¡Hola! Soy Nyx. Era @-Pxnguinx- en Wattpad pero me cerraron la cuenta así que voy a subir mis historias por estos lados también.
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Pequitas - [ Barco Center ] #3
Libro de One Shots
Pareja: Barco x Giay
Palabras: 2.9k
Género: Fluff
pequitas con bloqueo emocional
ღ Valentín es un adolescente que por culpa de problemas en su infancia desarrolló un bloqueo emocional. No encuentra motivos para sentir felicidad, ni tampoco le importa algo realmente como para sentirse triste. Hasta que conoce a Agustín, un chico que le hace recordar que también es una persona con sentimientos. ღ

Al día de hoy, Valentín ni siquiera entendía porqué Agustín era su novio, ni cómo soportaba todos los problemas y falencias que tenía. Quería creer que era porque lo quería y era especial para él, pero solo la idea de importarle a alguien lo ponía mal, lo enfermaba y le daban ganas de vomitar. Ni siquiera entendía cómo seguía siendo su novio incluso después de todas las veces que él lo había rechazado.
No es que no lo quisiera, solo no sabía cómo se quería a alguien. Nunca sintió nada similar en su vida, o no que recordara al menos, todo le solía dar igual o no le causaba ninguna emoción. Pero cuando lo conoció sintió que podía morirse, literalmente hablando, porque esa vez que lo vio entrando al curso con una sonrisa y hablando con una amiga, terminó encerrándose en el baño y teniendo un ataque de pánico por lo que sentía.
No sabía qué había cambiado para que ahora estuviera así.
Tal vez fue por esa vez que Agustín fue a la facultad con su perra recientemente adoptada porque no estaba acostumbrada a estar sola y el animal se le había acercado hasta subir sus patitas encima de su regazo, buscando algún tipo de cariño a lo que él solo atinó a acariciarle la cabeza con una mueca seria, pero por dentro sentía que se le iba a salir el corazón por tener la atención de tantas personas, incluido Agustín.
O tal vez fue esa vez que se lo encontró en el parque paseando a su perra cuando estaba de regreso a su casa después de hacer la compra semanal. La border collie fue la primera en reconocerlo, incluso a pesar de la distancia que los separaba, corriendo hacia él y tirándose encima suyo. Por suerte pudo reaccionar a tiempo, pero Agustín, al verlo cargando tantas bolsas, decidió acompañarlo hasta su casa también como una disculpa por lo cargosa que era su mascota.
O tal vez fue esa vez que Agustín le contó cómo había conocido a su perra y cómo había terminado adoptándola después del ambiente dañino en el que la encontró. Le contó que solía ser bastante reservada y poco activa para lo que solían ser los border collie normalmente. Le contó que él era la única persona con la que se alegraba tanto cada vez que lo veía y no sabía por qué.
O tal vez fue esa vez que Agustín lo invitó a comer en su casa cuando les cambiaron los horario de la facultad y les pusieron unas clases en la tarde, por lo que a él no le daba tiempo a ir y volver como para comer en su casa.
Tal vez fue en ese momento cuando estaban acostados en la cama del mayor después de almorzar, intentando dormir una corta siesta antes de volver a la facultad, cuando Agustín se animó a dar el primer paso y lo besó en el silencio de esa tranquila tarde.
Tal vez fue en ese momento cuando se dio cuenta que le gustaba estar con Agustín y que en el fondo lo quería, pero le daba miedo estarse sintiendo de esa forma. Un miedo tan irracional que no sabía ni siquiera de dónde provenía.
—¿Valen? ¿Estás bien? —escuchó la voz de Agustín detrás de la puerta del baño, después de haber dado unos golpecitos a esta.
Aunque quiso responder rápido y fingir que todo estaba bien, ni siquiera pudo hacerlo porque la voz no le salía. Últimamente había estado llorando muy seguido y eso le preocupaba. Se abrumaba rápido y no podía estar más de media hora sin necesitar alejarse de Agustín porque se sentía agobiado.
No entendía cómo Agustín seguía yendo tras él después de lo mucho que lo dañaba siendo como era. Valentín sabía que no estaba hecho para querer, ni para ser querido. A él no le salían esas cosas y le preocupaba que ahora no pudiera detener su llanto cuando quisiera como antes podía hacer. Antes podía desconectarse de lo que estaba sintiendo y seguir con su rutina, ahora ni siquiera era capaz de pasar mucho tiempo sin largarse a llorar.
Ante la nula respuesta, Agustín decidió agarrar el picaporte de la puerta y bajarlo para poder abrir la puerta. Cuando lo hizo, se encontró al pelirrojo en una esquina del baño hecho una bolita, con sus piernas pegadas el pecho y sus brazos ocultando su rostro encima de sus rodillas.
Valentín no quería mirarlo, no quería que viera sus ojos rojos por el llanto o sus mejillas hinchadas, no quería que viera cómo se estaba sintiendo porque solo lo dañaría más. A pesar de eso, la presencia del chico lo reconfortó y cuando sintió los brazos del mayor rodear su cuerpo solo pudo ponerse peor, llorando desconsoladamente porque no podía soportarse a sí mismo.
Parecía un bebé recién nacido que lloraba porque todo era nuevo para él y se abrumaba, un niño que se refugiaba en los brazos de su madre porque solo confiaba en ella. La diferencia en este caso, era que Agustín era su novio y no su madre. Pero se sentía de esa forma, necesitando ese abrazo más de lo que era consciente, un abrazo que tal vez siempre quiso que su madre se lo diera cuando era un niño.
Siempre soñó con tener muchas cosas cuando era chico, pero a muy temprana edad se dio cuenta que la vida no era fácil. No cuando veía a su madre levantarse todos los días a las cinco de la mañana para prepararle un sanguche para que llevara a la escuela. No cuando veía a su padre todos los días volver tarde e irse antes de que él siquiera se despertara porque tenía que trabajar. No cuando todos los días su madre lo acompañaba en el colectivo hasta que se bajaba en su escuela mientras ella seguía el recorrido hasta su trabajo. No cuando todos los adolescentes parecían tener una vida feliz mientras que él tenia que preocuparse por qué comida iba a preparar para la cena porque su madre cada vez estaba peor y él la cuidaba. No cuando ni siquiera tenía un hermano que pudiera ayudarlo con las compras de la casa y tenía que hacerse cargo él, trasnochando para estudiar porque en la tarde cuidaba a su madre y hacía los deberes de su casa.
—P-perdón… —murmuró entre llantos, sin poder controlar su voz y sonando quebrada—. Siempre es lo mismo conmigo —agregó con una presión en su pecho.
Una de las manos del mayor se enredó en sus mechones pelirrojos, acariciándolos con gentileza, mientras su otra mano dejaba pequeñas caricias en su cuerpo.
—Está bien si te sentís mal, Valen, es normal —intentó consolarlo, dejando que el menor se refugiara en su pecho y lo abrazara fuerte, sin importarle siquiera si manchaba su remera.
—No es normal llorar todos los días —se excusó, ahogando su voz contra el cuerpo ajeno, sintiendo la necesidad de fusionarse con él, de no volver a separarse nunca más de ese lugar donde se sentía a salvo de sus pensamientos, de todo lo que tenia que hacer cuando llegase a su casa, de todo el miedo que sentía por estar sintiendo de nuevo.
—Uno llora cuando es niño, cuando es adolescente y cuando es adulto. Vos nunca pudiste llorar cuando eras chico, es normal que ahora te sientas agobiado, Val. —El apodo lo puso peor y volvió a pensar en todo lo que hacía Agustín por él y que ni siquiera podía devolverle la mitad.
Quería terminar con eso, quer��a dejar de hacerle daño a Agustín, dejar de rechazarlo todo el tiempo cuando lo invitaba a salir y él no podía, dejar de hacerlo sentir mal cada vez que se alejaba y no le hablaba por días porque no era capaz de decirle directamente las cosas.
Pero a la vez, no quería estar solo. A pesar de no saber estar con Agustín, tampoco quería dejar de estarlo porque se sentía bien con él. Cada vez que le acariciaba la mejilla cuando creía que estaba dormido su pulso se aceleraba y se sentía bonito porque sabía que Agustín lo estaba admirando, ya se lo había dicho muchas veces. Cada vez que dejaba pequeños besos por todo su cuerpo esas noches donde solo el ambiente silencioso era testigo de sus caricias, de esa necesidad de volverse una sola persona. Cada vez que le decía lo mucho que lo quería aunque él no fuera capaz de decirle que él también lo quería.
—Pero no es justo para vos, estás en una relación unilateral —mencionó, esta vez sintiendo la necesidad de separarse de él porque le asqueada saber que lo estaba abrazando cuando no se lo merecía.
Agustín lo miró con una mueca confundida, sin terminar de entender a qué se refería Valentín.
—No es unilateral, yo sé que vos también me querés. —A pesar de que Agustín quiso volver a acercarse, Valentín no le dejó, negando con la cabeza varias veces.
—No, no te quiero —murmuró, sin ser capaz de mirarlo a los ojos.
Lo amaba y por eso quería que terminaran, porque él no era la mejor persona para estar con él y Agustín se merecía alguien que supiera valorarlo.
Sentía la mirada del mayor encima suyo y estaba casi seguro que lo estaba mirando con esos ojos apenados y llenos de dolor. No lo quería mirar porque sabía que se iba a derrumbar enfrente suyo una vez más.
—Mirame a los ojos y decímelo, solo así te voy a creer —pidió el castaño pero el pecoso volvió a negar con la cabeza, intentando huir de esa situación como hacía siempre. Quiso alejarse, pero Agustín lo agarró de las dos muñecas con fuerza, impidiendo que se fuera—. Mirame, Valentín —insistió con firmeza.
Cuando sus miradas se conectaron, Valentín sintió que perdía la poca estabilidad que tenía, esa estabilidad de todas esas noches tragándose el llanto para no despertar a su madre o teniendo que dormirse para al menos tener tres horas de sueño y no desmayarse apenas pisara la escuela. De todas esas veces que le mentía a sus padres y les decía que estaba bien para que no se preocuparan por él, para que no tuvieran más problemas de los que ya tenían.
Sus ojos se aguaron de nuevo y solo los brazos de Agustín rodeándolo podían sacarlo de ese pozo en el que estaba. Solo Agustín podía hacerlo porque era la única persona a quien le había abierto su corazón y sabía todo de él. Porque era la única persona que aún sabiendo todos los problemas que tenía, quería ayudarlo y hacerlo feliz.
La garganta se le cerró y no pudo decir nada a pesar de que en el fondo quería gritar hasta desgarrarse si eso significaba poder liberarse de todo. Quería desaparecer y no tener que pensar en tantas cosas.
El ansiado abrazo llegó y por primera vez en su vida agradeció que Agustín no lo aceptara, que no se conformara con darle espacio y dejarlo huir como siempre hacía. Agradeció saber que aunque hubiese querido que se separaran, Agustín jamás querría que eso pasara.
—Estoy muy cansado, Agus —soltó entre sollozos, balbuceando contra su ropa porque ya ni siquiera tenía fuerzas para nada, su cuerpo había llegado a su límite—. Estoy cansado de la rutina, de tener que levantarme todos los días y fingir que estoy bien mientras escucho a un profesor, de llegar a mi casa y tener que pensar en cuántas pastillas le tengo que dar a mi mamá o qué hace falta comprar para hacer la cena, de tener que dormir tres horas diarias para poder estudiar, de ni siquiera poder disfrutar mi juventud por todo eso, de tratarte mal siempre que me buscas y dañarte cada vez que te rechazo, de no poder ni siquiera decirte todo lo que siento por vos y no poder pasar un momento lindo porque arruino todo… —Agustín simplemente dejó que se desahogara, que dejara salir todo lo que se había estado guardando y le hacía tan mal.
Lo dejó llorar el tiempo que necesitara, incluso si eso implicaba faltar a la facultad y quedarse al lado suyo mientras estaban acostados. Incluso si implicaba abrazarlo hasta que se durmiera del cansancio por la sobredosis de sentimientos, incluso si perdía horas de su vida para cuidarlo, para llenarlo de besos y caricias, para acompañarlo hasta su casa. Incluso para ayudarlo a cuidar a su madre y prometerle que iban a ahorrar dinero juntos para que pudiera ir a un psicólogo que lo ayudara mejor de lo que él podía hacer.
Cuando Valentín se despertó por segunda vez lo hizo a plena madrugada, encontrándose con Agustín a su lado durmiendo boca abajo, con un brazo por encima de su cintura. Podía sentir la respiración calmada del chico y deseó poder también dormir tan pacíficamente más de cinco horas sin que su cuerpo se despertara solo.
Habían ido hasta su casa esa tarde y Agustín se había ofrecido a comprar mercadería mientras él se quedaba cuidando a su madre, así podía hacer su tarea de la facultad antes y poder dormir más tiempo. Valentín apreciaba la intención pero su cuerpo estaba acostumbrado a otro ritmo y ahora solo podía quedarse mirando hacia el techo de su habitación, sin saber qué hacer porque tampoco quería moverse y despertar a Agustín.
Apenas se movió en el lugar, girando su cuerpo para acostarse de costado y detallar las expresiones del mayor, viendo cómo parecía tan calmado que le transmitía una tranquilidad que nunca esperó sentir. Su mano inevitablemente fue hasta su mejilla, acariciando la piel de su rostro.
Solo mirar su rostro y cómo los mechones ruludos de su cabello caían sobre su frente, lo hacían pensar en lo fuerte que era Agustín a comparación suya. Y no se refería a su cuerpo, se refería a su mente. No cualquiera soportaba tanto tiempo estar con alguien como él y admiraba que a pesar de todos siguiera sonriéndole todos los días y haciendo chistes para aligerar su amargura.
Subió su mano hasta los mechones de su cabello y los movió apenas, liberando sus ojos de estos. Con un poco de temor se acercó hasta su rostro, conectando sus labios con uno de sus pómulos con suavidad, dejándose llevar por el tranquilo ambiente y la poca visibilidad que tenía con los pequeños rayos que reflejaba la luna y entraba por la ventana. No podía decirle que lo amaba, pero eso era lo más cercano que tenía a hacerlo.
Cuando se separó, se encontró con los ojos claros del mayor observándolo con algo de sorpresa, mientras sus manos se afianzaban a su cintura para que no se alejara. No era para nada un secreto que a Valentín no solía gustarle el contacto físico, pero con Agustín podía hacer una excepción.
—Perdón… Te desperté —murmuró, sintiéndose culpable por haber interrumpido el sueño del chico.
Agustín no tardó en negar con la cabeza mientras soltaba un pequeño sonido en negación, acercándolo hacia él hasta que pudo esconder su rostro en el cuello del pecoso.
—¿No podés dormir? —Valentín respondió con un gesto de cabeza, disfrutando de las caricias que le estaba dando el castaño en su cintura y espalda. Le encantaba que lo abrazara, o al menos le encantaba cuando no se sentía asfixiado y se alejaba para no sentirse peor.
—Gracias por todo, siento que no te lo dije lo suficiente —dijo aún susurrando, temiendo afectar en su vida porque estuviera pendiente de la suya. Agustín también tenía sus cosas, trabajaba y estudiaba, no todo tenía que girar en torno a su vida amorosa.
—Te amo mucho, siento que no te lo dije lo suficiente —respondió, en parte imitándolo para aligerar el ambiente que parecía estar bastante tenso.
—Mentira, me lo decís todo el tiempo —refutó con un suave fruncimiento de su ceño, escuchando la dulce risa del mayor contra su cuello.
—Como vos, me agradecés todo el tiempo, no necesitás hacerlo —respondió, dejando un pequeño camino de besos por su piel.
—Siento que te debo mucho… —agregó, subiendo sus manos esta los hombros del chico para devolverle el abrazo y acariciar su pelo—. Muchas veces quise desaparecer para no tener que pensar en nada. —Sus palabras llamaron la atención de Agustín, quien se separó de su cuello para mirarlo, completamente preocupado—. Muchas veces quise tomarme algunas de las pastillas de mi madre para no despertarme nunca más… Pero pensaba en vos y me olvidaba de eso, pensaba en todas las veces que me hacías reír, en esos recreos en la facultad donde jugábamos con tu perra, cuando nos acostabamos en el pasto y mirábamos el cielo en silencio, todos esos momentos donde no necesitaba pensar en nada más que en ser feliz a tu lado. —Una pequeña sonrisa se asomó por los labios del mayor mientras lo miraba con los ojos acuosos.
Agustín se inclinó hacia él y dejó un corto beso, esperando a su reacción antes de volver a unir sus bocas, fundiéndose en un beso lento, lleno de todo el cariño que se tenían ambos.
—Yo también te amo mucho —susurró el pelirrojo, casi como un suspiro sobre sus labios. Agustín solo sonrió ampliamente, sintiendo que podía largarse a llorar en ese momento.
Después de ideas y venidas, de rechazos y aceptaciones, por primera vez ambos sintieron un cambio, una pequeña luz al final del túnel que les transmitía esa esperanza de que las cosas podían cambiar, aún si era difícil salir de ese pozo donde Valentín estaba y el castaño había tenido la valentía como para embarrarse para sacarlo de allí.
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Pequitas - [ Barco Center ] #2
Libro de One Shots
Pareja: Barco x Giay
Palabras: 2.1k
Género: Fluff
pequitas inseguras
ღ Valentín sufre por su relación, porque no muestra su cariño como todas las personas y eso le genera inseguridad debido a los comentarios sobre que es tóxico con Agustín. ღ

No sabía cuánto tiempo había pasado, solo podía pensar en cómo estaba mojando toda la almohada con sus lágrimas y que seguro pronto su novio estaría de vuelta después de salir a comprar. Se suponía que iban a comer algo dulce mientras tomaban mate y charlaban, disfrutando del fin de semana antes de que tuvieran que volver a sus rutinas en sus respectivos clubes pero ni siquiera pudo poner a calentar el agua cuando notó que el celular de Agustín estaba en la mesada.
Aparentemente el castaño se lo había olvidado, y un mensaje entrante le llamó la atención. Le dio curiosidad porque sabía que Agustín tenía un sonido de notificación específico para él, pero le extrañó saber que alguien más también tenía uno personalizado. No podía negar que eso en parte había sido el disparador para que se pusiera mal. No tenía sentido que se pusiera mal por algo tan tonto como eso pero en su mente había pensado que él era el único al que trataba de esa forma y se decepcionó al ver que no.
Cuando desbloqueó el celular, vio el chat con Tomás, uno de los mejores amigos de Agustín desde que eran chiquitos. De hecho, ya había estado con él hace bastante tiempo cuando conoció a Agustín y en parte tenía sentido que también fuera especial para su novio pero ese sentimiento de angustia no lo dejaba pensar correctamente.
Lo primero que se encontró fue con la conversación que habían tenido hace unas semanas dónde le preguntaba si quería salir para despejarse. Sabía perfectamente qué día había sido ese, después de que San Lorenzo perdiera en los octavos de la Conmebol Sudamericana no habían tardado mucho en volver a Argentina y ese mismo día le había ofrecido que fuera a su casa porque quería estar con él, a lo que Agustín aceptó.
Habían estado acostados, después de un millón de intentos para que el castaño pudiera dormirse, cuando el celular del mayor vibró y él lo agarró para ver quién era, pensando en la posibilidad de que sus padres le preguntaran dónde estaba. Pero grata fue su sorpresa cuando se encontró con ese mensaje y no supo cómo reaccionar. Agustín no estaba bien como para salir así que creyó que estaba bien si le respondía diciéndole que era él y que Agustín no se sentía bien. Pero los mensajes siguientes lo hicieron replantearse lo que había hecho.
tomi
dejás que tu novio te revise el celular?
medio tóxico eso
A pesar de que el siguiente mensaje era de Agustín diciéndole que no lo era y que había estado mal de verdad como para no querer salir, no pudo evitar sentirse mal por eso.
Sabía demasiado las opiniones que tenían otras personas sobre su relación, donde mayormente lo pintaban como un enfermo posesivo que no dejaba a su novio hacer nada—palabras textuales de la madre de Agustín— y aquello le cayó peor. Una cosa era que sólo una persona pensara eso por sus creencias, pero si diferentes personas, de distintos ámbitos de la vida del castaño, pensaban lo mismo, tenía que significar algo, ¿no?
¿De verdad era tóxico?
Sintió que se le cristalizaban los ojos y los últimos mensajes fueron suficientes para que terminara llorando.
tomi
nos vamos a juntar con los chicos para tomar algo, venís?
agus
perdón no puedo, hoy estoy con valen
tomi
bueno…
Apenas tuvo visión completa como para bloquear el celular y dejarlo en la mesada de donde lo había sacado, antes de encerrarse en la pieza.
Cuando Agustín llegó, le pareció extraño el silencio que reinaba en la casa, principalmente porque Valentín siempre prendía la tele o ponía música mientras hacía cualquier otra cosa. La pava eléctrica estaba con la tapa abierta pero ni siquiera tenía agua y el termo estaba a un lado, listo para ponerle agua cuando calentara. Se asustó al pensar en que podía haberle pasado algo a Valentín para que dejara las cosas a media, así que dejó la mercadería sobre la mesada y fue hasta la pieza, con la esperanza de encontrarlo ahí.
Abrió la puerta lentamente, pensando en la posibilidad de que se hubiera vuelto a dormir, pero si bien en parte se alivió de verlo acostado, otra parte suya se preocupó al ver que no estaba durmiendo, sino que estaba boca abajo y, a juzgar por sus leves movimientos de hombro pudo suponer que estaba llorando.
Se acercó con cuidado a la cama y se sentó a su lado, llevando una de sus manos hasta los mechones pelirrojos del chico para acariciarlos con gentileza.
—Mi amor, ¿qué pasó? ¿Por qué estás llorando? —murmuró, inclinándose hacia el cuerpo ajeno para medio abrazarlo, acercando su rostro al contrario.
El pecoso se removió, girando su cabeza hacia el lado contrario mientras intentaba quitarse las lágrimas que caían por su rostro antes de mirarlo. El mayor sintió que se le encogía el pecho al verlo con los ojitos rojos por haber estado llorando.
—¿Te trato mal…? —murmuró, mirándolo mientras intentaba controlarse para no seguir llorando.
Agustín frunció el ceño, confundido por su comentario repentino. Bajó su mano hacia el rostro ajeno, acariciando su mejilla con suavidad.
—¿Por qué preguntas eso? —dijo, obteniendo una negación con la cabeza de parte del pelirrojo mientras alejaba su rostro del tacto.
—Respondeme —pidió con un hilo de voz y la mirada cristalizada.
—No me tratas mal, Valen, ¿de dónde sacaste eso? —respondió, levantándose ligeramente para sentarse al lado suyo, con la espalda apoyada en el cabezal. Al no obtener una respuesta, palmó sus piernas, mirándolo desde su posición—. Vení —le indicó.
Valentín negó con la cabeza, volviendo a apoyar su cabeza en la almohada para que no mirara su rostro.
—Valen, vení —volvió a decir, esta vez con un tono de voz firme.
No le gustaba cuando Valentín se cerraba de esa forma y no quería hablar de lo que estaba sintiendo. Sabía que era complicado para él ser sincero y abrirse para hablar de sí mismo, así que siempre intentaba darle un espacio donde se sintiera seguro para expresarse.
A regañadientes, el pelirrojo se levantó para sentarse en su regazo, desviando la mirada porque no quería que lo viera de esa forma. Agustín miró la distancia que estaba intentando poner el menor, así que lo agarró de detrás de las rodillas para acercarlo a él.
—¿Me querés contar qué pasó? —agregó, acariciando sus muslos y subiendo hasta su cintura para continuar con la caricia.
Valentín se quedó divagando con su mirada, sintiendo que no podía ver de nuevo por las lágrimas. Ni siquiera intentó hablar porque sabía que iba a terminar balbuceando y poniéndose peor por no poder expresarse cuando quería. Agustín por su parte lo miró atentamente, acomodando los mechones que caían sobre su rostro, antes de acercarlo a él para abrazarlo, queriendo que se desahogara en su hombro.
—P-perdón, te agarré el celular de nuevo —se disculpó entre sollozos, envolviendo sus brazos al cuello del mayor mientras sollozaba en su hombro.
—No importa, mi amor, sabés que no me molesta —respondió, acariciando su espalda con cariño. Allí fue cuando cayó en cuenta de lo que podía haber pasado—. ¿Leíste algo feo? —Cuando se calmó, asintió apenas mientras se separaba y se secaba las lágrimas con el dorso de su mano a la vez que se sorbia los mocos.
—No quería, perdón… —se volvió a disculpar.
Agustín lo miró y le sonrió suavemente, ayudándolo a limpiarse las lágrimas antes de inclinarse hacia él y dejar un pequeño beso en sus labios.
—No estoy enojado, Valen —intentó calmarlo acariciando su mejilla a la vez que levantaba su mentón para que lo mirara—. ¿Qué leíste?
—Vi el chat de tu amigo Tomás… ¿De verdad soy tóxico? —preguntó con angustia y un poco frustrado al sentir que se iba a largar a llorar de nuevo. Estaba cansado, quería dejar de llorar pero no podía, sentía que necesitaba desahogarse todo lo que se había guardado sin siquiera saberlo.
—No, no lo sos, solo tenés una forma diferente de amar y eso no es malo.
—Pero soy celoso y posesivo, me molesta cuando no estás conmigo y ni siquiera tenés privacidad porque te reviso las cosas —insistió, analizando lo que había hecho a lo largo de su relación.
Tenían razones para decirle que era una mala influencia para Agustín.
—Primero que nada, solo te ponés así cuando estoy con alguien que no te da buena vibra, no lo hacés siempre. Te preocupas por la gente que se me acerca y yo muchas veces no soy consciente de que me hago daño a mí mismo presionandome a ser social cuando estoy mal y no priorizo mi salud. Es tu forma de cuidarme y me gusta que lo hagas, no sos tóxico por eso —respondió, sosteniendo su cintura con firmeza para que fuera consciente de su presencia y no divagara en sus pensamientos por lo que acababa de decirle—. Y segundo, ya te he dicho que no me molesta que agarres mis cosas, no tengo nada que ocultarte y si alguna vez quiero privacidad sé que te la puedo pedir porque no lo hacés de mala y me respetas—agregó, sonriéndole mientras acariciaba su cintura con una mano y con la otra su mejilla.
Sin poder evitar dejó nuevamente un pico en sus labios, pasando sus besos a la mejilla que no estaba acariciando, sosteniéndolo para que no se escapara de él.
—Pero, ¿y la gente que piensa que te maltrato? Si la mayoría cree que lo hago debe ser por algo —mencionó, esta vez un poco más calmado gracias a las caricias de su novio.
—No me importa la opinión de otros, ellos no te conocen como lo hago yo —habló con firmeza, intentando no sonar demasiado molesto porque Valentín no tenía la culpa de nada de eso y ni siquiera tendría que haberse enterado de esas cosas malas llenas de prejuicios—. En parte eso es mi culpa por no saber ponerle límites a mis cercanos porque ellos no deberían meterse en nuestra relación. Soy muy suave con las personas y probablemente no me creen capaz de defenderme si pasa algo malo —comentó, más como un pensamiento interno.
Era alguien bastante permisivo con otros, incluso tal vez a eso se debía la actitud posesiva de Valentín sobre él, pero Agustín sabía que si tenía que ponerle un límite o hablarle firme a alguien iba a hacerlo, exceptuando cuando se trataba de sus seres cercanos porque temía dañar sus sentimientos.
Se consideraba una persona paciente, pero ahora que sabía que todos esos comentarios afectaban a su novio de esa forma, al primero que le dijera algo no iba a dudar en defenderlo porque no estaba bien que hablaran así de él. A veces se olvidaba que detrás de toda esa expresión seria y comentarios cortantes había un chico sensible que siempre intentaba buscar una forma de decir las cosas porque las palabras no eran su fuerte.
—Perdón, tendría que haberlos parado cuando te dijeron cosas malas —se disculpó y Valentín hizo una pequeña mueca apenada, sin querer que su novio se sintiera mal por eso que no era su responsabilidad hacerlo.
Solo negó con la cabeza y rodeó sus hombros con sus brazos, volviéndolo a abrazar con fuerza.
Agustín por su parte, le devolvió el abrazo, rodeando su cintura con ambos brazos a la vez que escondía su rostro en el cuello ajeno, pudiendo oler el aroma del perfume que usaba el menor—bueno, su perfume, más bien.
—No es tu culpa —murmuró el pecoso, animándose a acariciar el cabello del castaño, sin dejar de abrazarlo porque le gustaba su cercanía.
—Tampoco la tuya —respondió, decidiendo tomar una pequeña distancia para poder acariciar de nuevo su rostro, terminando de secar las mejillas húmedas del chico ahora más calmado—. Hagamos algo, ¿sí? Dame tu celular —le pidió, separando una de sus manos de la cintura ajena para extenderla entre ambos cuerpos.
Valentín lo miró confundido pero igual le hizo caso y buscó su celular en el bolsillo de su campera para extendérselo.
Ante la mirada curiosa del pecoso, Agustín desbloqueó el celular, manteniendo presionando el botón de bloqueo hasta que la opción de apagado apareció en la pantalla y le dio clic al botón. Dejó el aparato eléctrico sobre la mesa de noche, volviendo a poner sus manos en la cintura ajena, aunque no tardó en bajarlas hasta sus muslos, moviendo sus piernas hasta el borde de la cama para tocar el piso con sus pies y levantarse, cargando el cuerpo ajeno para llevarlo con él.
Ante el movimiento brusco, Valentín terminó por abrazarse con fuerza a su cuello, afianzando el agarre que ya tenía y pegando su mejilla a la del mayor.
—Nada de celulares por hoy, va a ser un día de sólo nosotros —agregó con una sonrisa, caminando hacia la puerta, dispuesto a ir al living para apagar su celular y disfrutar del día que tenía planificado con su novio desde un principio.
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Pequitas - [ Barco Center ] #1
Libro de One Shots
Pareja: Barco x Giay
Palabras: 1.1k
Género: Fluff
pequitas con frío
ღ Valentín quiere sorprender a su novio yendo a verlo jugar en un partido, a pesar de que es muy friolento y esa noche hacían menos de 5 grados. ღ

Dejó salir un poco de vaho sobre sus manos, intentando calentarlas a pesar de que tenía guantes puestos. Hacía frío, demasiado para su cuerpo, pero hizo el esfuerzo de resguardarse entre su ropa mientras veía a lo lejos al castaño de ojos claros correr de un lado a otro por la cancha. No sabía si Agustín se había dado cuenta de que estaba ahí, probablemente sería fácil de identificarlo porque era una bolita de abrigos, pero el mayor parecía muy concentrado en el partido como para mirar hacia las gradas.
Cuando el chico corrió hacia él a mitad del recreo de la escuela con una sonrisa en su rostro para contarle que le habían dicho que debutaría en las superiores del club donde jugaba, supo que no se podía perder la ocasión. No importaba si se moría de una hipotermia, porque eso era lo suficientemente importante para su novio como para él poder acompañarlo.
Siempre lo veía jugar en las inferiores de su club y era mucho más fácil hacerlo porque eran en horarios de siesta o tarde donde el sol estaba en la cima del cielo y volvía todo más cálido. Pero en ese momento se estaba arrepintiendo un poquito de haber ido porque ni siquiera el tumulto de gente a su lado lograba generarle un mínimo calor corporal.
Aunque por un momento se olvidó de todo aquello cuando vio a Agustín avanzar con la pelota desde mediocampo después de habérsela quitado a un jugador del equipo contrario. La emoción lo hizo levantarse del asiento junto con los hinchas a su lado cuando Giay llegó al área de penal y solo hizo falta un pase para que la tribuna estallara en gritos después de que el equipo azulgrana marcara un gol con una asistencia del número 47.
Lo vio a lo lejos abrazarse con el delantero—que por cierto, ni siquiera llegaba a leer su nombre— que había hecho el gol y se sintió muy feliz de lo que había logrado en su debut, porque sabía que eso significaba que iban a convocarlo más seguido e iba a poder hacer lo que más amaba.
Después de que se cumplieran los noventa minutos y los adicionados, los hinchas empezaron a abandonar las tribunas de a poco y él se quedó en su lugar hasta que se despejara un poco para poder salir. No estaba muy seguro de si acercarse a la zona donde estaba Agustín charlando con sus compañeros porque si era sincero, no era fanático de estar rodeado de mucha gente.
Pero ya había ido hasta ahí, no podía echarse atrás a esas alturas.
Bajó con cuidado las escaleras de la tribuna y se dirigió a donde estaba el banco de los suplentes y la entrada al pequeño pasillo que llevaba a los vestuarios. A medida que se acercaba, sentía que el pulso se le aceleraba. ¿Qué iba a decirle? Ni siquiera sabía cómo empezar la conversación, tal vez lo más lógico sería con un "Hola", pero a esas alturas su cerebro estaba haciendo cortocircuito y no podía pensar con claridad.
Los ojitos verdes del chico se iluminaron cuando lo vieron y no pudo dejar de sonreír en el trayecto que iba hacia la puerta metálica custodiada por uno de seguridad para pedirle que le abriera.
Cuando los brazos del chico lo rodearon, sintió esa calidez que había estado ansiando todo ese tiempo. Casi trastabilló por la fuerza con la que el mayor lo abrazó pero por suerte pudo mantener el equilibrio antes de que los dos se cayeran al piso.
—¿Qué hacés acá? —mencionó aún sorprendido por verlo ahí.
Valentín no supo qué contestar por unos segundos, entretenido mientras observaba cómo el cuerpo de su novio parecía desprender un ligero vapor por la diferencia de temperatura con su piel.
—¿Sorpresa? —murmuró contra su ropa, sintiéndose chiquito al lado suyo a pesar de que tenía más prendas puestas que Agustín que estaba con una camiseta larga térmica y la camiseta del club.
El castaño se separó de él un poco y llevó sus manos hasta las mejillas del pecoso, queriendo acariciarlas pero pronto abrió sus ojos con sorpresa al notar lo fría que estaba su piel.
—Tonto, ¿por qué no me avisaste que venías? —lo retó con preocupación, sintiéndose culpable por haber hecho que el chico pasara frío cuando sabía lo sensible que era su novio a las bajas temperaturas—. Te podría haber conseguido que te quedes en el palco así no pasabas frío.
—Qué aburrido ver un partido en el palco, para eso me quedo en mi casa y lo veo por la tele —respondió, intentando ocultar el frío que tenía porque no quería que Giay se sintiera mal, Agustín no tenía la culpa de que fuera tan friolento—. Además… —continuó, con un poco de pena—. Dijiste que era importante para vos.
—Bueno, pero también me importa tu salud —refutó, sin dejar ese lado protector que siempre tenía con él. Valentín se podría haber molestado porque quisiera protegerlo tanto como si fuera un niño, pero al contrario de eso, solo pudo suspirar por lo mucho que le gustaba que lo cuidara—. No quiero que me vengas a ver si eso signific- —El pelirrojo lo cortó con un beso en los labios.
Giay se quedó sorprendido ante el movimiento del más bajito, un poco nervioso por el hecho de que alguien los hubiera visto.
No es que le preocupara en sí que alguien supiera que estaba saliendo con Valentín, principalmente porque en ningún momento disimuló cómo estaba abrazando al menor de la cintura. Tal vez solo eran los nervios y la mezcla de emociones del momento.
—Dejá de ser tan lindo conmigo o me voy a enamorar más de vos —soltó con una pequeña sonrisa que terminó ensanchando al ver que las mejillas y las orejas del chico se ponían rojas por la vergüenza.
—Sos un tarado —respondió, ocultando su rostro en el cuello del chico mientras lo volvía a abrazar, sin querer que viera lo nervioso y apenado que se había puesto por su comentario.
El pelirrojo solo se rió ahogadamente y aceptó el abrazo, refugiándose en el calor corporal que el chico emitía en esos momentos después de haber estado corriendo.
—¿Querés que hagamos algo esta noche? —preguntó el mayor, acariciando la espalda del más bajito para generar calor en su cuerpo.
—Bueno, pero en mi casa —respondió con rapidez, suspirando por lo lindo que se sentía la calidez de su novio—. No pienso volver a pasar frío para verte.
O sí.
A pesar de que lo dijo en un tono serio, no creía que realmente pudiera cumplir sus palabras, porque él podía ser un friolento pero si eso hacía que Agustín estuviera pegado a él para calentarlo, entonces iba a aprovechar cada segundo que el castaño jugara.
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Centro de Atención - [ Gialen ] #2
Three Shot
Palabras: 5.8k
Género: Fluff, leve smut
ღ Donde Agustín conoce a Valentín en la convocatoria para el mundial de la sub 20 y no entiende cómo el pelirrojo no es consciente de lo lindo que es.
O donde a Barco le cuesta integrarse al grupo y Giay lo ayuda. ღ

Apenas logró terminar de cerrar la puerta de la pieza cuando sintió que el más bajito lo empujaba contra la madera, buscando sus labios. Él no se negó a nada y recibió sus labios desesperados por un contacto.
Se sorprendió ante el cambio de actitud del pecoso pero en esos momentos no lo pensó demasiado, no cuando podía acariciar la cintura del menor mientras sus lenguas se entrelazaban. Se preguntó qué estaba pensando Valentín o qué le había pasado para que reaccionara de esa forma.
Tal vez se debía al alcohol que habían tomado en el festejo después del partido contra Nueva Zelanda, pero no estaba muy seguro porque no habían tomado demasiado. Tal vez el pelirrojo lo había tomado como una excusa para sacar a relucir esa parte de su personalidad que nunca había visto más que por unos minutos después del partido contra Guatemala.
—¿Dónde quedó tu timidez? —comentó con una sonrisa cuando el oxígeno se le acabó al pelirrojo y se vio obligado a separarse por unos segundos.
—Nunca fui tímido —se defendió, mirándolo con su cara "normal" seria, con la que solía ver a todo el mundo.
—¿Por qué de repente entonces te descontrolaste? —preguntó pero no obtuvo una respuesta.
Valentín se quedó parado enfrente suyo, sin poder responderle porque lo sintió como un regaño.
Ahí estaba de nuevo esa inseguridad que lo ponía ansioso porque lo hacía replantearse si lo que sentía Giay no era producto de su imaginación porque tal vez nadie soportaría su personalidad por mucho tiempo.
Agustín interpretó su silencio y apretó su cintura con cariño, separando solo una de sus manos para llevarla a su cabello y acariciarlo ligeramente. Quería hacerlo sentir cómodo para que pudiera ser honesto y no se guardara lo que sentía.
—Solo… No sé si vamos a pasar los octavos y quiero estar con vos antes de que cada uno haga la suya de nuevo —mencionó, sin animarse a mirarlo.
Giay bajó suavemente la mano desde su cabello hasta la mejilla del pecoso y se inclinó apenas para dejar un beso corto en sus labios, sonriéndole.
—No me voy a ningún lado, Valen —le aseguró, bajando de nuevo sus manos hasta su cintura para acercarlo a su cuerpo, si es que era posible porque ya estaban muy pegados.
Antes de que pudiera decir algo, Agustín bajó sus brazos hasta las piernas del chico, justo debajo de sus glúteos, para así poder levantarlo del piso. Valentín se sostuvo en sus hombros para no caerse y dejó que el santafesino lo llevara hasta la cama, donde lo depositó gentilmente.
Lo siguiente que sintió fueron los labios del mayor dejando diversos besos en su rostro, produciéndole un sentimiento cálido en el pecho que terminó haciéndolo olvidar de la desesperación—o ansiedad, más bien— que tenía antes.
El lateral izquierdo suspiró cuando el contrario se animó a bajar sus besos por su cuello, aunque se decepcionó cuando regresó a sus mejillas.
—No sabés interpretar las indirectas —le reclamó y Giay detuvo lo que estaba haciendo para mirarlo con confusión, sin entender a qué se refería.
—¿Qué indirecta? —consultó, mirándolo a los ojos.
El pecoso agarró una de las manos ajenas, con la cual no se estaba apoyando en la cama para no caer encima suyo y la movió en dirección a su cintura, haciendo que metiera esta debajo de su ropa, tocando directamente su piel caliente.
—Tocame —pidió, ganándose la mirada algo insegura del otro lateral.
Valentín lo miró con expectativa desde donde estaba acostado, notando lo cerca que estaban sus rostros.
—¿Estás seguro? —Podía perfectamente escuchar su voz temblando apenas por el temor de hacer algo que no quisiera.
Mantuvo su agarre en la mano del mayor que aún estaba tocando su piel y la otra la llevó hasta el rostro del chico de San Lorenzo, acariciando su mejilla mientras no podía dejar de mirarlo.
Asintió con la cabeza y movió su mano hacia la nuca del castaño, atrayéndolo a él para dejar un casto beso en sus labios.
—¿Vos querés esto? —consultó.
No sabía en qué momento el ambiente se había vuelto tan íntimo, pero le gustaba que fuera así porque denotaba todos esos sentimientos que ninguno decía pero que estaban ahí.
Esos sentimientos de cariño, esos sentimientos de querer cuidar al otro, esos sentimientos de querer seguir compartiendo sonrisas y felicidades juntos.
—Sí —respondió el santafesino, inclinándose para esconderse en su cuello.
La piel pálida del menor lo estaba tentando demasiado así que no pudo evitar morder ligeramente con la curiosidad de cómo se vería si le mordía.
El sonidito que salió de los labios del pelirrojo sorprendió incluso al mismo dueño, quien no pudo evitar llevar su mano a su boca de la vergüenza. Sintió su rostro calentarse y le dieron muchas ganas de huir al baño por la pena de haber hecho eso.
Agustín se separó de su cuello y lo miró con los ojos brillantes y una cara de admiración total que solo terminó avergonzándolo más. Barco soltó la mano ajena para poder usar sus dos manos para cubrir su rostro. En esos momentos quería que la tierra se lo tragara.
El lateral derecho solo pudo reír suavemente por su reacción, completamente embobado por la repentina timidez del chico.
—Ya no quiero —se encaprichó, volteándose para darle la espalda y poder esconder su cara en la cama, quedando boca abajo.
Valentín nunca había hecho eso, a pesar de haber salido con chicas antes, nunca había gemido de esa forma y lo avergonzaba demasiado. Le había gustado demasiado la sensación de los dientes del mayor en su piel como para admitirlo en voz alta.
Ni siquiera podía explicar la sensación electrizante que había recorrido todo su cuerpo cuando la boca del chico hizo contacto con su cuerpo. Tampoco pudo hacerlo cuando dejó un beso en su nuca, haciéndole temblar suavemente.
El castaño solo sonrió y acarició su cintura por encima de la ropa, enderezándose y tomando asiento sobre las piernas del chico volteado boca abajo.
—Pero si sonás re bonito, Valen —mencionó, inclinándose de nuevo hacia el chico para besar su cuello.
—Callate.
Giay podría haberle respondido algo pero se entretuvo mirando cómo las pecas se extendían por su cuerpo, perdiéndose debajo de su ropa y tuvo curiosidad por si su torso también tendría pecas.
—¿Tenés pecas en la espalda? —preguntó con curiosidad e intentando hacer olvidar al menor de ese momento vergonzoso que sufría.
El chico de Boca emitió un pequeño sonidito de afirmación y giró su rostro apenas para ver lo que hacía el mayor. Su piel se erizó al sentir las manos del contrario tocar la piel de su espalda baja, subiendo a medida que arrastraba la prenda de ropa con estas. Agustín se hizo para atrás aún sobre sus piernas, para así poder inclinarse hacia la espalda del chico y dejar un recorrido de besos como había hecho con su rostro y cuello.
Cuando llegó al borde de la camiseta arremangada a la mitad de sus dorsales, se levantó de nuevo, mirando en dirección al pelirrojo.
—¿Te puedo sacar la camiseta? —consultó y el menor solo pudo asentir con la cabeza ligeramente, sintiendo su pulso acelerarse por estar en esa situación.
Jamás se habría imaginado que iba a estar con un hombre y mucho menos con un compañero de selección, pero a esas alturas le daba igual. Se sentía bien estando con él, ¿por qué debería privarse si era correspondido?
El chico de San Lorenzo se removió en su lugar para que Valentín pudiera girarse y cuando el chico se sentó, volvió a tomar lugar en sus piernas, esta vez entre estas, mientras le ayudaba a quitarse la prenda. Cuando su piel pálida quedó descubierta, Agustín no pudo evitar mirarlo con las pupilas oscureciendoseles.
En su mente solo podía escuchar una voz que le decía repetidas veces "lo tenés que marcar".
Ahora podía ver mejor la mordida que le había hecho en su cuello y se relamió los labios al ver que ya se había empezado a poner morada. El deseo de marcar toda su piel nació en su cuerpo y creyó que no iba a poder deshacerse de él hasta que lo cumpliera.
—No me mires así —le reclamó, sintiéndose intimidado al ver sus ojos oscuros a diferencia de cómo siempre los veía cuando estaban "normales".
Agustín lo volvió a inclinar en la cama, acompañándolo con su cuerpo y apoyando sus brazos a los costados del rostro ajeno. Sus labios apenas se rozaron y Barco pudo sentir la respiración del chico chocar contra su piel.
—¿Así cómo? —preguntó con una ligera sonrisa que el pecoso quiso deshacer por lo lindo que se veía así y lo nervioso que lo ponía que actuara así estando tan cerca suyo.
Ahí es cuando cayó en cuenta de la posición en la que estaba.
Las rodillas del mayor se habían apoyado al lado de sus glúteos, provocando que sus piernas quedaran a la altura de la cadera ajena y Valentín se puso rojo al pensar en que estaba literalmente abierto de piernas para Agustín.
—C-como si me quisieras comer —tartamudeó, mordiéndose el labio inferior por los nervios y sin verse capaz de mirarlo directamente a los ojos.
—Bueno, tal vez sea porque te quiero comer —respondió casi en automático, riéndose después de sus palabras y del golpe que le dio el menor en su pecho.
Agustín empezó un nuevo beso que duró varios segundos, con un movimiento lento que acompañaban las caricias que dejaba en su cuerpo. Cuando sus lenguas se encontraron, el pecoso dejó salir un gemido que se ahogó en su boca, aunque pronto volvió a soltar pequeños jadeos al sentir la pelvis del mayor pegarse a su cuerpo, buscando un contacto más directo que sus prendas no se lo permitían.
Al separarse, Barco apoyó las manos en la cintura ajena, empujándolo gentilmente hacia atrás hasta que pudo sentarse en la cama. Sus manos bajaron hasta el borde de la remera del mayor y tiró de esta hacia arriba, siendo acompañado por los movimientos de Giay hasta que pudo quitarle la prenda por completo, dejando su torso descubierto.
—Mientras más te veo, más lindo me parecés —comentó el chico de San Lorenzo, sin saber del todo qué podía hacer y qué no.
En el fondo esa era su forma de demostrar cariño porque no sabía cómo de otra forma se lo podía decir sin usar palabras, o tal vez no era consciente de ello porque sí solía demostrarlo de forma silenciosa, pero se sentía inseguro con eso porque sentía que no era suficiente.
—Estás hablando demasiado —opinó el pecoso, apretando sus manos en la cintura ajena para acercarlo a su cuerpo en busca de un contacto más firme.
—Dejame decirte cosas lindas —se quejó con un ligero abultamiento de sus labios.
—Hacelo mientras me cojes —soltó sin ningún tipo de filtro y Agustín se avergonzó un poco por sus palabras porque no pudo evitar imaginarse en esa situación. Tampoco se esperaba que el menor hablara de esa forma.
A pesar de que ambos ya estaban semidesnudos y querían hacer eso, Giay no caía del todo en la realidad de que iban a hacer eso.
Se sentía como un sueño.
—Agustín —lo llamó, algo molesto porque el chico no tomara la iniciativa o mínimamente se moviera.
—Qué exigente que sos —mencionó en broma, llevando sus manos hasta las prendas restantes del menor para quitárselas con ayuda del menor que movió sus piernas para hacerle el trabajo más fácil.
Cuando pudo deshacerse de su ropa y ambos quedaron desnudos, lo primero que hizo el mayor fue acomodar las piernas ajenas en su cintura, haciendo que las rodeara.
—Eh… Date la vuelta —le pidió el castaño, pensando en cómo podía reemplazar lubricante porque claramente no era algo que llevase consigo todo el tiempo. Podría preguntarle a alguno de sus compañeros con novia pero no le daba la cara para hacerlo.
El bajito le hizo caso sin chistar y Agustín se preguntó si el pecoso estaba realmente desesperado o por qué actuó tan sumiso en ese momento.
Usó sus rodillas para sostener las piernas ajenas y no pudo evitar relamerse los labios al sentir las musculosas piernas bajo el tacto de sus manos cuando las sostuvo para encontrar comodidad. La entrada del chico quedó expuesta al contrario y Valentín solo pudo esconder su rostro entre sus manos y la almohada por la vergüenza que le daba esa posición.
Agustín dejó caer un chorro de saliva sobre su entrada y con uno de sus dedos lo esparció por el borde, aunque eso no pareció suficiente lubricante así que se inclinó hacia él hasta que su lengua se conectó con su piel. No sabía exactamente cómo funcionaba eso, pero había visto pornografía así que estaba intentando guiarse con eso para no lastimarlo.
Y los gemidos del chico le confirmaron que estaba disfrutándolo.
Tomó más confianza al escuchar la voz quebrada del menor llamándolo e intentó presionar uno de sus dedos mientras aún lamía el borde. Cuando cedió, separó su boca y se dedicó a observar cómo el interior del pecoso parecía succionar su falange.
—A-agus —lo llamó el chico y el santafesino dirigió su mirada hacia él, observando la mueca de dolor que tenía en su rostro y cómo parecía estar al borde del llanto.
—Tranquilo, bonito. Relajate, ya va a pasar —intentó calmarlo. Le surgió una idea así que terminó probando porque no perdía nada realmente con intentarlo.
Llevó su mano libre hasta su miembro, notando lo duro que ya estaba, y empezó a acariciarse hasta que el líquido preseminal se hizo presente. Se apoyó en sus rodillas y se acercó hasta él, pasando el glande cerca de su entrada y su dedo para poder usar el mismo presemen como lubricante.
Se volvió a sentar en su piernas y ahora sintió que era mucho más fácil mover su dedo. Empujó unos centímetros hasta el nudillo del medio y volvió a sacarlo dejando la punta, para después volver a repetir el movimiento. La respiración agitada y los pequeños sonidos que soltaba el pelirrojo lo estaban desconcentrando demasiado pero hizo el esfuerzo de dirigir su atención a prepararlo.
Si así gemía por uno de sus dedos, no se quería imaginar cómo sería cuando estuviera dentro suyo.
—¿Estás mejor? —preguntó, acariciando uno de sus muslos con la mano que tenía libre.
—Sí —contestó solamente, seguro porque sentía que si hablaba más su voz se iba a quebrar.
El pecoso no sabía cómo decirle que se apurara, no quería hablar porque no le gustaba cómo sonaba su voz. Había estado intentando mantenerse callado pero todos sus pensamientos se nublaron cuando el castaño presionó otro dedo contra su entrada y no le costó tanto meterlo como la primera vez.
Agustín detalló cómo su espalda se arqueó y el menor no pudo contener sus gemidos cuando sus dedos se curvaron dentro suyo. Valentín escondió su rostro en la almohada y sus manos arrugaron las sábanas de la misma cuando volvió a sentir esa presión dentro suyo.
El interior del bonaerense palpitó y el castaño se tuvo que contener de no hacer cualquier movimiento brusco porque en el fondo quería hacerlo disfrutar pero temía lastimarlo.
Cuando volvió a tocar ese bultito de nervios dentro suyo, el pecoso se removió, como si buscara alejarse de esa sensación. Cada vez que lo tocaba, sentía una corriente recorrer todo su cuerpo y su piel hormigueaba, no podía explicar el placer que sentía por ese simple tacto pero su cuerpo y mente estaban debatiéndose entre rendirse ante ese placer o negarlo porque sabía que no se iba a poder quedar callado.
—Quedate quieto —habló el mayor con la voz más grave y un poco ronca, como si no hubiera hablado en mucho tiempo.
El pelirrojo no pudo evitar esconder su rostro en la almohada para ahogar el gemido que dejó salir al escucharlo hablar. No sabía que iba a gustarle tanto que le hablara de esa forma, ni siquiera sabía que Agustín podía hablar así porque siempre se la pasaba riendo, tratando bien a cualquiera e irradiando energía por donde fuera.
Definitivamente no iba a admitir en voz alta que aquello lo había excitado.
Su entrada se expandió cuando Agustín metió un tercer dedo y empezó a empujarlo con más fuerza, abriéndolos de vez en cuando para expandir su entrada.
—Agus —lo llamó y el castaño detuvo sus movimientos para prestarle atención.
—¿Qué pasa, lindo? —El pelirrojo giró su cabeza ligeramente en dirección al mayor, sintiendo los nervios atacarle por tener que hablar en esa posición.
En el fondo se quería hacer una bolita y morir de vergüenza en la esquina de la pieza, pero por nada en el mundo iba a arruinar ese momento íntimo que tal vez fuera el único que tuvieran juntos.
—Apurate —logró pronunciar, sintiendo su rostro calentarse más de lo caliente que ya se sentía por la situación.
El chico de San Lorenzo no dijo nada y solo asintió suavemente, quitando sus dedos del interior del pecoso. Agustín tuvo que morderse el labio inferior al ver la entrada del chico contraerse en busca de acostumbrarse a estar vacío de nuevo y no pudo evitar pensar en lo bien que se sentiría.
Ayudó al chico a voltearse y lo acomodó para que estuviera cómodo sobre la cama, apoyando toda su espalda sobre las sábanas. Con gentileza tomó las piernas pálidas del bonaerense y las colocó a los costados de su cadera.
No quiso dar más vueltas, por lo que terminó llevando su miembro a la entrada del menor y este no tardó en taparse la cara y principalmente la boca para acallar sus gemidos. El número 4 intentó ir despacio aunque no pudo contener un gemido ronco por lo apretado que se sentía el interior del pelirrojo.
El sonido de su celular sonando lo desconcentró y rompió ese ambiente tranquilo que habían estado manteniendo, lo que provocó que frunciera el ceño con molestia. Iba a matar a quien sea que lo estuviera llamando.
Valentín hizo una mueca al sentir el mayor removerse dentro suyo hasta salir de nuevo, sin siquiera haberle dado tiempo a acostumbrarse. El castaño se bajó de la cama y buscó su pantalón en el piso, donde había dejado su celular en el bolsillo.
Ni siquiera le dio importancia al nombre en la pantalla y solo atendió, volviendo con el pecoso.
—¿Hola? —habló, intentando no sonar enojado, mientras se alineaba nuevamente con la entrada del menor.
Valentín clavó sus uñas en los brazos del chico y el castaño lo miró negar ligeramente con la cabeza. Barco sabía perfectamente que no iba a poder contenerse y no quería que nadie lo escuchara.
Pero a Agustín no le pudo importar menos cuando volvió a entrar en él.
—Hola, Agus. Te quería avisar que en dos horas vamos a ir a un salón a festejar y comer asado, ¿le podés decir a los chicos?
El pelirrojo tuvo que taparse la boca e intentar no gemir fuerte cuando sintió la primera embestida. El placer invadió su cuerpo completamente y, a pesar de que todavía no terminaba de acostumbrarse, el ligero ardor terminó convirtiéndose en una sensación placentera.
Agustín tuvo que cerrar los ojos por unos segundos para calmarse y no terminar descontrolándose al sentir las paredes del pelirrojo presionar su miembro dentro suyo a la vez que una de sus manos rasguñaba su brazo en busca de liberar el placer que no podía liberar gimiendo.
—Bueno, ya les aviso —respondió, rogando que su cuerpo no decidiera hacer ningún ruido raro que lo delatara frente a uno de los asistentes del cuerpo técnico.
Se quedó por unos segundos quieto y colgó la llamada. Buscó rápidamente el grupo de whatsapp que tenía con el resto del equipo y comunicó el mensaje que le había dado el cuerpo técnico.
El sonido de notificación sonó desde el celular de Barco y Giay dejó el celular sobre la mesa de noche, acomodándose de nuevo y esta vez tomando una de las piernas del pecoso para tener un apoyo al moverse.
El chico de Boca volvió a reducirse en gemidos y pequeños espasmos que sufría su cuerpo, sin poder evitar gemir fuerte a pesar de que se estaba tapando la boca lo que más podía. Agustín observó los ojos cristalizados del menor y se inclinó a su rostro para dejar pequeños besos en sus mejillas, sobre la mano que obstruía sus sonidos.
—La próxima vez me voy a asegurar de que no te tengas que callar —dijo con firmeza, ganándose la mirada del pecoso.
¿Va a haber una próxima vez? pensó Barco y sus palabras se sintieron esperanzadoras.
A pesar de que nunca fue algo unilateral, ahora ninguno parecía querer ocultar esos sentimientos, sin importar lo que fuera a pasar mañana.

