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It hurts every day, the absence of someone who was once there.
Marie Lu, Champion (via books-n-quotes)
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As far as I could see, life demanded skills I didn’t have.
Susanna Kaysen, Girl, Interrupted (via books-n-quotes)
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Esquizofrenia

Deliraba…
Perdía la cordura.
¡Esa maldita casa!
Siempre me pareció tenebrosa, no por nada contrastaba con el enorme jardín, el espacio de juegos y una fachada tétricamente bien definida. Los cuadros del interior resaltaban por el aspecto tan degradado y tan viejo que tenían, los perros corrían por el lugar excitados, como si alguien los incitara a crear aquél infernal caos de lastimeros aullidos y ladridos. En un inicio era fascinante, intrigante. Pero al cabo de unas semanas, se volvió intensamente detestable, y mi mente comenzaba a confeccionar ideas lúgubres, dementes y frías.
Contén los ladridos de esos despreciables canes y ofrece sus despojos como sacrificio.
Era ese el propósito. ¡Ay de mí! Me contuve y deseché la idea, y aún después de haberlo hecho parecía lo más conveniente.
El terreno era amplio, envidiable a los ojos de las personas que admiraban su interior. ¡Y lo hacían! ¡Lo envidiaban! Sí… ellos lo hacían.
Si algo me parecía terrible no era la pequeña casa en la que habitaba, sino el amplio salón que se situaba en el fondo del terreno. Era oscuro, perfecto para mil y un crímenes, sospechoso, frío…, era el lugar donde los espíritus sueñan encontrarse y celebrar, contarse los unos a los otros las petrificantes historias sobre sus hazañas imperiosas, morbosas en el mundo de los vivos.
De algo estaba seguro: algunos se ocultaban conmigo. Cuando comía, mientras dormía, mientras vivía… ellos… lo hacían conmigo. El lugar era suyo y me advertían como un intruso, un espía, una amenaza. La fobia del descontrol se intensificaba, así que lo hice, asesiné a mis lanudos compañeros, los estrangulé a sangre fría. Desesperado y corroído por la inquietud los ofrecí en sacrificio.
-¡Oh!, Carismáticos invisibles! ¡Tomen esta ofrenda y retomen el camino al inframundo! ¡Dejad de atormentarme! ¡Os imploro! Esa fue y esa es la plegaria a mis poseedores, a los carismáticos invisibles.
Los tormentos cesaron un par de semanas, pero sólo eso, un par de semanas. Habían regresado y demandaban ser glorificados mediante actos atroces. Soporté lo mejor que pude los incesantes y escalofriantes susurros, esperando el permiso de vivir o siquiera de morir. No salí de la habitación, no pude encender las luces, no pude rogar piedad pues no me fue permitido
Existió el día en el que mis opresores se hallaban distraídos y me compraron el tiempo suficiente para poder efectuar mi escape, disimulando con gran dificultad el terror que me inundaba mientras bajo la lluvia caminaba. Eran nulos mis intentos por querer silenciar las voces enfadadas que me reprendían para hacerme volver. Era absurdo pensar en retroceder, mi valentía se encontraba comprometida por el estruendo de las furiosas voces que resonaban en mi perturbada cabeza. Era tarde, refiriéndome al tiempo, a las horas, a los segundos, a los minutos… Sin advertencia caí brutalmente contra el pavimento mojado y sucio. Mis párpados eran placas de acero y descendían sobre mis ojos cual yunque en el fondo de un mítico lago, me hallaba adormilado cuando un cruel trueno imitó la espeluznante voz del que me obligaba (con sepulcral mandato) a dirigirme a él por amo. Exaltado, liberé un alarido feroz y extenso que llamó la atención de pocos, me levanté y eché a correr en línea recta, animado por encajar en un sendero concurrido. Casi lo lograba cuando por accidente resbalé cayendo de bruces en el suelo nuevamente, aún con la lluvia por encima de mí. El golpe al rostro fue tan certero que dio la impresión de haber sido planeado con extraordinaria exactitud. Lentamente me volví sobre el fango, dando la cara al cielo ennegrecido y furioso. Gruesas gotas de lluvia golpeaban mi rostro. Llevé una de mis manos hacia mi nariz, y de ésta rezumaban gotas color carmesí, se arrastraban desde el arco de mis labios, recorriendo perezosamente mi cuello.
