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nochalancenotebook · 2 years ago
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MALFUNCTION/ “O SEA, DIGAMOS…”
Función y campo de las muletillas
El lenguaje es el software que nos arma pero también es el virus que produce el malfunction estructural e insanable de los seres hablantes. Por eso hablar es renguear. No hay otro modo de caminar el lenguaje más que rengueando, me temo que eso es inexorable. En tal sentido hay una sabiduría inadvertida en llamar muletillas a esas palabras que algunas personas (o todas las personas en algún momento) utilizan en un infructuoso intento por renguear menos. Lo paradojal de las muletillas es que apuntalan el tránsito en el río de palabras pero no cumplen tal servicio sin realzar la renguera del hablante.
Aunque muchas definiciones académicas consideran a las muletillas, desde una perspectiva de eficacia comunicacional, como elementos superfluos y “contaminantes” del discurso, vale detenerse a analizar cada muletilla porque su uso no es electivo ni casual, sino algo que se le impone al que habla y por ello probablemente puede decirnos algunas cosas interesantes sobre la singularidad de quien las usa.
Clases de muletillas
Los ejemplos de muletillas abundan. Por eso es necesario recortar algunos casos relevados de primera mano para reflexionar al respecto.
“No es por nada…”
Tomé nota de esta expresión regularmente usada por integrantes de una familia al comienzo de una oración y antecediendo siempre a una frase afirmativa: “No es por nada, pero eso no es cierto” o “No es por nada pero él está equivocado”. Hay en esa muletilla la intención de deslindar la implicación o el interés personal del que habla respecto a lo que predica. En este caso se trata de una muletilla puesta al servicio de la desimplicación del hablante. “Te digo tal cosa pero lo digo bajo la condición de tomar distancia de la opinion que voy a expresar”. Opaca, incluso enigmática a primera vista, esta muletilla es un intento de desmarcarse a priori de lo que se va a decir. Como si tal cosa pudiera ser posible.
“¿Cómo?...”
Otra persona responde siempre con esta palabra a las preguntas que se le dirigen. Es un error suponer que ese ¿Cómo? aparece porque no ha escuchado o comprendido la pregunta. Tal hipótesis queda descartada porque antes de que dicha pregunta pueda ser repetida, la persona -que evidentemente ha escuchado y comprendido perfectamente la primera vez aquello que le fuera preguntado- responde apropiadamente sobre el asunto en cuestión. Esto lleva a la siguiente conclusión: el "¿Cómo?" es una pausa necesaria para quien usa esta muletilla. Una pausa que no puede ser hecha simplemente con un silencio antes de dar la respuesta. Pero intuyo que allí no se acaba todo. Porque ese “¿Cómo?” estrafalario tiene sobre quien ha formulado la pregunta un cierto efecto sutilmente destituyente. Es sabido el efecto deletéreo que tiene responder a una pregunta con otra pregunta. El “¿Cómo?” nos deja básicamente ante dos posibilidades: aquel a quien le dirigimos la palabra es un poco sordo…o nuestra pregunta es torpe e incomprensible y entonces posiblemente seamos nosotros un tanto ineptos. Huelga decir que ambas opciones no son excluyentes. Pero la segunda tiene por fuerza un efecto inhibitorio y desalienta el diálogo. 
“O sea, digamos…”
La Real Academia define a la expresión “O sea” como una expresión equivalente de “Es decir”. Tanto la una como la otra son expresiones impersonales. En ninguna puede ubicarse al que habla. Tras ese primer ocultamiento viene el digamos en donde quien habla se refugia en la primera persona de un plural que tiene la ventaja del anonimato. Aquel que vocea un digamos opera una transmutación que lo vuelve parte de un coro de existencia presunta e incomprobable. ¿Quienes son los “nosotros” de ese digamos? No podemos decirlo con precisión. Pero sí podemos decir que esta muletilla repetida ad nauseam expone la tremenda soledad de su propietario, que no sólo renguea sino que renguea sobre el filo de una navaja, dando muestras de una fragilidad que puede hacerse añicos en el momento menos pensado.
