Así dice una canción que he escuchado desde que tengo uso de razón cada tercer domingo de junio. Es un gran tipo mi viejo. Pienso en mi papá. No como un hombre a quién la vida le arrebató una familia y lo recompensó con otra. Tampoco lo hago pensando en aquel muchacho que vendía leche junto a su padrino para no sentirse inútil y ayudar a costear los gastos que suponían su crianza en una casa desconocida. No pienso en el joven que no gozaba de los mismos beneficios que los hijos de sangre de quien lo adoptaría al fallecer su abuela. No puedo pensar en el hombre que dio su sueño de estudiar una carrera universitaria por verme crecer. Pienso en mi papá como el hombre que aún continúa trabajando porque la vida le enseñó a hacerlo, en la persona que forjó gran parte de mi gusto artístico, en quien me cargaba en sus hombros cuando me cansaba de caminar, o quién me llevaba en brazos cuando me queda dormida. Indudablemente pienso en el hombre que cumplió varios de mis sueños y que aún me da aliento para cumplir los míos porque una hija con un hombre como él, ¿qué no podría lograr que ese hombre no apoyara?
Es un gran tipo mi viejo. Quisiera recordar ese hecho todos los días. Recordar que lastimosamente no es eterno, y que aún tengo mucho que aprender de él. Quisiera decirle que significa para mí más de lo que callo, porque ese hombre es terriblemente duro por fuera, pero se le quiebra la voz cuando me llama "pollito". Quisiera correr a abrazarlo como cuando de niña me caía y él me abría los brazos para calmarme. Quisiera que no envejeciera para poder seguir viendo películas de mafia y cantarnos el feliz cumpleaños de una película de dibujos animados que nos pareció gracioso una vez hace décadas.
No sé cuántos terceros domingos de junio me queden al lado del hombre que me dio parte de su vida, pero sin duda siempre seré su hija. Su viva imagen, sus sueños, su alegría, su pollito.