Maxine Stonne. 22. De Phoenix, Arizona. De visita por NY.
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andrekemner:

Andre no corresponde a la sonrisa y, hecho más miserable aun, tampoco al movimiento de la quijada, que se desvía de manera gloriosa cuando los dientes roen el labio. Kemner sorbe por la nariz, que jamas dejará de gotearle, y piensa que de la breve visita de Maxine a la ciudad hace tiempo, lo que quedó presente entre el engorroso pantano de ese cerebro atrofiado fueron las sirenas de autos, las botellas y piedras contra vidrieras y rejas de negocios, ese pelo y esa nariz y mucha, mucha cocaína, Andre siempre con el amague a romper un vidrio y arrancar el auto de quién sea. Ojalá en su vida hubiera recordado más veces llevar el destornillador encima, para arrancar el motor sin llave. Quisiera que su mandíbula estuviera traqueteando también, con ese dolor inmenso que llega al día siguiente y que sólo se puede anestesiar con lo mismo que la provoca. Se frota los pantalones negros con la vista perdida en el circuito, pero ahora está bastante más allá, y le hormiguea el rostro. —Cuando termine —esta vuelta —lo buscamos.
Ahí la mira.
—Convidame un cigarillo, nena.
Si bien él no la mira a ella, al rubia no le despega los ojos de encima. Había algo en Andre que le resultaba tan llamativo cómo la coca. Quizás porque cuando lo conoció era más cocaína que persona, y varios meses después los papeles se habían revertido. La respuesta a penas la decepciona, porque no quería esperar. Hacía meses que esperar había dejado de ser una opción, para cualquier cosa. Cualquier espera, rato libre, aburrimiento, se calmaba con coca y de ahí a dónde ella la llevara---Es un trato---Responde sin borrar su sonrisa. Porque, aunque tuviera que esperar, quizás terminaba la noche arriba de un auto de carreras. Y eso valía la pena la espera. Recién ahí despega la mirada del contrario y vuelve a los autos. La idea comenzaba a inundarle el pecho de esa necesidad constante de adrenalina, y capaz de una línea. Comenzaba a perderse en esas ideas cuando lo escucha de nuevo, voltea, lo mira y le sonríe. Después de esto comienza a urgar en la mochila negra y destartalada que llevaba de aquí para allá. Encuentra la cajetilla, se lleva uno a los labios y saca otro para él. Enciende el propio, exhala el aire, y sin decir nada ni quitarse su cigarro de los labios extiende el cigarrillo y el encendedor al muchacho.
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bjxrnsen:
Bastante menos cocaína, piensa, inmediatamente después de posar en ella la vista. Le encantaría vocalizarlo, la disyuntiva prácticamente le duele. Con una mano sobre el corazón, nada lo haría tan feliz como apuntar contra ese objetivo tan sobradamente sencillo, pero es perfectamente consciente de que el arrebato podría terminar en los peores términos imaginables. En su lugar aleja el porro de los labios, de inmediato entrecerrando uno de los párpados para impedir que una bocanada de humo blanco que se alza del ardor de la lumbre le dé de lleno, y se toma un momento más para devolver el comentario— Dudo que te lo permitieran —admite, aunque no es tan imposible. A algunos de los que están ahí abajo él los conoce de trato y el copiloto es algo que se puede conseguir pero… ¿para quién?— pero tampoco pierdes nada con intentarlo. A lo sumo te van a mandar a la mierda —ahí una pausa, se reclina contra la estructura detrás de su espalda y mira la hora en el teléfono. De Silas ni noticias—. ¿Te subiste a uno de esos alguna vez?
Sus ojos se posan en el contrario, no recordaba haberlo antes. Pero claro, ella no era de allí y hacía ya bastantes meses que su memoria se veía comprometida. Aunque tampoco era tan buena cuando andaba sobria. El humo blanco rodea el rostro contrario y le dibuja una sonrisa a la rubia. Le agradaba el olor---¿Por seguridad, por machistas o por aguafiestas?---Preguntaba con sinceridad, porque ahora que lo pensaba él tenía razón. Sin embargo, no era imposible y eso era lo que le encantaba de la situación. Emborracharse y caerse de una grada era lo mínimo que podría suceder ahí. De allí, todo era para arriba, y Maxine siempre quería ir lo más alto posible. Uno de sus hombros se sube y se baja---Estoy acostumbrada a que lo hagan---La botella de cerveza se posa en sus labios para darle un trago. En el último tiempo muchas personas la habían mandado a la mierda. Solían hacerlo cada noche cuando tenía una de sus ideas, pero eso tampoco la detenía. Una linea y todo era posible. Aún en la misma posición que antes, su mirada vuelve a las carreras y la sonrisa se extiende por su rostro---No, pero hay una primera vez para todo.
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andrekemner:

Todas las carreras de autos lo fascinan. Si tuviera un auto una moto yo hubiera muerto en un accidente en una de esas, da igual si son de las lujosas o las que se hacen más por necesidad que placer… pero es lo mismo, prácticamente todo lo que conlleve irracionalidades y esté en el submundo que habita lo pierde. Muchas distinciones no hay, ahí donde la gente no trabaja y una palabra de más te puede llevar a la tumba.
