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Sergi Lozano
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sergilozanogn · 4 years ago
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LLUVIA
La lluvia empapaba las calles de la ciudad. La tenue y cálida luz de las farolas permitía observar la soledad de la calle a esas horas entrada la madrugada, acompañada de un silencio sobrecogedor.
El sonido de unos pasos chapoteando cada vez más deprisa rompió esa tranquilidad. Al llegar a la altura de la primera farola se pudo apreciar a un chico joven con cara de auténtico terror, estaba claro que huía de algo. El jadeo y la respiración entrecortada dejaban claro que no podría seguir corriendo por mucho tiempo.
— ¡VEN AQUÍ, HIJO DE LA GRAN PUTA! —La voz de un hombre se escuchó tras del chico, aunque por su expresión, mucho más cerca de lo que él esperaba.
El grito le dio un pequeño empujón en forma de adrenalina que le hizo volver a esprintar, pero sus piernas fallaron y el chico se fue de cabeza al suelo. Antes de percatarse siquiera de si se había hecho daño, miró atrás intentando ver si tenía opción de escapar, pero en ese instante apareció corriendo un hombre, claramente el causante del pánico del joven.
A diferencia de él, que era un chaval delgaducho, el hombre era grande, mucho más alto y fuerte, además le doblaba la edad.
— ¡Te voy a matar, puta rata!
El joven, al verle tan cerca quedó congelado, sus posibilidades de huir se habían esfumado definitivamente, y estaba claro que ese hombre no le iba a dejar salir con vida, así que se aferró a lo único que le quedaba, gritar.
— ¡Escúchame! ¡Déjame en paz! ¡No puedo más!
Los gritos se convirtieron en sollozos, pero eso no evitó que el hombre se abalanzase hacia él. Le agarró del cuello y lo estampó contra el suelo. Le agarró con una mano y alzó la otra, lista para golpearle la cara hasta dejarlo inconsciente.
— ¡Das asco, mírate! ¡Eres escoria, y vas a recibir lo que te mereces!
El joven solo sollozaba, realmente creía que ese era el fin. Pero justo en el instante en el que el hombre se preparó para lanzar el primer golpe, alguien gritó desde el otro lado de la calle.
— ¡Déjalo, ya he llamado a la policía, están de camino! —Era la voz de una chica que se acercaba corriendo a la escena.
— No te metas, esto no va contigo, ni con la policía — La voz del hombre sonó algo más calmada que cuando hablaba con el chico, pero igual de amenazante.
— ¡Por favor, ayúdame! ¡Me quiere matar, está loco!
La chica, morena, alta y más fuerte de lo que aparentaba desde la distancia se acercó al hombre y lo empujó hacia atrás, liberando así el cuello del joven.
— ¿Pero qué cojones haces? Te he dicho que no te metas, ¡joder!
El hombre quiso levantarse y acercarse de nuevo al chico, quien seguía en el suelo aturdido, acariciándose el cuello con una mano, pero la chica se interpuso.
— ¡Apártate!, no tengo nada contra ti, sino contra él —Advirtió el hombre.
— ¡Eres un abusón de mierda! ¡Pero míralo! ¿No crees que ya es suficiente?
La chica intentó apaciguar al hombre, pero era una misión imposible, el hombre había entrado en cólera y no tenía intención alguna de dialogar. Al ver que la chica no cedía, la quiso apartar de un empujón, pero ella respondió apartando las manos del hombre y empujándolo a él.
— ¡La policía no tardará en venir!
El hombre se abalanzó desesperado contra la chica. Le golpeó un derechazo que alcanzó la mandíbula pero lejos de hacerla caer, se recuperó mucho más rápido de lo que lo haría la mayoría. Agarró con ambas manos el hombro del hombre y aprovechó el impulso para golpear con su rodilla los genitales hasta doblarlo de dolor.
Mientras, el chico se recompuso y aprovechó para levantarse.
— ¡En nada llega la policía, tranquilo! —Quiso tranquilizarlo la chica.
