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oniricacreacion · 3 years
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oniricacreacion · 3 years
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Siempre incompleta, siempre mutilada, un poco más envejecida y cada vez con las ideas rejuvenecidas. Vuelvo sobre recuerdos sepultados. 
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oniricacreacion · 3 years
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Nubes y lunas, obsesiones, humos, invisible
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oniricacreacion · 3 years
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Las personas veían en los números la suerto o su infortunio. La riqueza enseñaba a tener más de lo suficiente; mis padres han sido superticiosos que piensan en mí cuando mi fecha de nacimiento cae en la lotería. No quieren pensarme como una hija cuyos deseos son complicados, que un regalo no es cualquier cosa deliberada, no para mí, sino un mensaje que me decía qué hija quería. Una hija bella que cualquier ropa le lucía bien; en lugar de una lectura empedernida. No despreciaba sus regalos, pero sí sentía cierta condena. Podría bien renunciar a cualquier ofrenda, sus comidas, sus ropas, dejar de ser hija y sufrirlo, pero ahora resultaba inecesario. Me vestía la misería social; mi cuerpo había vivido tres paros, una pandemia y dos fracasos sexuales, tenía alergias, incluso a la mayoría de hombres. Podría seguir contando por qué tendría que ser más paciente que una escritora española, argentina, incluso de la burguesía Colombiana. No era fácil poder imprimir sin que me costara otros bien, no urgente, pero eventualmente necesario: un pase de conducción, lentes de lectura y un vuelo de ida a la mierda. Eran ese tipo de cuestiones por las cuales seguía ahorrando cada pesito que brillaba en el suelo, al menos para cumplir a mi encuentro con una taza de moca instanteneo. Mi vida se había vuelto en los últimos veces una comida sin sabor de manos amorosas. Era insatisfactoria que a la hora quería volver a probar el dulzor de las harinas. También cada combianción de ropa había tenido ciertas constante; las camisas floreadas, el uso de faldas y tenis, como siempre, el pelo suelto, ya ni trenzas, maquillaje como si firmara una hora; era a diario. Entonces me miraba al espejo a ver si un día me encontraba ajena, pero resultaba una triste réplica, no podría hallarme en ninguna mirada, incluso tanto había sido mi enclaustramiento que esquivaba cualquier intento de penetrar o desnudar esta máscara a punto de caerse, con miedo, como quien comete un acto silencioso y engañoso. Viviría con la culpa de callar demasiado y dejar a los otros sin ninguna expresión que la extrañeza. Porque es irrisoria ver cómo la insistencia puede ser un penosa espera. Uno parece pidiendo a gritos: “mirenme”. Le miramos, vemos a través de su compañía, la única prueba tangible del mundo. Respiro con alivio, pero aún no confieso que esta empresa puede venirse abajo; mi torre de naipes ser llevada por el soplido de quien apaga una vela sin deseo de por medio. Quedaré desampara, ciega, en oscuros espacios donde la luz entra como si interrogara: ¿por qué lo hice? ¿Es importante? ¿le apludimos? ¿Crees que yo no podría?” Siento los ojos desafiantes, incluso la familiaridad te subestima para suavizar la angustia, pero habría que protegerse de perderse en deseos ajenos, tan expresivos, tan obvio. Yo no quería aplausos, me sentía incómoda, ahora recuerdo a la niña sonrrojada a punto de llorar en su cumpleaños con un montón de niños extraños. Ahora que he crecido, sigue siendo igual sólo que con más títutlos: colegas, invitados, participantes, al final todos coincidiendo para ver cuándo sirven el pastel, será que bucan entretenerse  y ver mi actuación. Me siento impostora, el sindrome que los estudios feministas han visibilizado, creemos que llegamos ahí porque simplemente así quisimos, ignorando la esperan asfixiante de los días que no traen prueba de sí vamos por el camino favorecido, nos enseñan a ser más humilde a nosotras, nos tratan con ternura con temor a reirse con nosotras.  Me convencen, digo: “pero no es gran cosa, ni lo que creo imaginar de ellos”.  Quiero que todos los olviden este escenario demasiado preparado, para pensar en otra cosa, pasar el tiempo, las páginas de libros que aún no he leído. Anudarme otra vez a pensamiento caudalosos, que me alejan de otros ruidos urbanos.  
