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La muerte…

Metafórica o literal, y con profundo dolor, siempre parece ser el escape hacia un nuevo comienzo.

Para quienes atravesamos el duelo —claro está—.

¿Es necesario que algo muera, o que alguien se vaya, para atrevernos a empezar de nuevo?

Mientras más crezco, más parece que sí.

La ausencia y el cambio sacuden como un terremoto el centro mismo de quienes somos.

Para bien o para mal, parece.

Y cuando es para bien… qué renacer tan hermoso.

Como un nuevo amanecer.

¿Será así como se siente el sol cada mañana al iluminar la oscuridad?

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Aún recuerdo la última vez que me buscaste, después de ese viaje tuyo.

Aquellas palabras tuyas resuenan en mí: “Pensaba mucho en ti… cómo te hubiera gustado ir, platicar de muchos temas como solíamos hacerlo… o yo leyendo y tú simplemente acompañándome.”

Y pensar que el tiempo ya pasó, y ese viaje nunca lo hicimos, por más que me extrañaste en su momento.

Al final, fui yo quien terminó haciendo esos viajes sola. Sin ti.

Irónicamente, sí seguimos teniendo esas pláticas… solo que ahora, yo las escribo para ti —o tal vez para mí— en este blog.

Sí, leí un libro para superarte.

Y aunque aún hay una tristeza grande por tu ausencia, junto con la desilusión… también, irónicamente, hay más paz que cuando estabas.

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Feliz cumpleaños

Faltando 20 minutos para tu cumpleaños, me gustaría decir que te odio, que no te pienso, que ya te superé, que eres cosa del pasado.

Pero no es así.

Sigo escribiéndote con la esperanza de que duela menos tu ausencia, intentando asimilar la idea de que nunca te olvidaré. Quedaste sellado en mi psique, con todo lo bueno y lo malo. Agradezco que haya sido más lo bueno, la verdad.

Aunque al inicio del caos no lo parecía, solo sé que te amo. Jamás creí que seguiría amándote incluso estando lejos de mí. Te amo sin que estés aquí.

Reconozco que estoy mejor, que estamos mejor. Sin que estes aquí.

Del amor al odio no se llega en un solo paso. Eso no pasó. El amor solo cambió, y hoy te deseo felicidad siempre, aunque sea sin mí.

También me deseo lo mismo: paz, amor y libertad, aunque llegue tu cumpleaños y estos pensamientos aún me acompañen. Quizás algún día dejen de doler. Quizás no. Pero sigo caminando.

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Me siento cansada, un tanto agobiada.

Estoy en una rutina que, de tanto amar, estoy empezando a odiar.

¿Será esta la definición del estancamiento?

Busco motivos para… ¿motivarme?

No sé qué tan bueno o malo sea, si es paz mental o una huida constante, pero lo único que me anima después de mi rutina es ver televisión acostada y jugar mis juegos.

Supongo que todo depende de la perspectiva.

Y ahí está el verdadero problema:

No tengo una perspectiva clara de mi propia motivación.

Fluye mejor y mantiene el sentimiento original. ¿Te gusta así o prefieres que lo ajustemos más?

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Globo

Soltar. Soltar. Soltar.

Por más que lo escribo, realmente no sé cómo hacerlo.

¿Soltar es perdonar?

O quizá la acción de soltar es tan literal como cuando, de niños, perdimos un globo en plena avenida. Corrimos tras él hasta cansarnos y, sin darnos cuenta, lo dejamos ir.

Supongo que sí.

Soltar podría ser eso:

Un acto de cansancio tan puro que se vuelve resignación ante la misma lucha.

¿La lucha contra qué?

¿Odio, tristeza, rencor, amor?

¿Amor? ¿Por qué lucharíamos contra el amor?

¿Será por miedo?

Tal vez lo que realmente hay que soltar es el miedo.

Miedo al futuro, desde un rango muy neurótico, claro está.

Pero miedo, al fin y al cabo.

Miedo a la decepción, al corazón roto, a salir heridos.

Pero… si perdonamos, ¿se va el miedo?

Quizá, en algún punto del proceso terapéutico, con la psicología más avanzada, con el autoconocimiento más profundo…

Quizá soltar sea sinónimo de seguridad.

¿De confiar?

¿De amar?

Creo que soltar es el acto de amor más grande que podemos darnos a nosotros mismos.

Pero también creo que aferrarse es el mayor acto de protección, y, al mismo tiempo, de autodaño.

Es como cargar un cuchillo desde la punta en lugar del mango.

Como correr tras un globo que ya se fue.

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Rueda de la fortuna.

Vaya, cómo la vida nos da vueltas,

como una rueda de la fortuna. Un día estás tan abajo que ni siquiera reconoces las piezas que debes armar de tu corazón, tan roto como está.

Al día siguiente, o quizá en los días siguientes, todo empieza a iluminarse un poco. La calma regresa disfrazada de risas, distracciones y desvelos entre los nudos de la cabeza y el corazón.

Pasan más días y, en comparación con otras noches de desvelo, al final te sientes de nuevo bien. Dejas de sentirte tan rota.

Pero, como en toda rueda de la fortuna, vuelves a bajar. No por tristeza, sino porque tu corazón aterriza de nuevo en el mismo lugar donde se rompió, intentando pegarse una vez más.

