryan, quien se dirigía a un viaje que duraría tres días. La sensación de la despedida colgaba en el aire, pero era algo que ya no podían evitar. En la sala, Roland Rhodes, el padre de Dylan, dirigió una mirada significativa a su hijo y luego a Ryan. Sus familias habían compartido tanto tiempo juntos que, de alguna forma, la separación ya no parecía tan dolorosa.
—Dylan, esta noche dormirás aquí —dijo Roland, con su voz firme pero serena—. De hecho, creo que sería mejor si pasaras estos días en casa de Ryan.
Dylan frunció el ceño, un poco sorprendido.
—¿Por qué? Estoy justo al lado…
Roland cruzó los brazos, con la paciencia de quien ya ha tomado una decisión.
—Es mejor y más seguro.
Ryan miró a su padre, esperando su reacción. Sabía que su amigo no necesitaba protección, pero también entendió lo que Roland estaba haciendo. Estaba dándole un empujón, una excusa para estar con Dylan sin que pareciera algo forzado.
—Me parece un plan estupendo —dijo su padre, con una media sonrisa.
Dylan y Ryan intercambiaron una mirada rápida, y sin poder evitarlo, una pequeña sonrisa apareció en sus rostros. Tres días encerrados juntos.
Subieron las escaleras en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Al entrar a la habitación de Ryan, algo se sintió distinto. No era la primera vez que estaban allí, ni la primera vez que Dylan pasaba la noche. Pero por alguna razón, la atmósfera se había cargado de algo nuevo.
Ryan sintió un cosquilleo en la panza que lo puso nervioso. Dylan, parado en medio de la habitación, no sabía qué hacer. Era absurdo; esa era la misma habitación donde había dormido cientos de noches. Pero, por primera vez, se sintió torpe, incómodo.
Se quedaron en silencio, mirándose a varios metros de distancia, hasta que Ryan se giró bruscamente, su corazón latiendo con tanta fuerza que temió que Dylan pudiera escucharlo. Fue hasta su computadora y puso música, esperando que el ruido ocultara lo que sentía.
Dylan tomó aire y rompió el silencio:
—¿Podrías contarme qué pasó hoy?
Ryan, con la vista en la pantalla, respondió con un nudo en la garganta:
—Un vampiro nos atacó. Casi matan a Gwen…
Su voz se quebró un poco, la culpa pesando sobre sus palabras.
Dylan apretó los puños al instante.
—Sebastian apareció…
En cuanto pronunció ese nombre, todo el cuerpo de Dylan se tensó. Los pelos de su nuca se erizaron y una furia latente le recorrió la espalda. Intentó disimularlo, pero no podía evitarlo. Algo en Sebastian lo sacaba de quicio.
—Nos salvó —continuó Ryan—. Y me acompañó hasta el lago.
Dylan bajó la mirada, su mandíbula apretada. Se suponía que era él quien debía proteger a Ryan. Ese era su papel. Su propósito. Pero no estuvo ahí cuando lo necesitaba.
—Lo siento —murmuró.
Ryan se giró para mirarlo.
—¿Por qué?
—Debe haber sido horrible sentir que perdías a quien amabas… a tu novia.
Ryan tragó saliva y, sin pensarlo mucho, dijo en voz baja, pero lo suficientemente claro para que Dylan lo escuchara:
—Ya no estoy de novio.
Dylan alzó la mirada, sorprendido.
—Tuve que dejar a Gwen. No podía ponerla en peligro.
Por dentro, algo en Dylan se alegró, y en ese mismo instante, se sintió el peor amigo del mundo. Gwen era su amiga. No tenía derecho a sentirse así.
Se acercó y puso una mano en el hombro de Ryan, sin atreverse a abrazarlo. No era el momento.
Ryan lo miró. No podía dejar de mirar sus labios. Y Dylan miró los suyos.
El aire se volvió denso.
Ryan mordió su labio inferior, tratando de contener lo que sentía.
—No hagas eso… —dijo Dylan, en un susurro—. Por favor.
Ryan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué no haga que cosa? —preguntó, su voz apenas un hilo.
Se acercaron, lentamente, como si algo en el aire los empujara. Estaban a punto de cruzar una línea invisible, una línea que no sabían si querían cruzar, pero que, por alguna razón, sentían que debían hacerlo.
Justo cuando estaban a milímetros de distancia, un golpe en la puerta los hizo separarse de golpe.
—Ryan —dijo su padre desde afuera—. Nicole está abajo. Te está buscando.
Ryan cerró los ojos un segundo, tratando de calmarse.
—Voy en un momento —respondió, su voz un poco más ronca de lo normal.
Al otro lado de la habitación, Dylan apartó la mirada, pasando una mano por su nuca.
Los dos sabían lo que había estado a punto de pasar. Y ninguno tenía idea de qué hacer con eso.
0 notes
Text
CAPITULO 14: Un adiós necesario
El lago seguía siendo el mismo.
La brisa cálida agitaba la superficie del agua con un leve murmullo, las hojas de los árboles susurraban al compás del viento, y el sol descendía perezoso en el cielo, tiñendo todo de un dorado cálido. En la orilla, el grupo de amigos reía, gritaba y disfrutaba sin preocupaciones. Para ellos, este era un día más de verano, una tarde como cualquier otra.
Pero para Ryan, era como si lo estuviera viendo todo a través de un cristal empañado.
Dos días. Solo habían pasado dos días desde que estuvo aquí, sentado en el mismo tronco caído, riéndose con Oliver sobre quién había leído más libros durante el año, peleando con Lili sobre cuál de los dos hacía el mejor clavado. Dos días desde que Dylan estaba allí, revolviendo su cabello cada vez que decía algo estúpido.
Ahora, todo eso le parecía parte de otra vida.
Respiró hondo antes de avanzar hacia el grupo, esforzándose por recuperar algo de normalidad.
—¡Mirá quién decidió aparecer! —gritó Nicole desde el agua, levantando los brazos.
—¿Pensaste que te ibas a librar de nosotros tan fácil? —agregó Oliver, con una sonrisa socarrona.
Ryan sonrió de lado, más por reflejo que por otra cosa, mientras aceptaba los saludos de todos. Se sentó al lado de Lili en la orilla, quien le dio un golpe en el hombro sin mucha sutileza.
—¿Y vos qué? Desapareciste sin avisar —dijo ella, arqueando una ceja.
—Sí, lo siento, tuve… cosas en la casa —respondió él, sintiendo lo insulsa que sonaba esa excusa.
Nadie pareció notarlo demasiado. Para ellos, la vida seguía igual.
Gwen apareció detrás de él y, como siempre, sin decir nada, lo tomó del rostro y lo besó. Sus labios eran suaves, cálidos, familiares. Siempre se besaban mucho, no había razón para que esta vez se sintiera diferente.
Pero se sentía diferente.
Ryan no supo por qué hasta que, cuando se separaron, su mirada bajó instintivamente a su cuello… y allí estaban.
Las marcas.
Pequeñas sombras violáceas en su piel pálida, justo donde aquel vampiro había apoyado sus manos cuando la tomó por el cuello.
El estómago de Ryan se revolvió con náuseas. De repente, su respiración se volvió superficial, y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no dejar que el pánico lo dominara.
Dios. Estuvo tan cerca de perderla.
De perder a Gwen, a su vida normal, a todo.
Desde ese momento, su mente se desconectó de la realidad. Pasó la siguiente hora sin participar en las conversaciones, sin reír con las bromas, sin responder cuando Oliver lo molestaba sobre algún comentario nerd. Solo estaba ahí, viendo cómo todo seguía igual, mientras él sentía que se desmoronaba por dentro.
Cuando la tarde empezó a caer, Gwen se acercó a él con una sonrisa suave.
—Voy a casa —dijo, tomando su mano—. Mi prima Amelia llegó de visita, pero si más tarde hacen algo, venimos juntas.
Amelia. Su mente viajó a los recuerdos de las cenas familiares, las navidades, los cumpleaños en los que siempre la veía. Su tía, su tío, sus primos… Toda la familia Stuart lo quería como a un hijo. Y él…
Él los estaba poniendo en peligro.
Apretó la mandíbula. Ya no podía seguir con esto.
—Gwen, ¿podemos caminar un poco? —su propia voz sonó tensa, como si estuviera apretando los dientes.
Ella frunció el ceño, pero asintió, entrelazando los dedos con los suyos mientras se alejaban del grupo.
Caminaron por la orilla del lago en silencio. Ryan sentía las palabras pesadas en la garganta, como piedras que no podían salir. Se obligó a hablar.
—Estoy pasando por… cosas —empezó, sin mirarla.
Gwen lo miró de reojo, esperando más.
—¿Qué cosas?
Ryan cerró los ojos por un segundo, buscando fuerzas.
—Cosas familiares. Problemas que no puedo contarte.
