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Pensamientos 1

Como si la fina porcelana fuera acariciada por la más tosca roca su tacto alcanzó mis sentidos como una ola de aire frío cuando me asomo a la ventana. El amanecer es cálido, pero tu fría piel me devuelve al momento en el que nos conocimos y aquel frío, que ni con varias capas de ropa, podíamos detener. Tu tacto me evoca el sabor de tus besos y el sonido de tus palabras al decirme que me amas.

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Estudios bajo la influencia de los exámenes

Durante todo el curso pongo todo mi esfuerzo en las clases. Intento estudiar a diario; voy a todas las clases que tengo y hago todos los trabajos que me mandan como mejor puedo.

Todo esto tiene su recompensa, que el mundo académico se traduce como buenas notas, pero eso me da igual, las notas solo me sirven para conseguir becas y poder continuar estudiando. La verdadera recompensa que obtengo de este esfuerzo es el conocimiento. Se que puede parecer algo muy antiguo o, incluso o una estupidez, pero no lo es. 

A lo largo de la carrera y de mi vida como estudiante he ido adquiriendo conocimientos allí donde estudiaba. Conocimientos que pueden tener o no algún uso en mi futuro, pero que agradezco tenerlos.

Todo este esfuerzo; todas estas ganas de aprender y de adquirir conocimiento se ven eclipsadas en el momento de hacer exámenes. Me explico: durante todos los meses que dura el cuatrimestre (no son 4 por culpa de festivos y tonterías varias) doy el 100% de mi esfuerzo y dedicación. Disfruto haciéndolo, no me cuesta trabajo. Sigo el ritmo de las clases, resuelvo dudas, pregunto si hay algo más que se pueda hacer.. pero a la hora de realizar los exámenes todo este esfuerzo puede ser en vano porque con tan solo suspender ese examen, esas 2 horas de vomitar temario sin más razón de ser que la de expulsarse y no volver a usarse, puede desaparecer todo lo que había conseguido. Mis conocimientos son míos, en el momento que nos enseñan algo y lo aprendo no tengo problema en aplicarlo y en estudiarlo, pero no en un examen. Nunca he sabido vomitar conocimiento y si os dicen eso de : “En este examen vais a plasmar todo lo que habéis aprendido” no os lo creáis, a lo largo del curso en cada clase, en cada trabajo, en cada pregunta plasmáis vuestros conocimientos y no en una tontería burocrática que no sirve más que para crear “vomitarios de temario”

Eso es todo; ahora me dispongo a “comer” que en 8 días tengo un examen y me toca vomitarles todo porque si no todo se va a ir a la mierda.

Espero que os haya gustado. Gracias.

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CFT

Quiero comenzar con este texto que, aunque tiene ya un tiempo, es muy especial y quiero que mis textos se encabecen por este. Espero que os guste.

- Mamá tranquila estamos aquí. Ya no luches más. Nos has acompañado mucho tiempo. Descansa ya…

Como todos los días salí del colegio y fui a casa de la yaya. Recorrí la albufera y entré por una de sus bocacalles rumbo a el portal. Subí los cuatro pisos y llegué.

Le saludé como todos los días con un beso y me puse a poner la mesa. Saqué el mantel de tela de flores que tanto añoro ahora y lo coloqué sobre la mesa, no sin antes retirar el florero de cristal que siempre estaba con aquellas flores que le habíamos regalado aquel día de su santo.

Fui a la cocina, en dos pasos se podía pasar del salón casi al baño. Era una casa antigua en un edificio más antiguo aún. En él habían vivido mis bisabuelos y ahora mis abuelos, bueno mi yaya, mi abuelo se fue hace mucho.

Al llegar a la cocina allí estaba mi yaya calentando la sopa y haciendo los filetes con patatas que tanto me gustaban.

Cuando la comida estuvo hecha nos sentamos a comer. Ahora yo me sentaba en

frente de ella y no en frente de la tele; en el salón, aunque pequeño, había tres sillas y dos butacas alrededor de la mesa plegable redonda, que ya hacía mucho que no se plegaba.

Probé la sopa y saboreé un gusto extraño; la sopa no sabía a la marca de la casa; era insípida, sosa, mala… No le di más importancia que un descuido con la sal.

Los filetes estaban exquisitos como siempre, sin duda son los mejores que he probado y probaré.

Terminamos los platos y partí un poco de queso y fuet para los dos; nos gustaba completar la comida con un piscolabis al final de esta. Nos tomamos el postre y recogimos la mesa.

Cuando estaba terminando de fregar mi padre llamó al telefonillo para llevarme a casa. Me despedí de mi abuela con dos besos y un “ten cuidado” de su parte y me fui.

El viaje en el coche con mi padre transcurrió como todos los días. Contándonos cómo había ido el día y con algún chascarrillo.

Aún queda mucho del día, pero que no concierne a la historia ya que en esos momentos yo no estaba en las conversaciones con mis padres.

Los siguientes días transcurrieron igual, el incidente de la sopa no se repitió.

El viernes de esa semana salí de clase como siempre y fui a comer a casa de la yaya. Qué sorpresa la mía al ver que había macarrones. Eran y son mi plato preferido y ninguno como los que preparaba mi abuela.

Sonó el telefonillo y bajé al coche. Nunca pensé que jamás iba a volver a comer igual después de ese trayecto.

En el coche notaba a mi padre raro, sabía que algo pasaba y no sabía qué era. En el trayecto que tomamos ese día pasamos por Entrevías, cerca de allí nos dieron un golpe años antes que ha dejado en mi el miedo a los frenazos y el acto reflejo de girarme en el coche cada vez que se frena.

Cuando estábamos por la avenida del golpe mi padre me habló con su mejor tono y con la cara más sincera del mundo y me contó que la yaya no estaba bien. El día que la sopa no sabía bien era porque me había cocido una lechuga…

Las siguientes palabras hicieron temblar mi cuerpo al escuchar que mi abuela tenía Alzheimer. Lloré, lloré mucho. Aún era un enemigo que sabía lo que era, perdón, pensaba que sabía lo que era y que jamás soltaría a mi yaya…

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"¡Se feliz y no mires con quien!"

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