— Gracias, me has liberado, te debo una.
El chico salió corriendo antes de que ella pudiera decirle nada.
— ¿QUÉ COJONES ACABAS DE HACER? —Gritó el hombre lleno de ira.
— ¿A ti que te parece? ¡Salvar a ese chaval aterrorizado de un desalmado como tú!
— ¿Y no se te ha ocurrido pensar que quizá el desalmado es a quién acabas de dejar escapar? ¿No has pensado que ese era el desalmado que merecía todo lo que le iba a hacer?
— ¡Cómo va a merecer alguien que lo mates a golpes!
— ¿Cómo?, mira —El hombre sacó su cartera del bolsillo y de ella sacó una foto de carnet de una niña de unos trece o catorce años. —Ella es mi hija, Martina. Hace dos meses fue su cumpleaños, cumplió quince años y nos pidió a su madre y a mí que le dejásemos ir a a una fiesta con sus amigas. Solo iban a estar sus amigas y sus novios, Martina es una niña muy responsable, ¿sabes? Así que le dimos un voto de confianza y la dejamos ir, la única condición era volver a las doce y media a casa, y nada de alcohol. Siempre había cumplido su palabra, así que no dudamos que esta vez no iba a ser distinto. Ella tenía intención de cumplir, pero en la fiesta aparecieron los amigos de uno de los novios, un grupo de chavales de veinte años. Trajeron alcohol y... bueno... más cosas, ya sabes. —La voz del hombre se empezó a romper.— Parece que eso no fue suficiente para ellos, y decidieron drogar a mi hija y a otra de sus amigas, Elena. Mi hija pasó su decimoquinto cumpleaños en urgencias con múltiples desgarros, heridas por ataduras, además de una intoxicación.
El hombre hizo una pausa para frenar sus lágrimas. La chica estaba blanca, incapaz de reaccionar.
—Su voz es la única que se reconocía en el video que colgaron en internet. —Levantó como pudo el brazo y señaló hacia donde había huido el chico— Le pude encontrar después de dos semanas buscando. Mi hija no es la primera, pero pretendía que fuera la última.
En ese momento aparece el coche de policía, las luces rojas y azules alternas se reflejan en los charcos de la calle.
— Ahora ya es tarde, otra vez.
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sergilozanogn · 4 years ago
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CAMPANA
Desperté con el tañer de las campanas que marcaban el amanecer. Tras una ducha de agua fría bajé al quiosco a comprar el periódico y de vuelta pasé por la panadería. Al llegar a casa, me preparé un café y tosté el pan que acababa de comprar, le eché un poco de aceite y me senté a desayunar mientras leía el periódico, como cada mañana.
A pesar de ser un animal de costumbres y hacer lo mismo todos los días, hacía un tiempo que los sábados habían pasado a ser mi día favorito.
No es que cambiase nada de la rutina, puesto que iba a trabajar con mucho gusto al igual que el resto de días, pero sí había algo que hacía que me levantase con más ganas que de costumbre, bueno, mejor dicho, alguien. Y es que, todos los sábados venía él a verme. Todavía no sé cómo se llama, solo sé de él que es un hombre alto aunque delgado, lleva el pelo corto y peinado hacia la derecha y unas gafas pequeñas que le hacen parecer una persona intelectual. Siempre viste de camisa, aunque va cambiando de colores, a veces negra, otras azul o mi favorita, la rosa y blanca, esa le queda especialmente bien. Sé que solo puede venir los sábados, puesto que una de las pocas veces que hemos hablado me dijo que, aunque le encantaría venir más a menudo, su trabajo se lo impedía. Algo me dice que tiene un puesto importante, o eso me gusta imaginarme.
Desde luego nunca pensé que alguien podría alegrarme el día con tan solo su presencia, y no tengo ni idea de lo que esto significa, pero tampoco me puedo permitir descubrirlo, así que me limito a disfrutarlo mientras pueda.