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oniricacreacion · 3 years
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oniricacreacion · 3 years
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Nunca antes me había interesado por una escritora Colombiana como Pilar Quintana. Sus libros Caperucita se comió al labo y Los abismo me han arrebatado cualquier inocencia, ha corrido todas las cortinas prohibidas y sacudido mi estómago como mis malecones morales. Su prosa ha desnudado a la infancia, ha despertado a la niña que mira por el resquicio de la puerta al cuarto de sus padres, ha seguido la mirada de su madre hasta verla humana, descarada y amante. Al leerla, me sugiere el poder de las perversiones, su vocabulario entre vulgar y cuidadosamente elegido, mirando de frente las inclinaciones sexuales de los seres, descubriendo sus intenciones, sin asombrarse, pero dejando al imaginerio ser un estambre que se enrreda en recuerdos vestido con otros nombres, pero al fin y a cabo, siendo atrevida y deboradora.  
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oniricacreacion · 3 years
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Resistir. Es la palabra que resuena en cada pulmón, en cada sentir. Me gusta decirla con el cuerpo que con palabras, cuando bajo el sol inclemente, el ruido sórdido y los olores pestilentes, al fondo con el humo de comida frita elevándose, siento cada mensaje del exterior. Danza el ambiente que me rodea, sutilmente, absorbo el caos haciendo movimientos desordenados. Parece patético mientras intento significar cada posición, no muy diferente a los griegos que haciendo largas caminatas de reflexión. Así, intento danzar para descubrir mensaje secretos de mi cuerpo.
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oniricacreacion · 3 years
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Escribir era tomar tomar una larga respiración, era suspender la fiebre del instante que hacía ruído en las proximidades. Era quedarse con la obstinada tarea de pensar en la soledad cada contacto cercano; los ligeros brotes de angustia y las amenzas de diluirse la identidad en la inconsciencia. Habría que poner un alto al tiempo automático; mi voz está seca de tanto gritar en contra de las repeticiones aniquilantes: el silencia, el prejuicio y la subestimación. Habría personas que no les interesaba tanto como yo a ellas; yo amaba el contacto inviisble acostumbrada a ver sin ser vista, porque mostrarme sería ser blanco de sus ojos deseantes de estar conmigo u odiarme. No podría confiar todavía si dudaba demasaido de mi oficio; si me preguntaran un por qué, quedaría deshecha como expuesta ante la sencilla verdad de porque sí, porque quise. A nadie podría escuchar esto sin encontrar un capricho floreciendo cual narciso. No podría decirlo si no apresuro con una reflexión que abarque mi silencio. Lo hice porque no quería pensar en este día que fuese leída, aún queriendo, no podría continuar si pensaba demasiado en las consecuencias. Podrán encontrarme fragmentada porque nunca tuve un lector fijo, cada poema siento que lo he escrito encarnando a otra yo, más plástica para moldaarse a un sentimiento, cultiarlo y trasmitirlo si me permito la pretensión. 
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oniricacreacion · 3 years
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El día de las madres. No es una celebración, es un conmemoración de las madres que vivieron la desaparición de sus hijos en tiempo de guerra y violencia política, el totalitarismo de cierto régimenes y las estrategias militares para defender a los poderosos, establecer un enemigo inocente para ser carne de cañón. Está las madres de mayo con la película La Historia Oficial, un firme argentino que ocurre con la militarización del Estado; o las madres de soacha cuando militares obedecen la orden del gran asesino de corbata para buscar jóvenes que fueron los falsos positivos. 
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oniricacreacion · 3 years
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He crecido en las brazas del fuego 
Cerca al amor que estuvo a punto de consumirse.
Queda sus fantasmas en los rostros extraños
Las cenizas son cuerpos volando. 
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oniricacreacion · 3 years
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No quiero bocados probar
No quiero pronta satisfacción 
Quiero el hambre de una crisis
Mientras corro tras una causa imposible.
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oniricacreacion · 3 years
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Victoria and Albert Museum.
London, England.
