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sergioorea · 7 months
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sergioorea · 9 months
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En medio de un suntuoso salón iluminado por candelabros de oro y adornado con tapices que narraban antiguas leyendas, los murmullos de los invitados se extinguieron gradualmente. La Princesa Elysia, envuelta en un vestido carmesí, con un corpiño ceñido que realzaba su figura y una falda amplia y oscura que bailaba alrededor de sus piernas se erguía con gracia frente al trono de su padre, el Rey Alaric Ardente.
Elysia ocupó el sitio que le correspondía junto al trono de su padre y, una vez sentada, la ceremonia se reanudó.
El Reino de Ardentia estaba inmerso en una celebración, ya que tras más de una década de batallas y tensiones con el Reino de Volcanya, finalmente se había conseguido la anhelada paz.
El Rey Alaric convocó a la nobleza a una ceremonia de celebración por la victoria obtenida y el cese de hostilidades.
Los años de guerra habían dejado profundas cicatrices en el Reino de Ardentia. Las tierras que antes habían florecido con bosques exuberantes y ríos cristalinos, ahora mostraban los estragos de la destrucción. Los campos agrícolas habían sido arrasados, los pueblos y aldeas habían sufrido saqueos y asedios, y la población había enfrentado incontables penurias. Los ecos de los enfrentamientos resonaban en cada rincón del reino, y las sombras de la incertidumbre habían oscurecido la alegría que alguna vez había llenado sus corazones. La economía estaba en ruinas, los recursos escaseaban y las vidas habían sido marcadas por la pérdida y el sufrimiento. La reconciliación con el Reino de Volcanya no solo marcaba el fin de una era de conflicto, sino también la esperanza de reconstruir lo que una vez fue y sanar las heridas que habían quedado abiertas durante tanto tiempo.
En el centro del salón, la luz de las velas bailaban en una danza de luz y sombras, los bardos con sus voces melodiosas tejían las historias ancestrales de valentía y sacrificio que cautivaban a los presentes, que se deleitaban con el banquete, cuando el Rey Alaric se levantó lentamente del trono.
El Monarca detuvo la ceremonia para hacer un pronunciamiento.
—En este día, que será recordado en los años venideros como el día que los vientos barrieron la sombra de la guerra y destrucción, me llena de orgullo anunciar un pacto que trascenderá las rivalidades del pasado y sembrará las bases de un futuro próspero para nuestro Reino. La sangre y la tierra se unen en una nueva alianza, pues mi querida hija, la Princesa Elysia desposará al Príncipe Aelior Volcano, heredero del trono de Volcanya.
Los asistentes permanecieron en silencio, asimilando la información, y después de un breve momento, estallaron en aplausos.
Las puertas del salón se abrieron de par en par dando paso al Rey Roran y su hijo, el Príncipe Aelior Volcano, seguidos por su séquito.
Al ver entrar a quienes consideraba sus enemigos, Elysia sintió una mezcla de emociones que le aturdió. La noticia del casamiento, que le había llegado como un relámpago en medio de la ceremonia, la tomó completamente por sorpresa. Un instante de asombro fue suficiente para que su expresión cambiara, transformando su rostro en una máscara de enojo y coraje. Sus ojos, antes serenos, chispearon con una ira contenida mientras sus puños se cerraban con fuerza.
Elysia era una mujer fuerte, con cabello rojizo y ojos azules intensos, como su determinación. Manipuladora magistral, capaz de mover los hilos detrás de las cortinas para lograr sus objetivos. No se limitaba a las formalidades de la Corte. Su ambición y astucia la distinguían en un mundo de lucha constante. Abrazó su amor por la espada y el combate, convirtiéndose en una feroz guerrera, acompañando en los campos de batalla a su ejército y combatido contra el enemigo. Su habilidad con la espada era objeto de muchas historias que resonaban por todo el Reino, el movimiento de su espada cautivaba a todo aquel que lo presenciaba, con movimientos fluidos y coordinados que demostraban su control sobre el arma, capaz de enfrentar cualquier desafío.
El Rey Roran se aproximó con una majestuosa presencia hacia el Rey Alaric, inclinando su cabeza en una reverencia respetuosa que simbolizaba el reconocimiento de la nueva era de paz. A su gesto, el cortejo real que lo acompañaba siguió su ejemplo, doblando ligeramente sus cuerpos en muestra de respeto hacia el monarca anfitrión. Después de este intercambio formal, el Rey Alaric tomó el papel de anfitrión, presentando a sus acompañantes a través de gestos ceremoniosos.
Elysia se puso de pie de su asiento y, como miembro de la nobleza, se acercó a su prometido Aelior. Extendió su mano en un gesto que simbolizaba la aceptación del compromiso. Aelior tomó su mano y la besó, esbozando una sonrisa cínica mientras sostenía su mirada.
La ceremonia, convertida ahora en una fiesta de compromiso continuó durante el resto de la noche, con los presentes bailando y escuchando las canciones de los bardos, que danzaban sobre el escenario para entretener a las visitas.
Concluida la fiesta, todos regresaron a sus aposentos.
Elysia ardía en un furor incontenible. La sonrisa cínica de Aelior reverberaba en su mente. Al llegar a su alcoba una ira feroz se apoderó de ella. Sin dudarlo, se dirigió hacia el rincón donde descansaba su espada, la tomó y la desenvainó con un movimiento enérgico. La luz de la luna se reflejaba en el filo mientras comenzaba a lanzar tajadas a diestra y siniestra llevándose consigo cualquier cosa que se le atravesara, llenándose su habitación de los ecos del acero golpeteando diferentes objetos. Con cada tajo, su enojo encontraba un escape.
El sonido de alguien llamando a la puerta la interrumpió abruptamente. Elysia, agitada, se dio la vuelta hacia la puerta empuñando el acero, dispuesta a continuar lo que estaba haciendo con quien fuera que entrase.
La puerta se abrió y entró su padre, Alaric.
Elysia apretó el pomo de su espada, conteniéndose de no cercenar la cabeza de su padre.
—Comprendo cómo te sientes, Elysia—Alaric avanzó hasta la cama, mirando el desorden que había hecho su hija—. Nuestro deber es mantener la paz, asegurar la continuidad del Reino, el cual vas a liderar cuando yo ya no esté…
—Los tronos no se heredan, se toman—interrumpió Elysia con determinación palpable—. ¿Por qué no me lo revelaste, padre?
—Contrario a lo que puedas pensar…te conozco bien, hija mía. Sé cuánto desprecias los desplantes en público. Tenía la certeza que controlarías tus emociones y aceptarías la unión.
—La única unión que aceptaré es la de su cuerpo con la punta de mi acero—Elysia ejecutó un rápido movimiento con su espada, como si realmente se la clavara.
—La guerra nos estaba consumiendo, Elysia. Tú estabas dispuesta a sacrificar tu vida defendiendo al Reino, ¿Por qué no puedes hacer este sacrificio por él también? No he hecho más que apostar las piezas que tengo sobre el tablero. Espero lo entiendas.
Alaric se dio la vuelta y abandonó la habitación.
<<Las piezas necesitan quién las guíe>>pensó Elysia, mirando su reflejo en su espada.
Volcanya era un lugar sombrío y lúgubre que reflejaba la fuerza imparable de la naturaleza en su forma más ardiente y amenazante. Los terrenos de Volcanya eran testigos de la incesante actividad del volcán que dominaba el paisaje. Un territorio desolado, donde los bosques estaban poblados por árboles pelones y retorcidos que parecían haber sido despojados de su vida y vitalidad, con ramas desnudas que se alzaban como esqueletos hacia el cielo. Solo las plantas más resistentes lograban sobrevivir en ese ambiente hostil.
Los habitantes de Volcanya eran personas valientes que habían aprendido a vivir en armonía con la naturaleza implacable de su reino.
Alaric, Elysia y miembros de las familias de la nobleza más prestigiosas de Ardentia habían sido convocados al Reino de Volcanya para celebrar la unión matrimonial que sellaría el destino de ambos Reinos, asegurando la paz y prosperidad futuras.
La boda de Elysia y Aelior se llevó a cabo en un majestuoso salón, decorado con colores oscuros y detalles en tonos naranja y rojo, que eran los colores del Reino, pues reflejaban su naturaleza volcánica. El salón estaba iluminado por antorchas y candelabros, creando una atmósfera cálida y misteriosa. El altar estaba adornado con telas ricas y símbolos ancestrales tallados en piedra volcánica.
