Tumgik
#“William” Kikanae Ole Pere
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De pequeño, como cualquier niño, William tenía un sueño: crear una escuela. Pero él no era un niño normal, nació en un lugar donde los sueños no se cumplen jamás y no se le permitía soñar a lo grande. Como miembro de la tribu masái, tenía las líneas del destino muy bien dibujadas: él iba a ser un guerrero ¡Y vaya si lo fue!
Sin duda, como guerrero -y líder de su comunidad- su mayor batalla ha sido pelear por cumplir su sueño.
“William” Kikanae Ole Pere nació en el kilómetro cero, una tierra afortunada en pleno corazón de la sabana. Como la mayoría de los masái, no sabe en qué día nació, solo que era temporada de lluvia.
Parece que el tiempo no quiere pasar en el Mara, una tierra anacrónica: es el pueblo del aquí y del ahora. Casi ninguno sabe su edad y la mayoría no están ni censados. Viven sin papeles y sin problemas. No les preocupa el tiempo, se rigen por la salida y la puesta del sol, y el cambio de las estaciones, respetando el pulso de la naturaleza.
Su familia era muy pobre -al menos, a ojos occidentales- pero tuvo una infancia muy feliz, a menudo tirando de imaginación para sacar el máximo partido de sus escasos recursos.
Muy pronto destacó y su madre, muy consciente del potencial del pequeño, insistió en que debía ir al colegio: impensable para un niño de su tribu. Pese a la oposición de su padre, ella vendió una vaca para poder costearle los estudios.
Ese fue el momento en el que cambió todo. El pequeño Kikanae tomó conciencia de que si las mujeres tuvieran dinero, los niños estudiarían y su pueblo prosperaría.
Sin duda, ya mostró valor y determinación al recorrer cada día los 20 kilómetros -descalzo y solo- para ir a la escuela (y otros tantos de vuelta). Aquello le endureció. Cuando sufría algún ataque de animales, él mismo se curaba con las hierbas que su madre le enseñó a identificar.
En clase, tenía que esperar a que algún compañero acabara los deberes y le prestara un bolígrafo para poder hacer sus tareas. Jamás se quejó, sabiéndose un afortunado.
No tardó tampoco en destacar en el colegio, muy por encima del resto de los alumnos de Narok, incluso de toda Kenia. Tanto es así, que se le concedió la prestigiosa beca "Michael Jordan" para cursar sus estudios en EEUU. Era la oportunidad de su vida... pero la rechazó. William era muy consciente de que si se marchaba, no volvería jamás. Tuvo la integridad y la valentía de decir: “no, por aquí no es”. Sin duda, una decisión que despierta admiración y respeto.
Este nómada ya se había marcado un rumbo, vivir desde el propósito, poniendo su talento al servicio de su tribu. Los puntos cardinales serían: facilitar la educación a los niños, dar más voz a las mujeres, luchar por la protección del Mara y de su propia identidad. Tomó conciencia de que su vida sería mucho más plena con un liderazgo de servicio, siendo un gestor del cambio y un generador de compromiso en su comunidad. Pero no fue fácil, nada en la vida de Kikanae lo fue.
La beca pasó a su mejor amigo, Patrick Ole Ntutu, primer masái en llegar a ministro. Hoy, es gobernador de Narok en Kenia. Aún conservan una gran amistad y William forma parte de sus consejeros, en representación de su pueblo.
Kikanae tenía un vínculo muy especial con su madre. Se sentía en deuda con ella. Además, le dolía el desprecio que los hombres de su tribu (pueblo polígamo) tenían generalmente hacia sus primeras esposas cuando empezaban a envejecer y llegaba otra favorita, desplazando a la anterior. Su madre era una de esas primeras esposas.
La crueldad del cáncer no entiende de estatus ni de culturas y el peor diagnóstico puede llegar en cualquier momento a cualquier parte. Cuando ella enfermó, William dejó la escuela (aun siendo el más pequeño de la familia) para conseguir dinero y que su madre pudiera ir a un hospital, muy consciente de que la medicina tradicional de su pueblo no iba a ser suficiente. Fueron dos largos años de lucha hasta que falleció.
Como no tenían recursos económicos, William recorría largas distancias para ir a Narok (ciudad de los masái) para comprar las “beads” (cuentas para realizar sus artesanías). Eran varios días andando, incluyendo noches en la sabana que le fueron endureciendo aún más.