Empezaba a volver en mí cuando el descubrir en dónde me encontraba heló mis sentidos y erizó mi piel, haciendo trisas mi esperanza de escapar. Intenté levantarme demasiado pronto, supongo, cuando volví a depositarme en el suelo. Difícil era creerlo, no era posible aquel mortuorio escenario, debía ser mentira, una ilusión maldita creada con el propósito de atormentarme y obligarme a sollozar como un niño extraviado. Retrocedí hasta la entrada de mi hogar, aún en el suelo, contuve con extraña voluntad el impulso de querer vociferar en contra de todo lo que se hacía llamar bendito. Debo confesar que nunca fui un hombre religioso, y no pretendía serlo ni considerando la situación en la que desafortunadamente me encontraba. Trastornado comencé mi ascenso, apoyándome firmemente de espaldas contra la puerta de aluminio. Tardé más en ponerme de pie de lo que tardaron las voces obscenas en reclamar mi ausencia. ¡GRITABAN CON AUTORIDAD! ¡GRITABAN CON INDIGNACIÓN! ¡CON DESPRECIO!
Al cabo de un rato, alguien llamaba a la puerta.
-Buenas tardes, ¿se encuentra alguien en casa? –Asustado y nervioso atendí.
-Sí, se encuentran en casa. Diga.
-Buenas tardes, querido señor, venimos profesando la palabra de vuestro salvador desde gran distancia –involuntariamente fruncí los labios, dándoles forma, una forma siniestra. Abrí con aquella expresión infame en el rostro y respondí:
-¿Vuestro salvador, dice?
Jamás atendí visita alguna con tanto regocijo en tiempos anteriores, pues la rutina dictaba escuchar las intenciones de dicha persona y atenderla si me apetecía. Pude notar en sus rostros expresión de sorpresa al verme con tal apariencia. Era comprensible, yo mismo me hubiese dado asco y me hubiese sentido incómodo al momento de cruzar palabras con un hombre que lucía de tal patética manera, pero no habría razón por la cual molestarles si eran servidores de tan histórico personaje, juzgar no estaba dentro de los parámetros de su misión. Profesar, ser escuchados y objetar era y es el único propósito y nada más. Sus expresiones comenzaban a molestarme, obligándome a reiniciar el coloquio.
-¿Y bien? –pregunté con seriedad.
-Disculpe, ¿se encuentra usted bien? –Preguntó el aquejado misionero–. Luce un poco indispuesto.
-Desde luego que me encuentro bien, caballeros.
-¿Está seguro? Tiene sangre en el rostro y parece haber sido ungido en el fondo de una zanja –argumentó el ingenuo hombre– ¿Necesita ayuda?
Había olvidado por completo aquella mancha, claro que la había olvidado, ¿cómo pude olvidarla? Detalles tan pequeños… siempre los ignoraba.
-¿Señor?
-No tiene de que preocuparse, amigo mío, ha sido un accidente. Me encontraba arreglando parte del jardín trasero y me he golpeado. Fue un descuido, un leve descuido –recité, mientras resoplaba con furia y desconcierto en el interior– ¿He oído bien? ¿Han viajado desde gran distancia?
-Es correcto, hemos recorrido gran parte del sur. Ha sido un viaje sumamente cansado.
-Haré mi parte, por favor pasen –y así lo hicieron, obedecieron…- ¿Me permiten ofrecerles un poco de agua?
-La verdad es que nos vendría bien, muchas gracias, amable señor.
Vertí agua en un jarrón de jade, lo llené procurando derramar un poco sobre el suelo de la cocina y procurando, de igual manera, que fuera notada mi torpeza por aquellos hombres. Cogí dos vasos y los lleve al salón principal junto con el jarrón y los precipite en el centro de la mesa.
-Deben disculparme, caballeros, he derramado un poco de agua. Buscaré con que secar el suelo de la cocina. En un momento estaré con ustedes.