Elysia llevaba un vestido elegante que reflejaba su posición como guerrera y Princesa. Confeccionado en tonos oscuros, con un corpiño ajustado y una falda oscura que se degradaba en tonos naranjas y rojizos en la parte inferior. Por su parte, Aelior vestía una túnica negra con detalles naranjas y rojos creando un contraste sutil y llamativo. Llevaba una capa negra con fondo naranja, que fluía desde sus hombros hasta el suelo. En su cintura portaba una daga finamente labrada en una vaina decorada, un símbolo de su preparación para la defensa y la acción, meramente decorativa, pues Aelior era un ser cobarde por naturaleza, que sólo se mostraba valiente cuando tenía a sus guardias custodiándolo a todas partes que fuera.
Pronunciadas las palabras solemnes, el Rey Roran, investido con la autoridad conferida por la Corona, los declaró unidos en matrimonio.
Los esposos levantaron sus copas de plata y, tras entrelazarlas con gracia, bebieron de ellas en un gesto cargado de significado, simbolizando la unión y el inicio de su nueva vida juntos.
Una vez concluida la ceremonia, Elysia y Aelior se encerraron en sus aposentos, dispuestos a consumar la unión.
Tras cerrar la puerta, Aelior cambió su expresión en un siniestro cambio de máscara. Esbozó una sonrisa brutal, revelando su malicia oculta.
—No sabes cuanto he anhelado este momento— pronunció Aelior mientras avanzaba con determinación hacia Elysia.
—Y seguirás anhelándolo—Elysia se mantuvo firme.
Aelior tomó de los brazos a Elysia, la aventó sobre el lecho y se recostó sobre de ella. Elysia forcejeaba, intentando liberarse, pero su fuerza no se comparaba con la de él, quien logró imponer control sobre de ella, pero Elysia a pesar de estar sometida no cedía y seguía intentando liberarse. Aelior deslizó su mano por debajo de la falda de Elysia, recorriendo delicadamente su piel, subiendo lentamente hasta llegar a su sexo, que abrió de manera brusca e introdujo sus dedos sin el menor cuidado, hurgando desesperadamente hasta saciar su tentación. Elysia gemía de dolor, mientras continuaba intentando liberarse. Aelior, excitado, levantó el vestido de Elysia y liberó su miembro, dispuesto a penetrarla, pero ésta con un movimiento ágil y sigiloso arrebató la daga de la cintura de Aelior y con un movimiento rápido le cortó en el brazo, desconcentrándolo, situación que Elysia aprovechó para quitárselo de encima y tirarlo al suelo.
Elysia se incorporó, y con la daga por delante avanzó hacia Aelior de forma amenazadora.
Aelior, cubriéndose la herida con la mano, estalló en carcajadas.
—No puedes tocarme. Un solo llamado y estarás en la horca antes que finalice el día y tu Reino se pudriría en llamas.
Elysia ignoró las palabras de Aelior y siguió avanzando, esbozando una pequeña sonrisa.
—No contaría con ello—dijo con tono desafiante.
De repente, Aelior comenzó a sentirse sofocado. Un terrible ardor afectaba su garganta. Tosió repetidamente, pero el dolor persistía. Vomitó sangre y siguió tosiendo, como si algo estuviera atascado en su garganta.
—Es mi turno de sonreír—Elysia le devolvió la sonrisa cínica que le había hecho el día que anunciaron su compromiso—. ¿Recuerdas el vino que nos bebimos en la ceremonia? Contenía una pequeña dosis de un hongo venenoso de Ardentia, letal para cualquiera.
—No te saldrás con la tuya—emitió Aelior un susurro frágil por el dolor.
—Pero, si ya lo hice—rió Elysia.
Con sus últimas fuerzas, Aelior le gritó al Guardia para que entrara en su auxilio. El guardia abrió la puerta en un instante y entró con la espada desenvainada.
Aelior, repleto de sufrimiento, apuntó a Elysia, mientras su otra mano abrazaba su garganta.
El guardia miró a Elysia y apuntó su espada hacia ella.
—Es hora—dijo Elysia.
El guardia bajó la espada y se la entregó a Elysia, ante la mirada atónita de Aelior.
—No creíste que depositaría toda mi confianza en el veneno, ¿verdad?—Elysia empuñó la espada y realizó dos pequeños tajos—. No, yo pienso en todo. Y, todo mundo tiene un precio, sólo hay que saber cuál es.
Dicho esto, Elysia blandió la espada y la incrustó en el pecho de Aelior, entintándola de sangre.
—Mi Reina—dijo el Guardia—tenemos que sacarla de aquí, sígame—abrió la puerta y revisó que estuviera libre.
—¡Espera!—gritó Elysia. Caminó hasta donde se encontraba el guardia y cerró la puerta.
El guardia permaneció inmóvil, esperando su siguiente orden.
Elysia alzó la espada, agarró el pomo y asestó un tajo preciso en el cuello del guardia, cortándolo. La sangre brotó en un chorro, salpicándole el rostro.
—Tengo mis propios planes—dijo Elysia, limpiando sus labios con la lengua.
Tomó la daga del suelo y comenzó a desgarrar su vestido, haciendo pequeños cortes, después se hizo algunos cortes en los brazos y en la espalda hasta donde alcanzó.
Con la sangre escurriendo por su piel, gritó:
—¡Déjalo! ¡No! Por favor, ¡Suéltalo! ¡No le hagas daño!—arrojó diversos objetos por la habitación, tratando de hacer el mayor ruido posible—¡No lo mates! ¡Auxilio! ¡Auxilio!
Varios guardias acudieron al llamado de ayuda en la habitación del Príncipe Aelior, donde se toparon con la horrenda escena y encontraron a la Princesa Elysia bañada en sangre, llorando por la muerte de su esposo.
Los guardias escoltaron a la Princesa al cuarto del Rey Roran, quien inmediatamente ordenó a sus hombres que se desplegaran para custodiar el Reino. Ordenó que llevaran hasta él al Rey Alaric, que dormía en el otra ala del castillo, como un huésped.
—¡Mi Rey!—Elysia se arrodilló llorando ante Roran, con majestuosa actuación—¡Por favor, discúlpeme por no haber salvado a nuestro Príncipe! Fue muy tarde, demasiado tarde mi intervención.
—Calma, hija mía—intervino Roran, deslizando su mano por su cabello con gestos llenos de ternura—. Estoy seguro que descubriremos quién está detrás de esta conspiración.
—¿Conspiración?—Elysia dibujó un rostro de sorpresa.
Roran se quedó callado, mirando hacia el horizonte.
Alguien llamó a la puerta.
—Adelante—dijo Roran.
Uno de sus asistentes apareció, pero se quedó en el umbral al ver a la Princesa Elysia en la habitación.
—¿Puedo hablarle, Su Majestad?—preguntó el asistente.
Roran detectó un aire sospechoso y se movió hasta la puerta, donde el asistente le susurró algo al oído. Después, se marchó.
Roran se dio media vuelta, su rostro había cambiado. Era un rostro sereno, pero en sus ojos se reflejaba un profundo enojo.
Caminó hacia la ventana, ignorando a Elysia por completo, olvidándose que estaba ahí.
Elysia presintió una mala noticia.
<<¿Se habrán dado cuenta?>>pensó.
Su mente comenzó a trabajar tratando de detectar si algo pudo haberla delatado, mientras buscaba algo con qué defenderse en caso de ser necesario.
Roran se giró hacia Elysia.
—No puedo imaginar lo que sería capaz de hacer contra la persona que asesinó a mi hijo—dijo en tono serio, avanzando en dirección hacia Elysia—. Pero, estoy por averiguarlo.
Con un movimiento ágil, tomó a Elysia del cabello, jalándola hacia atrás, apretando fuertemente.
—¿Creíste que no nos daríamos cuenta?—Roran le susurró en el oído. Luego, le propinó una fuerte bofetada—. Encontraron rastros de tu hongo venenoso en la copa de Aelior—dio un par de bofetadas más y la arrastró por la habitación jalándola del cabello. Elysia luchaba por liberarse, pero el dolor la tenía a merced de Roran.