—Ryan… —su tono se tornó preocupado—. Sabés que podés contarme lo que sea.
Dios, ¿por qué tenía que ser tan buena? ¿Por qué tenía que hacerlo todo más difícil?
—No puedo. No esta vez —murmuró—. Y… necesito tiempo. Espacio.
El silencio que siguió fue brutal.
Gwen se detuvo en seco y lo miró, sus ojos marrones ahora empañados de incredulidad.
—No. No. No podés hacerme esto.
Ryan sintió que el corazón le dolía, pero se obligó a mantenerse firme.
—Lo siento.
Ella negó con la cabeza, con el rostro ya cubierto de lágrimas.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué así? —su voz se quebró—. Si me amás, no podés hacer esto.
Él cerró los ojos con fuerza.
—Te amo —dijo, con toda la sinceridad del mundo—. Pero esto no se trata de amor.
Gwen sollozó una vez más y, sin más, se alejó, caminando rápido hacia su casa, sin mirar atrás.
Ryan se quedó allí, sintiendo cómo todo su cuerpo se volvía pesado, como si cada fibra de su ser estuviera hecha de plomo.
Cuando llegó a su casa, Dylan estaba en los escalones de la entrada, sentado con los codos sobre las rodillas y la cabeza gacha.
Apenas lo vio, se puso de pie de un salto.
—¿Cómo estás? —preguntó de inmediato.
Ryan lo miró en silencio, sin saber qué responder. Dylan no esperó y siguió hablando rápido, atropelladamente.
—¿Qué pasó con Gwen? ¿Estás bien? Perdón por no estar, por desaparecer, por… por dejar que mis emociones me controlen y no poder cumplir con mi deber…
—Dylan, pará.
—No. No puedo parar. La noche del ataque yo debería haber estado con vos, debería haberlo sentido antes, debería haber—
Su respiración se volvió errática. Dylan, el Dylan seguro, fuerte y protector, estaba teniendo un ataque de pánico frente a él.
Ryan no lo pensó. Se acercó y lo abrazó con fuerza.
Dylan se quedó rígido por un instante, pero después se aferró a él con la misma intensidad.
No era un abrazo común.
Era desesperado. Era crudo. Era necesario.
El corazón de Ryan latía contra el de Dylan, su respiración chocaba contra su cuello, y en ese momento, en medio de todo el caos, sintió algo extraño. Algo que no entendía.
Algo que, por primera vez, le dio un poco de paz.
Entonces, la puerta de la casa se abrió.
Ambos se separaron de golpe, con los ojos abiertos como platos.
La madre de Ryan los miró con una expresión neutra, pero que contenía mucho más de lo que decía.
—Voy a estar fuera unos días —anunció, con una voz suave—. La familia de Dylan te va a cuidar.
Ryan y Dylan se miraron, ambos con una mezcla de miedo y algo más en los ojos.
Pasarían días juntos.
Días en los que no podrían evitar lo que empezaban a sentir.
0 notes
Text
CAPITULO 13: La Sombra y el Vampiro
El sol de la siesta ardía sobre Silverpine, haciendo que el aire vibrara sobre el asfalto caliente mientras Ryan y Gwen caminaban en dirección al lago. Habían tardado más de lo normal en salir de casa; entre el almuerzo y los cientos de mensajes en el grupo de WhatsApp, no tuvieron más opción que confirmar su asistencia. Ryan no tenía idea de si quería ir o no, pero no podía simplemente encerrarse y dejar que sus pensamientos lo devoraran. Además, Dylan no había respondido ni leído los mensajes.
Eso le pesaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Seguro nos alcanza allá —dijo Gwen, con un optimismo forzado. Se detuvo frente a la casa de Dylan y tocó el timbre sin dudarlo. Nada. Ni un ruido dentro. Volvió a intentarlo.
—Capaz salió antes —sugirió Ryan, aunque algo dentro de él le decía que no.
Gwen frunció los labios con preocupación pero no insistió. Con un suspiro, se giró y comenzaron a caminar por las calles desiertas. La siesta del pueblo era sagrada, y solo el canto lejano de las chicharras y el murmullo del viento los acompañaba.
Ryan intentó concentrarse en cualquier cosa, en el calor, en el crujido de la grava bajo sus zapatillas, en cómo el cabello de Gwen brillaba con la luz del sol. Pero el escalofrío en su nuca se adelantó a su vista, un instinto primitivo que hizo que su piel se erizara y sus músculos se tensaran.
Sintió la misma presencia de aquella noche.
Se giró bruscamente y lo vio.
Un hombre vestido completamente de negro, con ropa demasiado abrigada para el clima sofocante. No había hecho ruido alguno al aparecer. Simplemente estaba ahí. Observándolos.
Ryan tragó saliva y entrecerró los ojos. Algo en su interior reconoció al instante que no era humano. Desde la explosión de su magia, había adquirido una especie de sexto sentido para lo sobrenatural. Y este tipo lo irradiaba en oleadas.
El hombre sonrió con diversión, con un aire de superioridad que le revolvió el estómago.
—Qué escena tan entrañable —dijo, su voz tan suave como amenazante—. Un par de adolescentes disfrutando de su juventud.
Gwen se tensó a su lado.
—¿Quién eres? —preguntó Ryan, dando un paso al frente instintivamente.
—Alguien que no debería interesarte —respondió el hombre con una falsa amabilidad. Pero su sonrisa se torció en algo más oscuro al posar los ojos en Gwen—. Aunque no puedo evitar preguntarme qué tan fuerte eres cuando tienes algo que perder.
Ryan no entendió al principio, hasta que en un parpadeo, sin que pudiera procesarlo, Gwen ya no estaba a su lado.
El hombre la sostenía entre sus brazos con una facilidad espeluznante, como si fuera una muñeca de porcelana a punto de quebrarse. La expresión de Gwen era puro terror.
Ryan sintió que el mundo se detenía.
—¡No! —gritó, sus manos temblando de rabia e impotencia. Su corazón latía desbocado, su cuerpo vibrando con una energía que no sabía controlar. Miró sus palmas, suplicando que su magia apareciera, que hiciera algo. Pero nada pasó.
El vampiro sonrió, presionando los dedos alrededor del cuello de Gwen.
—Harás lo que quiera de todos modos —dijo con satisfacción.
Ryan sintió su garganta cerrarse.
Pero justo cuando los dedos del vampiro comenzaron a apretar, algo irrumpió en el aire con una velocidad inhumana. Un golpe brutal, un viento cortante.
El vampiro salió despedido varios metros y Gwen cayó al suelo con un gemido ahogado.
La ráfaga de viento se convirtió en un hombre.
Sebastian.
Con una facilidad desconcertante, la levantó del suelo y la dejó con suavidad junto a Ryan. El otro vampiro se reincorporó, tambaleándose, pero al ver quién lo había atacado, su rostro cambió. Pasó del enfado al miedo en una fracción de segundo.
Y luego huyó.
Ryan apenas podía respirar.
Gwen estaba en estado de shock, jadeando y con los ojos vidriosos, su cuerpo temblando.
—No... entiendo... —murmuró.
Sebastian suspiró con fastidio.
—No te preocupes, preciosa. No lo harás.
Tomó su rostro con ambas manos y la obligó a mirarlo.
—Olvidarás lo que acaba de pasar —dijo en un tono bajo y firme—. En lo que a ti respecta, ibas al lago con Ryan, pero él tuvo que desviarse.
Gwen repitió sus palabras con la voz apagada, sus ojos desenfocados.
Ryan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Ella dio media vuelta y siguió caminando como si nada hubiera pasado.
Ryan se quedó en silencio un momento, viendo cómo se alejaba, sintiéndose... sucio.
—¿Qué hiciste? —preguntó en voz baja.
—Salvé su cordura —respondió Sebastian con simpleza—. Si se hubiera quedado con ese recuerdo, probablemente habría colapsado.
Ryan sintió un nudo en el estómago.
Sebastian lo observó con una intensidad peligrosa.
—Hoy no es seguro para tus amigos. Tal vez deberías empezar a tomar distancia.
Ryan bajó la vista. Sabía que tenía razón. Pero no quería admitirlo.
El vampiro inclinó la cabeza, con esa sonrisa suya de quien siempre tiene el control.
—Quizás deberías cortar lazos con ellos... incluso con tu novia.
Ryan levantó la cabeza rápidamente, frunciendo el ceño.
Sebastian sonrió aún más.
—Perdón, no puedo evitar sonreír al pensar que estarás soltero.
Ryan sintió que se le secaba la boca.
No supo qué decir.
No quiso decir nada.
Simplemente lo miró.
Sebastian dejó escapar una leve risa y comenzó a caminar.
—Vamos, aún tienes una tarea difícil por delante.
Ryan lo siguió, sintiendo que, con cada paso, la vida que conocía se escapaba un poco más de su alcance.
