Tumgik
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al pie del eterno
Siempre me fascinó la muerte. Desde chiquita, mis lugares favoritos para visitar fueron los cementerios y hasta el día de hoy, me dan ganas de recorrerlos cada vez que paso por uno; por eso siempre termino entrando al de Recoleta. Me fascinan las esculturas, las estatuas, las fotos, los monumentos; pero también los nombres. Las caras. Las fechas. Los sentimientos plasmados en placas, flores secas en los escalones y zócalos. La memoria de quienes ya no están y no ven absolutamente nada de lo que se les dedica. Monumentos a los muertos que son para los vivos. ¿Qué podemos decir los vivos de la muerte? Nada. Que es una mierda, por ahí; porque se lleva a seres queridos. Quizá, también, porque sabemos que en cualquier momento también nos va a llevar a nosotros. Pero dejemos de cagarla tanto a palos: paradójicamente, la muerte es parte de la vida. Del polvo venimos y al polvo volvemos, como dice el dicho. O el proverbio, no sé. Mejor retomo. Hace unos meses falleció mi abuela. Se fue enseguida, sin dolor; sin sufrimiento previo. Eso es bueno. Lo malo muy malo es que acá, mientras ella se fue en paz (que en paz descanse, valga la redundancia), la lloramos hasta quedarnos sin lágrimas. Yo la sigo llorando. Y a la pobre muerte la quise cagar a palos, hija de puta, cómo te vas a llevar a mi abuela. Por qué no te llevaste a los forros que matan inocentes. ¿Eh? Vos tenías un problema con mi abuela, seguro. Desgraciada. Ahora bien, después la perdoné. Entendí que mal o bien en algún momento nos tenemos que ir para darle lugar a otro ser humano (que durante su vida también va a putear a la muerte con un catálogo com-ple-ti-to de maldiciones. Pero a ese dejémoslo, que todavía no nació. O sí). Y no voy a caer en el chamuyo pedorro de que a mi abuela la siento en la brisa, que la veo en las flores y toda esa huevada (bueno, a quien le consuele más el concepto, que lo use... a mí no me cierra ni me cerrará nunca); pero sí la siento cuando digo barbaridades de un político, cuando me río de las cosas que hace la gata, cuando entro a su pieza y me despatarro en su cama porque siempre fue más fresca que la mía. Cuando florecen los rosales, cuando mi papá le grita a la computadora (si estás leyendo esto, viejo, te amo), cuando nos reunimos con la familia, cuando viene la tía a tomar mates. Y caí nomás en el chamuyo, pero la puta que lo parió. Bueno. Déjenme hacer el duelo tranquila. En fin, no puteemos tanto a la muerte y pongamos el enfoque en disfrutar la vida. Yo, de a poco, voy aprendiendo a quererla porque hace años venimos a los bifes. Hay que hacer las paces ahora, sinó después uno envejece siendo un infeliz y... no es mi vejez ideal. Al menos, no la que imagino. Bueno, basta ya. Vamos a querer y a hacer más, por amor a la vida Y POR AMOR PROPIO. Por amor al prójimo, carajo, que eso hubiera querido mi abuela. Salute.
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manifiesto de la desinocencia
diecisiete y con dificultades para relacionarse. ojeras pesadas, cabeza cansada, anhelos de muerte y vómitos de angustia en cada momento en que sacaba un pie de la cama. caminatas infinitas hasta la puerta de la escuela, despeinada, sin desayunar, con sabor a nicotina en la lengua pesada por el insomnio. siestas sobre la carpeta, dos buzos, clavículas profundas, cerebro podrido; cuestionamientos de la existencia humana, ataques de pánico de día y párpados amplios por la noche. abrazos de abuela, consuelo de amistades, mimos por empatía; y la soledad tangible apoyada en el pecho, sin dejarle respirar. nunca fue tan distante la paz ni tan cercano el caos. diecisiete y borracha, porque así no era tan difícil conversar o besar a alguien. un cuerpo frágil tambaleándose en el bar, buscando otra boca igual de desesperada por un beso que despertara la sensación de ser deseada. atados enteros de veinte consumidos en quince. quince eran más felices, más ingenuos, menos golpeados por una vida que hace que el esqueleto se quiera escapar del cuerpo (no hablo de almas porque no se pueden tocar). diecisiete y perdida, buscando querer y ser querida, odiando la edad, odiando el entorno, odiando tanto que ni se sentía. ya no sé qué es odiar si no es desearle a alguien que el bondi no le pare. diecisiete y el contacto masculino dolía. diecisiete y cada día más asqueada. el punto más profundo del dolor. la caída más abrupta, el golpe que despertó la luz: la soledad hecha pelea encendiendo el foco. apagando el ruido. paseando. cada vez más callado.