—Tienes agallas, lo reconozco—Roran volvió a abofetearla—. Tu padre jamás habría podido orquestar algo así. Ahora…¿Quién morirá primero? Creo que tu padre merece sentir lo que se siente que le maten a su hijo. —Roran desenvainó su espada—Quizás podemos hacerte sufrir un poco antes de matarte.
En ese momento, las puertas se abrieron abruptamente, y varios guardias de Ardentia entraron con espadas en mano, sus hojas teñidas de rojo. Les seguía el Rey Alaric, quien también portaba su espada y vestía una armadura reluciente en tono gris. La armadura estaba compuesta por placas de acero bruñido y estaba adornada con grabados que narraban sus batallas pasadas. Sobre su cabeza, se alzaba un yelmo ornamentado con finos detalles grabados, protegiendo su rostro mientras su mirada fría y penetrante se asomaba a través de las aberturas.
—¿Qué es esto?—preguntó Roran con expresión de incredulidad. Su rostro se tensó al ver a los guardias de Ardentia, irrumpiendo en su santuario privado, alternando la mirada entre las espadas teñidas de rojo y su propio atuendo desprovisto de protección.
Dos guardias desarmaron a Roran inmediatamente. Elysia les pidió que le entregaran su espada.
—Qué bonito final, ¿no lo crees, padre?—levantó la espada—El Rey de Volcanya asesinado con su propia espada.
—Tengo que reconocer que me has sorprendido. Nunca creí que funcionaría tu idea.
Elysia clavó la espada en el estómago de Roran y la sacó lentamente, mirándolo a los ojos, saboreando el dulce momento. Un charco de sangre se formó al instante. Después de unos segundos, Roran cayó muerto sobre su propia sangre y Elysia arrojó la espada sobre su cuerpo.
Los guardias salieron de la habitación dejando solos a Padre e hija para que planearan su siguiente movimiento. Debían evitar a como diera lugar que el ejército de Roran se revelara contra ellos por sus acciones.
—Tenemos que salir del Reino antes que amanezca—Alaric comenzó a deshacerse de su pesada armadura—De lo contrario, vamos a terminar igual que ellos—señaló el cuerpo inerte de Roran.
—No te preocupes, padre—Elysia levantó la espada ensangrentada de Roran—. Ya me ocupé de todo.
Elysia avanzó hasta donde se encontraba la espada de Alaric, la tomó y la arrojó hacia atrás de ella. Continuó avanzando hacia su padre, jugueteando con la espada.
—¿Qué haces?—Alaric se puso nervioso. El semblante de Elysia le provocaba terror—. ¡Guardias! ¡Guardias!—gritó Alaric.
—No te esfuerces…ya me ocupé de todo.
—¿Por qué, Elysia?
—¿Por qué?—preguntó Elysia con tono de ironía—Tú me vendiste al mejor postor, como mercancía…me traicionaste—gritó.
—Era lo mejor para el Reino, nuestro Reino. Quería dejarte un Reino próspero, con futuro.
—Te lo dije padre…los tronos no se heredan…se toman—gritó en el momento en que le clavó la espada en el pecho—. No podía esperar a tu último aliento para perseguir mis ambiciones. Mi sed de grandeza es mucha y es momento de forjar mi destino.
Guardias de Volcanya, coludidos con Elysia, aguardaron el momento indicado para someter a los guardias leales a Ardentia y así poder consumar el inicio de su Reinado, como Reina de ambos Reinos.
Los cadáveres de Alaric, Aelior y Roran ardieron juntos en una enorme fogata, mientras Elysia permanecía sentada sobre un tronco, bebiendo una copa de vino con su corona sobre la cabeza, la corona de la traición.
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sergioorea · 10 months
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Frente al espejo, con los colores de su rostro ya dibujados, el payaso observa su reflejo. Una mezcla de emociones revolotea en su interior. Ha interpretado a su personaje durante años, haciendo reír y alegrando a multitudes. Pero hoy, algo es diferente. Siente que su alma verdadera se diluye entre las capas de pintura.
Sus ojos cansados reflejan la nostalgia de una autenticidad que teme perder. A medida que aplica la última capa de maquillaje, el peso de la rutina diaria y el papel del payaso parecen estar aplastando sus anhelos personales, quedando a merced de su personaje.
A medida que crece su éxito, la gente se interesa menos por la persona oculta detrás del maquillaje, provocando una profunda soledad.
Donde quiera que vaya, la gente no pregunta por él, pregunta por aquél con la pintura, por aquél de los chistes, por aquél de las bromas. La gente no recuerda su nombre, recuerda el nombre del escenario.
A medida que se dirige hacia el escenario, el payaso se da cuenta de que tiene la oportunidad de reencontrarse con su esencia. Decide inyectar un poco más de sí mismo en su actuación, permitiendo que sus emociones reales se mezclen con las travesuras cómicas. Cuando las luces se encienden y la multitud lo aclama, encuentra el coraje para romper las barreras de su personaje y revelar un poco de su verdadero yo.
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sergioorea · 10 months
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La escena del accidente estaba envuelta en un aire de tensión, con luces intermitentes que iluminaban el caos de vidrios rotos y metal retorcido. Un vehículo color rojo había quedado volteado totalmente boca arriba justo entre la carretera y el acotamiento. Una larga fila de vehículos y conductores impacientes aguardaban y miraban curiosos el trabajo de la policía de caminos y elementos de emergencia, desconociendo las causas del accidente. El agente de investigación de la policía, John Parker, llegó rápidamente al lugar de los hechos.
—¿Qué tenemos aquí?—, preguntó Parker a los policías que ya estaban presentes en la escena.
Uno de los oficiales se acercó y respondió con seriedad.
—Otra volcadura. Tú sabes, le das un carro a un joven y se convierte en un arma mortal. Según testigos afirman que el conductor venía manejando de manera errática y a muy alta velocidad.
—¿Hubo algún otro vehículo involucrado?
El policía negó con la cabeza.
—¿Ebrio?—preguntó Parker.
—Por la manera en la que venía conduciendo, no lo dudaría, pero hay algo mas.
Parker hizo un ademán con la mano para que continuara.
—El vehículo fue reportado como robado, minutos antes del accidente.
—¿Minutos antes? Entonces venía huyendo.
—Seguramente—. El policía se quito su gorra y se revolvió el cabello. —Además, la joven que creemos venía conduciendo no portaba ningún tipo de identificación.
—¿Creen?— preguntó intrigado Parker—. ¿Se dio alguien a la fuga?
—No, bueno— titubeó el oficial—, es que la joven estaba descalza y no vestía ropa propiamente…
—¿No vestía ropa?—interrumpió Parker— ¿Es que acaso estaba desnuda?
—No, más bien diría que vestía una bata de hospital, y nadie robaría así un carro, en fin, creo que lo más prudente es que te ocupes de aquí en adelante.
—¿En dónde está la chica?
—Quedó gravemente herida, la ambulancia la trasladó al Hospital General.
—Muy bien, gracias.
El Hospital General había sido inaugurado apenas hace unos meses. Era un edificio moderno que contaba con lo último en tecnología médica, orgullo de la actual administración, con el que esperaban anotarse unos puntos para el siguiente periodo de elecciones.
Cuando Parker llegó, ya rondaban unos cuantos reporteros las inmediaciones para sacar la nota.
—Buenos días, señorita—Parker mostró su placa a la única enfermera que se encontraba en la estación—. Quisiera ver si me podrían apoyar dándome información sobre la chica accidentada que acaban de trasladar.
—Por supuesto, permítame un momento.
La enfermera se giró e impulsó su silla para alcanzar el teléfono. Levantó el auricular y marcó un número. Murmuró unas palabras y, finalmente, colgó.
—En un momento lo atenderá el Doctor Méndez.
El piso del hospital estaba prácticamente vacío y poco concurrido, contrario a lo que esperaría Parker de un hospital. Las puertas de las habitaciones permanecían cerradas y su olor característico comenzaba a darle jaqueca.
Un médico de mediana edad vestido con su típica bata blanca y estetoscopio al cuello se acercó a la estación de enfermería donde la enfermera rápidamente se apuró a señalar con su dedo índice en dirección hacia Parker.
—Buenos días—el Doctor estiró su mano en dirección hacia Parker—Leonardo Méndez, mucho gusto.
—John Parker—Parker estrechó la mano del médico—. Dígame, ¿cómo se encuentra la joven que remitieron hace poco, por le accidente en la carretera?
El médico apretó su mandíbula y adoptó una posición seria y firme.
