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De vez en cuando se me ha caído la mirada.
Me cuesta resolver el tiempo, encontrar las respuestas para caminar más deprisa y resumir los días en un atisbo de felicidad. Los pensamientos escasean cuando la realidad golpea los sueños y cuando las ganas se dejan caer justo antes de llegar a la meta.
He pasado noches enteras en la inmensidad de la oscuridad tratando de ocultar la tristeza. Es natural, nos aislamos. Al final del día volvemos a ser como al principio: Vulnerables, ignorantes, solitarios. Cerrar los ojos es un ritual que nos permite empezar de nuevo con un poco menos de intención, pero con un poco más de cansancio.
Hace mucho no escribía, hace mucho no remendaba los fragmentos de mi creatividad con un poco de lucidez, ni dejaba que mi mente hablara mientras miraba una pantalla encendida. Debería hacerlo más a menudo, silenciar mi voz y liberar mis letras, creer en las posibilidades y dejar de mirar atrás.
Debería levantar la mirada de vez en vez y recordar de qué color es el mañana.
Quizá lo haga, quizá no.
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No me culpes si malinterpreto las palabras, si tropiezo con una frase o dos y me recuerda a ti. Lo siento pero recuerdo y aunque el tiempo pase me suelo caer de lleno en las ilusiones de volver al momento en el que nada se había roto todavía.
Supongo que será inevitable el presente, las decisiones, las ausencias, lo que fue y no pudo ser. La vida ha cambiado, uno a uno tus días fueron dejando atrás mi nombre y sin saberlo yo te guardé en un cajón como un pequeño tesoro. Siendo sincero no pensé volver a abrirlo, no porque no quisiera sino porque se me hace doloroso conformarme con la idea de tenerte a medias, de saber que me conociste sin conocerme, pero que fue tan profundo que todo mi ser se quedó atado a ti, aún cuando los días han superado la cuenta de los mil, y las horas ya parecen incontables desde nuestro último mensaje.
No sé si mi nombre se esfumó con el pasar del tiempo y los rostros de otros ocuparon el mío. Estoy muy seguro que ya no recuerdas mi voz y que probablemente mis letras ya perdieron sentido. No te culpo, es normal que la vida nos haga olvidar lo que nos hizo felices para luego abordarnos en nuestros sueños y dejar debajo de la almohada un nombre, un rostro, una voz.
No me arrepiento de dejarme las noches, de dedicarte madrugadas y dormir entre sábanas mojadas con tu nombre en mis labios. Es inevitable creer que no se puede sentir algo que no te puede tocar pero entonces el amor se quedaría escaso en todas circunstancias. Aún después de que la realidad haya tocado mi puerta sé con certeza de que he sentido más que casi todos en esta vida, de que he puesto mis ganas en lo correcto y de que caí de lleno en la esperanza de volver a tenerte.
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En la quietud del tiempo suspendido, donde los minutos se estiran como cintas elásticas y las agujas del reloj avanzan con la lentitud de un suspiro, surge la eterna danza de la espera.
Los días se hacen décadas y las semanas siglos. Yacen en el fondo del pensar los recuerdos de un antes que parece nunca haber existido. El mañana es un anhelo que recoge la ilusión de sueños perdidos, escondidos, sin fondo, en la profundidad de un laberinto de esperanza.
Hace ya mucho que se quedó la habitación quebrada, una silla solitaria desprendida en un suelo de cuadros. Se ha vestido de desgaste luciendo el polvo de ladrillos que también como viejos escombros se han ido dejando caer. Desgastada por la paciencia se ha convertido en anhelos, un compás silencioso que navega los segundos sin prisa pero que se envuelve en una tenebrosa sombra de añoranza.
En la esquina de la anticipación las sombras se alargan, dibujando figuras caprichosas en las paredes. Los murmullos del reloj se mezclan con los acostumbrados ruidos de la noche, esos que dejan crecer sueños imposibles y revelan las caras de los mentirosos y mezquinos.
