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Buenos Aires, 13.11.16 ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Un historia contada por un MC en otra lengua dice que en una casa de ladrillos anaranjados, en un barrio que parece que no ha cambiado, un hombre mira a través de una pantalla. Acostumbrado a un repertorio inmutable repite su performance en el inevitable confort de lo que parece habitual.
-“Si te queda justo, prueba una talla más.”
Los ladrillos son un libro sagrado que guarda cada uno de esos días, todos los días.
-“De uno a uno es todo.”
Una serie de rituales que ahora el hombre no puede ver. Pero sigue creyendo. Porque no hace falta ver para creer. Era al revés.
-“¿Si fueras un animal cuál serías?” -“He sido todos los pájaros, pero no podría decirte cuáles exactamente.” -“¿Y si lo googleás?”
Una experiencia que confirma el expertise de un suave fracaso que podría no ser otra cosa que acordar(se) con la normalidad.
-“Es lo que hay.”
-“¿Piensas trabajar de eso?”
Has vuelto pero en realidad ya te has ido otra vez.
-“Siempre lo mismo.”
-“¿He trabajado todo el día para esto?”
Como cuando alguien llama a alguien con tu nombre, dice tu nombre que podría haber sido el tuyo o simplemente deja caer una historia sin haberte nombrado en realidad.
Como en todos los libros que no has leído pero todas las conversaciones que sí has escuchado. Algo se parece.
En realidad, la realidad que documenta el tiempo está guardada en cajas apiladas en el tercer piso de la casa naranja.
La han pintado también en el interior.
Las paredes han aprendido a mirar hacia adentro.
O a través.

En las pantallas, tal vez prefieras que tu nombre sea nombrado en realidad. Él lo prefiere.
Dosis de polvo, pruebas de una construcción.
-“Es una pirámide de Alejandría.” -“Eso es un error.” -“Se construyó bien.” -“Me lo inventé.” -“Dime todo lo que te acuerdas.” -“¿Hoy qué quieres cenar?”
En realidad, ¿cómo alguien puede enviarte un mensaje preguntándote si estás vivo? ¿Y si no respondes?
El hombre mira a dos siluetas que atraviesan el pasillo, podrían ser dos.
No se ve mucho a contraluz.
Se ve a través de la luz.
Lo dijo un chamán.
-“En realidad no estaba cantando, estaba hablando con los espíritus.” -“Yo vi que se sacó una piedrita de la boca. ¿Tú?” -“No se ve mucho a contraluz.”
Todo se trata de espiritualidad.
A veces confundes la luz con un sonido y en la radio suena una canción que debería ser de todos. Podría ser que estuvieras cantando, pero estás hablando. Algo dices que los ladrillos se encienden y eso parece un portal.
-“Una dosis no es suficiente. “ -“¿Quieres uno? “ -“No, lo he dejado. “
Enciclopedias llenas de momentos históricos de un solo pasado. Algún que otro vicio electrónico no es dejarse llevar.
-“Todo vuelve.” -“Todo es la realidad.” -“En internet está todo”. -“Esa cita no es tuya.” -“¿Esto era una cita?
Has vuelto. Golpes suaves en la puerta. Menos suaves. Más intensos. Es un mazo, un mazo que rompe una pared. Es ilegal derribar la intimidad. Ser tu propia referencia es una provocación.
-“No bebas más.”
El chaman te guía por habitaciones de realidad virtual. Son solo paredes. Dicen que son paredes. Construir es simplemente el comienzo de las grietas. Las arrugas de la pared son el documento del paso del tiempo.
-“Encaja.“
Un disparador que abre las grietas de la construcción y deja pasar la luz, que se refleja precisamente en tu ojo, pero no puedes hacer nada para evitarlo porque estás esperando y contemplando y la mejor forma de hacerlo es la inmovilidad.
-“¿Podrías levantarte y dejar libre el sofá?”
-“¿El más allá es el porvenir?”
Un amigo te ha invitado a gustar y entonces piensas que tal vez si necesitas una cita. 40% de las personas que conoces también… Eso u otra cosa. Podría ser.
Mirando con unos ojos diminutos, la realidad de la existencia de la luna se hacía pequeña e insignificante, quitándole importancia a todo el universo. Como un agujero negro que es simplemente una muesca en la pared, o un reloj digital con números rojos que cambian cada vez que se pregunta cuánto tiempo falta para el final de la noche.
-“¿Has cerrado la puerta con llave?”
-“No te olvides.”