0 notes
Text
CAPITULO 12: Lo peor de dos mundos. Ryan se despertó sobresaltado, con el corazón agitado y la mente hecha un nudo. Solo había logrado dormir un puñado de horas, interrumpidas por pesadillas borrosas en las que apenas recordaba caras confusas, un brillo intenso—¿tal vez magia?—y la figura de Dylan, siempre al borde de desaparecer. Se pasó la mano por la cara, notando un sabor extraño, amargo, como si los restos de la noche le hubieran quedado en la boca. Su cuerpo se sentía pesado, peor que antes de acostarse.
El insistente zumbido de su teléfono le recordó que ya era de día. Con un suspiro, lo tomó de la mesita de noche y vio múltiples llamadas perdidas y mensajes acumulados: Lili, Nicole, Oliver… Todos preguntaban lo mismo: “¿Irás al lago?” “¡Despierta, dormilón!” “¿Estás bien?” El plan del día era, como siempre, ir al lago a nadar y pasarla bien. Pero claro, nada era “como siempre” últimamente.
Ryan se incorporó, masajeándose la nuca, y se preguntó si Dylan iría. ¿Querría verlo? ¿Sería muy extraño después de la noche anterior? Una parte de él deseaba que Dylan apareciera, necesitaba hablar con él, aclarar ese revoltijo de emociones que lo atormentaba. Otra parte temía enfrentarlo, temía su propia reacción al mirarlo a los ojos y recordar cómo latía su corazón cuando Dylan estaba cerca.
—Dios… —murmuró, mirando el techo—. Un día de estos me explota la cabeza.
Se puso de pie, con la misma gracia de un zombie recién levantado, y bajó las escaleras, intentando ignorar el rugir de su estómago y el temblor leve de sus piernas. A mitad del camino, un olor familiar—una mezcla de perfume floral y champú de frutas—le hizo detenerse en seco.
—¿Gwen…? —susurró, sorprendido.
Ahí, en la sala, estaba Gwen, sentada con el celular en la mano y una expresión de preocupación enorme en el rostro. En cuanto lo vio, se levantó de un salto.
—¡Ryan! —exclamó con un suspiro de alivio—. Pensé que te había pasado algo. Te he estado llamando, mandando mensajes… ¡Creí que habías huido a las montañas para un retiro espiritual o algo así!
Ryan soltó una risa nerviosa. Su intento de humor quedó un poco forzado, pero al menos le permitió sonreír un segundo. Gwen, sin dudarlo, se acercó y le dio un abrazo rápido, como si quisiera comprobar que realmente estaba ahí.
—Lo siento, Gwen. Ayer… anoche… —buscó las palabras adecuadas, pero se encontró con la mente en blanco—. Estuve un poco ocupado con… cosas de mi familia.
—¿“Cosas de tu familia”? —repitió Gwen, alzando una ceja—. ¿Por eso no contestaste ni un solo mensaje? ¿Sabes cuántas veces llamé? Pensé que habías caído en un pozo, o que te habían secuestrado aliens, o peor, que te habías ido con Nicole a una de sus fiestas locas.
Ryan negó con la cabeza, dejando escapar una carcajada breve. Por un momento, le hizo gracia imaginar a Nicole intentando convencerlo de ir a una fiesta cuando él estaba al borde de un ataque de nervios. Pero la risa se esfumó tan rápido como llegó, dando paso a la realidad.
—Perdón. Fue una noche… difícil —dijo, rascándose la nuca. Sintió un leve rubor en las mejillas al recordar el llanto que lo venció antes de dormir—. No te preocupes, estoy bien. Solo… tengo mucho en la cabeza.
Gwen lo miró con detenimiento. Era evidente que notaba su semblante agotado y sus ojos hinchados. Trató de sonreír, pero la preocupación seguía presente.
—Me alegra que estés bien, pero no me mientas —le advirtió, en tono suave—. Si pasa algo, cuéntamelo. ¿No se supone que somos pareja?
Ryan sintió un pellizco de culpa en el pecho. Sabía que Gwen no tenía ni idea de la tormenta que se libraba en su interior: la magia que podía desatarse sin control, el consejo que lo buscaba, la tensión con Dylan… y, para colmo, ese vampiro, Sebastian, que aparecía en sus pensamientos con una sonrisa burlona.
—Lo sé —dijo, casi en un susurro—. Perdóname. De verdad, no quise preocuparte.
—Bueno, me alegra verte —respondió Gwen, intentando sonar animada—. Hoy todos planean ir al lago, ¿te acuerdas? Nicole no para de mandar mensajes. Dice que si no vamos, va a subir un TikTok de ella cantando reggaetón a las seis de la mañana frente a tu ventana.
Ryan soltó una risa involuntaria, imaginando la escena. Eso era tan propio de Nicole que, a pesar de todo, no pudo evitar sentirse un poco más ligero.
—¿En serio dijo eso? —preguntó, medio divertido, medio horrorizado.
—Claro que sí. Ya sabes cómo es. Lo cierto es que todos están preguntando si vas a ir. Y… bueno, si Dylan va a ir. —Gwen pronunció el nombre de Dylan con un matiz de curiosidad, como si se preguntara qué estaba pasando entre los dos.
Ryan sintió un escalofrío al oírlo. Su mente regresó a la noche anterior, a los ojos de Dylan, cargados de furia y celos, y al momento en que casi se transforma. ¿Cómo enfrentarlo ahora?
—No lo sé —respondió con franqueza—. Aún no decido nada.
Gwen le tomó la mano con delicadeza.
—No tienes que darme detalles si no quieres, pero… si hay algo que te preocupe, no dudes en decírmelo. Somos un equipo, ¿vale?
Ryan asintió, tragando saliva. Le habría gustado contarle todo, pero temía que la verdad fuera demasiado grande, demasiado aterradora. Pensar en que Dylan era un hombre lobo, en que él mismo tenía magia, en Sebastian rondando por ahí… ¿Cómo explicarle algo que ni él entendía por completo?
—Gracias, Gwen. De verdad. —Forzó una sonrisa, intentando transmitirle algo de calma—. Dame un par de minutos para… ya sabes, arreglarme. Luego vemos si vamos o no al lago. ¿Te parece?
—Está bien —aceptó ella, sonriendo un poco—. Pero date prisa. No quiero que Nicole cumpla su amenaza, que luego el que va a tener que lidiar con sus locuras eres tú, no yo.
Ryan soltó un suspiro, intentando relajarse un poco mientras subía de nuevo las escaleras. Pensó en lo absurdo de la situación: su vida estaba patas arriba, y aun así, tenía que preocuparse por si Nicole se ponía a cantar reggaetón en su ventana. El pensamiento le sacó una sonrisa amarga.
En el espejo del baño, se miró y casi no se reconoció: ojeras marcadas, el cabello revuelto, el gesto tenso. Sentía un nudo en el estómago. Se preguntaba si Dylan estaría tan destrozado como él. Se preguntaba también si, de verdad, podría mantener una fachada normal en el lago, como si nada hubiera pasado.
Suspiró, salpicándose la cara con agua fría, intentando apartar el miedo de su mente. “Un paso a la vez”, pensó. Primero, sobrevivir a la mañana; después, ver cómo manejar la tarde.
Y mientras el sol iluminaba perezosamente las calles de Silverpine, Ryan se preparaba para un día que prometía ser de todo, menos tranquilo. La magia, el amor y el peligro parecían conspirar para llevarlo al límite. Y él, sin más remedio, tendría que encontrar la forma de enfrentarlo.
0 notes
Text
CAPITULO 11: Solo para ti, siempre
La noche había caído y, en la casa de los Rhodes, el aire estaba pesado con la tensión que había dejado la reciente visita de Sebastian. Dylan, sin mediar palabra, se había retirado de la casa de Ryan junto con sus padres, dejando atrás el revuelo de emociones que aún recorrían su cuerpo. La puerta se cerró tras ellos, y, aunque la quietud de la noche envolvía el exterior, dentro de la casa de los Rhodes se libraba una batalla interna que Dylan temía enfrentar.
—¿Dylan? —la voz de su madre lo alcanzó cuando ya había entrado en su habitación. Ella, con sus ojos llenos de comprensión, se acercó al borde de la puerta sin atreverse a entrar, como si sintiera que el espacio privado de su hijo necesitaba ser respetado.
Dylan se dejó caer en su cama sin responder de inmediato. Su rostro estaba pálido, su mandíbula tensa, y sus manos apretadas sobre las sábanas, como si tratara de contener la furia que bullía dentro de él.
—Dylan —repitió su padre, entrando finalmente con un paso firme, más imponente que su madre, pero con el mismo cansancio en los ojos—. Necesitamos hablar de lo que pasó.