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bajo vuelo (sueño #1)
es como una visión virtual de mi cerebro. hay un cementerio. y un chico con el que bailo dentro de una sala con un espejo enorme. me visto linda y me veo hermosa y feliz pero estoy luchando para moverme; una mujer en un escritorio controla lo que me pasa y cómo me siento. hay un lugar lleno de arena y césped donde las mariposas me saludan y me dicen "hola, nieta de tu abuela", con programado amor. tengo miedo. me quedo sin aire, no puedo terminar de hablar.
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cotidianeidad
La calma es el silencio; la luz del velador, el humo del pucho encendido haciéndose guirnalda en el aire hasta desvanecerse. La gata se desliza, sigilosa, hacia el exterior del interior (al patio). Los árboles cantando con la brisa, los pájaros durmientes que suspiran silbidos inimitables. Contradictoriamente, los imito y me desenredo sobre el sillón, libro en mano, a la luz amarillenta que me baña el rostro y lo vuelve retrato del cansancio. El sueño, vivo, brillante; cegador. Una cara que se transfigura en mil expresiones para después volverse polvo cuando el teléfono suena a modo de estruendoso despertador. Un llamado que no pienso atender. Una manifestación del inconsciente que me arranca el aire del pecho. Un manifiesto de la mañana que se aproxima cuando está el vaso vacío y falta un plato en la mesa. A veces lo veo en la luz del Sol. Es la misma pregunta constante. Nuevamente mis párpados son de plomo. El televisor enseña imágenes que no quiero ver; y se vuelven borrosas con las lágrimas que brotan por la adquirida costumbre de llorar. Llorar es sano. La gata vuelve a escurrirse hacia el interior del interior. Me toca darle de comer hoy. La tele anuncia lluvia. Yo ya lloví. ¿Y ella?
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Al menos voy en tren
Cómo será no maquinar por diez segundos; no tener la cabeza dando vueltas al mismo tacho de basura, lleno hasta el borde, que no desborda. No tengo sueño, no me quiero dormir, no tengo cómo dormirme; dame otra pastilla porque la almohada me está cagando a bifes. Me acuerdo de ver... de verme larga y feliz y alta y arriba y sola. Pero cuando bajé y me rodeé, me sangraba la nariz; me resaltaba la cicatriz. Me la di contra la pared. Estos días fueron de mucho estrés. Me la di contra la pared. Tengo el cerebro al revés. Me la di. Me quedé. Me dormí.
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dadá
me vas a decir que se te fue el tren, que se te escapó, como te escapaste vos dejando la puerta abierta. que no fue la confusión sino las cartas sobre la mesa, que tu café no estaba bien caliente. que en la iglesia no te gustaba verme porque llevabas puesto el anillo pero que en la habitación te lo guardabas y me mecías hasta dormirme. decime que es mentira y que corriste y que te robaste una bicicleta y dos monopatines para venir a visitarme y que me quisiste como yo quise que te quedaras tantas mañanas en que me desperté mirando cómo te volvías a poner el traje y te ibas; así, sin vergüenza. te olvidabas los pañuelos en el suelo y yo los guardé todos en una caja que todavía conservo en la parte más profunda de mi memoria y de mi ropero: si no podía tener un pedazo de vos, bien podía tener un poco de tus varios perfumes. un día dijiste que me querías llevar a París, pero llegamos hasta la esquina y dijiste que querías volver. ese ratito de sol juntos se grabó en mi piel y nunca se fue aunque intentara enjuagarlo con mil baños. el viento se llevó toda la tinta pero yo me quedé con tus cartas. y las paredes me vieron llorar. y los pájaros dejaron de cantar por días. y a ella sí la besabas frente a la Virgen (curiosa ironía). y a mí no. y a mí nunca.