Cuando me di cuenta, estaba más pendiente de qué camisa iba a llevar hoy que de las noticias del periódico, así que me terminé el café, recogí y me fui hacia el trabajo. Normalmente salía mucho más tarde, puesto que hasta las doce no empezaba, pero los sábados era distinto, quería preparármelo todo bien y con tiempo.
Cuando llegué a mi despacho empecé a prepararme y me enfrasqué en mis pensamientos. Cuando me quise dar cuenta, estaba mi joven ayudante llamando a mi puerta para ver si estaba listo.
— ¡Buenos días, padre! Son menos diez, la gente ya está entrando ¿Voy preparando el vino?
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sergilozanogn · 4 years ago
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ARENA
El tiempo jugaba en su contra. Tenía que encontrar refugio en ese enorme desierto pronto si no quería terminar desfalleciendo. Había perdido la cuenta de todo lo que había andado, hacía tiempo que no sabía si andaba en línea recta o si había empezado a andar en círculos sin darse cuenta. Lo único que tenía claro era que esa situación era insostenible, necesitaba una salida. En lo que seguía avanzando, empezó a pensar qué era lo que le había llevado a esa situación.
No se consideraba una persona exitosa laboralmente, pero creía que no se podía quejar. Su logro había sido trabajar ocho horas diarias en una oficina, haciendo un trabajo aburrido y monótono para un jefe detestable. Aunque a ojos de los demás era un gran trabajador puesto que llevaba más de veinte años en la misma empresa.
Quería mucho a su familia. A su mujer, a quien veía apenas unas horas por las noches, pues llegaba tan cansado del trabajo que poco después de cenar, en el único tiempo que tenían para hablar y estar juntos, él caía rendido, y ella también; a su hijo mayor a quien veía algunos domingos cuando venía a casa a comer, normal, es médico, cuando no está trabajando, está de guardia o estudiando, pobre; y a su hijo menor, adolescente, que vive entre la calle y su habitación por lo que verle y hablar con él está algo difícil. Puede que no sean una familia perfecta, pero es una familia al fin y al cabo.
Por mucho que le diera vueltas, no sabía qué había podido ocurrir. Había conseguido todo lo que se suponía que tenía que conseguir y aún así había terminado en este desierto sin salida.
Cuando parecía que la arena iba a consumirlo por completo, su pie chocó contra un muro, un muro invisible. Al observarlo de cerca se dio cuenta que era un cristal que rodeaba todo lo que su vista podía abarcar. Por su mente pasó la única opción que le quedaba para salir de ahí después de una vida dando vueltas sin encontrar la salida, así que inspiró, cogió toda la fuerza que le quedaba y golpeó el cristal una, y otra, y otra vez hasta que consiguió romperlo.
Justo a tiempo.
Justo antes de que el reloj se quedase sin arena.
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sergilozanogn · 4 years ago
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Joven salvaje
Se las había arreglado sólo hasta entonces. Criarse en la selva no había sido fácil, aunque era lo único que conocía por lo que no le importaba, aún así era consciente de que tenía las de perder. Estaba rodeado de animales que no dudarían un segundo en desgarrarlo si lo atrapaban, y él apenas se defendía con una lanza que construyó hace un tiempo para cazar. Comer no era un problema pues se alimentaba de frutos y algunos peces o animales pequeños, pero sí había algo que sentía que le faltaba. No podía saber qué era, pues estaba sano y tenía sus necesidades cubiertas, pero esa sensación le acompañaba todo el tiempo.
Estaba dormido sobre el árbol en el que se resguardaba cuando un ruido extraño le despertó. Estaba acostumbrado a escuchar a los depredadores nocturnos acechar, pero ese ruido no lo había oído antes. Tardó tiempo en reconocerlo, pero finalmente cayó en la cuenta a la vez que un machete rompía las hojas de las plantas que se encontraban bajo sus pies. Voces, estaba oyendo voces. Voces de gente como él. Ya las había olvidado. Permaneció escondido, observando a aquel grupo de hombres, no podía saber todavía que intenciones tenían y si algo le había enseñado la selva era a ser precavido.