... He sido presa del pasar de las horas, del marcar el calendario, del seguir de lleno las esperas y morir de decepciones. Estoy cansado de añorar días mejores pero me pesan los pasos para volver a intentar. El silencio ha sido mi cómplice, me ha llenado de suspiros impacientes y la suave melodía de mi respiración en el silencio.
Sigo preso en el juego de las sombras, de los destellos que cuelgan las ventanas de media noche. He copiado y pegado los mil desenlaces que han embargado las repetidas imágenes de las posibilidades en mi cabeza. Las historias que he creado se han ido borrando como por inercia y el sentido de las acciones se ha perdido para siempre.
Palabras más, palabras menos. La espera sigue y seguirá siendo la materialización de la irrealidad, el escape de los dolidos, de los incapaces, los sueños imposibles de los que se cansaron de luchar y las decepciones por expectativas que nos recuerdan que lo único que existe es el inquebrantable presente.
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Gato marica. Demacrado. Ojos azules regados con lágrimas negras secas. Una pata. Dos patas. Tres patas. Cuatro patas. Una a una escurriéndose en las esquinas. Putas. Jíbaros. Humos. Colores desgastados, anaranjados reflejados en charcos de orines. Una calle rota. Una vida mísera.
Miradas van, miradas vienen. Sobrepasan los bordes de mis pelos sin notar mi presencia. Un fantasma. Soy la sombra que no crea oscuridad en la acera, soy la vivida forma de la nada. Burdeles, bares, cantinas. Los mismos lugares con diferente etiqueta. No quería inmiscuirme de nuevo en la mierda, esa marrón oscura deslizándose del culo grasiento de cualquier gordo taxista. Quería más. Colores distintos.
Cansado de anaranjados de vómito, de marrones de mierda, de grises de humos, me dirigí a un motel. El sitio de los gemidos, de los fetiches extraños, de la vida color diarrea. Esa marrón clara, con melenas. La medio roja, la sangrienta. Peleas. Gemidos. Mucho sexo, mucho semen. La ciudad eternamente nocturna en sus costumbres.
Una llamada. Dos gritos. Cállese puta. Por favor, déjeme ir. Un silencio entremedio del bullicio. Sexo de fondo. Lágrimas cesando. Voces que se apagan. Bolsas que suenan. Cuchillos que cortan. Piel. Sangre. Huesos. Un brazo por aquí. Una pierna por allá. Una cabeza. Un príncipe azul. Un rubio con ojos azules. El marica sueño de las putas. Dinero. Fama. Estatus. Todo es apariencias hasta que terminan en una bolsa, o en un maletín o en una maleta.
Uno, dos, tres. Empieza la lluvia. Los rojos se apagan. Un maletero se cierra. Un carro se escapa. Una cama de motel tendida. Cámaras que no ven. Humanos que no entienden.
Dinero. Placer. Apariencias. Deseos. Vida. Muerte. Hombres fieles. Sin valor, con dinero. Mujeres infieles. Valiosas, sin dinero. Muchas ganas de viajar, de vivir, de soñar, de dejar de ser pobre, de escaparse de la realidad de las calles. Esas rotas, sin nombres. Sólo aceras anaranjadas de orines y moteles con olor a sangre.
Una pata. Dos patas. Tres patas. Cuatro patas. Soy sólo un fantasma. La sombra que no crea oscuridad en la acera, soy la vivida forma de la nada.
Mr. Cat
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Los días pasan como suspiros entre las añoranzas del mañana. Los meses fluyen con la ilusión de cambio en el momento exacto en que se empieza a perder la paciencia. Los años terminan sin empezar y la edad nos recorre los huesos sin medir palabra. Vivimos en tiempos acelerados que necesitan de sueños, y de realidades lentas, incompletas, necesitadas de amor.
Año viejo, año nuevo. Mismos días y meses con diferente etiqueta.
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Me acosté con el pensamiento en una cama de algodón, con orgasmos que escurrieron semen al despertar. Era ella, una culpable que no existe, que toco sin tocar, que se mete en mis entrañas y masturba mis anhelos. Sexo duro en la mañana, sólo imágenes desenfocadas en un deseo plasmado de una mente erecta.
