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#Garci Pérez de Vargas
fotograrte · 5 months
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Estatua ecuestre de San Fernando (Sevilla)
Hoy vamos a tratar un monumento especial: el realizado en honor del rey Fernando III el Santo, hoy en la llamada Plaza Nueva en el barrio del Arenal, distrito Casco Antiguo, con la disposición que se ve en la foto anterior. Continue reading Estatua ecuestre de San Fernando (Sevilla)
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021 - Historia de la Literatura Peruana – Fichas (357-375) – Inca       Garcilaso de la Vega – (2) -
357 - El padre, del inca Garcilaso de la Vega optó por enrolarse en el bando de Pizarro, aunque forzadamente, según lo contaría más tarde, pero retornó al bando real sumándose al ejército del presidente Pedro de la Gasca durante la batalla de Jaquijahuana, por lo que fue conocido despectivamente como el “leal de tres horas”. Este episodio tendría mucha repercusión en la vida posterior del Inca Garcilaso.
358 - Hacia 1550, el todavía pequeño Garcilaso fue enviado a Charcas, para volver después al Cuzco, donde fue testigo de la rebelión de Francisco Hernández Girón, ocasión en la cual ayudó a su padre, entonces alcalde ordinario de la ciudad, a huir por los tejados de las casas (1553).
359 - Su padre le tuvo en gran estima, como demuestra el hecho del cariño que le demostró su hijo en sus escritos y el hecho de que le legara en su testamento (1559) tierras en la región de Paucartambo y cuatro mil pesos de oro y plata "ensayados" (es decir, de la más probada calidad) para que el joven mestizo cursara estudios en España.
360 - El 20 de enero de 1560, a los veintiún años de edad y poco después del fallecimiento de su padre, Garcilaso salió del Cuzco rumbo a la Ciudad de Lima, dispuesto a embarcarse hacia España.
361 - Este viaje se mostraría particularmente arriesgado. Partió del puerto del Callao, estuvo a punto de naufragar en la isla de Gorgona, cruzó a lomos de acémila el istmo de Panamá, llegó a Cartagena de Indias, para tomar la ruta de los galeones hasta La Habana y las Azores, donde un marinero portugués le salvó la vida antes de llegar a Lisboa.
362 - Tras una breve estancia en Extremadura, donde visitó a unos familiares, se estableció en la ciudad cordobesa de Montilla donde residía su tío Alonso de Vargas.
363 - Luego, en 1561, se trasladó a Madrid a solicitar algunas mercedes que la Corona le debía a su padre por sus servicios en el Perú, y allí conoció al conquistador Gonzalo Silvestre, quien le suministró numerosos datos para su obra La Florida del Inca.
364 - Su solicitud a la Corona le fue denegada (acusaron a su padre de favorecer al rebelde Gonzalo Pizarro dándole un caballo que le salvó la vida en la batalla de Huarina, y tal versión fue apoyada por los cronistas de indias oficiales).
365 - Desengañado, pensó en volver a Perú en 1563, pero optó por permanecer en la península y seguir la carrera militar, como su padre. Abandonó el nombre de Gómez de Figueroa y firmó ya para siempre con el de Garcilaso de la Vega, por el que sería conocido por la posteridad.
366 - Como su padre, logró el grado de capitán, y tomó parte en la represión de la Rebelión de las Alpujarras de los moriscos de Granada bajo el mando de don Juan de Austria (1569).
367 - Entre 1570 y 1571 se enteró de la muerte de su madre y de su amado tío Alonso de Vargas; este último le adjudicó bienes en su testamento que hicieron que en el futuro no tuviese que preocuparse de su sustento y aun disfrutase de cierta holgura.
368 - En 1586 falleció su tía doña Luisa Ponce, viuda de su tío Alonso, cuyos bienes acrecentaron aún más su bienestar económico y le posibilitaron entregarse a la cultura.
369 - En 1590, muy probablemente dolido por la poca consideración en que se le tenía en el ejército por su condición de mestizo, dejó las armas y entró en la religión.
370 - Frecuentó los círculos humanísticos de Sevilla, Montilla y Córdoba y se volcó en el estudio de la historia y en la lectura de los poetas clásicos y renacentistas. Fruto de esas lecturas fue la celebrada traducción del italiano que hizo de los Diálogos de amor filósofo neoplatónico León Hebreo, ​ que dio a conocer en Madrid en 1590 como La Traducción del Indio de los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo (su prólogo está fechado en Montilla, 1586).
371 - Fue su primer libro, y la primera obra literaria de valor superlativo hecha por un americano en Europa. Ya por entonces firmaba como Garcilaso Inca de la Vega y se presentaba como hijo del Cuzco, ciudad a la que definía como cabeza de imperio.
372 - Por entonces tuvo una relación estrictamente comercial con el célebre Luis de Góngora, y en Montilla coincidió con Miguel de Cervantes, que recaudaba fondos para la corona. Y parece ser que Cervantes conocía las obras del insigne mestizo: había leído la traducción por Garcilaso de los Diálogos de amor de León Hebreo.
373 - Se trasladó a Córdoba en 1591, y se relacionó con algunos doctores, como el jesuita Juan de Pineda, quien le instó a preparar un comentario piadoso de las Lamentaciones de Job. Por entonces continuaba recopilando material para sus proyectadas obras sobre la conquista de La Florida y del Perú, así como todo lo relacionado con el imperio inca. Una de esas fuentes fue la crónica, hoy perdida, de Blas Valera.
374 - En 1596 escribió la Genealogía o Relación de la descendencia del famoso Garci Pérez de Vargas, nombre de un célebre capitán que fue antepasado suyo, obra que no se publicaría sino hasta el siglo XX.
375 - Se relacionó con soldados participantes de la conquista de La Florida y se encontró con dos, Alonso Carmona y Juan Coles, que le obligaron a retocar lo que ya tenía escrito sobre la expedición. de Hernando de Soto. Revista Historia de la Literatura Peruana - [email protected]
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poemassemanales · 6 years
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SEVILLA EN LA LITERATURA
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LÁPIDA SITUADA EN LA PUERTA JEREZ
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EL CANCIONERO DE BAENA
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BLANCO WHITE
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TORRENTE BALLESTER Y BORGES EN LOS AÑOS 80
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LOS LIMONEROS DE MACHADO
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RUBÉN DARÍO
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JRJ EN SEVILLA
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LA GENERACIÓN DEL 27 EN EL ATENEO DE SEVILLA
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CHAVES
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OLIVERIO GIRONDO
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ANTONIO NUÑEZ DE HERRERA, arriba a la derecha junto a otros HERMANOS MENORES DEL 27 como MURUBE, PORLÁN, COLLANTES DE TERÁN, SIERRA Y PABLO SEBASTIÁN.
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 (Conciso comentario introductorio: este pequeño trabajo lo he realizado con un componente de investigación personal y otro componente de recopilación de textos anteriores, especialmente he atendido las referencias de 3 libros: a) Sevilla en los textos clásicos greco-latinos, de Alberto Diaz Tejera; b) Sevilla sin mapa, de Fernando Iwasaki y c) Sevilla, ciudad de las palabras, de aquella gran mujer cordobesa y sevillana de adopción desaparecida prematuramente, Concha Caballero. Gracias a todos ellos.)
   Nadie duda que Sevilla fue (es) una ciudad universal, ora centro turístico y otrora una de las principales ciudades del mundo occidental. Lógicamente esa situación debía tener una correspondencia adecuada en las artes: en algunos otros capítulos ya hemos señalado cómo y cuando aparece Sevilla en la ópera, en el cine o en la pintura. No podía abstraerse de esa inclinación la literatura, desde las apreciaciones más intelectuales y artísticas como las de Juan Ramón Jiménez (En la Primavera universal, suele el Paraíso descender hasta Sevilla) o Rubén Darío (Aunque es invierno, he hallado rosas en Sevilla), hasta las estrofas más populares y anónimas (Qué bonita está Triana cuando le ponen al puente banderas republicanas). Asombra la presencia de Sevilla en la literatura mundial a lo largo de la historia (ya dijo JULIÁN MARÍAS que “en Sevilla los siglos se escapan con huidiza elegancia”) desde Julio César, desde los poetas andalusíes o los escritores del Siglo de Oro hasta los viajeros románticos o los poetas de la generación del 27. Esa presencia la comparte con ciudades como Venecia, Oxford, Salzburgo o Nueva York. No podemos olvidar, por otra parte, que Sevilla ha dado origen a dos grandes mitos de la literatura universal: Don Juan y Carmen (aunque tenemos que recordar que la cigarrera no era sevillana sino de origen vasco-navarro). Pero no todo es un panegírico, veremos en las próximas líneas cómo también existen visiones sumamente negativas de la ciudad y sus habitantes por el excesivo uso de tópicos y la degradación del folclore.
