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soycabcba · 4 years
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Qué es de la vida de… Oscar Luraschi, exarquero de Belgrano
“¿Cómo anda mi querido Belgrano?”. Es la primera pregunta que hace Oscar Alberto Luraschi al atender el llamado de Mundo D. El exarquero, de recordado paso por Belgrano entre 1977 y 1979, hoy tiene 70 años. Rosarino de nacimiento, está radicado en San Martín, provincia de Buenos Aires. Antes de llegar al Pirata, pasó por San Telmo, por Ferro y por Colón de Santa Fe, Sin embargo, no duda en afirmar: “Belgrano es lo mejor que me pasó en mi carrera”.
La identificación de Luraschi con Córdoba tiene sobrados motivos. En el Nacional de 1977, el mismo que tuvo a Talleres como finalista, Belgrano cumplió una notable campaña en la que terminó segundo en su zona de ocho equipos, a sólo dos puntos de Independiente, que fue el campeón y al que derrotó 2-1 cuando se cruzaron en Alberdi.
Pero, además, a “la Araña” (así lo apodaron en sus inicios) le convirtieron el primer gol de la historia del Chateau. Fue el 16 de mayo de 1978, cuando la selección argentina derrotó 3 a 1 al combinado de la Liga Cordobesa. Aquella tarde, empezó atajando Rubén Guibaudo, pero Oscar ingresó en el segundo tiempo y, a los seis minutos, sufrió el histórico gol de Mario Kempes, que abrió la cuenta. Y también integró el equipo de la Liga Cordobesa que ganó por última vez la copa Presidente de la Nación, también llamado Campeonato Argentino o copa Presidente, en 1979/1980. Es decir, fue “casi” un cordobés más.
“Con los muchachos de aquel equipo tenemos un grupo de WhatsApp y estamos en contacto siempre. Nos compartimos fotos, recuerdos. Seguimos siendo unidos”, le contó a este diario, con lo que dio inicio a una charla cargada de recuerdos.
–¿Qué es de su vida hoy?
–Ahora me dedico a ser jubilado, muy tranquilo. Nunca me fui del fútbol. Trabajé mucho en la formación de jugadores, en varios clubes. Durante casi 14 años trabajé con Carlos Roldán (ex director técnico de San Martín de Tucumán, entre otros clubes). Como entrenador de arqueros y ayudante de campo. Y también armaba un selectivo de jugadores de inferiores, para que fueran adquiriendo roce de primera. Aprendí mucho de fútbol porque en mi carrera me dirigieron grandes técnicos.
–¿Quiénes?
–En San Telmo arranqué con el húngaro Elmer Banki, que les sacaba una diferencia enorme a todos. Después tuve a Victorio Spinetto, al “Cabezón” Juan José Pizzutti, a José Yudica… Y especialmente a Sebastián Viberti: más que un técnico, un maestro.
Cuando habla de Viberti, entrenador de aquel Belgrano versión ’77, Luraschi se emociona.
–¿En qué se destacaba Viberti?
–Te cuento una anécdota. Había un grupo que hablaba mucho con el técnico: Miguel (Laciar), Benito (Rodríguez), “el Gringo” (Rubén Coletti) y yo. Un día Sebastián nos llevó a caminar, antes de que empezara el campeonato. “¿Cómo la ven con este ‘rejuntado’?”, nos dijo. “¿Cómo qué ‘rejuntado’?”, le contestó Miguel. Viberti era muy bicho. Sabía cómo tocarnos el amor propio.
–No era un equipo con grandes figuras…
–Laciar fue un “10” espectacular. Y los centrales eran un lujo. “El Pollo” (Beccérica) me hacía reír mucho. Me acuerdo que le gritaba: “¡Pollo, no le pegues al primero que pase, fíjate que no sea de los nuestros!”. Un personaje. Creo que se dieron todas las condiciones que tiene que haber: un gran conductor, un grupo humano al servicio de una causa y un plantel convencido del mensaje. Sebastián era muy simple y nosotros éramos muy unidos. Y ganadores natos.
–Estuvieron muy cerquita de las semifinales. Hubiera sido histórica una eventual final con Talleres, en Primera…
–Nos quedamos ahí nomás. Una pena porque estábamos para pelearla. Creo que se nos escapó en el partido con Huracán que perdimos en Buenos Aires (0-4, el 21 de diciembre de 1977, por la décima fecha), cuando nos sacaron el invicto (Belgrano fue el último equipo en perderlo en todo el certamen). Nosotros ya les habíamos ganado bien en Alberdi, con todos los titulares. Pero cuando jugamos allá fue raro. Ellos ya no tenían chances de pelear la clasificación (sólo pasaba a semifinales el primero de cada una de las cuatro zonas) y venían jugando con un equipo alternativo. Sin embargo, justo contra nosotros pusieron toda la artillería… Brindisi, Babington y todos los monstruos… Nos ganaron bien. Veníamos cabeza a cabeza con Independiente y, al final, se clasificaron ellos.