Quiero más. Un baile se inmiscuye en sábanas blancas, las manos pierden el rumbo y el aliento huele a ti, a vinagre, a pez recién salido del estanque que lucha con todas sus fuerzas por volver a entrar. Como yo, entrando lentamente con mis dedos, deslizando en los fluidos el placer de tenerte, de mirarte a los ojos y decirte que eres mía, de poseerte sin poseerte, con una mano en el cuello que te excite, y un pene guardado que te roce.
Un poco más. Una silueta que se forma, unas manos que ya no son mías se convierten en guías del deseo. Un choque de testículos y un posar en mi glande. Soledad pero a la vez no, me tiene sin estar, con el recuerdo de su aroma, de su voz. Sus caderas se me aparecen en fragmentos fugaces que toman forma en una imaginación que arde.
Más fuerte. Unas manos que se hacen labios alrededor de un pene que amenaza con saltar de la cama e ir a buscarte. Sube y baja, como montaña rusa que se escurre en vómito. Escúrrete en mí, márcame la vida por lo menos un instante, y hagamos juntos un clímax que supere los sueños.
Me vengo, sin más. Una resaca de haberme consumido en tu ausencia, de haberte cogido sin estar, sin que sepas.
Mr. Cat
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... Y si volvieras, ¿qué mas da?
Pues la espera duele más que el lanzarse al abismo. Somos locos, masoquistas, necesitados de afecto. Yo tan ciego que aunque vea no lo noto, te me asomas al cerrar los ojos por la ventana del pensamiento, y sonrío como imbécil porque aunque duelas, te quiero.
Eres como espina que lastima con el tacto, como rosa que aunque bella puede herirte con sus bordes. Eres cárcel que somete sin demora, que me ata con sus brazos desde el abdomen a mi espalda. Me cobijas con cadenas desde dentro, y cuando faltas, sólo quiero volver a ser preso.
Si regresas, no daría nada, al final sé que te irás. Dolerás de nuevo, como siempre, pero aún así, el dolor también se irá.
... Así que vuelve.
Mr. Cat
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El loco de la cuadra, el del porrito en la mano, el de palabras sueltas, ese que no se cansa de correr entre círculos, de viajar las cuadras, de jugar con la gente, de manejar los días, el que no se recoge en la vergüenza, que mira y ríe y grita. El bufón del pueblo, en una de esas tardes de salsa, de canciones que pesan junto al calor intenso que encandelilla las ganas.
Hoy gana Colombia, decía, con una risa en la cara, con unos ojos vagos, rotos a media mirada, con pensamientos perdidos encontrando sus pasos, con una botella en la mano y un porro en la otra. Un trago, dos tragos. La Póker medio caliente se le atoraba en el paladar y el humo de marihuana se le escurría de las fosas nasales. Colombia 3, Chile 2. Sus predicciones al aire, con paso descolocado pasaba encontrando la acera, los niños descalzos revoloteaban su trote y se reían en burdos intentos de ignorar sus propias realidades.
Miradas van y vienen, la gente se asoma, las terrazas de concreto, sin baldosas, con pobres, ni blancos ni negros, no hay razas, sólo rostros que esperan conseguir el pan mañana, pero sin ganas, esperando ese partido que les dé esperanza, que los motive, que les ponga palabras en el paladar, y tirar chisme a la hora del almuerzo, y poder soñar y ahogarse en fantasías, en Colombia ganando el mundial, en emborracharse celebrando los días, en promesas, en coger por diversión con la esposa, en tener más hijos que no se puedan alimentar pero que no importa porque al final siempre hay un día más, y siempre hay una oportunidad de hacer que todo valga, de conseguir el pan.
3 a 0 dice el más optimista, con un grito que retumba el callejón de cemento caliente mientras le planta cara al bufón de la cuadra. Grito va, grito viene, se desentona en el aire una oración sin sentido, que parece apelar a los sueños, y a las ganas de sentirse victorioso en algo, porque en sus vidas hace ya mucho que se cansaron de esperar otro gol, otra esperanza, otra ilusión.
