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Domingo, 30 de abril
G:
Notas de autodestrucción.
Mis pulmones se sientes oprimidos por una fuerza invisible. Impasible, invasiva. Mis ojos son incapaces de cerrarse y mis manos realizan movimientos semiautomáticos a gran velocidad para plasmarlo.
Son casi las tres de la mañana. No sé si los medicamentos me mantienen despierta o es el ansia por algo desconocido lo que me mantiene en estado de vigilia. Estoy cansada. Comienzo a odiar lo que alguna vez amaba. La rutina me es indiferente, únicamente actúo y continúo. Cada vez me siento menos atraída por aquellos que me hicieron sentir especial antaño. Emociones de usar y tirar, personas desechables y quizá reutilizables. Me sentiría peor si fuesen diferentes, pero todos ellos viven mi misma situación. No hay cabida para un dolor explicable dentro de una lógica inexplicable. No puede existir el sufrimiento en ambas partes si con antelación es el vacío lo que las llena. Vacío. Intentémoslo definir así.
El tiempo se esfuma y las oportunidades intentan escabullirse, escaparse de mis manos. Es un arduo esfuerzo de medir los instantes que nos quedan. Se nos olvida lo inválidos e inútiles que somos para luchar contra la autoridad de las manecillas de un reloj de pared. He optado por contemplarlo con indiferencia. Es un control al que me he acostumbrado.
¡No desesperes ahora, lector! Este licor es amargo. No apto para débiles ni cobardes.
M:
El cuerpo conoce una memoria
que no es la realidad ni son los sueños.
Hay una huella invisible bajo la piel
que habla en un lenguaje que nadie conoce.
Hay una luz escondida que recorre los caminos del subconsciente,
del deseo oculto y la lágrima seca.
Nos crece en el pecho un sentimiento
de flor en primavera, de hielo de invierno.
El aire huele distinto y los pies ya no pesan.
Pero seguimos siendo los mismos.
El viento susurra promesas de aire.
Promesas que no sabe cumplir.
Hay un silencio en el fondo del alma
que está tan lleno como una noche sin luna,
tan intenso como el rojo de las hojas en otoño.
Hay un momento entre la vigilia y el sueño
en el que te miro a los ojos para no olvidar,
pero nunca recuerdo.
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Domingo, 16 de abril
M.
IZAL — El Baile
El mundo en llamas y nosotros sonreímos. Caminamos hacia el abismo con paso firme mientras el resto se esconde bajo las ruinas de sus fortalezas. Ya no hay miedo de ser nosotros, no hay miedo de ser olvidados ni recordados. No somos más que cenizas errantes. No somos nadie. Somos libres por primera vez. Gritamos, corremos, besamos, bailamos. Somos productos de un sueño perfecto en el que podemos volar. Por un segundo, crece en nuestro pecho un último anhelo, un último deseo de permanecer, de correr hacia los brazos que nos hacían sentir en casa, mas ya no nos queda nada por lo que llorar. Hemos olvidado nuestro nombre y el color de nuestra piel. Ya no importa lo que digan y menos lo que callen. Ya no somos nadie. Espíritus libres y salvajes que se precipitan hacia el oscuro vacío sin retorno. Y sonreímos de nuevo porque hemos aprendido a volar un instante antes de que las llamas nos consuman. Somos Ícaros sin alas, sin rostro. Y nos dejamos mecer por el viento hacia el acantilado, hacia el final de todo. Nuestras pupilas se dilatan ante la Muerte amenazante y olvidamos esos brazos que nos refugiaban, ese pecho en el que apoyábamos la cabeza para escuchar los latidos eternos de la vida. Los cuerdos gritan y se retuercen de terror. Pero nosotros no. Nosotros avanzamos sin vacilar hacia el destino inevitable. Era cierto eso que decían de los ojos de la Muerte. Sí, tiene tus ojos. Los únicos capaces de matar y revivir con una sola mirada. Tus ojos letales, impasibles, invencibles. Los ojos de los que una vez me enamoré hasta perder la cordura. Y qué suerte tuve, pues de haber estado cuerda, jamás habría podido disfrutar del beso silencioso de la Muerte sin temblar de miedo. No, yo ya no tengo miedo. Me hiciste de acero, de agua y viento. Y me hiciste eterna, sin tú saberlo. Ahora lo sé: la Muerte tiene labios de mujer. La oscuridad de envuelve en ese beso mortal. Entonces desaparezco, me hago liviana, incorpórea. Y vuelo como los globos de helio que se elevan hacia el cielo, bailando hacia su final. Me pierdo en la inmensidad de la nada. Me he convertido en la nada. Somos una. Hay calma y hay paz. Todo lo envuelve la paz, que espera paciente al siguiente invitado de este baile de almas. Soy libre. No, ya no soy nada. No soy.