Salí sin prisa alguna, pues tenía asegurada mi victoria sobre aquellos cándidos religiosos. Volví un momento después, buscando la ayuda del más joven para que me ayudase a buscar algún paño dentro de las cajas que guardaba en el cobertizo, ya que solo así obtendría ventaja y nadie socorrería a su acompañante que presumía seis décadas. Puedo suponer que el viejo se inquietó después de varios minutos, pues no veía llegar a su compañero. Decidió ir a buscarle, lo que fue un grave error de su parte. Pensaba cederle mi lugar como prisionero de los carismáticos invisibles, tomaría mi lugar, mi importancia y mi demencia. Me oculté lo más rápida y sigilosamente que pude, sosteniendo un mazo con ambas manos detrás de la puerta, esperando por aquel fanático presuntuoso. Veía su sombra acercarse con cautela. Lanzó un chillido de horror al momento de ver que el cuerpo de su compañero yacía boca arriba y con la mandíbula cercenada.
– ¡Oh, Horacio! ¿Qué te ha pasado? –Sollozó y sus rodillas cedieron. Era su hijo. Sostenía el mango del mazo con ambas manos, nervioso. El sudor comenzaba a lubricar la madera.
Horrorizado, se inclinó sobre el cadáver, repitiendo el nombre de su hijo. Sin temor alguno volvió la mirada hacia donde me encontraba y me observó con incredulidad. Cubrió con sus manos su rostro y las voces comenzaron a exhalar maldiciones de nuevo. Exigían sangre, demandaban sacrificio…
¡GRITABAN! ¡LOS CARISMÁTICOS INVISIBLES GRITABAN! ¡OH DIOS! ¡OH DIOS! ¡PAREN! ¡LO HARÉ! ¡LO HARÉ, PERO PAREN! Y nuevamente lo hice. Un solo golpe y el cráneo de aquel hombre estaba hecho sábalos.
Las voces cesaron súbitamente.
Pasaron los días, sin salida ni solución aparente. Asesiné sin resistencia ni conciencia alguna.
La mayor parte del tiempo estaba ebrio, lo cual hacía un vacío en mi memoria y por consiguiente no recordaba nada del día anterior. El alcohol volvía soportable los indomables y agobiantes gritos de todas esas almas desgraciadas. Estaban esparcidas por los metros cuadrados en los que residían. Era su sirviente más fiel y también el más maldito de los malditos, si precisaba decirlo.
Desperté agonizando de resaca una mañana de tantas en mi vida, pero ésta en especial, sería imposible de olvidar. El alba rayaba sobre mi rostro, incapacitando mi desgastada visión, grazné un par de maldiciones y me levanté. Vaya sorpresa la que recibí al ver que mi madre cocinaba huevos y tostadas mientras mi padre leía uno de los tantos periódicos viejos que descansaban en una desgastada mecedora hecha de caoba. Me alarmé, debía sacarlos de la casa, pero no tenía ninguna excusa válida para que obedecieran. Yo, por otro lado, era obligado a rendir tributo en el preciso instante que alguien osara entrar en propiedad de los carismáticos invisibles. Sabía cuál era mi tarea, sin embargo, me reusaba a cumplirla esta vez.
-Madre, ¿Qué están haciendo aquí? ¿Cómo han entrado? –pregunté intentando ocultar mi frustración.
-Tu padre y yo pensamos que ha pasado largo tiempo sin vernos y… henos aquí
–respondió mi madre con su dulce e inocente voz.
-Te hemos visto dormido bastante cómodo en el jardín, no quisimos importunar tu sueño –incluyó mi padre.
Esta vez, mi paranoia se vio afectada por el nerviosismo que causaba siquiera pensar en liquidar a mis progenitores. Me senté de igual forma con ellos a la mesa con el corazón hecho dinamita.
-Tienen que irse –aclaré alarmado– deben irse en este preciso momento –insistí con los ojos bien abiertos.
-Pero, hijo, hemos llegado apenas hace un par de horas –respondió mi tan anciana y cortés madre.
Empezaba mi alma a desgarrarse cuando alguien citaba cerca de mi oído la siguiente oración en tono de mofa: “ya es tarde, debes hacerlo… sabes que debes hacerlo…”. Cual simio salta de su liana salté yo de la silla.