Un partido más, otra derrota, malparida vida aquí, malparida vida allá. Otro reflejo de la realidad, andante, perpetua, que no se escapa del destino, de ese parir infernal en las manos de la pobreza, del ser entregados a las manos de la miseria al recién nacer.
El loco del barrio, sin gloria, sin vida, convertido en tumba en la madrugada entre aceras, con pasos discretos en silencios rotos por gemidos de muchachas deseando hijos. Un callejón ahogado en la tristeza, la resaca de perder más que un partido, de quedarse sin ilusión por un tiempo, de tener que seguir buscando un nuevo sentido. El bufón de la cuadra, con una voz cortada que susurraba tristeza, con una canción en la boca y una lágrima escurriendo... Pronto llegará... El día de mi suerte... Sé que antes de mi muerte... Seguro que mi suerte cambiará... Con una sonrisa que se apagaba, y una expresión inestable. Los labios se le encogieron y el llanto se le cayó. Miró el reflejo de la luna en sus pasos, y la sombra le recogió el andar. Sólo era otro día, otro día más.
… (Fragmento de un cuento de mierda que pudiera o no continuar).
Mr. Cat
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El problema no es que a ella le guste el sexo, que se toque, que malpiense. El problema no es que vaya sin sostén, que sus pezones en punta le marquen la camiseta. El problema no es que se acueste con él, o con otro, que disfrute. El problema no es que salga, que beba, que se divierta.
El problema es que pienses que puede ser tuya por hacer o no hacer, por pensar diferente, por ser menos femenina. Por salir de casa en la noche, por estar sola en el parque, por salir del colegio, por vestir sensual. La cuestión es que creas que le posees por derecho, que por mandato divino debe ser para ti, que la ley te acoge, que tu género te cubre, que la sociedad te indulte.
El problema es que creas que sólo tú sientes, que sólo tú te diviertes, que sólo tú disfrutas. El problema está en pensar que tus necesidades son más, que el mundo te debe todo, y que deben satisfacerte. La cuestión es que no sabes parar, cuándo dejar de pedir, no sabes cuándo entregar.
El problema no es que te reproche el porqué llegas tarde a casa, ni mucho menos la razón de que ya no la llames. El problema no es que te riña por no lavar los platos, por no arreglar la cama, por no lavar el baño. El problema no está en que se queje del dinero, en que se preocupe de más, en que vele por tu familia.
La cuestión es que te crees dueño, te paseas por la vida dando ordenes, te acostumbras a que hagan todo por ti. La cuestión es que te excusas en que te hace falta tiempo, en que el trabajo te cansa, en que debes dormir. El problema es que crees que con pagar ya estás exento, que no debes hacer nada con tal de aportar algo más.
El problema no es que ella llore, que se sienta menos, que te quiera cerca. La cuestión es que no te importa, sólo vale lo que quieres.
El problema no es que sea libre, la cuestión es que la quieres sin alas.
El problema no es ella, el problema eres tú.
Mr. Cat
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¿Qué es el amor? Me preguntó al borde de la noche, con la luna de cara y una nube de aliento frío. Le miré el rostro pasar por la farola, esa que le dejaba una sombra a media cara, y le fundía de amarillos las esquinas de los labios. Me pesaron los párpados para mirar las estrellas, que casi ocultas parecían responder por mí. Mis ojos se iluminaron dentro de la penumbra, la voz cortó el silencio y me dejé llevar.
El amor es lo invisible, eso que no puedo tocar en tu cuerpo, que no puedo hallar en los bordes de tus caderas, que no puedo recorrer en tus labios y que mucho menos puedo escuchar en tu voz. El amor es saber ir al bosque, perderse por un momento y comprender que en él no sólo hay leña para el fuego. Es entender que en la noche la oscuridad también es una y que la soledad no llega cuando la luz se apaga.
El amor es lo invisible, lo que veo detrás de tu mirada, lo que esconde tu sombra en la noche menguante, lo que la farola refleja alrededor de tu presencia. Es saber que estás, que no te tengo, que eres sin poseerte y que volvemos sin buscarnos. El amor es saber que somos más que esto, más que los dos en la noche, más que el cuerpo pidiendo a gritos un beso.
