Tumgik
#así que mejor borró el mensaje y se fue a la biblioteca
quetzalnoah · 1 year
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Hace poco leí un libro titulado ”Sin Esfuerzo” que habla sobre cómo nos abrumamos al ser tan perfeccionistas. Si algo he aprendido en estos años que llevo escribiendo y siendo uno de los autores independientes más conocidos de México es que, la suerte y el éxito no son una serie de factores con los que uno nace predispuesto, sino que se manifiestan cuando logras tener una disciplina y cuando aprendes a liberarte de tus miedos y tus límites. Ejemplo: tú puedes haber nacido en una familia que te da todo y tienes condiciones favorables para sobresalir, pero sin duda puedes ser un pendejo toda tu vida y aun así tener tener talento y sobresalir, tu talento no siempre va de la mano de tus circunstancias y tampoco es que necesites sufrir para que llegues a ser notado como antes se creía. El sufrimiento en el arte no tiene ningún valor, el verdadero valor es el mensaje que logras transmitir. El sufrimiento es una circunstancia no una limitante.
Yo en realidad siempre lo he dicho: el secreto de mi éxito es que me vale madre todo, la opinión, el hate, las reglas, las estructuras y que en mis inicios nunca me enfoqué en ser una persona perfeccionista sino en crear cosas chidas. Y bueno. Mis libros me han dado para conocer dos continentes, una gran biblioteca, fundar una editorial , recorrer todas las ciudades de México en coche y otros placeres que el maravilloso mundo de la literatura me ha otorgado.
Curiosamente, cuando quise perfeccionar más cosas de mi trabajo, comenzaron a frustrarse otras. Es casi como ir en contra de mi esencia. Debo decir que algo que se les hace muy complejo a la gente que es escribir y publicar un libro para mí se me hizo casi como salir a correr o comerme unos tacos; es decir, que no representa un gran esfuerzo para mí. No me malinterpretes. No tengo imprentas y tampoco tengo contratos con librerías. Solamente sé cómo se hace. Es como el médico que te puede diagnosticar preguntando tus hábitos de consumo o el mecánico que sabe lo que le falla a un coche cuando lo escucha. Yo, sé hacer libros, plasmar sueños, materializar las vivencias.
Por ello en 5 años he publicado más de 17 libros. Serán buenos o malos, no lo sé, pero lo que sí sé es que ningún libro ha vendido menos de dos mil ejemplares y que he escrito poesia, novela, cuento, narrativa, motivación y hasta guías de viajes y cada libro ha encontrado a su lector ideal. A veces me dicen “poeta” y yo digo ahh sí, escribo de lo que sea y de lo que quiera, y cuando quiero publico un libro.
Algo que me pasó hace poco es que estaba preparando el lanzamiento de mi novela “¿Cómo volverse mochilero?” La escribí en Agosto del 2021 y la terminé en Diciembre de ese mismo año. La leí y la leí y dije: la puedo hacer mejor. Me obsesioné porque era una historia muy personal y quería darle algo excepcional al público lector. Así que la reescribí. Y justo cuando ya tenía la idea que me gustaba el archivo se me borró 😪.
Pero bueno, me consolé recordando que Jack Kerouac escribió “On the road” en un rollo de papel higiénico y que Hemingway perdió su borrador de ¿Cómo doblan las campanas? Y su consuelo fue que lo haría mejor. En fin, me obsesioné con mi novela y la lancé el día de mi cumpleaños 33. Unas semanas después mi página con medio millón de lectores desapareció. Y bueno, tuve que volver a empezar. Más de la mitad del público que estaba en esa página aún no sabe mi vieja página dejó de existir.
¿Te das cuenta? Me obsesioné con algo a lo que le aposté mis más nobles esperanzas. Y en ese lapso que estaba tan y tan bajoneado por todo: ventas bajas de los libros, pérdida de público lector, amistades traicioneras, gente con la que colaboré que le abrí espacios y me dio la espalda. Realmente dije: es momento de dejar esto.