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oniricacreacion · 3 years
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“Organización de las mujeres” por Gabriela Mistra [Diario El M....El feminismo llega a parecerme a veces, en Chile, una expresión más del sentimentalismo mujeril, quejumbroso, blanducho, perfectamente invertebrado, como una esponja que flota en un líquido inocuo. Tiene más emoción que ideas, más lirismo malo que conceptos sociales; lo atraviesan a veces relámpagos de sensatez, pero no está cuajado; se camina sobre él como sobre las tembladeras, en las cuales el suelo firme apenas se insinúa. Mucha legitimidad en los anhelos, pureza de intenciones, hasta un fervor místico, que impone el respeto; pero poca, ¡muy poca! cultura en materias sociales. No importa: existe la fuerza, nos hemos puesto en trance de obrar, y unos diez ojos sagaces y manos tranquilas ya pueden empezar la ordenación.No hay necesidad de crear una sociedad más; tal vez sería enriquecer nuestro vicio –que es vanidad pura– de erigir directorios, para hacer reparto de presidencias y secretarías, baratijas de zulúes que nos gustan mucho.Hay un organismo destinado a verificar la concentración que pedimos: su nombre ha hecho promesa que debe cumplir. En otras partes ya ha cumplido. El Consejo Nacional de Mujeres, en varios países, ha conseguido contar en su seno a las representantes de casi todos los círculos femeninos de la nación.Hace años se me invitó a pertenecer a él. Contesté, sin intención dañada: “Con mucho gusto, cuando en el Consejo tomen parte las sociedades de obreras, y sea así, verdaderamente nacional, es decir, muestre en su relieve las tres clases sociales de Chile”.La clase trabajadora no puede alcanzar menos de la mitad de representantes en una asamblea cualquiera; cubre la mitad de nuestro territorio, forma nuestras entrañas y nuestros huesos. Las otras clases son una especie de piel dorada que la cubre.Este Consejo fue creado hace unos siete años por las señoras Amanda Labarca Hubertson e Isaura Dinator de Guzmán; de él han partido los primeros reclamos de representación femenina dentro de las instituciones y cuenta en su haber las leyes dictadas por el gobierno actual sobre derechos civiles femeninos. Ha hecho bastante, en relación con la que le crea la ausencia de la clase popular.Actualmente, la presidencia del Consejo está en las nobles manos de la doctora Ernestina Pérez, timón sólido de cultura y ecuanimidad. Al lado de ella tienen su sitio doña Inés Echeverría, para poner fuego ancho de espíritu; doña Adela Edwards, la de manos obradoras; doña Brígida Walker, decana moral del magisterio primario; las jefas de partidos femeninos, señoras Rodicio, Villar y Méndez, doña Luisa F. de Huidobro, doña Isaura de Guzmán, Teresa Ossandón, la socialista señora Hidalgo, el grupo excelente de educadoras del Club de Maestras, Cora Mayers y tantas otras que hierven en mi memoria y que harían fatigosa la enumeración.Lo primero, conocerse. No son las líderes obreras lo que por ahí pintan, ni mujeres viciosas cuyo contacto manche, ni energúmenos que agiten una asamblea hasta malograr todo trabajo sensato.Muchas se han incorporado a las sociedades masculinas, a los gremios. Son las más cultas: han escuchado debates, y aunque suela contagiarlas la violencia de la asamblea de hombres, que rojea, tienen manos sobre la carne viva del problema social.Santa ronda nacional de mujeres sería ésa en que la mano pulida coja la mano prieta, y la aparadora de zapatos escuche, de igual a igual, a la maestra y la costurera diga a la patrona cómo van viviendo ella y sus tres hijos con su salario de tres pesos. Asamblea cristiana, en que la dueña de la vivienda pútrida mire la prueba de ésta en la cara sin sangre de su pobre inquilina.Purgamos la culpa de no habernos mirado jamás a la cara, las mujeres de las tres clases sociales de este país. El amor vive de conocimiento, decía Leonardo, el humanísimo. Nosotros en los embusteros discursos de las fiestas patrióticas, gritamos la concordia nacional como desde una a la otra orilla del Amazonas.La primera faena cívica era esa: soldar las clases por medio de intereses y sentimientos comunes. Dar en la pequeña propiedad