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un pozo (dadá)
en la poca profundidad de mis pensamientos vanos me encuentro ensamblando historias. historias que armo pensando en tu palidez cuando llueve. alguna vez, sólo alguna vez, me planteé el dejar de escribir para siempre ante el exagerado sentimentalismo con el que me salen las palabras; una catarata de adjetivos románticos para no decir nada. parecieras azul cuando la luna te ilumina el rostro y la luz te hunde las mejillas bajo los pómulos. hoy la estación está vacía y simulo estar perdida, como en una película, para encontrar tu rostro entre el de tantas personas que van directo a tomar el tren. no te encuentro. algún tema de Glenn Miller me suena en la cabeza y todo se vacía. con los ojos, te hallo, pero sos un producto de mi imaginación; una ilusión que se extingue en cuanto reconozco que ese abrigo no es el tuyo y, cuando me acerco, que el perfume no es igual. que el cabello no se riza bajo el cuello de la camisa. que el cuello no se estira por sobre la misma. que la mandíbula es redondeada y no angular y que las manos no existen fuera de sus bolsillos. no sos vos y ese no es tu libro. mejor me voy.
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Russian Venus, 1926, Boris Kustodiev
Medium: oil,canvas
https://www.wikiart.org/en/boris-kustodiev/russian-venus-1926
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“With such a hell in your heart and your head, how can you live? How can you love?”
— Fyodor Dostoyevsky, Brothers Karamazov (via the-book-diaries)
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On a lighter note.
The main reason I ever wanted to write a Hungarian mythology-based urban fantasy is that I needed to see someone do Bread Magic in a mundane modern setting.
Bread Magic shows up in a variety in Hungarian fairytales. It works like this: when someone evil, usually the devil, sometimes a dragon, wants to come into your house and hurt you, usually by taking your children, what you do is put a loaf of bread on the windowsill. It will speak for you.
When evil demands admission, the bread will say: First, they buried me under the ground, and I survived. When I sprouted, they cruelly cut me down with sickles, and I survived. They threshed me with their flails and I survived. They ground me to flour with their millstones and I survived. They put me in a bowl and kneaded me, then they put me in a hot oven to bake me, and I survived. Have you done all these things? Until you do all these things and survive, you have no power here.
This is pretty powerful magic I think, and it makes sense in a country where wheat is the staple crop and bread is the staple food. If you have bread, you are alive, if you have no bread, you are dead, therefore bread is life. It was customary to refer to wheat as “life” well into the twentieth century, and not in high literary circles either: rural seasonal workers negotiated their wages in so and so many sacks of life.
And I totally want someone to do bread magic with a shitty store-bought muffin.
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Row of Cottages in Saintes-Maries, 1888, Vincent van Gogh
Medium: ink,paper
https://www.wikiart.org/en/vincent-van-gogh/row-of-cottages-in-saintes-maries-1888
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After the Bath (Woman wiping her left foot), 1886, Edgar Degas
Medium: pastel,cardboard
https://www.wikiart.org/en/edgar-degas/after-the-bath-woman-drying-her-feet-1886
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The Waggon Tracks, 1918, Joan Miro
Medium: oil,canvas
https://www.wikiart.org/en/joan-miro/the-waggon-tracks
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Study for Young Girl with a Veil, 1912, Frank W. Benson
https://www.wikiart.org/en/frank-w-benson/study-for-young-girl-with-a-veil-1912
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Suburbs of a Paranoiac Critical Town, Afternoon on the Outskirts of European History, 1936, Salvador Dali
Medium: oil,wood
https://www.wikiart.org/en/salvador-dali/suburbs-of-a-paranoiac-critical-town-afternoon-on-the-outskirts-of-european-history-1936
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Spider Of The Evening, 1940, Salvador Dali
Medium: oil,canvas
https://www.wikiart.org/en/salvador-dali/spider-of-the-evening
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The Nostalgia of the Poet, 1914, Giorgio de Chirico
Medium: charcoal,oil,canvas
https://www.wikiart.org/en/giorgio-de-chirico/the-nostalgia-of-the-poet-1914
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