El pelirrojo tembló en el lugar, refugiándose en su campera celeste de la AFA, ocultando la mitad de su rostro con el cuello de su abrigo aunque no terminó sirviendo de nada porque seguía teniendo frío a pesar de estar cerca de la parrilla donde Luka estaba ayudando a preparar el asado.
Estaba callado, más de lo que normalmente solía estar. Le dolía el cuerpo, tenía frío y tenía hambre, si alguien le dirigía la palabra probablemente lo terminaría puteando por molestarlo más de lo que ya estaba.
Después de eso, se había bañado con el de ojos avellana y había sido lindo, lo había ayudado a limpiarse—y tomó nota mental de nunca más coger sin condón— y lo había tratado con cariño y afecto físico como se había vuelto cotidiano en él. Pero el problema estaba en que se habían bañado con agua caliente y ahora estaba sufriendo demasiado el cambio de temperatura.
Le habían dicho con anterioridad que los fríos en San Juan no eran como los de Buenos Aires, donde la humedad impedía que te murieras de frío completamente. En la provincia cuyana la humedad prácticamente no existía y hacía que el frío se sintiera el triple.
Perfectamente podían hacer veinte grados y sentirse como si hicieran diez.
Encima tenía sueño y hambre después de haber estado con Giay. Apenas hacía cualquier movimiento y su cuerpo le gritaba que se quedara quieto porque le dolía todo. No tenía ganas de estar ahí y mucho menos de incluirse en el grupo que estaba hablando tranquilamente mientras reían y hacían la comida que comerían esa noche.
Por suerte la mayoría pareció entender su malestar y nadie se le acercó. Nadie a excepción de Giay.
—Hola —lo saludó con una sonrisa y un ligero empujón de hombro.
Barco lo miró por unos segundos y solo volvió a mirar hacia el frente, escondiéndose en su campera. Agustín solo lo miró confundido y se inclinó hacia adelante suyo, buscando su mirada.
—¿Qué pasó? —consultó, algo confundido por la repentina actitud.
—Estoy de mal humor, no me hablés —habló cortante, intentando no mirarlo porque sabía que no era fuerte frente al mayor.
El castaño se quedó en silencio, mirándolo aún buscando su mirada pero al no lograrlo se puso a pensar en cómo poder atraer su atención.
—Estando todo de celeste y enojado parecés Gruñosito —opinó con una sonrisa.
Valentín lo miró con el ceño fruncido, dándole un pequeño empujón con su cuerpo. Se volvió a voltear hacia el frente, metiendo sus manos en los bolsillos queriendo refugiarse, no solo del frío, también de sus propios sentimientos.
—Vos serías Divertosito entonces —comentó, intentando no delatarse a sí mismo y a su nerviosismo por todo lo que había pasado.
No quería acordarse de lo que habían hecho porque le daba vergüenza recordarse a sí mismo en esa situación. No quería ni siquiera pensar en cómo había actuado hace unas horas.
—Ow, es lo más tierno que me han dicho. —Agustín observó cómo el pelirrojo se giró hacia él algo brusco, con los ojitos brillándole mientras lo miraba.
Giay solo pudo devolverle la mirada, demasiado concentrado en lo tierno que se veía el más bajito desde su perspectiva.
—¿Quién más te ha dicho cosas tiernas? —Esta vez Valentín mantuvo la mirada, observándolo directamente, notándose más serio.
El chico de San Lorenzo sonrió y lo empujó ligeramente, sin lograr moverlo mucho de su lugar, queriendo que dejara de estar tan malhumorado.
—No te pongas celoso —respondió, acercando su rostro al menor, aunque no logró acercarse demasiado porque el pecoso puso su brazo contra su pecho, parándolo.
—No estoy celoso.
Agustín soltó una pequeña risita y se animó a acercar una mano hasta el cierre de la campera ajena para poder bajarlo y tener acceso a su rostro por completo.
—¿Qué hacés? —se quejó—. Tengo frío —agregó, queriendo separarlo para que se alejara de él y dejara de desabrigarlo.
El castaño se tomó en serio su comentario y agarró una de sus manos, preocupándose al notar lo fría que estaba su piel.
Lo miró alarmado y empezó a bajar el cierre de su propia campera. Valentín agarró su muñeca con confusión, sin querer tampoco que el castaño se enfermara por su culpa.
—No te vas a desabrigar —habló, sin dejarle tiempo a tomar alguna decisión.
—No iba a hacer eso —contestó, agarrando su mano con la que tenía libre para así poder terminar su tarea sin que el pecoso lo detuviera.
Cuando pudo desabrochar su campera, se acercó al cuerpo del menor, agarrando los bordes de la prenda para poder rodear el cuerpo de Valentín y acunarlo contra sí mismo. El pelirrojo se sintió chiquito al lado de su cuerpo y no tardó en sentir el calor corporal que emanaba el de ojos claros.
Apenas podía mirar por encima de su hombro y con la cercanía pudo oler el perfume que se había puesto Agustín. Sintió que volvía a tener siete años cuando corría a la pieza de sus padres para que lo abrazaran porque le daban miedo los truenos.
—Problema solucionado, ¿ya se te pasó el enojo? —mencionó con una pequeña sonrisa, conteniéndose de besar al pecoso en esos momentos porque le daba mucha ternura cómo encajaba contra su cuerpo.
Las manitos de Valentín rodearon el torso del más alto por debajo de la tela de la campera y Giay rió apenas por las cosquillas que le causó ese tacto.
—No, me sigue doliendo el cuerpo y tengo hambre —respondió mientras le devolvía el abrazo, disfrutando de la cercanía y del sentimiento de protección que siempre le generaba la simple presencia del chico de San Lorenzo.
Era realmente lindo cómo lo trataba y lo hacía sentir querido. Creía que ni siquiera sus padres lo habían tratado así de lindo alguna vez. Era muy atento, lindo y cariñoso.
No se había equivocado cuando le dijo que todo el mundo querría tenerlo de novio.
Él quería que fuera su novio pero no se animaba a decir nada al respecto. Era muy pronto para eso y tampoco creía que fuera algo que durara demasiado, aunque quisiera lo contrario.
—Bueno, te tengo otra solución —respondió, soltando uno de los lados de la campera para buscar en los bolsillos de su pantalón.
Valentín escuchó el sonido de un paquete de plástico y cuando bajó su mirada después de tomar leve distancia para observar, vio el pedacito de un blister en la mano del mayor. Miró la pastilla naranja por unos segundos antes de que el chico volviera a guardar la pastilla en su bolsillo, aunque tardó unos segundos en volver a sacar su mano, esta vez con un caramelo al lado de la pastilla.
—Solo tengo un caramelo para darte y el actrón para después de comer porque sino te puede caer mal.
Valentín vagó con la mirada desde su mano hasta los ojos del más alto, sintiendo que tranquilamente podía largarse a llorar por lo lindo que era Giay con él.
Agarró el caramelo de la mano ajena y lo sacó del empaque para después llevarlo a su boca.
—Pensás más en mí que yo mismo —mencionó, masticando el dulce.
—Y bueno, alguien te tiene que cuidar —respondió, más tranquilo de haber podido aliviar el malestar del menor.
—¿Qué voy a hacer cuando estés lejos? —murmuró, más para sí mismo, poniéndose triste al pensar en que algún día dejaría de tener al mayor pegado encima suyo para que se sintiera bien.
Agustín pudo notar el cambio anímico del chico, así que se animó a llevar una mano hasta el mentón del pecoso, levantando su rostro hasta que fue cómodo para ambos conectar sus labios por unos segundos, obteniendo la mirada sorprendida de parte del chico de Boca, quien miró a su alrededor por si alguien los había visto.
—Te voy a llamar todos los días para asegurarme de que estés bien —respondió con firmeza, bajando sus manos hasta la cintura del chico para acariciarla gentilmente.
—Ya lo dijiste, ahora lo vas a tener que cumplir. —Giay sonrió feliz y volvió a abrazarlo.
Realmente amaba cómo sus cuerpos parecían haber sido hechos para estar juntos, porque no solo los brazos de ambos encajaban en el cuerpo del contrario sin problema, también la diferencia de altura hacía que el abrazo fuera mejor, con los mechones rojizos del menor haciéndole cosquillas en el cuello y la respiración del castaño chocando contra su nuca cuando se inclinaba hacia él.
Definitivamente Valentín lo iba a extrañar demasiado.

Cuando se sentaron en las mesas, no duraron ni dos minutos en quedarse ahí porque varios se volvieron a parar para ir a hablar con el resto que estaba en las otras mesas. Parece que hicieran simbiosis, pensó Barco, observando a su novio—¿podía siquiera llamarlo así?— hablando con Luka, quien lo había arrastrado lejos suyo apenas tuvo la oportunidad.
Él no tuvo problema con quedarse en la mesa con un par más que conversaban entre ellos, incluso rechazó la oferta de Giay de acompañarlos porque era demasiada interacción social para él y más cuando estaba cansado.
A veces admiraba que la gente pudiera soportar estar tanto tiempo en grupos de personas y no lograba entender qué era tan divertido de eso.
Así que solo se quedó garabateando dibujitos en la servilleta con una lapicera negra que le pidió prestada a uno de los asistentes del cuerpo técnico. Primero hizo literalmente garabatos y después de un rato mirándolos, observó que parecían los tallos de unas flores, así que empezó a dibujar hojas y diferentes flores que se le ocurrían.
—Volví —escuchó la voz del santafesino mientras se sentaba a su lado, mirando de chusma lo que estaba haciendo el pelirrojo.
Barco lo miró por unos segundos y después dirigió su mirada nuevamente a lo que estaba haciendo. Quiso representar a Agustín en una flor y se quedó varios segundos pensando porque no quería que fuera al cliché, pero al final no pudo evitar caer en eso y dibujar un girasol porque no creía que Giay fuera algo más que un girasol.
Se sobresaltó un poco al ver que el contrario se acercó a él para ver lo que estaba haciendo por sobre su brazo extendido en la mesa. La cercanía del chico lo puso nervioso y no ayudó para nada que Agustín apoyara una de sus manos en el respaldar de su silla y la otra en el asiento, al lado de sus piernas.
Sintió que mientras más cerca suyo está, más sería capaz de escuchar sus pensamientos así que se alejó un poco para mirarlo, tapando el dibujo con sus manos.
El castaño abultó sus labios al ver que no le dejaba ver lo que hacía, mirándolo de cerca. No duró mucho tiempo con su cara en dirección al mayor simplemente porque su pulso se aceleró al notar lo cerca que estaban el uno del otro.
Ya no estaban lejos del resto como para hacer ese tipo de cosas sin que nadie los viera, por lo que temió que alguien se diera cuenta de que no eran simples amigos.
—Mostrame lo que hiciste —pidió, importándole poco su espacio personal y apoyando la cabeza en su hombro.
Dudó unos segundos en si acceder a su pedido o no porque le daba pena que descubriera que había estado dibujando flores y que encima le había dibujado una flor.
Con lentitud e inseguridad retiró sus manos apenas, enseñándole el pedacito de servilleta donde había estado dibujando. Ni siquiera necesitó ver el rostro del chico de San Lorenzo para saber que estaba sonriendo por el movimiento que hizo contra su ropa. Era imposible no saber cuándo Agustín sonreía si siempre lo hacía como si toda su vida dependiera de eso.
—Qué bonito —opinó, levantando una de sus manos sobre la mesa para poder señalar una de las flores—. ¿Y esta? ¿Por qué está lejos de las otras? —preguntó, apuntando el girasol que había dibujado en una orilla del papel.
—Sos vos —contestó casi inmediatamente—. Es para vos —se corrigió, nervioso ahora que el santafesino se había separado de su hombro de nuevo para mirarlo.
—¿Me dibujaste una florcita? —La voz de Agustín se agudizó levemente por la emoción en su tono de voz, y Barco no pudo sentirse más apenado al observar lo feliz que parecía el chico por aquello que para él era muy simple—. Yo también te quiero dibujar una.
Giay le sacó de la mano la lapicera y se acercó a la servilleta para poder dibujar cómodamente.
Tras unos garabatos y el pelirrojo mirando al más alto mientras estaba concentrado en su tarea, el contrario se separó de él ligeramente soltando un suave "Tarán".
—¿Eso es una flor? —bromeó el pecoso.
—Bue, que bardero. No te dibujo algo nunca más —fingió enojo y Barco solo pudo sonreír sin llegar a mostrar los dientes, achicando apenas sus ojos por la felicidad contenida.
Soltó una pequeña risita para adentro y pronto apartó la mano del mayor de la servilleta, agarrando el papel para ir cortando con cuidado la flor que acababa de dibujar Agustín.
Después solamente agarró su celular y le sacó la funda, ubicando la flor entre los papelitos que tenía atrás de su celular. Cuando logró ubicar todo, volvió a encajar el celular con la funda, sonriendo y mostrándoselo al castaño.
El santafesino lo imitó y pronto los dos se quedaron mirando cómo combinaban las dos fundas con los dibujos a pesar de que ambos tenían otros papeles u objetos, el color blanco de la servilleta hacía que resaltaran del resto de cosas.
—¿Qué significa? —le surgió la duda, observando la flor que había dibujado el lateral derecho.
—Buscá después el significado, se llama gardenia —dijo y Barco pudo notar un ligero rubor en las orejas del más alto.
Se preguntó por qué no quería que lo buscara en ese momento, pero igual le hizo caso.
Más tarde, cuando regresaron a la pieza después de los festejos, se entretuvo por un rato antes de irse a dormir entrando a internet para buscar el significado de aquella flor.
Agradeció completamente que la luz de la pieza estuviera apagada porque si no Agustín se habría dado cuenta de lo rojo que se puso por la vergüenza que sintió al leer el "representa el amor secreto" en una de las páginas que encontró.
Esa noche, Valentín fue el que se acercó a la cama ajena para pedirle al chico si podía dormir con él.
Y Agustín, ni aunque estuviera soñando, se negaría a su pedido.
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Centro de Atención - [ Gialen ] #1
Three Shot
Palabras: 6.2k
Género: Fluff
ღ Donde Agustín conoce a Valentín en la convocatoria para el mundial de la sub 20 y no entiende cómo el pelirrojo no es consciente de lo lindo que es.
O donde a Barco le cuesta integrarse al grupo y Giay lo ayuda. ღ

Desde que lo conoció no supo cómo interpretar sus propios sentimientos. Él no era gay, o al menos nunca había pensado que podía atraerle otro hombre. Pero cuando lo vio por primera vez en el predio de la AFA en donde iban a entrenar para el mundial que se acercaba, no pudo dejar de mirarlo en todo el día.
Ya había visto cosas sobre él en internet porque estaba ganándose su título dentro de Boca, pero definitivamente verlo en persona no se comparaba para nada.
Y mucho menos cuando descubrió un día que el chico no solo tenía pecas en sus mejillas, también en sus labios. Por culpa de eso, muchos pensamientos pasaron por su cabeza y el más tranquilo era sobre cómo se vería su piel sin su camiseta.
Una parte suya se sintió culpable por sentirse así, porque no estaba bien que pensara ese tipo de cosas de su compañero de equipo, y menos sabiendo que, si todo salía bien, se seguirían encontrando en un futuro en la selección.
Agustín culpó completamente a sus hormonas de adolescente tardío y a no tener novia.
El chico de San Lorenzo entró a una de las habitaciones de recreación que había en el predio, donde habían quedado juntarse con el resto, y procuró no tirar la yerba del mate que cargaba en su mano derecha, mientras en la otra llevaba su termo.
En los sillones vio sentados a Matías, a Lautaro y a Valentin, por lo que se acercó a ellos.
El pelirrojo no solía ser alguien de muchas palabras, incluso cualquier persona capaz podía pensar que le caías mal por sus expresiones, pero en realidad Barco simplemente era así. Era de esas personas que en vez de participar en una conversación, prefería quedarse callado escuchando lo que hablaban.
Como era ese caso.
Di Lollo muchas veces había intentado incluirlo a las charlas para que hablara y dijera lo que opinaba, pero no lograba mucho más que unas pocas palabras del pecoso.
Era bastante difícil acercarse a él para entablar una amistad.
No iba a dejar que eso lo detuviera.
Ni siquiera sabía qué quería intentar hacer, pero algo dentro suyo quería conocerlo y estar con él así que no se negó nada a sí mismo.
—¿Qué onda? ¿Quieren mate? —saludó mientras se sentaba en el espacio libre al lado de Barco, quien se removió ligeramente para poder dejarle espacio.
La charla se renovó y compartieron varios mates por un rato largo. Durante ese tiempo, además de intentar incluir al chico, también observó su lenguaje corporal, tomando nota mental de lo que parecía no gustarle para en un futuro evitarlo.
Por ejemplo, no le gustaba el contacto físico.
Lautaro estuvo todo ese rato con el brazo apoyado en su hombro y Valentin parecía querer irse de ahí en todo momento. Por unos segundos pensó que capaz no era por eso, pero al final lo terminó confirmando cuando apoyó su mano sutilmente en su pierna, usándola de soporte para poder extenderle el mate a Matías, quien estaba en la otra punta del sillón.
El cuerpo del pecoso se tensó y por un momento pensó que se iba a hacer una bolita en el lugar.
—Perdón —le murmuró y Valentin lo miró sorprendido, sin entender del todo por qué le había pedido perdón.
Estaba tan acostumbrado a que la mayoría de personas con las que se rodeaba fueran extrovertidas y tuvieran demasiada confianza, que incluso llegó a pensar que el problema era él.
Por eso, que ahora Agustín hubiera sido consciente de cómo se sentía, lo descolocó un poco porque no estaba familiarizado con que alguien le prestara atención a cómo se sentía.
Por primera vez en toda la tarde, Barco sonrió ligeramente y Giay no pudo estar más emocionado por su pequeño avance.

¿Ya dijo que Barco era muy lindo? Porque en esos momentos la imagen enfrente suyo se lo volvió a recordar.
Estaban en el avión camino a Santiago del Estero para el partido que se disputaría en la provincia y sería su debut en el mundial. Estaba demasiado emocionado por ello, al igual que muchos de sus compañeros, al punto de incluso ponerse a cantar canciones durante el viaje.
Hasta que la adrenalina drenó sus cuerpos y se dignó a quedarse quieto en su asiento. Cuando miró en dirección al pelirrojo, lo encontró apoyado en la ventana del avión, con los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta mientras dormía.
Desde que subieron al avión, Agustín no desaprovechó la oportunidad de sentarse al lado del pecoso, asegurándose de ganarle el asiento a Lautaro porque seguro iba a querer sentarse con él.
Y ahora se estaba replanteando si había sido buena idea, porque no podía dejar de mirar su rostro dormido, con los tenues rayos de luz de madrugada golpeando su piel manchada por puntitos. Era demasiado hipnótico mirarlo, principalmente porque parecía un ángel, parecía demasiado inhumano para ser real. Capaz si lo tocaba se deshacía en el aire.
Un toque en su hombro lo sobresaltó y su burbuja llena de pensamientos sobre lo lindo que era Barco se rompió. Se giró hacia su izquierda y observó a Luka sentado en el asiento del otro lado del pasillo.
—¿Vas a escuchar música? —preguntó, con cierta sonrisa en sus labios que no supo cómo interpretar. Agustín solo negó con la cabeza—. ¿Me prestas tus auris? Me olvidé los míos.
Giay, como buen capitán, simplemente rebuscó entre sus cosas hasta que encontró el pequeño empaque de plástico que protegía sus auriculares y se los entregó. Romero le agradeció y se le quedó mirando, como si no supiera si seguir hablando o no.
—¿Qué onda vos con el colo? —dijo, pero el santafesino no entendió a qué se refería.
—¿Por qué?
—No sé, por poco y estabas babeando mirándolo. —Agustín no pudo evitar ponerse nervioso por su comentario.
Cierto que las demás personas existen, pensó.
En lugar de alarmarse por haber sido atrapado mirando al pelirrojo, decidió tomar aire para calmarse y sacarse la duda de su cabeza.
—¿Te parece lindo Valen?
Cada día estaba más cerca de confirmar que le atraían los hombres, o bueno, que le atraía el pecoso, pero quería sacarse la duda de si él era el único que pensaba eso.
—Sí, es lindo pero hasta ahí —respondió y el dorsal 4 se sintió ofendido.
¿Cómo que hasta ahí? Barco literalmente era hermoso por donde sea que lo miraras, ¿acaso solo él pensaba eso?
—¿Qué andan hablando de mi novio? —saltó Di Lollo desde el asiento de atrás de Agustín, con una sonrisa que indicaba que su comentario no iba en serio.
—Nada, que Agus le tiene ganas —respondió Luka con burla, y Lautaro lo miró con los ojos abiertos de la sorpresa, tomándose en serio el comentario.
—Callate, nunca dije eso —le reclamó, amagando a pegarle un manotazo.
—Bueno, si te lo comés avisame porque el culiado del colo no se deja ni tocar —jodió Lautaro, riéndose por las expresiones que hacía Giay por lo que estaban diciéndole.
—Vos porque no sabés leer su lenguaje corporal —soltó.
Bueno, capaz había hablado de más.
Si antes tenían razones para molestarlo, ahora sería el triple por prácticamente haber admitido que había estado mirando a Valentin y le prestaba atención a lo que hacía.
—Opa, esto es más serio de lo que pensaba —agregó Romero, sin saber si Giay seguía bromeando sobre el tema o no.
Tal vez en ningún momento había estado bromeando.

Cuando llegaron a Santiago del Estero, lo primero que hizo Agustín fue ir a hablar con el cuerpo técnico y esperar que ni Luka ni Lautaro lo vieran porque iban a seguir molestándolo con ese tema. Tenía un objetivo y era lograr que los emparejaran a los dos en la pieza donde iban a dormir y quedarse durante esos días que jugarían en la provincia.
Y la carta de capitán nunca fallaba.
Usó la excusa—o capaz no tan excusa porque en parte sí era verdad— de que había visto a Barco un poco alejado del grupo y que le costaba integrarse al grupo, así que lo gustaría compartir pieza con él para poder hablar con él y ayudarlo.
Nunca estuvo tan agradecido de lo que le habían enseñado sus padres sobre la persuasión hasta ese momento. A veces todo era tan simple cuando sabías qué decir.
Así, procuró no sentirse mal porque no estaba mintiendo del todo. Solo estaba ocultando la verdad completa.
Ese día, también descubrió que a Valentin no le gustan los ruidos fuertes, principalmente si lo causaban personas.
Barco fue el primero en abandonar el grupo después de que les dijeran cómo iban a organizarse, antes de que todos empezaran a caminar hacia las habitaciones porque sabía que cuando estaban todos juntos, se armaban varios grupitos y —al menos para él— era insoportable el ruido que provocaban.
La gran mayoría de ellos a Barco le caían bien, pero a veces su batería social se agotaba y no le gustaba sobreexigirse estar con personas después de eso.
Agustín abrió la puerta de la pieza y lo primero que vio fue al pecoso sacando sus cosas de la valija y poniéndolas encima de la cama en diferentes bultos "categorizados" para poder ordenarlo en el armario. Barco lo miró y después volvió su mirada a la cama.
—Eh… Si querés saco las cosas por si querías esta cama —pronunció con la voz temblándole apenas por los nervios.
—No, no, quédate ahí, no hay drama —respondió con una sonrisa, empujando su valija hacia la cama vacía para imitar las acciones del chico y guardar sus cosas en el armario compartido que había al lado de su cama.
A medida que iba sacando su ropa, la iba guardando directamente en el armario, mientras que Valentin lo imitaba, en su caso agarrando la ropa de la cama y acercándose al armario.
El pequeño pasillo entre la cama y el armario hizo que los dos terminaran bastante cerca, y Giay se terminó riendo al poder ver cómo estaba organizando las cosas el pecoso. Barco lo miró, confundido por su risa.
—Ahora entiendo por qué lo sacaste primero de la valija —comentó, viendo el desastre que era su lado del placard a comparación con el del bonaerense, que había puesto todo ordenado por tamaño.
Valentin se rió y se acercó a su lado para ayudarlo a ordenar las cosas. Agustín solo se pudo quedar quieto en su lugar, pensando en lo linda que era su sonrisa y en lo mucho que quería seguir viéndola.
—Gracias —le agradeció cuando terminó de ordenar las prendas que había sacado. Barco solo lo miró con una ligera sonrisa y volvió a su tarea de ordenar su ropa.
De no ser porque su compañero de cuarto estaba al lado suyo, el santafesino estaría saltando de emoción y con una amplia sonrisa que en esos momentos intentaba disimular.
No podía creer que había podido presenciar una sonrisa del menor sin haber hecho nada, se sentía un privilegiado. ¿Cuántas veces se habrá reído con Lautaro? Después le preguntaría.
Le tendría que haber sacado una foto cuando sonrió así se la enviaba a Luka para que vea que Valentin no era solo lindo pero hasta ahí.

Al otro día, se encontraban camino al estadio donde jugarían y todos estaban entre nerviosos y emocionados porque para varios sería la primera vez que jugarían con la albiceleste. Barco se había sentado al final del colectivo para no estar en el medio del caos y Giay unos asientos más adelante. Iban cantando cualquier cosa que se les ocurriera y en algún momento alguien puso un parlante con música, así que el viaje se dio entre cantos, risas y mates.
Cuando Agustín se aburrió, agarró su celular y miró en dirección al pelirrojo, quien se encontraba mirando distraídamente por la ventana. Le encantaba que siempre pareciera estar en otro mundo, se veía muy tranquilo así.
Con un poco de duda, entró a whatsapp y fue hasta el contacto de Barco, escribiendo un mensaje.
agus
qué onda? cómo se ve el bondi desde atrás?
Sintió que su pulso se aceleraba y pareció que volvió a cuando tenía 13 años y le gustaba alguna chica de su escuela. Genuinamente ya se había hecho la idea de que no era "común" lo que sentía por el menor, pero tampoco era algo que lo preocupara.
Desde chico que nunca le importó ese tema de si le gustaba una mujer o un hombre, siempre estuvo abierto a lo que sea que su corazón sintiera.
Sin embargo, ahora lo único que le preocupaba era que le gustara un compañero de equipo. Tal vez no habría problema porque seguro era un sentimiento pasajero. Pero si no lo era, iba a tener problemas.
colo
todo joya, sin los gritones de ustedes
Agustín miró la respuesta y no pudo evitar reír ligeramente porque le ponía feliz que pudiera hablar por esa forma con él. Era muy diferente hablar con Valentin en persona que cuando hablaba por mensaje, lo sentía mucho más suelto y con confianza, tal vez porque no necesitaba mirarlo a los ojos o emitir alguna palabra para ello.
agus
bue, también vos sos un aburrido
Al instante de haber enviado ese mensaje, se arrepintió de haberlo hecho porque tal vez ofendía al chico y eso era lo que menos quería. Se puso nervioso y solo escribió lo primero que le salió.
agus
o sea
capaz si somos ruidosos
vos no sos aburrido
Tuvo miedo de mirar hacia atrás, pero igual lo hizo porque quería ver la reacción del pecoso. Se sorprendió al verlo con una pequeña sonrisa en su rostro, casi imperceptible, mientras miraba los mensajes que le había mandado. Se sintió más calmado cuando el chico empezó a teclear en su celular.
colo
cómo sabés que no soy aburrido?
agus
no sé, te ves como esas personas que tienen muchas cosas para decir pero tiene otra forma de comunicarse
Después del mensaje, se animó a mirar en su dirección de nuevo, mirándolo mientras él observaba su celular como si fuera lo más interesante en todo su alrededor. Lo vio relamerse los labios antes de teclear un mensaje y volver a guardar su celular en el bolsillo.
Agustín no entendió mucho por qué guardó su celular, pero se dio cuenta que tal vez sí había incomodado al pecoso y se sintió horrible. Volteó su mirada y leyó el mensaje en su pantalla.
"Sos la primera persona que me comprende tan fácilmente".
Su mensaje lo hizo sonreír y eliminó cualquier pensamiento negativo que había tenido. Capaz Valentin solo estaba avergonzado como para seguir hablando, y lo confirmó cuando volteó su rostro hacia él de nuevo, observando que sus orejas se habían tornado ligeramente rojas, similar a su color de cabello.
Tal vez había encontrado una forma de comunicarse con el pecoso y se sentía orgulloso por eso.

Esa tarde ganaron. Con dos goles, una asistencia de Barco y una suya.
Después del partido, se abrazaron entre sus compañeros mientras se felicitaban y animaban con palmaditas. Había buscado con su mirada al pelirrojo en lo que abrazaba a Carboni, y lo encontró divagando con la mirada mientras Di Lollo lo abrazaba, probablemente incómodo por tanto contacto físico. Agustín estaba casi seguro de que el chico iba a desaparecer de la vista de todos apenas pudieran volver a los vestuarios.
Cuando estuvieron cerca el uno con el otro, Giay estuvo tentado a acercarse para abrazarlo y felicitarle por lo bien que había jugado, pero se terminó acobardando porque no quería incomodarlo más de lo que ya parecía estar.
De esa forma, solo le dedicó una sonrisa y una sutil palmada en su hombro, antes de que un fotógrafo los pillara juntos para sacarles una foto.
Barco sonrió para la foto y Agustín se tuvo que contener para no mirarlo con una cara de estúpido porque inevitablemente se volvía tonto cuando estaba cerca suyo.
La misión de no dejarse llevar por sus sentimientos fue exitosa, pero aún así intentó separarse lo que más pudiera de él sin ser grosero, solo porque no quería que nadie viera que siempre estaba mirándolo. Si lo tenía cerca sabía que no iba a poder controlarse.
En su cabeza fue una buena idea, sin embargo, al pecoso no le hizo mucha gracia. Se sintió decepcionado cuando el mayor lo dejó solo, tal vez esperando demasiado que Giay lo fuese a abrazar. Barco pensó que tal vez Agustín no era como pensaba, tal vez no estaba tan interesado en ser su amigo.
Al igual que como pensó, Valentin desapareció apenas pudo, pero no fue por la razón que él pensaba, el dorsal 3 decidió apurarse para irse de ahí y no toparse a ninguno.
No tenía sentido que se sintiera así en ese momento, pero no pudo evitar ponerse sensible por eso. Se había ilusionado mucho cuando Giay le habló porque nadie había mostrado interés genuino por él a excepción de su mejor amigo que a veces se pasaba de pesado.
Agustín sin conocerlo demasiado, ya lo conocía más que Di Lollo. Ni siquiera habían compartido muchas palabras, y el chico ya sabía que no le gustaba el contacto físico, ni las multitudes de personas, los ruidos fuertes o hablar por mucho tiempo. Le gustaba mucho que el chico de San Lorenzo fuera observador porque él muchas veces no sabía cómo pedir ciertas cosas.
Así se terminó perdiendo los festejos una vez más, como acostumbraba a hacer porque no le gustaba estar rodeado de gente gritando y saltando hasta quedarse sin energías. Se encerró en su pieza y decidió intentar dormir, aunque fue al pedo porque no lograba conciliar el sueño.
No podía dejar de pensar en por qué Agustín no lo había abrazado cuando el resto de sus compañeros sí.
No iba a llorar por esa boludez aunque en el fondo quisiera hacerlo, se tenía que acostumbrar a que no siempre iba a encontrar personas que pudieran entenderlo, y mucho menos con lo cambiante que llegaba a ser a veces.
Era entendible que se alejaran de él si tenía cambios tan bruscos de un momento a otro.
Se acostó en la cama y se quedó mirando el techo, un poco aburrido. Tal vez tendría que haber intentado quedarse con el resto, no podía estar todo el tiempo separándose de ellos solo porque no soportaba nada.
Escuchó la puerta de la pieza ser abierta y miró en dirección a su compañero de cuarto, viendo cómo entraba con su celular en la mano, aparentemente riendo por algo que había leído. Entre sus brazos, traía una pava eléctrica que vaya a saber de dónde había sacado.
Cuando el lateral derecho levantó la mirada hacia él, Barco se sintió intimidado por su mirada y por la expresión seria que optó su rostro.
—Perdón, ¿te desperté? —preguntó con preocupación mientras dejaba la pava en la mesa de noche.
Valentin negó con la cabeza ligeramente a la vez que se giraba en la cama para observarlo más cómodo.
Giay se sintió aliviado ante su respuesta y agarró la pava, separándola de la base para ir al baño y cargarla con agua. Cuando volvió, Barco se había sentado en el borde de la cama, mirando con curiosidad lo que hacía el número 4.
—¿Querés tomar mate? —le ofreció con una sonrisa, conectando la pava en un enchufe al lado de la cama.
Barco emitió un sonidito con su garganta en forma de afirmación mientras veía a Giay preparar el mate, echándole yerba y haciendo la "montañita".
—Te va a dar tremenda acidez estomacal por tomar tanto mate —mencionó, intentando aligerar sus propios nervios de estar junto al chico después de haber descubierto que le gustaba mucho estar con él.
Agustín rió y lo miró, tomando asiento en su cama, del lado del pequeño pasillo que había entre las dos camas, quedando frente a frente con el pelirrojo.
—Ya fue, muero por la patria —bromeó, sacándole una sonrisa al pecoso.
A veces Valentin se sorprendía por lo rápido que podía cambiarle el estado anímico que Giay le hablara de cualquier cosa. Algo en sus expresiones y en su sonrisa hacían que no pensara tanto en cómo debía actuar para que no lo mirara mal.
Sentía que con él podía actuar como quisiera porque el chico no le iba a decir nada.
—Agus, ¿te puedo preguntar algo? —A pesar de que lo dijo con confianza, empezó a pensar en si era buena idea preguntarle eso porque tal vez arruinaba ese momento y la felicidad por haber ganado el primer partido.
El número 4 lo miró con curiosidad, deteniendo sus movimientos para prestarle atención.
Barco se mordió la mejilla interna y tomó fuerza para seguir hablando. Ya está, no se podía acobardar ahora.
—¿Por qué no me abrazaste después de que terminó el partido?
Un silencio invadió la habitación y el pecoso no pudo evitar relamerse los labios por los nervios. Se sentía tonto, pedirle una explicación por eso era demasiado cuando ni siquiera eran tan cercanos. Seguro parecía un rarito a los ojos del santafesino.
Agustín no supo qué decir durante unos segundos porque su pregunta lo tomó desprevenido. Valentin tomó su silencio como una señal y solo aceptó que no debería estar preguntándole eso.
Un poco decepcionado por su respuesta no verbal, se volvió a meter en la cama para acostarse, dándole la espalda.
—No te quería incomodar, perdón —respondió, mirando al chico cubierto por sábanas debido al frío nocturno de la provincia en esa época.
—No importa, no te lo tendría que haber preguntado —agregó, sintiendo la pena invadir todo su cuerpo.
¿En qué momento siquiera pensó que era una buena idea?
—No, no, en la cancha, digo —aclaró���. No te veías muy cómodo con el resto abrazándote, así que no quería que te pusieras mal —explicó, aunque el chico se quedó estático en su lugar sin ser capaz de mirarlo.
Agustín aprovechó la oportunidad para dejar el mate sobre la mesa de noche y levantarse de su cama para cruzarse a la del pecoso.
Apoyó una de sus rodillas encima de la cama ajena y pasó uno de sus brazos por encima del cuerpo del chico, apoyándolo sobre la cama. Valentin, al ver la mano del chico apoyarse cerca de su rostro, giró la mirada en dirección a él, observando lo cerca que estaba de su cuerpo.
—Te puedo abrazar ahora si querés —ofreció y Giay se quedó esperando su negativa ante el comentario.
Pero el menor no pudo responder por varios segundos, un poco sorprendido por la cercanía del chico. No recordaba alguna vez haberlo tenido tan cerca suyo sin contar las veces que se habían sentado al lado.
Sus miradas se conectaron por un rato largo y Barco se quedó entretenido mirando los colores mezclándose en sus pupilas, sin ser totalmente marrones ni totalmente verdes. Agustín no pudo evitar mirar sus labios por unos segundos, pensando en qué sabor tendrían y si serían suaves al tacto.
El lateral derecho no pudo resistirse a abrazarlo a pesar de no haber tenido una respuesta verbal de su parte, porque solo verlo entre las sábanas le había dado ternura y unas inmensas ganas de abrazarlo al parecer un peluchito.
Valentin no se negó ni lo separó, sin tardar en sentir los brazos del contrario rodearlo, envolviéndolo en la sábana y dejándolo atrapado entre las telas y sus brazos. No había forma de que escapara de eso a menos que el otro lateral se levantara.
Se sintió bastante calentito, no solo por su peso y calidez corporal, sino por el hecho de que Agustín lo estaba abrazando como había ansiado después del partido.
—¿Y el mate? —preguntó, medio murmurando para no romper la tranquilidad del momento.
—Otro día moriré por la patria —respondió con una pequeña sonrisa mientras escondía su rostro en su cuello, haciéndole cosquillas con su respiración.
Barco se rió por el contacto y se removió, pero no consiguió sacárselo de encima.
Tampoco se estaba quejando.

Al otro día, se despertaron por unos golpes en la puerta. El pecoso fue el primero en despertarse y levantarse para abrirle a quien sea que estuviera tocando. Agustín en algún momento se había metido dentro de su cama con la excusa de tener frío y Valentin estaba demasiado a gusto como para decirle que se fuera a dormir a su cama.
Cuando abrió la puerta le costó enfocar la vista por el cambio brusco de luz mañanera, pero cuando lo hizo lo primero que vio fue el pelo largo del número 16.
—Hola, ¿está Agus? —lo saludó con una sonrisa brillante, como si no hubieran estado hasta hace unas horas bebiendo y bailando mientras subían videos a instagram.
Barco frunció el ceño porque le molestaba la luz, intentando comprender la pregunta porque su cerebro todavía no se despertaba del todo.
—Está durmiendo —respondió, dejándolo pasar a la pieza, pensando en irse a bañar para poder empezar la mañana relajado y calentito.
Luka, apenas vio que el pecoso se metía al baño, fue hasta la cama donde estaba durmiendo Giay, subiéndose y moviéndolo para despertarlo.
—Voy a ignorar el hecho de que estás en la cama del Colo y te voy a decir "Dale, Agus, vamos a jugar a la play" —soltó mientras lo sacudía y obtenía un sonido de queja de parte del capitán, quien no parecía tener ni la menor ganas de levantarse.
—Dejame dormir —se quejó el castaño, tapándose con la sábana con la esperanza de que eso lo protegiera de la insistencia de su amigo.
Luka lo volvió a sacudir, escuchando el agua de la ducha del baño se abierta y después viendo cómo el pecoso volvía a buscar un conjunto de ropa para cambiarse.
—Colo, decile a tu novio que se levante. —Las palabras del chico de la Lazio hicieron que el mencionado se quedara estático al lado de las puertas del placard, con las prendas de ropa entre sus manos.
Agustín se giró para mirar a Romero con el ceño fruncido y empujarlo fuera de la cama.
Por suerte el extremo derecho logró apoyarse con sus pies en el suelo antes de caerse, siendo arrastrado por el capitán que decidió levantarse rápido para sacarlo de la pieza.
—Sos un tarado, Luka —le recriminó, empezando a caminar por el pasillo hacia la sala de descanso donde seguro estaban jugando a la play.
—Bue, no te enojés, dudo que a Valentin le haya molestado —respondió, intentando calmar a su amigo que ahora parecía un perro rabioso por el comentario que había hecho.
—Da igual si él se molesta o no, el tema está en que no deberías meterte en las relaciones ajenas. —Agustín estaba enojado y no era bueno cuando se enojaba porque le costaba un montón dejar de pensar en eso y normalmente los enojos le duraban demasiado.
Romero prefirió no decir nada más para no empeorar la situación, pensando en que tal vez había estado mal que dijera eso o Agustín estaba exagerando. Tal vez era un poco de las dos cosas.
A pesar de que estuvo jugando un rato con ellos, no había hablado más allá de contestar con monosílabos cuando le preguntaban algo y su cara solo reflejaba un "No me hables porque te voy a responder mal" no explícito.
Cuando Barco entró a la habitación, Agustín lo miró por unos segundos en lo que el chico se dirigía a la parte donde estaba la cocina para prepararse un café y despertarse del todo. El santafesino dudaba un poco en si hablarle o no, pero terminó levantándose igual sin poder pensarlo demasiado porque su cuerpo decidió hacer lo que quería.
—Valen —lo llamó, observando cómo se servía agua caliente en una taza que previamente le había echado café y azúcar.
El pecoso levantó la vista hacia él y miró su rostro serio, algo que normalmente no ocurría porque Giay solía estar siempre sonriendo y bromeando.
—Sobre lo que dijo Luka hace un rato, perdón —fue directo, con la esperanza de que eso no hubiera molestado al menor.
Valentin desvió la mirada por unos cortos segundos, nervioso porque lo hubiera encarado de una, aunque en el fondo eso lo aliviaba porque sabía que si pasaba algún malentendido, Agustín siempre iba a buscarlo para que lo arreglaran.
—No pasa nada —respondió, queriendo quitarle importancia al asunto porque tampoco era que le había molestado realmente.
—Pero en serio, si te molestó decime y te juro que lo cago a p-
Ni siquiera pudo terminar su frase cuando el pelirrojo puso su mano en su boca, cubriéndola para que no siguiera hablando. La diferencia de altura hizo que se adelantara un poco para poder alcanzarlo sin que le doliera el brazo y se quedó mirando por unos segundos la diferencia de color entre sus pieles.
Nunca había pensado en lo moreno que era Giay y tal vez esa era una de las razones por las que llamaba la atención de muchas personas.
Lo primero seguro era su sonrisa.
—No me molestó —le aseguró, regresando a la realidad antes de que sus pensamientos volaran por donde no debían volar.
Pero tendría que ser más consciente de esa extraña energía alrededor de Giay que hacía que quisiera soltar cualquier cosa, como en ese momento.
—Quién no querría ser tu novio igual.
El lateral izquierdo separó su mano del contrario y le dio un sorbo a su taza de café, intentando esconder su vergüenza detrás de él para después huir del santafesino y sentarse al lado de sus compañeros.
Ahora fue el turno de Agustín de quedarse estático.

Estaban en los octavos. Y esta vez no se privó de abrazar al pecoso después de que le dejara en claro que no tenía problema con que lo abrazara o hiciera contacto físico con él. Aunque Di Lollo y Romero notaron esto y no tardaron en recriminarle por qué a Agustín no le hacía mala cara cuando lo abrazaba.
Valentin se abstuvo de responder y solo puso su cara más neutra posible para que no lo siguieran jodiendo.
El número 4 no pudo evitar reírse de la situación mientras veía a los tres charlando en la cancha mientras volvían a los vestuarios. Algunos empezaron a cantar y empujarse entre ellos y cuando terminaron de llevar a los vestuarios se desató un griterío por parte de todos con cuarteto de fondo.
Esa vez—por primera vez—, Barco decidió quedarse en los festejos.
Para nada se debió a un Agustín medio mojado por la lluvia que habían tenido mientras jugaban pidiéndole que se quedara porque quería festejar con él.
Valentin no supo dónde meterse cuando empezaron a corear su nombre para que se tirara algún paso. El lateral odiaba ser el centro de atención, por lo que se negó varias veces con la esperanza de que buscaran a alguien más para molestar. Tampoco es que supiera qué hacer en esas situaciones, así que agradeció mentalmente al capitán cuando lo rescató diciéndoles al resto que dejaran de joder si ya se había negado.
Después de eso todos empezaron a cargar a Giay y al mayor no le importó nada a diferencia de él, simplemente entrando al centro de la ronda para bailar, mirando en dirección al pecoso con una sonrisa, como si le estuviera dedicando el baile.
Las orejas del pelirrojo se tornaron del mismo color que su pelo a medida que lo observaba, aún con el pelo húmedo pegado a la frente y sonriéndole con esa expresión canchera que solía hacer inconscientemente siempre que sonreía.
Cuando la atención dejó de estar en el santafesino, se acercó al pecoso para agarrarlo de las dos manos e invitarlo a bailar, entrelazando sus dedos mientras hacía unos pasos de delante hacia atrás. Barco se relajó bastante y se dejó llevar por la música mientras bailaba con el chico, aceptando las vueltitas que le daba e imitándolo aunque él tuviera más complicado pasar el brazo por encima de su cabeza por la diferencia de altura.
Cuando se cansaron de bailar, se hicieron a un lado y Valentin se apoyó en una de las paredes de las esquinas, intentando descansar de esa forma su cuerpo al descartar la posibilidad de ir al otro lado donde estaban los bancos al verlos a todos bailando en el espacio que quedaba antes de llegar a estos.
Agustín se quedó a su lado y miró al resto con una sonrisa, demasiado feliz por lo que habían logrado y encima poder estar divirtiéndose sin sentir tanta presión.
Mascherano les había dicho muchas veces que, antes que querer buscar ganar por un título, lo hicieran para divertirse porque cuando uno jugaba feliz era cuando sacaba lo mejor de sí mismo. Y Giay fue algo que tomó de él para recordárselo siempre a su equipo.
—¿Viste que no son tan malos los festejos? —comentó, observando al chico callado en la esquina y viendo lo diferente que se veía Barco en esos momentos.
Se veía más radiante, más feliz.
—Si no hubieras estado vos probablemente lo hubiera pasado para el orto —respondió, ganándose una mirada curiosa por parte del santafesino, bastante sorprendido por escuchar eso en los labios del pecoso.
Sabía que Barco no lo decía de mala onda, simplemente su batería social se acababa rápido.
O simplemente su cansancio siempre se debió a no saber qué hacer cuando estaba en multitudes y Agustín lograba darle confianza para no pensar que cualquier cosa que hiciera estaría mal.
—Dale, no seas tan arisco con los otros, no son malos —comentó, acercándose a él para darle un empujón juguetón contra la pared.
Valentin rió suavemente y se mantuvo cerca del chico más alto, sintiéndose cómodo con su cercanía.
Agustín, por su parte, había creído superar su etapa de "El Colo es lo más lindo que hay", pero cuando lo vio sonreír todos esos pensamientos volvieron y no pudo dejar de ver cómo al sonreír las pecas de sus labios eran más notorias.
Se estaba esforzando demasiado para no inclinarse y plantarle un pico en ese momento solo porque quería saber a qué sabían y cómo se sentían. ¿Qué tan malo podía ser dejarse llevar?
Realmente no midió sus acciones cuando apoyó su mano en la esquina al lado de donde estaba el pecoso apoyado, inclinándose hacia él mientras inclinaba un poco su cabeza para no chocar con él.
La textura suave de sus labios chocaron contra los suyos y se sintió en el cielo por los pocos segundos que duró el roce.
Valentin lo miró entre confundido y apenado, con los ojitos brillándole mientras lo miraba desde cerca, luchando contra sí mismo al no saber si alejarlo de él o no.
—Perdón —soltó el mayor, arrepintiéndose de haberle hecho caso a sus pensamientos intrusivos.
Amagó a enderezarse y apartarse, pero el pecoso optó por girar su cuerpo hacia él y agarrarlo del borde del cuello de su camiseta para que no se fuera muy lejos. Giay casi pierde el equilibrio por la nueva posición y el tirón que le dio el más bajito por lo que tuvo que dar un paso hacia este, buscando apoyo en el suelo para no caerse encima suyo.
—Ya me besaste, no seas cagón ahora —le reclamó y Agustín no supo cómo reaccionar porque pensaba que el menor lo iba a mandar a la mierda por lo que acababa de hacer.
Ninguno de los dos dijo nada y solo se miraron. La mirada del santafesino pasó desde sus ojos hasta sus mejillas llenas de puntitos, sintió que se cortaba la respiración cuando vio a Barco bajando su mirada a sus labios por unos segundos mientras se apoyaba en la otra pared de la esquina donde se estaba apoyando el mayor.
Ninguno de los dos se negó a tener de nuevo ese contacto, con Valentin animándose a cambiar de lugar su mano, pasándola desde la camiseta del chico hasta su nuca, atrayéndolo a él para que no se separara del beso.
Tal vez no le importaba ser el centro de atención si era su atención.
—¿Cómo podés ser tan lindo? —murmuró cuando tuvo unos segundos para respirar antes de que Barco volviera a juntar sus labios.
Introvertido mi culo, pensó Giay mientras se dejaba llevar por el momento.
Solo se separaron cuando un chorro de agua impactó contra sus caras, mojándolos más de lo que ya estaban. Cuando se voltearon hacia el causante de aquello, se encontraron a Luka con una botella de agua abierta en la mano, mirándolos con una sonrisa burlesca.
—¿Qué no les enseñaron sobre la privacidad a ustedes dos? —se burló el de cabello largo y Agustín solo lo miró mal por haber interrumpido su momento.
—Habló el que anda metiéndose donde no lo llaman —se defendió el lateral derecho, con un mojín en sus labios que Barco no pudo evitar mirar, a pesar de que Agustín estaba con su cabeza hacia otro lado y no lo veía por completo.
El pecoso se quedó en silencio e intentó atraer la atención del chico de San Lorenzo de nuevo a él, y cuando lo logró, se paró de puntitas de pie para dejar un pico en sus labios, queriendo calmarlo para que no se enojara con Romero de nuevo.
El de ojos avellana le dio una pequeña sonrisa y Valentin miró en dirección a Luka, que todavía estaba parado mirándolos. Le sacó la lengua en forma de burla y agarró la mano del número 4, arrastrándolo en dirección a la salida del vestuario.
Si esa vez Barco abandonó los festejos, fue únicamente porque quería seguir besando a Giay sin que nadie los interrumpiera y al santafesino no le pudo importar menos lo que fueran a pensar sus compañeros de él.
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Cumpleaños - [ CutiGarnaLicha ]
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Género: Smut
ღ La selección argentina se junta para celebrar el cumpleaños de Lisandro.
O donde Alejandro quiere hacerle un regalo a Licha pero no sabe qué, así que le pide ayuda a Cristian, sin saber que él también estaría incluido en el pack del regalo. ღ

Era 17 de enero.
Mañana era el cumpleaños de Lisandro y no sabía qué regalarle. Había estado hace una semana con ese tema en la cabeza y no se había podido decidir por algo.
Había hablado con el mejor amigo del argentino, Cuti, en busca de ayuda, pero realmente no había esperado tener esa conversación con el chico. A veces cuestionaba lo sin filtro que podían llegar a ser los argentinos.
—Deja que él te coja, estoy seguro de que eso le va a encantar —le había dicho el cordobés, pero Alejandro no supo si aceptarlo.
Quería darle algo que pudiera atesorar y fuera algo especial, no sabía si una cogida llegaba a ese nivel.
Una parte suya quiso indagar sobre cómo el defensor sabía que ellos dos estaban juntos, pero temió por su integridad mental. ¿Cuántas cosas más sabría? Entendía que fuera el mejor amigo de Lisandro, pero el castaño no tenía que contarle todo, ¿o sí?
Le parecía un poco invasivo, pero pronto Cristian le demostró que era alguien de confiar y no iba a ir por ahí contando sus intimidades.
Así el cordobés se enteró que también tenía un collar y que Lisandro se lo había regalado. Probablemente incluso sabía todas las cosas que hicieron a partir de ese momento.
Al final, terminó convenciéndolo con su descabellada idea porque tampoco era como que se le hubiera ocurrido algo más.
—¿A dónde vamos? —preguntó mientras era arrastrado por el cordobés que, si era sincero, apenas conocía.
De la selección mayor, además de Licha, Cristian era con el que más había tenido contacto porque era con quien más hablaba el gualeyo. Varias veces ya había estado en una misma habitación con él porque básicamente no le gustaba separarse de Lisandro cuando se trataba de los argentinos, lo intimidaban un poco. Pero cuando tuvo la oportunidad de hablar con él, le cayó bien y no pareció tener ningún problema con él.
A excepción de que había tenido algo con Lisandro.
No sabía cómo definir ese algo, porque tampoco sabía lo que habían hecho, y tampoco quería saberlo—al menos no de la boca de Cristian, porque lo conocía lo suficiente como para saber que lo haría en un tono burlesco para molestarlo por esa otra faceta que él no conocía del número 6 del United—. Solo era consciente de que habían tenido sexo, porque eso es lo que le había dicho su ahora novio, pero no estaba del todo seguro si era una relación que seguían manteniendo esporádicamente o no.
Todavía no terminaba de entender cómo era que Lisandro experimentaba sus sentimientos porque él recién estaba viviendo su primera relación amorosa y sexual. Era todo muy nuevo para sí mismo.
—Es una sorpresa —respondió, provocando que el rubio rodeara los ojos, molesto porque el mayor no fuera directo—. No me hagas los ojos así, ¿o le tengo que decir a Licha que te castigue porque te estás portando mal?
Lo miró mal por unos segundos antes de desviar la mirada y ocultarle su rostro al ajeno por la vergüenza que sintió por su comentario. Cristian lo había mirado con burla, claramente mofándose por cómo había reaccionado y Alejandro se quiso golpear por actuar de esa manera.
Además, había un pequeño brillo en sus ojos que no quería averiguar su significado.
A su mente llegó la imagen del defensor agarrando la correa mientras golpeaba su piel hasta que estuviera roja y el cordobés mirándolos. Sintió su rostro caliente y se tuvo que morder la mejilla interna para provocar algún tipo de dolor que lo sacara de su fantasía, donde estaba descubriendo que tal vez no le parecía tan mala idea que alguien más los mirara.
—Ya llegamos —anunció el argentino, deteniéndose en una tienda peculiar que había encontrado en Mánchester hace unos meses, donde había ayudado al entrerriano a elegir el collar.
Si antes Alejandro se había avergonzado por un comentario de ese calibre, ahora su rostro se asemejaba más a un tomate al ver el tipo de lugar en donde estaban parados.
—No voy a entrar ahí —dijo con rapidez, retrocediendo unos pasos para huir de ahí.
Pero el cordobés agarró su brazo con fuerza antes de que pudiera irse.
—Dale, boludo, ¿no le querés hacer un buen regalo a Licha?
Garnacho no sabía dónde meterse para no morirse de la vergüenza. Ahora se arrepentía de haberle hecho caso al cordobés, tal vez podría haberle solamente regalado un reloj o algo así y ya, en lugar de meterse en eso.