Dylan no levantó la vista, pero podía sentir sus miradas clavadas en él, esperando una reacción, una respuesta. No dijo nada al principio, solo respiró hondo, tratando de organizar sus pensamientos. La imagen de Ryan seguía presente en su mente, esa mirada de desafío y la forma en que había preguntado, sin miedo, si Sebastian era "amigo o enemigo". La duda y la rabia se mezclaban en su pecho.
—¿Por qué perdiste el control? —preguntó su madre, con un tono que no era de reproche, sino de preocupación—. Sabemos lo que significa, Dylan. Sabemos lo que sientes por él.
Dylan se tensó aún más, sintiendo que esas palabras lo desbordaban. En su interior, un grito de frustración y miedo reverberaba. No podía dejar de pensar en Ryan, en cómo cada momento que pasaba junto a él lo hacía sentir más intenso ese deseo, esa necesidad. A veces, cuando estaba cerca de Ryan, el mundo parecía girar a su alrededor, y todo lo demás desaparecía. ¿Y si eso era lo que había sentido también Sebastián, ese mismo impulso que le había hecho actuar de forma tan descarada?
—No es solo eso —dijo finalmente, su voz ronca—. No puedo dejar de pensar en él. No me importa si es un chico o no. Yo... Yo no lo puedo controlar. Y no sé qué hacer con eso.
La madre de Dylan se acercó y se sentó en el borde de la cama, tocándole el hombro con suavidad. Sus ojos estaban llenos de la misma mezcla de ternura y preocupación.
—Dylan, ya lo sabemos. Sabemos que los hombres lobo, en su naturaleza, no tienen un "amor pasajero". Cuando elegimos a alguien, lo hacemos para siempre. Eso no cambia, aunque las circunstancias lo hagan difícil. Lo sabemos bien, lo hemos vivido. Tú sabes que no es solo un sentimiento pasajero... es algo mucho más profundo, mucho más fuerte.
El padre de Dylan, que hasta ese momento había permanecido en silencio, habló entonces con un tono grave y serio:
—Eso es lo que significa ser un hombre lobo, hijo. No hay vuelta atrás. Te entregas a alguien por completo. Es un pacto que no puedes romper, ni siquiera si quisieras. No importa lo que pase, no hay forma de cambiarlo.
Dylan asintió, sabiendo que sus padres hablaban desde la experiencia. Ellos, a su manera, también habían vivido eso, aunque sus corazones no eran tan jóvenes como el suyo. Su padre, un hombre lobo experimentado, y su madre, la sabia, habían elegido su pareja una vez, y el amor que se tenían había sobrevivido a todo, incluso al paso del tiempo.
—Pero... ¿y si él no me quiere de la misma manera? —preguntó Dylan en voz baja, sus palabras llenas de dolor y temor.
—Eso no lo sabremos hasta que lo enfrentes —respondió su madre, con una suavidad que contrastaba con la dureza de las palabras—. Pero una cosa es segura, hijo. Si esto es lo que sientes, no puedes ignorarlo.
Dylan apretó los ojos, tratando de bloquear los pensamientos que invadían su mente. Sabía que sus padres estaban en lo correcto. No podía dejar de pensar en Ryan, en cómo su corazón latía más rápido cada vez que estaba cerca de él. Pero también sentía el miedo de lo que eso significaba: un amor que, aunque eterno, no tenía garantía de ser correspondido.
La madre de Dylan levantó la mirada hacia su marido, quien asintió solemnemente. No podían dejar a su hijo lidiar con esto solo. La vida de Dylan, como la de todos los hombres lobo, no sería fácil.
—Dylan, vamos a hacer todo lo posible por ayudarte. Pero tenemos que ser realistas. No es solo un tema de lo que sientes, sino de lo que puede pasar. No queremos que sufras más de lo necesario. Pero es tu vida, hijo. Es tu elección.
Dylan cerró los ojos con fuerza, deseando poder escapar de ese destino que parecía estar marcado desde su nacimiento. Pero, aunque intentó bloquear esos sentimientos, sabía que no podía. No podía ignorar lo que sentía por Ryan, aunque le aterrorizara.
Mientras tanto, en la casa de Ryan, el chico estaba acostado en su cama, mirando al techo en un silencio profundo. Los ecos de la conversación con Dylan y Sebastian seguían resonando en su mente. Pensaba en lo que había sucedido, en las palabras de Dylan, y en cómo su vida había dado un giro inesperado en cuestión de horas. Estaba confundido, pero sobre todo, asustado. Sabía que algo estaba cambiando, pero no entendía del todo lo que significaba. Su vida, su amor con Gwen, todo parecía estar a punto de desmoronarse bajo el peso de lo desconocido.
—¿Qué pasa conmigo? —susurró Ryan, mirando el techo con una expresión que delataba su frustración. Pensaba en Dylan y en lo que había visto en sus ojos esa noche. Pero también pensaba en Gwen, en su relación tranquila y segura. ¿Y Sebastián? Algo en ese vampiro lo inquietaba profundamente. Ryan no podía ignorar la atracción extraña que sentía hacia él, pero al mismo tiempo, no podía dejar de preguntarse si debía o no darle espacio a esos sentimientos.
La cabeza de Ryan daba vueltas, pero la verdad era que sus pensamientos siempre volvían al mismo punto: Dylan. El chico que había sido su amigo, su vecino. El chico que había marcado su vida de una manera que Ryan no sabía si podía controlar. El chico que, probablemente, lo amaba de una forma que Ryan no entendía por completo.
Y así, en la quietud de la noche, ambos chicos se encontraban atrapados en un mismo dilema: el amor y el miedo, la amistad y los celos, el destino y la elección. Pero ninguno de los dos sabía que, para cuando sus corazones decidieran lo que querían, todo lo que conocían cambiaría para siempre.
0 notes
Text
CAPITULO 10: Seducción Letal
La tensión se volvió palpable; en el aire se podía sentir la inminencia de un choque entre fuerzas que no se entendían del todo. Por un momento, parecía que la casa se había convertido en un campo de batalla silencioso, donde cada mirada y cada suspiro eran parte de una danza peligrosa.
Fue entonces cuando, en medio de esa tensión, la voz autoritaria y cargada de urgencia del padre de Dylan rompió el silencio:
—¡Dylan!
El grito fue tan penetrante y lleno de mando que obligó a Dylan a detenerse en seco. Con el corazón todavía latiendo con fuerza y la furia residiendo en cada fibra de su ser, Dylan soltó la mano del vampiro y dio un paso atrás. Su respiración, aunque controlada, dejaba entrever la lucha interna que había ocurrido en un abrir y cerrar de ojos.
En ese instante, las miradas de los padres se cruzaron en una mezcla de confusión y complicidad. Sabían perfectamente lo que había sucedido: Dylan, reconocido entre los suyos por mantener un dominio casi perfecto sobre sus instintos lupinos, había perdido el control en un instante, todo por la mera presencia de Ryan. El hecho de que un sentimiento tan profundo y prohibido pudiera desencadenar algo tan primitivo les llenaba de inquietud y, a la vez, de una extraña comprensión silenciosa.
Sin perder tiempo, el padre de Dylan se adelantó y, con voz grave y autoritaria, se dirigió al vampiro:
—¿Quién eres y qué buscas aquí?
El vampiro, manteniendo la compostura, se enderezó y dejó escapar una voz aterciopelada mientras respondía:
—Mi nombre es Sebastian Drake. No vine en busca de problemas, pero algo... o mejor dicho, alguien, me llamó.
Sus palabras resonaron en la sala, y por un instante, la atmósfera se cargó aún más de misterio. Sebastian hizo una pausa, recorriendo la estancia con la mirada, evaluando cada rostro y midiendo la tensión en el ambiente. Con un tono serio que no dejaba lugar a dudas, continuó:
—Algo poderoso me atrajo, una fuerza que no puedo explicar del todo, pero que me llevó directamente hasta la puerta de su casa. Sé exactamente lo que me llamó, aunque aún me sorprenda la intensidad de este magnetismo.
Al pronunciar esas palabras, su mirada se deslizó lentamente hacia Ryan. En ese instante, su voz pareció dividirse en dos: hacia los demás habló con la misma seriedad y misterio, pero al fijar sus ojos en Ryan, una sonrisa sutil y embelesada se dibujó en sus labios. Aquella sonrisa era como un destello de complicidad prohibida, un coqueteo que parecía trascender el tiempo y la lógica, revelando un interés personal que iba más allá de cualquier protocolo sobrenatural.
El aura que rodeaba a Sebastian se transformó; ya no era solo el enigmático vampiro que había irrumpido en la escena, sino un ser seductor y peligroso, capaz de desarmar con una simple mirada. Mientras sus ojos se posaban en Ryan, el aire parecía vibrar con una mezcla de deseo y desafío, dejando claro que lo que él había sentido al acercarse era algo mucho más profundo y antiguo.