la emoción de la patria: dar, en el servicio amplio, ¡inmenso!, de beneficencia, latido moral de un Estado, atento como un hombre a la guardia de la salud; dar, en la casa obrera, la dignidad al ciudadano, que no lo es solamente porque reciba el sol y beba el viento; incorporar en las muy vacías fiestas de aniversarios nacionales una ceremonia de gratitud hacia los mejores artesanos; impulsar con algo más que la protección al salitre la riqueza nacional, abriendo los bancos de pequeño crédito agrícola para que pueda sembrar cada campesino que no tiene una lonja de suelo; y democratizar la cultura, llevando la biblioteca del pueblo como un río generoso, de un extremo a otro del país, humanizar el Estado; y hacer así esa red de intereses y de amor que es una raza. Al dibujo precioso de esa red, en que el centro está en todas partes, porque puede rompérsela donde se la toque y es preciosa en cada punto, hemos preferido el dibujo geológico de capas (de arcilla fina, de piedrecillas menudas y de roca ciega) que tenemos.Ser organismo social, es decir, ser una patria, es tener casi la misma calidad de sangre en la frente que las plantas y oponer igual resistencia a la disgregación en cualquier parte del cuerpo. ¡Qué lejos de eso estamos!En este momento la América mira con estupor, que éramos la estatua del sueño de Nabucodonosor y que desmoronados los pies de lodo, hemos dado con la frente en la carretera.No digamos que ya es hora de amarnos: el amor, en el individuo relámpago sobrenatural, es en un pueblo un cuajo lento y maravilloso, como la creación de una madrépora; necesita de la sangre de tres generaciones a lo menos.Pero el conocimiento del pueblo –me ha dicho alguno– da mejor su repugnancia que su estimación. Es cierto: no es ni hermoso, ni sentidor, ni claro de mente; feo, brutal a veces, confuso para desear y pedir.Así lo hicimos. Entre el hambre, la tuberculosis, el alcohol y el trabajo salvaje, no había de levantársenos como un Apolo. Del arte, que depura el sentimiento, hemos hecho una isla dorada a donde él no llega. El número de tabernas que le ofrecemos, cobrando por los municipios sus patentes, para hacer fuentes en nuestros paseos, debió ser el número de sus bibliotecas.Sin embargo, hay que comenzar por el conocimiento y acabar por el amor, como los judíos empezaron por Moisés, la Ley, para terminar por Cristo, lo superior a la Ley. La escuela le entregará la patente de hombre; la habitación, en las ciudades y en el campo, el predio agrícola le darán la dignidad de poseer. Sobre eso, que vengan los capiteles del orden que queráis, la abundancia de la fraternidad, la verificación del cristianismo.Volviendo, pues, a la organización de las mujeres, éste es el primer paso: vincularse para conocerse.Creen algunos que el paso heroico es el que dará la clase opulenta hacia la desposeída y que cuesta mucho. Quienes hemos andado en estas búsquedas sabemos que hay también abismos grotescos, pero reales, entre la clase media (de empleados y profesionales) y el pueblo. Recordemos la parábola breve de Tagore: la lámpara de arcilla dijo a la lámpara de cristal: “Eres mi prima”. La de cristal ni siquiera quiso responderle; pero en ese momento subía por el cielo la luna llena y le gritó: “¡Hermana mía!”.Si la clase alta se siente extraña al pueblo por sus costumbres, la media no lo siente menos extraño por su ignorancia. La llaman un puente; como los puentes movedizos, levantó su extremo de la orilla, giró y ha ido a ponerse, tendido a lo largo de la otra, margen suave, donde no sirve a los fines de la vida.Es curioso anotar que las voces de mujer que hacen el llamado más apasionado a la fusión de las clases, en este momento, son voces de la clase alta. Llevo contados muchos artículos de “Roxane”, que me dan esta sensación: la de un guardia de minas del sur que en el peligro de una catástrofe bajaba y subía cada cinco minutos al hoyo infame, para mirar las venas de agua y subía a dar voces, a los mayordomos dormidos, volviendo a bajar nuevamente. Ella va de las fábricas, donde mira el envilecimiento de las obreras con el
trabajo excesivo que asesina madres, a su periódico que le multiplica la garganta. Pues, el territorio entero está agujereado de subterráneos que no conocemos; nuestras avenidas, nuestros parques, el sueño sobre el cual descansa el lecho en que dormimos, tienen debajo la ciénaga tremenda.Para la obra de organización de las mujeres, faltan estas dos cosas, pequeñas y preciosas como la perla: paciencia, humildad. No falta entusiasmo, que anda por todas partes en llamaradas sueltas. Paciencia para insistir tantas veces como horas tiene el día de Dios; humildad para recibir la descortesía y la misma hostilidad de las sociedades reacias a fundirse.Como todo pueblo débil, tenemos la vanidad supliendo extensiones. Los círculos menudos de mujeres temen desaparecer en la obra grande. Probarles que cooperar no es subordinarse y que la institución continúa su vida individual sin