—Me temo que la joven se encuentra en coma. Su estado de salud es delicado, pero estable. ¿Sabe Usted si ya pudieron localizar a sus familiares?
—Me temo que no Doctor. Lamentablemente me informan que no contaba con ninguna identificación y el vehículo en el que viajaba era robado.
—¿Viajaba sola?—preguntó Leonardo.
—Hasta donde sabemos sí, era la única ocupante. ¿Por qué lo pregunta?
—Bueno, es que encontramos huellas de maltrato en el cuerpo de la mujer, y ahora que dice que viajaba en un auto robado…
—Cree Usted que podría tratarse de una víctima, ¿No es así?—interrumpió Parker.
—Eso me temo.
—Creo que este caso no va a estar tan fácil como me lo pensaba—. Parker sacó una tarjeta de presentación de su saco. —Llámeme si hay alguna novedad, por favor.
—¡Claro!, con gusto—Leonardo le extendió igualmente una tarjeta con sus datos.
Parker regresó al lugar de los hechos. La grúa ya había remolcado el vehículo accidentado y el tráfico se había liberado.
Parker permaneció pensativo, reflexionando sobre la situación en la que habían encontrado a la joven: descalza, con signos de violencia por todo el cuerpo y vestida con una bata de hospital.
Su instinto y experiencia le dictaban que había algo más y quería averiguarlo.
Puso en marcha el vehículo y subió colina arriba, hacia el lugar donde se había hecho el reporte de robo y se entrevistó con algunos testigos.
Los testigos que entrevistó aportaron diferentes datos que le permitieron hacerse una idea de lo que había ocurrido esa mañana: la joven había venido del bosque en las afueras de la ciudad, se veía asustada y parecía estar escapando de algo o de alguien.
Parker decidió adentrarse en el bosque y ver si podía encontrar alguna otra pista.
En el hospital, el personal seguía realizando sus labores diarias de manera ininterrumpida, siguiendo su rutina con precisión, cuando una de las enfermeras notó algo extraño.
—Doctor Méndez, disculpe—la enfermera alcanzó al médico que realizaba su rondín—Susana se ha ausentado de sus labores, ¿Le comentó algo?
—No que yo recuerde—sacó una libreta con anotaciones y revisó rápidamente—. No tengo nada anotado. ¿Ya intentaron llamarla a su celular?
—Sí Doctor, pero no responde.
—Quizás tuvo una emergencia. Quiero que me apoyes en cubrirla, por favor. En media hora insiste nuevamente a su celular y me reportas.
Para Leonardo, que una enfermera se ausentara sin avisar era extremadamente raro, pero no era algo que no le hubiera pasado antes, por lo que no le dio mayor importancia.
Parker no podía recordar cuándo había sido la última vez que había caminado tanto.
Mientras el detective se adentraba en el bosque, un tenue destello de luz captó su atención. Al enfocar la mirada en esa dirección se percató de la presencia de varios hombres, moviéndose sigilosamente entre los árboles. Intrigado, y con su instinto de detective decidió seguirlos hasta poder averiguar qué es lo que tramaban. No tardó en distinguir que se trataban de elementos de un cuerpo de seguridad. Lo que no pudo deducir es de dónde.
Leonardo Méndez, ocupado con tareas administrativas en su consultorio, se vio interrumpido por el sonido estridente del teléfono. Con un tono alterado, gritó: —¿Cómo que no encuentran a Angélica? ¡Esto es el colmo!
Tras colgar, marcó rápidamente al departamento de seguridad, exigiendo información sobre la ausencia de Angélica y Susana. Para su sorpresa, le informaron que ambas aún estaban dentro del edificio según la bitácora. Preocupado, ordenó a los elementos de seguridad rastrear cada rincón y pasillo, temiendo que algo les hubiera ocurrido.
No transcurrió mucho tiempo antes de que hicieran un macabro hallazgo.
En una de las habitaciones desocupadas, elementos de seguridad encontraron el cuerpo de Susana, sobre un charco de sangre.
Las enfermeras y los demás doctores se inquietaron ante horripilante descubrimiento.
Leonardo inmediatamente pidió al personal de seguridad que cerraran las salidas y revisaran muy bien todo el edificio para evitar alguna otra atrocidad. Marcaron a la policía y reportaron el suceso.
Mientras tanto, una de las enfermeras encontró el cuerpo de Angélica, quien también había sido brutalmente asesinada.
El ambiente en el hospital se tornó sombrío y tenso. Una sensación de consternación y desesperación se apoderó de los empleados, quienes compartían miradas preocupadas y temerosas.
Parker continuaba siguiendo sigilosamente a los elementos de seguridad entre los árboles del bosque. La tensión se apoderaba de él, cada crujido de hojas bajo sus pies le parecía ensordecedor, temiendo que lo delataran.
Finalmente, los agentes de seguridad llegaron a las puertas de una enorme instalación, oculta detrás de un muro enorme y mucha vigilancia de por medio.
Parker observó detenidamente cómo los agentes ingresaban en el interior y se acercó discretamente hasta la puerta de acceso.
—Buenas tardes—Parker recargó su placa contra el cristal de la caseta de vigilancia—. Quisiera saber si me podrían apoyar, por favor.
Uno de los múltiples guardias que custodiaban la entrada salió a su encuentro.
—Buenas tardes, a sus órdenes.
—Gracias. Estoy investigando el robo de un vehículo, y quisiera saber si no han notado actividad sospechosa por las inmediaciones.
—¿Sospechosa?—el guardia negó con su cabeza—¿Cómo qué o qué?
—Algo inusual, cualquier cosa anormal que hayan detectado.
—No, oficial. Todo en orden.
—No pude evitar que tenían varios agentes merodeando en el bosque—Parker señaló hacia atrás— ¿Es normal?
—Por supuesto, patrullaje.
—Y ¿No vieron nada sospechoso? Testigos me confirmaron que vieron a una joven vagando por el bosque asustada. ¿No saben nada de eso?
El guardia se quedó en silencio unos segundos. Luego, giró sobre sus talones, volvió a la caseta de vigilancia y le susurró algo discretamente al oído a uno de sus compañeros.
—Aguarde aquí, por favor—gritó el guardia desde la caseta.
El personal de enfermeras y doctores continuaba con sus tareas de forma habitual, aunque la preocupación se reflejaba en sus rostros, incapaces de ocultarla. Mientras tanto, el equipo de seguridad se desplegó por todo el edificio, tratando de abarcar la mayor área posible hasta que la policía llegara.
Las luces del hospital comenzaron a parpadear, encendiéndose y apagándose, sumiendo el lugar en súbitos momentos de oscuridad.
En el cuarto piso, de las sombras, emergió una figura oscura, un personaje corpulento, moviéndose con la penumbra, que paralizó a todos los presentes.
Era realmente grande, vestía una bata médica salpicada de sangre y una corbata de color morado, gruesa. Su rostro estaba pintado de blanco y manchas de sangre escurrían por él. Su melena larga y alborotada lo hacía lucir inquietante. Los ojos sombríos y desprovistos de emoción enviaban escalofríos a quien se cruzara con ellos.
Las enfermeras y los médicos que se encontraban en ese piso quedaron helados ante la aterradora presencia del sujeto, mientras se acercaba con pasos firmes hacia ellos. Una de las enfermeras llamó por teléfono a los guardias de seguridad, informando a Leonardo acerca del misterioso agente, mientras retrocedía inquieta junto a sus compañeros.
El sujeto continuó avanzando con una mirada aterradora hasta llegar a una de las enfermeras, a quien agarró del cuello y levantó con una facilidad sobrecogedora, como si fuera un muñeco de trapo, mientras ella pataleaba y forcejeaba tratando de liberarse. Uno de los médicos acudió en su auxilio y trató de agarrar al sujeto del cuello, pero éste, imperturbable, se volteó y lo arrojó junto con la enfermera, haciéndolos caer varios metros atrás.
Ante esto, el resto huyeron despavoridos por el pasillo del hospital hacia el elevador.
A pesar de los breves intervalos de oscuridad el personal se las arregló para llegar hasta el vestíbulo, pero se llevaron una gigantesca sorpresa: el elevador no estaba.
—¿Agente Parker?—Un hombre vestido de traje gris oscuro salió por la puerta principal—. Carlos Montenegro, mucho gusto.