Encontrasre con tantos de esos conocidos acá bajo otro prospecto de vida no resulta fácil, en cada momento que no está vendiendo se dedica a mirar la carrera, solamente eso. Nervioso y alterado, no deja de temblar, la pierna se mueve como poseída. La está pasando mal, muy mal. Quizá hoy sí se anime y use cinturón o lleve a cabo cualquiera de las otras tramoyas que tiene dando vueltas en la cabeza. La mirada del BMW tuneado a los demás que están sentados como el acá. Lo único que le molesta es lo que no lo deja dormir, aunque jamás volverá a dormir, el cuerpo ya está acostumbrado a estar en vela. De todos modos, el pensamiento es uno solo durante todo el día, viene siendo lo mismo sin importar el cambio. Disfrutaría en serio si acaso pudiera estar metiéndose el dedo contra la encía para llevarse el último rastro de polvo al sistema. Si no, todo conlleva al cuerpo estallando contra la acera. Enfrente reconoce el pelo de Maxine, a quien cruzó hace poco. Humedece los labios, mirándola de espaldas, y de vuelta lleva la vista al circuito. Al rato ella se gira, mientras el pie izquierdo de hambre no deja de golpear el piso. Está transpirando y rechina los dientes y el comentario no le cambia las facciones del rostro, tan sólo mira al rostro ajeno de frente, aunque sólo un momento. Después vuelve al circuito. —Eh… —y aprieta los dientes. —Conozco a uno. Podría dejarte.
Encontrarse con la presencia de Andre le devuelve la misma sonrisa que se le había forjado la noche que lo había cruzado de vuelta en Nueva York. Un poco maliciosa, y ciertamente alegre. Lo mira de arriba a abajo y sopesa la idea, que en realidad le encanta. Había preguntado por preguntar, pero si hacerlo real era una opción ella estaba totalmente a bordo. Se muerde a penas el labio, y con esta acción se le desvía un poco la mandíbula. Se decía a si misma que estaba todo calculado--¿Serías mi copiloto?--Pregunta, más cómo una condición que otra cosa. Si iba a hacer algo así necesitaba: primero, un poco de cosa, y después una compañía con las mismas ganas de hacer estupideces que ella.
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jsr-08:
“Eh…” Divagó por un largo segundo, la cuestión había sido imprevista. “Probablemente ser hombre,” Puesto a que sólo había visto pilotos masculinos desde que había arribado al sitio. “y un auto… ¡ah! y mecánicos… ¿y saber manejar?” Un requisito más que importante, por no decir el primordial, para alguien como Scarlett que carecía de licencia de conducir (aunque ello no se debía a una ineptitud o falta de habilidad, si no más bien al miedo que la idea de conducir cualquier automóvil le proporcionaba). Consecuentemente a sus palabras compartió una risa, armoniosa y afable en eso que se acomodó en su lugar para poder ver mejor a la de orbes oliváceos. “Aunque quizá sólo basta con que te inscribas en algún lado… ¿no?” Se figuró consecuentemente, algo pensativa. No obstante, la curiosidad que la invadió a efecto de la incógnita oída le terminó por vencer: “De cualquier forma, ¿por qué quieres participar de la carrera?”
Arruga la nariz, porque en el primer punto ella tenía razón. Hasta en las películas de Rápido y Furioso las mujeres estaban de adorno. Aunque quizás ella podría ser la primera protagonista de su propia película. Escuchó a la contraria y la energía que tenía para hablar le recordaba a ella misma, lo que la hizo sonreír. Ante la última pregunta, encoje los hombros--No lo sé, ¿aburrimiento?--Para ella es una razón totalmente válida. La única forma de vencer el aburrimiento es algo que genere adrenalina. La única--No lo sé, quizás pidan un auto propio y eso sí que no lo tengo--Si tuviera algo para beber, le daría un sorbo en ese momento--Y de toda tu lista creo que sólo sé manejar--Su mirada vuelve a la pista--Debería conseguir un auto--Extiende una sonrisa maliciosa de esa que se le pintan cuando tiene una mala idea que le encanta. Su mirada vuelve a la castaña--¿Tienes algo de beber?
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Se encontraba sentaba en la primer grada, lo más cerca que se podía de las carreras. Ni había comenzado y ya sentía la necesidad de que se ponga intensa la cosa. Que arranque un auto, choquen, le tiren piedras, lo que sea. Tenía las piernas cruzadas y el pie de la superior se movía con energía, pues duro le resultaba quedarse completamente quieta. Casi imposible. Un impulso le cruza la mente y sin siquiera pensarlo, lo sigue. Se da media vuelta con el torso y apoya el brazo sobre la grada que sigue. Divisa a una persona y le pregunte--¿Qué crees que haga falta para que me dejen manejar uno de esos autos?