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nochalancenotebook · 2 years ago
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SÓLO DOS MUJERES
Dos mujeres hubo en mi vida. Primero estuvo Pura. Pura era una dama inmaculada, impoluta, un ser angelical que me fascinó por lo extraterrenal de su aspecto y su conducta. Parecía hecha de nubes y de nácar. Todo en ella era perfecto. Sus formas tenían las medidas exactas, su voz era la más dulce, su andar un encanto y todas sus actividades eran bonitas, nobles, justas y entretenidas. Sin embargo la llegué a aborrecer. Su perfección aúrea la asemejaba a un arcángel fanfarrón.Todo en ella era, como su nombre, purísimo. Olía a rosas y a quirófano, jamás la ví sudar o sonarse los mocos y llegué a dudar de que cagara. La abandoné una tarde, dejándola -más luminosa que nunca- sumida en un llanto perfecto, cristalino y celestial.
Por huir de su impronta celestial me enredé con Rita, que era su opuesto. Si tuviese que definir a Rita apelando a alguna zona de su cuerpo, elegiría sin dudar las nalgas. Eran dos bolas grandes, blancas, algo fláccidas y levemente peludas. Estaban infestadas de minúsculos granitos y alguna que otra pústula de pelo encarnado. Su consistencia gelatinosa despertaba algo más que deseo sexual. Me daba hambre y sed. Tenía que beber de golpe dos o tres vasos de vodka y comer urgente empanadas picantes o pollos asados.
El contraste era una fiesta porque estaba harto de la naturaleza algodonosa de Pura. Tener sexo oral con Pura era como lamer una barra de jabón Dove: igual de terso, igual sabor y fragancia, igual placer. Rita en cambio, tenía un tajo gordo, cebado en vinos fuertes y carnes salvajes. Así como lo digo, un tajo gordo, una vulva rolliza y peluda rodeando una vagina ancha y profunda, como una olla donde se cocinan caldos marinos con bacalao pasado y mariscos demasiado maduros. Recuerdo con que gula saboreaba yo sus jugos, regocijándome, chasqueaba la lengua y hacía caso omiso de los enrulados pelos que se me atoraban en la gola, quitándome el aire y amenazándome con muerte por asfixia, por comechochos.
Rita era toda una mujer. Era vulgar e intratable, siempre con el insulto pronto y la grosería a flor de labios, de intelecto limitado pero apasionada y amiga de bromas pesadísimas, para las cuales tenía un talento malévolo. Su cara abotagada recordaba la imagen de un durazno viejo y macerado en alcohol barato, pero era justamente esa ruinosa composición física y moral, ese radical contraste con Pura el que me excitaba tanto. Rita lo sabía y por ende cultivaba con esmero su dejadez de calzones manchados. Mantenía su aliento pesado y sucio, vestía mal y no se bañaba jamás. Con esa actitud consiguió retenerme un buen tiempo, rebajándose cada vez más y más, agudizando su mal carácter, siendo cada vez más odiosa y más grosera. Pero finalmente su abandono me saturó. Supe que Rita había tocado fondo y que cada nuevo gesto de su decadencia era solo maquillaje, decorado, patrañas. Sus posibilidades de sordidez habían llegado al límite. Se lo expliqué lo mejor que pude y la abandoné dejándola sumida en unos lloros porcinos, destemplados y tan sinceros que me hicieron detestarla. Creo que murió de desidia unos meses después.
Esas fueron las dos mujeres que hubo en mi vida, las dos extremistas en su estilo. Después de ellas me he quedado sola, escribiendo esta historia una y otra vez, hasta que me quede sin tinta o me muera.
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nochalancenotebook · 2 years ago
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EL TERRITORIO LIBRO
¿Del autor al lector? Sólo en tus sueños, cariño.
Preguntarse ¿qué es un autor? No tiene nada de original pero es necesario hacerlo en este escrito. Para comenzar hay que decir lo que fundamentalmente NO ES. Resulta que un autor no es exactamente el tipo que escribe. No es el que escribe pero se superpone con ése en cierta medida, aunque no haya -ni pueda haber- una coincidencia perfecta.