—A sus órdenes—Parker estrechó la mano del hombre.
—Por aquí, por favor—Carlos invitó a Parker a seguirlo hacia el bosque.
Caminaron lo suficiente para alejarse de la caseta de vigilancia.
—¿Qué es este lugar?—Parker intentó romper el hielo.
—Me reportan los guardias—Carlos ignoró la pregunta de Parker—que vieron a una joven saliendo del bosque, ¿es verdad?
—Así es. ¿La conocen?
Carlos se detuvo y levantó la mirada.
—¿Saben dónde se encuentra?—Volteó la mirada hacia Parker.
—Discúlpeme, señor Montenegro—Parker levantó las manos en señal de protesta—. Pero, aquí el que está conduciendo una investigación soy yo. Así que por favor, le pediría si es tan amable que responda mis preguntas.
—Más importante señor Parker es que responda mis preguntas, si no quiere cargar con la muerte de personas inocentes.
Una sensación de terror se apoderó de los médicos al darse cuenta que el ascensor había desaparecido. En su lugar se toparon con la continuación impenetrable del muro de concreto del hospital.
Los doctores, desesperados, palparon el muro, intentando comprobar lo que veían sus ojos.
Distraídos, tratando de encontrar una explicación plausible a lo que estaba ocurriendo, no se percataron que la siniestra figura los había alcanzado.
El hombre corpulento lanzó un puñetazo y atravesó el torso de una de las enfermeras, salpicando de sangre al resto de los compañeros, alertándolos de su presencia.
Las enfermeras lanzaron gritos de horror, mientras que los doctores intentaron someter al sujeto, pero éste se los quitó de encima arrojándolos contra el muro y a uno de ellos estrellando su cabeza contra la pared, que explotó como una sandía aplastada.
En el segundo piso, Leonardo y otras enfermeras estaban reunidos en la central de enfermería reportando los sucesos a la policía, cuando observaron a través de la ventana que una gigantesca masa de nubes grises se estaba formando sobre el hospital, arrojando una lluvia de relámpagos y truenos sobre ellos.
—Pero, ¿Qué diablos?—Leonardo caminó hasta la ventana para apreciar bien lo que ocurría.
De pronto, un ruido sordo de algo cayendo envolvió el sonido de los truenos por un instante, sobresaltando a los presentes.
Una parte del techo se había desplomado entre las últimas habitaciones.
Leonardo, seguido de las enfermeras y médicos, inspeccionó la pila de escombros y el enorme agujero que se había abierto, incrédulo de lo que sus ojos estaban viendo.
Entonces, otra pila de escombros se desplomó metros adelante, seguida de otra y otra más. El hospital estaba colapsando. Leonardo y su grupo se lanzaron a correr hacia la salida de emergencia más cercana, ubicada en el extremo opuesto del corredor.
—¿Muertes?—preguntó Parker atónito—. ¿De qué carajos está hablando?
—Me temo señor Parker—Montenegro se enderezó y cruzó los brazos detrás de su espalda—, que todo esto es confidencial. No puedo brindarle información. Sólo puedo decirle que es imprescindible encontrar a esta joven si no quiere, como ya le he dicho, cargar con la muerte de personas inocentes.
—¿Quién carajos son Ustedes?—Parker estalló en furia—¿Qué es este lugar?
—Señor Parker, el tiempo es crucial en esta situación.
—Me vale madres—Parker realizó una serie rápida de movimientos y sometió a Montenegro, con una llave—hasta donde sé, este podría ser un lugar clandestino para trata de blancas y Usted el facilitador.
Parker esposó al hombre y revisó sus bolsillos en busca de alguna identificación. No encontró nada extraordinario, excepto una tarjeta de acceso con las siglas: IPHA.
—Está cometiendo un terrible error, señor Parker.
—¿Si sabe que la chica tiene huellas de maltrato físico, verdad? Hasta donde sé, ustedes podrían haberla tenido cautiva—. Parker puso la tarjeta de acceso frente a las narices de Montenegro. —¿Qué es esto?—señalando las siglas escritas en la tarjeta.
Leonardo y su grupo se precipitaban hacia la puerta de emergencia, impulsados por el terror que los envolvía. Sin embargo, en medio de su carrera frenética, sus esfuerzos parecían inútiles, no recortaban la distancia y la puerta de emergencia se distanciaba más y más con cada paso.
—¡Maldita sea!— rugió Leonardo, con voz llena de frustración y agotamiento.
El hospital continuaba desvaneciéndose ante sus ojos, desafiando a la lógica.
De repente, un misterioso destello iluminó los muros, y un rugido ardiente surgió desde lo más profundo del edificio. Las llamas brotaron como en un conjuro, devorando las paredes y consumiendo todo a su paso con apetito aterrador.
Leonardo se sintió acorralado, cargando la vida de todos sobre sus hombros.
Desesperado, recordó la tarjeta que el agente Parker le había obsequiado y la buscó en el bolsillo de su bata. Marcó a su número de celular.
—¿Agente, Parker?—habló con pánico—. Disculpe, no supe a quien más llamar. Soy el Doctor Méndez. No, por favor, espere. El hospital está colapsando y alguien está acechando el edificio. ¿Muertos? Sí, creo que hay dos o tres. ¡Necesitamos ayuda!—gritó.
El teléfono de Parker comenzó a vibrar.
—Parker—Parker mantuvo la vista fija en Montenegro—. Lo siento, ahora no puedo tomar la llamada. ¿Colapsando?—Parker hizo un gesto de incredulidad y enojo—¿Sabe si hay muertos? Le regreso la llamada en un momento.
Dicho eso, colgó.
—Se lo dije, señor Parker—una sonrisa sutil se deslizó por los labios de Montenegro—. Y de usted dependerá cuántos.
—¡Basta!—estalló Parker. Desenfundó su arma y apuntó a la cabeza de Montenegro. —Hay un hospital que está colapsando y gente en riesgo. Más le vale que empiece a hablar si no quiere tragar plomo. ¿Qué es este lugar? ¿Quién es la chica?
—Muy bien señor Parker, tendrá sus respuestas. ¿Qué quiere saber?
—¿Quién es la chica?—preguntó sin apartar el arma.
—Un programa. Una joven superdotada. Desde pequeña manifestó habilidad para realizar grandes hazañas…como todos los demás.
—¿Los demás? ¿Qué es este lugar?
—Un proyecto de investigación del Gobierno. IPHA—deletreó—Instituto de Potencial Humano Avanzado. Ingresamos jóvenes con habilidades extaordinarias y mediante nuestra investigación los potenciamos para que saquen su máximo.
—Y ¿sus padres? Me dirá que solo les entregan a sus hijos, así como así.
Montenegro sonrió.
—No hay padres, señor Parker.
—Hijos de puta—Parker amartilló el arma—. ¿Qué es lo que puede hacer esta chica?—exigió.
—Cómo explicárselo…digamos que tiene una habilidad para hacernos ver y sentir lo que ella quiera que nosotros queramos ver. Pero, cuando ella duerme, sin darse cuenta puede proyectar sus sueños y pesadillas…digamos en nuestro mundo.
—Entonces, ¿Todo lo que está pasando es porque lo está soñando? La chica está en coma, por Dios Santo.
—Su mente no es como la nuestra, señor Parker.
—Y ¿Sueña con derrumbar edificios?—preguntó intrigado Parker.
—Señor Parker, si a Usted lo mantuvieran cautivo ¿con qué soñaría?
—¿Cómo la detenemos?
—Podemos contrarrestar su habilidad con un potente sedativo que hemos diseñado, sin embargo, desde aquí no puedo ayudarle.
—Sin juegos—Parker pegó la pistola en la sien de Montenegro.
Montenegro sacó su teléfono celular del bolsillo y se lo mostró a Parker.
—Una llamada, señor Parker y llevarán el sedante hasta donde esté la chica, sin juegos.
Parker tenía sus dudas, pero estaba entre la espada y la pared.
—Muy bien, hágalo. Usted se quedará aquí hasta que confirmen que se ha aplicado el sedante y después lidiaremos con Usted y su operación. Hospital General.
Montenegro efectuó una llamada y proporcionó los detalles necesarios para activar el protocolo de contención.
El fuego avanzaba con rapidez, acorralando a Leonardo y su grupo. El humo empezaba a asfixiar a los presentes, quienes tosían y luchaban por respirar.