Dice Luis García Montero “que las ciudades no solo se ven, sino que se leen, se interpretan, se intuyen, se conservan dentro de una mirada. Gracias a la literatura conocemos muchas ciudades en las que nunca hemos estado. Gracias a la literatura, la mirada sobre las ciudades que mejor conocemos se carga de historia, de profundidad, de sentido”. En las próximas líneas esa mirada la vamos a lanzar sobre Sevilla, porque por encima de los tópicos, Sevilla es una ciudad de literatura y de literatos.
Para el profesor Alberto Diaz en la antigüedad clásica las ciudades aparecían en los textos bien por razones de descripción geográfica o bien porque en ellas se hubieran realizado acciones de tipo bélico o político. En el caso de Sevilla, las primeras referencias a la ciudad en los textos se deben a ESTRABÓN en su obra Geografía cuando describe la Turdetania y por JULIO CÉSAR quien la menciona por primera vez con su nombre en La guerra civil.
Varios siglos después ISIDORO DE SEVILLA en sus Etimologías propone, aunque no es aceptada por todos, una teoría en relación con la fundación de la ciudad:
“César fundó Hispalis que, de su propio nombre y el de la urbe de Roma, recibió la denominación de Julia Rómula, pero que, por su situación, fue sobrenombrada Hispalis en razón a que está asentada en suelo palustre sobre postes hincados en el subsuelo para que no cediera en su base arenosa e inestable”.
De igual forma varios siglos después un poemita anónimo nos ha dejado el posible origen, mitad mitológico, mitad real, de la ciudad:
“Hércules me edificó                                                                                                 Julio César me cercó                                                                                               de muros y torres altas                                                                                           y el rey santo me ganó                                                                                             con Garci Pérez de Vargas”.
 Es posible que una de las primeras referencias literarias no fuera expresamente a Sevilla sino a Isbiliya, la Hispalis musulmana. ALMUTAMID fue el último rey abadie de Isbiliya en el siglo XI y su vida inspiró la obra de BLAS INFANTE, Motamid, último rey de Sevilla. Durante su reinado la cultura floreció en la ciudad y fue centro de atracción de literatos como Ibn Hamdis o Ibn Zaydún. Creo que es bien conocida la leyenda que lo etiquetó como un rey poeta: caminaba un día junto al Guadalquivir en compañía de su amigo Avenamar (el que jugó la famosa partida de ajedrez con el rey Alfonso VI de León) enfrascados en el juego de completar poemas. En un momento el rey dijo: “El viento teje lorigas en las aguas”. Cuando esperaba la respuesta de su amigo se oyó la voz de una mujer: “¡Qué coraza si se helaran!” Se trataba de la bellísima Rumaykiya, una esclava de la que el rey quedó enamorado y la convirtió en su esposa con el nombre de Itimad. Pues esta historia de poesía y amor tuvo su correspondencia con la ciudad de la que también el rey estaba profundamente enamorado y eso se reflejó en sus poemas, especialmente en los postreros días del exilio norteafricano, allí Almutamid no dejó de recordar una y otra vez en sus obras su ciudad tan querida:
“Que esta separación sea como tu cintura: esbelta.                                                 Que sea como las flores de primavera: efímeras;                                                   No como la rosa de tu mejilla: perenne.                                                                 Mi paciencia dura como aquellas,                                                                           Tu ausencia como ésta.                                                                                            ¡Qué feliz me hiciste, aún sin cumplir                                                                       la promesa de amor!” 
 En alguna ocasión la melancolía con resonancias de la Buhaira, se hace dueña de sus pensamientos:
“Quisiera saber si pisaré otra noche aquel jardín, junto aquel estanque                  Entre olivares, herencia de grandeza, el gorjeo de las palomas y el trinar de los pájaros, en el palacio de Asir, bajo la lluvia de primavera
… “¡Ojalá Dios decida que muera en Sevilla                                                                   y que Él abra allí mi tumba el último día!”
Pero otros literatos árabes se sintieron atraídos por la ciudad, especialmente cuando se vieron obligados a abandonarla. ALÍ IBN HISN recordará a Sevilla:
“¡Me acuerdo de ti con tal pasión que sería capaz de hacer morir al celoso, preocupado sin descanso de atormentar a los enamorados!                                  Te pareces cuando el sol está en el ocaso, a una novia esculpida en la belleza.   El rio es tu collar, la montaña tu diadema que el cielo corona como un jacinto”
Tras el retorno a la jurisdicción castellana se suceden los autores que glosan a Sevilla incluyendo al rey ALFONSO X (llamado El Sabio), aunque se duda de la autenticidad de esta supuesta carta del rey:
“Non hallo en la mía tierra abrigo; ni hallo amparador ni valedor, non me lo mereciendo ellos, sino todo bien que yo les hice. Y pues que en la mía tierra me fallece quien me avía de servir e ayudar, forzoso me es que en la agena busque quien se duela de mí…ñ Si los mío hijos son mis enemigos, non será ende mal que yo tome a los mis enemigos por hijos… Hecha en la mía sola leal ciudad de Sevilla, a los treinta años de mi reinado y el primero de mis cuitas. -El Rey”.
Pero Sevilla se había convertido en una ciudad universal y en un texto como La divina comedia de DANTE ALIGHIERI, en su Canto XX se le cita:
“Pero ven ahora, que ya llega a los lindes                                                               de ambos hemisferios, y toca la onda                                                                      detrás de Sevilla, Caín con las zarzas.”
Tampoco es ajeno el ARCIPRESTE DE HITA a la fama de una ciudad pecaminosa:
“En la invernada visité a Sevilla,                                                                                toda el Andalusía, que non fincó y villa,                                                                  allí toda persona de grado se me homilla,                                                              andando mucho vicioso quanto fue maravilla.”
Para el MARQUÉS DE SANTILLANA, Sevilla no solo es ciudad de vicio:
“Roma en el mundo e vos en España                                                                       sois solas ciudades, ciertamente,                                                                           hermosa Hispalis, sola, por hazaña                                                                         corona de Bética excelente.”
Ya en el siglo XIV un castellano, ALFONSO ALVAREZ DE VILLASANDINO autor del Cancionero de Baena (es muy recomendable una visita al Museo Arqueológico de Baena, donde, entre otras piezas, se puede ver un ejemplar del Cancionero), evoca a la ciudad, ya con el topónimo cristiano Sevilla, en algunos de sus poemas en castellano viejo:
 “Lynda syn comparaçion,                                                                                         claridat é luz de España”
En el siglo XVI un veneciano, ANDREA NAVAGIERO, embajador en la corte del Emperador Carlos I narra en su Historia de Venecia alguna de las características de la Sevilla de esa época:
 “A este lugar acuden a pasearse todo el día, muchos hidalgos y mercaderes, y es el sitio más bello de Sevilla, a que llaman las Gradas”.
(…)
“Sevilla (…) se parece más que ninguna otra de las de España, a las ciudades de Italia”.
En ese mismo siglo XVI, otro italiano, LUCIO MARINEO SÍCULO, profesor de la Universidad de Salamanca, dedica algunas reflexiones a nuestra ciudad:
 “Tiene la Imperial ciudad Sevilla un templo dedicado a la Virgen María, el qual es tan grande, que no se yo si entre todos los templos de los cristianos otro mayor que él se pueda hallar”.
(…)
“Digo que es Sevilla cibdad mui grande, mui noble, mui abundante de todas cosas, y si no me engaño la más apacible para quien tiene en ella de comer, que ninguna otra de toda España”.
El portugués GIL VICENTE, padre del teatro en la península Ibérica hizo también referencia a Sevilla en pleno siglo XVI:
“Ay, mis primeros amores                                                                                         en Sevilla quedan presos.                                                                                       Malhaya quien los envuelva”
En ese siglo el anonimato de las canciones populares también aporta referencias a la ciudad:
“Soy hermosa y agraciada,                                                                                       tengo gracias más de mill,                                                                                       llámanme Gira Giralda,                                                                                           hija de Giraldo Gil”
En el mismo siglo, pero ya de origen español, BARTOLOMÉ TORRES NAHARRO, cita a Sevilla como un premonitorio Cervantes:
“Pues poetas y otros mil,                                                                                         como vuestra fama es tanta                                                                                     Dexan a Roma la santa                                                                                           por Sevilla la gentil”.