Una de esas noches al raso, bajo una cúpula estrellada, soñó premonitoriamente que abría una escuela. Todo tenía sentido.
Nada viste más a una persona que sus cicatrices, todas cuentan una historia, y las de William hablan de aquel joven que se ganó el respeto de su comunidad luchando contra un león -el animal más inteligente y salvaje-. Aquel día fue también su entrada a la vida adulta.
Matar a un león era una prueba de valor en el Mara. Hoy en día, es un ritual simulado, los masái son los grandes protectores de los animales, son un pueblo extraordinariamente "conservacionista", ya que, como buenos pastores, no cazan, sino que conviven con todas las especies. Solo matan animales que han criado para el consumo (cabras, vacas, ovejas) y en contadas ocasiones, porque el ganado es su bien más preciado. 
En recuerdo de aquel día, luce con orgullo su cicatriz del brazo. William sabe bien que siempre es el mismo león el que corta el paso, no se lucha contra fieras, sino contra los propios ataques de pereza, cansancio y miedo. ¡Que la cobardía sea lo único que asuste a las personas!.
Fue elegido por la comunidad como su líder (es como un juez que tiene el respeto de todos). Él ya era un líder natural con ideas nuevas, conciliador y que resolvía problemas.
Como buen guerrero, William tiene un instinto de protección muy desarrollado. Su pueblo es muy pobre, la educación es inaccesible para la mayoría de ellos, pero es la base para transformar la sociedad. Él desea que haya médicos, abogados, profesores... masái, ser cada vez más autosuficientes, sin depender tanto de ayudas externas y sin dejar de respetar su cultura y los valores de la comunidad masái, para que no ocurra como a muchas tribus africanas que se han difuminado ante la fascinación de Occidente.
Las grandes ideas siempre tienen comienzos pequeños. Su modesta escuela nació en un árbol y tardó varios años en dar sus frutos. William comenzó sus clases escribiendo con carbón sobre el tronco, luego se fue modernizando y le regalaron una pizarra.
Tenía claro que no hay que esperar al momento preciso, porque nunca va a llegar. Hay que pasar a la acción: la diferencia entre creer y crear es de solo una letra. 
William Kikanae, muy consciente de la fascinación que su pueblo despertaba, sabía que tenía que aprender inglés para relacionarse con los viajeros extranjeros que acudían al Mara atraídos por la magia de la sabana. De un modo autodidacta, fue aprendiendo a comunicarse con ellos -tener una inteligencia muy superior a la media siempre ayuda-, y acabó siendo guía oficial de National Geographic (ha colaborado con Jonathan y Angela Scott en sus documentales, se puede ver a William en "La Luz de las Historias", actualmente en Netflix).
Aprovechaba cada safari para compartir su visión y su misión. A todo el mundo le fascinaba su proyecto y entusiasmo, le prometían apoyo: jamás llegaba. También iba a Nairobi con regularidad (nada menos que una vez al mes durante más de diez años) a llamar a las puertas de embajadas y cualquiera que pudiera ayudarle con su escuela. Pero lo único que pasaba era el tiempo.
William es un guerrero que lucha por la igualdad de la mujer. Ellas son la pieza fundamental de la comunidad: criar a los hijos, educarlos, construir y mantener la manyatta, ir a por agua y leña, cocinar... son alguna de sus muchas tareas, aunque, hasta hace poco, la mujer masái valía menos que una cabra, no era nada. No tenía derechos.
Inspirado por la figura de su madre, William tuvo la intuición de ver que las cosas podrían ser de otra forma y quiso darle a la mujer el puesto que merecía. Creía firmemente que ellas debían tomar decisiones, tener propiedades, que las niñas no deberían estar abocadas a crear una familia en pleno inicio de la adolescencia (los niños no deben tener niños), apostaba por su educación y tener ingresos que no provinieran exclusivamente de las visitas de los turistas.
A menudo en las familias, sociedades o empresas se encuentran con herencias envenenadas. Es muy complicado superar el "aquí siempre se ha hecho así" y en la comunidad masái, William no encontró el apoyo de los suyos fácilmente, especialmente entre los guerreros y jefes locales, que pensaban que se les estaba dando demasiado poder a las mujeres en detrimento de los hombres. 