El silencio que siguió fue tan denso que parecía envolver a cada persona en la habitación. Ryan, con el corazón acelerado y la mente embargada en una maraña de emociones, se encontraba dividido entre el temor y la extraña fascinación que despertaba en él la presencia de Sebastian. Cada segundo transcurrido era una eternidad, y el ambiente se llenaba de una tensión electrizante, donde las lealtades y los sentimientos parecían tambalearse al borde del abismo.
Dylan, aún recuperándose de la explosión de sus instintos lupinos, mantenía una postura defensiva a pocos pasos de Ryan. Su mirada, enrojecida y cargada de un ardiente celo, hablaba sin palabras: aquella intrusión, ese roce furtivo de Sebastian con la intención de conectar con Ryan, había despertado algo en Dylan que no podía ignorar. La furia y la protección se entrelazaban en sus ojos, creando una atmósfera cargada de celos y desafío. Nadie había visto nunca a Dylan tan alterado; él, el más sereno de los lobos, se había dejado llevar por un sentimiento tan intenso como inesperado.
Los padres, tanto de Ryan como de Dylan, intercambiaron miradas cargadas de una mezcla de confusión, alarma y una comprensión tácita de la situación. Sabían que algo trascendental estaba ocurriendo, que el equilibrio que habían mantenido durante tanto tiempo estaba a punto de romperse de manera irrevocable.
Sebastian, manteniendo la mirada fija en Ryan, pareció disfrutar de cada segundo de la tensión que había generado. Mientras sus palabras se deslizaban en el aire, parecía sintonizar con una energía oculta, aquella misma que ahora latía en el interior de Ryan. Con cada palabra, su voz, a la vez seductora y enigmática, tejía una red de misterio y promesas ocultas, dejando a todos presentes al borde de una revelación que podría cambiar sus destinos para siempre.
La escena estaba servida: un vampiro seductor, un lobo furioso, y un joven cuya existencia se encontraba en el cruce de dos mundos. Y en medio de todo ello, las miradas y los silencios hablaban más que cualquier palabra. La llegada de Sebastian Drake no era casualidad; era el preludio de una cadena de eventos que amenazaría con desvelar secretos largamente guardados y encender pasiones prohibidas.
La noche, cómplice de antiguos misterios y de nuevos anhelos, se había convertido en el escenario perfecto para el inicio de una confrontación que ninguno de ellos podría haber imaginado. Ryan, atrapado en el centro de ese torbellino de emociones, no podía dejar de sentir que su destino, y el de todos a su alrededor, estaba a punto de cambiar de forma irreversible.
Ryan cruzó los brazos y dio un paso al frente, acortando la distancia entre él y el misterioso vampiro. Todos a su alrededor parecían medir sus palabras, calculando cada movimiento con la solemnidad que la situación requería, pero él estaba cansado de sentirse fuera de lugar, de no entender qué pasaba a su alrededor, de ser tratado como un espectador cuando claramente era parte de todo esto. Así que, sin rodeos, sin formalidades innecesarias, le soltó lo primero que le vino a la mente:
—¿Eres amigo o enemigo?
El silencio en la sala fue casi ensordecedor. Nadie esperaba que Ryan hablara con tanta naturalidad, como si estuviera conversando con un compañero de clase en lugar de enfrentarse a una criatura que claramente no era humana. El vampiro lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión, ladeando ligeramente la cabeza mientras una sonrisa juguetona se dibujaba en sus labios.
—Eso depende… —respondió, su voz grave y seductora, con un tinte de burla—. ¿Quieres que sea tu amigo o tu enemigo?
Dylan gruñó bajo, lo suficientemente fuerte para que los oídos humanos lo percibieran como un murmullo amenazante. Ryan lo sintió más que escucharlo, pero no se distrajo de su objetivo.
—Esa no es una respuesta —insistió.
Sebastian soltó una leve risa, como si estuviera disfrutando del descaro del chico frente a él. Sus ojos brillaron con un interés que no se molestó en disimular.
—No soy de los malos… pero tampoco soy de los buenos —dijo, como si eso explicara todo. Luego, su expresión se tornó más pensativa, casi nostálgica—. A estas alturas, después de tantos siglos, aprendí que el único equipo al que realmente pertenezco es al mío. No necesito manadas… ni clanes… ni consejos.
Ryan frunció el ceño, captando algo en esas palabras que no le gustaba. “Siglos.” No era una exageración. Sebastian no hablaba de unas pocas décadas, sino de cientos, tal vez más de mil años. Su aura, su presencia, la forma en que los demás parecían tensarse a su alrededor… Todo tenía sentido de golpe.
—¿Cuántos años tienes? —preguntó, casi sin darse cuenta.
Sebastian sonrió, una sonrisa felina y peligrosa.
—Eres adorable, ¿sabes? —dijo, esquivando la pregunta, pero sin apartar los ojos de Ryan—. Me encanta tu curiosidad… y me gusta aún más que pareces no tener miedo de preguntar.
Dylan se tensó aún más. Cada palabra de Sebastian lo irritaba hasta el punto de que su mandíbula parecía estar hecha de acero por lo fuerte que apretaba los dientes. Su mirada no se apartaba del vampiro, como si en cualquier momento pudiera lanzarse sobre él.
—¿Qué quieres de Ryan? —intervino Roland de repente, con un tono de autoridad innegable.
Sebastian desvió la mirada de Ryan por primera vez y dejó escapar un suspiro, casi como si lamentara la interrupción.
—Nada que él no quiera darme —respondió con calma—. Me trajo hasta aquí algo que no puedo explicar… Y ahora que estoy aquí, lo entiendo perfectamente.
Su mirada volvió a posarse en Ryan con un brillo cargado de significado. Dylan, incapaz de soportarlo más, avanzó un paso, pero antes de que pudiera hacer o decir algo, sintió la fuerte mano de su padre sobre su hombro.
—Vete —ordenó Roland, su voz baja pero firme.
Dylan se giró bruscamente, con los ojos ardiendo de frustración.
—Papá…
—Vete —repitió Roland, con una mirada que no aceptaba discusión—. Yo cuidaré de Ryan.
La rabia y la impotencia hicieron que Dylan temblara por dentro. No quería irse. No quería dejarlo solo con él. Pero sabía que no tenía opción. Sin una palabra más, salió de la sala, con los puños cerrados y la mandíbula trabada.
Pero incluso en la habitación de Ryan habitación, sentado en el sofá donde había despertado junto a Ryan esa misma mañana, podía escuchar cada palabra con claridad.
—Me quedaré en el pueblo, tengo una casa aquí.. —anunció Sebastian, como si fuera lo más natural del mundo—. Estaré atento… Y si tienes curiosidad por conocerme mejor, Ryan, solo tienes que venir a buscarme.
Ryan sintió un escalofrío recorrer su espalda. No estaba seguro de si el vampiro estaba hablándole con simple cortesía o si estaba lanzándole una invitación peligrosa.
Sebastian dio un paso atrás y se preparó para irse, pero antes de desaparecer, se detuvo y volvió a mirar a Ryan con una sonrisa traviesa.
—Por cierto… —susurró—. Soy un vampiro.
Ryan sintió que el aire se volvía más denso.
—Y por tu cara —continuó Sebastian, con diversión pura en su tono—, creo que soy el primero que conoces. Eso es algo que me encanta…
Y entonces, sin más, desapareció. No caminó hacia la salida, no se despidió. Fue como un espejismo disipándose en el viento, dejando tras de sí solo una brisa helada y la sensación de que nada volvería a ser igual.
En la habitación de Ryan, Dylan apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
Había perdido el control frente a todos.
Había sentido celos como nunca antes.
Y lo peor de todo…
Sabía que Sebastian no se detendría hasta tener lo que quería.
0 notes
Text
CAPITULO 9: El Umbral de la Oscuridad
Justo en ese instante, el timbre de la puerta resonó, rompiendo el tenso silencio. Las miradas se cruzaron en la sala, cargadas de incertidumbre y el secreto de saber que todos guardaban algo oculto. No sabían si se trataba de una visita común o de alguien en busca de respuestas.
Con el ceño fruncido y la incomodidad apretando su pecho, Ryan dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. A pesar del presentimiento de peligro, parecía que nadie más mostraba temor. Detrás de él, Dylan avanzó sigilosamente, cada músculo de su rostro tenso, impulsado por un instinto inconfundible.
Al abrir la puerta, Ryan se encontró de pie en el umbral, flanqueado por Dylan a sus espaldas y, tras él, por sus cuatro protectores—los padres que lo habían criado y resguardado durante tanto tiempo. Frente a ellos, apareció un hombre elegante, impecable en su traje, con un aura de misterio que parecía desafiar la misma luz.