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━ 𝙏𝘼𝙎𝙆 𝙶𝙴𝙽𝙴𝚁𝙰𝙻.
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Andre en el taxi cuenta los billetes sin demasiada intención. A metros de distancia el boliche permanece quieto en el tiempo, ajeno a absolutamente cualquier cosa que pudiese provocar en él. No le gusta tener que estar ahí entre tanta gente en éxtasis, de coca, bebiendo y fumando sin hacer lo mismo. Su cabeza es paranoica y eso es algo asentado, imposible de alejar de sus recovecos, pero está seguro de que lo vigilan todo el tiempo. Tener que irse con cuidado para no estropear las cosas es, como mínimo, una hazaña. Regresa a la casa siempre con la idea de sacarse el cinturón y en vez de bajar los pantalones, ahorcarse, o dejar el gas prendido, o tirarse por el ventanal, pero siempre se detiene en el momento justo. Al bajar del taxi se acomoda las cadenas, dejando el gancho atrás, bajo la nuca.
Ahora usa tres alrededor del cuello.
No pensó jamás en más que morir congelado algún invierno, o de calor algún verano, agazapado contra la reja baja de un negocio, o con un último saque antes del infarto, ese corazón débil que no aguantará mucho más la tensión. Una casa no, una novia, menos, hijos ni pensarlo, ni si quiera mascotas. Repele a todo ser, eso siempre ha sido así. A la casa la tiene. Un departamento en Midtown que está vacío salvo por una tele enorme, un equipo de sonido y una cama, y él la mayoría del tiempo está solo. Echa las llaves y entra y está solo, con una ventana que da al edificio de en frente y nada más. Fuera de las chicas y la enfermera, no invita a nadie nunca porque nunca quiere ver a nadie, y se aparece más de una persona al mismo tiempo sólo cuando hay trabajo.
La mayoría de las cosas se hacen en otros lados, sin embargo, en otros talleres que se ensamblan y se desaparecen. Y es una carrera a tiempo, porque después a eso hay que despacharlo y uno tiene que encargarse siempre de que las cosas están yendo bien, a pesar de que Andre sabe que no es lo que esperan, ni lo que le prometieron que sería.
Tiene los días contados, incluso se siente más por esto que por las toses y la arritmia y los problemas estomacales, porque el estómago nunca será capaz de digerir otra vez, todo se come sin sal. La salud dará final primero, pero sí lo ven como quien, en el momento en que decrezca sus ventas, será desechado en algún lugar, cortado en pedazos o lo que sea, se nota cuando tienen que contar billetes y al encintarlos él no entiende y los demás se quedan viendo con una mirada burlona y hastiada. Pero nadie dice nada, porque eso tiene que venir de boca del jefe. De todos modos, en ese boliche y en cualquier otro lo saludan como si fuese otra persona, tal cual como si se hubiera dividido en dos y lo anterior simplemente hubiera dejado de existir. La gente se acerca y pide y pide y pregunta cómo estás Andre, cómo estás. Él no puede fingir ser agradable porque no lo es, hace las transacciones sin dar demasiada entidad a la persona que tiene cerca, los odia a todos, sigue su camino con un nos vemos luego, porque sí se verán luego, como reloj.
Así pasa en la barra: ‘cómo estás, Andre, ¿todo bien?’ y nota que le miran el reloj y le miran los anillos y le miran el rostro. Lo mismo pasa en la pista luego, rubias y coloradas y morochas que jamás se acercarían y que tampoco se acercan ahora -porque no lo ven a él, eso se sabe, si no al fin que quieren llegar- vienen con sonrisas desesperadas y estúpidas. A veces se pegan, pero Andre nunca con ganas. Él mira las bolsas fijo, eso es lo que ve, las mira así al sacarlas, y cuando recibe la plata a cambio sabe lo de siempre, que esta mierda no podría justificarla la cara de Abraham Lincoln ni impresa cien mil veces. Sale del baño y camina un par de pasos cuando oye que lo llaman. Gira apenas el rostro y sigue, porque no reconoce a nadie, y luego se detiene a un par de pasos y cuando barre el alrededor, el ceño fruncido, mira un par de veces por ahí.
Lo estará imaginando, quizá si sigue mirando vea algo monstruoso o algún muerto pasado. Es ahí, cuando empieza a transpirar, que se acerca la mujer. El nombre llega a la cabeza luego de que las luces violetas cambien a rosa, distingue las facciones del rostro con el ceño fruncido, empieza a cobrar sentido el hilo en la mente tras un momento.
Acaso lo habr�� visto o alguien habrá dicho que lo buscara a él para comprar coca, otra razón no podría darse.
Tratando de leerle el rostro, alza el mentón un tanto: —Maxine—y alza las cejas.
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One of the most shocking things about growing up for me, was realising that my body was becoming a woman before I was mentally ready or prepared to be one. Suddenly you had to be OK with people looking at you or checking you out. It’s something that makes you grow up so quickly because as a young woman everything is forced to be so sexual, so quickly.
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