Analizas todo con la cabeza más fría y, sin esperarlo, vuelves al inicio.

Un inicio diferente.

Se presenta otra vez la oportunidad de reconstruir lo que acabas de pegar, de formar algo bueno, algo nuevo.

Un nuevo amor.

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Hoy me cai y como buena psicoanalista pense

“¿Que clase de acto fallido intente?

Y mi cabeza se llenaron de mil respuestas

“¡Claro, si ya tienes el corazón roto!

¿Que mas da si se rompe mi tobillo?

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El primer mes.

Ya pasó un mes de que te fuiste, un mes de mi último ataque de ansiedad.

Y no lo pensé, pero te fuiste el mismo día que se fue mi abuela también.

Ha pasado tanto y tan poco a la vez. No me siento tan ahogada como el primer día.

Nadie habla de lo difícil que es el primer día del adiós. Sientes que es el primer día que te mueres en vida. Y como me han dicho antes, lo peor de morirse de amor es que no te mueres.

¿Lo peor del primer día? El segundo.

¿La peor cruda? No es la del alcohol, la pálida o hasta el desvelo, es la de un corazón al pasar más de 24 horas sangrándose -metafóricamente, claro está… ¿o no?-

Se juntan la depresión por un lado y la ansiedad del otro, entre los dos lo flagelan con dudas, miedos, “hubieras” y un poco más de latigazos literales, obligando a soltar las promesas y te amo que tenía tatuados, en dado caso de que no hayas llorado lo suficiente las 48 horas anteriores.

El tercer día ya te reasignaste a que tu corazón es más polvo y cristal que sangre y carne.

Aún hay cierto cariño con repelo por las canciones de amor, de desamor y, curiosamente, el perreo de solteros cobró más sentido.

Y así pasa la vida. El cuarto y quinto día lloras, como si se encendiera una fuente a las 8 p.m. todos los días en la avenida principal. En mi caso, mi fuente se encendía a las 8 a.m., después de reafirmar una mañana más que no recibiría tu mensaje de buenos días, o que no vi la noche anterior tu mensaje de “te amo, descansa”.

Al poco tiempo entiendes que toda acción que te duela es un paso más cerca de estar sana.

Llorar, enojarte, gritar, escribir, una que otra risa de ironía que se escapa, cantar, volver a llorar después de cantar, bailar -acordarte que bailabas en cualquier lado con él-,llorar de nuevo.

Salir para escapar de tu propia agonía de recuerdos. Pelear contigo misma porque no puedes huir todo el tiempo.

Enamorarte un poco nuevamente porque te pescaste pensando en los recuerdos buenos, regañarte porque no puedes vivir de recuerdos.

Calmar la ansiedad que trajo ese regaño contra mi deseo y el presente. Rendirme a esa ansiedad. Llorar, llorar y volver a llorar, y dormir.

Así se pasa de lento y rápido un mes, hasta que un día, (no creí escribirlo) la fuente a las 8 a.m. no se prendió. Dolió un poco, sí, pero ya no había más lágrimas que sacar.

El pecho ya no duele tanto, sorprendentemente. Es más claro pensar en mí, volver a ver qué me emociona solo a mí, que no seas tú, o nosotros en su defecto. Supongo que es parte del comienzo del segundo mes sin ti.

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¿Qué me hace enojar más? El grito.

Un grito puede ser una señal de precaución, celebración o una gran falta de límites hacia tu persona.

Me cuesta expresar realmente el punto de esto, solo sé que no lo tolero.

No tolero la injustificación de la acción, como si agredir fuera una necesidad para expresar las cosas.

Tantos años de evolución humana y, aun en 2025 d. C., no somos capaces del autoanálisis, la introspección ni de cumplir con la asertividad en la expresión del lenguaje.

No, hay que gritar, transgredir, para que la idea sea clara.

¿Para qué? Solo para drenar emociones y pensamientos.

¿A costa de qué? De la estabilidad emocional del destinatario, por el poco interés en cultivar el pensamiento humano.

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Todo esto soy yo.

Todo esto soy yo, yo sin ti,

Pensaba que era un hueco que no se llenar��a—como si no me hubiera pasado esto antes—y sí, si se lleno; Le puse todo lo que no necesitaba y lo tape, para aparentar que sea algo que no existió—Claro que existió—.

En realidad, no creas que quedó lisa la tapa del hoyo, es mas como un tope de avenida concurrida.

Un tope con el que constantemente me tropiezo, por no querer ver, pero bueno, la experiencia me ha dicho dos cosas sobre los topes, o se pasan con precaución, o de tanto pasarlos encima, desaparecen.

El punto de este tope es que, dejé de cargar para empezar a desechar—¿u ocultar?—, y duele, duele el olvido.

Pero a la vez es sanador, es algo confuso de explicar con palabras, solo se que se empieza a sentir bien.

Como si respirara diferente, viera diferente, hasta después de tanto llorar, le empiezas a encontrar propósito al dolor.

Tal vez mi propósito sea esto, entre letrillas, pensamientos directos e indirectos, renovaciones y desechar.

Entender que todo esto soy yo.

Yo sin ti...

La verdadera yo.