Pero Luraschi está convencido de que se metió a la gente de Belgrano en el bolsillo poco antes de que empezara aquel Nacional.
“Fue un partido ante Racing de Nueva Italia, en la cancha de Talleres (se refiere al que se jugó el 25 de septiembre de 1977, por la 16ª fecha del Clausura de Primera División de la Liga Cordobesa), por la mañana. Ganamos 1 a 0 con gol del “Lobo” (Víctor) Sosa, pero cuando recién arrancaba el partido tuve un mano a mano con “el Ojudo” (Migue Ángel) Patire. Lo esperé y me la jugué cuando vi que la tiró un poco larga. Se la gané. Él me quiso saltar, pero con la punta del botín me partió la frente. Entró “el Turco” Jalil (masajista) para atenderme y me quería hacer salir por el corte que tenía. “De acá me sacás muerto”, le dije. No sé qué me puso, pero aguanté hasta el entretiempo. En el vestuario me dieron cuatro puntos de sutura en la frente y salí a jugar el segundo tiempo. Me atajé todo y ese fue el partido que marcó mi relación con la gente de Belgrano”, contó.
–Muchos compañeros suyos dicen que Belgrano era como una gran familia. ¿Para usted también fue así?
–Mirá, nos juntábamos a comer en La Ruleta de Pancho (sobre avenida Colón) y nos sentíamos así. Me acuerdo de que me había comprado un Fiat 600. Lo dejaba detrás de la tribuna popular, donde vivía uno de los capos de Los Piratas, que cuidaba el estacionamiento. Él hacía los “choris” que comíamos después de las prácticas. Todo muy familiar.
–Si todo era idílico, ¿por qué se fue?
–Lo que vino después del Nacional fue una etapa difícil del club. Cuando se fue el presidente Aldo Nallino, que era una persona maravillosa, se armó una subcomisión de apoyo al club con la que no me llevé bien. Por eso me terminé yendo a Platense, pedido por “el Huevo” Muggione. Si no hubiera pasado eso, creo que me quedaba a vivir en Córdoba.
–La última: ¿qué tipo de arquero fue Oscar Luraschi?
–Siempre fui de hablar mucho para ubicar a mis compañeros, incluso en los entrenamientos. Cuando estaba en Ferro, durante una práctica, estaba dando indicaciones desde el arco y escuché una voz gruesa, que venía de mis espaldas. “Muy bien, pibe. Si lo hacés más pausado, te van a entender mejor”, me dijo. Era Amadeo Carrizo, que iba siempre a vernos, con Ante Garmaz. Soy de los que piensan que el arquero tiene que reunir tres condiciones importantes: primero, atajar; segundo, ubicar a sus defensores, porque tenés que ser el técnico dentro de la cancha, y tercero, tener el criterio para decidir por dónde se sale jugando. Yo era de los pocos que jugaban mucho con el pie en mi época, junto con Hugo (Gatti) y “el Bigotón” (La Volpe). No soy alto, pero tuve mis recursos.
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source https://mundod.lavoz.com.ar/futbol/que-es-de-la-vida-de-oscar-luraschi-exarquero-de-belgrano
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donnicorocks · 4 years
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Cuando la cuarentena y el frío sacan tu Ante Garmaz interior. (en Ciudad Autónoma de Buenos Aires) https://www.instagram.com/p/B_3Hz98gboG/?igshid=72hc95cu5opi
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cminoldo · 7 years
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Por: Adriana Felici (Periodista - directora sección En Familia) Josefa “Pepa” Bergagna nació en 1931 en Jesús María. Orgullosa de haber transitado el “camino de la seda” en Colonia Caroya, cuenta que comenzó trabajando en lo del italiano  Donini -que criaba capullos de gusanos de seda-, y 38 años en la fábrica Argenseda. “Fue la primera vez que la mujer de Colonia Caroya tuvo apertura para trabajar afuera”, cuenta esta mujer criada en la Colonia. Viuda, madre de 3 hijas y con 4 nietas, Pepa evoca términos curiosos: bachinela, sericina, dextrina… Desde la cría de los gusanos hasta lograr las codiciadas sedas naturales hay un complejo proceso extenso de describir; pero vale saber que para segregar los hilos de