El autor es más bien el fulano que aparece en destellos dentro de su texto. El autor es el que queda en deuda con esos demonios internos que se insinúan en la letra y a los cuales debe su escritura. Para decirlo de una manera sencilla, “eso” que llamamos autor aparece en lo que escribe o en lo que canta o en la escena que actúa o en la película que filma o en su escultura. Ahí está el autor. En cambio, a un autor no podemos verlo tomando el colectivo 115 o circulando en un monopatín. El autor aparece en su obra pero si la obra está bien hecha se lo puede ver apenas de refilón, con el rabillo del ojo porque toda obra se crea con el propósito de esconderse en ella. Todo autor tiende a undercover, tiene vocación de existir en forma clandestina.
El tipo que escribe, en cambio, sí que anda tomando colectivos, viajando en monopatín o comprando papel higiénico en el súper. Hay una distancia infranqueable entre el autor y el tipo que escribe y esa distancia es la que explica la decepción o incluso el disgusto cuando conocemos personalmente a un escritor o a un músico cuya obra nos gusta mucho. Esto no ocurre esencialmente por la personalidad del artista. Puede ser un cretino antipático, una persona tímida o un ser encantador, da lo mismo pero nunca es ése que entrevimos en su obra.
En cuanto al lector yo creo que hay una simetría que hace justicia a lo dicho anteriormente. Aquel que pasa la vista sobre los caracteres y sostiene el libro tampoco es exactamente el lector.
Intuyo que finalmente autor y lector son dos bichos que se encuentran únicamente en un hábitat propio: el territorio libro.
Por ello cuando el tipo que escribe se encuentra con alguien que ha leído su texto hay una sensación dislocada, confusa, medianamente incómoda. Es una situación en donde dos perfectos desconocidos deben admitir que finalmente se conocen un poco, de una forma extraña, se conocen sí pero de otro lado, de ese territorio libro. Que es como haberse conocido en sueños. En esa especie de sueño impreso que es un libro.
Haberse encontrado en el territorio libro crea una intimidad de la que no pueden renegar pero que tampoco quieren reconocer. Con justa razón porque en el territorio libro ambos han viajado acompañados por la comparsa de sus propios demonios. Finalmente hay que resignarse al hecho irremediable de sostener una relación que es entre dos íntimos desconocidos. Y está muy bien.
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nochalancenotebook · 2 years ago
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EL DIVAN Y LA PARCA
Letalidades y bufonerías del Psicoanálisis
Ludovico Jovellanos, Atila institucional
Ludovico Jovellanos fue un psicoanalista mexicano de cuya formación se dice que fue tan rigurosa y bien conceptuada como deletérea y estrambótica fue su práctica clínica. A poco de iniciar su práctica Jovellanos restringió, lo cual algunos consideran a la ligera un hecho afortunado, su actividad al ámbito del, así  llamado, análisis institucional. De tal suerte este dizque practicante del psicoanálisis ejerció por espacio de tres décadas fungiendo como analista institucional. En muchas ocasiones se lo convocó como supervisor de los más variados dispositivos para el abordaje de las “enfermedades institucionales”. Luego, con el correr de los años, era frecuente encontrarlo como interventor en todo tipo de organizaciones. Un hecho inexplicable hasta la fecha es el renombre del que gozara, siendo que sus propuestas e intervenciones adolecían de un andamiaje teórico extremadamente bizarro, plagado de confusas referencias biológicas, históricas, esotéricas y gastronómicas; todo lo cual conformaba un corpus teórico laberíntico y enmarañado del cual únicamente la hermenéutica podía sacar algún provecho. Sobre los efectos concretos de su inextricable práctica, abundan los testimonios y documentos que consignan al detalle el carácter mórbido cuando no directamente criminal de las faenas institucionales de Jovellanos. No obstante la pasmosa y evidente adversidad de resultados, brilla por su ausencia cualquier clase de sanción efectiva, más allá de la consternación estéril del mundo académico y del cotilleo escandalizado y gozoso de sus colegas. Si algo queda palmariamente demostrado, en casos como el de Jovellanos, es lo conveniente que resulta para una comunidad profesional contar con contraejemplos de semejante magnitud. Resulta tentador pensar que el destructivo trabajo de este analista institucional establecía un anti-standard escandaloso y tranquilizador al mismo tiempo.