(…)
“Salveos Dios, la gran Sevilla                                                                            mar de todos los placeres,                                                                                      refugio de mercaderes,                                                                                            joya del rey de Castilla…”
Otro dramaturgo español de los siglos XVI-XVII y que vivió en Sevilla, AGUSTÍN DE ROJAS, también se hace eco de la ciudad en El viaje entretenido:
 “Sevilla y el mundo, todo es uno, porque en ella sin duda está todo abreviado”
Pero hay también en ese siglo quien rechaza la ciudad y como ejemplo nadie mejor que TERESA DE JESÚS. Llegada desde Córdoba – ciudad que tampoco le hizo gracia alguna – para fundar un convento se encuentra con el calor sevillano y con una población sumida en el enorme tráfago que como Puerto de Indias debía tener. Para un carácter castellano seco como el de la monja de Ávila, Sevilla debió suponer un castigo y bien que lo expresa en algunos textos:
“¿Qué se le ha perdido a Dios en esta ciudad del demonio?”
(…)
“Aquí el demonio tiene las manos muy largas”
 Pero posiblemente sea el siglo de Oro español y más exactamente el XVII el que aporta más referencias a Sevilla realizadas por los más excelsos escritores de la época, desde los propios sevillanos como Fernando de Herrera, BALTASAR DEL ALCAZAR, MATEO ALEMÁN o GUTIERRE DE CETINA hasta los situados en la corte como Cervantes o Lope. Seguramente el más leído poema de CERVANTES es el dedicado a la muerte de Felipe II y al túmulo que se construyó en nuestra ciudad:
“¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza y que diera un doblón por describilla! Porque ¿a quién no sorprende y maravilla esta máquina insigne, esta riqueza?
       Por Jesucristo vivo, cada pieza vale más de un millón, y que es mancilla que esto no dure un siglo, ¡oh, gran Sevilla!, Roma triunfante en ánimo y nobleza.
       Apostaré que el ánima del muerto, por gozar de este sitio, hoy a dejado la gloria, donde vive eternamente.
       Esto oyó un valentón y dijo: “Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado. Y el que dijere lo contrario, miente.
       Y luego, in continente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”.
  Durante cerca de dos siglos Sevilla fue el centro económico de Occidente y la capital comercial del Imperio español. Por aquí anduvo Cervantes como cobrador de impuestos de la Hacienda del Rey; aquí en plena calle de las Sierpes sufrió cárcel por deudas (“donde toda incomodidad tiene su asiento y donde triste ruido hace su habitación”) y durante su estancia en ella parece que pergeñó su obra cumbre. En el Quijote hay varias referencias a la ciudad: “[Sevilla] es lugar tan acomodado a hallar aventura, que en cada esquina se ofrecen más que en otro alguno”. Según Pedro Piñero y Rogelio Reyes en su libro La imagen de Sevilla en la obra de Cervantes, en el Quijote Sevilla no fue una referencia esencial pero si aparecen varias alusiones a la ciudad y su agitada vida cotidiana: “Por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despejado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas y más adelante, dos vecinos de la Heria [la calle de la Feria] de Sevilla, gente alegre, bienintencionada, maleante y juguetona”. En la segunda parte de la obra la referencia más clara es a la “giganta”:
“Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, vila y vencíle, y hícele estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes”.
Pero será en las Novelas Ejemplares donde las referencias son más nítidas. Más de la mitad de esas novelas se desarrollan en el submundo del hampa sevillano y con unos personajes que forman ya parte del memorial de la mejor literatura española.  Así en El rufián dichoso por ejemplo:                                                                                                                                                  
 “Dulces días, dulces ratos                                                                                         los que en Sevilla se gozan”
 Pero como señalábamos anteriormente otros autores de esos años también se refieren a Sevilla en sus textos, como LOPE DE VEGA:
 “–Forastero: ¿Esto hay en el Arenal? ¡Oh, gran máquina, Sevilla!                         –Alvarado: ¿Esto solo os maravilla? Es a Babilonia igual”
“…la más bella y populosa ciudad, un infierno soñado                                            Ay, calles de Sevilla, y abril que canta en las acacias negras, con flores blancas…”                                  
“Para alabar a Sevilla,                                                                                               deja su Contratación                                                                                               y cuanto encierra, Girón,                                                                                          del Guadalquivir la orilla”
…                                                                                                                                                                  
“Otra Sevilla parece                                                                                                 que está fundada en el río”
“Bellísima, por su riqueza, grandeza, y majestad, trato, policía, puerto y puerta de las Indias, por donde todos los años se puede decir que entra dos veces en ella el sustento universal de España”.
 TIRSO DE MOLINA se refiere con claridad a la ciudad en El Burlador de Sevilla o Convidado de Piedra:
“—Don Juan: Sevilla es la única ciudad mejor que Nápoles.                                   —Duque Octavio: Si en Nápoles me lo hubieseis dicho, no me lo habría creído, pero estando aquí comprendo por qué lo decís”
Ya en clave localista VELEZ DE GUEVARA en El diablo cojuelo:
“Las calles de Sevilla, en la mayor parte, son hijas del laberinto de Creta”
o FERNANDO DE HERRERA:
“No ciudad, eres orbe. En ti se admira                                                                     junto cuanto en las otras se derrama;                                                                     parte de España, más mejor que el todo”
También los vates anónimos hacen loas, quizá con doble sentido, a la ciudad;
“Sacra y Real Majestad,                                                                                           ¿a qué venís?                                                                                                         ¿A ver la primera ciudad                                                                                          del mundo por mil razones?”
 Pero la época dorada de Sevilla acabará con el traslado a Cadiz de la Casa de la Contratación y la ciudad entrará en una larga época de decadencia y provincianismo. Sevilla es olvidada en gran parte del siglo XVIII y solo será rescatada del olvido a finales del siglo, a veces con un sentido crítico por algunos heterodoxos ilustrados. Una curiosidad prácticamente desconocida hasta hace pocos años fue la aportación novelística de PABLO DE OLAVIDE quien publicó, ya en el siglo XIX, una serie de 6 novelas en las que destaca algún título como Laura o el sol de Sevilla. Otro gran heterodoxo, nacido en la ciudad, BLANCO WHITE nos dejará en sus Cartas de España, un testimonio impagable de la vida cotidiana, la intolerancia y el fanatismo religioso que anidaba en el inconsciente colectivo de la ciudad:
“Del fanatismo y la ambición aborto                                                                         los que tenéis raíces en el cielo                                                                               nunca podéis dejar en paz el suelo”  
¿Cómo puede un país conciliar la libertad con un único credo?
También en el extranjero la llamada de Sevilla tiene efecto. Así, PIERRE-AUGUSTIN DE BEAUMARCHAIS escribe una comedia que luego sería llevada a la ópera con gran éxito: El barbero de Sevilla. Unos años después un enamorado de España, PROSPER MERIMÉ, escribe Cartas de España y una obra, Carmen, que Bizet llevará asimismo a la ópera
Pero también en pleno XIX una escritora madrileña, GERTRUDIS GOMEZ DE AVELLANEDA, habla de una Sevilla en la que, al menos en las clases pudientes a la que ella pertenecía, existía cierta libertad:
“Entre tradiciones, prejuicios y veladuras, hay en Sevilla un selecto ambiente cultural en el que algunas mujeres ejercen su libertad. Además de salones literarios, existen casas que acogen amores clandestinos”.
Pero esa gloria pasada de siglos anteriores se reinventa en el XIX en parte gracias a la fascinación de los viajeros románticos que ávidos de exotismo vinieron al sur desde los países europeos en busca de aventuras. Así TEOFILO GAUTIER escribió en1840:
 “(Sevilla…) Es una ciudad grande, difusa, moderna, alegre, riente, animada (...) El ayer no le preocupa, el mañana menos todavía, ella es sólo presente”.
“El ayer no le preocupa, el mañana menos todavía; ella es sólo presente. El recuerdo y la esperanza son la felicidad de los pueblos desgraciados, y Sevilla es feliz”.
Otros lo dejaron aún más claro:
RICHARD FORD:
“Sevilla es un museo de antigüedades moriscas”
“Sevilla es una de las ciudades más agradables de España para una residencia alargada”.
 LORD BYRON anduvo en 1810 por Andalucía y según sus cartas personales parece que alguna que otra sevillana se le insinuó con manifiesta claridad. La ciudad andaluza que más le gustó fue Cádiz, pero dejó escrita también su clara impresión de Sevilla:
“Sevilla, hermosísima ciudad; quien no ha visto a Sevilla no ha visto maravilla; y yo soy de la misma opinión”.