En un rincón de la casa los pliegues de unas sábanas te envuelven en una experiencia religiosa. Un altar, un ritual, un signo al que se le dio un significado pero que no era más que un olvido. O una foto.
-“What’s your plight?” -“When is your flight?” -“What’s your fight?”
Algo que te olvidaste pero que alguien más recogió.
Las mil formas de dios estaban presentes en la corola de la planta que te miraba interpelando tu mirada desde algún lugar ancestral. Desde un pasado lejano que comienza con tu primera obra: ese primer recuerdo que has decidido que sea el comienzo de la realidad.
-¿”En qué año nació la abuela?”
En el fondo del jardín, las campanas de viento se ponen a sonar, hechiceras. Levantas la vista y observas las sombras más oscuras, en el fondo, que se tragan todas las formas en una garganta infinita y natural. Cosas que estaban ahí desde hace mucho más tiempo, como esas miradas vacías o demasiado cargadas de todas las voces de las historias que les contaron y ellos realmente escucharon. Ya no están.
-“Siempre falta alguien.”
-“El zumbido te avisa cuando estás perdiendo energía.”
-“¿Cuántas vidas me quedan?”
-“Ser un gato.”
Te parece que todo sigue un trayecto o más bien una trayectoria. Misiles. Uno de los hermanos que vive en la casa y clava ladrillos ha encontrado su propia medicina.
-“La mejor maría es la Ak-47”. -“Qué nombre tan beligerante para una planta medicinal.”
Las calles de siempre parecen desconocidas, conocidas, como historias de otros contadas de una manera discreta y organizada, porque se están conociendo.
Caminar en jornadas maratonianas de vida. Pavonearse como una galaxia entera que ha aprendido a superar cualquier desastre natural. Contar monedas, agradecer el cambio.
-“Keep the change.” -“Make it change.” -“Keep on changing and let us know when you are around.”
Al hombre lo llama la luz y se queda mirando la pantalla, tiene la experiencia clavada en la frente, en la piel, en los dedos que rozan la barbilla y se quedan colgando de sus labios. Quería decir algo y ya se olvidó.
La memoria, la memoria de un pasado que ya no existe y el recuerdo de un futuro que tampoco está ahí, todavía.
-“No puede esperar a que llegue, pero espera esperar en las colas.” -“Tiene un número.” -“Un número de la suerte.” -“Un número afortunado.”
Alguien sopla en tu oído porque hace rato que te está nombrado pero eras incapaz de comprender que es lo que te estaba diciendo porque no estabas aquí. Un pequeño salto en el tiempo es posible en la física cuántica.
-“No te asustes.” -“¿Por qué te vistes de negro?” -“Es que a veces quiero pensar que puedo ser todo el universo.” -“Pues yo lo he sido una vez.”
Parece una historia bonita, pero dice que la sensibilidad nunca fue su tema y el hombre se ríe tan fuerte de otra cosa que seguro no es esa misma situación. Las carcajadas son tan fuertes que su dentadura postiza sale volando y aterriza en la mesa y se decide que ya es el momento de irse a dormir.
Y te das cuenta, que todo en realidad sí ha ocurrido y el temblor de ese recuerdo borroso es la certeza frágil de que, tal vez, te lo olvides otra vez. O te acuerdes de nuevo. Nada grave.

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Berlín, 17.08.2016 ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Solo hay una diferencia y es siempre la misma: hacerlo o no hacerlo
-“Salta. No tengas miedo. Son 13 metros pero caes sobre la espuma del mar. ¿Hay algo más poético?” -“Seguro que sí.”
Hacía rato que no se quedaba despierta hasta tan tarde en un estado de completa lucidez. La luz le parecía totalmente extraña, alienígena. Como todo el día.
-“No estás loco cuando sabes que lo que estás viendo no puede ser real. Si detectas la alucinación, te salvas. Todavía estás de este lado. O del que fuera que sea.”
El hombre fiel confiesa que se ha vuelto loco y que por eso tuvo que buscar una cura. No se sintió patógeno, sino peso pluma.
Está curado.
-“¿Te han respondido el mail?”
Se suponía que nadie sabía de lo que estábamos hablando, pero al final entendían exactamente las misma fricciones que hacían nuestras lenguas
Contra los paladares, (chasquido)
Contra los dientes, (ventosa)
Contra las geografías de las muelas de juicio (cavernas).
-“Paso por un momento en el que si pienso en un beso me imagino la otra lengua como si tuviera una ostra en la boca. O una cucharada seca de Nesquik.”
Tal vez con algunas referencias más allá o más acá.
Del pasado.
Los pasados.
Un tanto diferentes.