Era 18 de enero.
Varios de la selección ya habían empezado a llegar, por lo que Licha iba de un lado a otro para darles la bienvenida y que se sintieran cómodos en su casa, a pesar de que Muri ya le había dicho varias veces que le dejara ese trabajo a ella y que él solo disfrutara.
Alejandro, por su parte, estaba sentado en uno de los sillones con Cristian a su lado, pasando su brazo por detrás de su cuerpo sobre el respaldar del sillón, tal vez con demasiada libertad. El cordobés frunció el rostro al ver a su mejor amigo sin poder quedarse quieto, por lo que se vio obligado a levantarse para ir a buscarlo.
Arrastrándolo, lo trajo de los hombros hacia donde estaban ellos dos, sentándolo en el medio.
—Te quedas quieto acá, la puta madre —le recriminó y Lisandro se sintió ofendido, por lo que lo miró mal.
Aunque su mueca desapareció totalmente al mirar en dirección al menor, quien había preferido estar en silencio porque tampoco sabía qué decir, los nervios lo carcomían por dentro.
—¿Cómo estás, solcito? —dijo, llevando una de sus manos hasta su cintura por detrás de su espalda, apretando la zona ligeramente mientras lo miraba con una pequeña sonrisa al notarlo un poco distante.
Ante el apodo, el delantero se removió en el lugar para acomodarse, algo apenado porque lo llamara de esa forma en público y al lado de su mejor amigo. Desde que se había teñido el pelo, Lisandro no había dejado de ponerle apodos de absolutamente cualquier cosa que fuera de color amarillo y no era algo que le molestara, solo le avergonzaba que el resto supiera que estaban juntos.
—Bien —respondió con una sonrisa, sin impedir el contacto físico—. Yo debería preguntarte eso más bien, eres el cumpleañero —agregó, animándose a llevar una de sus manos hasta la mano ajena para tomarla con gentileza y acariciarla.
Licha sonrió por el contacto, mirando sus manos unidas para después volver sus ojos al rostro del menor.
—Estoy bien, solo estoy nervioso porque es la primera vez que me festejo el cumpleaños en Mánchester y quiero que todos estén bien —respondió, pegando nuevamente su espalda al respaldar del sillón, donde el cordobés había vuelto a poner su brazo.
—Nos divertimos pateando una pelotita, ¿qué te hace pensar que no podemos divertirnos con cualquier cosa? —comentó Cristian, llevando a sus labios el borde del vaso que había abandonado en la mesa cuando fue a buscar al entrerriano.
Probablemente fernet, pensó Alejandro, viendo el líquido negro que estaba tomando el central. Además en la mesa había una botella del alcohol y varias de coca cola.
Lisandro iba a contestarle pero se quedó callado al mirar lo que estaba tomando, o más bien en qué.
—Qué puto, cómo vas a tomar fernet en un vaso así —se medio burló, parándose para buscar un copón.
—Cuál hay, los otros están muy lejos como para tomar con ellos y mansa paja buscar algo más —se quejó por el insulto gratuito que le dio el cumpleañero, viéndolo volver con un vaso que se parecía más a una jarra que a un vaso.
El chico le arrebató el vaso y echó lo que quedaba en él dentro del copón para luego inclinarse hasta la botella de fernet.
Alejandro vio fascinado cómo preparaba el trago, resultándole casi hipnótico como parecía saber a la perfección lo que estaba haciendo. Se notaba que ya había preparado muchas veces el trago.
Después de ponerle el alcohol puro y amargo, se movió de nuevo para buscar hielo y terminó por preparar la bebida.
—Qué hijo de puta, ¿no te vas a quedar quieto? —Cristian volvió a agarrarlo del brazo sin levantarse para tirar de su cuerpo y que se volviera a sentar—. Te voy a robar el collar de Ale y te lo voy a poner a vos a ver si así te quedas en un solo lugar —le "amenazó", viendo con una sonrisa cómo su cuerpo reaccionaba a su comentario, casi de forma inconsciente.
El madrileño miró a su alrededor, un poco preocupado de qué alguien hubiera escuchado eso, obteniendo una carcajada de parte del cordobés al ver que también le había afectado lo que había dicho.
Capaz le empezaba a gustar demasiado eso.
Lisandro solo se quedó en silencio, dándole un trago largo al fernet que acababa de preparar, intentando ignorar lo que había dicho Cristian. Sintió que su cuerpo se calentaba y tuvo que morderse la lengua en un intento de no llevar a más los pensamientos que habían surgido en él por culpa del otro central.
La mano del argentino bajó del respaldar, hasta llegar a su espalda baja, aplicando una ligera presión solo para que recordara su presencia y de cierta forma, supiera cuál era su lugar. Tal vez Alejandro no lo sabía, pero Lisandro conocía muy bien cómo actuaba Cristian y qué significaban cada uno de sus movimientos.
Ese, por ejemplo, significaba que quería dominarlo de alguna forma.
El español se quedó quieto mirando lo que hacía el cordobés, sintiendo un pequeño hormigueo en su pecho y su estómago revolviéndose ligeramente en una sensación que no sabía si le gustaba o no.
Tal vez sí siguen teniendo algún tipo de relación más allá que amistad, pensó. Inmediatamente después de eso, se sintió celoso y un poco fuera de lugar, porque no sabía cómo incluirse en la situación. Cristian sabía perfectamente qué hacer y él apenas tenía experiencia en eso por lo que Lisandro le había enseñado.
Ellos dos se conocían de hace mucho más tiempo de lo que él conocía a Lisandro y sentía que eso lo ponía en desventaja de alguna forma. Pero él era su pareja actual, ¿no? ¿Estaba bien que actuara para proteger lo "suyo"? Sabía de sobra que Cristian no intentaba robárselo ni nada por el estilo porque se lo había dicho explícitamente en la extensa charla que habían tenido el día anterior, pero esa inseguridad dentro suyo no dejaba que viviera la situación en paz.
—¿Ves lo fácil que es volverlo sumiso, Ale? —soltó el cordobés, llamando la atención del chico de doble nacionalidad.
—Dejá de decir pelotudeces —respondió el gualeyo, logrando salir de ese trance en el que se había metido por unos cortos minutos. Agarró la mano de Cristian con la suya y la separó de su espalda, dejándola sobre las piernas del mismo.
Cuti solo sonrió y le sacó el vaso con fernet para imitarlo y tomar el alcohol después de sentir la boca seca por la sed que tenía—o por el alcohol que había tomado antes—.
—¿Querés? —consultó el central a su novio, llevando una de sus manos hasta el muslo ajeno al notar lo distraído que parecía estar.
—Bueno.
A pesar de que aceptó, no estaba del todo seguro de si quería tomar o no, lo aceptó principalmente porque no le gustaba negarle nada a nadie. Por un lado, no era fanático del fernet porque era bastante más amargo a lo que estaba acostumbrado a tomar; y por otro lado, el alcohol solía pegarle rápido y no quería estar inconsciente para más tarde, sabía que eso iba a preocupar a Lisandro y un disgusto era lo que menos quería que viviera cuando era su cumpleaños.
Además de esa parte enterrada dentro suyo que quería recordar cada una de las expresiones del mayor cuando viera su sorpresa.
Hizo una mueca de desagrado por el amargo sabor bajando por su garganta debido al largo trago que le pegó y rápidamente le devolvió el vaso al entrerriano, quien rió por su expresión.
—¿Todavía muy amargo para vos? —mencionó el más bajito de los tres, Alejandro asintió con la cabeza. Cristian le arrebató el copón—. Le pondría más coca pero hay un psicópata que me dejaría sin hijos por hacerlo.
—Eh, qué bardeas —se quejó Cuti, dándole un suave empujón con su mano libre—. No es mi culpa que sean unas mamis, no voy a insultar a mi patrimonio terrenal por ustedes —soltó, con más dramatismo que normalmente, porque así se ponía Cristian cuando se trataba de la provincia en donde había crecido.
Alejandro rió levemente por su comentario, un poco más relajado al respecto. Capaz ya le había hecho efecto el alcohol. Sí, así de rápido era su organismo.
—Se dice natal, no terrenal, pelotudo.
Alejandro miró la pelea de los dos mejores amigos con gracia, sonriendo mientras pasaba una mano por la espalda del defensor hasta llegar a su cintura.
Lisandro cortó lo que iba a decir ante la acción, sorprendido por el repentino movimiento. Normalmente, el madrileño no solía ser de contacto físico, o al menos no ser quien daba el primer paso, por eso cuando sintió que lo abrazaba y apoyaba su rostro en su hombro, su cuerpo se tensó y se puso nervioso.
—¿Qué hacés? —preguntó mientras le dirigía una mirada a su novio, aunque sin poder conectar sus ojos por la posición.
La respiración del menor contra su cuello hizo que se le erizara la piel y Lisandro culpó a Cristian por haberlo descolocado hace unos minutos, porque ahora apenas podía controlar su cuerpo para no parecer un adolescente hormonal de 15 años.
—¿No puedo abrazar a mi novio? —respondió y a Licha se le secó la boca por el tono ligeramente grave que había usado.
Ahora que tenía alcohol en su sistema, no pensaba demasiado en si estaba bien o no hacer eso, simplemente lo hacía. Y en ese momento solo quería dejarle en claro a Cristian que él era el novio de Lisandro para que no se tomara tantas libertades que no tenía, según el menor.
—Ohh, ya veo por qué te gusta tanto, aprende rápido —los interrumpió el cordobés, sonriendo al leer el lenguaje corporal del gualeyo.
—Soy su cachorrito obediente… —murmuró sobre su cuello, cerrando los ojos mientras aspiraba el perfume dulce que se había puesto el defensor.
Lisandro solo se mordió el labio inferior, sintiendo una sensación electrizante recorrer su columna vertebral hasta terminar en su entrepierna, puteando en su mente por estar en esa situación con las dos personas a las que era débil.
Tal vez con Alejandro era aún más débil porque estaba enamorado de él, pero de cierta forma sabía que si Cristian le ordenaba que se arrodillara en medio de la sala, su cuerpo no se iba a oponer ni le iba a importar que estuvieran sus compañeros de selección ahí.
—Te pegó fuerte el fernet, me parece —comentó, intentando calmarse y fingir que ese comentario no lo había puesto duro debajo de sus pantalones.
Una cosa era que él llamara con esos apodos al madrileño y muy distinto era que el menor lo admitiera como si todo ese juego fuera realmente de verdad.
Con gentileza, agarró las manos del delantero que seguían presionándolo contra su cuerpo, para poder separarlas de él con la ilusa esperanza de que no volviera a hacer un movimiento así de nuevo.
—Voy a buscar más comida —informó el entrerriano, levantándose del sillón y dejando el espacio vacío entre ellos dos.
Cristian y Alejandro lo miraron alejarse hasta la cocina.
El cordobés fue el primero en moverse, ocupando el espacio entre ambos mientras pasaba su brazo por los hombros del chico para atraerlo hasta su cuerpo.
—Si se pone así por un par de comentarios, imaginate cómo se va a poner cuando te vea babeando y abierto para él… —murmuró cerca suyo, sin ánimos de que alguno de los argentinos lo escuchara.
Alejandro no pudo evitar soltar un pequeño jadeo, sintiendo una mezcla de nervios, ansias y gusto por aquello.
Había empezado a gustarle, tal vez demasiado, el efecto que tenía en el cuerpo del entrerriano con cualquier cosa que hiciera.

Cuando entró a la cocina, se encontró con Emiliano y Otamendi charlando con una botella de birra cada uno. Se distrajo hablando con ellos por un rato, casi olvidándose de que venía a buscar comida para Alejandro y Cristian, aunque le sirvió para calmar su cuerpo y su mente de lo que habían estado diciéndole su mejor amigo y su novio.
Después de un rato, agarró un plato y lo llenó de sanguchitos de miga para llevarles a los dos chicos. Al salir de la cocina, varios de sus amigos se acercaron a él para despedirse puesto que ya habían pasado varias horas desde que empezó la fiesta y varios tenían que volver a sus respectivos clubes.
Les agradeció por haber venido y los acompañó a la salida, despidiéndolos con un medio abrazo por lo que seguía cargando el plato de comida con una mano.
Después de eso, volvió a donde habían estado los tres sentados y frunció el ceño ligeramente al ver que solo estaba Cuti ahí.
—¿Y Ale? —consultó, sentándose a su lado mientras le ofrecía los sanguchitos.
El cordobés se quedó callado, con una sonrisa que ni siquiera pudo esconder atrás del pedazo de sanguche que se llevó a la boca. Lisandro lo miró atentamente, notando lo dilatadas que estaban las pupilas de su amigo y, que él supiera, no podía deberse por ninguna droga porque les había prohibido meter esas cosas a su casa.
Así que solo quedaba una opción.
—Cristian, ¿dónde está Alejandro? —volvió a insistir, dejando el plato con comida en la mesa, para así poder mirarlo con seriedad. Siempre que el chico de los Spurs actuaba así, era porque estaba escondiendo algo.
Y en ese caso, algo que lo extasiaba.
—Calmate un toque, está bien —le aseguró, llevando su mano libre de comida hasta el muslo del número 6 del United, apretándolo ligeramente—. Está preparando algo… Cuando se vayan todos te llevo a donde está.
Casi en ese instante, Lisandro miró a su alrededor, un poco ansioso de que las tres personas que quedaban se fueran para ver qué estaban tramando esos dos.
A veces quería arrepentirse por haber hecho que se conocieran, porque Cuti era una mala influencia, y no por tomar mucho alcohol o fumar. Tal vez una mala influencia que sólo él conocía.
Pasaron alrededor de treinta minutos en los que Emiliano, Otamendi y Muri se sentaron junto a ellos, conversando de cosas triviales a las que Licha no pudo prestarle atención por lo concentrado que estaba pensando en qué tanto estaba haciendo Alejandro y lo bien que se sentía la mano grande del cordobés apretando su pierna para mantenerlo en la realidad.
Muri fue la primera en levantarse y los otros dos chicos la imitaron después de que quedaran en que ella los iba a dejar de pasada en los hoteles donde se hospedaba.
Nicolás miró a Cristian.
—¿Y vos?
—Me voy a quedar un rato más con Licha, después me tomo un taxi —respondió con una sonrisa que probablemente ninguno tomaría como algo malo.
Pero el gualeyo lo conocía muy bien cómo para saber las intenciones detrás de sus palabras y de sus gestos.
Los tres asintieron y se despidieron de ambos, con Lisandro agradeciéndoles por haber venido. La puerta se cerró y se giró directamente hacia el cordobés.
—¿Me vas a decir ahora por qué tanto misterio? —mencionó mientras se acercaba al menor, que se hacía el pelotudo fingiendo elegir un sanguche.
—Ale te quería hacer un regalo especial, así que lo ayudé un poco —respondió, dejando de lado su tarea, para simplemente girarse hacia el entrerriano.
A paso lento se acercó a él hasta poder agarrarlo de la muñeca. Lisandro lo miró confundido y desconfiando de él, le llegaba a haber hecho algo a Alejandro y era capaz de no hablarle por meses porque Cristian acostumbraba a hacer cosas descabelladas sin pensar en las consecuencias.
Caminaron por el pasillo de su casa hasta que llegaron a su pieza y el cordobés abrió la puerta para que entrara.
Apenas dio unos dos pasos dentro y se quedó estático, mirando la escena enfrente suyo. Cristian cerró la puerta detrás de ambos y se dio cuenta que la puerta nunca había estado trabada. Cualquiera había podido entrar y ver eso.
Las manos del cordobés terminaron en su cintura, pegando su pecho a su espalda y metiendo sus manos por debajo de su remera ligeramente, acariciando su piel caliente.
—¿Te gusta tu regalo? —La boca se le secó y tuvo que relamerse los labios mientras sentía los labios del central en su cuello.
Frente a ellos, estaba Alejandro de rodillas en el piso sin dejar ni una mínima porción de su piel cubierta con alguna prenda de ropa, a excepción de su cuello, el cuál estaba cubierto con el collar que le había regalado al rubio mientras que la correa caía sobre su pecho, el cual bajaba y subía por la agitada respiración que tenía el chico.
Su piel brillaba por el sudor y por la baba que caía por su mandíbula al no poder contenerla debido al pedazo de plástico en forma de bola que tenía en la boca, ajustada detrás de su cabeza con dos cintas de cuero, similar al formato del collar. El pigmentado color rojo del plástico combinaba con el lazo rojo en forma de moño que tenía el madrileño en la argolla donde estaba enganchada la correa, como si realmente fuera un regalo.
La puta madre.
Vio los brazos del chico detrás de su espalda y asumió que estaba atado de alguna forma, indicándole que de ninguna manera Alejandro había hecho eso solo.
—Ese es su regalo —mencionó el chico contra su oído, provocando que su piel se erizara por lo grave que sonaba su voz, más de lo normal—. Este es el mío. —Una de las manos del cordobés se separó de su cintura para ir al bolsillo tomando un pequeño aparato que terminó entregándole.
Lisandro observó el pequeño control que constaba de una pantalla digital que mostraba un "02" junto a una lucecita de color verde. Debajo de esta solo habían dos teclas rectangulares en un costado, con un relieve en forma de una flecha que apuntaba hacia arriba y otra hacia abajo; y en el otro costado, dos botones más, pero esta vez en forma circular. Si lo observaba bien, encima de uno de ellos podía leer la inscripción "rhythm".
—Se usa así —le indicó, acompañando su mano para oprimir el botón con la flecha hacia arriba, provocando que el número de la pantalla cambiara a "03".
El efecto fue casi inmediato. Alejandro gimió contra el plástico en su boca y su cuerpo se contrajo por la deliciosa sensación vibrante que aumentó en su interior, golpeando insistentemente contra su próstata. Lisandro se tuvo que morder el labio inferior al observar cómo el miembro duro del menor se contraía y expulsaba el característico líquido transparente que había visto muchas veces antes. Sus ojitos, llorosos, lo miraron como si quisiera decirle algo con la mirada.
—Tiene doce niveles y diferentes vibraciones —siguió con su explicación hablándole con la misma normalidad con la que le hablaría si estuviera explicándole cómo hacer un pase en la cancha.
Pero de normal no tenía nada, porque podía sentir el miembro del cordobés presionando contra su espalda y el fuerte agarre en su cintura que probablemente dejaría una marca por cómo clavaba sus dedos en su piel.
Licha miró el aparato en su mano por unos segundos, volviendo a sentir los labios del menor en su cuello, esta vez siendo acompañado por sus dientes.
La mano del número 17 del Tottenham terminó en su mandíbula, levantando su mentón mientras sus labios subían hasta su oído, obligándolo a ver fijamente al rubio, quien no parecía poder quedarse quieto o dejar de soltar pequeños gemidos que terminaban sonando ahogados.
—Si se pone así con el nivel tres, imaginate con el doce. —La idea se plantó en su mente y no pudo dejar de pensar en cómo Alejandro gemiría fuerte por lo que le producía aquello en su cuerpo—. Podrías hacer que se corra una y otra vez sin tocarlo hasta que ya no salga nada de él.
El menor no pudo evitar llorar por el placer en conjunto que terminó agregándole esas palabras del cordobés. No estaban demasiado lejos de él, y Cristian tampoco planeaba que no lo escuchara.
—¿Hace cuánto está así? —se animó a hablar, haciendo un esfuerzo para que no le tiemble la voz por lo débil que se sentía por toda esa situación.
De cierta forma, sabía que Cristian estaba intentando dominar también a su novio, probablemente porque el español quisiera dejarle en claro quién era su novio. Y esa tonta pelea lo calentaba a mil, sabiendo que se peleaban por él.
—Mhmm, no sé, ¿una hora tal vez? —Su respuesta lo sacudió por completo, pensando en que hace una hora había estado con Dibu y Ota. Desde que los dejó solos.
No necesitaba mirar a Cuti para saber que tenía una sonrisa en su rostro, porque su tono burlesco lo delataba. Claramente era su forma de mostrarle poder a Alejandro, como si estuviera castigándolo por haberse creído más listo que él.
Con sutileza se separó del cordobés, algo preocupado porque el menor hubiera estado en esa posición por tanto tiempo, probablemente sus extremidades estaban entumecidas y después dolerían más que por cualquier otro ejercicio que hubiera hecho el rubio en el gimnasio.
Una vez a su lado se agachó junto a él, llevando sus manos hasta la hebilla de la mordaza, desajustándola para que Alejandro pudiera hablar.
—L-licha… —fue lo primero que soltó y su voz temblando lo puso peor. No podía ponerse así por algo tan simple, por dios, solo era su voz—. Necesito… —murmuró entre jadeos sin poder terminar su petición, ansiando un contacto por más mínimo que fuera.
Su mano libre fue hasta la mejilla del chico, quien gimió por el sutil tacto. Su piel estaba caliente y, de no ser por la situación, pensaría que estaba enfermo y tenía fiebre.
—¿Qué necesitas, mi amor? —La pregunta estaba de más, lo sabía. Sabía qué quería pero algo dentro suyo necesitaba que lo dijera en voz alta, casi como queriendo demostrarle a alguien el efecto que podía tener en otra persona.
Tal vez ese alguien era Cristian, o tal vez solamente era para sí mismo. No lo sabía exactamente.
El cuerpo del chico se recargó sobre su cuerpo, buscando un abrazo que terminó aceptando. El cuerpo del rubio temblaba y sabía que no era producto del frío clima de Mánchester. Algo en la forma en la que se retorcía lo llamaba, invitándolo a sumergirse en esa oscura fantasía que le ofrecían los dos chicos.
—Tócame, por favor —le pidió con un hilo de voz, conteniéndose para no gemir mientras hablaba.
Sus hebras plateadas chocaron contra su cuello una vez que el menor apoyó su cabeza contra su hombro y le produjo leves cosquillas. Una parte dentro de él estaba preocupado por el estado en el que se encontraba el chico, no parecía ser él y se preguntó qué había hecho Cristian para que terminara de esa forma.
Bajó su mano libre desde su mejilla hasta el miembro ajeno, sintiéndolo contraerse en su mano apenas lo tocó. El cuerpo del chico se volvió a mover, algo brusco, teniendo un espasmo por el placer que recorrió todo su cuerpo, sin poder evitar el gemido que terminó ahogando contra las prendas de ropa del entrerriano.
—¿Así? —consultó con un tono de voz más bajo que lo normal, queriendo que fuera algo más íntimo para que se sintiera seguro, que dejara ir cualquier pensamiento y principalmente dejara de luchar contra esa fuerza que tenía nombre y apellido.
Alejandro solo pudo asentir con la cabeza, deshaciéndose en sus brazos como si fuera un líquido.
Lisandro era consciente de que estaba ensuciando toda su ropa con los líquidos corporales del chico, pero realmente no pudo importarle menos cuando tenía a Alejandro de esa forma. Tan frágil.
Las piernas del cordobés aparecieron en su campo de visión y lo vio sentarse a un lado en la cama que había detrás del madrileño. Casi por instinto su cuerpo se acurrucó contra su cuerpo, como si quisiera escapar de algo. O alguien.
Ahí comenzó a conectar varios puntos.
El peso del control que tenía en su mano lo trajo a la realidad, deteniendo un poco sus movimientos en el miembro ajeno para poder bajar el nivel de vibraciones. Alejandro gimió por la reducción del ritmo y se removió, casi llorando de nuevo por la pérdida de estimulación.
—¿Qué le dijiste, Cristian? —Habló con firmeza, mirando con seriedad al cordobés.
Supuso que su tono había salido más duro de lo que pensaba, porque el cuerpo del menor se removió, asustado.
—¿De qué?
El argentino no parecía tomar el tema con la misma seriedad que él, a pesar de que era algo que sabía perfectamente que podía ocurrir.
Todo cambió cuando su mirada se topó con la fija y molesta mirada del más bajito. Una mirada amenazante que solo le dedicaba a otras personas mientras estaba en la cancha y querían pasarle por encima.
—Solo le dije que fuera un buen chico para vos —se sinceró. Cristian no creía que hubiera sido algo tan grave, pero tal vez era porque no conocía de verdad a Alejandro y cómo funcionaba su mente.
Lisandro tomó sus palabras e intentó no enojarse más de lo que ya estaba.
No había querido que todo terminara ahí, pero él no podía disfrutar con el español en ese estado cuando nunca antes lo había hablado con él. Se sentía como un abuso—tal vez porque en cierta medida sí lo era.
—No vuelvas a darle órdenes a Ale —le pidió, volviendo su atención al control en su mano, optando por apagarlo por completo—. Él no es como yo.
Cristian sintió que iba a llorar en ese momento y se tuvo que morder el labio inferior para no hacerlo.
Se sintió regañado y con ganas de vomitar por esa faceta que estaba viendo del mayor con cosas que él le había enseñado. Una parte suya se sentía orgulloso por cómo actuaba pero la otra parte suya quería abrazarlo y pedirle perdón por arruinar su cumpleaños.
—Pero yo quería… —escuchó el leve murmullo del rubio junto al tintineo metálico de las esposas que aprisionaban sus brazos en su espalda, queriendo desesperadamente abrazarlo porque sentía que en cualquier momento su novio se iba a separar y lo iba a dejar ahí.
La dependencia emocional que se creaba en ese estado era algo que ya había vivido una vez con Alejandro, un día que tuvieron relaciones después de un partido en el que perdieron. Al principio, le impactó ver sus ojos llorosos de un momento a otro, lágrimas que no eran de placer y se debían a haberse deslizado demasiado.
Ese día terminaron los dos abrazados mientras Lisandro dejaba besos cortitos en su cara hasta que el chico puso salir de ese estado en el que sus inseguridades lo hacían actuar sin pensar en su propia salud, tanto física como mental.
—Y-yo quiero ser bueno —habló entre sollozos y en ese momento se dio cuenta que el chico estaba llorando sobre su hombro.
Se apresuró a quitarle las ataduras, sacándole el cuero de sus muñecas para dejarlos sobre la cama, haciendo lo mismo con la correa del collar y el control en sus manos.
—Ya sos bueno, Ale —le aseguró, acariciando su cabello rubio para calmarlo. No le gustaba verlo temblar de tristeza.
Dejó un recorrido de besos sobre su hombro y su cuello, hasta llegar a su rostro, donde siguió con su camino hasta sus labios, manteniendo el contacto por unos segundos más mientras sentía el débil agarre del chico, buscando su cuerpo para acercarlo a él.
—Pero ahora tenemos que parar, ¿si?
Ante sus palabras, el chico empezó a negar con su cabeza, con una expresión que le rompió el corazón al ver lo desesperado que estaba por hacerlo sentir bien.
—No, por favor… Estoy bien, soy bueno —rogó.
—Alejandro —lo llamó esta vez con un tono más serio. Sabía que su tono de voz podía alterarlo más, pero intentó mantenerse sereno para no asustarlo—. Ya hablamos de esto, no necesitas pensar en nada ahora mismo, yo me voy a hacer cargo.
De reojo miró al cordobés, quien parecía estar con la mirada fija en algún punto, con los ojos vacíos solo reflejando los sentimientos negativos que lo habían invadido.
Tal vez Alejandro no era el único que se había deslizado.
La gente que optaba por el rol dominante también podía deslizarse de más y estaba completamente bien.
—Cuti —lo llamó y el chico se sobresaltó por la voz que lo sacó de su burbuja—. ¿Podés traer algo para comer y para tomar? —consultó, con la esperanza de que pudiera mantener su cabeza ocupada en otra cosa mientras cuidaba al madrileño.
El cordobés solo asintió con su cabeza, levantándose para salir de la pieza lo antes posible.