GEORGE BORROW:
“Frío, frío debe ser el corazón que se quede insensible ante las bellezas de este mágico escenario. He derramado lágrimas de embeleso de sólo mirarla”.
Otro viajero por España, en este caso en 1846, fue el ilustrador y novelista ALEJANDRO DUMAS, de ese viaje surgió un libro, De París a Cádiz. Impresiones e un viaje. En Sevilla se quedó impresionado en sentido opuesto por dos cosas: por una parte, una antipatía y fobia especial por las olivas sevillanas (ya sabemos que las aceitunas son motivo de filias y fobias muy acentuadas) y por algunas carencias que hoy nos parecen inverosímiles (“el aceite es imposible y el vinagre inexistente”). En el polo opuesto queda la impresión que le causó la Giralda:
“Hay pocas amantes de rey, e incluso pocas amantes de poeta, a quienes se haya dedicado tantos versos como a esta sultana de granito, esta hermana del álgebra, esta hija de Jabir llamada la Giralda”.
A veces Dumas es tan exagerado como los propios andaluces:
“… cada sevillano amante de la pintura se cree obligado a tener o decir que tiene cinco o seis Murillos… En este sentido, solamente en Sevilla, hay aproximadamente tres mil Murillos”.
“Si los sevillanos son para todo el mundo lo que han sido para mí desde mi llegada: en ese caso son los mejores hijos del mundo”.
EDMUNDO DE AMICIS estuvo en España en 1872 como corresponsal de La Nazione de Florencia. En España. Impresiones de un viaje hecho durante el reinado de Don Amadeo I, nos dejó muestras de su fervor por Sevilla:
“¡Sevilla! ¡Sevilla! ¡Allí está! ¡Allí está la reina de Andalucía, la Atenas española, la madre de Murillo, la ciudad de los petas y los amores, la famosa Sevilla, cuyo nombre pronuncio desde la infancia con un sentimiento de viva simpatía! ¡Quien me había de decir, hace algunos años, que yo la vería! Y sin embargo esto no es un sueño”.
“Cada balcón, cada fragmento, cada escultura solitaria recuerda la aventura nocturna de un rey, las aspiraciones de un poeta, la historia de una hermosa, un amor, un duelo, un rapto, una fábula, una fiesta”.
Un francés polifacético (filósofo, historiador y revolucionario), EDGAR QUINET, viajará, por España en 1843 y parece que constató la existencia de las dos Españas mucho antes que Machado. En su libro Mis vacaciones en España, dejó sus impresiones sobre los contrastes de Sevilla:
“El Escorial representa el genio de Felipe II; Burgos, la España cristiana; Toledo, la lucha de una y otra; y en Sevilla se reúne todo: el alma de África y el alma de Europa; la patria de la Inquisición y el jardín de las rosas, el ascetismo y la voluptuosidad, los amores de Pedro el Cruel y de Don Juan. Esta mezcla de austeridad y de gracia se encuentra en todas las casas. No hay ventana que no esté sellada con barrotes de cárcel. Pero estas jaulas de hierro, artísticamente cinceladas, son al tiempo balcones alegres a los que el espíritu de Don Juan tiende aún sus escalas de seda. Tras el negro cinturón de torres romanas, la blanca Sevilla aparece como Doña Ana tras los cerrojos del Comendador”.
 Uno de los más famoso viajeros del XIX fue HANS CHRISTIAN ANDERSEN, quien recalaría por Sevilla en 1862. Se alojó en el Hotel Inglaterra y en su libro Viaje por España dejó la visión de la ciudad hispalense, destacando especialmente su impresión ante los lienzos de Murillo que era, a la sazón, el más cotizado pintor de todo el orbe:
“La catedral, la más importante de todas las de España, el alcázar moro y, por último, las inigualables pinturas de Murillo, hacen de Sevilla una de las más interesantes ciudades de Europa. Aquí no falta más que el mar; si lo hubiese, Sevilla sería perfecta; la reina de las ciudades”.
 Será otro sevillano, el gran poeta que introdujo la poesía moderna en España, GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER el que hará también la reinvención romántica de la ciudad en obras como Maese Pérez el organista, La Promesa o La venta de los Gatos:
“Sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuchar el extraño crujido en los pasos del muy justiciero”.
Entre el XIX y el XX una sevillana, MERCEDES DE VELILLA, una gran y desconocida poeta glosará a su ciudad en el poema A Sevilla:
“¡Sevilla! suelo fecundo  lleno de luz y grandeza,  ¿qué diré de tu belleza,  que ya no haya dicho el mundo?  Nunca mi afecto profundo  pudo elevarte canciones;  más hoy que, en otras regiones,  de verte la dicha pierdo,  es para mí tu recuerdo  manantial de inspiraciones”. 
 No se escapará PÉREZ GALDÓS de la huella de la ciudad hispalense: “¡Sevilla! ¡De qué manera tan grata hería mi imaginación este nombre!”
Hijos de un intelectual (Demófilo), ANTONIO y MANUEL MACHADO conformaron lo mejor de la poesía española del naciente siglo XX, aunque con un sentimiento en apariencia diferente, con respecto a la ciudad. Antonio evoca la felicidad de la infancia en su tierra vivida en el Palacio de las Dueñas y lo mantiene hasta sus últimos momentos, como en su postrer verso encontrado tras su muerte: “Este cielo azul y este sol de la infancia” o en el conocidísimo “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero”. Pero también denuesta a los señoritos sevillanos como en el poema:                                                                                            
 “¡Oh, maravilla,                                                                                                        Sevilla sin sevillanos,                                                                                               la gran Sevilla!
Dadme una Sevilla vieja                                                                                          donde se dormía el tiempo                                                                                      con palacios con jardines,                                                                                        bajo un azul de convento.
Salud, oh sonrisa clara                                                                                            del sol en el limonero                                                                                              de mi rincón de Sevilla,                                                                                            ¡oh alegre como un pandero,                                                                                   luna redonda y beata                                                                                               sobre el tapial de mi huerto!
Sevilla y su verde orilla,                                                                                          sin toreros ni gitanos,
Sevilla sin sevillanos,                                                                                              ¡oh maravilla!”
 El tono de su hermano Manuel es muy diferente con respecto a su ciudad como vemos en su famosos poema Andalucía:
“Cádiz, salada claridad; Granada,  agua oculta que llora.  Romana y mora, Córdoba callada.  Málaga cantaora.  Almería dorada.  Plateado Jaén. Huelva, la orilla de las Tres Carabelas...  y Sevilla”. 
 No es muy conocida la relación de afecto que toda su vida mantuvo el mayor poeta de la España moderna, JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, con Sevilla. Desde su época de estudiante residiendo en la calle Gerona hasta el resto de su vida, no dejó de repetir que Sevilla era la ciudad donde le hubiera gustado vivir. En su poemario Diario de un poeta recién casado, el poema Tú y Sevilla expresa claramente el sentimiento hacía la ciudad hispalense:
 “A Sevilla le echo los requiebros que te echo a ti. Se ríen, mirándola, estos ojos que se ríen cuando te miran.
Me parece que, como tú, llena ella el mundo, tan pequeño y tan mágico con ella, digo, contigo, ¡tan inmenso, tan vacío sin ti, digo, sin ella!
¡Sevilla, ciudad tuya, ciudad mía!”
Pero son innumerables las ocasiones en que JR habla de su admiración por la ciudad:
 “Desde la azotea de Triana se ve Sevilla, larga tendida, llana, abierta, malva toda y oro, como una mujer rubia, que sueña despierta en su alma, que es su cuerpo”
 …
“Como soy de Moguer y de Sevilla,                                                                         canto mis ilusiones por seguidillas”
“Sobre las calles que huelen a cera, sobre las azoteas con macetas, se va viendo una luz de plata, y en el fresco y puro azul matutino, aún negro, se oyen volar palomas que no se ven”
 “En la primavera universal, suele el paraíso descender hasta Sevilla”
Es en el poema en prosa La Giralda donde JRJ expone con mayor énfasis su querencia por el gran símbolo de la ciudad:
“Por la mañana, el aire puro sevillano, la Giralda ingrávida, transparente- menos aún o más que de cristal- está todavía desnuda como en la noche. Una mujer desnuda que sintiera, de pronto, su desnudez. ¡qué alegre y atropellada, cantando al sol primero, en su risueño despertar de primavera, sobre el panorama rubio de su visión!”