seda los gusanos se alimentan de la morera. “Es un misterio ver los tejer su capullo. Me emociona que un gusano se transforme en mariposa”. Principio y fin Argenseda fue la primera hilandería de seda natural del país. Originó una industria que hasta entonces se desarrollaba en Colonia Caroya en forma casi artesanal. En 1949 ocupó el predio donde hoy está Puerto Caroya. Pepa recuerda: “Se vendían sedas a Buenos Aires y Córdoba; se hacían telas de paracaídas para la fábrica de aviones IAME; telas de corbatas para gente de gustos especiales (como el modelo Ante Garmaz); enormes pañuelos para la firma aérea Austral; shantungs para hoteles 5 estrellas... El shantung –explica- tiene nuditos por la degeneración de un capullo: cuando se juntan dos gusanitos y trabajan al mismo tiempo sale un hilado con esas irregularidades”. Ella estaba en ventas: “Venían grupos de amigas de Córdoba a comprar. Les sugería qué telas usar”. Imborrable un viaje a Buenos Aires en 1949 con compañeras para una exposición. Queda como testimonio una foto con Eva Perón visitando el stand de Argenseda. Hacia fines de los ’80 la fábrica cerró. “Cuando me dijeron que iba a remate me mataron. Fue el dolor de mi alma. Había vivido para eso. Era mi casa”.  Tanto quería a Argenseda –nos cuenta- que cuando unas empleadas hicieron juicio por sueldos atrasados salió como testigo por la parte empresarial: “La fábrica tuvo préstamos de bancos habidos y por haber pero hubo mala administración…  Pagaban atrasado y unas chicas hicieron juicio... Como a la injusticia no la tolero, estuve de parte de Argenseda. Con dolor del alma, 15 chicas perdieron el juicio porque metieron que Don Maluf (último dueño) tenía yates y cosas… Pero yo dije la vida privada de él es de él, y la fábrica es esto otro. Argenseda ganó el juicio con esas palabras. Dijeron tiene razón la señora. Yo no he jugado mal con las chicas… Me decían: ¿cómo pudiste hacer esto? Con la verdad. No aguanto que justifiques una cosa con la otra. ¿Lo privado qué  me importa?”. Postales Pepa fue a la escuela San Martín de Colonia Caroya, a la Ortiz de Ocampo de Jesús María, y al Huerto. “Veníamos desde el lote 15 en bicicleta toda la barra de chicas. Éramos medio pupilas; veníamos a la mañana y nos íbamos a la tarde. Como no disponíamos para pagar la escuela, ayudábamos en la cocina. A la mañana teníamos clases y a la tarde enseñaban a bordar. Se hacían muchas manualidades”, dice, y complacida trae un muestrario de bordado de primer grado. “Guardo todo; me gustan las cosas viejas. Me costó mucho tener todo; entonces se valora. Tenías que cuidarlo porque hacían sacrificio”. Define a la vida en la Colonia de su niñez como “tranquila”. “Jugábamos a la piedra libre, al viejo (la mancha)… Conocías a todos. Nos íbamos 8 ó10 chicas en bicicleta a Ascochinga. Llevábamos un fonógrafo, comida y una damajuanita de vino. Como nos sobraba comida, cuando volvíamos parábamos al lado de Gendarmería. Había unos ceibos y como una lagunita, y volvíamos a comer”. Pepa hoy Se casó en 1964 con Roberto Gómez; sobrestante de la obra de Argenseda. “Rompí el hábito de que gringos y negros no se juntaban –ríe. Tenía pretendientes pero el negro me ganó el corazón. Nadie lo quería… pero mi mamá dijo que si yo era feliz…”, cuenta, y divertida rememora cuando les impidieron entrar a un baile en la Colonia. Hoy Pepa tiene su huerta, cose, hace compras y trámites, conduce su auto,  aprendió pintura cerámica y mimbrería, y hasta hace poco participó en ferias de artesanos. ¿Su secreto para estar tan saludable? “Mi gran fe. Me acuesto y digo: Corazón de Jesús, ¿qué hicimos juntos hoy? Hago un recorrido de todo lo que hice, agradezco, y digo: Si creés que mañana veo el nuevo día, acompañáme. Ese es el secreto. Si me quedo quieta soy un peligro. Cuando alguien –sentencia- dice que no puede, no lo acepto. Es porque no pone voluntad”. Bibliografía: “El camino de la seda en Colonia Caroya” de Elena Valle.