Continuaron corriendo hacia la puerta de emergencia, pero no lograban acercarse ni un centímetro. Entonces, se tumbaron boca abajo y se arrastraron, intentando minimizar el impacto del humo.
De repente, uno de los ventanales se hizo añicos y un equipo armado irrumpió en el edificio. Registraron meticulosamente cada habitación en busca de la joven misteriosa.
Finalmente, la hallaron y le inyectaron un sedante, acto seguido la sacaron de allí, aprovechando el caos reinante para pasar desapercibidos.
El teléfono de Montenegro empezó a sonar. Se lo acercó al óido y respondió. Después, colgó.
—Está hecho—guardó el teléfono en su saco—. Ahora, sería prudente para su carrera que me retire las esposas—Montenegro estiró los brazos—Ambos sabemos que no tiene nada contra mí u orden de registro contra el Instituto.
—Pero, le aseguro que la tendré—quitó las esposas—. Esto no ha terminado.
Montenegro se arregló el saco y caminó de regresó hacia el Instituto, sin despedirse ni sin siquiera mirar a Parker.
Agotado, Parker guardó su arma y observó la parte superior del edificio que se alzaba sobre los árboles, preguntándose todas las atrocidades que se deberían estar cometiendo en ese lugar totalmente impunes.
Sin que Parker pudiera advertirlo, un hombre se aproximó sigilosamente por detrás y le disparó en la cabeza.
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sergioorea · 10 months
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El Espejo en el sótano.
El sol abrasador iluminaba el desgastado patio trasero, donde Miguel y Juan jugaban animadamente, intercambiando pases con la pelota de fútbol americano que le habían obsequiado a Miguel en su último cumpleaños.
Casi rompían su propio récord, cuando la pelota sobrevoló la cabeza de Juan y cayó con un ruido sordo en el patio de la casa de a lado.
—¿Qué hiciste?—preguntó Juan.
—Anda, ve por ella, no seas cobarde—le increpó su hermano, Miguel.
—Ni loco iré por ella. Tú la lanzaste, así que ve.
—Y tú no la atrapaste, así que no seas miedoso y traéla. Hiciste perder el récord.
A regañadientes, Juan se dirigió hacia la otra casa. Su andar era lento y sigiloso, y con toda razón.
La casa contigua llevaba deshabitada durante décadas.
La madera con la que estaba construida mostraba signos de desgaste. Algunas partes del tejado comenzaban a fisurarse y otras estaban podridas. Los cristales de algunas ventanas estaban rotos y una gran maleza había crecido donde antes se encontraba el patio.
Aunque, eso no era lo que le preocupaba a Juan.
Rumores y leyendas urbanas se tejían alrededor de los macabros sucesos que tuvieron lugar en sus pasillos sombríos.
Sólo las paredes conocían los secretos de aquellos asesinatos sin resolver, cuyos ecos de los gritos decían que aún resonaban en las habitaciones.
Juan se abrió camino entre la hierba, apartándola con sus manos, hasta que encontró el balón, que había quedado a un costado de una puerta con acceso al sótano.
Recogió la pelota y se volvió, pero algo llamó su atención que lo hizo girarse nuevamente para corroborar lo que había visto.
La trampilla, de madera vieja y podrida, tenía clavos oxidados a lo largo de todo el borde, clavados como si alguien intentara evitar que algo saliera de allí.
Juan no le dio importancia más allá de mera curiosidad y después de pasar su mano por algunos clavos oxidados, regresó hacia su casa.
Cuando empezaba a alejarse de la trampilla escuchó un grito desgarrador que le heló hasta los huesos. Se quedó petrificado unos segundos, girando los ojos en todas direcciones, y entonces, se echó a correr.
—¡Miguel! ¡Miguel!—Juan se acercó a su hermano, jadeante.
—¿Qué ocurre?—Miguel le arrebató el balón de las manos.
—Hay alguien en la casa.
—¿Qué?—Miguel se giró y alzó el cuello intentando ver por encima de la hierba— ¿De qué hablas?
—Escuché un grito. Como si estuvieran matando a alguien ahí mismo.
—Pero, si hemos estado jugando toda la tarde y nadie ha entrado.
—¡Créeme! Sé lo que escuché—Juan se apartó de Miguel con dirección a la casa.
—¿A dónde vas?
—Llamaré a la policía.
—¿Qué? ¿Estás loco?—Miguel corrió hasta Juan y lo jaló de la camisa—Vamos, primero hay que echar un vistazo.
La tierra aún mostraba las huellas que había dejado Juan, las cuales utilizaron como guía hasta la trampilla.
Miguel se asomó por una de las ventanas, intentando ver hacia el interior.
—¿Lo ves?—Miguel se sacudió el polvo de las manos—Está vacía, no hay nadie.
De pronto, un hombre apareció detrás de Juan. Vestía pantalón caqui y camisa de cuadros, con aspecto desaliñado.
—¡Aléjense de aquí!—gritó con voz ronca.
Miguel y Juan se miraron el uno al otro, incrédulos ante la situación.
—No deben andar rondando por aquí—continuó el hombre, mirando directamente hacia la trampilla.
—Es que…
Miguel le echó una mirada asesina a Juan, interrumpiéndolo.
—Se nos vino el balón para acá—alzó la mano con el balón—es todo.
—Pues…ya tienen su balón, ahora váyanse—. El hombre caminó hasta un costado de la trampilla.
—Como si no supiéramos lo que pasó en esta casa. Todo el mundo lo sabe—dijo Miguel despreocupadamente.
El hombre los fulminó con la mirada. Hizo un gesto como si estuviera a punto de decir algo, pero se contuvo.
—Sólo aléjense—dijo finalmente—. ¿Está claro?—dicho esto dio media vuelta y se marchó.
—¿Qué sabría el viejito?—preguntó Miguel, intrigado.
Juan se encogió de hombros.
—¿Qué no te da curiosidad?—estalló Miguel—. Es obvio que sabía algo, pero no quiso abrir la boca. ¡Vamos! Hay que entrar.
Miguel comprobó la ventana para ver si de casualidad estaba abierta. No lo estaba.
—¿Qué haces?—preguntó Juan.
—¿Qué parece que hago?—Miguel revisaba otra ventana.
—¿No escuchaste?—Juan posó su mirada sobre la trampilla—. Tengo un mal presentimiento.
—Tonterías. Hay que entrar por atrás.
Miguel rodeó la trampilla y se dirigió hacia el patio trasero, cuando algo golpeó bruscamente la puerta del sótano agitando las cadenas.
Miguel y Juan se sobresaltaron.
—¿Qué fue eso?—preguntó Miguel girándose hacia Juan.
Juan, que no había quitado los ojos de la trampilla, había observado cómo se sacudieron las puertas por el impacto.
—Algo golpeó la puerta—dijo Juan señalando hacia la trampilla.
Miguel, queriéndose hacer el valiente se acercó a la trampilla, sus piernas le temblaban.
—¡Vámonos Miguel!—gritó Juan.
—Ya Juan. Debe haber alguna explicación. ¿Qué tal que hay un perrito encerrado?
Miguel corrió al frente de la casa, y Juan lo siguió para no quedarse solo.
Una vez en el frente, Miguel se asomó por las ventanas buscando algo en el interior. Tras verificarlas, encontró una ventana sin seguro y la abrió. Metió su cabeza y se impulsó para entrar en la casa. Luego, abrió la puerta.
—Ta-ran—cantó Miguel.
—¿Qué haces? Vámonos.
—¿De qué tienes miedo?—Miguel se apartó y extendió su brazo, señalando el interior de la casa—¿Lo ves? Está vacía.
Confiado en aquella primera impresión, Juan ingresó a la casa.
Una mezcla de olores rancios y humedad invadió sus sentidos. El suelo, cubierto de tierra y hojas secas, crujía bajo cada paso. Las cortinas raídas, adornadas con telarañas, apenas filtraban la luz del día.
La casa, testigo silenciosa de los terribles hechos que ahí ocurrieron seguía dispuesta a continuar callando los horrores vividos.
Miguel y Juan comenzaron a inspeccionar las diferentes habitaciones de la casa, ganando confianza en sí mismos con cada cuarto revisado.
En una de las habitaciones, descubrieron un viejo escritorio desgastado con hojas amarillentas sobre de él y otras más regadas por el suelo. Miguel, que esperaba encontrar rastros de sangre o restos humanos, exhaló con pesar.