Pero me encontré con una nota que había escrito en mi teléfono: “La mente es muy poderosa, si te repites a ti mismo que eres un pendejo se la va creer. Si le dices que eres un chingón, se la va a creer aunque seas un pendejo”
Así que dije, bueno, he sido un pendejo con la suerte de no compararme y eso me ha llevado muy lejos y me ha enfocado en lo que tengo que hacer.
Y como por arte de magia me fui encontrando varias notas que fui escribiendo en momentos difíciles. Nunca pensé en publicarlas porque la neta me daban risa y dije: ahh esto es para mí nomas. Y bueno las junté, escribí algunas otras y les puse de titulo: Manual para levantarse.
Y bueno, oh sorpresa, en dos meses se volvió de los libros más vendidos en Amazon.
Y eso es lo que te quería decir: regresa a los simple, no te compliques y sobre todo: deja de esperar que sea el momento perfecto porque nunca va a llegar. Aviéntate, sobre la marcha vas a aprender de tus errores. Y si no aprendes al menos reconocerás que sigues siendo un pendejo. Pero si aprendes algo bueno y tu vida cambia, entonces entenderás que vale la pena romperte la madre en cada cosa nueva que intentas hacer y de eso nunca te vas a arrepentir.
Quetzal Noah
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Caperucita roja 2.0 (homosexual)
-      Pero qué orejas tan grandes tienes…- comentó con algo de duda el joven de capucha roja.
-      Son para oírte mejor.- la voz sonó ronca y áspera, como la de un enfermo, pero sin duda no como la de una mujer.
Con el mismo tono, el menor agregó:
-      Y cuanto pelo…
-      Es para abrigarme mejor…- la voz sonó como antes, pero el lobo se dio cuenta de que era poco convincen…
No, esta historia no inicia aquí. Se remonta a días atrás, a una mañana soleada de primavera.
Daniel había amanecido con toda la pereza del mundo. ¿Cómo un joven de dieciséis años despertaba así? ¿Qué le esperaba a los sesenta? ¿Qué le dice un pez a otro? ¿Por qué apretamos más fuerte los botones del control cuando le faltan pilas? ¿Por qué el Pato Donald tiene sobrinos si no tiene hermanos? Se preguntaba mientras miraba una pantufla en el otro extremo de la habitación, sentado como un zombie y viendo su vida pasar. Debía levantarse, prepararse, ser productivo, e ir a la escuela. Pero dormir lo seducía.
Su habitación era de un azul pálido, no era muy grande pero no muy pequeña, y estaba adornada con dibujos en las paredes, un espejo tocador a unos metros de la cama, contra la pared, y una alfombra de power rangers en medio de ella. Había zapatos y zapatillas de aquí para allá, y en había una pared entera dedicada a una biblioteca.
Revisó su celular y vio algo que lo hizo despertarse y sonreír como tarado, y enérgicamente empezó a ponerse el uniforme rojo de la escuela.
Un mensaje.
Un solo mensaje que lo hizo florecer, y es que pertenecía al chico que lo traía loco. Un «Buenos días, ¿Cómo amaneciste?» de esa persona fue suficiente para alegrarle el día. Sin embargo, no entendía por qué el rubio que medía uno ochenta le prestaba atención siendo el joven más solicitado del instituto. Ese chico lo tenía todo. Era guapo, amable, inteligente, de buena familia, gracioso, delicado… podría pasarse horas describiéndolo.
No le daba pena el hecho de que le gustara un chico, era algo maravilloso, era casi mágico, y era que el rubio- llamado Dimitri- también le “tiraba onda”. Se notaba por esos roces casuales, esas miradas fugaces, esos abrazos cariñosos, y sabía que a él también le agradaba cuando Daniel estaba entre sus brazos. ¿Y qué haría si intentaba besarlo? ¿Sabría qué hacer o cómo corresponder? ¿Y si olvidaba cepillarse los dientes ese día? No sabía si pasaría.