más cambio que poner su voz en medio de las de sus congéneres.Costará un poco ser pacientes y humildes; es más fácil ser inteligentes y valerosas; la paciencia hizo las catedrales de la Edad Media y la humildad creó el cristianismo, que sólo se quebraja cuando ella disminuye. Ayudarán algunas otras circunstancias: la quiescencia de los grandes, que ahora es más fácil de obtener; el paso menos miedoso de las obreras, que sienten su fuerza y toman su sitio.Los problemas femeninos, los de gremio y gremio, y partido y partido, tienen una diferenciación muchísimo menor que los de los hombres. Casi no existe el conflicto religioso, que ha envenenado tanto a aquellos, y les ha hecho perder cincuenta años, en un millar de sesiones de oratoria encendida. A las campañas mayores del reconocimiento de la educación paterna, la de la equiparación de salarios, de amplio servicio médico escolar, de enseñanza obligatoria de puericultura, aun a la de sufragio, llevarán su apoyo todas. Bastarían tres anhelos compartidos; habrá unas veinte leyes de acuerdo común. Puede fundarse mucho sobre ese enorme bloque.En un artículo de la señora Labarca Hubertson se da un mensaje de la jefa máxima del feminismo yanqui: “Eliminad –dice más o menos–, cualquier causa de odio, aunque sea el divorcio o el mismo sufragio, con tal de unificar”. Es la mujer de sangre fría, que ha visto entre los pueblo latinos el gasto de odio que hacemos, la sangría de nuestros jacobinismos, el cacareo ridículo que levantamos en torno de nuestros estandartes políticos, mientras el “gran viento del norte” sopla hacia el sur con firmes carrillos.Falta –me dice una compañera– un periódico para las mujeres o que, al menos, se restablezca, con secciones más ricas, “la página para mujeres” que hace años daban los grandes cotidianos.Es verdad, necesitamos una enorme información del movimiento social femenino. Hasta ahora las revistas que se nos dedicaron se quiebran de… femeninas. No basta con el recetario doméstico que proporcionan, si es mucha cosa regalarnos las páginas ilustres de Selma Lagerlöf y de Ada Negri. Páginas serias de religión, de pedagogía (divulgada sin tecnicismos), de higiene y sobre todo, repito, una clara y abundante exposición de la labor social de nuestras hermanas del mundo. Y muchas traducciones, porque cambiaríamos con gusto un servicio honrado de éstas por un buen lote de producción nacional, en todos los órdenes.Nuestra prensa es harto regionalista, y el regionalismo acaba por crear una especie de tisis en los organismos, cuando no hace una ictericia de odio. Pagar traductores si no podemos pagar colaboradores extranjeros.Un movimiento vasto de organización femenina requiere la fundación paralela de un órgano de divulgación muy fuerte.Hasta hoy el feminismo de Chile es una especie de tertulia, más o menos animada, que se desarrolla en varios barrios de la capital. Es débil por desmigajamiento, y aunque ya cuenta algunos éxitos, no puede ser equiparado todavía con los movimientos respetables de opinión que se desarrollan en el Uruguay (para nombrar un país hispanoamericano). Si ha de ser político, que se sature de cultura política; si prefiere quedarse en la lucha económica, que también
adquiera la cultura que necesita para formarse un cuerpo de doctrinas económicas.En el campo sentimental no puede mantenerse; para el sentimiento está la vida individual, y las mujeres han decidido abandonar el pliegue tierno de la casa, donde el amor sólo tenía un rostro que mirar en el silencio, y el servicio de una sola mesa que hacer pulcra y bella.
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oniricacreacion · 3 years
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oniricacreacion · 3 years
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Aprender a morir escribiendo, o escribir de la muerte. 
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oniricacreacion · 3 years
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oniricacreacion · 3 years
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Tengo miedo de perder el juicio, tengo miedo de quedarme acunando deseos imposibles, temo a cohibirme por confesar temores, temo a quedar borradas de la historia así se cuente sobre personas invisibles, me horroriza perderme en voces ajenas, me horroriza saber qué no podré cambiar la suerte ni predecir el futuro, me frustra quedarme tan quieta en ocasiones; me enoja esperar sin motivos ni complando decisiones. Me jode llorar otra noche, me aflige sentir que cada día es casi menos que un parpadeo. 
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