El amor es el nuevo día, es la tranquilidad de reencontrarse en las mañanas con el pensamiento, verte cuando no te veo, escucharte en medio del mundo y saber que aunque sin que estés, puedo amarte.
Casi al instante la noche se sumergió en una viñeta, la escena fue película para un enamorado. Gota tras gota golpeó el pavimento y su cabello se regó sobre sus hombros sin medir pregunta. Sus ojos vieron caer un par de lágrimas alrededor de unas mejillas sonrojadas, dobladas a medio camino por una sonrisa tímida.
Se me cayó de los brazos el abrigo y por inercia se posó sobre su espalda. Fue inconsciente el sentir sus brazos rodear mi torso ya destendido por el frío de lluvia. La abracé en medio del rocío y me caí como en sueño sin sentir más. Era imposible escuchar la noche y sólo su voz hizo eco al cerrar los ojos.
Te amo. Yo también te amo.
Mr. Cat
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Resbalé por el precipicio, ese al borde del estante. Tropecé con las letras mal puestas en una biblioteca abarrotada de historias. Sonreí. Vi de cara el recorrido que me deletreaba recuerdos. Una hilera de sueños se despegaron de mí y me contaron poemas de una biografía partida.
Me estrellé con un piso de libros que me arroparon de páginas. Vi sembrados bolígrafos a lo largo del escritorio. Dormí. Cerré los ojos un instante y las hojas me arrastraron por un mar de tinta. Me ahogué.
Fui a parar al fondo del tintero, de donde una pluma me recogió para enseñarme. Volví a los libros. Las páginas se llenaron de garabatos y la pluma me dejó caer. No sabía escribir.
Reboté al borde de un escritorio viejo, a la sombra de bolígrafos sembrados. Observé la luz de vela alumbrando las frases de un libro. Lloré.
Me lancé del borde del precipicio hacia baldosas negras. Las lágrimas cerraron mis ojos. Había olvidado leer.
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Me quedé al silencio de una noche sin luces, recorriendo tus frases ya desordenadas en una memoria difusa. Las escenas aparecían en fragmentos mal cortados que confundían cada vez más la poca cordura que retomaba por momentos un amor inconcluso. Ya no había lugar en el firmamento, ni estrella que brillara tanto como para detenerme en el punto en el que guardé tu primer beso. El azul degradado al horizonte tampoco pintaba el fragmento de un cuadro del primer abrazo; y ciertamente el rugir de una tormenta que pareciese comerse al cielo en deslumbres de luces medio ocultas en las nubes, ni siquiera marcaban un tono de la primera estrofa de nuestra canción.
No faltó mucho para cuestionarme a dónde iba el recuerdo, como si de archivos se tratasen y se apilaran uno a uno en una bodega con cerradura sin llave, una de esas que se cierran para siempre y que su guardia habría de caer rendido en un sueño profundo. Pero que despertase, que de vez en cuando y en esos pequeños instantes en los que un sabor se siente, cuando un olor se percibe, cuando un sonido se escucha o cuando simplemente un día llega, se levanta el guardia somnoliento y del bolsillo en su chaqueta saca la llave, esa que abrirá la bodega por un momento, que dejará para la conciencia un archivo, quizá el del primer abrazo, quizá el de nuestra canción.
Creo que sólo me queda esperar esos días de recuerdo, esos donde la llave abra por un momento la cerradura, y del archivo salga nuestro primer beso; que quizá en una carpeta se encuentre la fotografía de tu sonrisa, y que también un poema se encuentre al lado de ella; que con faltas de ortografía lo lea de nuevo, y que visualice los días en los que caminábamos de la mano por el campo a la luz de las estrellas. Sería lindo pensar que no sólo había una sonrisa, que en el archivo también encuentre la mía, que me haga verla de nuevo y quizá sentirla... Pero no. Se fue a la deriva, como un barco que lucha contra un mar imponente y que aún así al borde de la siguiente ola se desploma sin esfuerzo, como si no valiese la pena seguir intentando.