Su hermana le había contado que no era nada del otro mundo. Como adolescente casi adulta que era, había tenido su primer beso y se sentía bien, y no había que estar tan nervioso. Para ella, su hermano menor era la perfecta representación de una mujer ansiosa e histérica.
Otros quince minutos pasaron y sintió un estornudo traspasar las finas paredes de la casa. No era de otra persona que de ella; su hermana enferma. Clarissa era una joven rubia y de ojos verdes, con buenos atributos y una personalidad encantadora, aunque gruñona en las mañanas. Y Daniel sabía que, ahora que ella había enfermado, él debía hacer sus tareas en el pueblo; entiéndase, ir a buscar la leche y el pan, poner la ropa a secar, llevarle comida a su abuela, limpiar las habitaciones, regar las plantas, sacar la basura, entre otras cosas.
Y en ello se hallaba al salir de la escuela cuando, después de despedirse de Dimitri en su camino habitual, se colocó la capucha roja y se desvió al bosque para ir a lo de su abuela. Había flores silvestres que le besaban los tobillos, junto con césped, y árboles tan altos como jirafas. Le habían dicho muchas veces que tuviera cuidado con los animales salvajes que podría haber, y mucho más con un supuesto lobo que atacaba a diestra y siniestra. No creía que fuera a encontrarse con él, el bosque era grande y había una oportunidad de uno en cincuenta de que apareciera. Eso pensaba cuando a su mente vino el rubio, pero el pensamiento se esfumó cuando el color marrón de unos cabellos suaves apareció en su mente, superponiéndose. Y ahora se encontraba frente a él. Un animal cuadrúpedo que gruñía a su persona, que se acercaba a paso lento, que lo olisqueaba, que tenía ojos verdes.
Ojos verdes, hermosos y oscuros, inquietantes. Y no supo si sentir miedo cuando se onduló y sus piernas cambiaron de forma. Notó sus colmillos achicarse, el pelo fusionarse con la piel que iba apareciendo y en un pestañeo se transformó en humano, el pelo desapareció, el hocico cambió de forma y pasó a ser un par de labios carnosos y apetecibles. Por Dios, cuanta guapura. Era el perfecto chico malo que hacía que todas las chicas cayeran rendidas.
Lo vio acercarse sonriendo, a un paso tan lento que le hizo darse cuenta de que hasta el chico estaba ansioso por llegar a su lado. Y a pesar de eso de pronto se vio acorralado contra un árbol, y dos brazos morenos estaban uno a cada lado de su cabeza, contra el tronco, y le impedían moverse.
-        ¿Dónde vas?- preguntó con un acento que no supo categorizar. Era una voz gruesa y áspera.
-        A lo de mi abuela… le llevo comida.- tartamudeó levemente.
-        ¿y cómo te llamas?
-        Eso… no debo confiar en lobos.- intentó agacharse para pasar por debajo de alguno de sus brazos pero él le levanto el rostro con una mano.
-        No te haré nada.- sonrió burlón.
-        Aun así…
-        Bien.- dejó de sonreír y su cuerpo volvió a ondularse y su espalda a curvarse. Un lobo volvió a aparecer frente a él y éste salió corriendo entre los arbustos.
Y la persona más confundida del mundo había sido él, vagando por entre los árboles hasta que llegó a una cabaña baja, deteriorada pero tranquilamente habitable. Había flores en macetas en una ventana que daba una vista del interior. Se paró frente a una puerta vieja, hecha de madera y pintada de un verde desgastado. Frunció el ceño cuando se abrió simplemente por la brisa y asomó la cabeza.
-        ¿abuela?- preguntó y su voz hizo eco en la cabaña sin iluminación. Probó llamarla otra vez y entró, sin comprender. Al encender la luz, vio una enorme silueta en un sillón y sonrió aliviado, pero se le borró la sonrisa al notarla diferente.- hey, abuela.