G:
Granada – Supersubmarina. Sería capaz de cambiar el calendario lunar para verte aquí en Granada un día más. Una noche más, sin pensar en poco más. Podría llegar a escalar esta montaña ocular y a tu lado aterrizar, del veleta Sacromonte sin mirar. Subir al Albayzín solo para verte sonreír e iluminar desde todo lo alto las maravillas de esta pequeña ciudad. Podría viajar a Graná con mi nave espacial y el Paseo de los Tristes alegrar, sin envidiar a las almas que nos rodeen, juntos caminar al paso de la eternidad. Si te pones a bailar las estrellas nos alhambran al pasar y ven cómo en este maldito instante el tiempo se para y dejamos atrás todos aquellos problemas que nos hicieron odiar. Siendo tan pequeño el universo, ¿cómo pudiste caer allí? ¿Cómo la vida supuso que en Granada cambiarías el rumbo de mi sentir y la dirección de mis sueños? Siendo tan eterno este momento, ¿cómo me voy a querer morir para quedarme sin ti? ¿Acaso el Carmen de los Mártires tendría una solución para tu ausencia o me acompañaría un poema de Lorca? Bailar con la muerte no es buen plan, yo prefiero que me mates tú a bailar. Prefiero que nuestros pies se encuentren en la Catedral, recorriendo la historia de antepasados que supieron lidiar con el único horror y la desesperación de lo que supuso esta ciudad. Prefiero que mis manos conozcan todas las cicatrices de tu cuerpo al jugar en la Plaza de Bib Ramba mientras unos y otros deciden no mirar. Aunque de mí fuera esta decisión, intentaría no alejarme de ti. Si te vas, incluso la Alhambra entristecería y su esplendor dejaría de impresionar. ¿Cómo te atreviste a revolotear a mi alrededor y cambiar todo lo que una ciudad sería para mí? Bailemos en Madrid, en Cádiz o en Barcelona, aquí o en La Coruña. Pero si hemos de morir, que Granada observe nuestros últimos minutos de felicidad.
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Domingo, 26 de marzo
Hemos tenido que escribir un relato bastante corto (una hora no da para mucho más) con las palabras “desnuda” (de 1984, de George Orwell) y “fuego” (de Marina, de Carlos Ruiz Zafón). Esperamos que os guste.
G: No recordaba apenas nada de la pasada noche. No era consciente aún de que se encontraba desnuda, tumbada en una cama aparentemente desconocida, sin que ninguna palabra pudiera salir de su boca. Tampoco quería salir de esa habitación, aunque dedicase todos sus pensamientos en salir de ahí. Estaba rota por dentro. Intentó incorporarse, notando que su aliento cada vez era más débil. Sentía cómo su corazón latía frenéticamente y cómo cada vez le costaba más respirar. Su piel ardía, como si de fuego se tratase. Caían lágrimas que resbalaban en sus mejillas y no llegaban a desaparecer por completo. Cogió su ropa interior del suelo y se la puso delicadamente, así como el vestido de la noche anterior. Intentó hacerlo con el mayor sigilo posible aunque tuviera la sensación de que estaba sola. No escuchaba mayor ruido que el viento que golpeaba la ventana y el ronroneo de un gato. Las yemas de sus dedos palpaban suavemente su cuello tenso, que marcaba prácticamente todas las venas. Se puso los tacones que martilleaban sus talones y, con pequeños pasos y de puntillas, salió de aquella casa que no podía llamar hogar. No fue capaz de cerrar la puerta principal sin dar un portazo que hizo vibrar las finas paredes que la rodeaban y salió de ese pequeño infierno que la encerraba y ahogaba. Varias palabras vacías se reproducían en su mente una y otra vez mientras amanecía. Procuraba acordarse de lo que hizo ayer mientras miraba a los ojos a los pocos desconocidos que pasaban a su lado, intentando que estos sintiesen su misma desesperación. Se negaba a reconocer que lo iba a echar de menos, que sabía que era una más. Tal vez esa amnesia temporal se debiera a que no era capaz de reconocer la realidad ni el verdadero dolor que le producía. Rechazaba cualquier sentimiento que él le produjera. Pero sabía que no podía ser amor ni algo remotamente parecido si le causaba tanto daño. Abrió la puerta de su casa sintiéndose arropada por la más intranquilidad posible. Frágil pero a la vez irrompible. Sabía que era indestructible aunque eso en aquel momento era lo de menos. Confiaba en tener soluciones a una serie de problemas interminables y solo finitos cuando obtuviera una respuesta. No sabía si él era el culpable o si lo era ella. Cerró sus ojos al tumbarse en el sofá y comenzó a imaginar caricias que la reconstruyeran.