Pero algo le despistó, tras esos hombres grandes apareció un chaval pequeño, seguramente mucho más joven y asustado. Miraba hacia todos lados, estaba claro que no pretendía estar allí. Algo en él le despertó curiosidad, y esa curiosidad se convirtió en extraña confianza, así que sin darse cuenta se dejó ver.
El chico nada más verlo se asustó, quiso gritar pero en el último segundo se dió cuenta que estaba observando a otro como él, a un chico joven, aunque muy desmejorado por la supervivencia. El chico cambió su expresión del miedo a la curiosidad, y le preguntó su nombre. El pequeño salvaje no se atrevió a hablar todavía, así que el chico se presentó y quiso cogerle la mano en señal de amistad, pero provocó la impresión opuesta. El joven se apartó, con miedo. Nada ni nadie le había tocado en mucho tiempo si no era porque se lo quería comer, así que no sabía como reaccionar ante ese contacto, su instinto le hizo gruñir y alejarse, aunque algo en su interior quería coger esa mano.
El chico, al ver la reacción, lejos de apartarse, le volvió a tender la mano, pero esta vez no la acercó, la detuvo a una distancia suficiente para que el joven pudiese acercarse cuando se sintiera seguro. Y esperó paciente. Estuvo un buen rato observándolo, no entendía que pretendía dejando la mano ahí, sin intención de atacarle o defenderse. No entendía nada, el desconcierto poco a poco fue convirtiéndose en curiosidad, y cuando confío en que el chico no se iba a mover de ahí, terminó por cogerse de su mano. El chico le sonrió. Esa sensación era muy nueva para él, pero algo había ocurrido en ese instante, dejó de sentir ese vacío que le había perseguido durante tanto tiempo. Seguía teniendo miedo, pero aceptó el riesgo. Y desde entonces el chico no volvió a soltarle la mano, y el joven dejó de ser salvaje.
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sergilozanogn · 4 years ago
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Victoria
Era una sensación rara para él. Por primera vez había saboreado la victoria. Estaba claro que eso no era más que el principio, pero ese primer paso le iba a servir para, en un futuro, cuando todo se tiñese de negro, poder recordar esa sensación. Recordar que él fue capaz de ganar, aunque fuera por una vez. Eso era suficiente para saber que tras ese, iban a venir muchos más triunfos.
Aprendió que ganar no era haber tenido un camino fácil, ni ir en primera línea todo el tiempo, ganar era sobrepasar todos los obstáculos y, aunque tropezase y se alejara de la meta, debía levantarse porque mientras siguiera adelante, tendría una opción de victoria.
Esa victoria era insignificante en comparación con todo el camino que quedaba por recorrer, pero significó la diferencia entre rendirse y luchar.
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sergilozanogn · 4 years ago
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Refugio
El refugio era cálido y acogedor. Tenía justo lo que necesitaba, algo de agua, comida y una estantería repleta de sus libros favoritos. Eso era lo único que necesitaba mientras pasaba la tormenta. Pero no todo era perfecto. Mientras él estaba ahí recogido, los demás bailaban bajo la lluvia. Él les miraba con recelo, pues el simple hecho de poner un pie fuera le abrumaba, mientras que todas esas personas le insistían en que debía salir con ellas. Bailar bajo la lluvia era lo más divertido del mundo, decían, y no había nada que le pudiese impedir disfrutarlo. Aunque sus libros le ayudaban a ahuyentar esas voces, en su cabeza no dejaba de resonar que era el único en ese planeta que no estaba bailando. Posiblemente disfrute tanto o más con mis libros, pensaba él, pero el insistente bombardeo de la gente le hacía perder los nervios. No lo entienden, no me entienden. Cuando empezó a sentir que ya no podía soportar esa presión, alguién llamó a su puerta. Era una niña, llevaba con ella un chubasquero y un paraguas. Le pidió que se lo pusiera y le acompañara a un sitio. Al principio no quiso ir, pero la pequeña insistió en que fuera con él, le prometió que no se iba a mojar, y que encontraría tantos libros o más si iba con ella. Al final accedió, y la niña le guió por un camino bajo cornisas y paraguas hasta que llegaron a un gran edificio, y al abrir las puertas, encontró dentro lo que jamás hubiera imaginado. Estaba lleno de chicos y chicas que, como él, detestaban los días de tormenta.