 Ya a finales del siglo XIX el iconoclasta ANDRÉ GIDE visitó por breve espacio de tiempo Sevilla y en su obra Los alimentos terrestres señaló varias impresiones sobre la ciudad:
“Nathanael, te hablaré de los más bellos jardines que he visto… hay en Sevilla, cerca de la Giralda, un antiguo patio de mezquita; los naranjos crecen a trechos, simétricamente… es un patio cuadrado, rodeado de muros; y de gran belleza, no sé explicarte por qué”.
Aunque menos conocida que Carmen y Don Juan, la sevillana Conchita Pérez es un mito de la literatura universal que ha fascinado a millones de personas desde la publicación de La femme y le pantin de PIERRE LOUYS. Louys representa junto a Bataille la literatura erótica enmarcada en la ciudad hispalense. Conchita Pérez competirá con la Lolita de Nabokov y su historia será adaptada en seis ocasiones para el cine. Louys describe la Fábrica de Tabacos como “un verdadero harén" y admira la belleza de las sevillanas: "admirable cuerpo femenino, de esos que en verdad no se encuentran fuera de España", mientras que su impresión por la clase alta sevillana es bastante negativa.
Pero el erotismo más provocador lo situó en Sevilla GEORGES BATAILLE en su Historia del ojo donde, en la Iglesia del Hospital de la Caridad, se suceden secuencias de sexo y pornografía.
En 1924 un escritor chileno publicó un curioso libro: Pasión y muerte del cura Deusto, la primera novela en nuestro idioma de temática homosexual. Su autor, AUGUSTO D´HALMAR, sitúa en este caso la historia de amor entre un cura vasco, nacionalista y gay con un gitano ex seise de la catedral en la Iglesia de San Juan de la Palma.
ENRIQUE GÓMEZ CARRILLO fue un escritor guatemalteco que logró cierta fama en Europa y que se convirtió en un arduo defensor de la imagen de Sevilla y de los sevillanos como muestra en su libro Vistas de Europa:
“Hay una Sevilla de la que no se tiene idea en el resto del mundo, ni siquiera en el resto de España. Decid en Madrid: =La existencia sevillana es tan laboriosa como la vuestra, tan europea como la vuestra, tan intelectual como la vuestra=, y se echará a reír la gente, porque la gente se figura, en cuanto oye decir Sevilla, que el cromo de una pandereta va a animarse en una atmósfera de fuego. Y, sin embargo, es verdad que, con una elegancia coqueta que se complace, lo mismo que la de los parisienses, en hacer creer que lo único importante es sonreír, soñar, admirar a las mujeres y decir bromas, los sevillanos trabajan con el cerebro y con los brazos, y son muy formales siendo muy galantes, y son muy activos siendo muy finos, y mientras el mundo les cree solo ocupados en cultivar la poesía de las coplas, se consagran a la prosa de los olivares, de las dehesas, de las fábricas, de los talleres, del puerto… y también a la del estudio”.
   RUBÉN DARÍO viajó a Andalucía en 1899 y en 1902. En su segundo viaje visita Málaga, Granada, Córdoba y Sevilla y escribe Tierras solares donde expone sus apreciaciones sobre estas ciudades andaluzas. Se debate entre la alabanza a la grandeza de lo pretérito (“El encanto íntimo de Sevilla está en lo que nos comunica de su pasado”) y la crítica al folclorismo y al incipiente turismo de masas que todo lo llena. A Málaga la define como La Bella (“de donde son las famosas pasas, las famosas mujeres y el vino preferido para la consagración”) pero también es cruel con ella en otros fragmentos; de Granada dice que es una de las ciudades preferidas por “los rebaños la agencia Cook”. La que más le impacta es Córdoba: “Yo, ni en Granada, ni en Sevilla, ni en Málaga he encontrado ese ambiente de antigüedad de esta capital esclarecida y en una época foco, puede decirse, de la sabiduría universal”.
 En Sevilla crítica el turismo de masas (¡en 1902!), pero destaca sus espacios íntimos y especialmente los jardines del Alcázar. Me parece muy esclarecedora su descripción de la ciudad por lo que la transcribo literalmente a pesar de su extensión:
 Sevilla
“Aunque es invierno, he hallado rosas en Sevilla. El cielo ha estado puro y francamente hospitalario pasadas las primeras horas de la mañana. La Giralda se ha destacado en espléndido campo de azur. Luego, las mujeres sevillanas, entrevistas por las rejas que hay a la entrada de los patios marmóreos y floridos, dan razón a la fama. He visto, pues, maravilla.
No sin razón es esta la ciudad de don Juan y la ciudad de don Pedro. Siempre la poesía, la leyenda, la tradición, os saldrán al encuentro. Estrella, el Burlador, el Monarca cruel, el Barbero... Por eso el grande y armonioso José Zorrilla se recomendaba aquí evocando el nombre de su Tenorio y de su Rey justiciero. El turismo viene, por moda, a la Semana Santa. Es decir, a pagar cuentas enormes de hospedaje, a dormir sobre una mesa de billar en veces, y a ver pasar las procesiones, entre católicos irreligiosos, santos macabros, cristos lívidos y sangrientos con cabelleras humanas. Al mismo tiempo, el viajero escuchará los gritos extraordinarios de las saetas y las carceleras. En el día aprovechará la buena ocasión para ir a ver a las cigarreras en la fábrica, con sus deshabillés sugerentes; si ha leído La femme et le pantin, de Pierre Louys, tanto mejor; y volverá a su país diciendo que ha conocido el encanto sevillano. No, ciertamente, indiscutiblemente, el encanto sevillano está en otra parte. La Semana Santa y la feria son notas singulares, y las cigarreras ayudan al color local que se ha conocido en las lecturas; pero el alma de Sevilla no tiene gran cosa que ver con todo ese pintoresco reglamentario. Ni con eso, ni con el industrialismo y la vida comercial que puebla de barcos las riberas del Guadalquivir; ni aun con el batallón trashumante de toreros calipigios que se entretiene en la estrecha y retorcida calle de las Sierpes. El encanto íntimo de Sevilla está en lo que nos comunica su pasado. Su alma habla en la soledad silenciosa; así el alma triste de toda la vieja España. Dicen sus secretos las antiguas callejuelas en las horas nocturnas. Y nada es comparable a la melancolía grave de sus jardines, esos jardines que ha interpretado pictórica y magistralmente en melodías de color el talento excepcional y hondo de Santiago Rusiñol -ese a «ruiseñor» de la fuerte Cataluña.
¡Sevilla! Las injusticias de la fama no tienen gran fundamento: abominad la célebre calle de las Sierpes en donde existió un célebre café flamenco que se llamaba el Burrero...; abominad la manzanilla misma, que es un brebaje aceitoso y poco amable; abominad, aunque os gusten los toros, a los toreros fuera del coso. Pero adorad, extasiaos, para vuestro reino interior, en los jardines del Alcázar sevillano, -como en Aranjuez, como en la mágica Granada. De todo lo que han contemplado mis ojos, una de las cosas que más han impresionado a mi espíritu son esos deleitosos y frescos retiros. Ni las vetustas murallas carcomidas de siglos, que aún atestiguan el viejo poderío de los conquistadores romanos, ni los restos visigodos, ni la esbelta Giralda mauritana, cuyo nombre alegra como una banderola, ni la Torre del Oro a la orilla del río, ni las magnificencias del Alcázar, que renuevan en mi memoria las sensaciones experimentadas en la Alhambra granadina, nada me ha hecho meditar y soñar como estos jardines que vieron tantas históricas grandezas, tantos misterios y tantas voluptuosidades. La culpa la tiene en gran parte ese don Pedro que tenía tanto de don Juan...
Cuando uno entra, a un lado de las galerías que llevan el nombre de aquel raro monarca que comprendía la belleza morisca, que tuvo mucho de oriental, mucho del Arum-al-Raschid de «Las mil y una noches», lo primero que conmueve es el más blando de los silencios, apenas turbado por el fino hilo líquido que cae de un surtidor en el ancho estanque de verdes aguas. El suave viento mueve el ramaje de dos grandes magnolias vecinas. Y entre rosales y arrayanes, se descienden dos graderías y se va a ver lo que se llama los baños de doña María de Padilla. Hay una grande y larga piscina, bajo bajas bóvedas góticas. Nada más. Pero, ¿qué importa? Pintores ha habido que han intentado resucitar el sensual capítulo de la bella novela de vida. Quedaos al amor de vuestras ideas. ¿No oís cantar los pájaros de la primavera? ¿No veis al monarca que se acerca entre las flores nuevas y lujuriantes? ¿No oís el ruido del agua transparente en donde el cuerpo sonrosado de la real querida forma a su rededor círculos de diamante? Ella ríe, el duro rey sonríe. Cerca hay palomas blancas y de plumajes que la luz tornasola; y un pavón de Oriente, vestido de orgullo, ostenta sus gemas, como un visir de fiesta. Ahí, tenéis el encanto sevillano.