M: Le costaba ver en la oscuridad. Las ramas se iban enganchando en sus pantalones, arañando la tela. Daniel siguió avanzando, internándose en el bosque cada vez más. Escuchó una rama crujir y se detuvo, pero no vio a nadie a su alrededor. Entonces le pareció ver algo moviéndose entre la maleza. Se escondió tras un arbusto, expectante. Tras unos minutos, la criatura se dejó ver. Era casi tan alta como él. Una mujer. Desnuda y blanca entre las hojas, se detuvo y buscó con la mirada hasta encontrarse con los ojos de Daniel. Él se quedó paralizado. Aquella mirada no era insinuante ni cálida. Era una mirada de alerta. En sus ojos se reflejaba el peligro, pero en aquel bosque todo estaba en calma y quietud. Daniel se levantó lentamente, sin dejar de mirar a aquel ser. Ella entonces le tendió la mano. Él se acercó con cautela, como si cualquier movimiento brusco pudiese ahuyentarla. Cuando ya estaba a su altura, alzó la mano hacia ella, pero se detuvo antes de tocar su piel. Toda ella irradiaba calor. Tanto que las hojas bajo sus pies comenzaban a humear. Daniel palideció y volvió a mirar a la criatura. Retrocedió unos pasos y contempló con horror la transformación que estaba sufriendo aquel ser. Fuego. Pequeñas llamas comenzaban a ascender por su cuerpo inmaculado hasta que las llamas la envolvieron completamente. Entonces, el fuego comenzó a propagarse hasta las ramas de los árboles y las hojas del suelo. El bosque ardía. Daniel reaccionó y comenzó a correr en dirección contraria, sabiendo que las llamas lo perseguían. Se detuvo entonces y se llevó la mano al pecho, angustiado. No podía respirar. Se dio la vuelta y vio cómo el fuego imparable avanzaba sin piedad hacia él. “¿Se encuentra bien?”, escuchó entonces. Miró al cielo buscando aquella voz. “¿Puede oírme?”, volvió a preguntar. —¡Estoy aquí! —gritó Daniel justo antes de ser engullido por las llamas. Abrió los ojos y comenzó a toser. El humo invadía la habitación. —¡Se ha despertado! —dijo la misma voz del sueño. —¡Sácalo de aquí! Un hombre con uniforme y casco estaba al lado del sofá donde Daniel se encontraba tendido. —No se preocupe, le vamos a ayudar. ¿Puede caminar? Daniel miró a su alrededor. No había sido un sueño. Las llamas eran reales y estaban en su casa, en su habitación. El bombero no insistió más y se echó el brazo del hombre por encima. —Le ayudaré a llegar a la puerta. Tápese la boca con este paño y no respire sin él bajo ningún concepto. Él obedeció y caminó apoyándose en él por el estrecho pasillo. Había humo por todas partes. Cuando casi estaban fuera, Daniel se paró en seco. Miró al hombre y se retiró el pañuelo de la boca. —Julia —dijo pálido, en un hilo de voz. El bombero negó con la cabeza. —Llegamos demasiado tarde. Y entonces comprendió Daniel que aquella era la verdadera pesadilla, y que tan solo acababa de empezar.
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¿Qué es Miscelánea?
María:
Este es un proyecto que ha nacido fruto del azar y de los delirios de dos chicas corrientes. Esto es un grito que rompe el silencio de la monotonía. Hoy volvemos a encontrarnos después de mucho tiempo con la tinta y el papel. Quizás este reto nos vuelva a enganchar a las palabras hasta tal punto de no poder vivir sin ellas. Plasmar los sentimientos en letras tal vez no sea la expresión exacta para definir "Miscelánea". Es un tiempo para pensar en todo y no pensar en nada. Un momento de desconexión, de mirar hacia dentro, a nosotras mismas. No pretendemos gustar ni atrapar a nadie con nuestras palabras. ¿Y por qué escribimos entonces? Lo que intentamos es, simplemente, vaciarnos el pecho, mostrar aquí una parte de nosotras. Lo cierto es que este proyecto es diferente a todo lo que hemos hecho antes. Escribir juntas significa animarnos la una a la otra, ilusionarnos cada semana. Y, por supuesto, espero que vosotros también os ilusionéis con nosotras.
Bienvenidos siempre.
Gudrun:
Podría ser la imposición de María al poner nombre a este proyecto. Yendo más allá, supone una aventura. Una aventura conjunta entre María y servidora. Compartiremos cada semana algo de tiempo, marcas aleatorias en un cuaderno y café para poder descansar y huir de la monotonía, para plasmar sentimientos sin tenerlos simplemente en nuestro pensamiento. Desahogarnos, pero también cumplir retos y expectativas conjuntamente, como si la tinta fuese nuestra memoria. ¿Por qué miscelánea? No somos autoras ni del barroco, ni mucho menos pretendemos ser Tirso de Molina ni quejarnos de un Don Juan, sino que buscamos una mezcla. Sentimientos encontrados o perdidos que intentaremos unir entre tanta preocupación posmoderna insignificante. Una combinación de textos con nuestras diferentes perspectivas, sobre temas aleatorios elegidos por el Azar. Escribimos juntas por necesidad, por seguir una afición que las dos amamos. Bienvenidos a Miscelánea, donde nuestras locuras se harán una.
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