Y entonces nos invitaron a irnos.
-“No, no en voz alta, nos dimos cuenta, nos levantamos y afuera hacía un frío que no le pertenecía al verano.” -“Porque el verano no vino.”
Tenías algo pegado entre los dientes y no pude decírtelo y tampoco pude concentrarme en lo que decías porque pensaba que yo también lo tenía y entonces nos pusimos a rumiar con los labios como gemelos sin decirnos lo que estábamos haciendo en ese reflejo.
Ponerlo en evidencia siempre puede ser una salida. Más. Espejo.
Decidí limpiarte.
-“Y entonces le pregunté al dependiente si sabía por qué era importante que los condones veganos tuvieran las calorías en el paquete. Pero no me entendió.”
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Buenos Aires, 26.12.16 ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||Thight 1
Walking is a fleeting reverie when the streets that you’ve passed through a thousand times look unrecognizable. Stepping on strange paving stones, the shortcuts take you to foreign passages, gates to a life that is a prism.
A teenage plays with a kaleidoscope. The view turns, swivels and spins. That’s then and now and the past is just a portal to a vision. Could be true.
You keep on walking and the muscles harden and you look at your thighs that are almost erect. The thought that gender is an ephemeral concept and the pace in which you traverse the world, some place in between reality and fiction, is an exercise. Spontaneous whereabouts.
I sent you a picture of my thigh, a framed sample of my body that unveils nothing but the ability to create a fantasy. In a peculiar reality where the gyms are the refuge of modern housewives and a liberated spot for free-style feminist empowerment, somebody said that the quadriceps is the muscle of sensitivity. A hippie friend once told me that you can stretch the heart. Tap your chest with an erratic rhythm, he said, and sometimes I believe it works.
A beach, a couple of kids, the father of the couple is taking them outside the sea. The father is robust and his thighs are emphasized by his 80’s-styles short bathing suit. Holding hands, the boy on the left, the girl on the right. She is bended, grabbing the sea foam with a weird expression on her face.
Breathe, the shore is almost over there. Just keep on swimming and you’ll be on your feet again in just some minutes. Don’t rush. But don’t stop. Please.
My dad was the president of a football club for a while but I was too young to remember. I might have gone to a match and celebrated all the goals, as I still didn’t get the fact that every game involves certain rules. Fair play is not free and there is always something that you have to sacrifice. After this game my dad went to speak with the players at the changing rooms where I couldn’t enter. I stayed outside watched by a guy dressed in sport clothes, I held his peevish hand right outside the door of the changing room that opened randomly. I spied: sculptural thighs of naked sweated football players walked around, alien body parts I’ve never seen before. I remember the movement of the stressed muscles and the smell of a forbidden place I didn’t dare to enter. What are the rules of desire? The smell of sweat.
Today my dad walks bended to one side and I wonder if his lost balance has anything to do with an erratic path. Personal and intimate fluctuations that build the trace of any life, temperamental explosions sometimes invisible that, nevertheless, confirm our eventual existence. Join the dots and you will see a figure. Marks and wrinkles and moles and scars make the body unique, the only way I understand beauty.
I’ve noticed that his thighs are becoming thinner, maybe he can’t dribble occasions as well as before. I’ve been counting the hours he just sits, slowly drifting away while dreaming about turning one of his adopted grandchildren into a professional football player. Aged four, he is a natural doing a crossover move known as “la rabona”. There is a beat in every life that just keeps on resonating. If you don’t like the rhythm maybe you could just kick it. Goal. Victory is always circumstantial.
Just the image of the effortless comfort of silence, your hand on my thigh, the palm up, your head resting on the other. Close your eyes and drift to any other moment that might be called the past but it’s just your imagination: what we leave are constellations of casual footsteps, ghostly images on concrete urban roads, recurrent paths that will remain in someone’s memory and then, as an old daguerreotype, slowly fade away.
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Berlín, 10.09.2016 ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
En algún punto algo de lo que dice suena como un reproche.
-“En un accento diferente.”
Lo intenta.
Aunque hace rato que sabían que se conocían. Otra vez.
Optar por repetir las nuevas posibilidades que ya pasaron.
-“See you soon.” -“See you then.” -“I don’t sell you.”
En la ciudad pasa una bandada de verano migrando hacia eventos paradójicos con el tentativo objetivo de dejarse llevar por el placer de la contradicción.
Algo sabe a imitación y él dice que:
-“Huelen a sus hermanas mayores.”
La palabra alemana del día es UNTERSCHIED. Algo así como las posibilidades del infinito.