Cuando Cristian regresó con el tupper de sanguchitos que habían sobrado, tres vasos y una botella de agua, lo primero que vio fue a Lisandro sentado en el borde de la cama, acariciando gentilmente el cabello del menor, quien sonreía por el lindo tacto mientras miraba a su novio con un brillo en los ojos.
Habían vuelto a brillar, de buena forma.
Su pelo se veía húmedo, así que supuso que se había bañado antes de acostarse. En su cuello todavía tenía puesto el collar sin la correa, tal vez porque le generaba seguridad usarlo.
—Perdón —fue lo que le salió decir, se sentía para la mierda pensando en que había lastimado, no solo a Alejandro, sino también a su mejor amigo—. No quería hacerles daño… —Su voz salió en un hilo y temió por sí mismo, dudando en si iba a poder controlar sus lágrimas o no.
—Vení acá —lo llamó el entrerriano, palmeando el lugar al lado de ellos dos.
Alejandro, aún acostado, se movió sobre la cama para dejarle un espacio, cubriendo su cuerpo con la sábana encima suyo porque en esos momentos le daba vergüenza que lo vieran desnudo, aunque se hubiera puesto un bóxer.
A Cristian no le quedó otra que hacerle caso, dejando las cosas en la mesa de noche.
Los brazos de su mejor amigo lo recibieron y no pudo seguir conteniéndose, sintiendo que solo podía sacar esa presión en su pecho llorando.
—Está bien, Cris, no te disculpés —lo consoló, acariciando su espalda para que se calmara—. No lo sabías, tampoco tenías cómo saberlo.
—Podría haberme dado cuenta antes de dejarlo. —Alejandro sintió cierta responsabilidad de esa situación también, así que se removió en la cama, dejando de lado su vergüenza para poder unirse al abrazo.
—Perdón por asustarte, ya estoy bien bien, ¿sí? —le prometió el menor y Cristian se separó ligeramente para mirarlo.
Casi de inmediato una ligera sonrisa adornó su rostro al ver que el moñito rojo seguía enganchado en su cuello.
Lisandro los miró con cariño, más calmado porque pudieran hablar bien sobre ese tema. Definitivamente no era su estilo no charlar las cosas antes y menos cuando sabía lo que podía pasarle a Garnacho.
—Primera regla —empezó a hablar, ganándose la mirada de los dos—. Siempre hablar ante cualquier cosa.
Cristian asintió ligeramente con su cabeza, un poco intimidado porque parecía ser una indirecta demasiado directa para él. Pero Lisandro no lo decía específicamente por Cuti, era algo para ambos.
Necesitaba saber qué era lo que pasaba por la mente de los dos con antelación porque sino podían pasar ese tipo de situaciones que prefería evitar por el bien de los tres.
—Segunda regla, no darle órdenes a Ale que puedan malinterpretarse. —Esta vez sí habló directamente al cordobés porque no quería que volviera a inducirlo a ese estado—. Tercera regla, respetar los límites del resto.
—¿Y cómo sé qué puede malinterpretar? —agregó el otro central.
Alejandro solo se quedó en silencio mientras los escuchaba, pensando que tal vez Lisandro sabría explicar ese tema mejor que él, después de todo, el defensor lo conocía más que lo que él mismo hacía.
—Es el arte de dominar, deberías saberlo —bromeó, más tranquilo porque estuvieran mejor entre ellos—. Simplemente no le hagas comentarios como el de antes, podés halagarlo si él quiere, pero no con comentarios que puedan provocarle algún tipo de dependencia. —Cristian asintió y sintió que el peso en su pecho desaparecía al ver al gualeyo sonriendo.
Licha dirigió su mirada hasta el rubio, quien lo miró de vuelta con la vergüenza plasmada en sus mejillas por ser el único que estaba desnudo.
—¿Te gustaría que Cuti te halagara? —Alejandro se quedó en blanco por su pregunta, sintiendo que su rostro se calentaba más de lo que ya estaba.
Ya había hablado antes sobre algunas cosas con el cordobés y se había muerto de la vergüenza, tener que volver a hacerlo lo apenaba más aunque sabía que era necesario.
—No me molesta… —respondió, jugando con sus manos mientras tapaba sus piernas desnudas con la sábana.
—No es lo que pregunté, Ale —mencionó, provocando que el español lo mirara, sin entender del todo sus palabras—. ¿Te gustaría o no? —insistió.
Licha vio la inseguridad en sus ojos y pudo suponer por qué, por lo que llevó una mano a su mejilla para acariciarlo, sin querer que cambiara su respuesta por él.
Sabía lo mucho que a Alejandro le costaba aceptar que le gustaba algo de todo eso, por lo que quería hacerlo sentir cómodo para que se sincerase y pudiera expresarse con libertad, sin ese miedo constante de lo que dirían.
—Sí… —murmuró tan bajo que, de no ser porque era de noche y los únicos allí, no podrían escucharlo.
El gualeyo sonrió y Cristian no pudo evitar imitarlo, llevando una mano hasta el cuello del menor para enganchar su dedo en la argolla, tirando de esta hacia su lado para que lo mirara.
—Qué lindo sos —soltó, sonriendo mientras lamía sus labios y observaba la vergüenza y lo tímido que se puso el chico con esa simple acción—. Si no fueras el novio de Licha, te robaría —siguió hablando—, serías un buen sumiso, siguiendo todas las órdenes que te dé.
Alejandro se preguntó qué curso de oratoria había hecho para hablar de esa forma y producirle tantas cosas en su cuerpo, como si lo conociera desde hace años.
—No te vayas de tema, Cris —le recriminó el otro central, porque no había terminado de hablar con su novio como para sentirse del todo cómodo con esa situación.
El de piel morena hizo un suave puchero y soltó su agarre en el collar, como diciéndole que siguiera hablando.
—¿Qué no te gustaría que hiciéramos Cuti o yo?
—Que se besen. —Respondió casi al instante y Lisandro solo pudo sonreír por lo rápido que había contestado cuando se trataba de él.
No había querido referirse a eso, pero igual tomó en cuenta sus palabras, sin separar su mano de la mejilla ajena.
—¿Cómo querés que no nos besemos?
—En la boca, no quiero que te bese en la boca, ni a mí —respondió, notablemente más cómodo hablando sobre eso.
Cristian lo miró con esa mirada y Lisandro supo que estaba tramando algo, que tampoco llevó mucho tiempo en descubrir qué era.
Los labios del moreno se pegaron a su cuello después de que se inclinará hacia él y sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, erizándole ligeramente la piel al sentir su respiración tan cerca.
—¿Lo puedo besar así, entonces? —El mayor notó su tono de voz y terminó por confirmar que al cordobés le encantaba sacar de quicio al rubio por la cercanía que tenían los dos.
El mayor de los tres no pudo evitar soltar un leve quejido en forma de gemido al sentir los dientes del de piel morena clavarse en su cuello. Probablemente dejaría una marca bastante grande porque empezó a mordisquear también los alrededores.
Su mirada se conectó con la del rubio y esa vez no supo descifrar qué pasaba por la mente del chico. Había un brillo en sus ojos que no había visto nunca antes, pero no creía que fuera algo malo en sí.
—Apuesto a que le encantaría ver cómo te cojo —agregó el cordobés y Licha pudo ver la mirada inquieta del menor, nervioso.
—Te hicieron una pregunta, Ale —le recordó y el chico cayó en cuenta que no había hablado en esos minutos donde parecía más interesante ver cómo la lengua y los dientes del defensor hacían contacto con el cuello de su novio.
Lisandro llevó sus manos hasta los brazos del capitalino, aplicando cierta presión para que se separara de su cuerpo. Cristian sonrió al ver cómo la zona que había estado mordiendo se volvía rojiza de a poco. No había cosa que disfrutara más que ver la piel del otro central de color roja—o morada a veces— por las marcas que le dejaba.
—Sí, así si puedes… —le respondió al cordobés y el número 6 del United sonrió por lo sincero que estaba logrando ser el menor.
Sintió que tenía que darle un premio o algo que le calmara ese pensamiento que sabía que tenía sobre si estaba haciendo las cosas bien o no, por lo que terminó acercándose a él para besarlo.
Llevó sus manos hasta la cintura desnuda del chico y el contrario soltó un pequeño gemido contra sus labios por el agarre firme que aplicó en la zona.
Los labios del menor eran suaves y carnosos, tanto que se había vuelto una adicción para él besarlos, lamerlos y morderlos. Le encantaba el color rojizo que tomaban después de un beso intenso, casi imitando el color de sus mejillas cuando se avergonzaba y, si se esmeraba un poco, casi llegaba a parecerse al color de sus camisetas del Manchester United.
Y los soniditos que el rubio soltaba cada vez que se besaban lo volvían loco, recordándole constantemente lo bien que se sentía el chico estando con él. Lo bien que lo hacía sentir.
Sintió una mano colarse por debajo de la sábana y Alejandro gimió contra sus labios por el contacto que hizo la mano del cordobés con uno de sus muslos.
—¿A vos también te puedo besar como a Licha? —mencionó mientras la pareja seguía besándose.
Lisandro abrió ligeramente sus ojos, pudiendo observar de reojo al otro central dejando pequeños besos en el hombro del español para después bajar a su clavícula.
El entrerriano cortó el beso y separó una de sus manos de la cintura del rubio para darle un empujón al cordobés antes de que hiciera algo.
—No —respondió por el chico de doble nacionalidad—, ni se te ocurra dejarle alguna marca —lo amenazó mirándolo serio.
Cristian sonrió con una mueca burlona, con gracia por la actitud posesiva que tenía en esos momentos su mejor amigo, principalmente porque ni siquiera con él era así y tampoco creía que alguna vez hubiera sido así con Muri.
Alejandro lo miró con ternura por la forma en la que estaba protegiéndolo, así que no pudo evitar agarrar al mayor del mentón para que volviera a mirarlo y poder dejar un corto beso en sus labios. Casi en un segundo, Lisandro sonrió y se olvidó por completo lo que acababa de querer hacer el cordobés.
Genuinamente pensaba que el madrileño era como un solcito porque lograba alegrarlo con pequeñas cosas.
—Ahora, ¿qué cosas no querés que nosotros te hagamos a vos? —siguió con su cuestionario mientras se levantaba de la cama para agarrar un poco de agua y servirse en un vaso.
El rubio los miró en silencio por un momento, pensando en qué cosas no le gustaban. O al menos en qué cosas no quería de parte de Cristian, porque la confianza que tenía con Licha era diferente.
—Sangre —soltó casi sin pensar demasiado lingüísticamente—, no quiero nada que provoque sangre, ni a mí ni a Lisi.
El cordobés sonrió por el apodo que le puso al entrerriano y no pudo evitar pensar que el chico era bastante tierno, a pesar de que su mandíbula marcada y sus facciones serias a veces podían intimidar a alguien si no lo conocías lo suficiente.
Solo hacían falta un par de conversaciones para darse cuenta que, en realidad, Garnacho era un niño en el cuerpo de un joven adulto.
Lisandro le sonrió y lo miró con una expresión que se traducía en "¿qué más?". Simultáneamente, estiró su mano hasta donde había dejado todos los regalos, agarrando la correa.
—Tampoco quiero que me digan cuándo correrme —agregó, tal vez con la leve esperanza de que no se lo negaran después de la libertad que le estaba dando el chico con reflejos rubios.
Cristian soltó una pequeña risita al ser incluido en la petición, siendo casi como algo normal que él también estuviera involucrado. Tal vez era algo a lo que podía acostumbrarse.
Licha lo miró por unos segundos y después soltó una pequeña risita, enganchando de nuevo la correa a su collar. Su mano se envolvió en las cadenas conectadas al gancho y tiró de estas, provocándole un jadeo al rubio por la presión en su cuello.
—Eso no lo decidís vos, lindo —respondió, mirando el puchero y el ceño fruncido que puso el menor por no haber conseguido convencerlo—. Por ahora solo vamos a usar el collar y la correa. Y solo yo puedo sostenerla —agregó mientras soltaba las cadenas para agarrar la correa desde la manija de cuero.
Ante su comentario, Cristian chistó con la lengua, no muy de acuerdo con lo que estaba diciendo el defensor del United.
—Qué aburrido sos.
Alejandro no pudo evitar sonreír para sus adentros por lo protector que estaba siendo con él, lo hacía sentir seguro y mucho más en ese ambiente en el que tal vez no sería tan abierto y confiado de no ser por Lisandro.
—Mi novio, mis reglas —respondió, haciéndole una mueca de burla al cordobés para después mirar al rubio.
Se encontró con el chico divagando con su mirada en la cama y agitó ligeramente las cadenas de la correa para llamar su atención después de lo perdido que se veía en sus pensamientos.
Le daba miedo que volviera a caer en ese trance por lo reciente que había sido la experiencia.
Cuando sus ojos se volvieron a encontrar, vio un brillo diferente en su mirada, un brillo de deseo pero también de inseguridad.
—¿Qué pasa, Ale? —Su mano libre acarició la mejilla del menor, intentando motivarlo a que le dijera qué pasaba por su cabeza.
—Me da vergüenza decirlo… —murmuró, inclinando su cuerpo hacia él para abrazarlo y encontrar algún tipo de protección física en su cuerpo, por lo vulnerable que se sentía al pensar aquello.
Lisandro rió con ternura y acarició su cabello dorado.
—Podés decirnos cualquier cosa, no te vamos a juzgar —lo animó, dejando un pequeño beso detrás de su oreja.
Pasaron unos cortos minutos y Alejandro logró separarse de él, tomando la valentía para separarse de sus brazos.
—¿Puedo usar… las esposas? —El chico no fue capaz de mirarlo a los ojos pero el central dejó que fuera así porque no quería obligarlo a nada.
Perfectamente podía pedirle que lo pidiera bien o que le preguntara a los dos solo para ver sus mejillas volverse rojas por la vergüenza, pero lo evitó porque en esos momentos solo quería que Alejandro se sintiera bien.
—Bueno —respondió con simpleza, sonriéndole e inclinándose para agarrar las esposas y cumplirle el capricho porque tampoco era fuerte como para negarle algo al menor cuando se ponía así de tímido.
—Lo consentís demasiado, yo ya le hubiera metido la pija hasta el fondo para que se calle. —Lisandro vio el efecto que tuvo sus palabras en el cuerpo del rubio y sonrió sutilmente, sintiéndose tranquilo porque a Alejandro le gustara Cristian.
—Y hacelo, tanto que hablás —respondió mientras se levantaba de la cama, agarrando las esposas con sus manos.
Se quedó parado a un lado de los dos chicos, mirándolos porque necesitaba asegurarse antes que todo estuviera bien entre los tres. Sabía que Alejandro haría lo que él quisiera, así que era una preocupación menos al saber cuándo detener todo.
—Ale, hacenos el favor de arrodillarte en el piso enfrente de Cuti —le pidió, sonriendo al ver lo rápido que le obedeció.
Cristian lo miró con las pupilas dilatadas y la típica expresión que ponía en la cancha cuando estaba concentrado. Lisandro sabía perfectamente cómo se ponía el cordobés cuando estaba excitado y era algo que en el fondo quería ver. Ver cómo otra persona también podía sentir placer gracias a su novio era algo que nunca esperó que fuera a gustarle. Pero era agradable y lo hacía sentir orgulloso, porque al final, Alejandro era solo suyo y él le había enseñado todo eso.
—Entonces… ¿Puedo hacerle lo que quiera mientras no incluya besos, marcas y sangre? —mencionó mientras miraba al mayor, intentando asegurarse de que tenía completamente el permiso del entrerriano para tocar al menor.
Lisandro solo afirmó a su pregunta con una sonrisa en su cara y se acercó al menor, quien se había ubicado entre las piernas del cordobés y luchaba por encontrar un lugar donde fijar su mirada para que no fuera incómodo o vergonzoso.
—Te tengo una buena noticia, Cris —empezó a hablar, agachándose a un lado del chico para poder tomar sus brazos y colocarle las esposas en sus muñecas—. A mi juguetito le encanta que le tiren el pelo —agregó y sonrió al escuchar el jadeo que soltó el rubio por el apodo.
Cuando enganchó entre sí las dos argollas de las esposas, tiró ligeramente de estas para verificar la movilidad que tenía el menor y se quedó conforme con que pudiera mover sus brazos pero no separarlos.
—Vamos a ver entonces qué cosas le has enseñado —mencionó el cordobés, envolviendo sus dedos en las hebras doradas del chico y tirando de estas con fuerza.
Alejandro gimió por el trato brusco y se vio obligado a acercarse más al central, arrastrando sus rodillas y causando fricción en estas al ser su único soporte para mantener el equilibrio. Esta vez, su mirada se mantuvo en Cristian, viendo la sonrisa engreída que tenía en su rostro al ver su expresión de gusto.
—Dale, putita, desnudame —le ordenó y el madrileño se sintió nervioso por la situación, sabiendo que estaba haciéndolo a propósito porque no podía usar sus manos.
Lisandro apoyó su mano en la espalda baja del chico para intentar calmarlo de alguna forma, obteniendo una mirada de parte del rubio. La sonrisa del gualeyo logró calmarlo un poco y solo hizo falta un movimiento de cabeza para indicarle que lo hiciera, como si estuviera dándole permiso.
Alejandro se sintió motivado, así que se giró de vuelta hacia el cordobés. Con timidez acercó su boca al pantalón del capitalino, agarrando con sus dientes la parte superior del pedazo de tela con el agujero enganchado en el botón. Tiró de esta con algo de fuerza pero frunció el ceño al no poder mover la tela mucho más que unos centímetros.
Un pequeño sonidito que se asimilaba a una carcajada ahogada llamó su atención y pronto su vista se encontró con la del mejor amigo de su novio, quien lo estaba mirando con una sonrisa burlesca. En el fondo sabía que solo estaba provocándolo porque le gustaba mostrarle, de cierta forma, que él también podía "dominarlo" como Lisandro, pero de todas formas no podía evitar caer en su truquito.
Le molestaba mucho la actitud engreída que tenía Cristian con él, solo quería mostrarle que sólo se sometía—si es que podía llamarlo así— a Licha y que no le afectaba su trato, aunque fuera mentira.
Retomó su tarea y esa vez aplicó más fuerza para desabotonar por fin el jean del cordobés, llevando sus dientes ahora hasta el cierre de sus pantalones para poder bajarlo.
Una parte suya estaba ansioso por lo que fuese a hacer el contrario, pero en ese momento se dedicó a admirar lo fuerte que parecía el cordobés. Antes había visto fotos suyas desnudo y con esos shorts que dejaban ver los músculos de sus piernas cuando regresaron a Argentina después de ganar la copa del mundo, pero definitivamente tenerlo enfrente suyo, aunque estuviera vestido, era muy diferente.
Si así era su cuerpo, no quería imaginar cómo sería su miembro.
—¿Vas a hacer algo más o…? —sugirió con impaciencia. El cordobés había estado jodiendo con que iba a hacerle esto y aquello, y ahora le molestaba que hubiera sido puro palabrerío.
—Cuidá tu tono, Alejandro —le advirtió el entrerriano y el menor frunció el ceño porque lo regañara a él y no a Cuti por estar burlándose—. Si querés algo, pedilo bien —comentó, sin poder separar sus manos del cuerpo ajeno, o más bien, sin querer hacerlo porque se sentiría inseguro dejándolo solo con alguien más.
—Si, Ale, pedime lo que querés —le siguió Cristian, dándole una mirada que terminó por calentar su cuerpo y producirle un hormigueo en su piel.
Alejandro no sabía qué odiaba más, lo engreído y soberbio que era Cristian, o que de verdad le gustara que lo tratase así.
—¿Puedo… —se cortó a sí mismo, sintiendo la vergüenza y la pena invadir su cuerpo.
Era humillante pedirle eso al cordobés porque sentía que mandaría a la mierda el poco orgullo que le quedaba en ese momento. Pero al fin y al cabo era lo que quería y había estado deseando desde que Cristian se lo insinuó.
—¿Puedo chupártela? —terminó soltando.
Una parte suya quiso voltearse hacia su novio para asegurarse que estuviera bien, para que le dijera que realmente podía hacer eso sin hacerlo sentir mal pero la guerra de miradas que estaba teniendo con el central parecía ser más importante en esos momentos porque estaba su orgullo en juego.
—¿Chuparme qué? —se burló Cristian, llevando una mano hacia el cabello del chico, entreteniéndose con lo suave que era.
—La polla.
El cordobés estuvo a punto de seguir jodiéndolo de no ser porque su mirada se conectó con la del entrerriano, quien había decidido empezar a repartir pequeños besos y mordiscos por la piel desnuda del menor, queriendo dejar marcas en su cuerpo que le recordaran a quién pertenecía, sin importar con cuántas personas estuviera.
La mirada oscura, con las pupilas dilatadas, del mayor lo miraron atentamente, casi como una advertencia no dicha de que no siguiera molestándolo si quería que él lo dejara estar con Alejandro.
Cristian, lejos de admitir que se sintió intimidado por Lisandro, simplemente le sonrió al madrileño, soltando su cabello para poder terminar de quitarse los pantalones y luego el bóxer, deleitándose con los ojitos brillosos del rubio mientras miraba su cuerpo.
Alejandro se relamió los labios y Cuti no supo si era por deseo o por deshidratación. Ciertamente era una mezcla de ambas, porque el español sintió que se le secó la boca al pensar en cómo se sentiría tenerlo dentro suyo, llenándolo y ahogándolo a su antojo.
—Chupame, entonces —le ordenó, agarrando los mechones de su cabello para acercarlo a su miembro, mientras que con su otra mano acariciaba la base.
Con un poco de vergüenza, el chico de doble nacionalidad sacó la lengua para hacer contacto con la piel sensible del capitalino, jadeando al sentir el gusto salado en sus papilas gustativas. Probó un poco el terreno con su lengua, intentando mantener la mirada fija en Cristian, quien estaba luchando por no gemir por lo bien que se sentía el contacto de su lengua.
Alejandro sabía que de él dependía lo que fuera a decir el cordobés de Lisandro y no planeaba dejar mal a su novio después de esos meses donde había adquirido experiencia.
Conectó sus labios al glande y succionó mientras jugaba con su lengua con la punta, enganchando ésta en el orificio mientras tragaba el líquido preseminal que dejaba salir el de piel morena. Se sintió orgulloso al ver que el contrario cerraba los ojos con una mueca de placer y aplicaba más fuerza sosteniendo su cabello.
Eso lo motivó lo suficiente como para meter más el miembro del cordobés en su boca, teniendo que hacerlo de a poco para acostumbrarse a la longitud. Era similar a Licha pero definitivamente era más largo y tal vez si no iba de a poco se iba a ahogar.
Hablando del rey de Roma.
Alejandro sintió las manos del defensor en sus caderas y pronto sus rodillas dejaron de tener contacto con el suelo por unos segundos en lo que Lisandro las levantaba y tiraba de ellas hacia atrás para que quedara en cuatro patas—de no ser porque sus brazos estaban atados en su espalda—.
Su cuerpo no soportó mantener el equilibrio y se dejó caer hacia adelante, provocando que el miembro de Cristian tocara su garganta, llenándolo por completo y sacándole un gemido que hizo temblar al cordobés por el efecto que tuvo la vibración en él.
—¿Te estás divirtiendo, mi vida? —se burló esta vez el entrerriano, agarrando la tela del bóxer para quitárselo, mientras el rubio se removía intentando volver a su posición donde pudiera sostenerse—. Yo también me quiero divertir, no te muevas, Cuti —agregó con una sonrisa, observando al capitalino morderse el labio para contenerse y seguir su pedido.
Sus manos acariciaron la pálida piel de los glúteos del chico y se quedó admirando cómo contrastaba el color de piel más oscuro de sus manos con la tez del menor.
—¿Puedo abrir mi regalo? —habló mirando directamente al cordobés, sin poder evitar sentirse bien al ver cómo estaba luchando contra las reacciones propias de su cuerpo al tener al rubio de esa forma.
Cristian abrió los ojos y miró las pupilas dilatadas del entrerriano, jadeando por el doble sentido que había usado en sus palabras. Era una faceta de Lisandro que nunca antes había visto y le gustaba demasiado, si se ponía así cuando estaba con Alejandro, entonces iba a empezar a ayudarlo más seguido.
—S-sí —respondió, mordiendo su labio inferior para contenerse a sí mismo por culpa de los soniditos y movimientos que estaba haciendo el rubio—. Quédate quieto, la puta madre —le ordenó y solo obtuvo un lloriqueó ahogado que lo hizo gemir y aumentar sus ganas de embestir la garganta del menor.
Lisandro llevó una de sus manos hasta la cadera del chico, usando la otra para guiar la mano libre que le quedaba al menor de ese lado, para que así pudiera envolver sus dedos en su muñeca.
—Sabés qué hacer si querés que paremos, bebé —Le recordó, habiendo hablado con anterioridad sobre qué iban a hacer si Alejandro no podía hablar como para pedirles que parasen.
No fue algo que consideró específicamente que tuviera que compartir con Cristian porque justamente no era su novio. Él conocía al madrileño más que nadie—incluso se atrevía a decir que más que sus padres—, así que sabría cuándo detenerse y jamás lo dejaría solo como para no poder ayudarlo.
Aunque el menor se quedó quieto—o eso intentó— por orden del cordobés, no pudo evitar gemir al sentir dos dedos de su novio presionando contra su entrada, literalmente abriéndolo de a poco y con cuidado que terminó agradeciendo porque sino le dolería.
Los dedos de sus pies se curvaron cuando sintió la punta de las falanges ajenas rozar esa zona sensible dentro suyo y no pudo hacer nada más que quedarse ahí para que los dos defensores lo usaran como quisieran.
Le encantaba que Lisandro conociera tan bien su cuerpo como si fuera el suyo propio, porque eso solo le demostraba lo importante que era para él, recordando cada una de las cosas que provocaban que se derritiera del placer.
Solo hizo falta ese toque para que Alejandro volviera a gemir con fuerza, queriendo desesperadamente perseguir esa sensación por más tiempo. Su cuerpo hormigueaba y se sentía completo, a pesar de que su novio solo estaba embistiendo su entrada con sus dedos.
—¿Se siente bien? —preguntó al cordobés, quien estaba con la mirada perdida en algún punto, siendo más importante lo que sentía que lo que veía.
La garganta del menor se contraía y se relajaba en lo que intentaba tragar inútilmente su saliva que envolvía el miembro ajeno, sintiendo cómo se deslizaba de a poco por la longitud hasta acumularse en los comisuras de sus labios. Cristian estaba fascinado con la idea de mantener al rubio de esa forma por un tiempo.
Le encantaba cómo su boca parecía amoldarse a su pene y se preguntó si Lisandro había hecho eso antes como para que Alejandro fuera capaz de no ahogarse por estar tanto tiempo en esa situación.
—Si… Está muy apretado —comentó, seguido soltando un gemido por cómo se sentía que su miembro literalmente vibrara por los sonidos que emitía el madrileño—. Parece como si estuviera hecho para esto.
—Bueno, entrené bien a mi cachorrito, ¿no es cierto? —respondió el entrerriano, curvando sus dedos dentro del menor y provocando que el agarre en su muñeca se afianzara a la vez que le sacaba un gemido al chico.
No esperaba una respuesta en sí porque claramente Alejandro no podría contestarle con palabras, pero quería que Cristian viera que era capaz de deshacerlo por el placer que le causaban todas las sensaciones.
—Supongo que yo también te entrené bien —soltó, descolocando un poco al mayor y Cuti sonrió por eso.
Licha podía dominar a alguien pero jamás se iba a olvidar lo que era ser dominado por otra persona.
No dijo nada y solo se concentró en darle placer al madrileño porque si el chico la pasaba bien, entonces él también. Y definitivamente sentir las paredes del menor apretándose contra sus dedos a la vez que rasguñaba la piel de su muñeca le producía cosas.
Su burbuja de lujuria se quebró un poco al sentir los pequeños toques que le daba el medio argentino en su muñeca.
—Pará, Cris —le indicó al cordobés, sacando sus dedos del interior ajeno, tal vez un poco más brusco de lo que hubiera preferido pero se alarmó un poco porque Alejandro hubiera usado su seña de seguridad.
Limpió sus dedos en su propia remera y los llevó hasta el collar del chico, metiendo estos entre su cuello y el cuero para así poder aplicar fuerza para levantarlo, junto con su otra mano sosteniendo sus hombros por enfrente de su cuerpo para no ahogarlo.
Cuando el español pudo apoyar su espalda contra el pecho vestido de su novio y recargar su cuerpo contra él, Lisandro quitó su mano del agarre en el collar y llevó esta hasta la cintura del chico para poder acariciarla con cariño.
—¿Estás bien? —preguntó con preocupación en su tono de voz, tenía mucho miedo de que volviera a entrar en ese trance por lo reciente que había sido la experiencia.
Y se puso peor al no obtener una respuesta.
—Alejandro —lo llamó, a punto de voltearlo para mirarlo a los ojos.
—Si, si… Estoy bien, perdón —respondió el rubio con la voz algo ronca, al ver que había preocupado a Lisandro más de lo que había querido.
Solo había estado intentando acostumbrarse a no tener nada en su boca después de lo intenso que había sido eso, y ni hablar de lo agitado y lleno de baba que había quedado. Cristian lo miró con cierta gracia, pero igual acercó sus manos a él para limpiar los restos de saliva que no había podido tragar y se habían escapado por sus comisuras.
—Le acabo de abrir la garganta es lógico que no responda al toque, calmate un poco, Licha —le pidió el cordobés a su amigo, llevando su pulgar hasta los labios hinchados de Alejandro, simplemente apoyándolo encima de su labio inferior mientras el menor tenía la boca entreabierta al intentar regular su respiración.
—¿Por qué usaste tu seña de seguridad, Ale? —insistió casi ignorando a Cristian, solo porque no podía no preocuparse por eso así sin más.
Estaba a cargo de la integridad tanto física como mental de su novio, no podía no darle importancia. Aunque tal vez estuviera dándole demasiada.
Licha vio la acción del contrario y solo le manoteó la mano para que no distrajera al rubio de su pregunta, cosa que pareció molestar al cordobés porque lo vio fruncir el ceño mientras lo miraba.
Cuti se inclinó ligeramente hacia adelante con su cuerpo solamente para alcanzar el mentón del entrerriano, apretándolo entre sus dedos para aplicar una fuerza que lo trajera a la realidad y le permitiera mirarlo. Cristian ya había visto cómo era el brillo en los ojos de Alejandro cuando entraba en ese estado y definitivamente ahora no lo veía.
—Te vas a calmar, Lisandro —le ordenó y el gualeyo se sintió como las primeras veces en las que experimentaron cosas juntos—. Alejandro está bien —le aseguró a la vez que lo miraba fijamente para darle algún tipo de seguridad.
El gualeyo asintió suavemente para luego bajar la mirada, intentando calmar esa ansiedad que le producía la situación.
Sus manos terminaron en las esposas del menor y simplemente las destrabó, provocando que los brazos del rubio cayeran a sus costados casi en un peso muerto. Dejó las esposas en el piso y masajeó sutilmente los brazos ajenos porque seguro estaban un poco entumecidos.
Alejandro se escapó con suavidad de su agarre y se volteó hacia él, pasando sus manos por encima de sus hombros para acercarlo a él.
—Estoy bien, Lisi —le aseguró, inclinándose hacia el entrerriano para dejar un corto beso en sus labios en lo que el mayor llevaba sus manos hasta su cintura.
El gentil contacto en su cuerpo lo relajó.
—Si algo te molestó, necesito que me lo digas.
—No, no fue nada de eso —respondió rápidamente, sintiendo su rostro calentarse porque no sabía cómo decírselo y que Cristian no lo escuchara porque le avergonzaba. La expresión de Lisandro era un claro "¿Y entonces?" por la que se vio obligado a contarle aunque se muriera de vergüenza.
Con suavidad terminó de envolver sus brazos alrededor de su novio y apoyó su rostro en la curvatura de su cuello, inspirando el aroma de la colonia del mayor con la esperanza de que eso le diera la fuerza suficiente como para hablar.
No quería decirlo porque lo avergonzaba, y tampoco quería que fuera algo que Cuti usara después para burlarse, era un miedo que tenía que enfrentar porque una parte suya sabía que el cordobés no iba a decir nada, pero tampoco lo conocía del todo como para asegurarlo al cien por ciento.
—Solo… No me quería venir así —murmuró contra su cuello, sintiendo la mano de Lisandro acariciar los mechones de su cabello rubio en una caricia bastante suave y gentil, mientras la otra seguía en su cintura.
—¿Cómo querés hacerlo entonces? —consultó bajando su volumen de voz por lo cerca que estaban ahora el uno del otro, sentía que si hablaba más fuerte iba a perturbar el ambiente.
—Elígelo tú, es tu cumpleaños, yo solo soy tu regalo —le ofreció y Licha rió suavemente con ternura por sus palabras.
—No, también sos mi novio —respondió en cambio, llevando una mano hasta la mejilla del chico para sostenerlo y poder atraerlo hacia sus labios, conectándolos en un beso un poco húmedo, pero sin dejar de mostrarle lo mucho que lo quería.
En esos momentos ya no le importaba ese juego que estaban jugando, solo quería hacer sentir bien al rubio porque eso le daba placer a sí mismo. Aunque siempre se lo dijera, quería mostrarle al menor lo valioso que era y lo bien que estaba pasándola en su cumpleaños gracias a él y al cordobés.
Cuando se separó del rubio, miró por unos segundos a Cristian, quien no había dejado de mirarlos en ningún momento mientras se besaban. Solo le dirigió una suave sonrisa, con la esperanza que entendiera lo que estaba diciéndole en silencio, antes de volver su atención a su novio.
Lisandro se levantó del piso y agarró la correa de la parte de cadenas para tirar de esta e indicarle a Alejandro que se parara, amando la sensación de ahogar al madrileño con un acto tan simple como ese.
—Levantate —le ordenó, viendo al chico obedecerle con rapidez y sonriendo por eso. Estaba fascinado con lo poderoso que se sentía en ese momento y con el hecho de que Alejandro confiara tanto en él como para dejar que tuviera ese poder.
Lisandro soltó la correa y lo acercó hasta su cuerpo, rodeando su cadera con sus manos mientras llevaba sus labios hasta su hombro, empezando a dejar suaves besos en su piel.
Su mirada se cruzó con la del cordobés y no pudo evitar sonreír con emoción por la idea que había surgido en su cabeza.
—Cuti, ¿podrías ayudarme a prepararlo? —le pidió con los ojos brillándoles por lo mucho que quería ver al menor gimiendo por el placer que le daba el contrario.
—Con gusto —respondió en broma, acomodándose detrás del madrileño aún sentado en la cama, dejando de acariciar su miembro para llevar sus manos hasta los glúteos del rubio y abrirlos, dejando a la vista su entrada—. ¿Cuántos dedos? —consultó, tentado a lamer su esfínter.
Tampoco se privó de hacerlo. Nunca le dijeron que no podía hacer eso.
Lisandro tuvo que mirar por encima del hombro de Alejandro para ver por qué el chico había gemido y la verdad es que le encantó ver al español retorciéndose al sentir la lengua del cordobés abriendo sus paredes y lamiendo lo que podía.
—Cuatro están bien. —Su respuesta llamó la atención del rubio, quien lo miró con confusión y algo de sorpresa.
Normalmente Licha lo preparaba con dos porque le encantaba sentir el ardor en sus paredes cuando lo embestía hasta que no tuviera otra opción que amoldarse al miembro del entrerriano. Por eso, en esos momentos se preguntó qué pasaba por la cabeza del mayor como para pedirle eso.
De todas formas, no fue algo en lo que se concentró demasiado porque simplemente no pudo hacerlo al sentir cómo dos dedos del cordobés abrían su interior mientras su lengua aún seguía lamiendo la zona erógena, aprovechando para meterla más ahora que con sus dedos estaba abriéndolo como si fueran tijeras.
Alejandro no pudo quedarse quieto, escondiendo su rostro en el cuello de su novio porque le daba vergüenza que viera cómo disfrutaba que otra persona lo tocara. Todavía no sabía cómo iba a aguantar no correrse antes de siquiera poder sentir a alguno de los dos dentro suyo.
Alguno de los dos…
Ese pensamiento hizo que su cuerpo temblara ante el escenario que se imaginó en su cabeza y no pudo sacárselo. Un escenario donde él estaba entre los dos centrales y Cristian embestía su garganta, ahogándolo con su pija, mientras su novio se lo cogía, sin poder hacer otra cosa más que someterse a lo que quisieran hacerle los dos argentinos.
Cristian separó su boca del interior del madrileño y, en su lugar, llevó su boca hasta sus glúteos, mordiendo la suave y pálida piel solo porque quería ver cómo su tez se volvía roja por la fuerza que había aplicado con sus dientes
Lisandro solo sonrió al ver lo mucho que parecía estar disfrutando por los pequeños temblores que tenía su cuerpo y los gemidos que ahogaba contra su hombro, pero pronto su sonrisa desapareció al ver por qué.
—Te dije que nada de marcas, Cristian —lo "retó", aunque el cordobés solo lo miró con una sonrisa, sin despegar su mirada de él mientras volvía a morder la piel del chico sin dejar de mover sus dedos dentro suyo.
—¿Quién más va a ver su orto, además de vos? —soltó como si fuera lo más normal del mundo.
En realidad, Lisandro no quería que le dejara marcas porque era posesivo y celoso con su novio cuando quería, y en esos momentos no le gustaba que su piel tuviera marcas de otras personas.
Pero tampoco supo qué responder porque ciertamente Cristian tenía razón, nadie más además de él lo vería de esa forma. Tampoco era que le enojaba tanto que el cordobés lo hubiera hecho porque bueno, Cuti era Cuti, y a Alejandro no parecía haberle disgustado.
Podía hacer una excepción por esa vez.
—¿Querés que lo prepare solamente? —cuestionó Cristian y Lisandro lo miró por encima del hombro, al no entender a qué se estaba refiriendo el defensor. Le dio un poco de desconfianza aceptar porque aún seguía en su modo "no hieras a mi pichón o te cago a piñas"—. Vos sabés cuál es la mejor posición para esto –soltó por fin, separando sus manos del menor y obteniendo un quejido por la pérdida de contacto.
Licha no dijo nada y solo soltó la correa del collar para que Cristian pudiera hacer lo que quisiera.
El rubio lo miró a los ojos suavemente con cierto brillo que identificó como miedo, por lo que sus manos acariciaron sus mejillas antes de darle un corto pico en los labios y dedicarle una sonrisa.
—No necesitas pensar en nada, Ale. Yo te cuido —mencionó mientras acariciaba su mejilla.
El mitad argentino lo miró por unos segundos antes de asentir con la cabeza ligeramente, aún un poco tenso por la situación.
Pero fue muy distinto cuando Lisandro le pidió que se subiera a la cama y apoyara sus manos y sus rodillas en esta. Licha se sentó cerca del respaldar para así poder apoyar su espalda contra esta. En ningún momento soltó la correa y aprovechó el momento para aplicar presión y hacer que Alejandro se inclinará hacia adelante, apoyando su mejilla en la cama.
Vio la expresión de vergüenza en el rostro del chico, por lo que llevó su mano a sus mechones para consolarlo. El madrileño, de igual manera, se removió en el lugar, queriendo escapar de esa posición tan humillante.
La mano que antes era una caricia gentil, ahora aplico presión hacia abajo, reteniendo al menor en el lugar.
—No, te vas a quedar así hasta que Cris termine de prepararte —le ordenó y el cordobés no se hizo de rogar, acercándose a la cama nuevamente para sentarse en el espacio entre las piernas del chico.
Alejandro soltó un pequeño gemido de vergüenza e intentó mover su cara para esconderla y que ninguno de los dos viera su expresión en esos momentos, pero su novio lo retuvo en el lugar, sin dejarle otra opción más que enfrentarse a esa humillación.
Cuando volvió a sentir la intromisión de los dedos del morocho, no pudo evitar gemir fuerte porque esta vez había metido tres directamente y su interior ardió por la repentina apertura. Cristian se lamió los labios al ver cómo el cuerpo del menor reaccionaba cuando no había hecho nada siquiera.
—Parece que estás tan acostumbrado a que te cojan que tu cuerpo se dilata solo —comentó el cordobés, demasiado atraído por la vista que tenía enfrente suyo. Empezaba a considerar decirle a Lisandro que lo invitara más seguido.
Alejandro no se pudo callar cuando sintió sus dedos llegar hasta ese punto que, gracias a la posición, era mucho más accesible. Los dedos de sus pies se curvaron y jadeo al volver a sentir repetidamente, sintiendo su cuerpo llenarse de pequeñas corrientes eléctricas que recorrían todo su cuerpo.
El rubio solo pudo agarrar las sábanas debajo suyo con sus manos, intentando liberar el placer de otra forma que no sea gimiendo porque le daba vergüenza cómo sonaba su voz, rota y más aguda que de costumbre.
—Dejame cogerlo, Licha —pidió el cordobés, mirando al mencionado mientras seguía moviendo sus dedos dentro y fuera del esfínter, curvándolos y de a poco dilatándolo para lo que harían—. Te prometo que lo voy a hacer disfrutar, le voy a romper el orto hasta que llore y me ruegue que deje de llenarlo de leche.
Lisandro solo pudo jadear ante el comentario de su amigo, habiéndose olvidado de lo mal hablado que era.
Pero la imagen de Alejandro llorando de placer, con el espeso líquido blanco bajando por sus muslos, hizo que su miembro se pusiera más duro de lo que estaba, por lo que optó por soltar al rubio y desabrochar su pantalón para poder liberar su miembro de su ropa. A esas alturas ya empezaba a dolerle que estuviera bajo la apretada tela de su ropa interior.
—N-no… —intentó hablar el contrario, balbuceando mientras su espalda se arqueaba. Sentía que se iba a correr pronto si Cristian seguía presionando esa bolita de nervios—. Necesito-
El chico se trabó con sus palabras, sintiendo su cuerpo temblar por el placer que estaba sintiendo.
—No te entiendo, Ale —se burló Lisandro ligeramente mientras acariciaba su miembro con una mano y con la otra despejaba la frente del rubio de sus mechones húmedos por el sudor.
—Quiero correrme, por favor —le rogó, empezando a babear contra la sábana al no poder cerrar la boca por su necesidad de sollozar.
—Mhmm… —dijo el entrerriano, fingiendo pensarlo por unos momentos—. No —respondió con una sonrisa.
Alejandro lloriqueó en el lugar ante la negación, sintiendo sus ojos cristalizarse por la mezcla de placer y frustración porque no sabía cuánto iba a soportar eso su cuerpo.
Después de unos minutos donde Cristian lo torturó con sus dedos, los sacó de su interior y el madrileño solo pudo gemir al sentirse nuevamente vacío, con su interior apretándose alrededor de la nada en busca de algo que lo llenara.
Antes de que pudiera hacer algo más, sintió el tirón en su cuello, recordándole que tenía puesto el collar y que Lisandro lo estaba agarrando.
Con los brazos temblándole por la falta de fuerza, se levantó para encontrarse con el mayor masturbándose enfrente suyo. Su mirada no pudo evitar dirigirse hacia su miembro duro, sintiendo un cosquilleo bajo su piel al pensar en la situación en la que se encontraba.
Estaba ansioso y desesperado por sentir al mayor dentro suyo.
—Vení acá —le indicó, dejando de tocarse para palmear su regazo, acomodándose en la cama para estar cómodo.
El chico no tardó más que unos segundos en cumplir su pedido, permitiéndose la libertad de empezar un beso con el entrerriano mientras se movía encima suyo, sintiendo el roce de sus miembros que provocó que gimiera contra su boca y cortara el beso.
—¿Ya estás desesperado? —mencionó mientras acariciaba su cintura. Alejandro solo asintió varias veces con la cabeza, queriendo demasiado que se lo cogiera—. Bueno, si tanto querés, hacé vos el trabajo —dijo, dedicándole una sonrisa media desafiante.
El madrileño se mordió el labio inferior con cierto nerviosismo pero igual se acomodó en sus piernas, queriendo encontrar una posición cómoda para hacer aquello.
Cuando la punta de su miembro se presionó contra la entrada del chico, jadeó por lo apretado que estaba a pesar de que Cristian lo había preparado. Se preguntó si iba a poder soportar lo que estaba planeando hacer con el otro defensor. Pero pronto dejó aquello en un segundo plano de su mente al sentir las calientes paredes ajenas aprisionar su pene.
Jamás se iba a cansar de ver a Alejandro en ese estado porque era demasiado atractivo ver cómo su cabello rubio se pegaba a su frente por el sudor, sus ojos cerrados por el placer que estaba sintiendo, la boca entreabierta mientras dejaba salir pequeños jadeos cada vez que se movía y sus mejillas con cierto tono rojizo por la vergüenza.
Terminó ayudándolo con sus movimientos, apoyando sus manos en su cintura para que pudiera continuar con la acción porque a veces se detenía al no poder soportar su propio peso y se quedaba quieto encima suyo.
Enroscó la correa en su mano y tiró de esta para abajo, solo para que cada vez que subiera sintiera la presión y se obligara a bajar con fuerza para no ahorcarse.
Su vista se enfocó detrás del chico y pronto sintió una de las manos del cordobés rozar la suya en la cintura del rubio, mientras la otra terminó en la espalda del menor, empujándolo hacia adelante e interrumpiendo su acción. Alejandro se removió con cierta molestia al sentir que casi ni se podía mover y el pene del entrerriano palpitando dentro suyo no ayudaba para nada.
—Me parece que no estás abriendo bien tu regalo —comentó Cristian, siguiendo con su juego de que Alejandro era el regalo de cumpleaños.
El madrileño lo miró de costado, algo alarmado por su comentario porque había entendido a dónde quería llegar el cordobés. Y él no sabía si estaba preparado para eso.
Ni siquiera tuvo tiempo de refutar algo cuando sintió el glande del miembro del morocho presionarse contra él, buscando abrir su interior para entrar también. El menor no supo qué hacer en ese momento, optando por esconderse en el cuello de su novio mientras gemía por el estiramiento.
Los dedos de Cristian se enredaron en los mechones rubios del chico y tiró de estos para despegarlo del cuerpo de Lisandro, provocando que usara sus manos para sostenerse.
—Dale, putita. Mostrale a Licha cómo te encanta que te rompan el orto. —El trato brusco lo hizo gemir y no pudo dejar de hacerlo mientras sentía que entraba cada vez más profundo.
El ardor se apoderó de su cuerpo y sus ojos se cristalizaron por el dolor que invadió su cuerpo en una sensación que no había experimentado nunca. La mezcla de sentimientos hizo que se apoyara con una mano en el pecho de su novio, mientras la otra la llevaba hasta su cintura, donde estaba la del cordobés.
—Duele… —murmuró casi sin aire, sintiendo que cualquier mínimo movimiento empeoraría la situación.
Más allá de eso, le gustaba. Le gustaba sentir cómo su interior se intentaba expandir para acomodarse a sus miembros, contrayéndose y dilatándose contra ambos, encerrándolos entre sus paredes calientes mientras buscaba aferrarse a algo.
Licha acarició su cintura esta vez queriendo distraerlo del dolor, indicándole con la mirada a Cristian que se quedara quieto y lo soltara hasta que se acostumbrara.
El gualeyo se inclinó apenas para poder conectar sus labios con el menor, buscando alguna forma de que se relajara para que no le doliera más. Cristian dejó unos pequeños besos en su cuello logrando que relajara su cuerpo.
Para cuando el cordobés empezó a moverse, Alejandro rompió el beso con su novio para poder jadear aunque le costara respirar correctamente. Solo pudo cerrar los ojos al pensar bien la situación en la que se encontraba.
Le daba vergüenza estar disfrutando de que dos hombres lo penetraran y lo trataran de esa forma. Su yo de hace meses se hubiera ido de Mánchester antes de siquiera pensar en esa posibilidad.
La mirada de Alejandro perdió cierto brillo y Lisandro supo que solo estaba intentando dejarse llevar en esa situación, pero también podía rozar ese punto frágil, así que se mantuvo atento a sus acciones.
Nadie le dijo que iba a ser tan difícil concentrarse en esa situación.
Los ojitos del madrileño llorosos, mirándolo con deseo mientras no hacía el mínimo esfuerzo para callar los sonidos que estaba soltando, sus manos apoyadas en sus hombros para no caer encima suyo y sus mejillas sonrojadas por la excitación y la vergüenza. Pero se sentía tan lejano que en el fondo le atemorizaba. Solo se podía concentrar en la vista en frente suyo y en el miembro de Cristian rozando el suyo constantemente por los movimientos que hacían sus caderas.
Llevó una mano hacia la muñeca del cordobés, agarrándola con la desesperación de que lo ayudara a no caer en ese fondo aunque su cuerpo le exigiera que apagara su cerebro y solo disfrutara.
Cristian disminuyó la velocidad de sus movimientos y observó al entrerriano, preocupado por el repentino contacto. No le hizo falta demasiado para entender por qué los ojitos del mayor lo buscaban desesperadamente.
—Si necesitas relajarte, hacelo, Licha —contestó, queriendo transmitirle confianza. Lisandro negó con la cabeza varias veces, sin querer entrar en ese estado porque le resultaba muy agotador después salir de él.
Lo que más le alarmaba es que no era como había experimentado varias veces, no lo era como cuando lo había experimentado con Cristian. Su necesidad por saber si Alejandro estaba bien y si la estaba pasando bien era mayor a cualquier cosa, pero también se sentía perdido. Se sentía en un limbo entre esa necesidad y querer que el cordobés se hiciera cargo de él para no pensar en nada más que en el placer.
Pero no podía, no se sentía seguro dejándose llevar y dejando al madrileño en ese estado. No porque no confiara en Cristian, sino porque era muy protector con el rubio y no quería que le pasara nada grave.
El cordobés se acercó hacia el delantero y le susurró algo que Lisandro no terminó de comprender.
Los ojitos de Alejandro lo miraron hasta que decidió inclinarse hacia él para darle un beso en los labios mientras acariciaba su piel como podía. Bajó sus besos por el cuello del mayor y Licha no pudo evitar gemir al sentir que chupaba, aprisionando su piel entre sus dientes.
—Ale… —lo llamó, en parte sorprendido por el repentino actuar del menor. Si bien Alejandro a veces era "territorial" con él, no solía ser de las personas que dejaran marcas.
—Estoy bien, quiero que hoy disfrutes —dijo, haciendo una pequeña mueca al sentir cómo Cuti salía de dentro suyo.
Las paredes del menor se apretaron alrededor de su miembro y gimió por lo bien que se sintió, llevando sus manos a los muslos ajenos para apretarlos, sosteniendo aún la correa de su collar con su mano izquierda.
—Levantate, Ale —le pidió el cordobés, dándole una pequeña palmada en la espalda baja. El rubio le hizo caso y se movió del lugar, sacándole otro gemido al entrerriano por la pérdida de ese calor que lo rodeaba.
Ahora con más espacio, Cuti pasó sus manos por debajo de las rodillas del entrerriano, tirando de estas para que se recostara en la cama. Su mente se nubló por unos segundos al sentir el agarre firme que lo transportó a recuerdos de los encuentros que habían tenido entre los dos.
El pelinegro hizo que sus piernas quedaran a los lados de su cintura y Lisandro apoyó sus manos en el pecho del cordobés cuando este se intentó inclinar hacia él.
Su mirada se encontró por varios segundos con la suya y Cristian pudo ver el temor reflejado en sus ojos, probablemente por lo mareado que se sentía. O más bien, que él, de alguna manera, lo había hecho sentir.
El cordobés se había hecho la idea de que no iba a poder dirigirle ese trato a él, porque lo abrumaría estar de los dos lados a la vez, por eso estuvo centrando su atención en Alejandro. Pero no estaba muy convencido de que Lisandro la estuviera pasando bien al cien porciento. Presentía que en el fondo tenía pensamientos que no dejaban que se relajara completamente y más por lo que había pasado hace un rato.
—¿Confiás en mí? —preguntó, aunque ya supiera su respuesta. Con una de sus manos acomodó los mechones que caían sobre la frente del mayor, queriendo de alguna forma transmitirle algún sentimiento positivo, queriendo que confiara en él para hacer eso.
—Sí, pero Ale… —murmuró Lisandro, desviando su mirada hacia el chico, quien se mantuvo de rodillas a un lado de ellos, mirándolos a los dos con curiosidad.
Lisandro lo conocía muy bien cómo para saber que no estaba del todo en sus cabales porque si no fuera así no estaría obedeciendo a todo lo que le dijera Cristian. No quería dejarlo solo en ese momento, temía mucho volver a ver esa mirada asustada y vacía que había visto antes.
—Yo lo voy a cuidar, no te preocupes por él —le prometió, acercándose a él con la esperanza de que no lo volviera a detener y poder hacer lo que tenía pensado desde un principio para calmarlo.
Fue directo a su cuello, dejando pequeños besos en su piel desnuda mientras que con sus manos agarraba el borde de su remera, cortando sus besos simplemente para poder desnudarlo por completo.
Bajó sus besos por sus hombros, por su pecho hasta que llegó a su abdomen y la posición le permitió hacerlo cómodamente. Acarició su cintura con sus manos y se acercó a él para rozar su miembro en su entrada. Lisandro dejó de pensar realmente cuando sintió al menor presionar contra su entrada, obligando a su cuerpo a recibirlo. El placer que le dio ese dolor le nubló los pensamientos y no pudo decir nada al respecto, dirigiendo su atención a lo mucho que intentaba su cuerpo relajarse.
Sus manos fueron a parar a los músculos de los brazos del cordobés, clavando sus uñas en su piel mientras se retorcía por cómo se sentía el contacto seco.
—Voy a hacer que te acostumbres de nuevo a tener el orto lleno —soltó el pelinegro, moviendo apenas sus caderas para tantear el "terreno" aunque terminó quedándose quieto al ver la expresión de dolor en el rostro del entrerriano.
Cristian acarició su cintura con suavidad, siendo paciente par que se acostumbrara a él porque era lógico que no lo pudiera soportar después de meses desde la última vez que hicieron algo juntos pero sabía que a Lisandro le gustaba cuando era áspero. En el fondo, era un masoquista de mierda.
Alejandro se acercó a su novio, inclinándose sobre él para poder besarlo y ayudarlo también de esa forma a relajarse. Licha no tardó en abrir su boca, recibiéndolo gustoso, uniendo sus lenguas mientras separaba una de sus manos del cuerpo del cordobés para así poder llevarla a la nuca del rubio, atrayéndolo más hacia él con algo de desesperación por tenerlo cerca suyo.
Cristian lo conocía lo suficiente como para saber que disfrutaba de ese trato aunque después requiriera muchos cuidados porque se sentía vulnerable.
A pesar de la insistencia en el beso, el gualeyo se vio obligado a interrumpirlo por un gemido al sentir al pelinegro moverse dentro suyo.
Alejandro se quedó mirando su expresión de cerca, con los ojos brillándoles al verlo de esa forma que nunca había visto en el mayor.
—¿Viste qué lindo que es, Ale? —comentó mientras sostenía con firmeza las piernas del entrerriano para embestirlo con fuerza. El madrileño asintió suavemente y sonrió con ligereza, llevando una mano a la mejilla de su novio para acariciarla.
La mirada de Licha estaba borrosa, no solo por las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos, sino porque no lograba enfocar su atención en ningún punto en específico. Su mente estaba borrosa y solo quería seguir sintiendo esa caricia por parte de Alejandro.
—Tal vez… —empezó a hablar, haciendo una leve pausa en sus palabras y en sus movimientos—. Tal vez debería enseñarte cómo ponerlo así de bonito. —Alejandro se volteó hacia él ante sus palabras, un poco sorprendido por lo que había dicho.
Cristian le devolvió la mirada y sonrió, retomando sus movimientos. No supo qué decir porque nunca había hablado sobre eso con su novio, y a él tampoco se le había pasado por la cabeza cambiar de "roles" alguna vez.
Pero la idea de que Lisandro estuviera de esa forma por algo que él hacía se plantó en su cabeza y no la pudo sacar de ahí.
—Aunque conociendo a Licha, probablemente seas vos el que llore, pero igual te va a encantar sentirlo en tu pija —acotó con una sonrisa, demasiado orgulloso de que solo con él fuera totalmente sumiso. Si era sincero, le subía el ego.
El entrerriano solo pudo abrir la boca en un intento de hablar y contradecirlo, pero solo terminó gimiendo por lo bien que ahora se sentía con su cuerpo habiéndose acostumbrado al menor abriéndolo.
Aún sentía cómo rozaba ásperamente sus paredes cada vez que se movía en su vaivén, pero se había acostumbrado al ardor y ahora estaba disfrutándolo, al punto de sentir su cuerpo hormiguear donde sea que lo tocaran. No podía pensar una frase coherente y mucho menos abrir la boca sin terminar gimiendo.
Soltó la correa de Alejandro y clavó sus manos en los hombros de Cristian al sentir cómo tocaba ese punto sensible dentro suyo. Cristian solo sonrió y continuó con los movimientos, sintiendo los espasmos que sufrían los músculos de sus piernas bajo su agarre.
—Cris… —logró decir el mayor, mirándolo con la boca entreabierta por lo agitado que estaba. El cordobés no necesitó más que eso para saber que estaba por correrse, así que soltó una de sus piernas y llevó su mano libre hasta el miembro ajeno.
Licha se retorció ante la sobreestimulación y se le terminó de nublar la vista cuando su semen empezó a manchar su abdomen.
Cristian hizo el esfuerzo para no correrse dentro del gualeyo, saliendo de su interior mientras obtenía un quejido por haberlo hecho tan rápido. Se acercó al mayor por un costado y le hizo una seña a Alejandro para que lo imitara, quedando ambos de rodillas a sus lados.
—Abrí la boca, lindo —le ordenó, golpeando ligeramente los labios del chico con el glande de su miembro.
En su momento de bajada del éxtasis, Lisandro le hizo caso, sacando la lengua mientras veía a Alejandro desde su posición, ansioso por sentir el líquido espeso de los dos en su boca.
El madrileño fue el primero en correrse, intentando no dejar caer nada fuera de la cavidad bucal del rubio teñido, y Cristian no pudo contenerse más al ver la imagen de Lisandro intentando no ahogarse con el esperma de su novio.
La mano izquierda del capitalino fue hasta la nuca del mayor, aplicando fuerza para intentar que enderezara un poco la cabeza hacia adelante.
—Cuidado, no te vayas a ahogar, Lisi —le comentó con un tono suave, mirando al chico tragar el líquido espeso como podía, agradeciendo la nueva posición por unos segundos aunque fuera incómoda mantenerla por sí mismo.
Cuando la respiración de los tres se calmó, el pelinegro se inclinó hacia el otro central, dejando un pequeño beso en su mejilla para después acariciar su cabello, moviendo los mechones que se habían pegado a su frente por el sudor.
Cristian sabía de sobra cómo se ponía después de coger, y más cuando entraba en ese estado, así que supuso que ahora que había ocurrido algo similar, Lisandro necesitaría de que lo trataran y le dijeran cosas lindas. La mirada de los dos centrales se conectaron y Cuti le sonrió con ternura, intentando pensar en cómo sacarlo de ese estado sin lastimarlo.
—Qué bonito sos, portándote bien —lo elogió y se sintió feliz al ver los ojitos ajenos recuperar el brillo.
Alejandro se acostó a su lado y lo abrazó, empezando a dejar besos en su hombro con cariño.
—Voy a ir a buscar algo para limpiarnos, ¿sí? Ale te va a cuidar por mientras —dijo, bajando su mano para acariciarle la mejilla. A pesar de que pudo ver cierto miedo en sus ojos, se obligó a separarse porque quería limpiarlos a los tres antes de dormirse.
El chico de doble nacionalidad lo miró con preocupación porque nunca había cuidado a alguien, siempre era Licha el que lo cuidaba, por eso le daba miedo hacer algo que lo lastimara. Pero de todas formas se armó de valor porque se trataba de su novio y por nada en la vida lo iba a dejar solo.
Cuando se encontró allí solo con el mayor, se inclinó hacia la mesa de noche para alcanzar el agua que había traído Cristian hace un rato.
—Tomá —le ofreció, sentándose a su lado.
Lisandro agarró la botella y se enderezó en la cama, antes de abrirla y beber un poco. Mientras, Alejandro se movió un poco para apoyar su cabeza en el hombro del chico, pasando sus manos por su torso para rodearlo y abrazarlo.
—¿Te gustó el regalo? —consultó con un poco de temor porque no había ocurrido como habían planeado las cosas y tal vez Licha no estuvo del todo cómodo con la situación.
El gualeyo le sonrió y asintió con la cabeza, apoyándola después sobre la suya con cariño.
—Gracias, bonito —comentó, pasando una mano por su espalda, abrazándolo con el brazo que no tenía ocupado.
—No sabía que te gustaba que te trataran así… —mencionó el madrileño, observando las marcas que había dejado el cordobés en su cuello, gustándole cómo la piel morena del chico se había tornado ligeramente morada.
Licha sintió su rostro calentarse por el comentario, sintiéndose tímido por la situación porque ciertamente esa era una faceta que nunca le había mostrado a Alejandro y le había tomado de improvisto. No estaba muy seguro de haber querido mostrárselo, pero en ese momento no lo pensó demasiado.
En el fondo, tenía miedo de que eso cambiara la forma de verlo.
—Son diferentes situaciones —respondió, intentando no pensar demasiado en eso.
—¿Yo también te puedo tratar así?
La pregunta lo tomó desprevenido y se quedó sin palabras por unos segundos, pensando en demasiados escenarios para el poco tiempo que pasó.
Dejó la botella de agua sobre la cama y usó su mano ahora libre para agarrar la correa que había soltado hace un rato. Tiró de esta, moviendo la cabeza del chico hacia abajo por unos centímetros, lo suficiente como para ahogarlo por unos segundos.
—No te desubiqués, cachorrito —dijo, soltando la correa para que se pudiera mover con libertad.
Alejandro se enderezó y lo miró con un puchero en sus labios y el ceño fruncido. Lisandro solo pudo sonreír por la ternura que le dio el gesto y se inclinó hacia él para conectar sus labios por unos segundos.
Cuando se separó, vio de reojo a Cristian regresar a la pieza con dos toallas húmedas y él aparentemente ya limpio.
—Después lo hablamos —le prometió, sin descartar la idea por completo porque no le desagradaba pensar en alguna vez dejar que se lo cogiera, aunque probablemente fuera como insinuó el cordobés porque con él tenía un trato especial, no era capaz de experimentar lo mismo con otra persona.
El morocho se acercó a ellos con una ligera sonrisa al ver que Lisandro ya estaba mejor, por lo que al llegar a su lado lo primero que hizo fue besar su hombro desnudo.
—¿Ya estás mejor? —consultó y el más bajito asintió con la cabeza, dejando que limpiara su cuerpo con una de las toallas no sin antes entregarle la otra a Alejandro para que se limpiara también.
Licha ayudó al menor a asearse y después se levantó para buscar su ropa y la de los dos chicos, sentándose nuevamente en la cama. Él se puso un bóxer y una camiseta, siendo imitado por su novio y Cristian, de no ser porque el pelinegro empezó a ponerse las medias y su pantalón.
Lisandro tiró de su brazo para llamar su atención.
—Ya es tarde, ni en pedo voy a dejar que te vayas a esta hora —le comentó, ganándose una sonrisa de parte del chico, aunque era una sonrisa un poco insegura—. No me molesta que te quedes.
—¿Y a tu novio? —preguntó, ganándose la mirada del medio español, con quien conectó miradas y Lisandro terminó uniéndose en las miradas.
Alejandro se sintió un poco intimidado y avergonzado porque repentinamente estuvieran mirándolo los dos, pero solo negó con la cabeza, dándole permiso a quedarse.
Cristian intentó levantarse nuevamente para ir al living a dormir pero Lisandro lo retuvo en la cama, a lo que respondió con una mueca confundida.
—Podés dormir con nosotros —ofreció, un poco tímido porque definitivamente no todos los días dormías con tu mejor amigo y tu novio después de haber cogido.
—¿Qué querés, que mañana te despierte cogiéndote? —bromeó, volviendo a la cama y acomodándose en la cama para acostarse al lado de los dos chicos.
Lisandro se puso colorado pero igual se rió ligeramente, capaz por los nervios.
—Tal vez —respondió, siguiéndole la broma, observando a Alejandro mirarlos con ciertos ojos de recelo.
El menor lo rodeó con los brazos y lo atrajo a su cuerpo, apoyando su mentón en el hombro del teñido.
—Basta, solo te lo presté esta vez —comentó, afianzando el agarre solo porque no quería que Cristian lo volviera a tocar.
El cordobés solo se rió de su actitud, mirándolo con una ceja levantada y una mueca burlesca.
—¿No querés entonces que me lo coga mientras vos lo ahogas y lo hacés llorar? —soltó, sin ningún tipo de filtro.
Ahora era Alejandro el que estaba rojo por la vergüenza.
Lisandro solo pudo pensar que tal vez podía acostumbrarse a esos encuentros y a esa nueva faceta que no conocía de su novio.
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Su Alteza - [ CutiLicha ]
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Género: Fluff
ღ Lisandro es un príncipe benévolo respetado por todo el pueblo, todo el mundo espera con ansias su ascenso al trono por su mentalidad juvenil, muy diferente a la de su padre, el actual rey.
Sin embargo, Lisandro no quiere ser rey porque eso significaría casarse con una mujer cuando él solo quería estar con su guardaespaldas. ღ

El sonido de tres golpes en la puerta de madera que separaba su habitación del largo pasillo del segundo piso de su casa, interrumpió su tarea de vestirse.
—Pase —mencionó, sabiendo perfectamente quién era porque solo él tenía permitido entrar a su habitación, el resto de sus criadas y guardaespaldas tenían prohibido entrar a excepción de que sus criadas quisieran limpiar su recámara, aunque Lisandro de por sí era muy limpio y eso no solía pasar con frecuencia.
Lo primero que vio el chico apenas unos años más grande que el príncipe, cuando entró, fue el cuerpo desnudo de este, quien se encontraba solo con ropa interior de espalda a la puerta mientras revisaba su armario en busca de un pantalón y una camisa que pudiera ponerse debajo del traje morado que solía utilizar a pedido de sus padres—aunque a él le pareciera algo excesivo, no creía que hiciera falta denotar todo los lujos que tenían para ser de la realeza—.
El guardaespaldas tragó saliva mientras veía el cuerpo del príncipe, detallando su piel morena—pero no más que la suya— y cómo su cintura y sus omóplatos estaban llenos de marcas. El mayor no pudo evitar que sus orejas se calentaran al recordar lo que había pasado la noche anterior y cómo él mismo había sido quien se las había hecho.
A pedido del príncipe, claro.
—¿Qué necesitabas? —consultó el rubio, girando su rostro y mirando por encima de su hombro al chico que lo había acompañado toda su vida prácticamente y con quien compartía una relación un tanto especial. Vio la mirada inquieta del morocho, sin saber dónde dirigirla para no seguir observando su cuerpo, y él solo pudo sonreír por haber logrado lo que quería: ponerlo nervioso.
Agarró un pantalón negro con rayas finas de color gris y se lo puso, inclinándose ligeramente hacia adelante apropósito para que el más alto detallara los músculos de sus muslos y piernas flexionándose para poder colocarse la prenda. Subió la tela oscura por su cuerpo hasta que pudo situarla en su cintura, enganchando el botón de un lado de la prenda, en el otro.
—E-eh… El Señor Martinez me pidió que lo buscara para informarle que quería hablar con usted sobre esta tarde —respondió Cristian, manteniendo sus manos a un costado de su cuerpo, teniendo que limpiar en su uniforme el ligero sudor que corría por su piel por lo nervioso que se había puesto.
Sus ojos siguieron los movimientos del príncipe, observándolo ponerse una camisa negra sin abotonarla, para después ir hacia el escritorio donde guardaba las cadenas y joyería que solía usar—aunque sus padres no estuvieran del todo de acuerdo con su vestimenta, pero a él le daba igual porque le gustaba cómo le quedaban—.
Cristian miró fijamente hacia la ropa dentro del armario del rubio, simplemente porque no quería ver su pecho desnudo ahora que se había girado en su dirección al buscar sus alhajas.
Lisandro, en cambio, soltó un suspiro pesado, molesto con que usaran a su guardaespaldas para que les cumpliera sus pedidos de mierda solo porque a Cristian si le hacía caso y le prestaba atención. Además, de que ya sabía sobre qué quería hablar su padre, porque era un tema que había estado tocando constantemente durante las últimas semanas, a pesar de que le había dicho que no quería pensar en eso todavía.
Después de agarrar un collar de cadenas plateadas y uno de cuero negro con pequeños pinchos de metal, el príncipe se acercó al contrario, invadiendo su espacio personal.
—¿Me ayudas con la camisa? —le pidió con una pequeña sonrisa inocente, aunque en el fondo sabía que solo era una excusa para tener las manos del guardia encima suyo como tanto le gustaba.
Cristian no se pudo negar y solo llevó sus manos hasta el botón de la parte inferior de la camisa, empezando con su tarea de vestir al más bajito.
—Anoche te fuiste muy temprano. —Los ojitos del rubio lo miraron fijamente, con la cabeza levantada al punto de que sus labios casi se rozaban entre sí.
Las palabras del príncipe salieron como un susurro, como si estuviera contándole un secreto. Tal vez porque así se sentían, teniendo ambos que ocultar sus sentimientos solamente porque no era considerado como algo "correcto" para otras personas.
Cristian se distrajo mirando los labios pomposos del ajeno, teniendo que contenerse a sí mismo para no besarlo en esos momentos. Sentía su pulso palpitar en sus oídos y calmado no estaba, los nervios lo carcomían por dentro por culpa de la cercanía del príncipe.
Lisandro llevó el collar de cadenas plateadas hasta su cuello y lo enganchó, acomodándolo después sobre su pecho para seguido repetir el mismo procedimiento con el collar de cuero, el cual quedaba pegado a su garganta, apenas suelto como para no ahogarse.
—La Señora Martinez me pidió que acompañara a su hermana a una fiesta con sus amigas —habló el moreno, intentando alejar esos pensamientos que lo invitaban a agarrar al chico de la cintura, subirlo sobre el escritorio y comerle la boca ahí mismo por lo bien que se veía vestido de esa forma.
Licha frunció el ceño al escuchar su respuesta, analizando de arriba a abajo el uniforme del guardia que él mismo había mandado a confeccionar porque no quería que Cristian fuera cualquier guardia real. Parecía no haberse cambiado desde que se fue de su pieza la noche anterior.
El pantalón negro de gabardina adornaba sus piernas, ciñiéndose a su figura aunque lo suficientemente elásticos por si debía moverse rápidamente—ya sea en una pelea para defender al príncipe o quitarse la ropa para ayudar al chico de otra forma—. En la parte de arriba llevaba una camiseta negra similar a la suya pero de una tela más gruesa, probablemente para protegerlo si alguien lo atacaba.
Además de eso, dos cintos de cuero decoraban su cuerpo, uno en su cintura, sosteniendo de un lado la funda con su espada, en el otro una funda más pequeña que guardaba un cuchillo; y el otro cinturón cruzaba de forma diagonal su pecho de izquierda a derecha, conectando y sosteniendo la media capa que tenía colgada en su hombro izquierdo.
La mano del príncipe se dirigió hasta el cuero en su pecho, pasando sus dedos por debajo hasta poder tirar del arnés hacia él, pegando sus cuerpos más de lo que estaban.
—Pero sos mí guardaespaldas, no el de ella —soltó con molestia en su tono de voz y, ciertamente, con una actitud celosa y posesiva.
Cristian no supo qué decir ante eso y solo se quedó observando las facciones del menor, pudiendo apreciar lo atractivo que era aún cuando ni siquiera se había maquillado como solía hacer siempre antes de salir de su habitación para empezar con sus tareas diarias.
—La próxima vez que te pidan algo, deciles que yo te prohibí seguir sus órdenes —le pidió pero Cristian no pudo responder.
No pudo responder ya que no sabía cómo decirle que no podía desobedecer al rey y a la reina porque no haría falta que hicieran mucho para que lo desaparecieran y no le permitieran ver a Lisandro nunca más.
Ese simple pensamiento lo hizo volver a plantearse lo que estaba haciendo y si realmente valía la pena el sacrificio y en la situación de el peligro en el que se estaba poniendo estando de esa forma con el príncipe, porque sabía de sobra que a la Reina y al Rey no le haría gracia que su hijo heredero del trono estuviera saliendo con un hombre.
Por eso tal vez Lisandro estaba tan confundido sobre el hecho de aceptar ser el próximo rey. Estar en el trono solo podía significar que, o tendría que seguir con esas tradiciones para mantener al pueblo contento, o podría arriesgarse a cambiarlas, que el pueblo se pusiera en su contra y que peligrara tanto su puesto en la realeza como su vida entera.
Muchas veces Cristian pensó en alejarse, en decirle a los reyes que renunciaba a seguir cuidando al príncipe, simplemente porque no quería dañarlo o arruinar su vida. Pero cada vez que el rubio lo buscaba con una sonrisa pidiéndole que lo acompañase a caminar o a hacer cualquier otra actividad, él se olvidaba completamente de lo mal que podía terminar todo.
Solo su sonrisa y los hoyuelos marcándose a los lados de sus comisuras, hacían que quisiera hacer todo lo posible para mantener la felicidad en su rostro porque se veía muy bonito de esa forma. Solo su voz pidiéndole en un susurro en su oído que se quedara a dormir con él en la noche, hacía que aceptara sin pensarlo dos veces solo para poder rodear su cuerpo con ambos brazos y acunarlo contra él. Solo sus jadeos ahogados y sus manos guiando las suyas hasta su cuerpo, ansiando por un contacto con su piel, hacían que aceptara acariciar cada parte suya con sus dedos y con sus labios, buscando aquellas zonas erógenas que lo hacían temblar de placer.
Lisandro terminó por acortar la poca distancia que los separaba y unió sus labios mientras se paraba ligeramente de puntitas de pies para que no fuera tan incómodo por la diferencia de altura. Cristian dejó de pensar en lo que estaba bien o mal y llevó su manos hasta la cintura del príncipe, acariciándola con necesidad de mantenerlo cerca suyo a la vez que se dejaba llevar por la caricia en su nuca por parte del rubio.
Su cuerpo se inclinó inconscientemente hacia adelante, sin querer que el menor se esforzará demasiado. No pudo dejar de pensar en lo mucho que quería seguir besando los dulces labios ajenos, los cuales a veces solían tener sabor a frutilla por el humectante labial que usaba el príncipe. Era adictivo tocarlo, acariciarlo, besarlo, y Lisandro parecía pensar lo mismo de él porque no quería separarse del contacto que él mismo había iniciado.
Sus labios se separaron solo lo suficiente como para poder hablar, aunque sus respiraciones seguían chocando en la piel ajena.
—Esta tarde quiero que me acompañes a un lugar —le pidió y Cristian terminó abriendo los ojos, volviendo a la realidad de quién era el chico frente suyo y no esa idealización que había hecho en su cabeza.
—Pero tiene una reunión con la princesa Muriel —le recordó, terminando por separarse del más bajito, sin querer volver a tentarse de esa manera porque pronto cualquiera los iba a ir a buscar al estar tardando demasiado en ir a desayunar.
El príncipe chistó con la lengua, molesto de haber recordado eso.
—No importa, quiero ir a ese lugar de todas formas —respondió, soltando al guardaespaldas para así poder ir hasta su armario y buscar el traje de color morado oscuro que utilizaba sobre su camisa, tanteando con su mirada dónde había dejado su corona para ponérsela antes de salir.
—No creo que a sus padres les guste que se escape —habló, en parte sin querer meterse en problemas.
Tal vez Lisandro no entendía lo peligroso que era para él cumplirle los caprichos que iban en contra de lo que querían los reyes. Tal vez no entendía que, aunque fuera el príncipe, no tenía el suficiente poder como para salvarlo y protegerlo.
—No pedí tu juicio moral, Cristian. —El tono cortante que usó lo hizo ser consciente de que el rubio se había enojado por su respuesta, accionando en consecuencia con ese comentario frío y ciertamente cruel.
Al final, nunca dejarían de ser guardia y príncipe.
A veces era muy confuso para Cristian, porque Lisandro solía pedirle que fuera honesto con él, que le hablara sin formalidades y le dijera lo que pensaba. Pero otras veces, soltaba comentarios como ese que solo le recordaban que solo era alguien que recibía órdenes, que no tenía derecho a opinar y solo estaba vivo porque otros dejaban que estuviera vivo, como si su vida no fuera valiosa simplemente por ser una persona.
Y le dolía. Le dolía que lo tratara como si fuera un muñeco que podía manejar a su gusto. Le dolía porque pensaba que Lisandro era el único que lo comprendía y lo consideraba más un amigo que solo alguien que lo protegía.
El príncipe se puso el traje y volvió a acercarse a él, deteniendo sus pasos en seco al ver la expresión que el morocho tenía en su rostro. Claramente la había cagado y se sintió culpable por haberlo lastimado.
—Perdón… —murmuró el más bajito al ver que los ojos ajenos se cristalizaban más de lo normal. Se acercó con lentitud y terminó rodeando su cuerpo con sus brazos mientras escondía su rostro en el hueco entre su cuello y su hombro—. Estoy estresado por todo el tema de mis padres queriendo que me case con esa chica, no es justo que me desquite con vos cuando sos el único que me hace sentir bien —habló contra su piel, sintiendo una presión en su garganta que no se debía al collar que tenía puesto.
Quería llorar por haber hecho sentir mal a Cristian y quería también llorar porque no era lo suficientemente valiente como para decirle a sus padres que ya tenía a alguien en su vida al que amaba y con quien quería estar por el resto de sus días.
El guardaespaldas, a pesar del sabor amargo en su boca, acarició el cabello del menor con una de sus manos, enredando sus dedos en estos y sintiendo la suavidad de sus hebras, debiéndose probablemente a todos los productos que usaba para cuidar su cabello.
—Siempre podés decirme lo que querás, incluso si es para putearme porque te trato mal —agregó y Cristian pudo calmarse, dejando de lado esos pensamientos malos sobre el príncipe.
Entendía que estuviera pasando por un mal momento y tenía más sentido que todas las noches le insinuara cosas porque era de las pocas formas en las que lograba sacarse todo ese estrés de encima, aunque la mayoría de veces solo terminaban durmiendo abrazados porque Cristian sentía que se estaba aprovechando del menor y tampoco quería que eso se volviera algo regular.
Quería que cuando estuviera con él, fuera especial, que fuera porque querían mostrarse el uno al otro lo mucho que se querían y no por mero deseo de olvidarse de todas sus responsabilidades. Era un príncipe, no podía simplemente abandonar toda su vida solo porque no le gustaba.
A veces era una mierda pertenecer a la realeza.
Pero otras veces, se olvidaba de todo eso porque gracias a ser un príncipe podía hacerle regalos a su novio que consistían en mandarle a hacer prendas que sabían que le iban a quedar bien porque Cristian era Cristian, él se veía bien con cualquier tela cara que le pusiera encima. Principalmente si era de color negro.
Muchas veces el pelinegro le había dicho que debería estudiar diseño de modas porque los miles de cuadernos—bueno, solo tres— con diversos dibujos de conjuntos de ropa y la ropa que diseñaba para él definitivamente demostraban que sabía de moda y tenía talento. Tal vez debería considerar crear su propia marca de ropa.
—Lo voy a acompañar a donde quiera… Si primero se reúne con la princesa Muriel —dijo y provocó que el príncipe hiciera un puchero, pero al final terminara aceptando porque quería salir de la mansión por unas horas y qué mejor que con el guardia real y lejos de su casa.
Esa reunión no podía ser tan mala después de todo.