En el primer instante, el visitante no enfocó su mirada en Ryan; sus instintos le obligaron a percibir la presencia de la manada de lobos que custodiaba la escena, esos guardianes silentes y feroces que formaban parte de la familia. Pero en un parpadeo, su mirada recorrió cada centímetro del entorno, hasta detenerse en Ryan. En él se despertó una sensación largamente olvidada: sentirse verdaderamente vivo, como si un eco de siglos pasara a través de su ser.
Con voz sensual, profunda y grave, el hombre murmuró: —¿Qué cosa eres tú?
La pregunta quedó suspendida en el aire, cargada de un enigma que mezclaba admiración y extrañeza. Mientras hablaba, Dylan sintió una punzada de celos recorriendo su pecho al ver cómo el extraño examinaba a Ryan con una intensidad casi devoradora. Cada gesto y cada sutil aroma que emanaba del visitante confirmaban lo que Dylan ya sabía: aquel hombre era un vampiro, pero no uno común. Su porte diurno y la energía que irradiaba sugerían que contaba con la ayuda de una bruja, lo que le permitía transitar por la luz sin sufrir los rigores de la noche.
Los ojos del vampiro recorrieron lentamente a Ryan, notando en su semblante la mezcla de fragilidad y un poder latente, una dualidad que despertaba en él recuerdos de tiempos remotos. Mientras tanto, los cuatro padres los de de Ryan y Dylan se mantenían firmes detrás, sus miradas denotaban años de secretos, de una protección inquebrantable y de la responsabilidad de ocultar verdades que jamás deberían conocer otros.
El ambiente se volvió denso, cada segundo alargado por la tensión. El vampiro dio un paso adelante; la luz se posó sobre su rostro, revelando facciones que hablaban de antiguos misterios y de una belleza casi inhumana. Su sonrisa, apenas perceptible, sugería promesas y advertencias a la vez.
—Estoy aquí por una razón, —continuó, su voz impregnada de urgencia y de una promesa velada—. Pero dime, ¿qué eres tú, Ryan? ¿Qué misterio guardas en tu interior?
El eco de sus palabras se fundía con el susurro del viento que se colaba por la rendija de la puerta, y el silencio que siguió pareció trazar un puente entre el pasado y el presente. Ryan, con el corazón acelerado y la mente inundada de preguntas, se debatía entre el miedo y la fascinación. Cada palabra del vampiro parecía desvelar un fragmento de un enigma ancestral, uno que conectaba el destino de todos los presentes.
Dylan, con el rostro endurecido por la mezcla de celos y protección, se interpuso sutilmente detrás de Ryan. Su mirada desafiante se encontró con la del vampiro, y en ese instante se libró un duelo silencioso entre antiguos instintos y nuevos sentimientos. La tensión se podía cortar con un cuchillo, y el ambiente se impregnó de un magnetismo que parecía detener el tiempo.
En ese cruce de destinos, mientras las sombras y la luz se entrelazaban, la pregunta—tanteada con deseo, misterio y una pizca de desafío—revelaba que aquello era solo el umbral de algo mucho mayor. La noche había traído consigo secretos, pasiones prohibidas y un futuro incierto, en el que cada respuesta prometía abrir la puerta a nuevos enigmas.
Antes de que Ryan pudiera articular siquiera una palabra, el ambiente se volvió casi irrespirable. El vampiro, con una mirada que oscilaba entre la seducción y el misterio, posó sus intensos ojos en Ryan y esbozó una sonrisa que hablaba de una familiaridad inusual, como si sus almas se hubieran cruzado en otra vida. Con una lentitud casi teatral, levantó la mano hacia la mejilla de Ryan, sus dedos extendiéndose en un gesto cargado de intención, como si quisiera trazar secretos en la piel del joven.
Pero en el mismo instante en que la mano del vampiro estuvo a punto de rozar la piel de Ryan, Dylan reaccionó con una rapidez sobrehumana. Sin que Ryan pudiera percatarlo, Dylan se lanzó hacia adelante; en una fracción de segundo, su mano se interpuso y se cerró alrededor de la del vampiro. El contacto fue firme y decididamente protector. Un gruñido poderoso y gutural escapó de sus labios, un rugido tan imponente que pareció sacudir los cimientos de la casa. Nunca antes Ryan había visto a Dylan manifestar abiertamente la fuerza que latía en su interior, esa fuerza ancestral que definía a los hombres lobo.
El estruendo del rugido llenó cada rincón del hogar, haciendo eco en las paredes y creando una atmósfera de inminente conflicto. La transformación, aunque contenida, dejó entrever la bestia que Dylan luchaba por dominar. Mientras tanto, el vampiro, cuyos ojos habían brillado con ternura y fascinación unos instantes antes, cambió su expresión en un abrir y cerrar de ojos. Su mirada se volvió fría y cortante, centrándose en Dylan con una intensidad amenazadora que dejaba claro que la situación estaba a punto de escalar.
1 note
·
View note
Text
CAPITULO 8: El Poder Que No Puedo Controlar.
El ambiente en la casa de los Rhodes estaba cargado de una tensión palpable. La familia de Dylan, sentada en la mesa, observaba atentamente a los padres de Ryan, como si cada palabra que se pronunciara pudiera cambiarlo todo. Roland Rhodes, el padre de Dylan, rompió el silencio con una voz profunda, cargada de preocupación.
—Tenemos que hablar de lo que ocurrió anoche, —dijo, mirando a los padres de Ryan. La atmósfera estaba cargada de una extraña calma, pero se sentía que algo más grande estaba en juego.
Gregory y Evelyn, los padres de Ryan, no podían disimular la culpa que los embargaba. Habían estado ocultando la verdad durante años. Aunque no eran los padres biológicos de Ryan, siempre habían cuidado de él, siendo los verdaderos brujos quienes los habían tomado bajo su tutela. Y ahora que los padres de Dylan ya conocían la verdad sobre el mundo sobrenatural, todo parecía haberse complicado aún más.
—El consejo se ha reunido, —continuó Roland, su voz grave. Los ojos de los padres de Ryan brillaban con una mezcla de culpabilidad y ansiedad. Sabían que el momento de enfrentar la realidad había llegado. El consejo, formado por representantes de todas las especies, estaba en alerta. Las tensiones entre las criaturas sobrenaturales habían alcanzado niveles insostenibles.
—¿Qué pasó exactamente anoche? —preguntó Evelyn, la voz temblorosa. A pesar de que ya conocían la existencia de seres sobrenaturales, los eventos de la noche anterior los habían sacudido. Era claro que lo que fuera que había ocurrido, no era algo común.
—No lo sabemos, —respondió Roland, su mirada fija y seria—. Pero el consejo está preocupado. Todos los brujos, vampiros, hombres lobo y otras criaturas en un radio de 300 kilómetros lo han sentido. Es un evento que no podemos ignorar.
Ryan observaba en silencio. No entendía completamente lo que estaba sucediendo, pero algo dentro de él, una sensación vaga y lejana, le decía que todo esto tenía que ver con él. Recordó la magia que había sentido, esa chispa de poder que había invadido su cuerpo en la noche del ataque. No sabía qué lo había desencadenado ni cómo lo había hecho, pero lo sentía, como si un cambio estuviera en marcha dentro de él.
Dylan estaba parado cerca de la ventana, observando el paisaje, pero Ryan no podía ignorar la forma en que sus ojos se posaban en él, con una intensidad tan fuerte que casi lo incomodaba. Dylan no decía nada, pero su cuerpo hablaba por él. La forma en que se mantenía alerta, como si estuviera dispuesto a proteger a Ryan de algo, le hacía sentir una mezcla de confusión y... algo más. Dylan no lo sabía, pero el deseo que sentía por él era imposible de ocultar.
—Nosotros... —dijo Gregory, sintiendo la presión de la situación. Miró a Roland, con una expresión grave—. Nos hemos mantenido al margen, lo sabemos. Pero ahora, con todo esto, ¿qué debemos hacer?
Roland hizo una pausa, mirando a los padres de Ryan. La tensión era evidente en su rostro, y su voz se suavizó un poco al hablar.
—Lo único que podemos hacer es esperar, —dijo con firmeza. —El consejo está tomando cartas en el asunto, pero nadie sabe qué significa esto. Sabemos que es grave. Y no podemos permitirnos subestimarlo.
Ryan asintió, aunque en el fondo se sentía más perdido que nunca. Había una magia dentro de él que no podía controlar, y ni siquiera entendía de dónde provenía. Recordó lo que había sucedido en la noche del ataque, cómo había sentido ese poder recorriendo su cuerpo, y aunque no sabía cómo lo había hecho, sentía que estaba vinculado a algo mucho más grande de lo que había imaginado.
Dylan se acercó a él, con una mirada cargada de emociones no dichas, pero Ryan no sabía qué hacer con eso. No entendía por qué se sentía así, por qué Dylan lo miraba de esa manera, como si no solo fuera su amigo, sino algo más. Pero la confusión no era solo por la situación sobrenatural; era porque el vínculo entre ellos, lo que sea que fuera, comenzaba a sentirse más real, más intenso.