Ahí estaban ellos, los carismáticos ahora eran visibles. Serpenteaban alrededor de mis padres; los acariciaban, abrazaban y veían con deseo. Ellos deseaban su sangre, era la ofrenda por la que habían rogado tanto tiempo. Inundado de temor y desconcierto, subí a toda prisa las escaleras de mi infestado hogar. Me introduje en la habitación principal y aseguré la puerta, busqué desesperadamente la soga que entre sueños y desvaríos había ocultado. De cabeza puse la alcoba sin tener éxito. Buscaba y buscaba…, ninguna cuerda había sido guardada ahí. Salí de la habitación copiando los movimientos de una gacela en apuros, entré al cuarto secundario mientras mis padres me contemplaban estupefactos. Quité tan rápido como pude el colchón de una de las camas y… ahí estaba… ahí se ocultaba… ahí reposaba mi ilusión, mi salvación. Tomé de la esquina un banco empolvado y me encaramé en él entusiasmado, sujeté la cuerda en una de las vigas del techo a la perfección, y anudé el extremo sobrante a mi cuello, lo anudé con fuerza y destreza. Podía distinguir las apuradas pisadas de mis padres en los peldaños de madera. Horrorizados quedaron al ver que suavemente me dejaba caer hacia el suelo con la soga sujeta alrededor del cuello. Escucharon el golpe seco de mis pies cuando alcanzaron el piso. Alguien que también observaba mis actos, oculto en algún lugar del cielo o el infierno, me obsequió algunos segundos solo para obligarme a ver a mi madre tendida en el piso, sollozando, y a mi padre, que se encontraba patidifuso y traumatizado.
Años después decidieron vender la casa. Esa maldita casa.
Fue satisfactorio ver cómo las nuevas víctimas de los carismáticos invisibles se instalaban con harmonía y euforia en cada espacio de la casa, del salón y del jardín donde sus hijos jugarían más tarde con sus mascotas.
Los carismáticos invisibles no eran más mis amos. Era ya su amigo, era ya parte de su extensa armada, encomendando tareas profanas y demenciales a esas almas inocentes.
Las incitaba con frenesí y ellos con júbilo obedecían, repitiendo patrones establecidos eones atrás, eran, pues, las vidas de marcadas generaciones anteriores.
Se trata de un ciclo, y los ciclos, al igual que la vida, continúan...
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“Y esa noche, la última de mi vida, algo cambió. Me descubrí dotado de vitalidad y me rehusaba a dejar de sentirme así. Recé y recé para que el dolor se desvaneciera y me dejara vivir como sé que muchos han podido hacerlo.
“Me convertí en parte de la oscuridad; una sombra que caminaba entre los vivos y que les seguía hasta su destino final, recibiendo sus almas con un cálido abrazo en el que viajarían cómodos y a salvo de la pena.
“Nadie más que yo podrá jamás hacer dicha labor de la manera más dulce en que lo hago yo. Ellos necesitan alejarse de la soledad a la que fueron enviados gracias a su dios, que los abandona, tal como lo hace su sangre, en medio de la tormenta que es la muerte...
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Mensaje de Tony Stark en Avengers Endgame.
“Todo el mundo quiere un final feliz, ¿verdad? Pero no siempre sucede de esa manera. Quizás esta vez. Espero que si escuchas esto… sea durante la celebración. Espero que las familias estén reunidas. Espero que lo hayamos recuperado, como si se hubiera restaurado una versión normal del planeta, si es que alguna vez existió tal cosa. Dios, qué mundo. Universo ahora. Si me dijeras hace 10 años que no estábamos solos, mucho menos hasta qué punto … Quiero decir, no me hubiera sorprendido. Pero vamos, ya sabes. Esas fuerzas épicas de oscuridad y luz que han entrado en juego. Y para bien o para mal, esa es la realidad en la que Morgan va a crecer. Así que encontré un área privada para grabar un pequeño saludo en caso de una muerte prematura de mi parte. No es que la muerte en algún momento sea siempre oportuna. Esta cosa del viaje en el tiempo que vamos a llevar a cabo mañana … me hizo reflexionar sobre la supervivencia de todo esto. Pero, de nuevo, ese es el trabajo del héroe. Parte del viaje es el final. ¿Para qué me preocupo? Todo va a funcionar exactamente de la manera que se supone. Te amo 3000″
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The Avengers. That’s what we call ourselves. We’re sort of like a team.
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—New haircut? —I noticed you copied my beard.
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Thor: Ragnarok // Avengers: Infinity War // Avengers: Endgame
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Cuanto más aterrador se vuelve el mundo, más abstracto se vuelve el arte.
Kandinsky (via elcielosobremi)
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zoesaldana Superhero’s who lunch. @avengers @marvelstudios
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