Bueno, tal vez había subestimado un poco la situación.
Había intentado entablar una conversación con la chica pero las palabras no parecían salir de su garganta, terminando en frases cortas y un poco cortantes.
Empezando porque lo primero que le dijo a la chica cuando los reyes los dejaron solos fue que "solo hacía eso por sus padres y que no le gustaba ella".
Capaz no tendría que haber sido tan directo porque ahora seguro la princesa le decía a sus padres cómo la había tratado y le caería un regaño por no haber sido educado y bla bla bla.
En realidad lo hacía por Cristian, porque él se lo había pedido. Y porque de verdad quería ir con él a ese lugar que había descubierto de camino a un viaje al pueblo.
Por ello, cuando el guardia real apareció en su campo de visión mientras ambos estaban en el patio sentados en unas de las mesitas de mármol, no pudo evitar observar lo que hacía, distrayéndose de la supuesta merienda que estaba compartiendo con Muriel.
—Supongo que no puedo cambiar tus sentimientos… —murmuró la princesa, trayéndolo de vuelta a la realidad donde tal vez no debería estar mirando tanto a su guardaespaldas.
Además de que su comentario hizo que volviera a prestarle atención porque capaz la chica lo había descubierto y se preocupó porque llegara a decirle a alguien más. Su mirada se topó con la de Muriel, quien le dio una pequeña sonrisa sincera, aunque se veía en sus ojos que sentía pena por él.
La chica de su edad solo lo miró, como invitándolo a conversar sobre eso, pero Lisandro lo dudó mucho porque aún no sabía qué tanta confianza podía tener en la princesa.
—Perdón, pero ya me gusta alguien más, no quiero estar con nadie más que no sea é-... Esa persona —se corrigió rápidamente porque casi soltaba un "él" y ahí sí que estaría acabado.
Muriel solo asintió y extendió su mano hacia la bandeja con frutas, portando un tenedor para poder pinchar un pedazo de manzana verde que había en un plato.
Lisandro sintió pena por la chica ya que era realmente bonita y, de no ser porque le gustaba Cristian, tal vez hubiera intentado entablar una relación con ella, se veía como una buena persona y alguien con quién podría reinar con comodidad por lo similar que eran sus pensamientos al ser ambos jóvenes.
—¿Hace cuánto te gusta? —consultó la princesa repentinamente interesada en el asunto o simplemente queriendo sacar un tema de conversación. Lisandro la miró con confusión— Ella o él, ¿hace cuánto te gusta? —aclaró al ver al príncipe con la mirada perdida.
—Nos conocemos desde que somos chiquitos… Me cuidaba mucho y bueno, nos volvimos cercanos, no podría decir exactamente desde hace cuánto tiempo me gusta —resumió y Muriel solo se le quedó mirando con una sonrisa. Lisandro enarcó una ceja sin entender por qué sonreía—. ¿Qué?
—Nada, solo que tus ojos se dilataron cuando hablaste sobre esa persona —habló y el príncipe no supo dónde meterse por la vergüenza.
Sintió su rostro calentarse y terminó desviando la mirada hacia el pasto con la esperanza de que se le fuera la pena que sentía en esos momentos. Pensó en las veces que había estado con Cristian y en cómo se ponía con él si con solo hablar sobre el guardaespaldas lo hacía feliz y lo avergonzaba.
—¿Y por qué no te casas con esa persona? —siguió con su cuestionario como si fuera tan sencillo casarse con alguien que no es príncipe ni rey.
Era verdad que Cristian era respetado por la gente, tenía cierto renombre en el ámbito y estaba seguro de que nadie se atrevería a meterse con él porque todos sabían lo entrenado que estaba y de lo que era capaz. Pero muy diferente era que lo aceptasen como un futuro rey.
—Porque no es un príncipe puro.
Mierda.
Al instante se dio cuenta de que la había cagado por no pensar antes de hablar.
Por la vergüenza, terminó mordiendo su labio inferior y clavando su vista en el plato de comida como si fuera lo más interesante que había a su alrededor.
—Así que es un él… —la escuchó murmurar y no se atrevió a mirarla, pensando que, tal vez, Muriel no era tan abierta de mente como pensaba y lo iba a mirar con asco porque le gustase un hombre.
Los casos de reinos dirigidos por personas del mismo sexo eran escasos y la mayoría eran de hermanos que se vieron obligados a reinar juntos porque mataron a los reyes y no podían esperar a un casamiento. Sin embargo, nunca escuchó de un caso así en la actualidad, parecían ser más una leyenda.
—Tengo una idea —agregó mientras volvía a pinchar otro pedazo de manzana para después llevarlo a su boca y comerlo—. Si estás de acuerdo, nos podemos casar y fingir que estamos juntos, pero vos podés quedarte con esa persona.
Cualquier tipo de vergüenza que hubiera sentido terminó por esfumarse con esas palabras, ocasionando que volviera a mirar a la chica, esta vez con desconfianza por su propuesta. ¿Por qué alguien le haría una oferta así?
—¿Y qué ganas vos con todo esto? —cuestionó, imitándola y comiendo algunas frutas porque le había dado hambre.
—Bueno… Prefiero casarme con vos antes que con cualquier otro pretendiente que no me deje expresar mis opiniones y no me permita tener el mismo poder que él solo porque soy mujer. —Su comentario lo hizo pensar en si ya había pasado por eso como para que fuera tan específica al hablar.
Lo pensó por unos minutos porque no sonaba como una mala idea.
Los padres de Muriel eran de los reyes de otra provincia, Córdoba, pero ella había nacido en Gualeguay, en Entre Ríos, cuando sus padres fueron a vacacionar y terminó creciendo allí, por lo que, por ley tenía derecho a ejercer soberanía sobre la provincia.
Muriel era una princesa pura como él, no era simplemente la hija de alguien de la realeza que tenía relación de amistad o contactos con algún rey. No parecía ser una mala idea que dos personas así reinaran ese pueblo. No cuando eran similares y parecían tener muchos ideales en común.
—Mhm… Lo voy a pensar —respondió, sin querer dar una respuesta en esos momento porque tenía que analizarlo bien antes de tomar cualquier decisión. Estaba hablando de su vida futura y la de Cristian, no podía simplemente decidir de un momento a otro.
Volvió a desviar la mirada hacia el guardaespaldas, observando que se acercaba a ellos caminando con ese conjunto de prendas negras que le quedaba tan bien a su parecer.
Inconscientemente, Lisandro llevó una mano hasta su corona, acomodándola para asegurarse de que estaba "presentable" mientras tomaba cierta distancia de la chica y sentía que su pulso se aceleraba. En el fondo tenía miedo que su novio malinterpretara aquello y pensara que de verdad quería a la castaña.
—Princesa Muriel —la llamó el guardia, parándose a un metro de donde estaban ellos, entre ambas sillas. La chica dejó el tenedor a un lado del plato de frutas y se giró hacia el hombre que la había llamado—. Su padre está esperándola en la puerta —le informó, con su típica posición recta con los brazos a ambos lados de su cuerpo.
Lisandro a veces pensaba que parecía más un soldado que un guardia de la realeza.
La castaña se enderezó en su asiento, mirando por detrás del pelinegro hasta poder visualizar el auto negro estacionado en la puerta de la mansión de los Martinez. Muriel solo asintió y se levantó del lugar donde estaba sentada, sacudiendo y acomodándose el vestido negro que apenas le llegaba a las rodillas, terminando de arreglar las hombreras de tela satén blanca.
Cristian se hizo a un lado, indicándole con una mano que avanzara para acompañarla hasta el auto.
—No hace falta que me acompañes —mencionó la chica con una sonrisa, agarrando la cartera blanca que había dejado colgada en la silla donde estaban sentados. Esta vez se giró hacia Lisandro, quien se había levantado y acercado hasta ella para despedirla, quedando al lado del guardaespaldas—. Nos vemos, Lisi, espero tu respuesta —se despidió la chica con una sonrisa.
Cristian se le quedó mirando, intentando que la molestia que apareció en su pecho no se exteriorizara en las expresiones de su rostro porque le había irritado el apodo con el que llamó al príncipe, como si fueran cercanos. En cambio, terminó con su mandíbula apretada.
Estuvo a punto—y de hecho dio un paso hacia adelante— de seguir a la chica aunque le hubiera dicho que podía ir ella sola porque de todas formas ese era su trabajo, pero una de las manos del príncipe se enganchó en su brazo, tirando de este para que no se fuera.
Por inercia, su cuerpo regresó al lado de Lisandro y giró su rostro hacia él con la incógnita en su cara de por qué lo estaba reteniendo, pero pronto cualquier molestia se terminó esfumando cuando vio la sonrisa del chico y su rostro tan cerca del suyo.
—¿Te pusiste celoso? —mencionó el príncipe con ligera gracia reflejada en sus gestos al sonreír, mirando a lo lejos a la princesa subiéndose a su auto.
Sus ojos brillaban, como si fuera un niño que acababa de recibir el regalo de Navidad que pidió.
Cristian no respondió y solo tomó la mano del chico para separarlo de su cuerpo antes de que alguien viera la cercanía que estaban teniendo. Lisandro hizo un pequeño puchero al ver su acción, pero no insistió, entendiendo que no era buena idea que los vieran como solían estar en su pieza.
—¿Ahora sí me vas a acompañar a ese lugar? —insistió con la idea que había tenido en la mañana del mismo día, esperando que no se hiciera tan tarde como para andar ellos dos solos por ahí.
Sabía que Cristian iba a protegerlo sin importar qué, pero tampoco quería poner en peligro su integridad física.
Simplemente quería salir con su novio y olvidarse de todo eso que involucraba que él fuera un príncipe. Solo quería tener una cita como cualquier joven adulto de su edad tendría.
—¿Qué es ese lugar? —consultó porque de eso dependía qué cosas llevaría para asegurarse de que el príncipe estuviera cómodo.
—Es una sorpresa —respondió, ganándose la mirada fija del guardaespaldas.
—Lisandro, sabés que no puedo simplemente ir a cualquier lado sin qu- —El príncipe lo interrumpió.
—Si, si, sin estar preparado y llevar tu bolso que involucra absolutamente cualquier cosa que pueda llegar a necesitar —siguió el discurso con un tono desganado, un discurso que muchas veces le había dicho solo que, probablemente sin hablarle de manera informal como acababa de hacer en ese momento.
Siempre que hablaba en serio, le hablaba de esa forma.
Lisandro llevó una mano hasta su cabeza, agarrando el borde de la corona que tenía puesta para poder quitársela.
—Solo quiero que por una vez en tu vida me trates como yo, Lisandro, tu novio, y no como un príncipe —agregó, rogándole con la mirada que no se pusiera en esa posición donde lo único que le importaba era que estuviera bien porque sus padres se lo habían ordenado.
Cristian lo miró por unos segundos bastante largos, pensando en cómo decirle al chico que siempre lo vio de esa manera aunque fuese su guardia.
La mano del pelinegro subió hasta su mejilla, acariciando la suave piel con el pulgar de su mano, olvidándose completamente de la propia regla que se había puesto a sí mismo sobre no tocar al rubio cuando estaban en público.
—Aunque no fueras un príncipe, seguiría cuidándote igual.
Lisandro quedó atontado por sus palabras, siendo él ahora el que se sentía nervioso por la cercanía del morocho. Los ojos del más alto lo miraban con un brillo que lo hacía pensar que tal vez así se veía él cada vez que miraba a Cristian, con admiración y anhelo. A veces se preguntaba cómo nadie se daba cuenta de lo que sentía si era obvio cuando alguien gustaba de otra persona por su lenguaje corporal.
Pensó que probablemente a nadie le interesaba lo suficiente como para que le prestaran atención a lo que hacía.
Dolía pensarlo, pero era una realidad. Todos los integrantes de su familia tenían sus cosas para hacer y vivían su vida—como sus dos hermanos menores—, y del personal, solo lo trataban cordialmente porque era su trabajo.
Cristian era el único que cruzaba esa línea de "profesionalismo" y era alguien a quien podía llamar su amigo. Y tal vez, ahora se le uniría Muriel.
El guardia solo volvió a separar su mano de él, tomando un poco de distancia porque sus cuerpos prácticamente se rozaban. Cerró los ojos y suspiró, volviéndolos a abrir después de unos segundos—esta vez no tan largos—.
—De acuerdo, ¿a dónde quiere ir? —cuestionó, volviendo a tomar su posición formal de guardaespaldas porque no podía permitirse ser su novio cuando alguien podía verlos.
Lisandro sonrió ampliamente y empezó a caminar hacia la salida de la mansión, con la esperanza de recordar cómo llegar al lugar al que tanto quería ir porque le había parecido el sitio ideal para una cita.

—¿A dónde me estás llevando? —preguntó el más alto, sintiendo las manos del menor en sus ojos, cubriendo su visión.
Después de que salieron de la mansión así como estaban, simplemente con sus celulares y la ropa que se habían puesto ese día, caminaron por unos minutos caminando por el bosque que rodeaba la mansión de los Martinez. El príncipe le obligó—o bueno, solo se lo ordenó— a hablarle informalmente, porque ya no había nadie que pudiera escucharle hablar de esa forma al futuro rey, así que únicamente le quedó hacerle caso.
—Ya casi llegamos —respondió con el tono de voz denotando felicidad por poder compartir ese momento con su novio.
Para cuando el menor quitó sus manos y le permitió ver, sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la repentina luz. Observó el lago enfrente suyo y se quedó maravillado por lo lindo que era ese lugar. El lago parecía lo suficientemente hondo como para cubrir todo el cuerpo pero habiendo partes en los alrededores donde probablemente harías pie aún cubriéndote el cuerpo.
El agua semicristalina dejaba ver parte del fondo del lago y las tonalidades verdes de los árboles a sus alrededores reflejaban en el estanque. Ambos estaban parados en una desnivelación del terreno, creando una circunferencia en la periferia, y no muy lejos de ellos, había un pequeño río que terminaba en una pequeña cascada que desembocaba en el lago.
—¿Te gusta? —pronunció el más bajito, quedándose a un lado suyo para seguido enfrentarlo cuando el guardaespaldas se giró hacia él.
—Me encanta —respondió con una sonrisa, que pronto terminó en una mueca de sorpresa al sentir las manos del menor agarrando el cinturón en su cintura—. ¿Qué hacés? —preguntó, viéndolo tomar la hebilla de la franja de cuero para así poder desajustarlo.
—No te traje acá para que miraremos el paisaje —mencionó, concentrado en su tarea de quitarle el cinto y Cristian no se lo impidió en ningún momento, con una sonrisa burlesca en su rostro.
Capaz Lisandro no debería haberle permitido dejar su rol de guardaespaldas porque el más alto agarraba demasiada confianza cuando quería.
O tal vez eso era lo que el príncipe ansiaba que pasara, no estaba seguro.
—¿Ah no? ¿Entonces qué vamos a hacer? —Lisandro notó la intención detrás de sus palabras, terminando de quitarle el cinto para dejarlo caer al piso, aprovechando sus manos ahora libres para quitarse la corona y dejarla a un lado del cinturón del guardia.
—Que conste que vos lo pensaste, no yo —se defendió y Cristian rió suavemente, animándose a llevar sus manos hasta el traje morado del chico para ayudarlo también a desvestirse.
—Específicamente inocente, no sos, por algo me entendiste —se burló, obteniendo un chasquido de lengua de parte del príncipe seguido de un golpe en su pecho.
—Yo solo quería que nos metiéramos al agua.
Lisandro tomó esta vez el cinto en su pecho y lo desajustó para quitarle la capa, dejándola caer junto al montoncito del resto de las cosas.
El pelinegro aprovechó que el menor terminó con su acción para finalizar de sacarle el traje, dejándolo en el piso para después agarrar la cintura del chico con sus dos manos, atrayéndolo hacia él.
—Sos demasiado bonito —soltó de repente, poniendo nervioso a Lisandro, quien no pudo evitar ponerse tímido por su comentario.
Acostumbraba a recibir esos comentarios de mucha gente con regularidad, pero definitivamente que se lo dijera Cristian tenía un efecto totalmente diferente en él.
El más alto detalló cómo las mejillas del rubio se volvían ligeramente de una tonalidad rojiza y sonrió por eso, obsesionado con el brillo en sus ojos producto del halago.
Sin poder y sin querer realmente contenerse, terminó pegando sus labios a los del menor, saboreando el sabor a frutilla de su labial humectante, preguntándose por qué lo usaba tanto si sus labios parecían estar sanos. Ciertamente, Lisandro lo usaba porque le gustaba sentir el sabor en los labios de su novio y porque había guardado en su mente ese recuerdo de cuando se besaron por primera vez siendo los dos eran menores de edad y el pelinegro le dijo que le gustaba mucho el sabor de sus labios.
Al no tener que preocuparse por nadie ni nada, el príncipe se animó a abrir su boca, buscando la lengua ajena con la suya hasta poder conectarlas en un beso que terminó siendo un poco húmedo y obsceno por los ruiditos que producían sus lenguas y su saliva al chocar y mezclarse.
—Dios, te besaría todo el día —murmuró el pelinegro a centímetros de su boca después de que se separaran un poco en busca de oxígeno.
—Bueno —respondió con una sonrisa, para nada disgustado ante la idea—. Me encanta cuando me decís lo que te gustaría hacerme —agregó, tanteando con sus manos la camisa del más alto para poder empezar a desabotonarla.
—Mhm, me parece que no te gustaría saber el resto de cosas que quiero hacerte. —A pesar de que su comentario lo apenó porque no todos los días veía a un Cristian sin filtros hablándole como si los dos fueran personas normales, no pudo alejar su mirada de él, sintiéndolo como un desafío.
—Dudo que sea tan malo —le siguió el juego, terminando de desabotonar su camisa y aprovechando la cercanía para meter sus manos entre la tela y su cuerpo, tocando directamente su piel y deseando poder tocar toda su tez.
Cristian se quedó en silencio por unos minutos, mirando su expresión y buscando en sus orbes un atisbo de que de verdad podía hablarle así y no habría ningún problema. Muchas veces Lisandro se lo había dicho y le había dejado en claro que no quería que se guardara las palabras con él, que tenía el mismo derecho para hablar que él, pero a veces simplemente se sentía incorrecto hacerlo, demasiado contaminado con la idea de que solo era un títere que servía para proteger a la familia real.
Aunque esa vez, Cristian mandó todo a la mierda y solo se permitió estar con su novio, liberando todos esos pensamientos y deseos que reprimía todos los días.
—Me encantaría poder besar todo tu cuerpo y tocarte hasta que solo puedas pensar en mí —mencionó, llevando sus manos hasta los collares del rubio para poder quitárselos—. Hacerte olvidar de todo y que solo seamos Lisandro y Cristian, dos personas que se aman a pesar de todo, dos personas que merecen el mismo afecto que cualquier otra y que no deberían estar escondiéndose por culpa de una opinión ajena —siguió hablando, a la vez que sus manos bajaban por el cuerpo del menor, apreciando su linda figura a través de su ropa, deseando poder quitársela y apreciar su cuerpo directamente porque nunca se cansaría de él, de lo hermoso que era, físicamente y en personalidad.
Los orbes del príncipe brillaron, tal vez demasiado, al punto que tuvo que morderse el labio inferior para no terminar llorando. Sus palabras habían tocado una fibra sensible dentro suyo y no podía pensar en otra cosa que no fuera en lo mucho que amaba al guardaespaldas.
Ansiaba con su vida que llegara el día en el que pudiera expresar su amor libremente sin sentir que sus padres dejarían de quererlo y que todo el pueblo le daría la espalda por ser como era.
—Te amo mucho, Lisandro. —A pesar de que sonrió de felicidad, dejó que las amargas lágrimas cayeran por sus mejillas, odiando ese sentimiento tan contradictorio en su pecho de felicidad y tristeza a la vez.
Estaba muy feliz de tener a Cristian a su lado, era lo mejor que le había pasado en la vida. Pero también estaba triste por todo lo que tenían que pasar los dos para poder estar juntos.
Las manos del guardia acusaron su rostro, limpiando las lágrimas con sus pulgares hasta que no quedó ningún rastro de ellas. El mayor no necesitaba una respuesta verbal para saber que le correspondía y mucho menos lo necesitaba cuando Lisandro lo abrazó con fuerza, escondiendo su rostro en su cuello y dejando que la calidez del cuerpo ajeno curara ese dolor en su corazón.
En algún momento ambos terminaron de quitarse la ropa para poder llevar a cabo la tarea que desde un principio tenían pensado hacer, quedando ambos solo en ropa interior para así estar cómodos al bañarse.
No se despegaron en ningún momento el uno del otro, manteniendo sus manos en el cuerpo ajeno y acariciando sus pieles lo más que podían. Era raro que pudieran disfrutar de esa cercanía en su día a día, por lo que disfrutaron de poder tocarse y besarse. Las piernas del rubio rodearon la cadera del guardia y Cristian solo pudo sostenerlo con sus manos en su cadera, a la vez que apoyaba sus pies en la tierra húmeda debajo de ellos.
El agua terminaba por ocultar lo que hacían los dos jóvenes, aunque cualquiera podría darse cuenta de ello fácilmente tan solo caminando cerca de allí y escuchando los suaves gemidos y palabras de ruego del menor, dirigidas a su novio quien mantenía un movimiento constante para darle placer al príncipe.
Ambos disfrutaron del momento a solas, incluso cuando el sol cayó y decidieron volver a tierra firme—y seca—, quedándose sentados a un lado del río mientras observaban el atardecer y cubrían sus cuerpos con la media capa del guardaespaldas.
—Creo que voy a casarme con Muriel —comentó mientras se acurrucaba contra el cuerpo ajeno, apoyando su cabeza en su hombro.
Las palabras del chico rompieron esa burbuja hipnótica en la que se encontraba Cristian mientras miraba el ocaso entre los árboles, de vez en cuando observando cómo los rayos dorados del sol chocaban contra la morena piel del príncipe.
No pudo evitar que esas palabras le dolieran.
Lisandro notó lo tenso que se puso su cuerpo y terminó enderezándose para mirar al guardia.
—No es lo que pensas —aclaró antes de que el chico se hiciera ideas equivocadas sobre el tema.
Simplemente pensaba que esa era la mejor opción que tenía en esos momentos, solo le alarmaba pensar en el futuro cuando necesitase procrear para mantener el reino a salvo.
—Le dije a Muriel que me gustaba un chico —se sinceró y pronto vio la mueca de temor en su rostro. Lisandro llevó una mano hasta la mejilla ajena para consolarlo—. Me ofreció que nos casemos para asegurar el reino y que podamos seguir juntos. Ella tampoco quiere una relación conmigo —contó para calmar los malos pensamientos del mayor.
Cristian solo asintió con la cabeza, pensando el tema por unos segundos para después imitar el movimiento anterior de su novio, abrazándolo por la cintura con sus dos brazos y escondiendo su rostro en su cuello.
—Hablemos de eso después, por favor —le pidió y Lisandro no se lo negó.
Ninguno de los dos quería hablar en esos momentos, al menos no sobre sus vidas, solo querían disfrutar de ese rato donde solo podían pensar en lo lindo que se sentían cada vez que estaban juntos, en esa calidez que invadía sus cuerpos sin importar la temperatura que los rodeara.
Otro día hablarían bien sobre ese tema, sin querer ninguno ponerle una fecha exacta.
Aunque no hizo falta que pasara mucho tiempo porque a la mañana siguiente se vieron obligados a hacerlo cuando Muriel entró inesperadamente a su pieza después de tocar la puerta un par de veces y encontrarse a la pareja durmiendo abrazados en la cama, ambos con sus torsos descubiertos por el calor que se generaba entre ellos por el contacto corporal.
Lisandro se despertó alarmado por encontrarse en esa situación, habiéndose olvidado de decirle a Muriel que no entrara a su pieza como si nada aunque fuera su futura prometida. La chica terminó disculpándose varias veces aunque le contó que los reyes habían querido que le diera una sorpresa al príncipe para invitarlo a comer, aunque la que terminó sorprendida fue ella, sin poder creer que el chico que le gustaba a Lisandro fuera su propio guardia.
Cuando Cristian se despertó, se encontró a los dos menores en el balcón de la habitación, conversando tranquilamente mientras disfrutaban del clima cálido de la mañana.
Lisandro le pidió que los acompañara y el pelinegro no pudo negarse, sentándose a un lado de ellos después de vestirse con alguna prenda de su novio para no incomodar a la chica porque tampoco pensaba ponerse la ropa del día anterior de nuevo.
Hablaron, comieron y rieron, como lo haría cualquier grupo de amigos. Tal vez alguien los vio desde el piso de abajo, tal vez no.
Realmente eso no importaba.
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Cortes de Carne - [ Licha Center ] #7
Libro de One Shots
Pareja: Licha x Cuti
Palabras: 1.6k
Género: Fluff
¿enojado?
ღ Donde Cristian cree que Lisandro está enojado con él después de que lo mirara mal mientras festejaban en el colectivo al llegar a Argentina después de ganar el mundial. ღ

Cristian se quedó mirando la cabellera teñida de rubio, bajando su mirada hasta la mueca sonriente que tenía Lisandro mientras hablaba con Otamendi y Tagliafico, riéndose de vaya a saber qué.
—¿Y por qué no le vas a preguntar? —mencionó Nahuel, quien estaba sentado a su lado en la barra del lugar, tomando un daiquiri de durazno con un sorbete.
Después de ganar la final en Qatar, habían viajado de vuelta a Argentina para celebrar la victoria con los argentinos. Ahora, en específico, se encontraban en un hotel donde cenarían y festejarían de forma más privada con la selección y sus familias.
Cristian se había quedado con mal sabor de boca después de haber querido festejar con Lisandro en el colectivo. Había estado boludeando con Paulo, mientras se acomodaba entre las piernas de Nahuel. Y había querido que Lisandro se uniera al festejo, pero el entrerriano ni siquiera le había dirigido la mirada, con el rostro fruncido.
El cordobés solo pudo pensar en si había hecho algo que lo hubiera molestado.
Y ahora no podía dejar de mirarlo divertirse como si no hubiera pasado nada, como si no lo hubiera estado evitando esa tarde.
Después de la caravana habían llegado al hotel y se acostaron a dormir por un par de horas para recuperar energías para esa noche. Como de costumbre, durmieron en la misma habitación, pero para cuando se despertó, se encontró solo.
—No sé, capaz está enojado conmigo —respondió, agitando el vaso con fernet que tenía en la mano, que no había tocado por un tiempo y ahora ya era fernet aguado por culpa de los hielos derretidos.
—Si te seguís haciendo la cabeza en vez de hablarle, no vas a solucionar nada —acotó su mejor amigo y sabía que tenía razón pero no era capaz de enfrentarlo.
Tampoco quería arruinarle la felicidad del momento con sus problemas.
Sabía que a veces era demasiado denso y, a pesar de que Nahuel y Lisandro le habían dicho que no tenía nada de malo, no podía evitar sentirse mal cada vez que hacía algo así.
¿Por qué no podía simplemente callarse y quedarse quieto por un momento? Capaz así no molestaba a nadie.
—Eh, ustedes dos —los llamó Paulo, acercándose a ellos con una sonrisa y un vaso de fernet en una mano—. ¿Qué hacen acá? Vamos a bailar —dijo, agarrando la mano de cada uno por unos segundos para que se levantaran de los banquitos donde estaban sentados.
Cuti, en cambio, dejó su vaso sobre la barra y se levantó, pero se volteó hacia otro lado.
—Estoy cansado, me voy a ir a la pieza —informó, sin muchos ánimos de hablar. Sentía que si pasaba un segundo más ahí se iba a largar a llorar.
Nahuel lo miró preocupado, pero no dijo nada, permitiéndole irse.
—¿Qué pasó? —preguntó Paulo, sin entender qué le pasaba a Cristian.
Pero Nahuel no le respondió, solo miró en dirección a Lisandro, decidido a ir a buscarlo para hablar con él porque estaba claro que Cristian no lo iba a hacer.

Cuando llegó a la habitación, solo se acostó en la cama y no pudo seguir conteniendo las lágrimas, por lo que simplemente se permitió llorar en la privacidad de la pieza.
No debería estar así cuando se suponía que eran campeones del mundo. Se suponía que era un momento feliz y él estaba ahí llorando por culpa de sus propias inseguridades y miedos.
Escuchó la puerta abrirse y se giró en la cama, dándole la espalda a la puerta porque no quería que lo vieran llorar. Solo quería estar solo.
—Cris… —La vocecita del gualeyo se escuchó en la habitación y no pudo evitar tensarse.
En esos momentos no sabía realmente si quería hablarle o no.
No le respondió y solo fingió estar dormido cerrando los ojos, tal vez así Lisandro lo dejaba solo y no lo veía en ese estado tan patético.
El entrerriano se acercó a la cama, subiéndose a esta y rodeando su cuerpo para quedar enfrente suyo, pasando una mano por su rostro con suavidad, acariciándolo lentamente.
—Ya sé que no estás dormido, Cris —soltó, causando que el cordobés abriera los ojos, encontrándose con los ojitos preocupados del chico.
Se sintió horrible verlo así, principalmente porque estaba preocupado por su culpa.
Solo pudo desviar la mirada por la pena y para evitar que se diera cuenta que había estado llorando, aunque sabía que era inútil porque estaba tocando su mejilla húmeda.
—¿Qué te puso mal, chiqui? —El apodo aceleró su pulso y tuvo que morderse el labio, pensando en qué responderle.
—¿Estás enojado conmigo? —preguntó y se arrepintió de haberlo hecho al verlo fruncir el ceño con confusión.
Tal vez se tendría que haber quedado callado y no preguntarle nada, no quería empeorar la situación.
—No, ¿por qué lo estaría? —respondió, en cambio, acercando su cuerpo al del cordobés mientras acariciaba sus mejillas aunque él no estuviera mirándolo.
—No sé… Capaz esta mañana fui muy pesado —agregó con inseguridad, animándose a mirarlo aunque seguía pensando que Lisandro lo iba a regañar.
El entrerriano se quedó mirándolo por un rato, hasta que decidió inclinarse hacia él y dejar un casto beso en sus labios, pasando su mano en la mejilla a su cabello, acariciando y acomodando los mechones hacia atrás de su cabeza.
—No, no lo fuiste, Cris… —Respondió con firmeza, sin apartar su mirada de él y mirándolo con los ojos brillantes. Ahora podía hacerse una idea de por qué Cuti estaba así—. Perdón, estaba cansado, tendría que habértelo dicho.
El rubio dejó varios besos en sus labios, esperando que eso calmara los sentimientos amargos del menor, a la par de ser un consuelo para sí mismo por haber provocado todo eso sin darse cuenta, aún sabiendo las inseguridades que tenía el cordobés.
—Me encanta que siempre me hables de cualquier cosa que se te ocurra y me encanta mucho más cuando te emocionas y te brillan los ojitos —dijo mientras le sonreía, aprovechando el poco espacio para dos personas en la cama como una excusa para estar cerca suyo.
Cristian no pudo evitar sentirse mal a pesar de sus palabras lindas. No podía dejar de pensar que era un pelotudo por haberse hecho una película en su cabeza y creía firmemente que Lisandro debería enojarse con él por ser tan tonto.
—Yo… —Ni siquiera pudo terminar de hablar cuando sintió que la voz se le quebraba por las ganas de llorar que tenía.
Quería alejarse, quería hacerse una bolita y llorar solo porque no se merecía que el mayor fuera tan bueno con él cuando ni siquiera pudo dejar de pensar cosas malas sobre él.
—Vení, mi amor —le indicó, acercándolo a su cuerpo para abrazarlo, procurando que su rostro quedara escondido en su cuello. Mientras una mano terminó en su cabello, acariciando los mechones de color negro; la otra fue a la cintura del más alto, apretándolo contra su cuerpo.
Cristian no quiso guardarse las lágrimas así que simplemente se permitió desahogarse en el hombro de su novio.
—Te quiero mucho, nunca lo olvidés —soltó, dejando un beso en la mejilla del menor.
—Sos tan lindo conmigo y yo un tarado que duda de todo —se recriminó a sí mismo, apenas pudiendo hablar entre sollozos.
—Cris, no tiene nada de malo tener inseguridades, yo también las tengo —mencionó en un susurro, queriendo mantener el ambiente tranquilo.
Cuti no le creyó, no creía que una persona tan alegre y positiva como Lisandro pudiera tener inseguridades, principalmente porque no tenía nada malo como para que a alguien le cayera mal.
—¿Qué inseguridades si sos hermoso…? —murmuró contra su hombro, logrando calmar un poco la opresión que sentía en su pecho.
Licha rió suavemente en su oído.
—Sabía que ibas a decir eso —comentó—. No sé, a veces siento que soy muy hippie para muchos, pero siempre me acuerdo de tus ojitos mirándome con atención cada vez que te cuento algo y se me pasa.
Cristian se avergonzó por su comentario, sin ser muy consciente de cómo miraba a Lisandro. Había creído que no era obvio y que lo miraba como a todo el mundo, pero aparentemente no era así y le daba vergüenza que Lisandro se hubiera dado cuenta.
—Probablemente a mucha gente le moleste que yo sea así o que vos seas como sos, pero qué importa. Lo importante es estar rodeado de personas que te quieran y acepten —terminó de hablar con una sonrisa.
El cordobés se separó ligeramente de su cuello, solo para poder mirarlo e inclinarse para dejar un beso en sus labios.
—¿Ves? Eso que dije fue muy hippie y a vos no te importó que lo sea.
Cristian soltó una pequeña risita y Lisandro se sintió feliz por haber logrado que sonriera. El gualeyo aprovechó que el contrario se había separado ligeramente de él para poder llevar sus manos hasta su mejilla y limpiar los rastros de las lágrimas que había soltado hace unos minutos.
—¿Te sentís mejor? —consultó, conectando su mirada con el menor, quien no tardó en asentir con la cabeza.
Licha se sintió más calmado ahora que el chico estaba mejor, así que solo se quedó acostado a su lado.
A pedido de Cristian, se quedaron en la pieza, acurrucados, lo que restaba de la noche y el día en sí. A pesar de lo fiestero que era el cordobés, quería estar solo con su novio por un momento.
Además de que era lindo estar con el rubio abrazándolo y diciéndole cosas lindas con esa vocecita tierna que tenía.
Ahora sabía que, la próxima vez que se sintiera mal, era mejor hablarle a Licha porque, no solo significaba poder desahogarse, sino también muchos abrazos y besos.
Y Cristian amaba todo eso.
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Cortes de Carne - [ Licha Center ] #6
Libro de One Shots
Pareja: Licha x Cuti
Palabras: 1k
Género: Fluff
mundial
ღ Donde ambos tienen la preocupación sobre el futuro, lo que va a pasar en el mundial y si se les va a dar que ganen. ღ

A esas alturas, Lisandro consideraba genuinamente que no había forma de que sus compañeros de selección no supieran que pasaba algo entre ellos, porque tampoco es que lo disimularan tanto.
Simplemente era relajante sentarse al lado de Cuti mientras viajaban en avión y apoyar su rostro en su hombro para poder dormir. Y el cordobés tampoco ayudaba mucho, se dejaba hacer y no le impedía nada porque al final también disfrutaba de esa cercanía.
El viaje a Catar fue tedioso, demasiadas escalas—en realidad solo eran dos, pero él estaba acostumbrado a viajar sin tantas escalas— para su gusto y terminó con la cabeza adolorida por no poder dormir por culpa del jet lag.
Por ello, cuando llegaron a la universidad donde se iban a quedar durante toda la concentración, intentó no parecer un amargado porque todos querían salir a pasear y a conocer el lugar. Lisandro solo se quería largar a la cama y dormirse o al menos intentarlo.
No le prestó demasiada atención a su compañero de habitación y solo dejó su valija en el piso, cerca de la pared del pasillo de entrada, solo para casi correr hasta la primera cama que encontró, sin siquiera debatir cuál cama prefería Cristian.
—Licha —lo llamó el cordobés pero mucha atención no le prestó, sintiendo que toda la tensión de su cuerpo desaparecía al poder relajarse, algo que no había podido hacer en todo el viaje por culpa de la euforia de sus compañeros.
Y no lo malinterpreten, él estaba eufórico por estar en Qatar, por haber sido convocado a jugar en la selección en lo que parecía ser el último mundial de Messi. Estaba muy emocionado porque todos sentían que ese era el momento de ellos.
—Li —lo volvió a llamar, esta vez con un tono diferente en su voz, más suave y más íntimo. Sintió el peso a su lado en la cama y cómo después unos brazos rodearon su cuerpo, abrazándolo por la cintura y casi aplastándolo—. Mi amor —dijo una vez más, esta vez dejando pequeños besos en su nuca.
Licha solo emitió un pequeño sonidito con su garganta, sin ganas de absolutamente nada además de querer que Cristian siguiera abrazándolo y mimándolo.
—¿No querés ir con los chicos? —murmuró esta vez, sin querer interrumpir el ambiente tranquilo de la habitación.
El mayor apoyó su cabeza de costado abriendo los ojos para así poder mirar al cordobés desde su posición a pesar de que tal vez era un poco incómodo.
Cuti solo dejó otro beso en su nuca y Licha sintió que se le ponía la piel de gallina por el contacto, provocando que el contrario riera suavemente. El menor solo se acurrucó más contra su cuerpo, usando su hombro de almohada.
El entrerriano soltó un pequeño sonidito de negación con la garganta, sin tener ganas de hablar en lo absoluto. Se había relajado demasiado gracias al capitalino y no era tan anormal para ellos porque siempre que Lisandro estaba con el pelinegro, él se sentía mucho más liviano que con cualquiera de sus otros compañeros. No tenía nada en contra de nadie, simplemente se sentía mucho más libre con Cristian.
Sabía que él no iba a anteponer ninguno de sus deseos antes que los suyos, o más bien, no le interesaba encontrarse en esa situación. Siempre que hacían algo era porque ambos querían, y no porque uno quería y el otro cedía.
Tal vez por esa razón eran tan cercanos, porque eran muy parecidos y se entendían en cualquier ámbito de vida. Lisandor había empezado a pensar que esa idea de que "los opuestos se atraen" era demasiado tonta. Es mucho más atrayente encontrar a alguien con tus mismos gustos y metas de vida. Se conecta mejor.
—Li —lo llamó de nuevo Cristian, tal vez a ese punto estaba siendo un pesado por no dejarlo dormir, pero desde que llegaron que no podía dejar de pensar en eso—. ¿Y si se nos da? —terminó por decir, sin saber cómo enfrentarse a la pregunta que él mismo había hecho.
¿Y si ganaban…?
No, no podía mufarla así.
Pero el simple pensamiento lo hacía sonreír, el sueño que había deseado desde pequeño lo tenía en frente suyo.
—Si se nos da, lo vamos a festejar por treinta años más —respondió, arrastrando un poco sus palabras al estar medio dormido—. Y si no, vamos a estar otros treinta años más juntos hasta que lo consigamos —agregó.
—Ni en pedo, en treinta años vas a estar todo arrugado y feo —bromeó el cordobés con una sonrisa.
—Cerrá el orto, solo tendría cincuenta años —se defendió, fingiendo haberse ofendido por su comentario.
Treinta años…
Si lo pensaba, era demasiado tiempo. ¿Qué estaría haciendo en treinta años? ¿Seguiría estando junto a Cristian? Le daba mucha curiosidad pensar en eso.
Y también le daba felicidad pensar en un futuro junto a él.
—Como si pudieras ser feo —agregó de todas maneras, Cristian, contradiciendo lo que había dicho antes porque ahora estaba diciendo lo que pensaba—. Sos lindo de cualquier forma y en cualquier estado.
—¿Cuál es la diferencia de forma y estado?
—Forma es física y estado es emocional y mental —aclaró, ganándose una mirada extrañada del rubio, quien no terminaba de entender el punto del contrario.
—¿Soy lindo cuando estoy mal? —consultó sin entender la lógica.
—Sí, porque te volvés todo abrazable y tierno —respondió, apretándolo contra su cuerpo porque le gustaba demasiado abrazarlo.
—¿No serás vos y tus ganas de abrazarme en cualquier momento? —se burló, moviéndose un poco para poder hacerle frente al cordobés para estar más cómodo.
—Touché.
Ninguno de los dos dijo nada más y solo se sonrieron.
La mano de Cristian fue hasta los mechones teñidos del contrario, acariciándolos hasta que Lisandro cerró los ojos y se rindió al sueño, disfrutando de la caricia.
Si se les daba o no, no iba a influir en su relación. Ellos iban a seguir juntos y siendo pegotes el uno con el otro como si fueran dos imanes que no se pueden separar.
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Cortes de Carne - [ Licha Center ] #5
Libro de One Shots
Pareja: Licha x Nahuel
Palabras: 1.3k
Género: Fluff
inseguridades
ღ Donde Nahuel ve a Lisandro tirándole onda a Lionel y le da inseguridad. ღ

El cordobés se cruzó de brazos, dándole la espalda al teñido mientras abultaba sus labios y fruncía el ceño con molestia. Las manos del entrerriano habían rodeado su cintura pero Nahuel lo empujó sutilmente para que no se acercara a él mientras lo miraba todavía enojado.
—¿Seguís molesto conmigo? —preguntó el entrerriano con una sonrisa un poco burlesca al ver el estado en el que estaba el chico. Le daba gracia cuando se ponía celoso.
—Sí, así que saca tus manos de mí —respondió con un tono cortante, deshaciendo su cruzada de brazos para poder agarrar las muñecas ajenas y sacarlas de su cintura.
La fuerte música de fondo provocó que tuviera que acercarse al cordobés para escuchar lo que decía.
—Dalee, solo fue una joda, no te enojés conmigo, bebé —agregó en un tono similar a uno caprichoso, removiéndose para poder abrazarlo.
Lisandro sabía el efecto que tenía en el cuerpo del chico cada vez que él o Cristian lo llamaban por un apodo cursi, así que normalmente se aprovechaba de eso, pero esa vez no pareció tener demasiado efecto porque Nahuel seguía mirándolo con cara de orto.
—¿Te parece una joda estar chamuyandote a otros cuando tenés novio?
A duras penas pudo escuchar su respuesta por el ambiente, poniendo como excusa que estaban en una fiesta para poder estar cerca suyo por la cantidad de personas que habían allí.
Después del amistoso contra Panamá y la reunión en el predio de Ezeiza para el homenaje de Lionel, les avisaron que iba a haber una fiesta para que todo el plantel celebrara y la pasara bien antes del próximo amistoso que tendrían.
Pero ahí estaba, lidiando con un Nahuel molesto porque le había guiñado el ojo a Lionel el día de ayer.
—Perdoname, mi vida. No quería molestarte —insistió, esta vez mucho más sincero y consciente de que no había sido buena idea hacer eso.
—No lo volvás a hacer —le pidió y ahora, Licha, en vez de molestia, vio un leve brillo de tristeza en sus ojos.
Se sintió un pelotudo porque en el fondo sabía que lo había lastimado, y lo peor de todo era saber por qué Nahuel se ponía de esa forma.
A veces, sus personalidades chocaban y no sabía cómo sobrellevarlo. Él era confiado, tal vez incluso demasiado. Y Nahuel era todo lo contrario, muchas veces necesitando que le recordaran lo lindo y capaz que era porque se olvidaba que él también valía.
Al entrerriano le dejó de importar que estuvieran rodeados de personas y solo abrazó a su novio, algo más calmado porque el cordobés le permitiera tocarlo y no lo separara.
—Vamos a afuera —comentó el gualeyo, separándose apenas para poder tomar la mano del chico y dirigirlos a ambos lejos del ruido y la gente gritando y bailando.
Nahuel se sintió peor porque por su culpa ahora se estaban yendo de la fiesta. No había querido arruinar el momento pero, por más que luchara contra ese pensamiento, sentía que siempre terminaba estropeando los buenos momentos.
Para cuando estuvieron fuera del edificio, la brisa fría lo hizo consciente de las lágrimas que había empezado a soltar en algún punto del camino hasta allí.
—Nahu —lo llamó su novio, preocupado por verlo llorando.
Su cuerpo tembló por el frío de madrugada y se abrazó a sí mismo con sus manos, intentando inútilmente darse calor. Lisandro, por su parte, rebuscó entre su ropa las llaves de su auto para que ambos se quedarán ahí que estaría más caliente.
Terminaron los dos sentados en la parte trasera del auto y el central no tardó en abrazar al otro chico con fuerza, acariciando los mechones de su pelo.
Recién en ese momento, Nahuel se permitió llorar y soltar todo lo que había estado guardando desde ayer, luchando contra sus propios pensamientos de que tal vez Lisandro no lo quería o nunca sería suficiente como para que el chico lo tratara así a él también.
—Perdón, Nahu —volvió a disculparse, teniendo ganas de pegarse a sí mismo por haber sido tan tonto y haber actuado de esa manera.
Nahuel le devolvió el abrazo, aunque tardó un poco en hacerlo porque sintió que tal vez no tenía derecho a sentirse así.
Siempre tenía el pensamiento en su cabeza de que era su culpa sentirse de esa forma y no podía estar reclamándole a su novio ni prohibiéndole estar con otras personas por una inseguridad suya, pero a veces solo quería que todo el mundo desapareciera para no tener que sentir que nunca sería lo suficientemente atractivo como otras personas como para que alguien quisiera estar con él.
Cada vez que entraba a las redes sociales, veía a muchas personas hablando de lo atractivos que eran sus compañeros de selección. Pero nunca hablaban de él, y dolía.
Dolía ver cómo todo el mundo era apreciado y él no.
Lisandro llevó ambos cuerpos hasta que estuvieron acostados en los asientos, acurrucados el uno con el otro mientras no había dejado de acariciar su cabello y su espalda para calmarlo.
—Siempre te lo digo y nunca me voy a cansar de repetírtelo —empezó a hablar, apoyando el brazo, con el que estaba acariciando los mechones de su pelo, en el asiento a un lado del rostro ajeno, para así poder sostener su cuerpo y poder mirarlo con comodidad—. Sos hermoso, Nahu. No sabés lo mucho que desearía que pudieras verte con los mismos ojos con los que yo te miro.
Sus labios se conectaron a la suave piel morena de la mejilla del chico, dejando varios besos y bajando hasta su cuello, mientras se acomodaba para quedar arrodillado entre las piernas del chico y poder sostener su cuerpo.
—Te quiero mucho, perdón por lastimarte —insistió, besando cada centímetro de piel que tenía a su alcance, notando que el menor se había calmado y ya no lloraba.
Nahuel lo miró con los ojos brillosos por haber estado llorando. Las manos del entrerriano terminaron en sus mejillas, secando los rastros de humedad en su piel para después besar sus labios.
—La belleza no es física, eso es para gente tarada que piensa que la apariencia física es todo —habló, mirándolo a los ojos.
El lateral se quedó hipnotizado viendo los orbes ajenos con la poca iluminación que había en la calle y le permitía ver.
Cada vez que Lisandro se ponía en modo filosófico, sentía que podía estar horas y horas escuchándolo.
—Y aunque a mí me parezcas atractivo, sos lindo más allá de cómo te ves, tenés una personalidad hermosa.
Nahuel estuvo a punto de decirle que no era cierto, que su forma de ser se basaba en no querer resaltar entre el resto por miedo y a la vez llorar porque no llamaba la atención, que era patético ser así; pero Lisandro lo calló con un beso corto en sus labios.
Beso que se repitió en sus labios, en sus mejillas y en su cuello a la vez que sus manos acariciaban su cintura.
No pudo evitar removerse por las acciones del chico que terminaron sacándole una pequeña carcajada al causarle cosquillas en su cuello. Lisandro solo siguió con su tarea con una sonrisa, feliz de escuchar la linda risa del cordobés.
—Pará, boludo —habló el menor, intentando separar a su novio con sus manos en sus hombros para que dejara de hacerle cosquillas.
—No voy a parar hasta que admitas que sos lindo —bromeó, enterrando su rostro en el cuello del chico porque le gustaba ese aroma casi imperceptible que emanaba su piel combinado con el perfume que se había puesto. Dejó su acción de lado y solo se quedó en esa posición, disfrutando de lo lindo que se sentía abrazar al embalseño.
Nahuel le correspondió el abrazo y se colgó a él como si fuera un koala, sin querer que se separara ni un centímetro de él—aunque tampoco Licha quería hacerlo—.
Se quedaron así por un rato, tal vez varios minutos donde los dos se permitieron relajarse sin importar que alguien pudiera preguntarse dónde estaban o si les había pasado algo.
En esos momentos, solo importaba lo mucho que Lisandro quería que Nahuel se sintiera bien consigo mismo, y lo mucho que Nahuel se sentía bien gracias a su novio.
#historias de nyx#cortes de carne#licha martinez#lisandro martinez#nahuel molina#scaloneta#argentina
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Cortes de Carne - [ Licha Center ] #4
Libro de One Shots
Pareja: Licha x Antony
Palabras: 940
Género: Fluff
eliminatorias
ღ Donde Argentina perdió un partido de eliminatorias para el mundial 2026 contra Brasil, pero Licha no está tan seguro de haber perdido. ღ

Habían perdido 1-0 en el clásico Brasil-Argentina, esta vez en las eliminatorias para el mundial de 2026.
El partido fue bastante reñido y violento, como de costumbre. Después de todo, eran las dos selecciones que mejor jugaban fútbol en Latinoamérica.
Pero a Lisandro, no era como si le importase demasiado.
No cuando tenía las piernas del brasileño rodeando su cadera, sus manos pegadas a sus muslos mientras el contrario lo atraía con el agarre en su cuello y los persistentes movimientos que llevaban a cabo sus labios como si estuvieran bailando.
Durante el partido se habían cruzado varias veces y, de hecho, Lisandro había bajado al delantero cada vez que intentaba llegar al arco de la albiceleste porque justamente ese era su rol, pero tampoco había sido tan bruto como podría haber sido con cualquier otra persona. No quería lastimar al brasileño porque en parte sabía que después le iba a recriminar todo eso.
La euforia que se desató en los vestidores de la verdeamarela por haberles ganado llegó a niveles bastantes altos a pesar de que aún quedaban varios partidos para que las eliminatorias terminaran.
Aunque, en sí, ninguna selección quería que la otra quedara eliminada del próximo mundial, era más bien por el orgullo y la chicana de decir que les habían ganado.
Todos allí eran amigos y se llevaban bien, fuera del fútbol todo cambiaba.
O en el caso de ellos, eran más que amigos.
Antony y Lisandro se conocían desde que estuvieron juntos en Ajax, desde hace tres años. Y desde ese entonces que se gustaban, a pesar de no ser pareja como tal.
Al final terminaban siendo rótulos que ninguno de los dos quería ponerse porque los limitaba. Preferían simplemente dejarse llevar por la situación y vivir su atracción libremente, sin cadenas ni condiciones.
Desde hace un rato que el caos se había desatado, aún podía saborear el alcohol en la boca del menor y era algo que genuinamente le resultaba atractivo. La imagen de Antony con la bandera de Brasil atada al cuello mientras no tenía nada que cubriera su pecho y su short deportivo casi arremangado por su culpa al querer tocar sus muslos, era algo que nunca iba a sacarse de la cabeza.
En algún momento, los brasileños se habían ido, empezando a cargar sus cosas en el colectivo que los llevaría de vuelta al predio donde entrenaban y dormirían por esa noche. Así que, Lisandro aprovechó para colarse en el vestuario de la selección y retener al rubio antes de que no se fuera.
Habían empezado simplemente hablando, con Antony retándolo por haberle golpeado en el tobillo y Lisandro riendo porque sabía que estaba exagerando. De alguna forma, el central terminó por subirlo a la mesa del centro del vestidor y lo besó con necesidad.
Cuando sus pulmones empezaron a exigir poder respirar bien, se separaron pero aún así, Lisandro bajó sus besos hasta el cuello del chico, queriendo sacarle la bandera a la mierda por estar estorbando.
—Não brinque com meu pátria —se quejó el brasileño, separándose ligeramente del cuerpo ajeno para darle una advertencia con la mirada porque Antony se tomaba muy a pecho lo de "sudar la camiseta" y si alguien se metía con su país, lo cagaba a piñas.
Eso era algo que tenían en común los dos países.
—Patria va a ser mi pija en tu- —Ni siquiera pudo terminar de hablar porque el brasileño tapó su boca con su mano para que no terminara la frase, empujándolo hacia atrás para que se separara también de su cuello.
Cuando miró la expresión del rubio, rió contra su mano, demasiado divertido por cómo reaccionaba el chico cada vez que soltaba un comentario vulgar.
Antony era más de besos tiernos y comentarios románticos. Si bien a él le gustaba ser así normalmente, cuando se ponía en pedo—y ni hablar cuando estaba excitado— se le olvidaba cualquier cordialidad y formalismo.
No había tomado tanto como probablemente lo hubiera hecho si Argentina hubiese ganado, pero Antony le había ofrecido una botella de cerveza y varios tragos desde su botella, apoyando el pico en su boca.
Y quién era él para negarle alcohol, y más si el brasilero se lo daba.
Un golpe en la puerta lo sobresaltó a los dos y Lisandro estuvo apunto de separarse del menor, porque estaban en una posición bastante comprometedora para cualquier que no fuera sus cercanos.
Pero su cuerpo se relajó al ver que solo se trataba de Casemiro.
—Uh, ya veo por qué me mandaron a mí a buscarte —comentó el mediocampista a su compañero de equipo, mirando de reojo al argentino.
Aunque terminó desviando su mirada del defensor porque le incomodaba ver que prácticamente le estaba tocando el culo a su compatriota porque sus manos desaparecían por debajo de la tela del short deportivo.
Lisandro se rió sutilmente y Antony terminó dándole un pequeño golpe en el hombro para que se separara de su cuerpo y pudiera bajarse de la mesa. El argentino le hizo caso, pero igual se mantuvo cerca suyo, llevando sus manos a su cintura mientras lo veía buscar con la mirada su camiseta de entrenamiento.
—Pensé que Argentina había perdido —mencionó el centrocampista con burla al ver los labios rojizos de los dos, esperando que el rubio se terminara de arreglar para ir al colectivo.
—Argentina perdió, yo no —se defendió siguiéndole la broma.
Nadie podía juzgarlo.
Lisandro iba a dejar todo si le ponían enfrente a un Antony borracho pidiéndole que le diera un premio—traduciéndose en un beso— por el esfuerzo que puso en el partido.
Capaz era un poco vende patria, no estaba seguro.
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Cortes de Carne - [ Licha Center ] #3
Libro de One Shots
Pareja: Licha x Garnacho
Palabras: 1.2k
Género: Fluff
lesión
ღ Donde Alejandro recibe la noticia de su lesión y Licha lo consuela. ღ