-“¿Qué te importa?”
Tengo que decir que no tengo memoria y me invento el pasado con una ligera tendencia a imaginarlo como no fue en realidad.
Por otro lado, si los márgenes son apolíticos, de todas maneras aconsejan saber con quién compartir los placeres. Sobre todo para comenzar a considerar verdaderas posibilidades de éxito.
-“Lo intenté, pero a las afueras se llega en metro.”
Aún así:
-“No creo que vuelva.” -“Estoy aquí.”
La sugestión parece dirigirse a algo parecido a decir cuerpo mil veces seguidas y que entonces la piel se evapore. El esqueleto continúa con una sucesión de eventos y se dice a-sí-mismo:
DAS DING
Podría llegar a ser
Acostumbrarse a seguir con vida.
Cada día
Y a veces:
-“Oye, ¿podrías desocupar la lavadora? Tengo que cambiar las sábanas.”
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Berlín, 28.03.2017 |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| -¿Sabes? Una de mis fantasías es ser tú.
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Barcelona, 30 de marzo, 2014 |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| UN FALCIOT
Un falciot vuela por las calles de la ciudad, a la altura en la que suelen elevarse los terceros pisos.
Ajeno a su condición de pájaro en extinción, de pájaro amado por su pronta desaparición.
La privilegiada posición de un final anunciado.
No aletea, busca las corrientes de aire más adecuadas para su velocidad instintiva, sin casi posarse ni rozar el terreno. No sabe emprender el vuelo a ras del asfalto y solo puede precipitarse
al viento.
Un aire traidor lo meterá en la toma de aire de un edificio y el pájaro caerá hacia la planta baja. Lo descubro enganchado a una reja como un ser #vivomuerto, resistiéndose al suelo, incluso en su agonía.
¿Y si siempre sólo fuera una posibilidad imposible?
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Barcelona, febrero, 2014 |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| LA HORA DE LOS JABALIES
Giro la cabeza para mirar la figura que dejaste en la hierba. Se dibuja tu cuerpo como una sombra más oscura sobre la tierra húmeda que se cuela en la marca de la silueta. Estiro mi mano, alargo los dedos y clavo las yemas y las uñas y los nudillos hasta que mi propia garra ya no puede avanzar más. No puedo coger nada, no puedo aferrarme a nada y solo sostengo una imagen borrosa de tu cuerpo estirado, un brazo bajo la cabeza, un pie que se tambalea sobre tu otra rodilla. ¿En dónde te mueves?
Me levanto sin mirar atrás y siento el sonido de un coche al pisar las pequeñas partículas de agua que quedaron sobre la carretera. Estallan bajo las llantas y quedan impregnadas en el asfalto, temblando, una encima de la otra. Empieza a anochecer y la luz se vuelve verdosa. Los coches encenderán los faros que se reflejarán en las ventanas de una casa cercana. El juego que produce la forma curva de los cristales invertirá el reflejo como una cámara oscura, y los vehículos recorrerán su camino a la inversa. Ese será el recuerdo de alguien más.
“Recuerdo venir a esta parte de la montaña cuando era un niño. Todavía no estaban todas estas casas y nosotros nos escapábamos a jugar por aquí. Todo estaba lleno de higueras. Solo había una chica en el grupo y cuando entramos en la adolescencia nos dimos cuenta de que no usaba bragas. Al llegar el otoño le pedíamos que recogiera los higos más altos y ella trepaba y nosotros la mirábamos desde abajo, deseando que tardara una eternidad.”
Las plantas de la montaña no son especialmente bonitas. No tienen trucos de color y no seducen con formas exóticas como las curvas de las mujeres animalmente bellas. No tienen un perfume encantador, en realidad podría parecer que todo el bosque huele aproximadamente igual. Pero su olor cambia con las horas del día.
Por la mañana el rocío comienza a resbalarse de las hojas y, si atraviesas los caminos entre los árboles, puedes sentir el sudor de la actividad de las plantas. Penetras en una humedad pegajosa con un perfume sutil que por alguna razón no resulta del todo desagradable. Aunque la primera vez que lo percibes es desconcertante. Te quedas todo el día impregnado de ese olor a deseo.
La tarde es algo así como más puritana. Huele como el recuerdo de otro lugar, de otro bosque, de la historia de alguien más, inventada, leída, surreal. Un olor archivado en la memoria como un estúpido lugar común al que no puedes dejar de recurrir. Pero es solo una preparación para la noche, cuando la tierra humedecida facilita la búsqueda de comida y se abre a los animales que pisan las hojas, las aplastan, las revuelven. Y todo el bosque huele a jauría. A animales follando, amamantando, a madre que vigila a sus crías y a macho solitario metiendo la trompa en el barro para buscar su comida.