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sergilozanogn · 4 years ago
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Isla
Se encontraba perdido y allá donde mirase solo encontraba vacío. La isla en la que había terminado apenas tenía arena ya, no podía andar dos pasos sin mojarse los pies. El agua le rodeaba, y aquel inmenso océano que llegaba hasta el horizonte le susurraba que no había posibilidad de salir de ahí. Intentó pedir ayuda, pero ya no le quedaba voz para gritar. Estaba solo, y en una isla tan pequeña y sin recursos, no veía opción de victoria. Fueron varios días los que estuvo tumbado en la arena, acurrucado, esperando a que un milagro ocurriese o, por el contrario, fuera la muerte quien lo encontrase y le dejase marchar. Pero ocurrió. Hubo algo que le hizo despertar. Un pequeño pez aterrizó en la arena. No paraba de sacudirse, era evidente que se estaba ahogando, pero ese pececillo no dejó de sacudirse hasta que terminó golpeándolo en la cara. Él lo observó, inmóvil, y a pesar de estar agotando sus últimas fuerzas, el pececillo siguió sacudiéndose hasta que logró volver al agua. En cuanto sus escamas volvieron a sentir el frescor del agua, se sacudió por última vez y desapareció en el océano. Y entonces lo entendió. Cogió la poca fuerza que le quedaba y se levantó, de repente esa pequeña isla parecía algo más grande, lo suficiente como para escribir un mensaje de socorro, además, en uno de los rincones había un pequeño arbusto con unos frutos que podían servirle de alimento, con lo que poco a poco recuperó algo de fuerza. Al recuperar algo de energía su cuerpo empezó a funcionar de nuevo, y lo que parecía una isla desierta, empezó a mostrar árboles con frutos y ramas con las que hacer una lanza. En pocos días fue capaz de pescar, y eso le dió la motivación suficiente como para animarse a ir algo más allá. Fue un camino largo, duro y lleno de momentos de rendición, pero al fin lo logró. Tenía su balsa lista para zarpar. Era pequeña, imperfecta y muy probablemente se hundiría poco después, pero era suficiente para salir de allí. Así que, sin pensárselo dos veces, zarpó. Al principio las olas le hacían volver a la orilla una y otra y otra vez, pero terminó entendiendo las corrientes y aprendió cómo sobrepasarlas. Una vez lo consiguió, se dio cuenta que aquel océano que tanto le aterraba, era en realidad una capa de calma y que, a lo lejos, había no una sino decenas de islas con personas tan perdidas como él. Y es que quizá quien tenía que escuchar su mensaje de socorro, estaba batallando por salir de su propia isla.
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sergilozanogn · 4 years ago
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Era tan monstruosamente grande que con solo verle tuvo claro que no iba a poder con él. Era una especie de nube negra que se alzaba ante sus pies. Los ojos, grandes y brillantes, apuntaban en su dirección. Era una mirada penetrante, incluso más dolorosa que la mirada a la que se enfrentaba cada mañana en el espejo. Pero eso no era lo más aterrador, ni siquiera sus dientes afilados o sus garras alzadas a punto de hacerle añicos. Lo que más miedo le daba era todo aquello que proyectaba en su cabeza. Era capaz de hablarle y de decirle todo aquello que podía romperlo por dentro.
De pronto, ni los arañazos ni los mordiscos dolían. Aquel monstruo solo utilizaba su aspecto para intimidar y dejar a su víctima paralizada, perfecta para poder introducirse en él y, desde las entrañas, poder hacer añicos todo lo bueno que quedaba hasta dejarle vacío.
Así fue como aquel monstruo consiguió que el mayor dolor, el que terminó rompiéndole, fuesen sus propios miedos.
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