Cuando le dieron la noticia, lo único que pudo hacer fue decirle a su familia que lo dejaran solo para después largarse a llorar en su habitación vacía, donde nadie lo vería.
Después del partido contra Southampton, había tenido la esperanza de que no fuese una lesión realmente grave mientras se dirigían a la clínica más cercana para hacerse unos estudios.
Le dijeron que tardarían un poco en darle los resultados, por eso le dio tiempo a llegar a su casa antes de que el médico les avisara de su estado.
6 semanas. Un mes y medio en el que no iba a poder jugar a fútbol.
No iba a poder jugar con la selección argentina.
Más allá del club, le había hecho mucha ilusión que la AFA lo citara para los amistosos contra Panamá y Curazao, por lo que fue corriendo con Lisandro cuando recibió la noticia, feliz de poder cumplir su sueño de jugar con la selección mayor de la albiceleste.
Por eso ahora, no pudo evitar derrumbarse tras recibir esa noticia.
Todo lo que alguna vez había soñado escapaba de sus manos con tanta facilidad que lo desesperaba. No podía hacer nada y eso era lo que más le dolía.
Cuando cayó en la realidad, ya había marcado el contacto de Lisandro, sintiendo que solo él podía ser su pilar en esos momentos. Siempre lo era, siempre lograba calmarlo.
—Ale, hola —lo saludó el argentino con alegría al otro lado de la línea, aunque pronto escuchó los sollozos que no era capaz de controlar en esos momentos—. ¿Pasó algo? ¿Estás bien?
Tal vez el defensor ya sabía por qué estaba llorando, ya que habían estado esperando esa noticia desde el día de ayer, pero si lo sabía, no dijo nada.
—No v-voy a poder… No voy a poder jugar los amistosos —fue todo lo que le salió decir entre llantos, intentando inútilmente secar las lágrimas de sus mejillas, sin poder lograrlo porque seguía llorando.
Lisandro no le respondió por unos segundos y él solo pudo acurrucarse en la cama, intentando no mover demasiado su pierna lastimada porque seguía doliéndole a pesar de que tenía la bota preventiva que le habían puesto.
Probablemente mañana tendría que ir a la clínica de nuevo para que le pusieran un yeso.
—Garna —lo llamó, pero el rubio apenas podía coordinar sus palabras por el ataque de tristeza, rabia y ansiedad que estaba sufriendo en ese momento—. Ale, ¿estás en tu casa? —preguntó y el menor asintió inconscientemente, con un leve sonidito afirmativo que hizo con la garganta—. Voy a ir con vos, entonces, no me colgués —pidió.
Alejandro escuchó un leve silencio del otro lado, probablemente porque Lisandro había dejado su celular a un lado mientras se cambiaba.
—Te vas a poner mejor, ¿si? —volvió a escucharlo hablar y procuró concentrarse en su voz para calmarse.
No lo logró. No podía salir de ese bucle en el que no dejaba de lamentarse y llorar por lo ocurrido.
—Contame qué hiciste mientras esperabas al médico —le pidió y Alejandro se confundió un poco por su pedido.
—Estuve con mi hermano y f-fuimos a pasear por Mánchester —explicó, logrando al menos regular su respiración.
—¿Y te gustó estar con él? —agregó.
Por los sonidos que escuchaba de fondo, supuso que el mayor estaba en su auto.
—Si… Hace tiempo que no pasabamos el tiempo juntos.
Antes de que pudiera ser consciente de ello, había logrado dejar de llorar gracias a la distracción del defensor y agradeció mentalmente por su ayuda.
—Me alegro mucho —respondió el entrerriano con genuina felicidad—. ¿Ves que no todo es malo? —añadió, logrando que el menor sonriera ligeramente mientras terminaba de secarse las lágrimas.
Cómo iba a ser todo malo si tenía a Lisandro a su lado, pensó y pronto se avergonzó por su propio pensamiento.
Eso era algo que pensaba con regularidad, porque no sabía de dónde había salido el gualeyo, parecía un ángel caído del cielo. Era demasiado bueno para ser real, o al menos eso era lo que él pensaba.
—¿Te falta mucho? —Si tenía que ser sincero consigo mismo, ansiaba demasiado poder estar con el defensor.
Desde que se conocieron, ambos sintieron una conexión a la cual ninguno se opuso. Dejaron que las cosas fluyeran y terminaron en esa especie de relación.
Nunca hablaron sobre ser novios o algo por el estilo, no habían dado un paso más allá de caricias y besos esporádicos después de un partido. Tampoco era como si les molestara estar en esa situación, a los dos les gustaba la compañía del otro y compartían sus sentimientos a su manera.
—No, estoy a unas cuadras —respondió el mayor.
No pasó mucho tiempo más en el que se mantuvieron en silencio, pero al menos Lisandro se sintió más calmado por escuchar la respiración del chico del otro lado de la línea.
Cuando por fin llegó a la casa del menor, le avisó que iba a cortar la llamada, y Alejandro solo le respondió con un suave "bueno", poniéndose nervioso porque el mayor estuviera allí.
Una parte suya no quería que Lisandro lo viera en ese estado después de haber estado llorando, porque seguro su cara era un desastre, pero su otra parte le decía que eso no importaba una mierda mientras pudiera abrazarlo y refugiarse en él.
Dos golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos, sobresaltandose un poco por lo repentino que fue y dándose cuenta que había estado mirando la pantalla de su celular más tiempo de lo que creía.
—Pase.
La puerta se abrió, dejando ver primero la cabellera marrón con reflejos rubios del argentino nativo, quien lo miró con una sonrisa. Abrió la puerta lo suficiente como para poder entrar y después la cerró detrás suyo.
—Hola, mi amor —lo saludó con su típico tono dulce y Alejandro solo pudo avergonzarse por el apodo, mientras sus orejas se calentaban y se tornaba de un color rojizo.
Lisandro caminó hasta la cama donde el delantero estaba acostado con la espalda contra el respaldar y se sentó en el borde.
Lo primero que hizo fue llevar su mano derecha al rostro del menor, acariciando su mejilla y sintiendo lo húmedas que aún estaban por el reciente llanto.
—¿Estás mejor? —Licha acercó más su cuerpo al menor, sin quitar su mano de su rostro.
Alejandro solo le respondió con un leve asentimiento de cabeza para después abrazarlo con fuerza. El gualeyo sabía que no estaba del todo bien, así que solo dejó que lo abrazara, envolviendo sus brazos en el cuerpo ajeno mientras acariciaba su espalda y su cabeza.
—Vas a estar bien —mencionó cerca de su oído, dejando un pequeño beso sobre el área de su hombro que quedaba descubierta por la remera—. Scaloni sabe de lo que sos capaz así que vas a tener otras oportunidades para jugar —le prometió.
El menor solo asintió en silencio y dejó que el cálido abrazo y la adictiva colonia que usaba el mayor lo relajaran y calmaran.
—Y te aseguro que voy a estar yo rompiéndole las bolas para que te convoque de nuevo —soltó, provocándole una pequeña carcajada al chico en su hombro quien, a pesar de la diferencia de altura y que capaz era algo incómodo esa posición, igual quiso esconderse en el hueco que formaba su cuello y su hombro.
Alejandro no se quería separar de él, y Lisandro tampoco era como si quisiera alejarlo.
#historias de nyx#cortes de carne#licha martinez#lisandro martinez#alejandro garnacho#scaloneta#argentina
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Cortes de Carne - [ Licha Center ] #2
Libro de One Shots
Pareja: Licha x Cuti
Palabras: 2.2k
Género: Fluff
aromas
ღ Donde Lisandro tiene una peculiar forma de expresarle sus sentimientos a Cristian, a través de sahumerios. ღ

Sahumerio #1
Frutilla / Rosado
Color Frutilla
Apenas entró a la habitación que compartía con el otro central, fue directo a su cama, tirándose en esta sin importarle en lo más mínimo que aún no se hubiera bañado. Estaba cansado y triste, quería llorar y dormirse para no despertarse más. Se sentía culpable por ese partido, sabía que podría haber jugado mucho mejor y no habrían perdido.
Le extrañó un poco que Lisandro no estuviera ahí, porque recordaba haberlo visto salir de los vestuarios antes que el resto y ni siquiera volvió con ellos al hotel en el colectivo.
No sabía a dónde había ido o qué estaba haciendo. Tal vez haya ido con su familia, pensó y no tardó en sentirse mal por querer que estuviera ahí con él, abrazándolo y diciéndole cosas lindas como siempre hacía. Pero tampoco era como que pudiera hacer algo al respecto, Lisandro era un adulto y él también, tenía que encontrar sus propios métodos de consuelo.
Se levantó, sentándose en la cama con la idea de ir al balcón a fumar para desestresarse. Un aroma diferente, que no supo identificar bien—tal vez era frutilla o algo parecido—, llegó a sus fosas nasales y miró a su alrededor, topándose con un sahumerio de color rosado encendido sobre la mesita de noche, parado sobre una base de cerámica circular para que no se cayera, aunque casi estaba consumido completamente. Al lado de este, había una hoja blanca doblada en dos.
Tomó el papel y casi al instante pudo identificar la letra de su compañero de cuarto.
Me fui a comprar algunas cosas, por mientras te dejo este sahumerio para que te relajes y vuelvas a tener seguridad en vos mismo.
Cristian no pudo evitar sonreír suavemente por las ocurrencias que tenía Lisandro. Seguramente cuando llegara le iba a dar una lección oral del significado de los sahumerios y por qué tenía que siempre usarlos, mientras él se reía internamente—y no tan internamente, porque seguro se le escapaba una carcajada en su cara— de las creencias del mayor.
Él no era particularmente una persona creyente, simplemente creía que había algo "superior" a ellos que nadie podía explicar, pero no era seguidor de ninguna religión en sí. Tampoco creía en cosas espirituales. Pero no es como si pudiera oponerse al teñido hablándole de eso cada tanto, además de que le gustaba cómo se ponía cada vez que hablaba con emoción de esos temas.
Si se tenía que fumar una charla de una hora sobre qué era mejor usar para "eliminar las malas energías", lo haría sin problema porque la voz de Lisandro lo relajaba, aunque no entendiera la mitad de lo que decía.
Se acostó boca arriba en la cama, mirando al techo y decidiendo agarrar su celular de su bolsillo para entrar a google y buscar qué significaba un sahumerio de color rosado.
Permite sanar heridas, brinda estabilidad y energía.
Sonrió después de leer eso, sintiendo una sensación cálida invadiendo su pecho por lo tierno que era Lisandro con esas cosas y lo mucho que le gustaba.
Tal vez no solía decirle "me gustas", "te quiero" o incluso "te amo" con regularidad, pero Cristian sabía que el central expresaba sus sentimientos de esa manera. No lo había visto ser así con nadie más, capaz porque Lisandro se sentía cómodo con él y sabía que no lo iba a juzgar de mala forma. No sabía si le había dedicado esas palabras a alguien más, pero que no lo hiciera con él indicaba que había algo diferente entre ellos.
Muchas veces le surgía la necesidad de tocar el cuerpo del mayor, de acariciar su cintura, de contar los mechones de su cabello teñido. Muchas veces quería besarlo, su cuello, sus labios, sus mejillas o su frente. Daba un poco igual en qué lugar, solo quería hacerlo y mostrarle así que sus sentimientos no dichos también eran correspondidos.
Probablemente todo el plantel se había enterado de lo cercanos que eran, pero no podía importarle menos. Tal vez incluso Lisandro ya lo sabía, pero no se atrevía a decir nada.
Siguió leyendo el artículo que encontró sobre el significado de los colores de los sahumerios—aunque fuera una página que ni siquiera tenía el https en su dirección—.
Luego de unos minutos se levantó y fue directo al pequeño balcón que había en la pieza para poder fumar. Todo ese tema del tonto sahumerio lo había puesto de buen humor, así que simplemente ahora quería hacerlo porque le gustaba la sensación del humo quemándole la garganta.
Era una pelotudez, pero igual se puso feliz al pensar que Lisandro solo le regalaba a él esa parte suya que le resultaba tan importante.
Y él nunca lo rechazaría.

Sahumerio #2
Rojo
Color Amor
Para su sorpresa, cuando el otro central volvió a la habitación, lo primero que hizo fue ir directo al balcón donde estaba y abrazarlo por la cintura con sus brazos. El cordobés sonrió por el contacto físico y al girar su rostro hacia el entrerriano por encima de su hombro, le dio ternura verlo intentando apoyar su mentón en su hombro pero terminando en una posición incómoda por la diferencia de altura.
—¿Estás mejor? —mencionó correspondiéndole a su sonrisa con felicidad.
Cristian se volteó hacia el chico y procuró no quemarlo con el cigarrillo. Solo asintió con la cabeza y le dio una última calada al tabaco para después apagarlo aplastándolo contra el barandal de metal.
Ahora sin correr riesgo de herirlo, le correspondió el abrazo, pasando sus brazos por encima de los hombros del chico, pegándolo a su cuerpo y acunando su rostro en su pecho.
—Entonces sí funcionó —mencionó y el cordobés emitió un pequeño sonido de confusión con su garganta, frunciendo levemente el ceño—. El sahumerio, sí funcionó.
Cristian rodó sus ojos aunque Lisandro no estuviera viendo su cara, sin saber cómo decirle que no estaba así por un simple incienso. No le quería romper la ilusión, pero quería aclararle que estaba así por él, porque le gustaba que fuera de esa forma. Sin embargo, no tuvo la valentía para decir ninguna de las dos cosas.
—Supongo… —respondió no muy convencido—. ¿Qué fuiste a comprar?
Lisandro apoyó sus manos en la cintura del más alto y aplicó un poco de presión para indicarle que lo soltara. Cristian lo hizo y se quedaron cerca aunque ya no tuviera sus brazos en el cuerpo ajeno.
—Te vas a reír —dijo, mirándolo directamente a los ojos con una expresión en su rostro que decía "te mato si me decís algo".
—No lo voy a hacer, dale —insistió en saber y Lisandro pareció decidir contarle aunque no estuviera muy convencido.
Lo vio rebuscar entre sus bolsillos y después sacó una pulsera con varias pelotitas moradas.
—La amatista es el símbolo de protección contra las malas energías… —contó, mirando la expresión del menor para asegurarse de que no se fuera a burlar.
Pero Cristian estaba serio, mirándolo con las pupilas de los ojos ligeramente dilatadas. Su atención se desvió a la mano del gualeyo, quien tomó su muñeca para levantarla y poder ponerle la pulsera.
—Sé que te sentís mal porque hayamos perdido, así que quería regalarte esto. —Cristian sonrió con genuina felicidad, teniendo que contenerse para no terminar comiéndole la boca al chico por lo lindo que era.
Movió ligeramente su muñeca, mirando con detalle la pulsera mientras sentía su pulso acelerado por lo feliz que estaba con ese gesto.
—Bueno, también compré otros sahumerios —agregó y esta vez Cuti no pudo evitar reír suavemente, mostrando sus dientes y achicando ligeramente sus ojos.
Le daba curiosidad ver la colección completa de sahumerios que tenía.
Lisandro lo miró mal.
—Dijiste que no te ibas a reír —le recriminó, dándole un suave empujón aunque no lo movió demasiado por estar casi pegado al barandal del balcón.
—Perdón —se disculpó, pasando un brazo por detrás del cuello del otro central, pegándolo a su cuerpo y empezando a caminar hacia adentro de la pieza—. Mostrame lo que compraste —añadió, de alguna forma queriendo que el contrario le siguiera hablando sobre eso porque se veía lindo haciéndolo.
El entrerriano se quejó por la posición y cómo lo estaba agarrando, pero después solo rió cuando llegaron hasta la cama donde había dejado una bolsa blanca con sus compras.
Lisandro se sentó en el borde y Cristian lo imitó, mirándolo agarrar la bolsa para sacar la bolsita de papel donde habían varios sahumerios. Se sentía bastante nervioso pero emocionado porque el cordobés estuviera interesado en ese tema, no era algo que pasara con regularidad.
—Quería probar otros aromas y sabía que el de frutilla se iba a acabar cuando llegara —mencionó, sacando los palitos de diferentes colores y mostrándoselos después de ubicarlos uno al lado del otro en una hilera—. ¿Cuál querés que pongamos?
Cuti miró los sahumerios con atención, intentando recordar el significado de cada uno a medida que observaba cada color, hasta que su mirada se topó con uno rojo.
Se sintió nervioso porque no sabía si hacer eso o no, tal vez era un movimiento demasiado pronto para ambos. Tal vez era mejor quedarse como estaban.
Pero no podía, necesitaba de alguna forma mostrarle al otro central que también tenía sentimientos por él, no quería que pensara que era algo unilateral.
Llevó su mano hasta el conjunto de sahumerios y amagó a agarrar el de color rojo, pero Lisandro alejó sus manos para que no lo tomara.
—Ese no, es especial. —Cristian se relamió los labios porque no sabía cómo decirle que era consciente de lo especial que era y justamente por eso era que quería prenderlo.
Se miraron por unos segundos, bastante inversos en la mirada ajena. El cordobés rogó en sus adentros que el gualeyo entendiera lo que quería decirle sin palabras.
Lisandro se quedó quieto, expectante por sus movimientos. Algo en su mirada quería comunicarse con él.
Cuando Cristian pudo agarrar el sahumerio de color rojo, el mayor sintió que su respiración se detenía para después acelerarse al verlo agarrar su encendedor del bolsillo para prenderlo.
—¿Estuviste averiguando sobre los sahumerios? —Se animó a preguntar, pero tampoco fue como si hubiese obtenido una respuesta porque Cristian se estaba muriendo de los nervios.
Verlo así de nervioso cuando el menor nunca era de ponerse de esa forma, hizo que entendiera todo. Sintió que podía llorar de felicidad por lo sensible que se puso tras aquella revelación no dicha.
Al principio, Lisandro pensó que ni siquiera iba a darse cuenta de sus sentimientos. No era algo que acostumbrara a demostrar, o más bien, tenía su propia forma para mostrar sus sentimientos y no estaba del todo seguro de que alguien fuera a comprenderlo. Nunca se hubiera esperado que Cristian le correspondiera y mucho menos, que usara su mismo lenguaje para confesarse.
—Me siento halagado —mencionó, sintiendo su rostro calentarse por la vergüenza. En un tic nervioso terminó jugando con sus dedos después de guardar los aromatizantes de nuevo en la bolsa blanca.
Cristian solo prendió el sahumerio y sacó el que estaba terminando de consumirse. Se inclinó hace adelante para apoyar el incienso rojo en el agujero de la base de cerámica y apagó el otro para no quemar nada.
El entrerriano no pudo dejar de mirar lo que hacía el menor, con el pulso acelerado. Sabía que Cuti no era específicamente alguien que creyera en esas cosas espirituales, por eso que le hubiera aceptado el regalo y se interesara en buscar sobre ese tema, lo hizo muy feliz.
Cuando volvió a acomodarse en la cama, no hizo falta que ninguno dijera nada.
La mano de Cristian terminó en su mejilla mientras se miraban, acariciando su piel con tranquilidad, logrando incluso hacer que cualquier preocupación desapareciera de su cabeza.
—¿Malinterpreté algo? —dijo el corodobés, casi en un susurro, como si hablar fuerte fuese a romper el ambiente.
Licha solo pudo negar con la cabeza, recibiendo una sonrisa de respuesta que lo hizo sonreír de igual manera.
Tomando coraje, se movió hacia adelante, robándole un corto beso en sus labios, solo porque no se animaba a hacer nada más por la vergüenza y la timidez que le daba esa situación.
Cristian si relamió los labios y apoyó una de sus manos detrás suyo, teniendo un punto de equilibrio para inclinarse hacia él. Se sintió nervioso por el repentino acercamiento y su estómago se revolvió cuando el cordobés lo agarró del mentón.
—Si me vas a besar, hacelo bien —le "recriminó", sonriendo casi sobre sus labios antes de tomar la decisión de pegarlos a los suyos.
Lo sintió como si un millón de fuegos artificiales hubieran estallado en su estómago y no pudo estar más feliz por el tacto. La mano restante del cordobés terminó en su cintura, apretándola gentilmente mientras Lisandro dejaba qun hiciera lo que quisiera con él.
Si moría en ese momento, podía decir que murió feliz.
El sahumerio rojo comenzó a consumirse y ninguno de los dos pareció querer separarse de los labios del otro.
Ternura, amor y deseo, solo esos sentimientos los invadían a ambos. Ya ni siquiera importaba el partido contra Arabia Saudita, ni que habían perdido, ni que debían prepararse para el partido contra México.
Solo se mantuvieron viviendo ese momento, donde los dos se correspondían y entregaban su amor a su manera.
#historias de nyx#cortes de carne#lisandro martinez#licha martinez#cuti romero#cristian romero#scaloneta#argentina
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Cortes de Carne - [ Licha Center ] #1
Libro de One Shots
Pareja: Licha x Garnacho
Palabras: 1.8k
Género: Fluff
primera vez
ღ Donde Alejandro está por primera vez con la selección Argentina y tiene miedo de que no lo acepten por no haber nacido en el país. ღ

Lisandro estaba muy emocionado. Demasiado.
Estaban camino al aeropuerto para viajar hasta Argentina, llevaba una mochila colgada a su espalda; con una mano empujando su valija y con la otra sosteniendo su termo con su mate—que nadie le pregunte cómo hacía para agarrar ambas cosas sin que se les caiga porque él tampoco sabía, solo era un don que algunos poseían—. Detrás suyo caminaba siguiéndolo el chico que recientemente se había teñido el cabello de rubio.
Se acercaban los amistosos que jugarían en Argentina y estaban viajando unos días antes para acoplarse al lugar antes de jugar. Y de paso, por si alguno quería visitar a su familia o amigos.
Él, por su parte, estaba ansioso por poder llegar y mostrarle el lugar a Alejandro después de que le dijera que no había ido muchas veces a la provincia y que las veces que había ido no había podido "turistear". El chico apenas había visitado Argentina para cuando Scaloni y la AFA lo citaron para que vaya a conocer el predio y entrenara un poco. Además de eso, solo había ido a Córdoba para conocer a su familia materna, al ser la provincia donde se había criado su madre.
Dejaron las valijas en la cinta transportadora y se dirigieron directamente hasta el túnel y las escaleras que les permitirían subir al avión.
Después de dejar las valijas, se volteó apenas para poder abrazar al chico por el cuello, pasando su brazo por este ahora que se había desocupado. Alejandro parecía distraído, por lo que se asustó un poco por su movimiento y él solo pudo reír ligeramente porque le dio ternura.
—¿Nervioso? —preguntó y el delantero asintió.
Si tenía que ser sincero, nunca había estado más nervioso en su vida como lo estaba en ese momento. Tenía miedo y sentía esa presión de tener que jugar bien a toda costa.
Quería mucho jugar con la selección argentina, era consciente de que esos partidos eran amistosos y que para estar en la selección oficialmente tenía que hacer que lo volvieran a convocar para partidos oficiales.
No solo debía impresionar a la AFA, sino también a los hinchas argentinos y sentía que esa sería la parte más difícil para él. Había leído muchos comentarios al respecto, tal vez más de los que debería haber hecho porque ahora había perdido la confianza. Veía muchos comentarios de que no debería jugar con la Argentina porque no "transpiraba la camiseta" o comentarios similares por el hecho de que era español.
Junto a eso, jugar con figuras tan grandes como eran los campeones del mundo—que no por nada lo eran— lo intimidaba un poco. Ellos tenían un puesto asegurado, él no y sentía que luchar contra ellos era imposible.
Él no era nada comparado con ellos.
—No te hagas tanto la cabeza, todos son re buena gente y ya le caes bien a la mayoría —respondió el central, intentando levantar los ánimos del rubio al ver que no eran nervios buenos—. Además, ya todo el mundo te quiere porque sos mi protegido.
Alejandro sonrió por su comentario, ciertamente eran cercanos. Muy cercanos tal vez.
Muchas veces antes habían tenido "roces" que se basaban en Lisandro apoyando sus manos en sus muslos cuando estaban sentados o abrazándolo por la cintura cada vez que podía. Incluso se habían besado varias veces, aunque nada fuera de lugar. Lisandro siempre lo trataba con cariño y se aseguraba que nada le incomodara.
Gracias a compartir equipo en el United, se habían vuelto muy buenos amigos—o lo que fuera su relación, porque tampoco querían ponerle un nombre—, y Alejandro no sabía a quién agradecer por juntarlos, tal vez a Ten Hag, porque realmente amaba estar con él y todo lo que le hacía sentir.
Cuando subieron al avión, lo primero que hizo el defensor fue sacar la yerba de su mochila y pedirle a la azafata si le podía dar agua caliente, en lo que preparaba el mate.
Cuando la mujer le trajo el termo de nuevo con el agua, no tardó ni dos segundos en cebarle un mate, extendiéndoselo.
Sería un viaje largo pero para nada pesado o incómodo, porque Licha siempre aligeraba el ambiente sea donde sea que estuvieran.

Lo primero que hicieron cuando la selección se reunió de nuevo, fue saludarse entre todos, entre abrazos y risas por volver a verse después de tres meses.
En ese momento, Alejandro se sintió un poco excluído en la charla porque hablaban del mundial y él no sabía cómo incluirse en eso y tampoco quería sonar egocéntrico o algo similar.
Hasta que Emiliano habló.
—Bueno, Licha, ¿nos vas a presentar a tu novio? —soltó con una sonrisa burlona en su cara.
El resto en la mesa en la que estaban sentados picando algo de tarde, se voltearon hacia el nombrado y hacia el chico que estaba sentado a su lado, quien no había dejado de seguirlo a todos lados porque le daba pánico quedarse solo con alguien más.
—¿Qué novio, pelotudo? —respondió mirándolo mal. No sabía para qué mierda les había contado que le gustaba Alejandro si era obvio que lo iban a joder con eso—. Aparte ya lo conocen, para qué se los voy a presentar.
El rubio a su lado se puso colorado por las miradas y porque ese comentario iba dirigido hacia él. ¿Qué les había dicho Lisandro sobre ellos? Por dios, sentía que se iba a morir asfixiado e iba a terminar del mismo color que su camiseta del United.
Quería que la tierra se lo tragara.
—Uh, amigo, ¿estás bien? —cuestionó Paulo, quien estaba sentado del otro lado suyo al ver lo rojo que estaba el menor.
Lisandro, al escuchar la pregunta dirigida hacia Alejandro, se volteó hacia él después de dedicarle la peor mirada que tenía a Emiliano.
Inconscientemente llevó una mano a la pierna del chico, queriendo asegurarse de que no se iba a morir en ese momento y que estaba bien, además de ser un pequeño consuelo y disculpa por lo que estaba viviendo.
Paulo vio la mano de Licha por debajo de la mesa y solo se cagó de risa, volviendo a su tarea de comer algo porque se estaba muriendo de hambre.
—¿Cómo no va a ser tu novio si hasta me echaste de nuestra habitación para dormir con él? —le reclamó Cristian, llamando la atención de su mirada.
Lisandro también lo miró mal por haberlo expuesto de esa manera ante el resto de la selección.
—Pensé que éramos amigos, Cristian Gabriel Romero —se quejó, dramatizando, sin saber a dónde meterse porque si alguien más le hacía un comentario sobre ese tema, o se cagaba muriendo de la vergüenza o le revoleaba una piña a alguien. No había punto medio.
—Vos me traicionaste primero. —Ciertamente los dos estaban jodiendo, porque Cristian era un celoso de mierda y porque le gustaba joder al otro central.
Pero tal vez ese era un humor que Alejandro no entendía del todo, tal vez por la diferencia de cultura.
Al principio, las bromas que le hacían a los dos eran pasables, porque al menos sabía que no era el único que sufría a pesar de que no decía nada al respecto y solo se refugiaba en las palabras de Lisandro puteándolos. Pero cuando las bromas se dirigieron a él específicamente no supo cómo reaccionar.
Bromas por cómo hablaba, por las palabras que usaba o los gestos que hacía.
No creía que de verdad fueran a afectarle sus bromas porque sabía que solo eran eso, chistes. Pero aparentemente estaba en un momento más sensible de lo que era consciente y cuando llegó a la pieza que compartía con el número 6 del United, solo se largó a llorar.
Ya era de noche y la mayoría se había ido a dormir. Estaba solo en la pieza porque el defensor le había dicho que necesitaba tomar un vaso de chocolatada caliente antes de dormirse porque solo así podía hacerlo cuando se sentía nervioso. Hacían casi 40 grados pero a Lisandro no le importaba eso.
Alejandro se sintió tonto por no poder controlar sus emociones, pero al parecer era algo que se estaba guardando hace tiempo y no solo se debía a las bromas de los chicos de la selección, eso solo había sido la gota que rebalsó el vaso.
Para cuando el central volvió a la pieza, se encontró con el chico acurrucado a un lado de su cama, haciéndose una bonita mientras lo veía temblar ligeramente por el llanto.
—Ale —lo llamó con preocupación, dejando la taza en la mesa de noche para después arrodillarse a su lado, sin dudar en abrazarlo—. ¿Qué pasó, solcito? ¿Por qué llorás?
El número 49 del United solo pudo balbucear varios "perdón" mientras intentaba inútilmente limpiarse las lágrimas porque no las podía parar.
El menor no pudo hablar hasta minutos después que logró calmarse, aunque seguía avergonzado porque Lisandro lo hubiera encontrado en ese estado.
Las manos del defensor fueron hasta sus mejillas, limpiando con sus pulgares el resto de lágrimas que habían allí, mientras lo miraba con afecto y preocupación porque estuviera mal.
—¿Me querés contar qué te puso mal? —volvió a insistir, intentando consolar de alguna manera al menor.
—Solo… —se cortó a sí mismo, mordiéndose el labio para no volver a llorar—. Me dolieron los comentarios que hizo el resto —logró completar, con un poco de miedo por cómo se iba a tomar eso el contrario.
Pero Lisandro solo pudo hacer una mueca de incomodidad, sabiendo que tarde o temprano eso podía hacer.
—Mañana voy a hablar con ellos, ¿sí? —le aseguró, sin querer invalidar lo que estaba sintiendo—. Está bien que te sientas así, Ale. Son diferentes culturas y está bien si no te puedes acostumbrar tan rápido, tampoco tenés que aceptar algo que te hace sentir mal. —Las caricias en sus mejillas continuaron a pesar de que ya no habían lágrimas, simplemente como una caricia más de las que Lisandro solía hacerle.
El rubio solo atinó a asentir suavemente, sintiéndose mejor y más relajado gracias al mayor. Le gustaba mucho la gentileza con la que lo trataba y que lo comprendiera tan bien, sin intentar en ningún momento juzgarlo o hacerlo sentir mal.
Lisandro dudó un poco si hacer eso o no, pero terminó mandando todo a la mierda porque no se podía contener a esos ojitos llorosos que lo miraba y a sus labios abultados por el pequeño puchero que hacía cuando estaba triste.
Sus labios se conectaron en un sutil beso, apenas un roce de labios que hizo que ambos cerraran sus ojos y disfrutaran de la cercanía ajena, sin importar nada más de lo que pasaba y solo concentrándose en el presente. En su presente.
Al otro día, Lisandro se encargó de levantar a almohadazos a cada uno de los que se habían burlado de Alejandro.
Y los amenazó, no sólo a ellos sino al resto también, de dejarlos con un dolor de cadera que lo recordarían por semanas después de la patada en la tibia que les iba a dar durante los entrenamientos por haberse metido con su novio.
#historias de nyx#cortes de carne#lisandro martinez#licha martinez#alejandro garnacho#scaloneta#argentina#garnalicha
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Opuestos Iguales - [ CutiLicha ]
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Palabras: 4.3k
Género: Hurt/Confort
ღ Una persona que puede curar y otra que quiere morirse. Tal vez no es la mejor combinación pero inevitablemente los opuestos se atraen. ღ

Las luces azules y rojas adornaban la oscura calle que recorría con rapidez, intentando ocultarse de cualquier persona y, principalmente, de esos policías que estaban patrullando la zona buscándolo.
Lisandro se acomodó la capucha del buzo negro que llevaba puesto y se metió en un pequeño callejón entre dos casas. Debido a la cercanía con las paredes en el reducido espacio, podía observar el leve destello verde que producían sus ojos cuando usaba sus poderes, recordándole la herida que tenía en su cuerpo casi como algo automático.
La policía había encontrado su paradero de alguna forma y tuvo que huir de ahí lo más rápido que pudo, pero no se salvó de recibir un disparo en su estómago. Y ahora, su cuerpo simplemente estaba usando su energía para curar la herida.
En esas épocas, era común ver a policías merodeando la ciudad, buscando a personas como él para exterminarlas. La mayoría no estaba de acuerdo con su presencia en la sociedad, porque eran una “amenaza”, aunque la mayoría solamente hiciera su vida sin lastimar a nadie. No sabía cuántas personas como él quedaban en la ciudad, porque día a día salía noticia tras noticia de que habían matado a otro brujo o a otra bruja.
Era tan común ver ese tipo de noticias, con tanto desprecio y odio hacia ellos como si solo fueran un animal que encontraron muerto en la esquina. Lisandro nunca entendió por qué los trataban así, como si no fueran seres humanos también.
Por ello, los brujos que existían en la zona eran contados con los dedos de la mano, había refugiado a muchos en donde se hospedaba, personas que incluso nunca más volvió a ver a excepción de la portada de un reportaje. Le dolía mucho toda esa situación y temía por su vida, no quería ser el próximo en morir y que a nadie le importara siquiera.
Se hizo una bolita en medio de la oscuridad, apoyándose contra la pared y cerrando sus ojos para no delatar su posición hasta que la policía estuviera lo suficientemente lejos como para salir de su escondite. Se sorprendió un poco por la ausencia de dolor en su abdomen al doblarse, sin poder creer que su cuerpo tuviera esa capacidad de curarse tan rápido, aunque sabía que después le iba pasar factura. Su ropa—principalmente la remera que tenía debajo del buzo— estaba empapada de sangre y podía sentir la humedad, pero solo eso.
Existían distintos brujos con diferentes aptitudes, pero él había desarrollado la de curación, no solo la propia sino la de otros también. Sin embargo, aún era novato en eso y solo era capaz de transferir su energía a otros objetos para que estos curaran a esas personas. Había aprendido a hacer diferentes infusiones e incluso cremas que podía aplicar en una herida para curarla. Tal vez su magia no era tan poderosa, pero al menos podía salvar a una persona.
Escuchó la sirena de la policía pasar por la calle y se quedó quieto hasta que se oyó lejos. Abrió los ojos y se volvió a incorporar, usando la pared como soporte para no tambalear.
Allí se dio cuenta que había una puerta que ni siquiera había visualizado por lo oscuro que estaba todo.
Queriendo probar suerte agarró el picaporte y lo bajó. Para su sorpresa, la puerta se abrió y desconfió en si entrar o no. ¿Quién en su sano juicio dejaba la puerta de "atrás" abierta cuando cualquiera podía entrar?
Bueno, en esos momentos no se lo pensó demasiado porque necesitaba un lugar donde quedarse, al menos por esa noche hasta que pensara qué haría con su vida a partir de esa situación.
La casa estaba fría y había cierta pesadez en el aire, como si no la ventilaran hace tiempo. Supuso que estaba vacía, pero a medida que entró vio que parecía una casa normal. Había varios cubiertos y un plato en el lavamanos de la cocina y un par de prendas sobre una silla.
El lugar se veía bastante descuidado a pesar de que era un lugar chico y fácilmente se podría limpiar. Quien sea que viviera o hubiera vivido ahí era muy desordenado y descuidado.
Vio un pequeño papelito sobre la mesa del comedor no a mucha distancia de la cocina y se acercó hasta este, curioso de ver qué era.
La sangre se le heló y la piel se le erizó cuando desdobló el papel y empezó a leer lo que estaba escrito ahí con una letra un poco ilegible.
Hola, ma, probablemente cuando te enteres de esto va a ser por las noticias así que perdón por no poder decírtelo de frente.
No me mataron, yo lo hice.
No quiero que se sientan mal por mí, solo quiero que sepan que los quiero mucho y que nunca voy a olvidar todo lo que hicieron por mí. Lamento no poder ser el hijo que siempre quisieron, pero lo intenté y quiero que lo sepan.
No me maté porque no aprecie la vida, me maté porque no quiero vivir en esta sociedad.
¿El dueño de esa casa se había suicidado? Eso explicaba muchas cosas. No era alguien desordenado, era alguien deprimido.
O es.
El pensamiento de que normalmente la gente se suicida de noche pasó por su mente y eso lo alertó, tal vez aún estaba su cuerpo allí. Tal vez todavía no estaba muerto y podía ayudarlo.
Dejó la nota de donde la sacó y se aproximó a paso rápido hasta el pasillo donde habían dos puertas enfrentadas. Abrió la de la izquierda y observó hacia dentro, notando lo que parecía ser la habitación de quien rentara ese piso.
Estaba vacía y relativamente limpia, podía ver varios trofeos sobre un escritorio que, a juzgar por su forma con una pelota con caras hexagonales u otros con forma de copa, era un trofeo de fútbol.
Al no ver a nadie allí, se dirigió a la puerta restante que asumió que se trataba del baño.
Apenas bajó el picaporte y empujó la puerta, el fuerte olor a sangre invadió sus fosas nasales. Era sangre fresca, como la que él tenía en su ropa. La escena que vio frente suyo lo dejó paralizado, sin ser capaz de procesar lo que estaba pasando porque nunca había visto algo similar.
Un chico que aparentaba ser de su edad se encontraba en el piso, con la espalda apoyada contra el borde exterior de la bañera. Su cabeza estaba ladeada hacia un costado con los ojos cerrados y una expresión de pesadumbre, las ojeras adornando su rostro y sus labios secos. Por el suelo se esparcía el espeso líquido de color rojo oscuro, proveniente del corte profundo que tenía en una de sus muñecas.
Solo atinó a sacarse el buzo y acercarse a él, enrollando la manga de la prenda alrededor de la herida con la esperanza de poder cortar la hemorragia. No tenía ni la menor idea de cómo sobrellevar esa situación, ¿estaba bien siquiera que intentara salvarlo? ¿No estaba faltándole el respeto a su decisión?
No sabía las respuestas a esas preguntas, pero su corazón era frágil y no podía simplemente dejarlo morir.
Dos de sus dedos terminaron en el cuello del chico, entre su mandíbula y el músculo esternocleidomastoideo, tomándole el pulso. Sintió esperanzas cuando sintió la palpitación, lento pero ahí presente.
Como pudo lo cargó, pasando un brazo ajeno por detrás de su cuello y su propia mano por su espalda hasta poder agarrarlo de la cintura. A paso lento lo llevó hasta la pieza y lo dejó sobre la cama, después tendría que limpiar el desastre que era por la sangre del chico.
Lo dejó allí acostado y corrió hasta la cocina, empezando a abrir cada puerta y cajón que encontrara, en busca de cualquier cosa que le permitiera crear algo para curarlo.
Encontró ajo, miel y limón, eso y sus poderes eran suficientes para preparar una crema, así que buscó un recipiente donde pudiera hacer la mezcla. Molió el ajo y le agregó miel, colocando además un chorrito de limón y lo que haría la magia—literalmente—, unas gotas de su sangre, después de cortarse ligeramente la punta de su dedo. Mezcló todo con un tenedor hasta que quedó una pasta espesa.
Cuando volvió con el chico nada había cambiado y se decepcionó por eso, una parte suya deseaba que al menos abriera los ojos.
Se animó a quitar su buzo de la muñeca ajena, notando que ya no brotaba sangre de la herida pero seguía abierta y tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar de la impresión que le daba eso. Untó la pasta allí y rogó que hiciera efecto pronto porque de verdad que no quería que se muriera, a pesar de que era un completo desconocido.

Después de asegurarse de que estuviera vivo, decidió ir al baño para atender su propia herida, probablemente su cuerpo ya había dejado de intentar curarlo porque ahora se sentía cansado y el dolor punzante se había hecho presente en la herida.
A pesar de eso, no pudo mantenerse en esa habitación con un charco de sangre al lado suyo. Se había metido en la casa de un desconocido, lo mínimo que podía hacer es ayudarlo a limpiar, ¿no?
Después de un rato intentando deshacerse de la mancha roja del piso, se paró enfrente del espejo del baño, mirando su ropa llena de sangre. Cuando levantó la remera pudo ver la herida que tenía en el abdomen y, al darse vuelta para ver cómo estaba su espalda, agradeció que el pequeño agujero se viese del otro lado, en señal de que la bala había salido de su cuerpo.
Escuchó ruidos y antes de que pudiera darse cuenta siquiera, escuchó una voz grave y ronca.
—¿Quién carajo sos y qué hacés en mi casa? —Cuando volteó hacia la puerta, se encontró con el chico apuntándole con un cuchillo.
Su voz sonaba débil y podía ver cómo intentaba mantenerse de pie a duras penas. Licha se preocupó porque estuviera así porque significaba que solo su herida había cicatrizado pero seguía débil por la cantidad de sangre que había pedido.
—Ehhh… —se calló cuando lo vio adentrarse al baño, teniendo que retroceder porque le daba miedo que le hiciera daño—. Perdón, necesitaba un lugar donde quedarme y la puerta del costado estaba abierta —explicó, sintiendo que sus pies chocaban contra la bañera después de haber retrocedido.
Ahora estaba encerrado.
Sabía que tal vez ese chico no era una amenaza particularmente por el estado en el que estaba, pero de todas formas seguía teniendo un cuchillo y no sabía de lo que era capaz. Se encogió en el lugar.
La mirada de Crisitian lo analizó completamente, viendo la sangre en su ropa y cómo tenía algunos rasguños en sus brazos, no se veía como alguien de muchos recursos.
—¿Qué te pasó ahí? —cuestionó mientras señalaba la mancha en su remera con el cuchillo.
Lisandro no entendió a qué se debía su repentino interés, pero no dijo nada al respecto.
—Me disparó la yuta —respondió no tan seguro de si debía decirle eso porque perfectamente podría avisar que estaba ahí y entregarlo.
—¿Qué sos, un chorro?
—No, peor… —murmuró aunque no estaba del todo seguro de sí ser un brujo era realmente peor que ser un ladrón porque al menos él, nunca le había hecho daño a nadie.
—¿Un asesino? —preguntó con confusión y disgusto en su expresión facial.
—Un brujo —aclaró, observando la reacción del chico, pero este solo se quedó con el ceño fruncido.
Vio la mirada perdida del chico y el sonido metálico del cuchillo chocando contra el piso fue lo único que escuchó, viendo al contrario perder el equilibrio.
Sin dudarlo un segundo, se acercó a él para sostenerlo antes de que se desmayara y cayera al suelo. Pasó sus manos por su cintura y el chico apoyó la cabeza en su hombro casi desvanecido, sintiendo que sus piernas no le respondían y todo a su alrededor se movía.
El aroma de la sangre no tardó en llegar a sus fosas nasales de nuevo y sintió que era algo que iba a mantenerse allí por un rato hasta que el chico se bañara al menos.
Con gentileza agarró la muñeca lastimada, sintiendo al otro removerse con incomodidad, queriendo alejarse de él pero sin poder hacerlo por la falta de fuerza. No quería que un desconocido lo cuidara y mucho menos después de que había impedido que hiciera lo que más ansiaba en esos momentos. Se sentía vulnerable y las ganas de llorar lo invadieron.
No quería recordar lo que había pasado y por qué había decidido lo que decidió. No quería volver a estar cerca de una persona así cuando la principal razón para querer matarse era alguien como él.
Lisandro miró las cicatrices de la herida y se sintió más aliviado al ver que habían cicatrizado, ahora necesitaba preparar algo para que ese chico tomara y recuperara la energía.
—Necesitas descansar… —murmuró, con temor a aturdirlo debido a la cercanía.
Estuvo a punto de ayudarlo de nuevo a ir hasta la habitación del chico, pero este se lo impidió, aferrándose a su ropa con las pocas fuerzas que tenía.
La humedad comenzó a filtrarse por su remera y supo que estaba llorando, aunque no emitía ningún sonido. Sintió pena y de cierta forma se vio reflejado en él. Lisandro sabía lo feo que podía llegar a ser estar solo y tener que afrontar la vida sin nadie que te ayudara o escuchara cuando estabas mal.
Por eso simplemente dejó que se desahogara, llevando una mano hasta su cabellera para acariciarla con suavidad, permitiéndole soltar todo eso que se había estado guardando por quién sabe cuánto tiempo.
—Yo tampoco quiero vivir en esta sociedad… —susurró cerca suyo, de cierta forma queriendo mostrarle que no era el único que se sentía así, pero a la vez, que no era tan malo vivir.
Muchas veces había estado en la misma posición que él, muchas veces había querido rendirse y dejar que la policía simplemente lo matase. Pero no podía, había algo dentro suyo que le decía que tenía que seguir luchando porque era su vida y nadie podía decidir cuándo moriría.
Con cuidado, volvió a tomarlo del cuerpo para llevarlo hasta su habitación y dejarlo en la cama. El chico no estaba dormido ni se había desmayado, solo estaba débil y no podía entender del todo lo que pasaba a su alrededor. Era mejor si se quedaba quieto y no gastaba más energía de la que tenía.
Lisandro lo dejó ahí y se fue a la cocina de nuevo, con la esperanza de que no volviera a levantarse en lo que él preparaba alguna infusión y de paso aprovechaba para limpiar los restos de cubiertos y platos que habían en el lavamanos.
No tardó demasiado e intentó hacer lo que pudo con lo que tenía en la casa ese chico del cual todavía ni siquiera sabía su nombre.
—Tomá —le ofreció, extendiendo la taza hacia el de piel morena, quien lo miró por unos segundos y después hizo una mueca.
—¿Qué te hace pensar que voy a tomar algo que preparó un desconocido? —Sus palabras sonaban arrastradas, como si estuviera borracho, pero por suerte Licha logró entenderle.
—No es nada malo, es para que recuperes energía —le aseguró, llevando la taza hasta sus labios para tomar un sorbo—. ¿Ves? No es tóxico.
Cristian miró al brujo con desconfianza cuando se acercó a él con la taza.
Genuinamente creía que ese chico no entendía que se quería morir, porque seguía haciendo todo lo posible para que ocurriera lo contrario. La cabeza le daba vueltas y sentía la herida que se había hecho en la muñeca pulsando, doliéndole a pesar de que la cicatriz ya estaba cerrada. Cristian se preguntó qué le había puesto para que se curara tan rápido.
No sabía demasiado sobre el tema de los brujos, solo había estado cerca de uno y había terminado de la peor manera que existía. Aún con eso, tampoco sabía qué podían hacer y qué no, más allá de las cosas que decía la prensa que tampoco es como si les creyera algo.
Todos los días se encontraba con él y entrenaban juntos en el gimnasio. Era una persona normal, nunca se habría imaginado que fuera un brujo porque no lo aparentaba—aunque tampoco sabía cómo aparentaban los brujos—. Se había vuelto alguien cercano a él, su mejor amigo si lo podía definir así, por eso cuando dejó de ir a entrenar con él, dejó de ir al club y vio esa noticia en el diario, su mundo se cayó por completo.
Nunca lloró tanto en toda su vida, le había rogado al entrenador que hablara con alguien para que hicieran justicia por la muerte de Nahuel, pero a nadie parecía importarle siquiera. No entendió por qué todos parecieron cambiar su forma de ser después de enterarse que era un brujo. Nahuel era muy querido, todos lo adoraban y tenían razones para hacerlo porque era una persona con una personalidad muy linda. ¿Por qué todos le dieron la espalda de un día a otro? ¿Por qué a todos de repente les dejó de importar su vida?
Ya habían pasado tres semanas de eso y en poco tiempo se cumpliría un mes. No había podido volver a jugar, no había podido volver al club. Tampoco quería. No se sentía bien haciéndolo si no estaba con Nahuel.
Tres semanas en las que se sumió en esa oscuridad que le impidió ver cualquier otra cosa más que el recuerdo del rostro desfigurado del brujo después de que la policía lo matara a golpes. Nunca entendió por qué tanta crueldad, ¿por qué no pegarle un tiro y ya? ¿Por qué hacerlo sufrir de esa manera?
No entendía todos esos sentimientos horribles y tampoco quería hacerlo. Se negaba a aceptar convivir con ello.
Y ahora encontrarse nuevamente con alguien así lo había desequilibrado. No quería volver a sufrir, solo quería que lo dejara morir de una vez.
Antes de que pudiera hacer algo, sintió el líquido tibio bajando por su garganta. Era dulce pero también tenía un ligero sabor agrio, como si estuviera tomando una limonada. No pasaron muchos minutos hasta que sintió que ahora al menos tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos.
Se acomodó un poco en la cama para que su espalda esté derecha contra las almohadas que había acomodado el brujo para que pudiera tomar ese té—o lo que sea que fuera— sin derramar nada.
—Entonces… ¿preparás pociones? —soltó, sin tener ánimos como para levantarse. Además de que parecía que ese chico a toda costa quería que se quedara quieto.
Lisandro rió y algo dentro de Cristian se removió al escucharlo. Tenía una risa muy linda.
—Algo así… Yo las llamo pócimas —respondió, llevando su mano hasta la mesita de noche donde había dejado el envase con la pasta—. Y esto es como una crema. Por el momento solo sé estas dos formas de curar a otras personas, pero me gustaría aprender más.
Cristian se quedó en silencio escuchándolo hablar y pronto lo vio salir de la pieza, volviendo después con una mochila en sus manos que probablemente había dejado en algún momento en algún lado porque recién en ese momento se enteraba que la tenía.
Sacó un librito rojo y volvió a su lado después de dejar la mochila a un costado de la cama. Cristian le hizo un pequeño espacio para que se sentara a su lado en la cama. Lisandro se sentó como indio con la espalda apoyada en el cabezal de la cama.
No sabía por qué pero la voz de ese chico lo relajaba. Algo dentro suyo le exigía seguir escuchándolo.
—Este es mi libro de recetas. Acá voy anotando todas las cosas que voy probando y veo que funcionan, porque dependiendo de qué tipo de herida sea, es la pócima que puedo usar —contó con emoción.
El chico acostado en la cama no pudo evitar sonreír suavemente por lo tierno que se veía con los ojos brillantes hablando sobre ese tema que parecía apasionarle tanto.
Se vio reflejado en él y recordó las veces que Nahuel se quedaba mirándolo con una sonrisa mientras le hablaba de cómo había sido el partido y lo mucho que le gustaba ser defensor central.
Su sonrisa fue desapareciendo de a poco y sintió una punzada en el pecho. Sabía que no era un dolor que pudiera curar con un remedio o una pócima, pero quiso pensar que había una solución para su problema.
—¿Tenés algo para el corazón? —soltó con un tono que tal vez le hubiera gustado que fuera más sutil. Al final ese chico no tenía la culpa de nada de lo que había pasado, solo de haberlo salvado, pero tampoco se merecía que lo tratara mal.
—Mhm… —Hizo una pausa, revisando su libro aunque un poco confundido por el repentino pedido del chico—. ¿Qué tipo de problema? Tengo uno para ayudar a la circulación de la sang-
—No, ese tipo de problemas no —lo cortó, con cierta ternura por cómo actuaba el chico.
¿Todos los brujos eran iguales de tierno o qué? Dios, tenía que dejar de compararlo con Nahuel, porque eso solo lo dañaba más.
—Oh…
Lisandro se quedó callado, mirando al chico desde su posición, quien tenía la cabeza en su dirección.
Aún no había sido capaz de encontrar una forma de hacer ese tipo de pócimas, porque tampoco sabía si había una forma de curar un problema así. Con lo físico era fácil porque funcionaba como un remedio, pero cuando se trataba de los sentimientos de una persona, todo se complicaba mucho más. No podía simplemente alterarlos con magia porque iba en contra de sus principios.
El chico dejó de mirarlo al solo obtener silencio, volviendo su mirada hacia el frente. Tal vez no entendía cómo funcionaba la magia y se había decepcionado por eso. Solo quería dejar de sentir esa opresión en su pecho cada vez que respiraba o hacía cualquier cosa. Era doloroso recordar todo el tiempo a su mejor amigo.
Licha se relamió los labios al notarlos secos y se sintió nervioso por el repentino pensamiento que se cruzó por su mente. Era muy absurdo que hiciera eso con un completo desconocido, pero algo dentro suyo lo llamaba a hacerlo porque, conscientemente o no de eso, era un problema que él también tenía.
Ese mismo algo que lo había motivado a decirle que era un brujo y contarle sobre lo que hacía simplemente porque le inspiraba confianza.
Decidiendo dejar la cobardía de lado, levantó su mano hacia el mentón ajeno, girando con suavidad su rostro nuevamente hacia él. Sus miradas se conectaron por unos segundos hasta que Lisandro se inclinó un poco, conectando sus labios en un leve roce.
Sintió su estómago revolverse en una linda sensación y solo se quedó ahí, disfrutando de ese contacto que no recordaba cuándo fue la última vez que sintió algo similar.
—Solo conozco esa manera… —murmuró, segundos después de haberse separado y vuelto a su posición inicial. No se sentía capaz de mirarlo nuevamente por la vergüenza que lo invadió—. La magia es compleja como para usarla con los sentimientos —aclaró.
Cristian se quedó quieto, procesando lo que acababa de pasar y por qué un desconocido lo había besado.
Sintió sus labios hormiguear e inconscientemente quiso volver a sentir esa sensación, ver a qué sabían los labios del chico porque no le dio tiempo a procesar nada. Sentía su pulso acelerado y no podía pensar con claridad si eso estaba bien o no porque era una persona que no conocía, era un brujo.
Y el temor de volver a pasar por lo mismo invadía su cuerpo, aunque su cuerpo le exigiera volver a sentir ese contacto por lo lindo que se había sentido.
—Ni siquiera sé tu nombre y ya me besaste —intentó bromear, sin tampoco poder mirarlo directamente.
—Lisandro —respondió con rapidez, tal vez por la adrenalina que sentía después de su acción—. Me llamo Lisandro.
Cristian se animó a acomodarse en la cama para que su espalda y sus piernas formaran un ángulo de noventa grados, o al menos lo más similar a eso. Giró su cuerpo ligeramente hacia el chico y su mano llegó hasta la mejilla ajena, empujando su rostro hacia él para luego deslizarla hasta la nuca ajena, atrayéndolo hacia él.
Sus labios se conectaron por segunda vez y esta vez duró más tiempo.
Lisandro cerró los ojos ante el contacto y se dejó hacer, derritiéndose por lo bien que se sentía la mano del contrario contra su nuca junto a la gentil caricia que le daba en la zona.
Sintió que todas sus preocupaciones desaparecían y por un momento se olvidó de que la policía lo estaba buscando. Se olvidó que querían matarlo y se olvidó que era un brujo.
Simplemente se sintió como alguien más en esa sociedad, disfrutando de lo que haría cualquier persona normal.
Los labios de ambos se movieron con sutileza, pudiendo explorar lo que se sentía ser amado aunque sea por una milésima de segundos.
Los ojos del chico fueron quienes lo recibieron cuando se separaron y Lisandro no supo qué decir o hacer, todavía procesando lo que estaba ocurriendo.
—Yo me llamo Cristian —mencionó con una sonrisa que terminó contagiándole al brujo.
Tal vez los dos eran lo opuesto, tal vez ni siquiera deberían estar juntos y mucho menos de esa forma. Pero en esos momentos no importaba.
No importaba que Cristian se quisiera morir o que Lisandro lo quisiera salvar, no importaba nada de eso porque habían encontrado un pequeño refugio para no dañarse con todos esos malos sentimientos que los atormentaban.
Y solo tal vez, Cristian ya no tenía tantas ganas de morirse.
#historias de nyx#lisandro martinez#licha martinez#cuti romero#cristian romero#argentina#scaloneta#cutilicha
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Cuidados - [ GarnaLicha ]
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Palabras: 13.5k
Género: Fluff, Smut
ღ Donde Lisandro descubre que Alejandro no ha tenido experiencia sexual y quiere cambiar eso.
O también, donde Alejandro se mete en la relación con su novia y hace que Lisandro se cuestione si solo siente atracción sexual hacia él. ღ