-        Sí, mi niño.- abrió los ojos al notar la voz rasposa que tenía.
-        Vaya, de verdad estás muy grave. Te traje…
-        Pastelitos.- lo interrumpió, complacido. Daniel quedó extrañado, nunca le había dicho lo que era ni se lo había mostrado.
-        ¿Cómo lo sabes? No lo he dicho.- sentía un olor apestoso a perro mojado.
-        No importa, mi niño, no importa. Acércate.- tosió levemente como para hacer una mejor actuación. El menor simplemente obedeció.
-        Que orejas tan grandes tienes…- comentó con algo de duda el joven de capucha roja.
-        Son para oírte mejor.- la voz sonó ronca y áspera, como la de un enfermo, pero sin duda no como la de una mujer. Con el mismo tono, el menor agregó:
-        Y cuanto pelo…
-        Es para abrigarme mejor…- la voz sonó como antes, pero el lobo se dio cuenta de que era poco convincente. Carraspeó y Daniel perdió la confianza.- ya basta.- dejó de forzar la voz y saltó hacia la puerta, cerrándola rápidamente en sus recién transformadas cuatro patas. El lobo se dio la vuelta y a paso lento se acercó al menor, volviéndose humano al estar frente a él.- voy a hacer las cosas simples. Quiero comerte.- le acarició los labios con el pulgar.
De fondo se oían los cantos de los gorriones y el croar de los sapos. Todo quedaba con el interior de la cabaña; amena y bien amueblada. Había aparadores y estantes con platos, vasos, pinturas, fotos, flores, etc. Había una puerta que daba a la cocina, una al baño y otra a una habitación, y todo estaba iluminado por la luz del sol que entraba por las ventanas abiertas de par en par. No había nada tecnológico salvo un teléfono viejo y desgastado que era más decoración que otra cosa.
-        Puedes empezar a correr cuando quieras.- prosiguió.- Te daré ventaja de veinte segundos y…- le arrebató el celular que el menor tecleaba con nerviosismo para pedir ayuda.- no no, lindo.
-        Pero… pero yo… no, ¿Dónde está mi abuela, señor “pulgares locos”?- le apartó la mano y Jack se sorprendió al ver que había sacado valor de la galera… o de la caperuza.
-        Soy Jack, señor Caperucito Rojo.- una sonrisa burlona apareció en sus labios.- dime, ¿diste tu primer beso ya?- esa pregunta lo dejó pasmado.
-        ¿Mi primer beso? Eh… no… pero…
-        ¿pero?
-        Es que… no sé besar.- abrió la boca, indignado, cuando Jack alzó una ceja a modo de burla.- dime dónde está mi abuela para que pueda irm…- de un instante a otro, enrojeció. Jack se acercó como una exhalación y pasó a sostener su cintura con un brazo mientras le alzaba el rostro con la otra, dando un beso suave en sus labios rojos. Su primer beso con alguien que no era Dimitri, eso lo desconcertaba. Nunca se había planteado que fuera con otra persona. Y aunque la sensación era placentera y se le revolvía el estómago, el momento fue interrumpido por el celular del menor.
-        ¿Quién es?- gruñó el joven lobo con molestia y miró el celular con la ceja alzada.- ¿En serio? ¿”Dim ❤”? ¿tienes nueve años?
-        Ya basta. Déjame.- se cruzó de brazos.
-        ¿no me quieres por él? Parece una margarita. Las rosas negras somos mejores.- sonrió, pero esta vez era desafiante.
-        ¿y yo soy un tulipán?- el teléfono volvió a sonar, esta vez Dimitri lo llamaba.
-        No, no.- se hizo el pelo hacia atrás.- tú eres el colibrí...- hizo una pausa y se inclinó para besarlo.- y... ¿atenderás?- preguntó ya sobre sus labios.
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ivydelaforce-blog · 8 years
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( txt ) Necesito ayuda, en serio, en serio necesito ayuda. Odio las matemáticas. 
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