En cuanto a tomar posición de manera explícita con respecto a los desaguisados de la escuela jovellaniana, la excepción fue una crítica que el eminente Fernando Ulloa le propinó alguna vez: “Jovellanos es el Atila de las instituciones, por donde pasa no crece más el pasto”. El calificativo puede parecer excesivo sólo si se desconoce la perfomance de este Atila institucional y la de sus discípulos. No hubo lugar por la que este infausto e infatuado analista haya pasado sin provocar su implosión y disolución en un vendaval de acusaciones, desmentidas, agravios, agresiones físicas y hasta algunos suicidios con carta incluida, en la que se detallaban los motivos y se imputaba a la impericia del analista como factor coadyuvante de tan extremas decisiones.
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nochalancenotebook · 2 years ago
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EL DIVÁN Y LA PARCA
Letalidades y bufonerias del Psicoanálisis
Román López Rocca, la impostura perversa
El caso de Román López Rocca, quien malversó con impunidad sus conocimientos durante la década del 80 y principios de los 90, configura el ejemplo perfecto de lo que en el terreno de la práctica psicoanalítica merece llamarse  “rumbo de colisión”. Es descarnadamente notoria en López Rocca, la tenaz insistencia de la repetición que le daba dirección a su trabajo. En ese aspecto hay que reconocerle una coherencia que no tiene otro mérito que el de su propia patología. Durante más de una década este improbable psicoanalista argentino fue capaz, con la endiablada habilidad que aplicara para sus innobles fines, de establecer sólidos lazos con sus colegas y con aquellos infortunados que llegaban a consultarlo. Con respecto a los primeros López Rocca sabía exprimir bien el semblante analítico. En cuanto a los segundos, todos los testimonios indican que empleaba con profusión y sapiencia las males artes de la seducción, la intimidación y el chantaje. Como es dable suponerlo su capacidad de hacer daño y obtener las malsanas satisfacciones que buscaba incesantemente, estaban en relación inversamente proporcional a los recursos anímicos de sus pacientes.  No obstante el saber hacer y el olfato de este analista perverso, encontraron finalmente el trágico límite que puede presentarse en tales situaciones. El 18 de diciembre de 1991, Julio Q. paciente de 24 años que concurría a su consulta desde hacía apenas dos meses atrás, abrazó a López Rocca y tomando impulso se arrojó con él por la ventana. La caída desde una altura de siete pisos ocasionó que ambos fallecieran en el acto.
En los días inmediatamente posteriores a este trágico suceso y, seguramente por el revuelo causado no sólo entre sus colegas sino en la comunidad, salieron a la luz (ventilados con nula delicadeza por los medios de prensa locales) numerosos testimonios de pacientes y ex pacientes:
 “¡No puedo creer que el doctor haya terminado así! ¡Asesinado por un loco! Román (yo desde la segunda sesión lo llamo por el nombre) era un divino. Te hacía sentir…no se…especial. Tenía esa forma de mirar, de darte la mano y de atraerte hacia él para darte un beso……me resulta re difícil hablar de esto, pero no creo nada de lo que salió en los diarios. Los diarios mienten mucho y los pacientes son como los diarios.” (Silvia H. 22 años).
“Yo no lo denuncié porque me fui a tiempo. Igual me reprocho no haberlo hecho porque capaz que le evitaba el mal rato a otras personas y por ahí las cosas hubieran sido distintas. En mi caso, tuvimos dos entrevistas solamente, pero esas entrevistas fueron suficientes. Ya en la primera sentí que me tiraba los galgos. Por un momento pensé “me estoy comiendo al amague” pero la segunda vez fue peor. El tipo me quería cojer, eso era lo único que quería. Me interrogaba sobre mi vida sexual con mucho morbo. Yo leí sobre la “chos sexuel” y todo eso, pero me parece que esos temas tienen que aparecer de otra forma en un tratamiento.” (Nadine K. 29 años).