“Entiendo que te de miedo andar por aquí sola a estas horas. Hiciste bien en llamar. ¿Sabes? Esta es la hora de los jabalíes”.
Bauci es el nombre de una de las ciudades invisibles de Ítalo Calvino. Es una urbe situada en las alturas y sostenida por unos palotes altísimos que la separan de la Tierra. Dice la historia que los habitantes de Bauci no bajan de allí jamás y observan a la naturaleza con binoculares. No se sabe si es por miedo o por un extremo respeto casi solemne.
Me adentro en el bosque y me siento como una habitante de esa ciudad, todo está magnificado. Dejo que las hojas de las plantas me rocen la cara y escucho su sonido cuando se deslizan cerca de mi oreja. Su tacto termina con un silencio repentino. Seco. Las plantas trepadoras intentan cogerme los piernas, los pies desnudos se enganchan en las pequeñas ramas a ras del suelo. Los árboles de las bellotas tienen el tronco excesivamente frondoso y los frutos se mueven como pequeñas campanillas indefensas al arrancar las hojas de sus ramas.
Entre la vegetación verde, gris, marrón, dorada, rojiza de tanto en tanto se ven las flores amarillas de los dientes de león. Aquí crecen por todos lados y la gente las arranca de sus maceteros como malas hierbas. Pero he visto ramos enteros de estas flores amarillas en la ciudad. Plantas desraizadas, extirpadas, enajenadas, que viven algunos días en botellas de plástico con agua que se vuelve amarronada y que termina de pudrirlas, inyectándose lentamente en su tallo. Cada día penetra un poco más profundamente.
“La prueba consiste en hacer la mayor cantidad de largos posibles sin salir a respirar. Hay que tocar los bordes de la piscina con los pies o con las manos para que la vuelta valga. El primero que toma aire, pierde.”

Cerca de la casa hay un letrero que indica una calle sin salida. Su chapa está agujereada por una bala. Parece un disparo certero de alguien que probaba puntería apuntando al borde izquierdo de la imagen. La calle es de gravilla y es exageradamente larga, casi da vuelta a toda la montaña. Desde una de sus curvas puede verse el hueco entre los árboles que hace la cañada.
Desde donde estoy puedo escuchar el ruido de la riera que pasa por allí. Estoy cerca. Este tramo solo existe en otoño o cuando ha llovido mucho. La encuentro iluminada en tramos, la luz del sol se cuela entre las ramas y proyecta sus sombras sobre el agua. Se mueve lentamente, casi empantanada, no parece profunda. En el fondo pueden verse enredaderas y a los costados las hojas largas y afiladas de unos arbustos acuáticos se inclinan hacia el agua. Como representando una ceremonia servil, indicado sin prejuicios su necesidad.
Sopla el viento y el bosque comienza a sonar subiendo el volumen en unos segundos. Las ramas se mueven y las sombras cambian, el curso de la riera se vuelve más rápido. Me acerco lentamente y meto los pies en el agua helada. Puedo ver el barro bajo las uñas y luego como se va desprendiendo poco a poco. Espero hundirme en la tierra empapada como ocurre en la orilla de la playa, pero nada de eso pasa. Me quedo clavada como una de las piedras y el agua empieza a hacer fricción alrededor de mis tobillos. Veo que cruzando la riera crece una planta enorme con unos pequeños frutos morados. Alguien los bautizó con el ridículo nombre de emborracha cabras.
“Había un árbol que estaba electrocutado, era un paisaje muy extraño. A él se le antojaba como un cosa tremenda. Sobre todo cuando uno está de hongos empieza a encontrarle otro tipo de cosas. Y recuerdo una vez que estuvimos ahí y él se quejó en el árbol durante horas. Se subió al árbol y gritaba desde allá, quejándose. Durante horas y horas y horas, lloraba y se quejaba. Y después bajó del árbol y se fue corriendo y quedé yo solo junto al río y el se perdió en la noche. Yo creo que fue una de las últimas veces que lo vi.”
Corriendo en el bosque desaforadamente, volviendo al pasado una y otra vez, una y otra vez, sosteniendo la mirada directamente al sol del atardecer hasta que los ojos se vuelven dos ópalos blancos. Como la gota del río que insiste en dejar una marca en la piedra. Como la hoja que flota en el arroyo esperando que el remolino finalmente la acerque a un margen.
Esto es el infinito.
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