Es triste reconocer que me rendí ante la idea de seguir sonriendo, pero lo es más el hecho de saber que el tiempo ha borrado poco a poco la historia, como garabatos mal grabados en una hoja de cuaderno viejo. Y así, como si me siguiera mintiendo, de manera consciente trato de jugarle una mala pasada a mi inconsciencia, convenciéndola de que el olvido es sólo una excusa para ya no reír, para pasar página mientras el guardia se queda dormido para siempre y la llave jamás regresa a la cerradura; una mentira que oculte las diez mil bodegas en la memoria que nunca se abrirán.
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¿Cuando otro relato?
Ya he dejado un par por ahí; de vez en cuando estoy uniendo fragmentos y construyendo un libro en Wattpad, así que pronto subiré mucho más de eso.
- Mr. Cat.
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Hola, hacen falta tus escritos por acá, por favor regresa.
Después de mucho he vuelto para quedarme, y adornar un poco los blogs de la gente con historias jodidas.
- Mr. Cat.
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… Alemania, 1941. Un silencio sepulcral acompañaba una reunión fortuita; dos jóvenes jugaban en las escaleras de una madera rechinante que cortaba la seriedad de un momento infinito. Gritos. Rompiendo en llanto una niña hubo de contenerse ante la mirada fulminante de siete presentes más. El otro niño. Salió caminando en silencio con los hombros encogidos y ojos sumisos mientras tímidamente sostenía la mano de la pequeña y la guardaba para sí, como si un tesoro fuese, y desde la inocencia le recogió las lagrimas al costado de la mejilla, para regalarle una sonrisa marcada en medio de regaños crecientes. Una puerta. Salieron entonces sin detenerse, como apresurando la vida y encerrando al tiempo en una capsula aburrida y vencida.
Las lágrimas diezmaron ante la expresión repentina del niño; ella se detuvo y le devolvió la sonrisa, como si de tarea tuviese que regresarle el gesto. Corrieron fuera de un sendero interminable de piedra, y saliéndose del camino cayeron de rodillas en el pasto recién cortado de un jardín escondido. Un roble. A la mitad el jardín, como un imponente guardián, reposaba el gigante que habría de convertir sus raíces en manto, se sentaron los pequeños a su diestra, y al horizonte miraron con un brillo en los ojos que prometía felicidad venidera. El beso. Sus manos aún juntas sudaban sin percibirse, y como si fuesen uno los ojos se fundieron en una balada inocente; respiraciones agudas saltaron como el palpitar de un colibrí entre las flores, y de la inconciencia los párpados cerrados dieron paso a sensaciones fervientes. Los rostros se encontraron en una oscuridad mutua, y los labios se rozaron torpemente; en pecado se convirtió la muestra que habría de guardarse en sus mentes. Vez tras vez se juntaron los labios, como sin darse tregua en el momento; el jardín fue testigo de la muestra que palpitara cada vez más fuerte entre sus dedos. Amor. Como sin concebirse en el espacio, el tiempo se perdió de la existencia, regaron su ingenuidad en un abismo de rosas y pasto cortado, y sonrieron felices sin conocer su penitencia. La tarde fue menguando entre la euforia, y se levantaron del roble sin discusión, sus manos entrelazadas eternamente se sostenían, y corriendo por el jardín se regalaban afección.
Un primer beso fue la muestra inocente, desinteresada y sincera, la que culminó un sentimiento completo; no reconocían la teoría del sentir, pero vivían su práctica en dicho momento. No había entonces prueba más contundente que la expresión de dos seres inexpertos, a no más de once años de vida concibieron el amor perfecto. No obstante, con la noche el cielo consumió su azul, y los blancos difuminados fueron grises intensos; el firmamento lloró por no ver más los niños, y de la reunión fortuita nació un dolor perpetuo.
Los niños fueron llamados sin pautas, y con gritos les recogieron en la puerta de la entrada; mejillas sonrojadas ocultaban la verdad aparente. Los siete presentes señalaron al niño, y como si hubiesen hecho que el tiempo regresase, se lo llevaron para siempre a un cuarto oscuro. Ya no hubo más apretones de mano, ni palpitar de colibrí; no hubo explicaciones ni reproches, sólo un silencio sepulcral y un recuerdo nulo.