Más allá iréis al jardín de la gruta, y allí los arrayanes forman un famoso y pueril laberinto; y en un rústico templete, bajo extraña bóveda, una blanca estatua de dos mujeres unidas por la espalda, arroja de sus cuatro pechos cuatro chorros de agua. Neptuno decorativo os saluda en el llamado jardín Grande, y en el del León hay señaladas huellas leoninas: hic sunt leones. Es en efecto aquí donde se conserva el cenador del césar Carlos V. Allí, entre los mármoles y los policromos azulejos y las maderas admirablemente talladas, las águilas imperiales guardan el orgullo de sus actitudes y recuerdan la presencia desvanecida de la soberbia y soberana persona.
Cuando salís, lleváis una sensación imborrable.
Como decía antes, por las calles os llamará siempre, con su callada voz, la tradición. En vano, en las vías estrechas, os hará pegaros a la pared el tranvía eléctrico. En vano los vendedores de antigüedades os querrán atraer con sus letreros en inglés. Por muy poco meditativos o poetas que seáis, tendréis que pensar en uno de los dos hombres-sombras zorrillescos, don Pedro o don Juan.
Allá en la iglesia del hospital de la Caridad, me he inclinado ante nombres ilustres, de mosaistas, pintores y tallistas; bastará el solo de Murillo multiplicado en obras excelentes, como un Dios Niño que se apoya en el mundo, todo gracia, y un Moisés en que Bartolomé Esteban demuestra que celeste suavidad y pincel dulce no le impiden el dar cuando le venía en voluntad una nota de fuerza. Y luego el realista y macabro Valdés Leal, cantado en las labradas rimas de Gautier, que renueva en más de un cuadro el triunfo de la muerte, y las visiones cadavéricas de los frescos del camposanto pisano.
Cuenta un cronista que al ver pintada tan a lo muerto la descomposición en el ataúd, dijo Murillo a su amigo el artista: «Compadre, esto es menester mirarlo con la mano en las narices». Mas, pasad a la sacristía. No os detengáis en visión de San Cayetano, de Céspedes, ni en el San Miguel, de Roela.
Ved ese retrato del tiempo viejo, ved ese caballero firmado por Valdés Leal y ved esa espada antigua, que en estos tiempos de ruines prosas no hay mano digna de tocar. Ese caballero orgulloso, cuya estatua se ha inaugurado recientemente, es un révenant, es un habitante del ensueño, es un vecino de la ciudad de la eterna ilusión, -es un héroe de la poesía, un fantasma de capa y espada. Ese hombre es el asesino del amor y el campeón de la voluptuosidad. Es el Señor Don Miguel de Mañara, celebrado en la inmortalidad del arte bajo el nombre de Don Juan. Y esa es su espada. Está en una sacristía, porque ya sabéis que el diablo cuando se hizo viejo se metió fraile.
En la catedral mucho hay que admirar y las guías lo detallan; pero allí también, como en todos lugares, es el pasado el que os detiene con su historia o con su página legendaria. Así, de ese púlpito que encontráis en un patio, en donde predicaron varones ilustres como el vigoroso Vicente Ferrer, pasáis a las maravillas de las naves, en donde gloriosas paletas dejaron telas de valor y de renombre. Y la anécdota tradicional os espera asimismo por toda capilla y rincón, desde el colosal San Cristóbal, junto al altar de la Gamba, hasta el pequeño Niño Jesús, al cual llaman el mudo, obra de Montáñez. Y aquí llega la nota curiosa.
Encontráis gentes de añeja devoción, a quienes dirigís la palabra, y que, por más que les habléis, no os dan contestación alguna. Esos son fanáticos que han hecho al niño rubio del altar la promesa del silencio por un tiempo determinado. En una de las capillas -y aquí la anécdota es moderna- está el famoso San Antonio, de Murillo, cuadro que fue mutilado por un visitante norteamericano, que creyó oportuno aislar el santo del resto de la composición para provecho propio. Sabido es que el cónsul español en Boston tuvo denuncia del paradero del fragmento pictórico y logró rescatarlo. Hoy, gracias al arte y habilidad de un pintor eminente, el cuadro aparece restaurado, y no se notan las señales de la amputación del robador yanqui.
No os detendré ante las muchas obras artísticas y renombradas que aquí se guardan, pues son tantas y tales que hay libros de eruditos, como Cean Bermúdes, que están dedicados a ellos. Pero no dejaré de deciros que veáis cierto fúnebre monumento que está cerca del Cristóforo de Pérez de Alesio, el cual monumento es obra moderna y muy celebrada, compuesta de cuatro figuras que soportan una urna, y que seguramente os es familiar por las ilustraciones. En esa urna -¡descubríos!-   están las cenizas, las discutidas cenizas de Cristóbal Colón, que antes estuvieron depositadas en la catedral de la Habana. Creo que el más impasible e indiferente de los americanos, no dejará de sentir así sea una vaga emoción delante de ese puñado de huesos. Hasta después podrá llegar la eterna Eironeia, y haceros comprender que no es muy grande el favor que nos hizo.
La tarde estaba alegre y dorada cuando pasé el puente de Triana para ir al barrio de ese nombre tan cantado en las coplas. ¿Diré que tuve más de una ilusión deshecha? Fuera de una que otra ventana llena de los tiestos usuales en toda Andalucía, y una que otra cara de cromo o de caja de cerillas, no pude satisfacer mi curiosidad de belleza sevillana. Vi mucho mozo de chaqueta y pantalón ajustado, haraganeando en las esquinas, no lejos de los muelles en que el sevillano trabajador suda en los afanes del tráfago moderno. Vi portales sin aseo y tiendas de salazones, y una diligencia a la antigua, que al lado del eléctrico tranvía iba cargada de gentes y maletas a alguna parte. Vi la Torre del Oro bañada del oro de la tarde, y el río de un color sucio amarillento; y a lo lejos las alturas que empezaba a borrar, a esfumar el crepúsculo. Y si no volví contento de Triana, puesto que quizás yo iba con la idea de un Triana fantástico, o imposible o demasiado a la francesa, tuve un desquite con la salida de una bella niña y una vieja dueña de una vieja iglesia. Doña Inés del alma mía y su inseparable guardadora”.
 Parece ser que dos escritores argentinos, uno el universal Jorge Luis Borges y otro, el menos conocido Oliverio Girondo escribieron sus primeros poemas en Sevilla. En los primeros años del siglo XX el ultraísmo, un movimiento literario de moda es apadrinado en Sevilla por Cansinos Assens, gracias a él se publica la revista Grecia y en ella publicará BORGES su primer poema, Himno del Mar como señala él mismo en sus memorias (Un ensayo autobiográfico), y en el último libro publicado por el argentino, Los conjurados, aparecerá el poema De la diversa Andalucía donde se sienten presentes Córdoba y Sevilla, amén de algún tradicional tópico negativo para nuestra tierra:
 “Cuántas cosas. Lucano que amoneda
el verso y aquel otro la sentencia.
La mezquita y el arco. La cadencia
del agua del Islam en la alameda.
Los toros de la tarde. La bravía
música que también es delicada.
La buena tradición de no hacer nada.
Los cabalistas de la judería.
Rafael de la noche y de las largas
mesas de la amistad. Góngora de oro.
De las Indias el ávido tesoro.
Las naves, los aceros, las adargas.
Cuántas voces y cuánta bizarría
y una sola palabra. Andalucía”.
 El otro argentino, OLIVERIO GIRONDO, fue un escritor, fotógrafo y dibujante de la vanguardia de los primeros años del siglo XX. En sus obras Veinte poemas para ser leídos en un tranvía y Calcomanías nos ofrece una imagen crítica de la Sevilla de aquellos años como en el poema Calle de las Sierpes:
“Cada doscientos cuarenta y siete hombres,                                                         trescientos doce curas                                                                                             y doscientos noventa y tres soldados,                                                                     pasa una mujer”
Provocador, iconoclasta, irreverente, Girondo nos deja una imagen bastante negativa al menos de la parte más secularizada de la ciudad (Bataille en su Historia del ojo compartirá con Girondo la negativa descripción del mundo religioso de Sevilla) como en el poema Croquis sevillano:
  “El sol pone una ojera violácea en el alero de las casas,                                       apergamina la epidermis de las camisas ahorcadas en                                         medio de la calle.
¡Ventanas con aliento y labios de mujer!                                                          Pasan perros con caderas de bailarín. Chulos con                                             los pantalones lustrados al betún. Jamelgos que el domingo                                se arrancarán las tripas en la plaza de toros.