Al bajar las escaleras, se dirigieron a la estancia, donde quedaba únicamente el vestigio de una chimenea cubierta de hollín.
Miguel se agachó frente a la chimenea y revisó las cenizas, buscando algo interesante, cuando se escuchó un fuerte portazo.
Miguel se levantó de golpe.
—¿Qué fue eso?—preguntó exaltado.
—¡Vámonos Miguel!—Juan comenzó a retroceder.
—¡Auxilio!—La voz de una niña resonó por toda la casa.
Era una voz amplificada, que parecía provenir de todas partes y de ninguna parte a la vez.
—¿Escuchaste?—preguntó Miguel.
—¡Auxilio!—el grito se repitió. Sonaba angustiada y llena de desesperación.
Juan miró a Miguel.
—¡El sótano!—gritó Juan—. Debe estar encerrada en el sótano.
Ambos se apresuraron hacia la puerta que conducía al sótano. La puerta quizás era blanca, pero tenía tierra y polvo al grado de no poder distinguir el color. Del otro lado, había unas escaleras de madera que descendían hasta perderse en la oscuridad.
—¡Hola!—gritó Miguel—. ¿Hay alguien?
Nada. Juan sacó su teléfono y encendió la linterna, que alcanzaba apenas a iluminar el final de las escaleras. Miguel se adelantó y comenzó a bajar, lentamente. La madera crujía de tal manera que parecía que se vendría abajo en cualquier momento.
—¡No! ¡Ven!—exclamó Juan.
Miguel sacó también su teléfono para alumbrar el sótano.
La puerta del sótano se cerró de un portazo, encerrando a Miguel. Juan inmediatamente intentó abrirla, pero era como si una fuerza externa estuviera sosteniéndola haciendo la puerta sumamente pesada. Entonces, comenzó a golpearla con sus puños.
—¡Miguel! ¡Miguel!—gritó Juan desesperado.
Miguel subió las escaleras e intentó abrir la puerta desde el otro lado, pero era inútil.
—¡Juan! ¡Empuja, con un demonio!—Miguel sostenía el picaporte y jalaba con todas sus fuerzas, pero la puerta no se movía. —¿Es una broma?—preguntó—. No es gracioso. ¡Abre!—gritó.
Juan seguía intentando abrir la puerta. Sus puños estaban adormeciéndose de tanto golpe.
—¡Miguel! ¿Sigues Ahí?—gritó Juan—. ¡Miguel!
—Aquí estoy, carajo. Jala con fuerza.
—¡Miguel! ¡Háblame!
—Te estoy hablando, con un demonio. Abre la puerta, no es gracioso.
—¡Miguel! ¿Estás bien? ¿Estás ahí?
—¡Carajo!, ¿qué no me escuchas? Aquí estoy—Miguel pateó la puerta dos veces.
Pero Juan no lo oía. Él, desesperado, continuaba golpeando y jalando la puerta, intentando abrirla.
De pronto, una luz turquesa comenzó a brillar al fondo del sótano. La luz palpitaba, encendiéndose y apagándose.
Miguel, absorto en abrir la puerta, no había prestado atención a aquella luz, hasta que el rabillo del ojo captó un tenue brillo. Intrigado, dejó de golpear y bajó las escaleras, siguiendo el rastro de la misteriosa luz.
La luz provenía de una pieza de cristal con figura quebradiza colgada en la pared, lo que a Miguel le pareció un extraño espejo. Sin embargo, sin poder explicarlo, la luz lo atraía y le pedía que se acercara.
Quedó mirando unos segundos, hasta que la luz desapareció de golpe y en su lugar apareció una silueta oscura con unos ojos rojos brillantes que emitieron un fuerte resplandor que cegó a Miguel.
Juan continuaba frenéticamente intentando abrir la puerta. Sus nudillos comenzaban a sangrarle, cuando la puerta se abrió.
En el umbral estaba Miguel, quien ahora proyectaba una imagen siniestra. Su rostro carecía de emoción alguna y sus ojos emitían un resplandor azulado.
Juan se quedó mirándolo atónito.
—¿Miguel?—preguntó Juan, titubeante.
Miguel no se inmutó. Seguía de pie estático.
Juan se acercó a él y comenzó a jalonearlo de la ropa intentando hacerlo reaccionar.
—¡Miguel! ¡Miguel!, vamos, reacciona—le dio varias cachetadas—despierta.
Entonces, Miguel reaccionó. Tomó de los brazos a Juan y lo aventó bruscamente al suelo. Sus ojos seguían resplandeciendo.
—¿Qué te pasa?—preguntó Juan mientras intentaba levantarse.
Antes de que pudiera levantarse Juan, Miguel se fue sobre de él y comenzó a golpearlo en su cara con los puños, uno tras otro, hasta que sus manos se pintaron de rojo y Juan quedó sin vida.
Miguel, quien continuaba bajo el influjo de aquel resplandor, subió a la azotea y se arrojó al vacío.
El hombre que había advertido a los niños que no se acercaran a la casa contemplaba tranquilamente la escena desde las sombras.
<<No digan que no se los advertí>>—pensó el hombre, mientras cruzaba hacia la casa.
Mientras los cuerpos de los jóvenes yacían sin vida en el suelo, el hombre se acercó a la escena con una expresión inexpresiva. Sin una pizca de remordimiento, sacó una libreta con logotipo de la NASA y comenzó a tomar notas con un aire frío y calculador.
Años atrás, aquel hombre había perdido a su familia en esa misma casa, después de haber robado un misterioso artefacto extraterrestre que habían recuperado. Pero lejos de encontrar consuelo o dejar atrás el pasado, se obsesionó con resolver el misterio qué aquel objeto albergaba. No descansaría hasta desentrañar los secretos que ocultaba, sin importar las vidas que pudiera costar en el proceso.
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sergioorea · 11 months
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Carlos era un empleado dedicado en un matadero. Su vida se centraba en las rutinas sangrientas y monótonas de su trabajo. Con el tiempo, desarrolló insensibilidad hacia la violencia que lo rodeaba, llevando a cabo meticulosamente su rutina diaria.
Su insensibilidad alcanzó tal grado que comenzó a encontrar placer en la violencia. Empezó a disfrutar realmente de lo que hacía. Sin embargo, con el paso del tiempo, lo que solía hacer ya no le proporcionaba la misma satisfacción, lo cual le enfurecía y frustraba enormemente.
Un día, impulsado por su sed de sangre, decidió intercambiar su puesto con un compañero que se encargaba de aturdir a los animales antes de su sacrificio. Carlos deseaba experimentar algo nuevo, dejando de aturdir a los cerdos para verlos retorcerse de dolor.
Además, pasaba tiempo en el área de estabulación, donde se entretenía electrocutando a los cerdos por simple diversión. Un día, mientras se divertía con esta cruel práctica, un compañero derramó accidentalmente una cubeta de agua helada, lo cual hizo que Carlos recibiera una descarga eléctrica instantánea.
Cuando abrió los ojos, se encontró a sí mismo en una pocilga, cubierto de lodo, transformado en un cerdo.
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sergioorea · 11 months
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Una tormenta descomunal rugió en el horizonte durante la noche, con relámpagos atronadores y vientos huracanados que sacudieron todo a su paso.
La oscuridad y el caos reinaron hasta que el sol comenzó a asomarse por el alba, revelando una enorme embarcación encallada en un mar de nieve.
Los aldeanos, llenos de curioisidad y preocupación, se aventuraron a bordo de la nave esperando encontrar a su tripulación. En cambio, se encontraron con un silencio absoluto.
Intrigados, se adentraron en el camarote del Capitán donde se toparon con una escena escalofriante: el Capitán riendo descontroladamente, perdido en un delirio incomprensible. Con cuidado, lo auxiliaron y lo llevaron a un lugar seguro.
Semanas después, el Capitán recuperó el sentido y se dirigió nuevamente hacia su navío. Pero algo había cambiado en él. Sus ojos reflejaban un brillo enigmático, ajeno a este mundo. Desde entonces, nunca más se le volvió a ver, pero su risa, macabra y perturbadora, continuaba resonando por todo el barco.
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sergioorea · 11 months
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Es una sensación única decían y tenían razón. No creo volver a experimentarlo de nuevo. Me empujaron a hacerlo y ahora no hay marcha atrás. La cuerda que debía sostenerme se ha roto.