La niña rubia de ojos azules, como un mar apagado por una tormenta a lo lejos; el niño de cabello negro y ojos color café, igual que el roble de su primer beso.
… Se dice que la niña sigue entrelazando sus dedos, y ahora como mujer vive recordando el tiempo. El jardín florece cada seis meses, y las nubes borran el firmamento cada noche entre silencios.
- Mr. Cat
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... Negro marica le dije, mientras le escuchaba lanzar insultos al azar en una noche de domingo, como reprochando al tiempo por repetir la rutina, a la vez que se ahogaba en humo de marihuana tostada, y se empapaba los labios de vodka añejo medio frío. Ya no daba más, mi paciencia se había agotado en un abismo profundo de depresión, que tiraba a matar a cada pequeño recorrido en caída.
No era más que una bola de pelos parlante, huesos ocultos entre pelaje alborotado, y una cola inquieta que me ponía los nervios a reventar. Siempre fui una mierda; el gatito sin ganas caminando torpemente en un parque, mirando los días ahogarse en un abismo entre las montañas, e ignorando las noches con los ojos medio cerrados, con un miedo que me atoraba la garganta y me dejaba sin voz.
Él me recogió, por suerte o por desgracia, me llevó entre cuatro paredes, me dejó ver el mundo con sus ojos, y lloró conmigo en los amaneceres. Siempre ha sido una miseria, un negro sin porte, como calavera andante que sonríe y llora y se retuerce de dolor invisible, y grita y llama, y me cuenta mil historias, y se droga y bebe, y folla con hombres y mujeres, y se queda desnudo con una cuchilla en la mano y ojos aguados mirando sus venas... Da pena. Damos pena. Así es él. Así soy yo.
El gato del negro marica, y el negro marica sin dueño... Mr, el negro sin sueños, sin vida, con repeticiones. No le gustan los lunes, ni los martes, ni cualquier día, pero al menos sabe que los domingos son el final... Siempre odió los principios, menos los de esas cancioncitas en inglés, ese rock pesado y ligero que lo sacaban un poco de la cordura y lo sumergían en una fantasía de humo y colores, con un porro en los labios, y una bebida regada en el vientre. Cat... Era yo, el gato sin colores, mirando una existencia rota que reflejaba mi propia vida a la inversa; él me mostraba su miseria, y yo la atesoraba en mi andar, me convertía en el marica huesudo, en el miserable sin sueños, en Mr. Cat...
... Quién diría que el principio sería su fin, que un amanecer de lunes tendría el valor de mirarse una vez más las venas y con los ojos aguados, cortarse de una vez por todas con cuchillas. Quién diría que me miraría sin pena, sin dolor, con una sonrisa entre los humos, con un rockcito de fondo, y vodka regado en el piso. Quién diría que me dejaría, sin vergüenza, en un inicio, en un lunes sin sentido lleno de olor a alcohol; en una vida sin rumbo, recordando las noches aquellas, en las que lloraba sin recelo, y me contaba sus penas. Quién diría que los gatos también lloran, que la desesperación llega cuando la vida se apaga, y que como llama se esfuma y el recuerdo entonces pesa; el negro marica, el negro de mierda...
... Mr. Cat, el gato marica que perdió a su dueño, ahogado en promesas de humos y rock, en vodka medio frío, y sueños de algodón.
... (Fragmento de un cuento de mierda que pudiera o no continuar).
- Mr. Cat
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... Una vida de mierda, ahogada en promesas de días mejores. Para los gatos no había colores, sólo una gama monocromática que se diluía con el llegar de la noche.
El frío ya se ahogaba entre mis pelos sueltos al aire; iban siendo las doce, entre una contaminación visual que me dejaba aturdido con sólo alzar los bigotes, y un olor a vómito que me revolcaba las tripas y la cola. Una puta basura, como cualquier buen viernes. A lo lejos una negra revolcada, como saliendo de entre el polvo y los orines de una acera en alguna esquina poco transitada; llevaba un costal al hombro, y dos niños a su diestra. Su sonrisa de oreja a oreja desentonaba por completo en una desagradable escena de borrachos y putas saliendo del Bar Gatos Tristes.