¡Los patios fabrican azahares y noviazgos!                                                          Hay una capa prendida a una reja con crispaciones                                              de murciélago. Un cura de Zurbarán, que vende a un                                            anticuario una casulla robada en la sacristía. Unos ojos                                        excesivos, que sacan llagas al mirar.
Las mujeres tienen los poros abiertos como ventositas                                        y una temperatura siete décimas más elevada que la                                              normal”.
Los símbolos religiosos y especialmente sus representantes en la tierra serán objeto de sus provocadoras miradas, como en el poema Sevillano:
“Y mientras, frente al altar mayor, a las mujeres se les                                          licúa el sexo contemplando un crucifijo que sangra por                                          sus sesenta y seis costillas, el cura mastica una plegaria                              como un pedazo de «chewing gum»”.
 Su más extenso poema lo dedica a la Semana Santa sevillana:
“Los caballos -la boca enjabonada cual si se fueran a afeitar- tienen las ancas tan lustrosas, que las mujeres aprovechan para arreglarse la mantilla y averiguar, sin darse vuelta, quién unta una mirada en sus caderas”
“La cofradía del «Silencio», sobre todo, proyecta en las paredes blancas un «film» dislocado y absurdo, donde las sombras trepan a los tejados, violan los cuartos de las hembras, se sepultan en los patios dormidos”.
“Frente a todos los espejos de la ciudad, las mujeres ensayan su mirada «Smith Wesson»; pues, como las vírgenes, sólo salen de casa esta semana, y si no cazan nada, seguirán siéndolo…”.
“¡Cristos ensangrentados como caballos de picador! ¡Cirios que nunca terminan de llorar! ¡Concejales que han alquilado un frac que enternece a las Magdalenas! ¡Cristos estirados en una lona de bombero que acaban de arrojarse de un balcón! ¡La Verónica y el Gobernador... con su escolta de arcángeles! ¡Y las centurias romanas... de Marruecos, y las Sibilas, y los Santos Varones! ¡Todos los instrumentos de la Pasión! ... Y el instrumento máximo, ¡la Muerte!, entronizada sobre el mundo... que es un punto final”.
El homenaje al cordobés Góngora en el Ateneo de Sevilla es conocido como el acto fundacional de la Generación del 27. Pedro Salinas con el apoyo intelectual de Luis Cernuda y el económico del polifacético Ignacio Sánchez Mejías, entre otras cosas Presidente del Real Betis y torero eternamente glosado por García Lorca, organizaron unas jornadas que con el tiempo se convertirán, para las letras españolas, en las míticas que fundaron esa gran generación de escritores. Una pléyade de aborígenes y foráneos formaron parte de esa gran hornada de literatos. La llamada Edad de Plata de las letras españolas tuvo representantes sevillanos que glosaron su ciudad a través de una revista de capital importancia en esos años: Mediodía. Sevilla es referente literario e inspiración para un numeroso grupo de poetas y prosistas que nacen o viven en Sevilla. La mayoría de ellos quedaron ocultados por los líderes que acapararon toda la atención (Alberti, Lorca, Cernuda, etc.) pero se trata de grandes poetas que superaron el localismo y le dieron a Sevilla un tratamiento alejado del folclorismo. Son los hermanos menores de la Generación del 27. Señalemos a algunos de ellos:
JOAQUÍN ROMERO MURUBE, redactor del manifiesto fundacional de Mediodía, Conservador del Alcázar, un hombre que protegió a Miguel Hernández durante unos días en el Alcázar hasta que huyó a Portugal y autor de obras como Sevilla en los labios:
“Ser hoy sevillano es morir cruelmente y poco a poco, en cada calle, en cada esquina de la ciudad”
“No creemos que haya placer en el mundo comparable a esta embriaguez de los crepúsculos de Sevilla sobre los montes y el río; es morir un poco en la gloria”.
RAFAEL LAFÓN, ALEJANDRO COLLANTES DE TERÁN, JUAN SIERRA y especialmente FERNANDO VILLALÓN, el conde y ganadero poeta, con alguna obra de primera magnitud como Romances del 800 conforman un grupo de escritores de gran calidad, aunque no tan conocidos por el gran público.
Pero la gran figura sevillana del 27 será sin duda LUIS CERNUDA que escribirá el más hermoso libro, Ocnos, dedicado a su ciudad natal sin nombrarla:
“Sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con sus ramas el inmenso magnolio. Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera, con ese sutil misterio de lo virgen, los copos nevados de sus flores. Aquel magnolio fue siempre para mí algo más que una hermosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida”.
“Blanco laberinto manchado aquí o allá de colores puros, y donde a veces una cuerda de ropa tendida flotaba henchida por el aire con una insinuación marina”.
“Hoy, distantes aquellos días y aquella tierra,                                                        creo que de todo fue causa un error de amor:                                                        el amor a la ciudad de espléndido pasado,                                                            cuyo espíritu acaso quiso él resucitar,                                                                    dando para ello lo mejor que tenía, sacrificando su nombre y su obra.                  Bécquer y Machado la dejaron tras sí.                                                                    José María Izquierdo nunca la abandonó.                                                             Después de todo, ¡quién sabe!                                                                              Durante sus horas de recogimiento silencioso,                                                      escuchando la música o en sus atardeceres junto al río,                                      mientras se perdía así entre el ruido de los otros bajo el cielo nativo,                tal vez gozó gloria mejor y más pura que ninguna”.
 PEDRO SALINAS fue el impulsor del homenaje a Góngora, vivió varios años en Sevilla y da testimonio del amor a la ciudad en Visperas del gozo:
“El sol sale huyendo del espejo fugitivo de la propia imagen […] y la ciudad lo era, tan dentro de ella, algo incierto e inaprehensible como una mujer amada, producto de datos reales, pero dispersos y nebulosos, y unificadora, lúcida fantasía que los coordina en superior encanto”.
Varios años vivió en el barrio de Nervión JORGE GUILLÉN; algunos de los poemas de Cántico los escribió en Sevilla y se inspiró en los jardines del Alcázar para crear especialmente Jardín que fue de don Pedro:
“Como es primavera y cabe todo aquí para que libre la majestad del sol, vibre celeste pero ya suave o para entrever la clave de una eternidad afín, el naranjo y el jazmín con el agua y con el muro funden lo vivo y lo puro: las salas de este jardín “.
Poco podemos añadir a estas alturas de FEDERICO GARCÍA LORCA. Su vinculación con Sevilla es patente en varias de sus creaciones, desde el Poema de la saeta, hasta el conocido Llanto por Ignacio Sánchez Mejías:
“Sevilla es una torre                                                                                                llena de arqueros finos. Sevilla para herir. Córdoba para morir. Una ciudad que acecha largos ritmos, y los enrosca como laberintos. Como tallos de parra encendidos. Sevilla para herir. Bajo el arco del cielo, sobre su llano limpio, dispara la constante                                                                                                saeta de su río. Córdoba para morir. Y loca de horizonte mezcla en su vino, lo amargo de don Juan y lo perfecto de Dionisio. Sevilla para herir. ¡Siempre Sevilla para herir!”
“No hubo príncipe en Sevilla                                                                                    que comparársele pueda,                                                                                        ni espada como su espada                                                                                     ni corazón tan de veras”
MANUEL CHAVES NOGALES, uno de los grandes periodistas españoles del siglo XX y republicano representante de la llamada Tercera España, nos dejó varias impresiones sobre su ciudad natal, bien en crónicas para la prensa madrileña o en su primer libro, La ciudad:
“Sevilla es bella, porque siempre es nueva”
“Sevilla es la cumbre de sí misma, la cima ideal, el baluarte supremo”
“Si supiéramos de alguna ciudad que tuviese esta sabia armonía, esta exquisita aristocracia, esta plenitud de espíritu de nuestra ciudad, no hubiésemos empezado a escribir”.
“Se ha llamado a Sevilla la ciudad misteriosa e indefinible, por eso los espíritus selectos se elevaron hacia la exaltación y las almas torpes cayeron en el panderetismo”.