No pudo evitar que sus manos se movieran por el cuerpo del rubio mientras sentía el agua tibia caer sobre la piel de ambos. Acarició su cintura y la apretó con fuerza, escuchando al chico de seis años más chico que él gemir ahogadamente contra sus labios. Probablemente sus dedos quedarían marcados en la blanquecina piel del medio español.
El partido contra el Barcelona ya había terminado y se suponía que debían estar aseándose para regresar cada uno al edificio donde vivían. Pero ahí estaban. La adrenalina por haberle ganado a un equipo de tal calibre con los dos en la cancha aún seguía en su sangre y ambos sabían cómo iba a terminar eso.
Probablemente iba a ser rápido pero igual de placentero.
Todo había empezado cuando el chico con doble nacionalidad había llegado al entrenamiento el día anterior con el pelo rubio, recibiendo comentarios y bromas de parte de sus compañeros. Pero la reacción de Lisandro fue diferente, sus fantasías se intensificaron por su culpa y esa noche terminó acostándose más tarde de lo normal solo porque no había podido dejar de pensar en lo bien que le quedaba ese tinte. De cierta forma lo hacía ver más niño e inocente, y eso le movía todo el interior al defensa.
Probablemente seguiría sufriendo por un largo tiempo hasta que el menor decidiera teñirse de nuevo.
En algún punto de su carrera, en una cena con el resto del plantel y gracias a algún juego boludo de preguntas y respuestas, Lisandro se enteró que el chico nunca había tenido una experiencia sexual en su vida, ni siquiera con una chica.
Allí nació su necesidad de mostrarle la gran experiencia que era coger con otro hombre. Coger con una chica podía ser emocionante y placentero, pero jamás se iba a comparar con estar con un hombre, indiferentemente de cuál posición tuvieras. O eso al menos era lo que pensaba el defensor en base a haber experimentado básicamente todo. De todas formas, si alguien le preguntaba por eso, él no daría detalles, pero todo se debía a cierto cordobés que conocía hace años.
La primera vez que lo hicieron fue no mucho tiempo después de esa cena, luego de terminar uno de los entrenamientos. Al principio Alejandro tuvo miedo y evitó por días al entrerriano después de que le hiciera esa propuesta. Definitivamente no había sido algo que se esperara que saliera de la boca del defensor.
Se podría decir que estaba en "algo" con una chica, por lo que perfectamente le podría haber dicho que no y experimentar su primera vez con ella. Pero la curiosidad le carcomía la cabeza. ¿Cómo se sentirían los dedos largos del mayor tocándolo, o incluso penetrándolo? ¿Sería lo mismo que cuando él se masturbaba?
Todas esas preguntas rondaron por su cabeza hasta que fue capaz de enfrentar al chico con reflejos rubios para decirle que sí.
Lo que pasó después solo fue un efecto dominó. Él se volvió adicto a sentirlo dentro suyo y el mayor amaba experimentar con su cuerpo primerizo que parecía reaccionar a cualquier cosa que hiciera.
El pecho del número 49 terminó pegado a la pared, sintiendo el frío del cerámico hacer contacto con su piel que parecía arder donde sea que Lisandro lo tocara. Sintió la presencia del defensor detrás suyo hasta que se animó a pegar sus cuerpos desnudos.
El sonido del resto de sus compañeros conversando a través de las paredes divisorias con solo una abertura en la parte de arriba que unía los cubículos era lo único que podía cubrir los sonidos que estaban haciendo. Algunos estaban cantando, pero se escuchaba lejano para Alejandro, siendo más consciente de los jadeos que soltaba cada vez que recibía un mínimo contacto de parte del mayor.
Los labios ajenos tocaron su cuello, dejando pequeños besos que normalmente Lisandro dejaba después de hacerlo gritar de placer y se confundió por la acción.
Hasta que lo sintió.
Las dos manos del contrario abrieron sus glúteos y no tardó en sentir el duro miembro del número 6 del United entrar en él y abrirlo sin ningún tipo de preparación previa más que el agua de la ducha descendiendo entre sus piernas.
Se vio obligado a tapar su boca antes de gritar y que todos se enteraran lo que estaban haciendo mientras se bañaban, incluso mordió su piel, lloriqueando lo más despacio que podía.
Solo habían tenido tres encuentros en lo que llevaba toda esa extraña relación que formaron entre los dos. La primera vez Lisandro lo trató mucho más gentil que el resto de veces, porque sabía que nunca había sido tocado por nadie y no quería lastimarlo. La segunda vez, en cambio, fue diferente porque el defensa dejó salir su verdadera personalidad que consistía en hacerlo sufrir y retorcerse de placer, negándole el orgasmo mientras se lo cogía solamente para que tuviera uno de los orgasmos más fuertes y placenteros que alguna vez probablemente iba a tener. La tercera vez fue más tranquilo, no hubo cogida como tal, sólo se trató de la lengua y los dedos del mayor entrando y saliendo de su entrada y lamiendo su miembro hasta que no pudo contenerse más.
Lisandro estaba empecinado con mostrarle las diferentes formas de placer que existían y que, no siempre, se trataba del sexo convencional de meter y sacar la pija.
Después del movimiento del entrerriano, Alejandro sintió un fuerte ardor dentro suyo y las lágrimas amenazaban con derramarse por sus ojos. Dolía, pero era cien veces más el placer que le hacía sentir el mayor. Tal vez se estaba acostumbrando demasiado a ese trato brusco, pero no podía evitarlo porque le encantaba.
Y sabía que no iba a obtener eso con una chica.
Ninguna chica iba a ser capaz de darle placer a veces incluso solo con sus dedos. Y no necesitaba pruebas para ello porque ya lo había comprobado cuando intentó tener relaciones con Eva. No había sentido ni una quinta parte de lo que lo había hecho sentir Lisandro, llegando hasta el punto de ver puntos blancos cuando cerraba sus ojos solo por tener las falanges del defensor tocando su próstata.
Definitivamente no era para nada igual.
Lisandro se quedó quieto dentro suyo, llevando una mano hasta el miembro del menor para aligerar el dolor que supuso que estaba sintiendo, pero solo terminó con la mano de este intentando apartarlo porque el placer era demasiado para él. Necesitaba primero acostumbrarse a la sensación del argentino partiéndolo básicamente en dos.
Poco a poco las voces de sus compañeros fueron desapareciendo y solo un par de duchas seguían abiertas además de la suya. Habían pasado unos minutos pero pareció ser suficiente para el menor porque en cuanto el defensor movió su cadera, el chico no lo apartó y solo se concentró en callar los sonidos que parecían tan difícil de ahogar. Y más lo era a medida que pasaba el tiempo y los vestuarios se quedaban más callados.
Un golpe en la puerta de la ducha los sobresaltó a los dos y Lisandro se quedó quieto dentro suyo. Las puertas de las duchas tenían un vidrio esmerilado que solo dejaba ver manchones de lo que había detrás, pero prefirió quedarse en su lugar para no levantar sospechas. Por un momento, Alejandro pudo sentir cómo el miembro del mayor palpitaba dentro suyo.
—Ale, ¿has visto a Licha? Me dijo que lo buscara después del partido —habló en inglés uno de sus compañeros delanteros, Marcus, luego de haber salido de bañarse. Nadie lo había visto entrar a las duchas porque había esperado que todos estuvieran dentro para simplemente fingir que se había ido y poder quedarse con el menor más tiempo.
El chico con reflejos rubios sonrió ligeramente por la pregunta y retomó sus movimientos, provocando que el menor tuviera que esconder su rostro contra la pared como si eso fuese a evitar que Marcus lo escuchara.
En un movimiento se clavó dentro suyo a la vez que agarraba las hebras platinadas del delantero, tirando de estas para sacarlo de su escondite y hacer que su espalda se pegara a su pecho.
—Dale, respondele —le ordenó con la boca casi pegada a su oído para que solo él lo escuchase.
Alejandro se sentía en el limbo en esos momentos. Sus paredes se ceñían a la piel sensible de la pija del argentino y podía sentir absolutamente todo cada vez que entraba y salía de él. Y que estuviera presionando su punto más sensible con esmero no lo ayudaba para nada a pensar en una respuesta.
No podía pensar en español e iba a tener que hablar en inglés. En su mente maldijo a Rashford por no saber español fluido.
—Y-yo... No sé, tal vez se fue con su mujer —fue todo lo que atinó a decir, usando la palabra wife e intentando que su voz no sonara quebrada por los movimientos de choque del delantero.
—Oh, bueno, ya le mandaré un mensaje entonces —respondió pero Alejandro no entendió nada de lo que dijo más que el saludo de despedida que soltó segundos después.
Los pasos del inglés se escucharon alejándose cada vez más, hasta que estuvieron en silencio con solo su ducha abierta. Si en esos momentos quedaba alguien no lo sabían con seguridad.
El agarre en su cabello se volvió más fuerte y el apoyo para embestirlo pasó de ser su cintura a ser su pelo. Le dolía cómo estaba aplicando fuerza pero sentía que todo valía la pena cuando la pelvis del mayor chocaba contra su cuerpo en una fuerte embestida.
Su espalda se arqueó y terminó lloriqueando por la posición y porque Lisandro redujo un poco la velocidad de sus movimientos.
—¿De verdad le dijiste que te buscara? —cuestionó el rubio platinado, ahora que al menos podía conectar dos neuronas.
—Sí, te quería ver sufriendo por no poder hablar con mi pija enterrada en el orto.
En realidad era mentira. O bueno, no del todo.
Sí le había dicho que lo buscara pero no por esa razón. Realmente había querido felicitarlo por cómo había jugado porque no le había podido hablar bien luego de que Rashford terminara en la banca al minuto 88 del partido.
Pero le había resultado tan excitante ver al chico temblar por lo mucho que se estaba conteniendo para no gemir, que había disfrutado hacerlo sufrir de esa forma. Y el lenguaje corporal del contrario no parecía dar ninguna señal de que eso le había disgustado. Iba a tomar nota para un futuro.
Sí, para un futuro. Porque no pensaba dejar eso por un tiempo y Alejandro tampoco parecía querer alejarse. Lisandro solo quería reducirlo a gemidos y llantos cada vez que lo veía actuar con esa actitud típica de pendejito español, creyéndose superior a todo el mundo.
—Gilipollas —insultó entre dientes, sin poder evitar su jerga natal después de haber vivido toda su vida rodeado de españoles.
Lisandro tiró su pelo nuevamente, acercándose a su oído para hablarle.
—¿Qué me dijiste? —demandó—. A mí me hablás bien, pendejo de mierda —le recriminó, como desafiándolo a volver a insultar. Alejandro gimió por la incómoda posición, luchando por mantener el equilibrio e intentando relajar su cuerpo para que su cuello dejara de doler—. Polla con la que te vas a ahogar porque te la voy a meter hasta la garganta si seguís hablándome así —lo amenazó, burlándose de él por las palabras que usaba para expresarse.
Garnacho gimió y estuvo tentado a insultarle de nuevo porque ahora quería que sus palabras fueran una promesa, no una amenaza.
—Eres un cabrón —soltó y no se arrepintió de hacerlo porque sintió cómo el contrario retomaba sus movimientos, esta vez soltando el agarre en su cabello para poder tomar su cintura nuevamente.
Sus piernas temblaron y por un momento creyó que se habían vuelto gelatina e iba a caerse. Ahora que nadie se encontraba en los vestidores, su cuerpo le estaba pidiendo a gritos liberar el placer que había estado conteniendo en ese rato.
Se sentía mareado y se vio obligado a apoyarse en la pared para no caerse hacia adelante, aunque fielmente creía que igual iba a hacerlo por culpa del vapor caliente adherido a las baldosas de cerámica que adornaban la pared y la volvían resbalosa.
—Solo te quería coger para que vieras cómo se sentía estar con un hombre —empezó a hablar, enterrando sus dedos en la cintura del rubio platinado, le encantaba sentir el poder que tenía sobre el cuerpo del menor—. Pero parece que te convertí en mi puta personal —soltó con una sonrisa y las pupilas dilatadas.
Se inclinó hacia el cuerpo ajeno y sus labios terminaron en la sensible piel de su cuello, lamiendo y mordiendo la zona. Escuchar al delantero gimiendo se había vuelto una adicción para él, viéndolo retorcerse y tener espasmos por toda la estimulación que estaba recibiendo. Y ahora que no estaba tapándose la boca, lo podía disfrutar más.
Alejandro se sintió sofocado, su cuerpo quemaba y cada vez que los labios ajenos lo tocaban parecía que iba a tocar el cielo. Cada una de sus vértebras vibraban en una sensación electrizante, un hormigueo similar al de un calambre. Lisandro amaba lo erógena que era la piel de su cuello, incluso cuando no estaban en un contexto sexual y lo abrazaba por el cuello, el antes castaño temblaba bajo su tacto. Ni hablar cuando lo mordía.
Sabía que iba a dejar marcas en la zona, pero eso solo lo motivaba a seguir haciéndolo porque una parte suya quería mostrarle al resto de sus compañeros que Alejandro ya no era virgen y, si de paso se enteraban de que él había sido el causante de eso, no iba a ser algo que realmente le molestara.
Pronto un recuerdo y una palabra en específico pasaron por su mente, evocando la memoria de los comentarios en internet donde la gente decía que Garnacho era su "cachorrito" por cómo lo cuidaba siempre que podía.
Obviamente no lo decían en un ámbito sexual, pero él podía convertir cualquier cosa en algo sexual así que le daba igual y lo terminó usando para ver qué tanto le gustaba la degradación al chico de doble nacionalidad.
—O tal vez debería llamarte mi cachorrito.
El cuerpo de Alejandro reaccionó ante el apodo y el número 6 sonrió por eso. Le encantaba descubrir cosas nuevas que excitaban al menor.
—Es como si estuviera entrenando a mi perrito para que sepa tragarse cualquier pija que le metan —siguió provocándolo, esta vez tomándose más libertad al ver que no era algo que le incomodara.
El delantero apenas podía pensar y solo hizo falta un mínimo roce de su mano con su miembro para que se corriera, teniendo espasmos que no pudo controlar. El líquido blanco se desparramó por el piso y el agua fluyendo se encargó de eliminar cualquier prueba de lo que habían hecho.
Las paredes del menor se cerraron alrededor del miembro de Lisandro y apenas pudo moverse siquiera. Sin poder evitarlo, dejó caer un golpe en uno de los glúteos ajenos, observando cómo la palma de su mano dejaba la zona de un color rojizo. Bueno, puede que ahora hubiera otra cosa que quería descubrir cómo se lo tomaba el cuerpo del chico.
Moviendo sus caderas por una última vez, se clavó dentro suyo en lo que su semen llenaba el interior del menor.
Mientras bajaba de su nube de placer, se dedicó a mirar a Alejandro, quien parecía estar luchando para no dormirse ahí mismo. Le dio ternura la mueca que hizo cuando se separó de él y lo ayudó a enderezarse para que quedara nuevamente debajo de la ducha.
Garnacho tambaleó suavemente al haber perdido la fuerza en sus piernas y las manos del mayor terminaron en su bonita cintura para poder sostenerlo. El rubio lo miró por unos segundos, pero terminó recargándose sobre su cuerpo, escondiendo su cara en su cuello por la vergüenza que ahora sentía después de lo que habían hecho.
Y ahora cada vez que escuchara la palabra cachorro se iba a poner colorado al recordar a Lisandro llamándolo así.
—Ya, niño. Nos tenemos que bañar —le dijo, acariciando su espalda baja mientras que con su otra mano intentaba separar su cuerpo para que pudieran volver a la tarea que desde un principio debían hacer.
—Báñate en otra ducha, por favor —le pidió el delantero, sin poder separarse.
—¿Por? —Lisandro sonrió al ver lo rojas que estaban las orejas del menor.
—Me da vergüenza mirarte —se sinceró, sintiéndose capaz incluso de largarse a llorar por la pena que sentía en ese momento.
Habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo y aún estaban asimilando cómo había reaccionado su cuerpo a eso. Licha entendió que tal vez Alejandro necesitaba tiempo para poder aceptar esa parte suya que estaba descubriendo. A él también le había resultado difícil en un principio aceptar que no le gustaban las cosas convencionales, comprendía si tardaba incluso días en hacerlo.
—¿Ya te dijeron que sos muy tierno? —soltó tomando desprevenido al medio español—. No necesitas avergonzarte por estas cosas, es más normal de lo que creés —intentó consolarlo, subiendo la mano que tenía en su espalda baja para poder medio abrazarlo—. Si te contara las cosas que hacía con Cristian... —murmuró, riendo para sus adentros porque todo eso no era para nada comparado a todas las boludeces que había hecho con el cordobés en sus tiempos libres.
Pero bueno, había sido bueno para conocerse a sí mismo y explorar las infinidades de posibilidades que existían.
Al final terminó aceptando su petición y se fue a otra ducha para asearse. Tampoco quería presionarlo demasiado pero se iba a asegurar de mantener el ojo encima suyo para que Alejandro no terminara sintiéndose mal por gustarle lo que hacían. A veces la homofobia internalizada podía ser muy traicionera.
Después de salir de las duchas y cambiarse se quedó esperando al menor mientras revisaba su celular, notando que tenía un mensaje de Muri, su esposa y amiga de toda la vida.
Había muchas cosas que apreciaba, pero sin duda a quien más lo hacía era a ella. Desde que la conoció cuando eran adolescentes fue una persona que lo entendió completamente y se amoldaron muy bien el uno al otro. La amaba y quería pasar el resto de su vida con ella, por más que sonara como alguien intenso.
Habían hablado mucho de muchas cosas y una de ellas fue de cómo se sentía al respecto con el "sexo hetero". Por más que lo intentara, no podía sentir placer más allá de lo instintivo si tenía relaciones con una mujer. No era algo que sentía con Muri solamente, porque ya había intentado con otras chicas. Simplemente no era capaz de sentirse atraído sexualmente por mujeres, aunque con su mujer hubiera intentado todo.
Y cuando decía todo, era todo, con pijas de plástico de por medio. Creyeron que tal vez su "problema" era que no optaba por el rol pasivo como solía hacer a veces con Cristian, pero tampoco era eso.
Muri entendió perfectamente que ni ella ni Lisandro eran el problema, simplemente eran los gustos del futbolista. Y Licha la amó aún más por no juzgarlo y comprender que todo eso no cambiaba el amor y aprecio que le tenía como pareja.
De esa forma, terminaron en una relación abierta. O bueno, tal vez no tan abierta, porque a ambos les gustaba saber cuando el otro tenía relaciones con alguien más —porque sí, Muri también tenía sus necesidades físicas y si Lisandro podía cogerse a otros, lo justo era que ella también pudiera coger con alguien más.
Esa era su única condición. Ser sinceros con el otro y mantenerse al tanto de lo que hacían con alguien más. Además de cuidarse de cualquier enfermedad de transmisión sexual y embarazo en caso de Muriel, claro está.
Vio al rubio salir de las duchas y dirigirse hasta donde estaban sus cosas para seguido cambiarse bajo la intensa mirada del entrerriano, quien intentaba analizar su lenguaje corporal en búsqueda de cualquier malestar.
—No me mires —le pidió, incómodo de que lo viera cambiarse.
—Acabamos de coger, Ale —respondió, riendo por lo ilógica que era su petición.
—Me da igual, date vuelta —insistió y Lisandro rodó los ojos, volteándose hacia la pared para no mirarlo mientras se cambiaba. Pasaron unos minutos y giró su rostro para mirar al menor.
Se encontró con el chico ya con un pantalón jean puesto y la espalda desnuda mientras se terminaba de poner una remera térmica para contrarrestar el frío que hacía afuera. Inconscientemente sonrió al ver las marcas de sus dientes en el cuello y hombro del menor.
Cuando el rubio platinado se dio vuelta, se encontró con la mirada del defensor, lo que lo hizo levantar una ceja porque ahora no sabía desde cuándo estaba mirándolo. Decidió no darle importancia a ese hecho.
—¿Vas a verte con tu novia? —preguntó con curiosidad, obteniendo un asentimiento por parte del más bajito.
—¿Por qué la pregunta?
Alejandro se quedó quieto por unos segundos pero después empezó a guardar sus cosas rápidamente. Lisandro vio cómo sus orejas se volvían de un tono rojizo.
—No, nada —casi que balbuceó y el número 6 sonrió por lo tierno que se vio haciendo eso.
El chico de 18 años no terminaba de entender cómo es que funcionaba su relación con Muriel. Se habían incluso casado, tenían un perro y eran la pareja feliz, ¿por qué Lisandro estaba con él? El mayor ya le había asegurado que a ella no le molestaba para nada que tuvieran sexo, pero todo era demasiado nuevo para alguien que había crecido en un ambiente donde solo le enseñaron que existían las parejas de hombre y mujer, monógamas.
Y le aterraba que una parte suya se sintiera triste por su respuesta. No le gustaba Lisandro, ¿verdad? El miedo que sentía cada vez que pensaba en eso lo paralizaba por completo porque se sentía mal. Se sentía horriblemente mal porque sabía que el mayor solo lo veía como una persona con la que pasar el rato y divertirse. Solo era un niño al que tenía que cuidar.
Le daba mucho miedo pensar en que todo eso en algún momento terminaría, pero daba mucho más miedo enamorarse de alguien. Y todo era peor si ese alguien era tu compañero de equipo con el que probablemente pasarías un tiempo junto a él, incluida la posibilidad de jugar un mundial a su lado en un par de años.
—Nos vemos, adiós —se despidió rápidamente, terminando de agarrar todas sus cosas para, prácticamente huir de los vestidores. Quería irse y acostarse en su cama para no tener que pensar en todas esas cosas.
Lisandro no dijo nada y solo lo miró retirarse con la cara arrugada, extrañado por el comportamiento del menor.
¿Había hecho algo malo? No entendía de verdad qué pasaba por la cabeza del rubio platinado, pero aquello le terminó cayendo para el orto y ahora estaba malhumorado. Y Muri terminó siendo la que lo soportaba como siempre.
—¿Y esa cara, mi amor? —Fue lo primero que le dijo cuando salió del establecimiento y se encontró con ella.
La castaña con reflejos rubios se inclinó hacia él y le dio un pico en los labios, metiendo sus brazos por dentro del abrigo que cargaba el defensor, para así medio abrazarlo y de paso cubrirse del frío del Gran Mánchester.
—¿Pasó algo con Ale...? —preguntó esta vez sin tanta confianza porque no quería tocar ninguna fibra sensible de su pareja.
Lisandro se le quedó mirando, levantando sus hombros en una seña ambigua porque él tampoco sabía si había pasado algo. Muri estaba al tanto de lo que hacía con él y fue a la primera que le contó y, de cierta forma, pidió permiso para estar con el chico.
—No sé... Siento que está enojando conmigo —comentó mientras la chica rodeaba su cintura con uno de sus brazos y lo motivaba a empezar a caminar hacia el auto de ambos para poder volver a su casa. El número 6 pronto cayó a la realidad de que lo que había pasado ese día no estaba planificado—. Perdón, hoy cogí con él y no te avisé —agregó con una mueca, mirando directamente al piso mientras caminaban.
—No pasa nada, Lisi. —Las palabras de la chica lo calmaron un poco de pensar que ella también se iba a enojar con él. La entrerriana solo acarició su espalda baja por debajo del abrigo con una sonrisa en su rostro—. ¿Querés hablar de lo que pasó con Alejandro? —lo animó a que se desahogara.
—Es que no sé qué pasó siquiera. Cogimos todo bien, se avergonzó como siempre, me preguntó si iba a verte y después solo se fue rápido —explicó resumidamente, ambos separándose un poco para entrar al auto ahora que habían llegado al estacionamiento.
Muri entró del lado del conductor y Lisandro la acompañó como copiloto, poniéndose ambos el cinturón de seguridad al estar sentados en sus respectivos asientos.
—¿Le has preguntado cómo se siente con todo esto?
Tras su pregunta se quedó en blanco, mirando a su novia encender el vehículo. Después de su acción, Muriel lo miró al no obtener su respuesta.
—¿No lo hiciste? —preguntó de nuevo, esta vez sin creerse que no lo hubiera hecho.
—O sea, hablé con él cuando se lo ofrecí y le dije que solo era sexo para que experimentara otras cosas que tal vez no experimentaría con alguien más. Pero después de eso no volvimos a hablar... —Hizo una pausa, sintiéndose peor por no haberse dado cuenta de sus acciones—. ¿Es muy malo?
—Lisandro, sos un boludo —soltó con total sinceridad, tomando la avenida principal para empezar a dirigirse a su hogar—. Tenés que hablar con él, apenas es un niño y lo más probable es que no sepa separar la atracción sexual de la romántica. Tal vez piensa que solo lo estás usando. —Lisandro sintió una presión en su pecho al escuchar esas palabras y quiso llorar.
¿Cómo había sido tan pelotudo como para no darse cuenta de eso?
Y cómo le afectó eso lo preocupó. Por que sí, le tenía aprecio a Alejandro y siempre quería cuidarlo, de cierta forma se sentía responsable de él por ser el único argentino en el United y, al ser mayor, era como cuidar a su hermano menor. Ciertamente no era algo que le molestara, todo lo contrario, pero la sensación que experimentaba en esos momentos lo agobió un poco porque le recordaba a las pocas veces que se había peleado con Muri y se quedaba con una sensación vacía en su pecho.
Tal vez no solo le gustaba cuidar al chico en un ámbito sexual. Tal vez no solo le gustaba cuidarlo como su "hermano".
Tal vez, incluso él siendo el mayor y con una relación estable, era el que estaba confundiendo su atracción sexual con su atracción romántica. No lo sabía.
Ese pensamiento fue suficiente como para dejarle un sabor amargo en la boca por el resto de la noche, mientras cenaba con su mujer y después de que se acostaran, cuando intentaba dormirse.

Habían pasado 3 días desde entonces.
Como de costumbre, Garnacho lo evitó durante los entrenamientos antes de la final de la Copa de la Liga de Inglaterra y ahora también lo estaba haciendo.
Decidió dejarlo ser durante ese tiempo porque tal vez el menor aún no estaba preparado para afrontar la situación y, agregado a la presión que todo el equipo sentía por la final que se aproximaba, no sería algo fácil de digerir. O tal vez incluso era él quien no quería afrontar esa situación porque le daba miedo descubrir lo que verdaderamente estaba sintiendo y solo estaba buscando excusas baratas.
Después del partido contra el Barcelona no pudo dejar en ningún momento de pensar todo lo que había vivido con él antes incluso de empezar con esa tonta idea que al parecer estaba dañando a los dos.
Se había preguntado muchas cosas y la mayoría ni siquiera las podía responder. Preguntas como desde cuándo sentía esa necesidad de cuidarlo, o qué sentía exactamente cuando estaba con él. ¿Era solo amor fraternal? Hace una semana habría respondido que sí, pero ahora no estaba tan seguro.
Lo había hablado también con Muri, o bueno, no del todo. Le daba inseguridad decirle que puede que le guste Alejandro porque no sabría explicar que aún le gustaba estar con ella, besarla, abrazarla y pasar su tiempo con la gualeya. A veces se daba bronca él mismo por no ser más simple, ¿por qué no podía solamente ser monógamo y sentir como una persona monógama? Tenía claro que no le serviría de nada mentirse a sí mismo, pero a veces deseaba no tener que afrontar todos esos problemas.
Amar no debería ser tan complicado.
—¿Mañana después del partido vas a hacer algo? —fue lo que le había dicho a su novia el día anterior.
Se le había ocurrido que, tal vez podía comprobar si le gustaba él en un ámbito sexual o si de verdad también le gustaba cuidarlo como un novio o... algo así, si lo invitaba a su casa para coger.
Sabía que Alejandro no iba a aceptar a hablar con él así como aceptaría tener sexo. Era mucho más fácil solo coger y sentir placer, que hablar de sus sentimientos. Y Lisandro lo entendía a la perfección.
—¿Debería hacer algo? —fue su respuesta mientras lo miraba desde la mesada que dividía la cocina y el living de su casa.
Muri ya sospechaba qué iba a pedirle, porque siempre usaba el mismo tono de voz cuando hablaba de eso, aunque ahora se escuchaba un poco triste o inseguro tal vez. Pero no dijo nada.
—Quería invitar a Ale a venir acá —se sinceró y la chica le sonrió porque era muy predecible.
—Bueno, le voy a decir a Valu de hacer algo entonces —accedió sin demasiado problema y Lisandro agradeció que fuera tan abierta y despreocupada con ese tema.
Su corazón pesaba porque tampoco quería hacer sentir mal a su novia.
—Algún día me tendrías que contar lo que hacés con él —opinó y él la miró con una ceja alzada, incrédulo por su repentino comentario—. ¿Qué? Ya que yo no puedo coger con vos, al menos me gustaría saber si la estás pasando bien —se excusó como si estuvieran hablando de si una prenda de ropa le quedaba bien o no.
A veces le sorprendía la naturalidad con la que hablaba Muri.
—No seguiría estando con él si no la pasara bien —fue todo lo que pudo responder, sin querer dejar que la vergüenza lo atacara.
Le había dicho a Alejandro que no debía apenarse por esas cosas y era el primero en hacerlo. Creía firmemente que debía empezar a hacerse caso a sí mismo y seguir lo que le decía a otros.
Dejando eso de lado, había querido invitar al menor con incluso la posibilidad de que esa fuera la última vez que mantenía relaciones con él. Quería responder a sus preguntas de con qué ojos realmente veía al medio español. Y, aunque no sabía cómo reaccionaría fuera cual fuera su "descubrimiento", necesitaba enfrentar esa situación.
Lo único que tenía claro era que no quería dañar ni a Alejandro ni a Muri, así que tenía que aclarar su mente y sus sentimientos para que nadie saliera lastimado de esa situación. Decidió dejar todos esos pensamientos y recuerdos fuera de su cabeza y concentrarse en lo que se venía ahora, la final de la copa inglesa.
Después tendría tiempo para terminar de pensar en eso.
El partido empezó tranquilo, con el equipo contrario teniendo la posesión mayoritaria de la pelota pero con ellos defendiendo a capa y espada el arco, sin dejar que metieran un gol. Hasta que al minuto 25 fue el primero en caer por un golpe verdaderamente fuerte. Al caer sintió que se le nublaba la vista y solo pudo mirar hacia el techo abierto del Wembley, enfocando su vista en el cielo en lo que intentaba recuperarse del golpe.
A pesar de que no creyó que hubiese sido tan fuerte, cuando se sentó en el pasto sintió un líquido frío en su cabeza por lo que llevó su mano hasta ésta y notó el líquido del mismo color que su camiseta. Los médicos no tardaron en atenderlo, a él y al jugador del equipo contrario con el que había chocado, limpiando la sangre de su cabeza.
Cuando se le pasó el susto se pudo levantar y, mientras caminaba hasta la orilla de la cancha para volver a ingresar, miró en dirección a la banca, en donde se encontraba su director técnico Ten Hag. Le hizo un gesto de que estaba bien y él le respondió con un asentimiento, confiando en la decisión del defensor.
Su mirada se encontró también con la del chico de pelo platinado, quien reflejaba en su mirada la preocupación que había sentido cuando lo vio en el piso. Él solo pudo dedicarle una pequeña sonrisa para dejarlo tranquilo. Su preocupación junto a la hinchada del United gritando "argentino, argentino" le dieron las fuerzas suficientes para seguir jugando.
En esos momentos no pensó en Muri y solo pudo pensar en que quería demostrarle al menor que estaba bien, que un golpe pete no lo volteaba y que era más fuerte que eso. No sabía por qué, pero tenía esa necesidad de mostrárselo.
Hubo puteadas, bajadas y empujones que lo hicieron enojar más de una vez. Pero también hubo dos goles por parte de su equipo y fue muy feliz cuando el árbitro dio por finalizado el partido. Habían ganado. Y no pudo sentirse más orgulloso de volver a pisar el Wembley con una copa, le subía el ego y las ganas de seguir jugando a por más títulos.
Se saludó con sus compañeros, especialmente con Casemiro y Antony, se podría decir que dos de sus mejores amigos allí en el club. Era gracioso ver a personas diciendo que los brasileños y los argentinos se odiaban cuando ahí estaban, felices y abrazándose.
Fueron directo a la tribuna, mirando a la gente que los alentaba e incluso algunos intentando buscar a sus familiares entre toda la gente, probablemente en vano porque habían millones y millones de personas. Uno de los hinchas argentinos, le tiró su bandera después de hacerla un bollito para poder dirigirla hacia él y no tardó en extenderla cuando la tuvo entre sus manos, agitándola mientras escuchaba gritos en español, en inglés e incluso en portugués.
La felicidad en esos momentos era tanta que incluso se olvidó del golpe que tenía en la cabeza. Y quería compartir esa sensación con su otro compañero argentino, así que se separó del grupo que se había formado, buscando con su mirada al madrileño mientras se ataba la bandera al cuello.
Pronto lo vio saltando con De Gea y se sintió celoso porque hubiera preferido ir primero con un español pero todos esos pensamientos se fueron al carajo cuando lo vio levantando una bandera de Argentina por encima de su cabeza, dejando que flameara a sus espaldas mientras caminaban por el campo verde. Dios, se sentía muy orgulloso porque decidiera representar a Argentina. El solo pensar en volver a verlo así de feliz después de ganar un título con la selección argentina, lo hacía sonreír ampliamente.
Cuando el menor lo vio, se dirigió a él con una sonrisa, largándose encima suyo para abrazarlo por el cuello con fuerza. Inconscientemente, sus manos fueron a la cintura ajena, correspondiendo el abrazo sin saber lo mucho que había ansiado un mínimo contacto con Alejandro, después de que lo ignorara por tres días.
—Me hubiera gustado jugar para que me pasaras la pelota —mencionó contra su oído y Lisandro rió suavemente, separándolo apenas para poder hablarle.
—Nos conocemos, Ale, y sé lo que estás pensando —comentó porque era seguro que el chico no se sintiera del todo bien por no haber podido jugar en la final—. Tal vez no jugaste hoy, pero sí lo hiciste en otros partidos y gracias a eso estamos acá. No importa si es en la cancha, en la banca o en el Aon, todos somos un equipo y tiramos para el mismo lado. Todos merecemos esta victoria por igual.
Vio la linda sonrisa de Garnacho y se sintió tranquilo por haber logrado mejorar el estado anímico del chico de doble nacionalidad. Ni a palo iba a dejar que aprendiera del individualismo que tenían la mayoría de españoles cuando se trataba de la selección mayor.
A esas alturas, iba a hacer cualquier cosa para que siguiera eligiendo a Argentina porque quería estar mucho más tiempo junto a él, sin importar de qué forma lo hacían. Amigos, amigos con derechos o pareja, le daba igual, solo quería estar con él.
Lisandro vio al menor morder su labio con nerviosismo y supo que estaba tramando algo, sin estar del todo seguro si hacerlo o no. Le dio ternura y por un momento le chupó un huevo que hubieran millones de cámaras grabando todo, no pasaba siquiera por su mente el quitar sus manos de la cintura del número 49. Si él no se separaba, el defensor no iba a quitarle sus manos de encima.
Tomando un poco más de confianza, decidió actuar y dejar de preguntarse qué pasaría para simplemente actuar como le decía lo más profundo de su mente y de su corazón. Aún sosteniendo la bandera, la pasó por encima de los dos para asegurarse que nadie pudiera ver lo que iba a hacer y solo pegó sus labios a los ajenos. Lisandro sintió que tocaba el cielo con ese gentil y tímido tacto que buscaba el madrileño.
Era el primer beso que tenían ambos fuera del ámbito sexual y Lisandro se sintió como la primera vez que besó a Muri, con su estómago revolviéndose en una linda sensación, su rostro calentándose por la vergüenza y su pulso acelerándose como si acabara de correr toda la cancha de una sola tirada. Sonrió en medio del beso y pronto el más alto se separó de él, quitando la bandera de encima de los dos.
El defensor solo lo pudo ver con una sonrisa feliz y los ojos brillándole por lo mucho que le había gustado eso, además de toda la felicidad que se cargaba por la situación. Alejandro, por su parte, se avergonzó como siempre y se fue casi que corriendo hacia el primer compañero que encontrase para huir de lo que acababa de hacer.
Creo que eso podía confirmar en cierta medida qué era lo que estaba sintiendo por el menor porque ciertamente, no se sentiría así de feliz por un beso de cualquier otra persona. Se estremeció levemente al pensar en que Muri estaba por ahí, en algún lado de la tribuna tal vez mirando lo que había pasado aunque no supiera exactamente qué había pasado.
Sin embargo, decidió seguir con su "plan" inicial de invitar al chico a su casa. Necesitaba sacarse todas las dudas que tenía encima y ya sabía cómo iba a hacerlo porque había comprado algo que, más allá de potenciar el placer en una escena sexual con el de pelo platinado, quería ver qué sentimiento le generaba a sí mismo, si un sentimiento Muri o un sentimiento Cuti.
Pero bueno, podía esperar unas horas hasta eso, ahora tocaba festejar la victoria y el primer título que ganaba junto a Alejandro.