Mocos van y vienen de pequeñas narices mulatas andando de la mano de la negra sucia. Chiquillos que si mucho tendrían dos trapos para taparse la mucha piel que se les veía nada más andar descalzos. Sin duda me repugnaba ver tanta desgracia, y me regocijaba en el hecho de al menos andar en mi soledad y no tener que aguantar tanta carga. Negra marica, una de esas fuertes, sonriéndole a la vida y llevando dos existencias lamentables consigo, rebuscando entre la basura y rogándole al cielo o quizá a algún borracho que se la cogiera en una esquina poco transitada para al menos poder comprar un pan para los mocosos por la mañana.
... Una vida de mierda, ahogada en promesas de días mejores. Para los gatos no había colores, pero para una negra desgraciada quizá sí, colores opacos, marchitándose en la agonía de andar con tanto.
Habría pasado ya la media noche y entre retumbantes bajos y guitarras eléctricas de un rock hipnotizante desprendiéndose en forma de ondas desde los cimientos del bar, y olores que cargaban más que desgracias y putrefacción en una calle sin alma, los niños jugaban a esconderse en un parquecito cercano mientras su madre se la chupaba a un blanquito con traje elegante; no era un mal día, tuvo suerte, quizá el dinero le alcanza para comprar algún juguete, o quizá hasta le alcance para comprar el desayuno de los días siguientes. ¿Una puta con suerte? No lo creo, sólo era una noche más, maquillada en la posibilidad de tener algún otro par de pesos para continuar soportando la malparida tristeza de ser miserable, y cargar con el peso de tener descendencia bastarda e inútil en una sociedad denigrante.
... La contundencia de ruedas derrapando en una calle a medio encender en neón, y el sonido insuperable de los frenos gastando los neumáticos, hicieron eco en una noche redundante entre la tragedia y la desolación. El rock se volcó pesado en la distancia, y los olores se mitigaron ante la escena venidera. La negra inocente finalizó su trabajo mientras uno de los mocosos dejaba sus gritos en compases de dolor. El cráneo partido yacía en el concreto de la avenida del parque, y la sangre se difuminaba en la contaminación visual. Uno de los hermanos quedó bajo las llantas del coche, y el otro sólo era un cuerpo vacío viviendo la muerte de su compañero de juegos a tan corta edad. El conductor huyó entonces quebrando varios huesos más, y como ramas retumbó el incontrolado romper de los mismos. Malparido fue entonces aquel ser que por ebrio no se percató del camino; los niños dejaron de ser, y el que quedó vivo no volvió a ser el mismo.
La noche apaciguó el neón de la calle, y con indiferencia el mundo miró a los chiquillos, uno de rodillas sosteniendo un cráneo partido, mientras la sangre tibia se regaba en el piso. Turbia existencia con lágrimas sinceras, que concluían una vida sin rumbo; vacía sensación en un pecho descubierto, y huellas manchadas de pies desnudos. La negra marica se aproximó en silencio, reconociendo al instante la muerte invariable; sus lágrimas no corrieron hacia fuera, sino que por dentro lloró incontrolable. Levantó al pequeño con vida y lo abrazó sin reparo; con consuelos y sonrisas fingidas recogió su llanto, y al piso dejó caer los pesos que había ganado. Caminó con pausas hacia el cadáver y acarició suavemente el cráneo; puso su mano en el rostro deformado y con sus dedos cerro los párpados.
... Ipso facto regó el cielo la lluvia como permitiéndole llorar a su hijo, se oyó entonces un grito que terminó por apagar la calle, era la negra despreciable fundiendo su aliento en el frío, recordando el desgarro de ser miserable.
... Una vida de mierda, ahogada en promesas de días mejores. Una negra marica, fuerte y sin colores; ya no hubo más blancos, sólo gris y negro para un mocoso sin futuro, y una madre sin desayuno para la mañana siguiente.
Una puta sin suerte.
... (Fragmento de un cuento de mierda que pudiera o no continuar).
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