Me quedan sólo unos pocos segundos, no se con exactitud cuántos. Mi cerebro está trabajando a velocidades inospechables, volviendo mi caída eterna.
Papá, sé cuánto querías que hiciéramos las paces y mi tonto orgullo hizo que postergara nuestra última llamada. Me habré marchado sin darte un último abrazo.
Pau, mi amor. Habría dado todo por ti y olvida mi estúpido juego. Oh! Si tan solo algún día se te ocurriera esculcar mis prendas encontrarías la respuesta.
El viento silba en mis oídos. El suelo se hace más grande con cada segundo que pasa, restándome vida.
Puedo sentir el impacto inminente. ¿Dolerá?
Cierro los ojos entregándome a mi destino.
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sergioorea · 11 months
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“El Faro”
En una remota isla, rodeada por las turbulentas aguas del océano, se alzaba un majestuoso faro. Allí, al pie de la torre de piedra, vivía Samuel, el farero. Desde su pequeño y acogedor hogar, Samuel dedicaba sus días y noches a cuidar de la luz que guiaba a los navegantes perdidos en la oscuridad.
Cada mañana, al despuntar el sol, Samuel se apresuraba con las labores domésticas y su desayuno. Un rebanada de pan tostado con mermelada y un café bien cargado.
Una vez terminadas las labores domésticas, salía de la casa y ascendía los escalones de la torre para asegurarse de que las lámparas del faro estuvieran en perfecto estado y que no hubieren sufrido algún desperfecto durante la noche. Cuidadosamente limpiaba las lentes y verificaba las conexiones.
Hecho lo anterior, se tomaba unos minutos para contemplar el alba, que era sin duda su parte favorita del día, mientras admiraba la última hoja de su tablilla que contenía un dibujo a lápiz de un faro con olas rompiendo en su base, que le había regalado su hija muchos años atrás con un mensaje: “Un padre es como un faro, su luz nos guía”.
Al leer la nota, se le formó un nudo en su garganta y le brotaron las lágrimas. Su hija, ahora adulta, le había hecho saber la noticia de que se casaría.
Después de un momento se secó las lágrimas y retomó sus labores. Bajó las escaleras hasta la base y contempló la estructura del faro buscando cualquier desperfecto. La salinidad del agua era altamente corrosiva y había que estar dando mantenimiento continuamente a la estructura para que se mantuviera íntegra. No encontrado daño alguno, se tomó un tiempo para recorrer la isla.
Dejó sus pies desnudos y caminó hasta la costa, que recorrió de manera circular buscando objetos curiosos que trajeran las olas. Nunca había encontrado nada interesante, a no ser por una pequeña pieza de cuero viejo que juraba era parte de alguna maleta extraviada en alguna catástrofe aérea.
Sin embargo, desde la noticia del casamiento de su hija, Samuel recorría la costa buscando conchas de mar, pues le estaba armando a su hija, como regalo de bodas, una tortuga de mar hecha con éstas. Apenas llevaba la mitad, pero tenía fe en poder completar la figura antes de que concluyera su turno, que era de un mes y poderla tener lista para el día de su boda.
Por la tarde, Samuel ascendía nuevamente a la cima del faro para realizar sus observaciones meteorológicas. Con su equipo especializado, registraba minuciosamente la velocidad del viento, la presión barométrica y cualquier cambio en el clima que pudiera afectar a los navegantes. Transmitía estos informes a las autoridades marítimas para mantenerlos al tanto de las condiciones del océano. Los registros detectados por Samuel lo alertaron. Miró al horizonte y se percató de una enorme masa gris en el cielo que parecía moverse en su dirección. El viento cambió de dirección y aumentó su fuerza.
<<Tormenta>>—pensó.
Bajó las escaleras y se dirigió hacia la pequeña oficina que se encontraba en la base del faro. Se sentó en su silla, hizo a un lado los papeles y acomodó sobre le escritorio los datos recolectados para facilitar su transmisión. Ajustó la frecuencia en la radio, tomó el micrófono y apretó el botón PTT.
Samuel: Aquí Samuel del Faro Marítimo de Isla Dorada, llamando a la costa. ¿Me copian?
Costa: Qué tal, Samuel, te copio, fuerte y claro. ¿En qué puedo ayudarte? Cambio.
Samuel: Se acerca una tormenta hacia mi ubicación. Observo nubes oscuras y una rápida disminución de la presión atmosférica. Los vientos también han aumentado considerablemente. Solicito que se advierta a las embarcaciones cercanas y se tomen las precauciones necesarias. Cambio.
Costa: Entendido, Samuel. Agradecemos la información. Transmitiremos inmediatamente una advertencia a través de los canales de comunicación marítima. Mantén tu radio encendida para futuras actualizaciones. Cambio.
Samuel: Así lo haré. Cambio.
Acto seguido, Samuel colgó nuevamente el micrófono en su lugar y registró en su bitácora los datos obtenidos, así como la fecha y hora de la comunicación realizada con tierra. Permaneció unos momentos sentado en su escritorio, alerta por si recibía nuevas comunicaciones.
Pasada una media hora, Samuel se puso de pie y salió de la base. El cielo se había nublado por completo y la temperatura había descendido varios grados. El viento comenzaba a arreciar.
Una vez más, subió a la cima del faro para asegurarse de que todo estuviera en orden, ya que el viento golpeaba con fuerza la estructura y los cristales. El sol se había ocultado por completo, sumiendo la isla en la oscuridad. Sin embargo, el poderoso rayo de luz emitido por el faro continuaba brillando, iluminando el entorno con su resplandor característico.
Después de asegurarse que el Faro seguía funcionando comenzó a bajar las escaleras para resguardarse en su casa, cuando vio una gigantesca pared de agua avanzando hacia su dirección. Una sensación abrumadora se apoderó de él.
Apresuró la marcha, considerando incluso la posibilidad de saltar desde esa distancia, pero su instinto de supervivencia se lo impidió.
La ola avanzaba frenéticamente, imparable, recortando la distancia entre ella y el faro rápidamente.
El corazón de Samuel latía con fuerza. Un profundo pesar se apoderó de él, sabiendo que no podría estar en la boda de su hija. Se aferró fuertemente a la escalera con un solo pensamiento en su cabeza: él caminando por el altar con su hija tomada de su brazo para entregarla a su futuro esposo.
La ola rompió con fuerza en la isla llevándose todo consigo, incluido el faro que sucumbió al poder de la ola.
Cuando se enteraron de la catástrofe en tierra se desplegó un fuerte operativo de rescate, sin embargo no había mucho que hacer. El gobierno le concedió a la hija y esposa de Samuel trasladarlas hasta la isla donde había perecido para que pudieran despedirse.
Cuando su hija, María, puso un pie en la isla inmediatamente rompió en llanto.
Recorrió la isla, siguiendo los relatos que su padre le había contado durante las noches antes de dormir. Cada paso era una forma de honrar y recordar a su padre. Se quitó los zapatos y sintió la arena entre sus dedos, conectándose con el entorno que su padre tanto amaba. Caminó en círculos por la isla buscando objetos perdidos, esperando encontrar lo que su padre jamás encontró.
Fue entonces que, oculto entre unas rocas, descubrió el regalo que su padre había estado preparando. Lo recogió con delicadeza y lo abrazó con cariño, sin saber que estaba destinado para ella, convirtiéndose en un tesoro invaluable por el resto de su vida, como un símbolo tangible del amor de su padre y en una conexión eterna entre ellos.
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sergioorea · 1 year
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“Dualidad”
El hombre se aventuró en las instalaciones secretas y tuvo un encuentro inusual con una mosca. Desde entonces, su cuerpo comenzó a transformarse lentamente. Sus extremidades se encogieron, sus ojos se volvieron facetados y alas surgieron en su espalda. Ahora, atrapado en una metamorfosis irreversible, se convirtió en un híbrido entre hombre y mosca. Zumbaba en la habitación, sintiendo la extraña mezcla de ser humano y criatura alada, condenado a vivir su vida como un ser maldito: el hombre mosca.
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No estamos seguros en ningún lado. Las tragedias pueden ocurrir en cualquier lado, así nos introduzcamos en un callejón oscuro o descansamos en un hotel de lujo.
De ahí que el dicho que reza: Cuando te toca, te toca esté más vigente que nunca.
Siempre hay que estar preparados.
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