Cuando llegaron a la casa que compartía con su pareja, miró en dirección al menor, viendo lo cohibido que se sentía por estar ahí. Le sonrió gentilmente y pasó una de sus manos por su espalda, dejándola descansar sobre su espalda baja. Aplicó una suave presión para animarlo a pasar y Alejandro pareció un poco más relajado.
Pronto el perrito marrón oscuro de la pareja se acercó a ambos, olfateándolo y provocándole una sonrisa por lo tierno que era. Licha sonrió al ver que a su mascota parecía caerle bien el español.
—Te compré un regalo —mencionó manteniendo la sonrisa y un poco de nervios por cómo el delantero iba a tomarse eso.
—¿Por qué? —preguntó el chico con confusión, no recordaba que hubiera alguna ocasión especial.
—Por nada en especial, solo quería darte algo. —Si había una razón, pero tampoco es que Lisandro fuese a contarle. Tal vez estaba siendo egoísta porque en esos momentos sí estaba usando a Alejandro, pero no encontró otra forma de quitarse la duda y aclararse, así que prefirió convencerse a sí mismo de que no estaba haciendo nada malo—. Y creo que te va a gustar.
Los nervios invadieron a Alejandro y no supo qué esperar de todo eso. A pesar del alcohol que habían tomado en el festejo, era consciente de que el argentino no lo había invitado allí para simplemente charlar y él había estado de acuerdo. Era un adulto y se suponía que podía tomar sus propias decisiones, pero entonces ¿por qué cada vez que Lisandro le ofrecía algo aceptaba sin negarle nada, a pesar de que sabía que en el fondo se estaba lastimando?
Bueno, tampoco era difícil de responderse a sí mismo.
Quería de alguna forma demostrarle al mayor que no era un niño, que dejara de verlo como alguien al que tenía que cuidar y lo viera como un par, una persona a la que podía amar y ser amado de vuelta. Pero una parte suya sabía que era imposible, porque era él el que se hab��a metido en una pareja que parecía ser estable a pesar de que no entendía cómo funcionara su relación. Aunque el beso que le dio y la sonrisa en respuesta que ofreció Lisandro, lo ilusionarnos bastante. Tal vez no estaba todo perdido.
Esa vez se sentía diferente cómo estaba tratándolo Lisandro y le preocupaba. Una parte suya le decía que era como una despedida o tal vez el mayor se sentía culpable por algo y quería disculparse aunque Alejandro no creyera que hubiera hecho nada malo. Y el menor se sentía responsable porque no había podido ser sincero con el defensor, solo lo había estado evitando al no ser capaz de decirle "Me gustas" porque sabía cuál sería la respuesta y no quería escucharla. Tampoco estaba tan seguro si sería capaz de afrontar la realidad de que era gay, o al menos que también le gustaban los hombres.
—Cerrá los ojos —le pidió y el número 49 le hizo caso, escuchando sus pasos alejarse de él.
Su audición se afinó en un intento de descubrir qué era lo que iba a regalarle, pero sin tener una mínima pista de lo que podía ser. Lisandro era capaz de regalarle absolutamente cualquier cosa. Escuchó el sonido de papel como de envoltorio, y después un suave tintineo metálico. Sintió la presencia del más bajito nuevamente cerca suyo y tuvo que secar sus manos en su pantalón por lo nervioso que se había puesto de repente, sudando por ello.
El ligero pero firme cuero rodeó su cuello y abrió los ojos antes de que Lisandro siquiera pudiera decirle que lo hiciera. Lo primero que vio fue el perfil del chico con reflejos rubios, mientras sentía sus manos detrás de su cuello, pasando el cuero por la hebilla para apretarlo a su alrededor. No hizo falta mucho tiempo más para que la presión en su cuello se hiciera presente después de que Lisandro cerrara y ajustara el collar. El gemido que salió de sus labios no fue algo que realmente pudiera controlar, sin saber con exactitud si fue por sorpresa o por placer. Tal vez una mezcla de ambas.
No podía verse ni ver exactamente cómo era lo que le había puesto, pero sabía que era un collar y, por lo que pudieron tocar sus dedos cuando llevó una mano hasta este, era una franja de cuero que se unía por un anillo en la parte de adelante que quedó pegado a su garganta.
—¿Te gusta? —le preguntó pero el rubio platinado apenas pudo pensar en una respuesta coherente, sentía que su cerebro había dejado de funcionar. De todas formas, Lisandro no necesitaba del todo una respuesta verbal, porque había visto su respuesta corporal—. Hay algo más —agregó con una sonrisa, moviendo con gentileza la mano del chico que estaba tocando el collar.
El tintineo metálico se hizo presente nuevamente y ahora pudo ver el causante del sonido. Una correa de varias cadenas plateadas. En un extremo tenía una cinta de cuero negro, que hacía juego con el collar; y en el otro, tenía un gancho mosquetón que Lisandro terminó abriendo y enganchando en una argolla que contenía el collar en la parte de adelante.
Un suave tirón de la correa fue suficiente para que el menor volviera a gemir, sintiendo una corriente eléctrica recorrer toda su espalda hasta terminar en su entrepierna, la cual poco a poco fue endureciéndose por lo bien que se sentía la presión contra su cuello y especialmente la idea de Licha sosteniendo la correa, su correa.
—Ahora sí sos mi cachorrito —comentó, con los ojos dilatados al observar lo bien que contrastaba el cuero negro con su pelo rubio, tal como se había imaginado que sería.
El chico de doble nacionalidad sintió su cuerpo calentarse por toda la situación, por la vergüenza gracias al apodo y porque le gustara que lo tratase así. Sentía que era un enfermo si eso le parecía atractivo.
Otro tirón se hizo presente, sacándolo de cualquier pensamiento nocivo que tuviera acerca de sí mismo, y sus rostros quedaron cerca, más de lo que nunca habían estado sin besarse. Se vio obligado a inclinarse ligeramente hacia adelante hasta que quedaron a la misma altura. De forma inconsciente, llevó sus manos hasta la correa, apretándola con sus dedos como si eso fuera a evitar la excitación que sentía en esos momentos por la degradación del mayor hacia él.
—Quiero una respuesta, Alejandro. —El firme tono de voz del mayor lo hizo temblar en el lugar, abriendo varias veces la boca para responder pero sin ser capaz de mencionar nada. Ni siquiera recordaba qué le había dicho el defensor.
Lisandro aprovechó el silencio para detallar la expresión del menor, notando sus ojitos brillosos probablemente por la excitación. Sus labios estaban entreabiertos y podía sentir su respiración chocar contra su rostro, algo más agitada que normalmente.
—S-sí... Me gusta —habló de repente, acordándose de lo que le había preguntado.
Sentía todo su rostro caliente y probablemente no solo sus orejas estarían rojas, también sus mejillas. Y efectivamente así era.
El entrerriano lo miró y volvió a traer al presente ese deseo de provocar su piel hasta que se volviera rojiza e incluso tal vez llegara a sangrar, donde sea que fuera. ¿Cómo reaccionaría Alejandro si golpeaba sus glúteos, o incluso, su rostro? Antes lo había golpeado en el baño, pero ¿cómo sería si sólo hacía eso? ¿Alejandro sería capaz de correrse con ello? Sus manos picaron por la necesidad que sintió de encontrar una respuesta a esas preguntas que ahora se habían instalado en su cabeza, a pesar de que se prometió a sí mismo no ilusionarse con un futuro.
—Entonces vamos a mi pieza, cachorrito —le dijo y volvió a tirar de la correa, esta vez separándose de su cuerpo para que lo siguiera.
Alejandro no pudo siquiera escapar de aquél contacto y se vio obligado a seguirlo por detrás, sintiendo su cuerpo caliente por lo humillante que era que estuviera tratándolo de verdad como si fuera un perro.
Intentó no trastabillar con sus propios pies mientras caminaba por el pasillo de la casa del mayor en dirección a su pieza. Estaba nervioso porque no sabía qué iba a pasar exactamente y le daba un poco de ansiedad todo eso. Había sufrido muchas emociones en lo que llevaba del día y una parte suya quería dejar de pensar por un rato, solo quería olvidarse de todas las cosas malas que había pensado sobre sí mismo y abandonar el pensamiento de que tenía alguna remota oportunidad con él.
Necesitaba dejar de hacerse daño pero simplemente no podía negarle algo al argentino. Se sentía un estúpido por no poder ser más fuerte y quererse más a sí mismo.
Solo quería ahogarse en ese placer que le ofrecía Lisandro y era lo único que podía sacarlo de sus problemas y luchas internas.
Cuando el número 6 abrió la puerta, lo dejó pasar, cerrando ésta detrás de ellos para evitar que la mascota de la pareja pudiera interferir en su momento. Luego lo jaló hasta la cama, donde el defensor se sentó, abriendo sus piernas y mirando al menor, sonriendo porque no hubiera hecho nada sin su órden.
—Ponete de rodillas con las manos en tus muslos —le indicó y a Alejandro le brillaron los ojos mientras cumplía.
El madrileño se acomodó en el piso, sintiendo la textura de la alfombra sobre este al acercarse primero usando sus manos como apoyo; después dejándolas posar sobre sus muslos como le había indicado y levantó su cabeza, mirando con expectativa a su mayor.
Lisandro lamió sus labios y no pudo evitar que su pene se endureciera debajo de su ropa por lo bien que se veía Ale en esa posición entre sus piernas, totalmente sumiso y a su merced para que hiciera lo que quisiera.
—Que perrito tan obediente —soltó sin poder dejar de lado ese tonto juego que tanto a él como al delantero les gustaba. Una mano fue hasta su cabellera y revolvió sus mechones, viendo cómo el pecho del menor se inflaba y dejaba salir el aire despacio—. Pero, creo que hace un rato no te portaste bien, ¿no te parece? —La mirada que le dirigió el chico le dio a entender que no sabía a qué se refería, sin embargo, Lisandro se mantuvo acariciando su cabello platinado.
—No hice nada malo… —se defendió sin demasiado poder o carácter en sus palabras porque tampoco estaba seguro de si había hecho algo mal o no, Lisandro siempre encontraba una forma de regañarlo o meterse con él y a veces creía que simplemente le gustaba decirle ese tipo de cosas.
—¿Ah, no? ¿No me besaste con millones de personas y cámaras alrededor, entonces? —Esta vez sintió un tirón más fuerte en su collar, como si Licha estuviera probando qué tanta fuerza podía aplicar sin lastimarlo.
—¿Qué tiene eso de malo? —volvió a hablar, genuinamente no creía que eso fuera algo malo como para que el defensor lo castigue o algo así.
Lo castigue.
Suspiró. Solo ese pensamiento lo hizo temblar y apretar ligeramente sus uñas sobre su piel, intentando liberar ese placer que poco a poco empezaba a crecer dentro suyo.
El tintineo de metales volvió a sus oídos y observó al gualeyo enredar la cadena en su mano, acortando la distancia que conectaba su palma con el collar. Volvió a tirar de su cuello y esta vez la presión fue mucho más fuerte, sintiendo incluso cómo el collar se movía de su lugar hasta terminar casi tocando su mandíbula, provocando que levantara su rostro para evitar ahogarse. Gimió fuerte y movió sus manos instintivamente hasta agarrar el cuero en su cuello en un intento inútil de bajarlo de nuevo a la posición donde estaba antes.
—¿Te vas a volver a portar mal? —cuestionó con una mueca más seria que incluso le dio miedo a Alejandro—. Te dí una orden, las manos en tus muslos —le recordó y casi inmediatamente quitó estas del collar, haciendo un esfuerzo enorme para quedarse quieto.
La mezcla de excitación por la estimulación que estaba recibiendo su cuello sensible en adición al tono de voz y la expresión en el rostro del mayor, hicieron que sus ojos se cristalizaran sutilmente ante el pensamiento de que de verdad el defensor estuviera enojado con él.
Lisandro pareció notarlo porque desenvolvió una vuelta de la cadena en su mano, aplicando menos fuerza y llevando la mano que tenía libre hasta su mejilla. Esta vez le sonrió y sintió que todo su alrededor desaparecía cuando sus ojos se encontraron. Vio cariño y placer mezclados en ellos, un pequeño brillo que le aseguraba que Licha no estaba enojado de verdad y solo estaba jugando.
Su mano bajó hasta su mentón y lo acarició por unos segundos, acomodando su cuerpo sobre la cama para poder inclinarse hacia él y conectar sus belfos. Sintió cómo el cuerpo del rubio se relajaba y sonrió para sus adentros, estaba feliz, todo su estómago se revolvió como lo hizo durante el corto beso que le dio el menor después del partido.
Supuso entonces que sí había un sentimiento Muri ahí porque de otra forma no explicaba lo bien que se sentía besar al menor, no solo en un contexto sexual. Si bien esos momentos tal vez si podían considerarse "sexual", para él se sintió diferente y supuso que para Alejandro también después de ver el pequeño movimiento que hizo persiguiendo sus labios cuando se separó.
El madrileño relamió sus labios, pudiendo sentir aún el sabor del defensor en los suyos y haciéndolo sonreír tímidamente porque le gustaba demasiado que lo besara.
—¿Ahora sabés lo que hiciste mal? —comentó, sin verse capaz de soltar el agarre en el collar porque le daba demasiado poder y la sensación de que ese poder era ejercido contra el menor era adictivo, tal vez más de lo que hubiera esperado.
—Sí… ¿Qué puedo hacer para compensar mi error? —Lisandro tuvo que morderse la lengua dentro de su boca al observar la mirada "inocente" con la que lo estaba mirando. Era impresionante lo mucho que lo prendía toda esa situación de fingir que lo estaba corrigiendo y enseñando a portarse bien.
—Se me ocurren un par de cosas —respondió, soltando la correa por unos segundos.
Dejó la tira de cuero y cadenas sobre la cama, llevando sus manos hasta su pantalón para desabrocharlo y bajar el cierre. Movió ligeramente la cadera para poder quitarse el pantalón, procurando no golpear al otro chico con sus movimientos debido a la cercanía de sus cuerpos.
Los ojos de Alejandro brillaron sutilmente cuando el argentino se quitó el bóxer, liberando su miembro enfrente suyo. La saliva se le acumuló en la boca y tuvo que tragar después de un rato mirándolo, nunca había visto tan de cerca su miembro y ahora podía ver todos los detalles de aquel pedazo de carne que lo hacía olvidarse de todo cuando lo embestía.
Las venas sobresalían levemente y su piel se iba tornando un poco más rojiza a medida que Lisandro se acariciaba a sí mismo, endureciendo su miembro gracias a la vista que tenía enfrente suyo. El delantero no supo bien qué esperar de eso porque tenía miedo de no poder cumplir con las expectativas del mayor. Sabía con antelación que a Lisandro no le importaba, porque ya le había dicho que hacía eso para que experimentara y que era lógico que en algún momento hiciera algo que sintiera que no estaba bien, después de todo era su primera vez. Pero aún así tenía esa presión sobre él mismo, apenas podía tragarse una pastilla sin tener arcadas, ¿cómo iba siquiera a tragarse todo eso? Genuinamente no lo veía posible.
La mano de Lisandro volvió a tomar la correa mientras seguía acariciándose y acercándolo a su miembro para luego quitar su mano de este y llevarla a su cabeza. Los ojitos inseguros del número 49 lo miraron y Licha volvió a acariciar su cabello para calmarlo.
—Tranquilo, yo te voy a ayudar —le aseguró, sonriendo al obtener un pequeño asentimiento de parte del delantero—. Abrí la boca.
Alejandro acató la orden, luchando contra el impulso de desobedecerle porque se sentía muy humillante la posición en la que estaba. Pronto sus pensamientos se esfumaron cuando sintió dos dedos del mayor tocar sus labios, el dedo índice y el dedo del medio. Cerró los ojos mientras dejaba salir un gemido al sentir cómo los dos dígitos invadían su cavidad bucal y él se quedaba ahí quieto, hasta que el mayor le diera otra orden.
—Chupalos, podés usar tu lengua también —le indicó, observando con anhelo las acciones del madrileño. Sentía que su pene iba a explotar en cualquier momento por lo atractivo que era Alejandro en esa situación, necesitaba meterle la pija hasta el fondo pero tampoco quería lastimarlo así que se contuvo para no hacer cualquier cosa que después se arrepintiera de haber hecho.
El rubio platinado intentó seguir su órden, queriendo acostumbrarse a la sensación de tener algo en su boca por más tiempo de lo que estaba acostumbrado. Como pudo succionó sus dedos, ahuecando suavemente sus mejillas creyendo tal vez que sería más fácil si imaginaba que estaba lamiendo un helado.
Un suave tirón en el collar provocó que su cabeza se moviera hacia adelante, lo que hizo que los falanges del mayor se adentraran más a su boca, sintiendo una arcada por lo repentino que fue el movimiento. Luchó contra su cuerpo para relajar su garganta y soportar la sensación.
—Si así te atragantas con mis dedos, no me imagino cómo te vas a poner cuando te meta la pija entera. —Alejandro no pudo evitar gemir fuerte por su comentario. La habilidad para soltar groserías y cosas vulgares que tenía el central era algo a lo que nunca se iba a acostumbrar.
Lisandro no se movió y él quiso alejarse de esa sensación que le estaba poniendo los ojos llorosos, pero el defensor no iba a dejarle escapar.
—Quedate quieta, puta —soltó, tentado a incluso meter más sus dedos porque eran largos y apenas había metido un poco más de sus nudillos, pero tampoco quería que vomitara.
Cuando soltó la correa y sacó sus dedos, el medio español tosió, viendo el hilo de saliva que unía su boca con los dedos del mayor y sintiendo toda la vergüenza invadir su cuerpo por lo obsceno que era todo eso.
Lisandro se relamió los labios mientras miraba sus falanges llenos de la saliva del menor, que terminó extendiendo hacia el contrario.
—¿Me vas a dejar así de sucio? Dale, limpiame, cachorrito. —Ahora que había descubierto lo bien que se sentía darle órdenes al rubio y lo bien que él se lo tomaba, creía que iba a ser algo que no podría dejar de hacer ni se cansara por ello.
La boca de Garnacho volvió a envolver sus dedos, intentando chupar y tragar toda la saliva que había quedado en sus dedos, esta vez dejando el pensamiento de lado de lo obsceno que podía llegar a ser eso.
Lisandro terminó sacando sus dedos de su cavidad bucal y le sonrió, llevando su mano hasta los mechones platinados.
—Que pibe tan lindo —elogió, obteniendo una mirada de perrito abandonado que puso el delantero, quien no pudo evitar avergonzarse por sus palabras—. Vení acá, ahora te toca hacer lo mismo con mi pija. —Alejandro tembló de anticipación por la situación y se acercó a su cuerpo más de lo que ya estaba, después del pequeño tirón que le dio con la correa.
Se quedó a centímetros de su miembro y el gualeyo sintió un escalofrío por su respiración chocando contra la piel sensible.
Fue su turno de gemir cuando la lengua del menor tocó su pene, probando un poco el terreno y también disfrutando del ligero sabor salado que tenía la piel del defensor. Después de unos minutos que a Lisandro le parecieron eternos, Alejandro se animó a meter la punta en su boca, sintiendo cómo sus labios se expandían a su alrededor e intentaba succionar como había hecho con las falanges del mayor.
El número 6 apretó el agarre en sus mechones rubios y lo animó a seguir bajando, tragándose su pene de a poco. Tuvo que hacer un esfuerzo para no empujarlo con fuerza por las ganas que tenía de cogerse su garganta, pero iba a esperar lo que fuera necesario para que se acostumbrara al tamaño. Todavía no era momento para hacerlo sufrir.
—Parece que te encanta chupar pollas —bromeó y vio la mueca de disconformidad que hizo el menor por lo que se le rió en la cara, bastante divertido por cómo se enojaba cada vez que se burlaba de su dialecto—. Acostumbrate a las descansadas si querés estar en la selección argentina porque te van a hacer chota ahí —comentó, animándose un poco a empujar la cabeza del menor, ayudándolo con el vaivén al no tener una forma cómoda de mantener el equilibrio—. Más te vale que con ellos no se te pare la pija como conmigo. —Alejandro gimió ahogadamente y relajó su garganta lo que más podía al ver que el argentino ya no se estaba conteniendo a cogerle la garganta.
Podía sentir que el glande rozaba la campanilla de su garganta y no pudo controlar bien sus arcadas, gimiendo y queriendo sacarse la ropa por lo sofocado que se sentía por toda la situación. Su cuerpo se sentía caliente y hormigueaba donde sea que Lisandro lo tocaba.
Se olvidó de todo. De lo incorrecto que se sentía hacer aquello. De lo mal que se ponía por pensar que Lisandro solo lo veía como un "niño" con el que tener sexo. De lo mucho que le dolía no poder ser normal, como todo el mundo, y gustarle una persona que lo quisiera de vuelta.
—Dios, me voy a correr en tu boca —le avisó y Alejandro se alarmó por la declaración, sin saber cómo exactamente iba a tragarse su semen con el pene tocando su garganta.
Lisandro pareció entender la preocupación reflejada en sus ojos, por lo que soltó el agarre en su cabello, separándolo de él para masturbarse enfrente suyo y poder correrse.
—Abrí la boca, putita, y más te vale que te tragues todo —le ordenó, sintiéndose cada vez más cerca de correrse.
El madrileño le hizo caso, abriendo la boca y sacando la lengua para recibir el esperma del mayor que había soñado con alguna vez probar después de que el defensor le diera una mamada y se tragara el suyo.
No pudo evitar mover sus caderas en el lugar, sintiendo sus rodillas arder por haber estado en esa posición por tanto tiempo, pero no le importó, él también quería correrse. El número 6 pareció recordar la cadena que tenía en sus manos, volviendo a tirar de esta con fuerza para ahogarlo y hacerlo gemir, una imagen que fue suficiente para correrse en su boca. Alejandro conectó su mirada con él y, por la mueca de placer que hizo, supuso que también se había corrido en sus pantalones.
El espeso líquido blanco cayó en su boca y el número 49 hizo lo posible para contenerlo allí hasta que terminara de correrse. Cuando terminó, su cuerpo se relajó sobre la cama y aflojó el agarre en el collar del chico mientras lo veía tragar su semen. Soltó un pequeño gemido al verlo relamerse los labios después de tragar el líquido y se inclinó para besarlo de nuevo.
El amargo sabor invadió su boca cuando sus lenguas se conectaron, pero no le importó en absoluto, la necesidad por besarlo era mayor que cualquier otra cosa que cruzara por su cabeza. Ahora que sabía lo que quería tener con el menor, le daba miedo que no lo correspondiera o solo quisiera mantener esa relación exclusiva de sexo y ser amigos fuera de ello.
Al separarse, se miraron por unos segundos hasta que Lisandro dio el primer paso y extendió su mano vacía hasta el collar del chico, desenganchando la correa para después tirarla encima de la cama. Se puso nuevamente el bóxer y el pantalón, sin abrocharlo solo para poder palmear su regazo.
—Vení acá —dijo, dedicándole una sonrisa algo inseguro mientras esperaba que el menor se estirara antes de sentarse encima suyo. Sus manos terminaron en su cintura y acarició la linda figura que tenía el chico—. Tengo algo que decirte…
Un pequeño silencio se hizo presente en la pieza y Alejandro lo miró con curiosidad pero seriedad en su rostro, esperándose lo peor.
—Me gustás. —Definitivamente eso no se lo había esperado, por lo que tampoco supo cómo tomárselo o procesar la información—. Me di cuenta que no solo me gustas para coger y, si me lo permitís, me gustaría pasar mucho tiempo más a tu lado. —Las manos del defensor bajaron hasta sus muslos y los acarició suavemente, sin ninguna otra intención más que admirar su lindo cuerpo que día a día el chico trabajaba para mantener bien.
—¿Como mi novio? —preguntó con emoción, sin poder ocultar su sonrisa. Lisandro miró sus ojos brillando y asintió, contagiándose de su felicidad.
Alejandro lo abrazó con fuerza por el cuello, provocando que sus cuerpos cayeran sobre la cama, acostados. El argentino correspondió el abrazo y pasó sus manos por su cintura. A veces Lisandro pensaba que el menor era como esos perros grandes que no eran conscientes de su tamaño y se te tiraban encima como si pesaran dos kilos, pero tampoco fue algo que le importó demasiado porque era lindo que, aún con su altura, se sintiera que encajaba tan bien en sus brazos.
—Pensé que solo me veías como un niño al que cuidar —mencionó con un puchero.
—Bueno, te sigo viendo así —respondió y vio cómo el chico fruncía el ceño, aparentemente molesto por su comentario—. Pero podés ser el novio al que cuido —agregó y se rió suave al ver cómo las orejas del chico se ponían rojas por la vergüenza.
—¿Qué pasa con tu esposa? —se animó a preguntar, intentando desviar el tema para no morirse de la pena al escuchar que lo llamaba su novio.
Lisandro hizo una mueca de incomodidad. Había querido evitar ese tema por un rato.
—Voy a hablar con ella y voy a ser sincero con lo que siento por vos, no creo que se enoje ni mucho menos te odie o algo así —respondió y quiso abrirse en cuanto a cómo se sentía con ella y cómo era su relación, porque solo le había dicho que a ella no le importaba si cogía con él, no había entrado en detalles—. La aprecio mucho porque fue quien me aceptó como soy y nunca me juzgó. Nunca me sentí atraído sexualmente hacia las mujeres y ella fue la primera en enterarse, probamos muchas cosas pero ninguna funcionó hasta que sugirió que tuviera relaciones con otra persona y Cuti me ayudó con eso. Ahí descubrí que solo me atraían sexualmente los hombres y con vos descubrí que soy birromántico —agregó con una sonrisa mientras movía los mechones de pelo que caían sobre su frente.
Alejandro se había mantenido en silencio todo ese tiempo, escuchando con atención todas las palabras que salían de su boca. Allí se dio cuenta de que él probablemente no era el único que había tenido luchas internas por estar experimentando cosas nuevas. Admiró mucho la capacidad de Lisandro de poder disociar esa parte suya cuando debía hacer otra cosa, porque en ningún momento de los entrenamientos o en el partido lo había visto desconcentrarse o no poder hacer las cosas bien como en su caso.
Tal vez era muy chico aún como para ser capaz de eso, pero estaba seguro de que iba a aprender muchas cosas de Lisandro.
—¿Y qué onda vos con esa piba con la que estabas saliendo? ¿Ema? —Fue el turno del mayor de cuestionarlo a él.
—Eva —le corrigió con un poco de gracia—. Supongo que también debería hablar con ella y decirle que no quiero tener nada —agregó, sin tampoco querer mucho hablar sobre ese tema porque no quería pensar en ese escenario todavía. La chica solía ser bastante efusiva cuando hablaba de sus sentimientos y le aterraba un poco que no se lo tomara bien porque sus conversaciones no solían concentrarse en cómo estaba él.
Ahora que lo pensaba bien, era un poco egocéntrica y tal vez eso a la larga le traería problemas en su relación. Capaz por eso nunca terminó de cerrarle el oficializar con ella, pero no fue consciente de eso en ese entonces porque se quiso convencer de que era mejor salir con ella antes que intentar salir con Lisandro.
El defensor solo asintió y dejó un pequeño beso en su frente, algo que le sacó una sonrisa y volvió a sentirse avergonzado. Cómo siquiera el contrario era capaz de hacer esas cosas sin morirse de pena por ello. Necesitaba aprender sobre eso porque no le estaría gustando que cada vez que hiciera algo así él se pusiera de esa forma.
La charla sincera por parte de los dos ayudó bastante a aclarar muchas cosas de cómo querían que fuera la relación, qué cosas les gustaban y qué cosas no. Fueron varios minutos más los que hablaron y después de eso decidieron irse a bañar porque estaban sucios y todavía tenían todo el sudor del partido y del festejo eufórico que habían tenido.
[•••]
Al otro día, los dos tuvieron que afrontar esa situación de la mejor manera que pudieran y, aunque Lisandro quiso que Alejandro se quedara con él, le dijo que era mejor si hablaba solo con su esposa. El central no quería eso, quería quedarse en la cama abrazándolo mientras olía el olor a manzana verde del shampoo en su pelo, pero tuvo que terminar aceptando lo que le decía el delantero.
Quedaron en verse esa tarde luego de que hablaran con las dos mujeres, después de todo ese día lo tenían libre antes de volver a Mánchester.
Muri le había mandado un mensaje preguntándole cuándo se desocuparía y él terminó contestando que ya podía ir a la casa, mientras comía unas tortitas con mate.
La gualeya no tardó más de una hora en aparecerse por ahí y la saludó desde la barra de la cocina, sin ser capaz de acercarse a ella para abrazarla o besarla. Sentía que si hacía eso estaba engañándolos a los dos.
—¿Podemos hablar? —cuestionó apenas la vio dejar sus cosas encima del sillón.
Muri lo miró con curiosidad y cierta preocupación al escuchar el tono serio con el que le estaba hablando su novio. La chica asintió y se sentó en el sillón, palmeando el espacio a su lado. Lisandro la imitó. Muri observó el lenguaje corporal del chico, notando lo inseguro que estaba, por lo que tomó sus manos entre las suyas para poder acariciarlas y darle fuerza para que hablara.
—Me gusta Alejandro —soltó de forma directa, sin saber si iba a poder aguantar un segundo más con esa presión en el pecho—. Estos días estuve confundido pero anoche pude aclararme y quería decírtelo porque recuerdo que me dijiste que aceptabas esto de "relación abierta" porque no habían sentimientos involucrados.
La chica se quedó mirándolo, pero Lisandro no pudo mirarla a los ojos, solo clavando la mirada en sus manos que seguían juntas.
—Perdón… Siempre me quisiste y apoyaste en todo y yo te hago esto, no lo merecés —mencionó sintiendo unas inmensas ganas de llorar porque Muriel no se merecía eso, se sentía muy culpable por sentirse así.
—Vos tampoco merecés no poder estar con la persona que querés —respondió, y esta vez Licha la miró, sorprendido porque le hubiera dicho eso.
—Te sigo queriendo —Muri le sonrió, realmente su sonrisa era sincera y el defensor se sintió más tranquilo porque no se lo hubiera tomado mal—. ¿Podemos seguir siendo amigos? —añadió, sin querer perder la bonita relación de amistad que tenían desde hace diez años.
La chica con reflejos rubios asintió y Lisandro pudo respirar en paz. Realmente todo era más fácil cuando se hablaban las cosas.
—A ver si ahora como amiga me contás lo que hacés con Ale, ya que como esposa no lo hacías —bromeó y el chico desvió la mirada, avergonzado por encontrarse en esa situación.
A veces le sorprendía cómo Muri enfrentaba las cosas de la vida, esa era una de las tantas razones por las que la quería tanto.
—Le compré un collar —soltó de la nada, ganándose una mirada confundida de parte de la chica—. Como los de perro.
—¿Por qué le comprarías un collar como los de perro? —preguntó sin entender a dónde iba esa conversación.
—Empezó como una joda porque había gente diciendo que parecía que lo cuidaba como si fuera un cachorro por la diferencia de edad —explicó, avergonzado por contar una de las cosas que le atraían sexualmente—. Le gusta que lo trate así mientras cogemos y he descubierto que a mí me gusta tratarlo así.
Muri se quedó estática. Capaz no debería haberle preguntado.
—La puta madre —soltó y Lisandro rió suavemente por la mueca con la que lo miró, como si fuera un bicho raro—. No te tenía tan fetichista —agregó pero pronto la vio reír así que no se preocupó por cómo había actuado.
—Ahora te jodés, por preguntona —se burló pero siguió hablando—, no sabes lo caliente que es intentando chuparme la pija. —Muriel le dio un golpe en el hombro por ser un vulgar de mierda y Lisandro volvió a soltar una carcajada, un poco más relajado y no tan avergonzado por ello.
Al fin y al cabo, no tenía nada de malo lo que hacían como para sentir pena por eso.
El resto del día se mantuvieron hablando de todas las cosas no sexuales que había vivido con Alejandro, porque Muri quería saber cómo había empezado toda su relación y los sentimientos del contrario; incluso le contó sobre el beso que le había dado el medio español después de la final. Y la chica no pudo evitar sentirse feliz al ver la emoción y el afecto reflejado en sus ojos, que brillaban cada vez más a medida que hablaba.
Era muy lindo ver que la persona que más apreciaba estaba feliz y le daba igual no ser la razón por la que estaba así. Fielmente creía que nadie nunca iba a poder ser feliz plenamente si era egoísta.
El timbre sonó y los sacó de la conversación que estaban teniendo. Lisandro rápidamente vio su celular para tal vez encontrarse con algún mensaje de Alejandro o de alguien que hubiera decidido ir a su casa, pero no había ni siquiera uno. Normalmente le avisaban a él o a Muri cuando alguien iría, pero la chica tampoco parecía tener idea.
Se levantó del sillón donde estaban sentados tomando mate y fue hasta la puerta, abriéndola.
Lo primero que vio fue el pelo platinado del número 49 y no tardó en reconocerlo a pesar de que estaba envuelto en una campera abrigada y una bufanda por el frío de Londres. Estuvo a punto de saludarlo con una sonrisa pero vio los ojos llorosos del chico y se preocupó.
Se lo veía agitado y al borde del llanto, por lo que no tardó en dejarlo pasar, tomando su muñeca con suavidad porque el contrario no parecía reaccionar. Cerró la puerta detrás de ellos y acompañó al chico para que se sentara en el sillón.
Muri lo observó y se levantó para ir a la cocina a prepararle algo caliente porque el chico parecía estarse muriendo de frío a pesar de sus abrigos. Lisandro, por su parte, lo ayudó a quitarse los abrigos que llevaba puesto.
—¿Qué pasó, mi vida? —No pudo evitar que se le escapara el apodo y temió que Alejandro se lo tomara mal porque capaz era muy pronto para él que tuvieran esa confianza, pero era difícil para él no hablarle lindo cuando era lo primero que hacía cuando estaba enamorado, las palabras cursis eran su principal forma de dar afecto.
El rubio lo miró tras el apodo y se le colgó al cuello, abrazándolo con fuerza mientras escondía su rostro en su hombro.
—Tengo miedo… —dijo, sonando un poco ahogado por hablar contra su ropa.
—Tranquilo, estás conmigo y no voy a dejar que te pase nada —intentó tranquilizarlo, acariciando con una mano la espalda del menor y con la otra, los suaves mechones platinados.
Le costó un poco calmar al menor porque parecía no poder dejar de llorar, pero dejó que se desahogara. Notaba que probablemente se había guardado muchas cosas para sí mismo y ahora necesitaba largarse todo.
Muri volvió con una taza con chocolatada caliente y se la extendió al chico.
—Tomá, te va a hacer bien —aconsejó la chica y Ale la miró con vergüenza por que lo viera en ese estado, secándose las lágrimas de la cara para después tomar la taza.
Ni siquiera había sido capaz de llamarle o mandarle un mensaje a Lisandro porque se sentía mal y no quería que lo viera así, al borde de tener un ataque de pánico o lo que sea que fuera eso. Pero al final su cuerpo solo terminó dirigiéndose al departamento donde se estaba quedando la esposa del defensor y sabía que encontraría al mayor.
Le dio un sorbo a la chocolatada y pronto el calor se expandió por todo su cuerpo, calmándolo junto a la mano del número 6 acariciando su espalda baja.
—¿Mejor? —preguntó con una sonrisa, llevando su mano para terminar de limpiar las lágrimas del chico de sus mejillas y mirándolo con cariño.
Muri sonrió para sus adentros sabiendo perfectamente cómo actuaba su ahora exnovio cuando quería a alguien. Estaba segura que ese chico no iba a volver a llorar en su vida estando al lado de Licha.
—¿Querés contar qué pasó? —indagó con un poco de inseguridad por hacerlo sentir presionado a hablar, pero una parte de él quería que le dijera para poder ayudarlo.
—Fui con Eva… Le dije que no quería que nos siguiéramos viendo y me empezó a insistir para que le dijera por qué no quería estar con ella —explicó, haciendo una pequeña pausa para darle un sorbo a la chocolatada—. Le terminé confesando que me gustabas… No le dije que vos en específico, solo que me gustaba un hombre. Y, no sé, empezó a decirme cosas feas de repente y dijo que tarde o temprano las prensa se iba a enterar.
—Qué pendeja pelotuda —murmuró Muri y Lisandro la miró por encima del hombro del menor, ella se disculpó con la mirada por su comentario.
Pero es que tenía bronca. Alejandro ahora se había vuelto su protegido por ser el novio de Lisandro, así que las ganas de agarrar de las greñas a esa boluda por tratarlo mal no le faltaban.
Licha vio los ojos del menor volver a cristalizarse y sintió miedo de que volviera a llorar desconsoladamente así que tomó su mentón para girar su rostro hacia él, acunándolo entre sus manos. Acarició sus mejillas con sus pulgares y luego se inclinó sobre él para dejar un casto beso sobre sus labios para calmarlo.
—¿Y si le dice a la prensa que soy gay? ¿Y si no me aceptan en ningún club por eso? —A pesar del beso, no se había logrado calmar por completo y esas preguntas aún resonaban en su cabeza.
—Sabés que Ten Hag no es así, él no te echaría por algo así y menos cuando sos de sus favoritos —intentó convencerlo—, si llegase a hacerlo, yo me voy a ir con vos. —Alejandro lo miró con los ojos llorosos, sin poder creer que el central le estuviera diciendo eso de verdad. Era demasiado lindo para su corazón—. No importa lo que pase, estamos juntos en esto.
Las palabras no le salieron de la boca y sabía que Lisandro tampoco iba a dejar que siguiera pensando en cosas que le hacían daño, así que prefirió hablar con su cuerpo y volver a abrazarlo, agradeciendo a Dios por haber puesto a ese chico en su vida.
Y a Muri también, porque terminó siendo más amiga suya que cualquier otra persona, parecía como si lo hubiera adoptado pero no le importaba.
Se sentía bien estando rodeados de personas así de lindas, porque ni siquiera sus padres lo habían comprendido y tratado tan bien alguna vez en su vida, a pesar de lo mucho que lo quería.
Se sentía diferente. Eran diferentes.
Supuso que era por ser argentinos, pero su madre también lo era y no tenía esa personalidad, así que le echó la culpa a la economía.
Sabía del pasado de Lisandro, por todo lo que había pasado hasta llegar hasta donde estaba y sabía que no había sido un camino fácil, estaba lleno de pobreza y luchas por años. Tal vez eso era lo que los diferenciaba de su madre.
Quería creer que la clase social no era algo que importase de verdad, pero si impactaba de esa forma en una persona, tal vez era algo a lo que debía prestarle más atención e intentar luchar contra eso. Él era de una familia con dinero, tal vez no millonarios, pero lo suficiente como para satisfacer todas sus necesidades. Nunca le costó nada y sus padres le daban lo que quisiera, tal vez por el miedo de que él viviera lo mismo que ellos.
Tal vez por eso tenía tantas ganas de representar a Argentina ahora que podía elegir. Porque eran personas que siempre se esforzaban y salían adelante a pesar de todo. Quería rodearse de personas así porque también quería ser como ellos.
Y principalmente, quería seguir estando al lado de Lisandro. En el United, en la selección argentina, en otro club o incluso en ninguno. No le importaba realmente eso si ambos estaban juntos.
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De Visitantes - [ Julienzo ]
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Palabras: 4.9k
Género: Fluff
ღ Donde Julián y Olivia le quieren dar una sorpresa a Enzo yéndolo a ver al estadio donde jugaba en su nuevo equipo, el Chelsea, después de haber llegado de sorpresa para festejar San Valentín con su novio. ღ

Desde que llegó a Alemania, específicamente a Dortmund, el frío clima y la noche le dieron la bienvenida no muy diferente a donde estaba viviendo ahora. A pesar de que llevaba poco más de un año soportando día a día vivir con esa temperatura envolviendo su cuerpo, su cuerpo no se acostumbraba a ello.
Tampoco era fanático del calor porque fielmente creía que a nadie le gustaría el calor si viviera un verano en Argentina con 45 grados respirándote en la nuca. Pero notó el cambio y su cuerpo fue el que más lo sufrió.
¿No podían hacer 15 grados aunque sea, en lugar de 5?
Arregló su bufanda para tapar sus orejas mientras caminaba por las calles alemanas, en busca del departamento donde se hospedaba Valentina, la ex novia de Enzo.
Después de que volvieron a encontrarse en el mundial de Qatar, las cosas cambiaron para la pareja luego de que Enzo le confesara que le gustaba su mejor amigo, algo que Valentina había sospechado desde hace bastante tiempo. Desde que lo conoció notó que miraba a Julián con otros ojos, una mirada que ni siquiera a ella le dedicaba.
Su cariño era diferente, llevaban muchos años siendo amigos y Valentina entendió que no podía hacer nada para impedir que estuvieran juntos. Y tampoco iba a juzgarlo porque Julián era una persona muy linda, más allá de lo físico, si hubiera tenido la oportunidad, probablemente ella también se hubiera enamorado del cordobés.
Terminaron en buenos términos y siguieron viéndose cada cierto tiempo y hablándose cada vez que podían para que Olivia pudiera seguir estando con su padre aunque ellos ya no estuvieran juntos.
Que el Chelsea comprara a Enzo, genuinamente, fue lo mejor que le pudo pasar a Julián porque ahora estaban más cerca de lo que implicaba que viviera en Portugal y en consecuencia se podrían ver más seguido. Después de cuarenta días en Qatar, las cosas mejoraron entre ellos e incluso se atrevieron a empezar a salir después de que Enzo le robara un beso al ganar la final contra Francia.
Y ahí estaba, yendo a visitar a su novio de sorpresa. Era 13 de febrero y quería pasar el día de San Valentin con él por lo que le había mentido diciendo que tenía que entrenar con el Manchester City porque pronto jugarían los octavos en la Champions League, y que no iba a poder ir al estadio donde jugaría el Chelsea como visitante.
Se contactó con Valentina para contarle su plan y la chica se copó con alegría, sabiendo que Enzo tal vez estaría un poco estresado por todo lo que conllevó dejar un país en el que había estado viviendo casi medio año y ser el foco de la prensa durante esas semanas desde que llegó al Chelsea.
Le mandó la dirección de su departamento y él decidió ir caminando porque no era muy lejos del aeropuerto. Con su mochila en su espalda y un millón de abrigos puestos, se encaminó en su travesía.
Julián de verdad se rió cuando Enzo le respondió con un ":(" al decirle que no iba a verlo, sin creerse que el ahora chico de 22 años fuera tan ingenuo como para creerle. El día de mañana iba a ser el primer 14 de febrero que pasarían como novios, no iba a perdérselo por nada.
Más de una vez lo habían pasado juntos en una supuesta "doble cita" que siempre terminaba con Emilia enojándose con él porque no le prestaba atención. Qué culpa tenía él que Enzo le hiciera reír con cualquier boludez que hacía o le sacara temas de conversación más interesantes que el nuevo bolso que había sacado una marca de ropa.
Sí, él también terminó con su ahora ex novia.
Se dio cuenta que no había sido lo que esperaba y estar de nuevo más de un mes con su mejor amigo le hicieron notar que correspondía los sentimientos del bonaerense.
Tocó el timbre del edificio donde se hospedaba la ex novia de Enzo y pronto vio la cara de la chica con una sonrisa por verlo.
—Hola, Juli —lo saludó, abrazándolo con cariño mientras él susurraba un suave saludo—. ¿Cómo te fue en el viaje?
—Bien, tranquilo por suerte —respondió con timidez.
Todavía no se acostumbraba a estar tan casualmente con Valentina como si fuera su amiga de toda la vida y no la ex de su novio. Seguro se sentía así por todo ese mito de que uno no podía ser amigos de sus ex novios porque se tenían que llevar mal, y él incluso cumplía ese mito.
Seguro Emilia odiaba con toda su alma a Enzo y lo culpaba de que se hubieran separado, jamás lo recibiría en su casa como un amigo más. Aún no entendía cómo Valentina no actuaba de esa forma. Tal vez es porque tienen una hija juntos, pensó pero no estaba muy seguro.
—Vení, pasá que hace frío —le indicó al sentir el cuerpo del mayor temblar ligeramente por la fría brisa de Alemania.
El lugar era bastante lindo y cálido, por lo que empezó a sacarse su abrigo y la bufanda para que no le diera calor ahí dentro.
—¿Querés tomar algo antes de que salgamos? —Julián terminó aceptando porque un café para pasar el frío no le venía mal.
Una vez dentro, observó a Esteban, el novio de Valentina, sentado en el sillón del living, jugando con la castaña de sonrisa igual de blanquecina que su padre. Valentina por mientras, fue a la cocina para prepararle un café.
La niña al verlo, le brillaron los ojos y corrió hacia él con una sonrisa.
—Uliii. —La escuchó llamarlo, sin poder aún pronunciar bien su nombre. Julián en el fondo se murió de ternura por la niña porque traía puesta la camiseta azul del Chelsea con el nombre de su padre.
Ciertamente Olivia le había agarrado cariño por todas esas veces que Enzo y él se juntaban cuando al chico le tocaba pasar unos días con ella. Y lo curioso era que Olivia solamente parecía tenerle confianza a él, porque cuando estaban todos los de la selección, ni siquiera se podía separar de la pierna de su padre por la timidez.
Pero Julián era Julián, él enamoraba a todo el mundo, incluso a los niños.
—Hola, mi amor, ¿cómo estás? —El apodo le salió inconscientemente y miró un poco alarmado al otro chico allí presente, tal vez se enojaba por la confianza.
Pero solo lo vio sonriendo mientras lo miraba, feliz porque Olivia también lo estuviera.
Se sentía muy seguro en ese ambiente donde nadie lo juzgaba.
Cargó a la niña con sus brazos y la sostuvo al costado de su cuerpo, observando la felicidad de Oli por verlo de nuevo después de casi tres meses sin hacerlo, desde la final del mundial.
—Bien —respondió con una sonrisa, abrazándolo por el cuello—. ¿Vas a ir con nosotros a ver a papá? —El tono de voz de la niña le dio ternura y no pudo evitar contagiarse de su felicidad, asintiendo con la cabeza.
Olivia soltó un pequeño "siii" mientras se movía con felicidad en sus brazos.
Valentina volvió con una taza con café en sus manos e inmediatamente sonrió al ver la escena del ahora novio de Enzo con su hija en brazos. Le tenía un gran aprecio a Julián por siempre cuidar de ella y hacerla feliz.
—Tomá —le ofreció la chica y él le agradeció.
Apenas dio un sorbo al café, sintió su cuerpo calentarse cosa que agradeció demasiado por lo friolento que era. Vio la hora en el reloj que había en el reloj colgado en la pared del living y vio que eran las ocho y media de la tarde y faltaba media hora para que empiece el partido, así que deberían ir partiendo.
Dejó a Oli de nuevo en el piso y le revolvió el pelo con cariño, obteniendo un puchero y las cejas fruncidas de la niña. Rió en respuesta y dio un sorbo al café restante.
—¿Puedo pasar al baño para cambiarme? —preguntó y Valentina asintió, indicándole dónde era con una seña de manos mientras agarraba la taza que tenía Julián en sus manos.
Casi que corrió al baño para encerrarse ahí y sacarse la mochila. La abrió y de esta sacó la camiseta azul del equipo londinense con el número cinco y el nombre de Enzo en la parte trasera.
Después de cambiarse, se miró al espejo y sonrió por lo bien que se sentía estar vestido con una ropa de su novio, aunque no fuera específicamente de él porque la había comprado en Manchester antes de viajar. Sin poder aguantarse sacó su celular y se sentó en el lavamanos, dándole la espalda al espejo, pero volteándose ligeramente para que se viera su rostro sonriente mientras encuadraba la foto para que se viera tanto él como el nombre en la camiseta.
A esa foto le faltaba Enzo entre sus piernas abrazándolo por la cintura mientras le besaba el cuello.
Se sonrojó por su propio pensamiento y le echó la culpa a no haberlo visto durante tres meses. Extrañaba mucho cualquier tipo de cercanía con el menor, definitivamente no era lo mismo hablar por videollamada o mandarse mensajes. Necesitaba abrazarlo y besarlo en persona.
Después de eso solo se bajó del mueble de cerámica y terminó de arreglarse, guardando en la mochila la remera que se había sacado y su celular en el bolsillo de su pantalón.
Salió del baño con sus cosas en las manos y se acercó a donde había dejado su abrigo para ponérselo y poder enfrentar de nuevo al frío clima.
El camino al estadio en el auto de Esteban fue tranquilo. La pareja se encontraba adelante y él estaba sentado en el asiento detrás de Valentina mientras que Olivia detrás del novio de la chica, para que así su madre pudiera verla todo el tiempo por si necesitaba algo.
Pero Olivia estuvo bastante cómoda, intentando hablar y jugar con Julián todo el tiempo que pudieran antes de que tuvieran que separarse de nuevo. A pesar de que Oli lo había distraído bastante, seguía estando nervioso por toda la situación y el sentimiento fue incrementando a medida que estaban más cerca del estadio.
¿Y si Enzo se enojaba con él por haberle mentido? Realmente sería el peor escenario que podía enfrentar, pero no podía evitar pensar en esa posibilidad. Estaba estresado, tal vez reaccionaba mal y tendría que tirar a la basura su idea de pasar San Valentin juntos.
Estaba cagado las patas.
Cuando llegaron al lugar, se dirigieron a la entrada y Valentina se encargó de hacerlos pasar a los cuatro con las entradas del palco exclusivo para familiares de los jugadores del Chelsea, mientras que el guardia les ponía una pulsera azul.
Era extraño para él verlo con la camiseta azul después de haberse acostumbrado a verlo con la roja del Benfica, pero tenía que admitir que se veía muy atractivo, incluso creía que el azul le quedaba mejor en contraste con su piel que el rojo.
Estuvo todo el partido medio embobado viendo a su novio jugar, quitando la pelota con rapidez, dando sus pases por arriba del campo, rematando al arco con una pelota que casi fue gol de no ser porque el arquero la atajó o incluso cómo en un momento dejó su rol en el mediocampo para intentar defender la única pelota que entró en su portería. Siempre daba lo mejor en cualquier partido y eso era una de las tantas cosas que amaba de Enzo. Constantemente quería mejorar y superarse a sí mismo, una forma de ser que tenía desde que ambos estaban en River. Tal vez sus sentimientos por él se habían desarrollado hace mucho tiempo y recién ahora era consciente de eso.
A pesar de que el equipo local terminó por hacerles un gol y el Chelsea no pudo empatarle, sabía que su novio había dado todo en la cancha y estaba feliz por él, y era algo que quería recordárselo siempre.
La ansiedad y el nerviosismo volvieron a atacarlo a medida que el partido empezaba a finalizar.
No mucho tiempo después, los hinchas empezaron a abandonar el estadio y Valentina agarró a Olivia de la mano para empezar a dirigirse a la salida, donde en algún momento saldrían los jugadores y donde Valentina había quedado con Enzo para que Olivia pudiera verlo.
Sin embargo, tal vez esperar afuera con el frío que hacía no era la mejor opción y el estacionamiento estaba lejos, así que se ofreció a llevar a Olivia al pasillo que daba a los vestuarios, donde seguro lo encontraba más rápido. Además, puede que quisiera verlo a solas pero no admitiría eso en voz alta.
Valentina pareció estar de acuerdo y le dio el visto bueno para que se llevara a su hija. Confiaba en Julián, sabía que no le iba a pasar nada.
El cordobés se sintió bien por la confianza que le tenía Valentina y no tardó en cargar a Olivia como había hecho hace unas horas. Ya casi eran las 11 de la noche, por lo que el frío había aumentado y no creía que fueran a dejarle estar tanto tiempo en el estadio, al menos no si lo veían solo.
Bajó las escaleras y se acercó a la entrada del edificio que llevaba a los vestidores. Vio a un guardia detrás de la valla, así que decidió ir a hablar con él aunque se muriera de la vergüenza por su inglés de barrio.
—Hi, can i see Enzo Fernández? She's his daughter —habló como pudo, mostrándole el brazalete azul que tenía en la muñeca para indicarle que había estado en el palco de familiares.
Por suerte el de seguridad asintió a su pedido, abriéndole la reja para que pudiera pasar. Le agradeció y empezó a adentrarse al lugar, sintiendo su pulso acelerarse por la emoción y los nervios.
El pasillo estaba vacío, a excepción de alguna que otra persona que iban de un lado a otro, dándolesuna mirada disimulada, aparentemente todos estaban ya yéndose o terminando se asearse para hacerlo.
Hasta que vio a dos siluetas a unos metros de ellos, uno tenía el número 11 en su espalda y el otro el número 5. Sonrió con emoción y Olivia los vio también, por lo que se puso feliz mientras seguían caminando.
—Papiii. —La voz de la niña retumbó en el pasillo cuando estuvieron más cerca y Enzo no tardó en darse vuelta al reconocer la voz de su hija.
Pero se quedó quieto el ver quién la acompañaba, sorprendido de verlo ahí después de que le dijera que tenía que entrenar en Manchester.
João Felix, quien se encontraba a su lado, imitó sus movimientos en cuanto Enzo cortó la conversación por el llamado de Olivia. Casi al instante reconoció quién era ese chico y sonrió al ver cómo los ojos de Enzo brillaron y sonreía con sus dientes, demasiado feliz. El número 11 nunca había visto esa expresión en su rostro en el poco tiempo que llevaba con ellos, ni siquiera cuando se contaban chistes y reían.
Enzo casi que corrió a abrazar a su novio por la cintura, demasiado feliz porque estuviera ahí, sintiendo que su corazón se derretía al verlo con su hija en brazos y los dos con su camiseta.
Eran las dos personitas que más amaba en el mundo y que estuvieran ahí lo hizo olvidar de todo lo malo. Ya no importaba que tuviera problemas para comunicarse con el inglés ahora que vivía en Londres, ni que acabaran de perder el tercer partido en el que jugaba, ni mucho menos que ahora la prensa lo haría responsable del equipo solo porque era campeón del mundo y lo habían comprado por 121 millones de euros, dos cosas con las que muchas personas no estaban de acuerdo.
Olivia movió sus manitos para alcanzar a su padre y Julián se vio apretado entre los dos cuerpos, aunque al final terminó riendo porque los dos eran igual de cariñosos.
—Pensé que no ibas a poder venir —murmuró contra su cuello, produciendo que el cordobés riera y se removiera levemente por las cosquillas que le causó su respiración.
—¿Sorpresa? —respondió no del todo seguro con qué decir en esa situación. Seguía teniendo una pequeña opresión en su pecho, pero saber que el menor estaba feliz, también lo ponía feliz a él—. Mañana va a ser el primer San Valentin que pasemos juntos como novios, no me lo podía perder.
Recién en ese momento Enzo pareció caer en cuenta de qué fecha era. Había estado tan abrumado con el papelerío que tuvo que tramitar para el fichaje, los entrenamientos, el conocer a gente nueva y la carga que tenía por "salvar al Chelsea" como muchos decían, que ni le había prestado atención al calendario.
Enzo se separó, con una expresión apenada, no había preparado nada para su novio mientras que él había viajado hasta Alemania para verlo jugar y estar con él.
—No estuve pendiente de los días, perdón... —Fue todo lo que se sintió capaz de decir, sin animarse a mirarlo por si Julián se enojaba con él.
Pero Julián es un pan de Dios, cómo iba a enojarse con él.
—No importa Enzu, entiendo que hayas estado con la cabeza en todo esto. —El tono gentil del mayor lo hicieron hacer un pequeño puchero mientras lo miraba, no era justo que tuviera un novio tan lindo.
Sin pensar demasiado sus movimientos ni dónde estaban, el cordobés se paró levemente en puntitas de pie para contrarrestar esos casi diez centímetros de diferencia que tenían de estatura. Sus labios se tocaron por unos segundos en un beso demasiado tierno que hizo sonreír al bonaerense con una expresión de embobado.
—Vocês são noivos? —escuchó al número 11 del Chelsea hablar detrás suyo y, a pesar de que Julián no sabía tanto portugués como Enzo, en ese momento sintió que se había sacado un masterclass en el idioma porque lo entendió a la perfección.
Toda la timidez y vergüenza que no había tenido para besar el número 5, terminó por atormentarlo en ese momento. No supo dónde meterse para no tener que mirar al portugués que los miraba con una pequeña sonrisa en sus labios.
Ahora tenía más sentido la emoción de su compañero de equipo al ver a ese chico.
Enzo miró a João Felix algo apenado, pensando que tal vez ya se había ido de ahí porque él prácticamente lo había abandonado. Pero no, el chico estaba ahí mirando a la pareja con ternura.
El portugués había sido una de las primeras personas con las que había hablado en el entrenamiento, primero porque manejaba más o menos el idioma después de vivir medio año en Portugal y segundo porque el chico parecía ser un gran admirador suyo desde que le dio ese pase milagroso contra el West Ham que les permitió hacer un gol.
Incluso hasta lo había medio argentinizado haciéndolo probar el mate.
Volviendo al tema de ellos. Ambos habían hablado muchas veces de qué querían hacer con su relación de cara al público y los dos estuvieron de acuerdo en que no necesitaban ni harían ningún tipo de "anuncio formal" donde dijeran "sí, somos novios, estamos saliendo hace tres meses aunque nos gustabamos desde antes", porque realmente no lo consideraban necesario.
Pero tampoco querían tener que privarse de demostrar cariño cuando quisieran o publicar una foto en instagram porque les parecía algo lindo de hacer. Más allá de que a otras personas les pareciera algo incorrecto o ilógico de hacer, quisieron dejar que sus sentimientos decidieran cómo actuar.
Los dos sabían en qué momento y por cuánto tiempo podían permitirse hacerlo—a excepción de ese momento, pero solo porque Julián lo extrañaba—, así que no les preocupaba demasiado ese tema.
Si la prensa quería hablar, que hablara. Enzo estaba incluso dispuesto a volver a jugar en el potrero si ningún club lo aceptaba por gustarle Julián. Ciertamente, su amor por él era mayor al que le tenía al fútbol de clubes. Haría lo que fuera para estar con él.
—Não diga nada sobre isso, por favor —le pidió Enzo a su compañero de equipo, con un poco de miedo de que João Felix dijera algo al resto del equipo y eso se volviera un tema de conversación. No quería volver a ser el centro de atención, solo quería pasar desapercibido por un rato.
Julián no pudo evitar sentir que su estómago se revolvía al escucharlo hablar en portugués porque se escuchaba muy bien hablando el idioma. Se golpeó mentalmente por pensar eso en esos momentos, repentinamente sintiéndose nervioso porque el bonaerense en ningún momento quitó sus manos de su cintura, aunque se volteó un poco para ver a su compañero.
—Não vou falar nada —respondió, terminanso de agarrar sus cosas para retirarse—. Vou pra casa então, te vejo mais tarde —se despidió el número 11, no sin antes dirigirle una mirada al otro argentino—. Adeus, namorado do Enzo.
El mencionado lo miró con vergüenza, queriendo darle una patada por molestarlo, pero cuando reaccionó el portugués ya se había ido casi corriendo.
Julián se quedó callado por unos segundos, intentando procesar lo que había dicho el portugués porque había sido demasiado en poco tiempo.
—¿Qué dijo? —preguntó, siendo más fácil que darle vueltas en su cabeza.
—Que no iba a decir nada —respondió, volviendo a girarse hacia el chico del City pero esta vez con una expresión avergonzada, sin querer del todo traducir eso porque le daba vergüenza—. Y te llamó mi novio.
Ahora estaban en una competencia de quién se avergonzaba más porque muy diferente era que entre ellos jodieran con eso a que alguien más los llamara así.
Si eran sinceros, aún no se acostumbraban a todo eso de ser parejas. Si bien antes de empezar a salir ya tenían "roces" o momentos donde eran muy cariñosos entre ellos, ahora se sentía diferente actuar así, no era igual que cuando eran mejores amigos—aunque lo seguían siendo, pero ahora había amor romántico de por medio—.
—Suena bonito —opinó Julián con una sonrisa cuando pudo salir de ese estado de vergüenza.
Enzo lo miró por unos segundos y se sintió más calmado porque no se hubiera enojado por la respuesta de João Felix. Iba a agregar algo más pero su hija lo interrumpió, después de no haber hablado en todo ese rato probablemente intimidada por la presencia del portugués.
—¿Qué es "novio"? —preguntó mientras se chupaba la punta de uno de sus dedos y miraba con curiosidad a su padre.
Enzo sonrió por la ternura que le dio la niña.
—Se le dice así a una persona que quieres mucho mucho, que quieres estar con ella todo el tiempo que puedas y darle muchos cariños. —El tono cursi del bonaerense mientras lo miraba de reojo al pronunciar esas palabras, hicieron que sonriera aún un poco avergonzado.
—¿Entondes Juli puede ser mi novio? —preguntó con total inocencia, arrastrando las c y las s porque no las podía pronunciar bien, sonando más como una d. Olivia lo abrazó por el cuello y pegó su mejilla a la suya.
—No, porque es mío y yo no lo comparto —le respondió rápidamente mientras lo abrazaba por la cintura en un acto posesivo. Vio el puchero que hizo Olivia y Enzo le sacó la lengua, como burlándose de ella.
Julián rió por la actitud de dos. Parecía que estaba con dos niños y no solo uno.
—¿En serio te vas a pelear con tú hija? —preguntó en un susurro aún con gracia por la situación en la que estaba.
Enzo escondió su rostro en el hueco entre su cuello y su hombro mientras lo abrazaba ahora con fuerza, habiendo ansiado también por un contacto con el cordobés todos esos meses.
Cada día desde que llegó al Chelsea fue estresante y una presión para él que a veces no podía controlar, terminando con él en el baño llorando de la frustración por no poder hacer que el equipo ganase un partido. Ni siquiera había podido hablar con Valentina y mucho menos con Julián porque se sentía tonto teniendo esos sentimientos. Sabía que era muy pronto para que el cambio en el equipo se manifestara, aún tenían que ajustar muchas cosas, jugar muchísimo más hasta que cada uno conociera hasta el mínimo movimiento que iba a hacer el otro.
Aunque sabía eso, muchas veces no podía evitar sentirse derrotado cuando llegaba a su casa después de un partido o un entrenamiento, optando por simplemente acostarse y ahogar todos esos sentimientos durmiendo.
—Competencia es competencia —bromeó, intentando no remitirse a esos malos sentimientos porque no era buen momento, quería disfrutar estar con Juli—. Bueno, vamos con mamá, Oli —habló, separándose del delantero para poder agarrar a su hija entre sus brazos, seguro Julián se había cansado por alzarla todo el tiempo aunque no dijera nada.
—Pero quiedo estar con Uliii —lloriqueó con un tono caprichoso, sin querer separarse de él.
Enzo hizo un puchero porque su hija parecía amar más a su novio que a sus padres.
—Ahora que tu papi vive en Londres, nos vamos a poder ver más seguido, Oli —mencionó y los ojos de la niña brillaron con una sonrisa en su rostro.
—¿Lo prometés?
—Lo prometo —le respondió con una sonrisa mientras extendía su meñique hacia ella en una "pinky promise" que Olivia terminó agarrando con algo de dificultad por la diferencia de tamaño.
Enzo solo pudo sonreír, demasiado enamorado como para que le importara otra cosa que no fuera Julián hablando y haciendo reír a su hija mientras le daba besos en la cara.
Aquello pareció convencer a la niña, quien terminó yendo a los brazos de su padre para que caminaran hacia la salida del estadio para encontrarse con Valentina.
Durante el camino, el bonaerense estuvo mirando discretamente al mayor, sintiendo su mano sudar a pesar del frío. Se sentía demasiado nervioso e inseguro por lo que quería hacer, pero terminó mandando todo a la mierda al pensar en que en unos días iban a tener que separarse de nuevo. Si no aprovechaba su tiempo con Julián, después se iba a arrepentir.
Después de secar su mano libre en su pantalón, la acercó a la del cordobés, tomándola con timidez para terminar entrelazando sus dedos. La piel del chico estaba fría y en ese momento recordó lo friolento que era el mayor, por lo que terminó metiendo ambas manos en el bolsillo de su pantalón para calentarla.
Julián lo miró por unos segundos y no tardó en sonreír solo como él podía hacerlo, achicando los ojos y dejando ver sus dientes blancos. Estaba avergonzado y lo podía notar por lo rojas que se pusieron sus orejas debajo de la bufanda, pero probablemente él estaba igualno peor que el cordobés después de dar el primer paso.
Ninguno dijo nada y solo caminaron en silencio mientras sonreían por poder estar juntos de nuevo.
Cuando llegaron al auto del novio de Valentina, Enzo saludó a los dos con un beso en cada mejilla y Olivia volvió a los brazos de su madre con una sonrisa por haber podido ver a Julián, aunque sea por unas horas.
Valentina vio sus manos unidas compartiendo el bolsillo del bonaerense discretamente y solo sonrió con felicidad porque ahora estuvieran juntos de nuevo. Aunque Enzo no le dijera nada, sabía cuando estaba mal, después de todo habían estado mucho tiempo juntos.
—Ya nos vamos yendo, entonces. Deciles chau, Oli —habló la chica, haciendo su la niña agitara su mano hacia los dos.
—Chau papi, chau Uli —los saludó y los dos le devolvieron el gesto con una sonrisa.
Valentina les dedicó también un saludo.
—Pasenla lindo mañana —se despidió porque era obvio que lo iban a pasar juntos.
Una vez que se encontraron solos en el estacionamiento del estadio se sintió como un momento demasiado íntimo, con los dos sin poder dar un primer paso por pena.
Enzo se armó de valor para mirarlo de frente, sacando sus manos de su bolsillo, esta vez agarrando las dos entre las suyas para calentarlas con ese movimiento.
—¿Qué querés hacer ahora, mi amor? —le preguntó sin poder evitar el apodo cursi.
"Mi amor". Sonaba demasiado bonito en los labios del chico de los blues. Siempre se ponía tímido cuando le ponía apodos pero amaba que lo llamara de esas formas.
—¿Qué te parece tomar mate y charlar hasta las tres de la mañana? —Enzo rió por su propuesta para nada nueva, porque siempre que se juntaban hacían lo mismo.
—¿No te cansas de siempre lo mismo?
—No, ¿y vos? —cuestionó porque tal vez Enzo quería hacer otra cosa.
—No.
—¿Entonces es un trato? —preguntó con emoción, con los ojos brillándole por poder ponerse al día con su novio de todo lo que habían vivido en esos tres meses cada uno por su cuenta.
—Sí, es un trato —accedió.
Sin poder evitar el contacto, Enzo buscó sus labios y Julián no lo rechazó, esta vez dejando que el beso fuera más largo e íntimo, si es que se lo podía llamar así.
Esa noche, definitivamente terminaron en el sillón del living de donde se hospedaba Enzo en Alemania hasta que volvieran a Londres, envueltos en sábanas y acurrucados en un abrazo mientras se pasaban mates el uno al otro, conversando sobre sus vidas.
Si se quedaron hasta las tres de la mañana o hasta las cinco, fue algo que solo ellos sabrían.
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