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ortoysangre · 6 years
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lroget · 9 years
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garmazgeddon
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cminoldo · 7 years
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Por: Adriana Felici (Periodista - Directora En Familia) Isolina Canilo, “Chola”, tiene casi 85 años. Con quien fuera su marido -Luis Alberto Blacizza- tuvieron a cargo durante más de 15 años La Cantina (comedor de Av. San Martín 1295, Colonia Caroya). Hoy, viuda, Chola sigue trajinando entre ollas y espumaderas para sus 7 nietos; y si bien dice que “era” un refucilo en la cocina, al ver la velocidad con que pica cebollas -y sin usar anteojos- me animo a decir que mantiene intacto el calificativo. Esas cebollas estaban destinadas a las empanadas del domingo: los nietos le habían pedido “criollas” (Chola me obsequió una docena recién hechas y estaban criminales). “Mañana somos 18 a comer…. pensaba hacer lasaña, pero me dijeron que no trabajara tanto”, sonríe, enfatizando que no se habría achicado: “Me organizo… hago la salsa roja, la blanca, pongo a hervir la verdura… No estoy cansada de cocinar. Siempre me preguntan, nona, ¿qué vas a cocinar el domingo? De cualquier cosita hago una comida… Siempre me gustó. De chiquita ayudaba a mi mamá parada sobre un tronquito”. Reseña Nació en Jesús María, se casó y se fue a vivir a Córdoba: Luis trabajaba en la automotriz Kaiser. Pero volvieron, y cuando Kaiser empezó a suspender empleados Luis le preguntó: “¿Qué hacemos ahora Chola?”. Así comenzó el raid tras hornallas y parrilla. Primero fueron el Club Social y la Sociedad Italiana, hasta que salió la oportunidad de La Cantina. “Allí estuvimos como 15 años. Trabajábamos muy bien”, rememora, pero tuvieron que irse con la experiencia a otra parte: “Había problemas de límites entre Jesús María y Caroya, y nos escribían cosas feas en los vidrios… Estos negros que se vayan; con la horquilla los voy a sacar…”, nos ponían. Así que compraron la llave del Panamericano: “Estuvimos un año y medio y vendimos. Ahí sí que no dormía: atendíamos el hotel, el comedor, la confitería, la fábrica de helados… No sabés… Las mesas de la confitería llegaban hasta la esquina del Banco Córdoba”.  De ahí al Plaza Hotel, donde también abrumaba el trabajo: “Estábamos a cargo del hotel, la confitería, la sala de juegos; mi marido, se amanecía ahí…”. La siguiente incursión fue en el Rancho El Cruce con Juan Carlos Giordano: “Era guapo el negro. La gente nos seguía a nosotros… -especifica sin recato y cuenta por qué todo se terminó rápidamente: “Vino a trabajar su primera mujer y la cosa se puso difícil… Nosotros estábamos acostumbrados a otra cosa. Comíamos con los empleados…. Con el gringo pensábamos que éramos una familia y los atendíamos bien. Pero ella pensaba distinto… Encima escatimaba en las comidas… ¿Cómo vas a hacer sólo esto? Si la gente te pide… ¿qué les vas a dar?, le preguntaba. Aguanté, pero un día me calenté y le dije a mi marido: Hasta acá llegué; envolví el delantal  y me vine a casa. Giordano me vino a ver, pero le dije: Así no nos vamos a llevar bien; no estoy acostumbrada a mezquinarle a la gente”. El broche final fue donde funciona Pancho’s: “Todavía hay gente que pregunta por mí”, cuenta complacida. Ñoquis y matambre Chola intenta pintar un día de trabajo: “Ay hija, juntaba matambres de todas las carnicerías y me hacía treinta al celofán; o piernas mechadas… ¡teníamos tantas fiestas y casamientos! Y en el Panamericano preparaba las picadas… Que el mondonguito, los riñoncitos… Era mucho”.  Recuerda con gusto cuando el Dr. Humberto Illia (después presidente argentino), y Jorge Bergoglio (Hoy, el Papa Francisco) pidieron pasar a la cocina para felicitarla. Cacho Buenaventura fue otro cliente satisfecho, y para completar, cuando de jovencita trabajó en Argenseda, hacía telas de corbatas que compraba el por entonces famoso modelo Ante Garmaz. ¿Su receta súper especial? Los ñoquis sin papa: “Los hago como mi mamá: sólo con harina, y quedan riquísimos”. Y aunque Luis dirigía la parrilla, Chola no le esquiva a los asados. “Les enseño a los nietos a hacer el matambre: Que la parte de la grasa te toque la mesa, les digo. Lo doblás, lo ponés con mucha brasa y en 20 minutos usted está comiendo”. Y su herencia culinaria, ¿en qué manos quedará? “Al que le gusta la cocina es al Iván (Robles; uno de sus nietos). Un día me dice: nona, ¿me enseñarías a cocinar como vos?, y le digo qué gusto tan grande me das; que por lo menos uno siga la tradición”. Así es como Iván, algunos fines de semana, hace pastas bajo su supervisión. “Yo miro y pruebo”, señala, y asegura que le salen igual que a ella. Por todo lo narrado, parece que Chola era un avión para todo. De hecho fue ella la que puso “primera” para conseguir el dinero y comprar La Cantina. “A pesar del susto de mi marido”, ríe y agrega: “Yo salía al frente. He trabajado siempre -concluye- y seguiría trabajando… Hoy me siguen pidiendo comida, pero no la vendo; ahora la regalo”.
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ortoysangre · 6 years
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