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Aplausos en el cine/Clapping at the cinema
Sesión de las cuatro, hora poco común. La cartelera avisaba de que “El irlandés”, la última película de Scorsese, solo se proyecta en 3 cines en el centro de Madrid, así que corro a la sala, entrada en mano, para sentarme 3 horas largas a oscuras con un montón de desconocidos. Todos guiados por el raro sentimiento de que conocemos a quienes salen en la pantalla, y a quien, detrás de la misma, creó el universo en que se desenvuelven. Y, sí, todos juntos atravesamos de parte a parte las tres horas 20 minutos de la peli, silenciosos y cómplices, los ojos fijos al frente. Las dos primeras horas no ofrecen nada nuevo: el familiar tema sobre la cotidianidad del horror y la muerte, la extorsión y el robo como opción profesional para padres de familia. De vez en cuando, el humor negro marca de la casa alivia la tensión mientras, paradójicamente, la hace más real. De Niro parece, a ratos, haber agotado su registro; ni Pacino ni mucho menos Pesci, sin embargo, recuerdan a nada. Pero llega la última hora y De Niro despierta. Con precisión de francotirador transparenta la mirada de Scorsese sobre la condición humana de un modo que ninguno de los dos había hecho antes. Su gesto perpetuo revela un magma en ebulllición tan silencioso como elocuente conforme la tensión sube, y su voz, cuando conviene, suena como el repiqueteo de una máquina de escribir vieja que se traba, llenando de veracidad cada segundo en pantalla.
Es una historia sobre consecuencias, ciertamente, pero tan sorprendente en su ejecución, tan finamente tejida, tan lacerante, que la audiencia contiene la respiración hasta que prorrumpe en un aplauso profundo dirigido a una sábana extendida. No hay allí otro receptor para él que la propia audiencia, que se queda sentada hasta que los últimos títulos de crédito desaparecen en el borde superior de la pantalla. Hemos pasado la primera mitad de la peli creyendo estar ante otra versión de “Uno de los nuestros”, rastreando el ritmo y las tomas pensadas para televisión y contemplando a De Niro como se mira al otro en un matrimonio cómodo. Mientras tanto, la película retiraba astutamente cada adoquín bajo nuestros pies, silenciosa y eficazmente, para dejarnos frente a la cruda visión de quienes somos.
Es el Padrino III de Scorsese. Hoy, en esa sala oscura, cuando se encendieron las luces, parecía imposible pensar en él haciendo otro film más de mafiosos. Éste es el epílogo a todo un mundo, un adiós definitivo a los gánsters de los que ha ido haciendo nuestros vecinos. Las sentidas palmadas eran el escuálido reconocimiento a quien, a lo largo toda una vida como contador de historias, se ha atrevido a mostrarnos, conforme su perspectiva maduraba, nuestra verdadera naturaleza, la que desvelan nuestras elecciones. Que dirija lo que quiera, pero que dirija: larga vida al Maestro, Martin Scorsese.
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Just after finding out Martin Scorsese’s “The Irishman” was being run in no more that 3 cinemas in Madrid’s downtown, I purchased my ticket in a blink. The highly anticipated movie was going to last little in the commercial circuit so I flied street up, ticket in phone, following that funny desire to share three and a half hours with unknown people in a dark room while watching well known faces in a best known universe. In a packaged space, a polite crowd navigated the length of the movie with little hush, focused and respectful. And, yeah, I’ll say the two first hours were quite predictable, that familiar theme calmly unfolding in front of our eyes, full of daily horror, relieved, inside and outside the screen, with sense of humor unsurprisingly pacing the director’s tone. There was even a little bit of tiredness when Scorsese’s common places were carried by de Niro’s frame and mannerism, althought balanced by Pacino’s well built performance, and totally redeemed when Pesci’s wisdom drove the scene. But, alas, the last hour comes and De Niro is infalible. As a sniper, he displays Scorsese’s vision unveiling human condition in a way none of them had done before. His granite face is about to crack when the tension rises, his voice sounding like an old writing machine hit by and expert writer. This is a tale, a classic tale of consequences, doom of self damnation, so perfectly executed, so surprisingly piercing in such an unexpected way that the entire audience silently gasps till the end, then bursting in a heartfelt applause to a lifeless big sheet. There’s no other recipient than that own audience, remaining sat until the last word flies to credits heaven. Through the first half of the film, we had been thinking about repetition, about tv series format, about old well known actors doing their well known thing while the moving picture was treachery removing, piece by piece, the squares that formed the ground under our feet just to leave us plainly before the rawness of who we really are.
Let’s simply say this is Scorsese’s Godfather’s part III. Today in that dark room, when the lights turned on, it seemed impossible thinking about him doing another gangster film. This is an epilogue for an entire world, a definite good bye to the fellas he has been making our neighbors through the decades. And our claps were just a poor tribute to the one who, through his life lasting storytelling, has dared to show us our real nature, one that is defined by our options. Whatever he wants to film, pray to God he films it. Long life the Maestro, Martin Scorsese.
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