Pero William no se resignó y siguió ejemplarizando con hechos. Muestra de ello, es que los masái son polígamos (con el consiguiente problema de las mujeres repudiadas por "edadismo"). Él solo tiene una mujer.
Un grupo de detractores atacó su manyatta, quemaron el poblado y los expulsaron de aquellas tierras, intentando con esto aniquilar cualquier intento de modificar los patrones ancestrales de comportamiento de la tribu. El hedor y el dolor de aquel día se fue disipando: como pueblo nómada, cambiar de emplazamiento no era mayor problema. Sí lo fue lidiar con la incomprensión, la rabia y la decepción. Se desplazaron unos kilómetros y levantaron una nueva manyatta (las casas se construyen con paja y excrementos de animales) Un punto importante: no empezaba de cero, empezaba desde la experiencia.
Decía Leon Tolstoi: "los dos guerreros más poderosos son la paciencia y el tiempo". Esta es una historia con spoiler, se sabe que acaba bien, aunque entre querer y poder hubo unos cuantos verbos más y diez años de perseverancia. Los masái están educados en la paciencia, en saber esperar.
Aquel no iba a ser un día más. Tal y como llevaba haciendo más de diez años, William fue a Nairobi a seguir llamando puertas en embajadas e instituciones gubernamentales.
Cuando la representante de ADCAM (Asociación Desarrollo, Comercio Alternativo y Microcrédito) fue a Nairobi -invitada por la Premio Nobel Wangari Maathai, desde la Embajada de España- no pensó que aquel iba a ser el día que cambiara su vida para siempre. Le dijeron que había un masái -inasequible al desaliento- que nunca se cansaba de pedir ayuda para montar una escuela. Ella pensó que si llevaba más de diez años perseverando, merecía que le escuchara.
Rosa (valenciana de nacimiento y masái de adopción) es uno de los referentes del emprendimiento social y la cooperación internacional, especializada en microcréditos para las comunidades más desfavorecidas. Rosa encontró en William ese proyecto ilusionante que ansiaba. William encontró un mecenas, un referente, una amiga y una ventana al mundo. No fue un proceso rápido ni fácil, a ella le costó ganarse la confianza de las mujeres masái y él sufría, valorando enormemente su esfuerzo y dolido por la actitud de su pueblo. Hoy Rosa es una más, la masái blanca.
Una vez que el proyecto contaba con el apoyo de la ONG ADCAM, Kikanae vendió 30 de sus 110 vacas para comprar el terreno donde construir la escuela para los niños de su tribu y un campamento que ofrece una convivencia única con los masái. William se convirtió en el director de ADCAM en Kenia, y empezaron a trabajar en varias líneas de intervención:
Educación: construyendo una escuela de infantil y primaria que actualmente ofrece escolarización a más de 300 alumnos -sin distinción de sexo y adaptada a la cultura masái- con educación gratuita o subvencionada para muchos de ellos. Algunos alumnos tienen becas para alojarse y comer en el centro, ya que viven muy lejos o provienen de familias muy pobres.
Mujer: creando una cooperativa de mujeres artesanas que, gracias a un acuerdo con el Grupo Pikolinos, dio trabajo a más de 1.000 mujeres. Aquel proyecto concluyó, pero la estructura y el exigente protocolo de calidad sigue vigente y a la espera de nuevos acuerdos con otras empresas.
Salud: acciones de prevención para contrarrestar las principales enfermedades que les afectan (malaria, problemas respiratorios, parasitismo…).
Sostenibilidad: acciones para la mejora medioambiental (reforestación, construcción de un pozo…) y la autosostenibilidad del proyecto a través de la creación de un campamento turístico que permite la generación de ingresos, gestionado por la propia comunidad.
Gracias al acuerdo con la conocida marca de calzado Pikolinos, empezó a recorrer el mundo subido a unas sandalias molonas. Permitió dar trabajo a cientos de mujeres masái y mantener viva la escuela, que siguió creciendo de un modo orgánico.
Si algo deja claro William es que hay que atreverse a soñar, el lugar de origen, la nacionalidad, sexo o creencias no dan ni quitan capacidades: pueden ser condicionantes, pero jamás determinantes. Cómo se viva la vida depende solo de las personas, se puede luchar o huir.
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