En cuanto a testimonios, tal vez el más categórico y elocuente en su simpleza, sea el de Leandro J.: 
“El doctor: un hombre transparente como pocas veces conocí.  Yo llegué hasta él derivado por un psiquiatra luego de mi internación. Aunque estaba mucho más tranquilo (ya no escuchaba las voces), me di cuenta enseguida, ni bien entré a su consultorio: flotaba en el aire un olor a esperma y a esmegma recalentado. Me dije: cagamos Lean, te mandaron al “consolatorio seminal”. Y resultó que era eso: un degenerado.”
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nochalancenotebook · 2 years ago
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EL DIVAN Y LA PARCA
Letalidades y bufonerias del Psicoanálisis
Anne Marie Koljeva, acorazada
Anne Marie Koljeva nació en la ciudad de Cluj en la Transilvania del Imperio Austrohúngaro y estudió medicina en Viena y Trieste. Fue una de las primeras mujeres psicoanalistas y comenzó a ejercer en Salzburgo, contando con la protección de algunos notables miembros del círculo freudiano. Protección que moderaba las reservas y la sutil antipatía que Freud parece haberle profesado y que bien podría ilustrarse con una frase que se le atribuye sobre ella: “Esa gitana ignorante y aventurera”. 
El ascenso de los Nazis y la posterior anexión de Austria por parte del Tercer Reich determinaron la partida de Koljeva hacia Inglaterra. En Londres ejerció hasta que los feroces bombardeos aconsejaron su mudanza a la campiña inglesa. Desde Strathamshire continuó con su actividad clínica y de formación. Fue en ese período cuando comenzaron a producirse los funestos hechos que le dieron renombre y que, paradójicamente, no mermaron el número de quienes acudían a su consulta. El caso de Koljeva es notable toda vez que ha sido mencionado por la historiografía psicoanalítica en innumerables ocasiones, pero siempre con sospechosa displicencia y frivolidad. Antes que la intelección rigurosa ha primado la especulación banal sobre su práctica o el epíteto descalificador apuntalado en los chismes de la comunidad psicoanalítica. Se la denominó “la estepa”, “la esfinge sin enigma” y “la estatua austríaca”, entre otros peores.
Los únicos registros medianamente rigurosos que aún pueden consultarse son, en este caso, los policiales. Estos consignan la pasmosa cifra de nueve pacientes que se dieron muerte en la sala de espera de la doctora, a lo largo de 36 meses. Estos suicidas aprovecharon las vigas del hermoso techo de madera para colgarse. La investigación realizada para este trabajo no encontró procesos judiciales incoados contra Koljeva por los deudos ni rastro de alegatos o explicaciones por parte de esta psicoanalista, que parecía ser inmune a cualquier suceso. Lacan (según uno de sus biógrafos) le dedica un comentario al pasar: “La actitud de Koljeva [tras los suicidios] representa el ejemplo más elocuente del infranqueable blindaje que logra construir la histeria, sostenida en una imbecilidad hierática”
Anne Marie Koljeva prosiguió atendiendo sin mayores novedades hasta su muerte en 1963.
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nochalancenotebook · 2 years ago
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EL DIVAN Y LA PARCA
Letalidades y bufonerías del Psicoanálisis
Gustav Sablonsky, Un fantasma recorre Europa…
En febrero de 1928 Gustav Sablonsky, médico y psicoanalista que supo tener participación en las reuniones de los miércoles en Viena, tomó en tratamiento a Ernest Bröhm, un obrero del carbón de 27 años y militante comunista. La dirección de ese tratamiento conducido por Sablonsky (amigo personal de Eitingon y estalinista convencido) fue adquiriendo progresivamente la consistencia de un adoctrinamiento que no sólo pretendía confirmar la filiación política del paciente sino que (y he ahí el motivo de su trágico final) pretendía “reformar las pulsiones homosexuales pre edípicas, superando las fijaciones anales y las confusiones generadas por la alienación moral causada por los valores burgueses del modo de producción capitalista”. 
Por cierto, ya tempranamente Sablonsky evidenciaba rasgos poco auspiciosos por la carga moral que desplegaba en sus juicios e intervenciones. De hecho, en las actas vienesas pueden encontrarse numerosas transcripciones que dejan constancia del tenor panfletario y edificante que invariablemente utilizaba para comentar aportes ajenos o demoler las contribuciones de algún adversario. Con frecuencia se le amonestaba porque pretendía tomar la palabra para embarcarse en larguísimas disertaciones, las que tenían siempre como objetivo la articulación forzosa entre psicoanálisis y marxismo. Sadger y Wittels (éste último en particular) solían fustigarlo sin piedad, lo cual creaba un clima de violencia insoportable.