—¿Y qué pasa con la magia? —preguntó Ryan, rompiendo el silencio, su voz baja. Miró a sus padres, buscando respuestas. —Yo... yo no sé qué sucedió. No sé cómo lo hice, pero... hay algo dentro de mí. Algo que no entiendo.
Dylan no apartó la mirada, y sus ojos brillaron con una mezcla de preocupación y deseo. Era claro que, aunque intentaba mantenerse distante, su instinto protector hacia Ryan no hacía más que crecer.
—Por ahora, lo único que podemos hacer es esperar y mantenernos alertas, —respondió Roland, con tono grave. —Lo peor que podríamos hacer es actuar sin tener toda la información. Nadie sabe qué podría traer este evento.
Ryan asintió, aunque sabía que eso no sería suficiente. Algo dentro de él le decía que este era solo el comienzo.
1 note
·
View note
Text
CAPITULO 7: El Límite de la Amistad Ryan se despertó con la sensación de que algo en su mundo se había desplazado, como si una fuerza invisible estuviera desordenando sus pensamientos. Parpadeó un par de veces, aún atrapado en la niebla del sueño, y se encontró con la figura de Dylan, dormido en el sillón de su habitación.
La luz de la mañana se filtraba por las cortinas, tiñendo la escena con un resplandor cálido y dorado. Dylan estaba boca arriba, con un brazo doblado bajo la cabeza y el otro descansando sobre su abdomen. En algún momento de la noche, seguramente por el calor, se había quitado la remera y ahora su pecho quedaba al descubierto, subiendo y bajando con la respiración tranquila del sueño.
Ryan tragó saliva. Era una imagen que nunca había considerado realmente, al menos no de esta forma. Dylan no era solo fuerte, sino también… atractivo. Su piel tenía un leve brillo bajo la luz matinal, y sus músculos marcaban cada respiración con un ritmo pausado y firme. No debería estar mirándolo de esta forma.
Desvió la vista. Luego la regresó sin pensarlo. Su mirada bajó lentamente, siguiendo el contorno de su pecho, las líneas sutiles de su abdomen, la manera en que su piel se estiraba sobre su clavícula. No podía evitarlo.
¿Qué carajo le pasaba?
Esto era Dylan. Su mejor amigo. El tipo con el que había crecido, con el que compartía recuerdos de la infancia, con el que había pasado miles de tardes sin ninguna segunda intención. Nunca había sentido nada así por un chico.
Pero entonces, ¿por qué ahora notaba el calor de su propia piel? ¿Por qué sentía ese cosquilleo extraño en el estómago?
Sacudió la cabeza, como si eso fuera suficiente para limpiar sus pensamientos.
Un sonido abajo interrumpió el silencio de la habitación: el choque de algo contra la mesa o la cocina.
Dylan se despertó de golpe. Su cuerpo se tensó en un primer instante de alerta, como si estuviera listo para defenderse, pero luego se relajó al reconocer dónde estaba. Giró la cabeza hacia Ryan y, por la forma en que frunció levemente el ceño, supo que lo había pillado.
—¿Buenos días? —murmuró con voz áspera por el sueño.
Ryan sintió cómo la sangre subía directo a sus mejillas.
—Buenos días —respondió, demasiado rápido.
Silencio. Incómodo. Denso.
Dylan se estiró, llevando los brazos detrás de la cabeza, sin notar (o quizás sí) cómo ese gesto resaltaba aún más su cuerpo. Ryan se apresuró a salir de la cama, actuando como si no pasara nada.
—Vamos abajo —dijo, evitando mirarlo a los ojos—. Parece que hay movimiento.
Dylan solo asintió y se puso de pie.
Al bajar, encontraron a ambas familias reunidas en la sala. Sus padres, los de Ryan y los de Dylan, estaban sentados en sofás enfrentados, con expresiones serias.
—¿Nos perdimos de algo? —preguntó Ryan, cruzándose de brazos.
Su padre lo miró con una mezcla de alivio y preocupación.
—Hay cosas que debemos discutir. Cosas importantes.
El padre de Dylan tomó la palabra, su voz grave cortando el aire con tensión.
—Las cosas han cambiado. Y no solo para Ryan… sino para todos nosotros.
Ryan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Lo que fuera que estaba por venir, no iba a ser fácil.
1 note
·
View note
Text
CAPITULO 6: El Límite Entre Nosotros
El aire en la habitación se volvió denso. No hacía falta decir nada para saber que algo había cambiado entre ellos.
—¿Cómo entraste? —preguntó Ryan, su voz apenas un susurro.
Dylan bajó la mirada, pero no respondió.
Ryan avanzó un paso, sintiendo que su pecho ardía de rabia, de preguntas, de algo más que no quería nombrar.
—Dímelo, Dylan —exigió—. ¿Cuánto sabías? ¿Por qué nunca me lo dijiste?
El silencio entre ellos se hizo insoportable. Dylan apretó los puños sobre sus rodillas, tensando la mandíbula.
—Siempre quise protegerte.
La respuesta lo golpeó como un mazazo en el pecho.
—¿Protegerme de qué? ¿De mi propia vida? ¿De lo que soy?
Dylan levantó la vista, y Ryan pudo ver en sus ojos que quería decir algo más. Algo importante. Pero no lo hizo.
En cambio, se quedó ahí, mirándolo, con la sombra de una culpa imposible de ignorar.
Ryan sintió que su rabia se desvanecía, dejando solo el peso insoportable de la incertidumbre. No solo sobre lo que era, sino sobre lo que él y Dylan eran ahora.
Porque lo sabía.
Ya no eran solo amigos.
El silencio entre ellos se volvió insoportable. Ryan sentía el peso de la culpa y la confusión presionándole el pecho, haciéndole difícil respirar. Pero antes de que pudiera decir algo más, antes de que pudiera seguir exigiendo respuestas que ni siquiera sabía cómo formular, Dylan se movió.
Fue un gesto simple, casi automático. Se puso de pie y avanzó hacia él con pasos lentos pero decididos. Ryan debería haberse apartado. Debería haber puesto distancia entre ellos. Pero no lo hizo.
Y entonces, Dylan lo abrazó.
El contacto fue firme, abrumador. Ryan sintió el calor del cuerpo de su mejor amigo envolviéndolo, la forma en que sus brazos lo rodeaban con una seguridad que lo hacía sentir protegido y expuesto al mismo tiempo. No fue un abrazo cualquiera. No como los de antes. Sus torsos se encontraron primero, el pecho de Dylan contra el suyo, la respiración de ambos entrecortada por el peso de lo que no se atrevían a nombrar.
Ryan sintió cada centímetro del cuerpo de Dylan contra el suyo. Sus brazos, fuertes y seguros, rodeándolo como si no quisiera soltarlo nunca. Pero lo que lo desarmó por completo fue la sensación de sus caderas tocándose, de su abdomen pegado al de Dylan, de la calidez de su piel traspasando las capas de ropa. Nunca había prestado atención a esos detalles en un abrazo. Nunca había sido consciente de lo que significaba sentir a alguien de esta manera.
Y sin embargo, allí estaba, con su mejor amigo entre sus brazos, su corazón latiendo como si quisiera salir de su pecho, y un deseo inquietante creciendo en su interior.
Dylan se apartó apenas, lo suficiente para que sus rostros quedaran a centímetros de distancia. Sus ojos se encontraron, y por un instante, el mundo entero pareció detenerse. Ryan vio algo en la mirada de Dylan, algo que nunca antes había notado. O tal vez algo que siempre había estado allí, pero que él se había negado a ver.
Se quedaron así, respirando el mismo aire, atrapados en una tensión imposible de ignorar.
Por un segundo, pensó que Dylan lo besaría.
Por un segundo, pensó que él también quería hacerlo.
Pero no podía.
Ryan se separó de golpe, rompiendo el contacto como si su propia piel ardiera.
—No... —susurró, llevándose una mano al rostro, como si necesitara asegurarse de que todavía era él mismo. No podía hacerle esto a Gwen. No podía hacer esto en absoluto.
Dylan desvió la mirada, pasando una mano por su nuca con incomodidad.
—Lo siento —dijo en voz baja.
Ryan negó con la cabeza, intentando recuperar el control de sí mismo.
—No... no es eso. Es solo que... —Suspiró, llevándose las manos al cabello, incapaz de ordenar sus pensamientos—. Sentí que alguien me seguía. Cuando iba a casa de Gwen.
Dylan levantó la vista al instante, su postura cambiando por completo.
—¿Estás seguro?
Ryan asintió.
—No vi a nadie, pero lo sentí. Como si alguien estuviera observándome.
Dylan frunció el ceño, sus instintos protectores activándose de inmediato.
—Me quedo esta noche.