Pero también en esos años de Lorca y Chaves hubo quien se convirtió en un justiciero que denunció todos los tópicos de Andalucía y especialmente los de Sevilla: EUGENIO NOEL se convirtió en esos años finales de la monarquía alfonsina y la II República en un beligerante contra el flamenco y las corridas de toros avant la lettre. Noel se llena de las contradicciones contenidas en una ciudad a la que quiere y a la que odia. Su libro Semana santa en Sevilla es imprescindible para conocer otra visión de la ciudad:
 “Sevilla es un nombre evocador; Sevilla, en los días litúrgicos de la Semana Santa, es la Meca de los peregrinos del asombro. ¿Quién no ha oído celebrar esos siete días sevillanos que empiezan por un funeral y terminan en una orgía? ¿Y quién no ha pensado cómo puede toda la ciudad, y una ciudad tan grande, interesarse en la comedia sagrada hasta vivir sólo para ella y sacrificarla lo que un andaluz no abandona ni declina jamás: su personalidad...? Lo que mueva su espíritu a intervenir en el drama de la Pasión de Jesús tiene que ser profundo sentimiento religioso, masculina exaltación de la justicia o cualquiera otra vigorosa réplica a su temperamento, pasivo por naturaleza y zumbón por gracia, poco dado, en su hábito de ironía y siesta, a intervenciones efectivas en los dominios del espíritu puro, de la redención abstracta”.
 Coetáneo de Noel, un anarquista prematuramente desaparecido y según parece el primero en llamar “Generación del 27” a los poetas que homenajearon a Góngora, escribirá el posiblemente mejor texto dedicado a la Semana Santa de Sevilla: ANTONIO NUÑEZ DE HERRERA publicará Teoría y realidad de la Semana Santa. Nuñez de Herrera señala en inteligente y sucinto análisis el tratamiento que la literatura le ha dado a Sevilla:
"Pero ya es oportunidad de que Sevilla sea tratada como fenómeno químico. Lo más honrado sería descenderla desde el poema al ensayo para conocer así la viva entraña y la contradictoria de estas reiteradas apariencias de la gentil ciudad. Y escribir sobre Sevilla sinceramente. Éste sería, sin duda, el más útil homenaje a esta gran ciudad, maltratada por las letras y los letreros y convertida por los altavoces de la Fama en una especie de sello internacional para quitar las penas".
 El caso de GILBERT KEITH CHESTERTON es curioso: en dos ocasiones visitó España, pero en ninguna de ellas estuvo en Sevilla. Sin embargo, dejó escrito algunos comentarios sobre la ciudad en El color de España y otros ensayos que nos muestra lo que ya era una imagen internacional y tópica:
 “Yo había oído hablar de Felipe II, del Escorial y de otros elementos que completaban al cuadro, pero concebía una imagen de España más bien parecida a lo que debía de ser una imagen de Sevilla”
La manera en que los misterios religiosos se mezclan con las diversiones resulta muy chocante para algunas personas, y especialmente, según he podido observar, para aquellas personas que no creen en los misterios religiosos”
El cántabro GERARDO DIEGO también quedó sorprendido por la ciudad hispalense; desde un punto de vista psicoanalítico (“Sevilla es la ciudad donde habita mi otro yo. Mi yo de enfrente”) hasta en un bello soneto dedicado a la Giralda:
“Giralda en prisma puro de Sevilla, nivelada del plomo y de la estrella, molde en engaste azul, torre sin mella, palma de arquitectura sin semilla. Si su espejo la brisa enfrente brilla, no te contemples —ay, Narcisa—, en ella, que no se mude esa tu piel doncella, toda naranja al sol que se te humilla. Al contraluz de luna limonera, tu arista es el bisel, hoja barbera que su más bella vertical depura. Resbala el tacto su caricia vana. Yo mudéjar te quiero y no cristiana. Volumen nada más: base y altura”.
Es bastante conocida la historia de ARTHUR KOESTLER, que fue condenado a muerte por Queipo de Llano y pasó 3 meses en la cárcel de Ranilla. Ese tiempo en Sevilla lo plasmó en su libro Spanish Testament. En él expuso sus impresiones sobre algunas costumbres y algunos personajes sevillanos como su compañero de celda Ángel Casal fundador de las tiendas de bolsos de ese nombre.
Un gran escritor alemán THOMAS MANN evoca en Relato de mi vida su estancia en Sevilla:
“Recordaré siempre el día de la Ascensión en Sevilla con la misa en la catedral, la magnífica música de órgano y la corrida de fiesta por la tarde”
 Varias años después CAMILO JOSÉ CELA publica Primer viaje andaluz. Describe numerosas ciudades y entre ellas, Sevilla:
“Querer entender Sevilla no es empresa de cuerdos. Querer explicar, sería ingenuo menester. No; Sevilla no es una ciudad polémica: en Sevilla se cree o no se cree, como en Dios. Sevilla, como Dios, está por encima de lo que de ella puedan pensar los hombres. Dios no discute, sino que premia o sanciona. Sevilla no argumenta: se muestra y se entrega o se oculta y se encierra en su concha hermética de la que no hay quien la saque”.
 Numerosos escritores hispanoamericanos han dado a nuestra ciudad en los últimos años un tratamiento muy brillante en sus textos. El cubano GUILLERMO CABRERA INFANTE, CAIN, uno de los más grandes escritores sobre cine del siglo XX, se refiere de esta forma a Sevilla en El libro de las ciudades:
“Sevilla, por fin, es como Roma: una ciudad eterna para visitantes contemporáneos, un hábito y un hábitat para todas las almas”                                                                            
 MANUEL MUJICA LAÍNEZ publicó El laberinto en 1974, una novela histórica ambientada en Sevilla:
“Y Sevilla se me apareció en la seducción de sus callejas blancas de cal, de sus azulejos, de sus macetas con flores. Se husmeaba la vecindad del océano, no solo en el aire sino en la traza de la gente. Sevilla era la puerta del Nuevo Mundo, la atalaya, el balcón que oteaba hacia las Indias, el próspero almacén donde fondeaban los veleros remontando las veinte leguas que la separan del abierto mar”.
  Cercano temporalmente a la realidad actual el mejicano CARLOS FUENTES, en su Pregón Taurino de hace varios años dedicó estas palabras a la ciudad:
“Llego a Sevilla y ando buscando las voces que se creen perdidas. Las busco en las floridas calles con su mezcla insólita de cera y de flores. Las busco en las voces de los balcones, que por muy altos que estén surgen de los pasillos secretos porque son hijas de la tierra. Las busco en el silencio mismo de las cofradías guiadas por el bastón de plata. Y de entre todo el silencio de los pies desnudos, índice erguido de la Giralda, y en palabras de Alfonso Reyes, tibieza de las Sierpes, azulejos de las espadañas, palomas heridas en el seno de cada Virgen, de entre todas vuelven a surgir las voces que creíamos perdidas, las inmortales voces de la Semana Santa sevillana, la voz de El Centeno como alma temblorosa y la voz del cantaor Cipriano, de quien Sevilla dirá siempre: ¡Qué pena tenía aquel hombre, cantando!
    “En la calle “e” la Amargura
    Cristo a su madre encontró:
    ¡no se pudieron “hablá”
    de sufrimiento y dolór!”
 Un gran poeta lucentino, ya desaparecido, ANTONIO ROLDÁN MANJÓN-CABEZA, dedicó un bello poema a Sevilla en su Canto a Andalucía:
“Cubierta con la mantilla,
negra cual la misma pena,
cuando ve a la Macarena
la Giralda se arrodilla.
y cuando mezcla Sevilla
la plegaria con la flor,
la saeta y el dolor,
con temblor de escalofrío
se queda suspenso el río
amansando su furor”.
 La ola de novela histórica y de misterio no ha vuelto la espalda a Sevilla. Amén de innumerables obras localistas sobre personajes y hechos relacionados con la ciudad como la Inquisición, Juan de Mesa, Colón, Murillo, etc., grandes (yo diría más bien, famosos) escritores han localizado sus historias en Sevilla, desde ARTURO PÉREZ REVERTE (“Todo aquí es ficticio, excepto el escenario. Nadie podría inventarse una ciudad como Sevilla”) hasta DAN BROWN quien sitúa uno de los escenarios de su novela Origen en Sevilla.
El castellano, pero cordobés de adopción, ANTONIO GALA, evoca Sevilla con una cierta retranca:
“Lo malo no es que los sevillanos piensen                                                              que tiene la ciudad más bonita del mundo…                                                          lo peor es que puede que tengan hasta razón”                                                                                                                                                             
Llega a su fin esta modesta revisión, pero no puedo cerrarla sin ofrecer una preciosa cita que me conmovió cuando la conocí, se trata del epitafio de un joven palestino, FATHI RAGA AHMAD, fallecido en 1981 y enterrado en el cementerio de San Fernando:  
“Cielo azul claro de Sevilla tantas veces te he mirado y tanto te he amado que en mi última postura y en mi último descanso mis ojos te seguirán mirando”.
 AMÉN
2/1/2019
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