En tal sentido resulta interesante y profético el juicio que Tausk -en una carta a Freud- vierte sobre él: “La desmañada e impiadosa obsesión de este hombre [Sablonsky], por forzar un encastre entre psicoanálisis y materialismo histórico, es tan implacable que no repara en los medios ni en las consecuencias que éste afán tiene en su producción teórica y –seguramente- en su práctica.”
Años después, esa apreciación hecha por Tausk adquiriría un carácter profético porque la sostenida y permanente violencia de la “dirección de la cura”, conducida por Sablonsky en el trabajo con Bröhm, alcanzó cotas que han de haber sido intolerables para el paciente. Lo cual llevó a éste a cometer un acto irreversible in situ: el 16 de septiembre de 1928 Ernest Bröhm se introdujo en el recto un cartucho de dinamita, ingresó a sesión con ese artificio y lo detonó tras unos minutos, como remedio definitivo a las torpezas agobiantes de Sablonsky. La explosión acabó con ambos y destruyó dos estancias contiguas.
El lamentable suceso, ocurrido en el Policlínico del Instituto de Psicoanálisis de Berlín, conmocionó a las autoridades y a la sociedad. En cuanto a la comunidad psicoanalítica europea,  generó en su seno un clima de malestar y debate soterrado que puso a la incipiente organización en crisis. Freud mantuvo con Eitingon una encendida polémica epistolar al respecto y llegó a considerar seriamente la posibilidad de cerrar el Policlínico y suspender todas las actividades en territorio alemán.
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nochalancenotebook · 2 years ago
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LA CHICA DE LOS DIENTES GRISES
Reconozco que soy lento de pensamiento, tal vez un poco imbécil. Eso explica que haya sostenido un noviazgo con una chica muy especial. Su nombre era posiblemente Etelvina y su particularidad era que tenía dientes grises y encías heladas. Desde el comienzo de nuestra relación hubo hechos que hubiesen alertado a cualquiera. La conocí una tarde en la que acompañé a mi tío a visitar la tumba de su finada esposa. Esas visitas eran una calamidad porque mi tío se lloraba como un marrano durante los primeros diez minutos, luego de lo cuales la congoja se transformaba en ira y entonces se ponía a maldecir la memoria de su esposa, la Beba, a la que tildaba de haragana (que no lo era) y de  puta incorregible (que sí lo había sido y a mucha honra y con gran regocijo). 
II
Estas maldiciones podían durar horas y por eso yo me dedicaba a vagar entre las tumbas y mausoleos para matar el tiempo entre los muertos. Fue en uno de estos paseos cuando me topé con Etelvina que era muy bella y muy sociable. Ni bien me vio me tomó de la mano y me llevó a pasear. Sabía muchas cosas del cementerio y de la historia, tenía una familiaridad asombrosa con los inquilinos de esa necrópolis. En ese primer encuentro me impuso un beso congelado y salobre pero algo excitante también. No me pude negar (aunque sus encías me daban miedo) porque nunca he tenido carácter. 
III
Desde ese día empezamos a vernos aprovechando las visitas furiosas de mi tío. Nuestras citas comenzaban con un paseo necrófilo y terminaban con Etelvina intentando convencerme de acompañarla a su casa para merendar. Yo me negaba porque lo que ella llamaba “su casa” era uno de los mausoleos y no me bastaba con que fuera el más bonito. Algo me daba mala vibra. Un día Etelvina no se presentó. 
IV
La busqué por todo el camposanto pero no logré encontrarla. Me acerqué hasta el mausoleo que ella llamaba “su casa”. El mausoleo era suntuoso y horrible, como lo son esas casitas que parecen hechas para jugar a las muñecas pero después de muertos. Ahí pude ver su nombre grabado en bronce junto a un par de fechas: Etelvina Valdéz 1.893 - 1.908. La muy jodida había estado muerta todo el tiempo y no había tenido la decencia de advertirmelo.
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