No fue una pregunta, ni una sugerencia. Solo una declaración firme, inamovible.
Ryan no tuvo fuerzas para discutir. Asintió, sintiéndose más seguro de solo saber que Dylan estaría allí.
Sin más palabras, Dylan se tiró en el sillón de la habitación, acomodándose con la misma naturalidad con la que lo había hecho cientos de veces antes. Pero esta vez era diferente. Esta vez, Ryan no podía ignorar la forma en que su pecho se sentía vacío sin el peso del abrazo de Dylan, la forma en que su piel hormigueaba donde habían estado en contacto.
Se tumbó en su cama, dándole la espalda, tratando de ignorar la sensación incómoda de saber que su mejor amigo estaba a pocos metros de él, respirando tranquilo mientras se acomodaba para dormir.
Pero esa noche, Ryan apenas pudo cerrar los ojos.
No por miedo.
Sino porque ahora había una verdad imposible de ignorar ardiendo en su interior.
1 note
·
View note
Text
CAPIULO 5: Ecos de Sangre
Ryan se quedó paralizado, sintiendo cómo cada palabra desgarraba el velo de la realidad que creía conocer. Su madre, con la voz temblorosa pero decidida, comenzó a relatar lo impensable:
—Ryan, lo que crees saber de nosotros es una farsa. Nosotros no somos tus verdaderos padres. Somos dos humanos que trabajan para ellos, dos brujos muy poderosos que han protegido este mundo durante siglos. Hace años, durante un brutal ataque de vampiros, los brujos intentaron una alianza desesperada con una manada muy poderosa de hombres lobos para detener a nuestros enemigos. Pero esa unión no fue suficiente y, en medio del caos, tus verdaderos padres se vieron obligados a tomar una decisión extrema.
La mirada de Ryan se volvió inerte mientras cada palabra parecía hundirlo más en un abismo de dudas y traiciones.
—Para protegerte, ellos pidieron a una de las familias más leales de esa manada que se llevara a ti lejos de todo este infierno. Y a nosotros, los humanos en quienes confiaban, nos encomendaron fingir ser tus padres y criar al niño en un lugar alejado del conflicto. Pero entonces, tu magia despertó... —continuó, con una tristeza que parecía venir de lo más profundo.
La incredulidad se dibujó en el rostro de Ryan. ¿Un brujo? ¿Su mejor amigo, Dylan, siendo un hombre lobo? ¿Y sus supuestos padres, simples mortales, nada más que una fachada? Cada revelación hacía tambalear su mundo armonioso, desvaneciendo la ilusión de normalidad en la que había vivido.
—El lobo que te atacó —prosiguió su madre—, es de una manada enemiga. Te encontró, y por suerte, tus poderes se activaron a tiempo, salvando a Dylan de una muerte segura.
Todo era demasiado. Ryan, con la mente inundada de preguntas sin respuesta, no pudo soportar ni un segundo más la verdad. Sin pronunciar palabra, se levantó de la sala y salió de la casa, sus pasos guiados por una mezcla de desesperación y confusión.
Sin rumbo fijo, sus pies lo llevaron instintivamente a buscar a Gwen, la única persona en la que había confiado incondicionalmente. Pero cuando dobló la última esquina antes de su casa, algo dentro de él se tensó.
El pueblo se sentía distinto. Las luces en las ventanas parecían demasiado brillantes, los murmullos de las casas demasiado lejanos, como si un velo invisible lo separara de la vida que conocía. La brisa de la noche no era fresca, sino ajena. Por primera vez, Silverpine no se sentía como su hogar.
Y entonces, la idea lo golpeó. ¿Era su vida real? ¿O solo una ilusión cómoda que ahora se desmoronaba?
Apretó los puños y avanzó con pasos vacilantes. Iba a ver a Gwen, a decirle algo—no sabía exactamente qué—pero necesitaba verla. Pero con cada paso que daba, más crecía el nudo en su estómago. Se sentía fuera de lugar, como si estuviera caminando dentro de una fotografía en lugar de una vida auténtica. Y, en el fondo, algo peor lo carcomía: la culpa.
Había estado con Dylan de una manera en la que nunca pensó que estaría. No importaba que hubiera sido un instante, que hubiera sido confusión, miedo, adrenalina—lo que fuera—porque lo único que importaba era que ahora había algo entre ellos que no estaba antes. Algo imposible de ignorar.
Su mano se cerró en un puño antes de tocar la puerta de Gwen. Pero no pudo hacerlo.
No podía verla. No cuando todo dentro de él estaba en ruinas. No cuando, por primera vez en su vida, no sabía quién era.
Dio un paso atrás, su propia respiración sonándole demasiado fuerte en la quietud de la noche. Y entonces, sintió que lo observaban.
El escalofrío le recorrió la columna, tenso, alerta. Se giró, pero las calles estaban vacías. No había nadie, y sin embargo, la sensación de ser seguido no lo abandonó.
No lo pensó dos veces. Se dio la vuelta y corrió.
Cuando llegó a casa, la puerta se abrió antes de que pudiera tocarla. Sus "padres" estaban allí, en la sala, con los rostros marcados por la preocupación.
—Ryan, por favor, quédate —pidió su padre.
Pero él negó con la cabeza, sintiendo que le faltaba el aire.
—No es el momento... Necesito tiempo.
Se encerró en su habitación, apoyando la espalda contra la puerta, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Cerró los ojos un segundo, intentando ordenar sus pensamientos, pero entonces, lo sintió.
No estaba solo.
Abrió los ojos de golpe y lo vio.
Dylan estaba allí, sentado en el rincón de su habitación, como si hubiera estado esperándolo.
2 notes
·
View notes
Text
CAPITULO 4: Tenemos que hablar.
Cuando llegaron a la casa de Dylan, Ryan se sentía entumecido. Su mente seguía repitiendo la escena una y otra vez: la sangre, el grito, la forma en que las heridas de Dylan se desvanecieron en la nada.
Dylan abrió la puerta trasera y entró primero, quitándose la camiseta empapada de sangre. —Quédate aquí.
Ryan asintió con la cabeza, apenas consciente, mirando al suelo mientras Dylan desaparecía por el pasillo. Unos minutos después, regresó con una camiseta limpia, pasándose una mano por la nuca, claramente buscando las palabras adecuadas.
—Tengo que hablar con mi familia.—Su voz era más baja ahora, pero firme—. Hay… cosas que necesito discutir con ellos. Y luego iremos a tu casa. Tenemos que averiguar qué demonios acaba de pasar. Ryan no respondió. Solo se quedó ahí, sintiendo que el suelo bajo sus pies ya no era estable.
Dylan suspiró y apoyó una mano en su hombro, dándole un apretón. —Ve a casa. Intenta dormir un poco. Hablaremos pronto.
Pero Ryan lo sabía.
Esa noche, no habría sueño.
Cuando Ryan llegó a su casa, el silencio lo recibió con una frialdad inquietante. No había señales de sus padres. Las luces estaban apagadas, el ambiente cargado de un peso invisible que lo hizo sentir aún más inquieto.
Subió las escaleras con pasos cautelosos, como si temiera lo que pudiera encontrar. Una vez en su habitación, caminó directo a la ventana y, como un reflejo, miró hacia la casa de Dylan.
Ahí estaban.
A través del cristal, podía ver la habitación de Dylan iluminada. Sus padres estaban ahí. Los de Dylan también. Hablaban entre ellos, discutiendo, gesticulando con intensidad, sin darse cuenta de que Ryan los observaba. No podía escuchar lo que decían, pero sus expresiones bastaban para llenarlo de ansiedad.
Su madre se llevó las manos al rostro en un gesto de angustia. El padre de Dylan golpeó la mesa con el puño. Dylan estaba en el centro de todo, con los brazos cruzados y la mandíbula tensa, como si tratara de contener algo.
Ryan tragó saliva, sintiendo que su estómago se contraía. Algo estaba mal. Algo grande.
Pasaron varios minutos antes de que vio a todos dirigirse hacia la puerta. Su respiración se aceleró. ¿A dónde iban?
Entonces, sintió que la puerta de su casa se abría.
Un escalofrío recorrió su espalda cuando escuchó pasos cruzar el vestíbulo. Luego, una voz firme rompió el silencio:
—Ryan, baja. Tenemos que hablar.
Su padre.
El pánico le apretó el pecho. Con el cuerpo entumecido, salió de su habitación y bajó las escaleras lentamente. En la sala estaban sus padres, los de Dylan y él, todos mirándolo con rostros graves.
Su madre fue la primera en hablar. Su voz era apenas un susurro, pero cada palabra cargaba un peso indescriptible.
—Hay cosas que ya no podemos ocultarte.
El aire se volvió denso, sofocante.
Ryan sintió que el mundo estaba a punto de romperse bajo sus pies.
1 note
·
View note